1. Héroes anónimos
Lo más duro, lo peor de todo era ser camillero.
Se trataba de militares encargados de la recuperación y transporte de los heridos, que
permanecían en el campo de batalla, a las trincheras y a los puestos de socorro. Al principio
de la batalla, los encargados de estos deberes eran los músicos del regimientos. Más tarde,
debido a las pérdidas, se utilizó a las tropas de reserva, y en las que contribuyeron los más
viejos o desahuciados.
A las tropas en avance no se les permitía parar y auxiliar a los heridos. Todos los heridos
eran transportados a un puesto de socorro, en la trinchera, o en algún otro punto cercano si
se producía una ataque o avance. Algunos de los heridos podían ir por su propio pie, pero la
mayoría tenían que esperar a que los llevasen los camilleros, y si se tiene en cuenta que en
cada compañía acudían 4 camilleros las esperas podían ser eternas para el herido lo que le
empujaba a deslizarse a los cráteres producidos por las bombas, pero a menudo estaban
inundados de lodo y agua lo que provocó que muchos soldados murieran ahogados. La
desesperación en la espera era tan terrible que se cuentan historias de heridos que llegaron
a sus líneas después de haber estado reptando por el barro y el lodo durante días. Otros no
tenían tanta suerte y tenían que esperar hasta más de diez días para ser encontrados y
transportados a un puesto de socorro. Debido al reducido número de camilleros había que
añadir el estado del terreno, y sobretodo el medio de transporte del herido. Los franceses
utilizaban las carretas de dos ruedas para transportar a los heridos pero en otros sectores
franceses resultaron totalmente inútiles. Las montañas de escombros, los miles de cráteres
y el barro entre otras razones así lo mostraron. A la difícil situación del terreno y la continua
mortandad entre los mismos, los camilleros se vieron privados de la ayuda de los perros
que olisqueaban a los heridos, y esque estos valientes animales se asustaban terriblemente
de las detonaciones. En condiciones óptimas dos hombres podía transportar a un herido en
una camilla, pero en condiciones meteorológicas adversas se necesitaban cuatro hombres
para levantar una camilla y al herido. Los camilleros, tenían que evitar cualquier golpe u
obstáculo que perjudicará el estado del herido. El dolor producido por algunas heridas era
tan terrible que morían de shock. Uno de los motivos por los que los camilleros causaban
tantas bajas era porque no podían tirarse al suelo cada vez que oían una detonación o
intuían el sonido de una explosión caer cerca. Su tarea era enormemente peligrosa
sobretodo por la progresiva desaparición de las treguas destinadas a permitir recuperar los
heridos. Sus jornadas eran durísimas y el gran número de bajas los llevaban a los límites de
la resistencia humana. Y a pesar de sus sobrehumanos esfuerzos, eran muchos los heridos
que mueren en el campo de batalla, al haber sido imposible evacuarles. Eso no es una
excusa para honrar y rendir un solemne tributo a aquellos que dieron todo su valor y
esfuerzo, muchos su vida, en un acto de sacrificio por sus compañeros.
2. Ahora hablaremos del Sargento Robert McKay, camillero de la 109a unidad de
ambulancias.
"6 de agosto. Hoy ha sido horrible, me obligaron a llevar algunos heridos al cementerio y a
permanecer allí viendo como morían sin recibir ningún tipo de auxilio médico. Lo peor es
que muy a menudo no les podemos ofrecer ni agua.
7 de agosto. Transporte de heridos arriba y abajo durante todo el día. Condiciones
deplorables, todo es un cenagal. Son necesarios seis hombres para una camilla. El barro en
algunos puntos nos lleva a la cintura.
14 de agosto. Mientras una partida de camilleros transportaba a un herido, un avión se
lanza en picado y los bombardea deliberadamente. El enemigo bombardea a los camilleros
constantemente.
A continuación hablaremos de Anthony Eden, de patrulla por la noche, que descubrió un
herido en la Tierra de nadie
"Estábamos a unos cuarenta metros de nuestras trincheras, cuando oímos lo que parecía
un lamento a mi mano izquierda. Señalé a los demás el lugar y fuimos a investigar. Allí
encontré a Harrop en el borde de un cráter poco profundo. Estaba desangrándose de una
mala herida de bala en el muslo. Dos fusileros trataron de ayudarlo. Harrop, aún muy débil
al haber perdido mucha sangre, estaba tranquilo y con ánimo. Al ponerle un torniquete
insistía, "Más prieto, más prieto, que sino me desangraré". Si quería tener algun posibilidad
de salvarse, teníamos que volver prestos a nuestras líneas. Pero la cuestión era cómo. Los
disparos eran más bien esporádicos, pero al agacharme al lado de Harrop comprendí que
debíamos contar con una camilla si queríamos sacarlo de ahí antes del amanecer. Lo
comenté, y uno de los jóvenes fusileros que estaban con Harrop se ofreció voluntario para
traerla. Pocos minutos después estaba de vuelta con una camilla y un compañero. Se nos
unieron sin ser vistos por el enemigo. Luego vino lo difícil. Sólo teníamos unas decenas de
metros, pero aún así y agachados era imposible llevar a Harrop. Teníamos que levantarlo,
nos arriesgamos y así lo hicimos. No sé sí esa noche el enemigo nos vió y nos perdonó o si
fue la ténue y parpadeante luz la que nos salvó".
Nosotros escogimos a los camilleros por su duro esfuerzo, por su tormento por ver morir a
sus compañeros y muchas veces no poder ayudarlos y por sacrificarse con tanta valentía.
Ciertamente, estos son los auténticos héroes de las guerras, unos héroes anónimos.
Esperamos que les haya gustado.
Sergio Pérez, Paula Tello, Alejandra Presegué, Vincheska Sala de Melo y Javier Carretero.
4°ESO A
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