Un gorrión recién nacido cayó del nido en el agujero donde había nacido y terminó en la terraza del salón, ya sea lastimado por la caída o con una pata rota. Sus padres acudían cada cinco minutos a traerle comida. Al día siguiente por la mañana aún estaba debajo de la mesa y el autor pensaba que no sobreviviría, pero sus padres continuaron alimentándolo y se preguntaba si aguantaría hasta que pudiera volar.