1. El escritor vanguardista
Por Rodrigo Antezana Patton
Todo espacio en blanco es un espacio
sobre el que no se ha escrito.
José E.
Él fue un escritor de vanguardia.
Se llamaba José Erralón, y siempre estuvo por delante de sus contemporáneos. A
sus dieciocho años escribió un cuento sin final, para otorgar esta libertad al lector. Los
revisionistas de la biografía de este autor comentan que se trató de un accidente y el mérito
pertenece al profesor que perdió ese pedazo, pero estos detalles—para la observación y
apreciación de un artista consagrado—carecen de importancia. Por afecto le llamaban Pepe
y el diminutivo le acompañó en toda nota coloquial que escribieran sobre su persona,
comenzando por aquélla, redactada cuando él contaba con apenas veintiún años. Esa nota
halagaba su recientemente publicada novela: “Los senderos del Minotauro”, obra escrita de
tal forma que se podía leer de atrás para adelante, o al revés, saltando un capítulo, o de dos
en dos, y llevaba no una, sino cinco sugerencias de cómo leer el libro. Más de un crítico
dijo que este libro se podía leer de muchas maneras distintas, pero que todas daban como
resultado una mala historia. El tiempo se encargaría de probar que estas vituperaciones eran
los inevitables reproches en contra de alguien que estaba muy por delante de su época.
Pepe, tan sólo un año más tarde, sorprendió nuevamente al mundo publicando la edición
femenina de su libro. Era exactamente el mismo, pero con los nombres de los capítulos
impresos en color rosado. “Es que en el fondo somos lo mismo”, se defendió él, y su obra
se convirtió en pendón de las feministas.
Pero cuando se está adelante hay que caminar más rápido, el próximo libro de Pepe
lo consagró a escala mundial. Le tomó cuatro años escribirlo, no era solamente una obra
escrita con los tres tiempos entremezclados: el pasado, el presente y el futuro, también
incluía dimensiones paralelas, sin tiempo. Las voces detractoras de su obra ya no pudieron
hacerse escuchar, el clamor por su libro, titulado „Esto está muy confuso‟, las calló a todas.
Un Pepe reconocido y halagado por todo el orbe, hizo una sencilla declaración para que
todos comprendieran que la madurez le había llegado: “llámenme José” dijo y no fue
necesario añadir más palabras. Sin embargo, el diminutivo permaneció con él debido al
profundo cariño de sus seguidores y al desdén con que le contemplaban sus enemigos.
A partir de „Esto está muy confuso‟, Pepe no dejó de sorprender al mundo literario.
Primero vino su libro „Sustantivos‟, escrito únicamente con sustantivos. “Se lee como un
telegrama”, dijeron los conservadores, los rancios, pero los progresistas, las avanzadillas de
la cultura, corearon su apoyo al nuevo aporte de este ya gran escritor a los veintisiete años.
En una impresionante racha creativa, Pepe presentó en poco tiempo sus obras: „Adverbio‟,
„Adjetivo‟ y, la más dinámica de este grupo, „Verbo‟. Llorando confesó a sus seguidores
que no podría hacer „Artículo‟, como habían anunciado sus editores. “Es demasiado
difícil”, se excusó él, sintiéndose muy compungido, a la vez que presentaba el cuento largo
del mismo título, como consuelo para la copiosa bandada de seguidores que Pepe se había
ganado.
La reaccionaria crítica repitió sus monótonas quejas, cada palabra suya confirmaba
su rezague ante la avasalladora y trepidante evolución de este pináculo de la obra escrita.
2. Esos, sus detractores, sobre „Adverbio‟ y los otros escritos dijeron lo mismo que habían
declarado respecto a „Sustantivo‟, la defensa, en cambio, planteaba nuevos y creativos
comentarios a cada volumen y al extenso cuento. De „Sustantivo‟ se dijo “resume lo que
existe” (exquisito juego de palabras, ya que „existe‟ es verbo), de „Adverbio‟, que
“modifica”, de „Adjetivo‟, que “califica”, y de „Verbo‟, que era pura acción. Los
especialistas tardaron en pronunciarse respecto al cuento largo, „Artículo‟, debido a que era
una lectura difícil en exceso. “Me duele la cabeza cuando leo”, declaró uno. “Abordo un
párrafo por semana”, dijo otro, pero el consenso a favor era claro, se trataba de una obra
excepcional, magnífico fruto de un esfuerzo monumental. Los añejos, por supuesto,
desacreditaron la historia narrada: “no existe” decían, mas sus palabras ya no importaban,
la sentencia pública era clara: éxito.
Finalizado „Artículo‟ llegó para Pepe un duro periodo experimental. Esta época
culmina con su libro construido en base a crucigramas, sin indicaciones para llenar las
casillas, el lector tan sólo tenía como guía el número de cuadrados en blanco. Esta última
creación dejó pasmadas a las bibliófilas masas cultas que le adoraban y es ésta,
innegablemente, su obra maestra de este período. Pero no debemos olvidar la sensibilidad
que reflejaban sus otras creaciones, como “Fragilidad”, rudo poemario impreso sobre hojas
secas de palmera, edición limitada. Y es imposible dejar a un lado, sin mencionar, su
colaboración con el ingeniero de sistemas, Miguel Certera. Guiado por Pepe, Certera
desarrolló un programa que buscaba palabras en internet y de forma aleatoria construía un
texto. „Encuentros‟ denominaron al programa y ambos reclamaron como suyos los derechos
de autor de cada historia desarrollada por este medio. Poco después, Certera, reconociendo
el genio del autor literario, cedió los derechos de esos escritos a Pepe, “cualquiera podría
haber escrito el programa”, declaró Certera. También pertenecen a este período:
„Reproducción‟ y „Reciclemos o morimos‟, pero debemos lamentar la imposibilidad de
discutir los méritos y aportes de cada una de estas obras maestras para concentrarnos no en
ese magnífico producto al que se referían como „Casillas‟ (ya que en verdad no tenía
nombre, aunque sí presentaba en la tapa una hilera con ocho pequeños cuadrados en
blanco), porque esta obra ya fue ampliamente discutida. No, la prisa se debe al ansia por
abordar esa obra infinita y totalizadora, que Pepe abordaría en su próxima intervención
pública: la obra no escrita.
Podemos presentar al libro crucigrama (una obra borrada y encasillada) como un
adelanto de lo que él propondría a continuación en su perenne ascenso literario. Un día
como cualquier otro—como suelen ser los grandes días—Pepe convocó a la prensa literaria
para hacer el anuncio más revolucionario en la historia de este noble arte, el autor comunicó
que a su próxima obra no la escribiría. Hubo sorpresa y confusión, todavía nadie
comprendía la idea. Surgieron las preguntas: “¿Escribiría otro autor su próxima obra?”,
“Pensaba empezar por el último libro de una serie, o sea, ¿escribiría su pos próxima obra?”
No y no. Prosiguió el interrogatorio y poco a poco la imagen se fue formando, completa,
total, revolucionaria. La obra no sería escrita y ésa era la obra. La idea golpeó las
vanguardias literarias de todo el mundo con la fuerza de un enfurecido tsunami, todos
quedaron paralizados, reconociendo que el genio de José, el gran Pepe, les había
adelantado. Él había llegado a la meta antes que cualquiera, él había ganado, nadie podía
ser más vanguardista. A medida que la idea se introducía en las aturdidas mentes escritoras,
comenzaron a llegar los aplausos y la aclamación. Eruditos se dispusieron a releer los
clásicos a través de la mirada provista por esta genial innovación (años después, todavía
esperamos sus conclusiones, que seguramente serán iluminadoras).
3. Pepe se embarcó en un ciclo de conferencias por todo el mundo para explicar y
presentar la belleza de esta idea, cuya concreción era invisible y omnipresente, a la vez. De
otros puntos del globo llegaban los comentarios de sus colegas, todos reconociendo el
genio, la inventiva, del gran Pepe. “Muy por delante de nosotros”, dijo uno. “José siempre
se mantuvo en la cabecera por dos pasos, era imposible alcanzarlo”, expreso otro (Respecto
a la ausencia del diminutivo, esto se debe a que en otros idiomas éste jamás fue adoptado)
y, el más osado, declaró: “Llegar donde está él (Pepe) es muy difícil, se requiere mucho
coraje. Yo tal vez no escriba mi próxima obra, pero todavía dudo, ¿soy tan vanguardista?
No lo sé”. La crítica, que siempre acecha a las personas con verdadera importancia, no
esperó para manifestar sus apreciaciones. “No hay nada a lo que criticar”, “menos malos
libros que leer”, “Pepe siempre fue un regalo para nosotros, éste es tan sólo su obsequio
final”, fueron algunos de sus ponzoñosos comentarios, pero tan sólo en esta muestra de
opiniones ya se vislumbra con claridad la incomprensión sobre esta última aportación suya,
la obra ausente, ya que ésta se encontraba en todas partes.
Pepe explicó en sus conferencias que debido a que se trataba de una obra literaria no
escrita, ésta solamente se podía apreciar cuando no se leía un libro pero existía la voluntad
de hacerlo. O sea, la obra no escrita estaba ahí en todo lugar donde el libro concreto no
estaba, en todos los espacios en blanco, ahí. Tan sólo se podía tener contacto con la obra no
escrita, no se podía leerla, y uno estaba en permanente contacto con ella, entre cada línea sí
escrita. A medida que se iniciaba la discusión sobre este gran tema, llegaban las historias
que la obra no escrita había provocado. Un autor decidió hacer desaparecer toda prueba de
la existencia de su más reciente novela, a punto de ser publicada, borró el archivo que la
contenía en su computadora, después sumergió el disco duro en ácido y quemó todas las
copias que tenía de su escrito, incluyendo sus borradores. Pepe, con mucho pesar,
comunicó a ese autor que su obra no estaba no escrita, sino tan sólo destruida y eso había
sucedido desde el principio de los tiempos y no podía calificarse como movimiento
vanguardista. El autor incinerador debió reconocer su torpeza y comenzó, nuevamente, a
escribir esa novela destruida.
Del lejano y exótico oriente nos llegó una historia más triste, a la vez que se
publicaba en nuestra lengua, con traducciones inmediatas a muchas otras, el manual sobre
la creación y naturaleza de la obra no escrita (Volumen trabajado por Pepe y un destacado
literato, profesor de una de las más prestigiosas universidades de nuestro país. Todo un
capítulo estaba dedicado a la confusión que puede provocar la obra destruida). Suplico al
público, se me permita hacer un paréntesis para hablar de otro autor, por dos motivos: uno,
para redundar en la habilidad del gran Pepe a través de la comparación y dos, para recordar
una brillante figura de la palabra escrita; aunque lo fuese a través de ideogramas. Cuando le
llegó la noticia de la obra no escrita, en las lejanas tierras hacia el este, un autor declaró
compungido que él también había sido siempre un vanguardista. El oriental había creado
obras tan ejemplares como „Pictograma‟, en cuatro volúmenes, donde sólo trabajaba con un
tipo de carácter (o sea, un solo símbolo) de acuerdo con la clasificación de Tsu Chen.
Podríamos decir que era equivalente a la serie de „Sustantivo‟, creada por Pepe (respecto a
la cual es contemporánea; aunque independiente), pero a un nivel conceptual muy distinto.
El primer volumen del autor oriental estaba construido por cosas, tsiantsin, el segundo por
ideas y conceptos, Chitsi, y así. Este escritor también creó un libro que se debía leer de
izquierda a derecha y de adelante hacia atrás, algo único en estas regiones.
También vale la pena recordar otra obra, donde se nos narra las diferentes
reencarnaciones de un grupo de personajes y donde el pasado será el futuro. Finalmente
4. mencionaré aquella donde todo sucede entre un conjunto de demonios que se
transformaban en el personaje de turno, uno por vez, y asumían su personalidad y objetivos,
dando la impresión de que nada cambiaba, pero el contexto nos permitía saber que era
completamente distinto, al final parece que ganan los buenos y pierden los malos, pero los
buenos; aunque hicieron el bien, eran en verdad los malos y el fracaso; a pesar de la
victoria, alcanza niveles épicos. Pero cuando se le presentó el desafío de Pepe, con la obra
no escrita, el oriental no pudo ponerse a la altura. El asiático escribía para expresarse;
siempre innovando sobre esas aventajadas obras suyas, el no escribir, para permanecer a la
vanguardia, le era algo inimaginable. Sin embargo, firme y decidido a permanecer en ella
no escribió su próxima obra y no escribiría las próximas y cometió suicidio ritual para
evitarse el dolor que la no escritura le provocaba.
Pepe, en su grandeza, otorgó al oriental el honor de ser el otro autor de la obra no
escrita, la de éste, por supuesto, en su propio idioma; en cambio, el resto de los idiomas
tuvieron que contentarse con traducciones. Fue esta idea, la de las traducciones, la que
incentivaría el último aporte de éste, el autor inmortal, el gran Pepe. A medida que se
iniciaba la última discusión importante sobre la obra no escrita. El argumento que
planteaban los obsoletos opositores al contacto con la obra no escrita, decía que estos
espacios siempre existieron en todas las obras, en todos los tiempos y, por lo tanto, no
podía reclamarse como contacto con la obra no escrita. Pepe tenía una respuesta breve pero
clara: “Sin la existencia del concepto de la obra no escrita, todo espacio en blanco es tan
sólo un vacío, la existencia del concepto de la obra no escrita permite llenar ese espacio con
mi creación”. Contundente, claro, indiscutible. La obra de Pepe había llenado lo que
previamente fueron tan sólo espacios vacíos.
Las traducciones de la obra no escrita se habían negociado en todos los idiomas y la
editorial más importante de nuestra lengua compró los derechos de la misma, pero ¿cómo
podían cobrar o vender algo que no existía? La compra y los pagos se habían hecho por
prestigio, para tener el catálogo completo de este autor revolucionario, pero ellos no
contaban con el favor que la prodigiosa inventiva de él, el gran autor, les haría. Pepe aportó
el concepto, y así la obra, de la historia vivida o imaginada no escrita, entre las obras suyas.
Así, toda persona que había vivido una historia o había imaginado una y no deseaba
escribirla, debía pagar los derechos de autor a José, si eran tan sólo un poco honestos,
porque era suya la obra no escrita. El amor al arte no se hizo esperar y un continuo
manantial de dinero comenzó a fluir hacia las arcas de las editoriales que ostentaban los
derechos de autor de Pepe (en el caso del mencionado autor oriental, estas ganancias iban a
los herederos). Pepe se hacía rico. Los envidiosos, porque ya no podemos otorgarles el
rango de críticos, decían que sólo los impresionables o las personas menos interesantes,
para ufanarse de haber tenido una historia, pagaban por esas supuestas historias vividas o
imaginadas. Debieron tragarse sus palabras cuando se supo que una reina compraba
periódicamente las historias no escritas de y sobre su familia, para evitarse escándalos, “Y
también pagando a los posibles autores” dijeron con menosprecio, pero a esas voces ya no
vale la pena prestar atención.
Ahora, entramos al período más trágico en la vida de él, el inimitable. Todo
comenzó cuando unos ladinos productores de cine decidieron adaptar la obra no escrita al
cine, el proyecto contaba con un presupuesto modesto pero consiguieron a un excelente y
renombrado director. También se decían loas sobre el agente de mercadeo. Durante el
proyecto, y aún después del avasallador éxito de este filme no filmado entre la gente culta,
Pepe, con la entereza que lo caracterizaba, no protestó, esperando con dignidad que se le