El documento presenta la introducción del autor Marcelino F. Mallo para la presentación de su novela "El Danubio no pasa por Buenos Aires" en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Mallo describe la inspiración para la novela, que trata sobre un joven gallego que se siente atraído por la cultura argentina. Explica que la novela explora las dicotomías entre identidad y sincretismo, y entre Santiago de Compostela y Buenos Aires. Concluye expresando su esperanza de que la novela conmueva a los lectores intelectual o
EVOLUCION DE LA ENFERMERIA QUIRURGICA Y ETICA 1.pptx
Presentación de "El Danubio no pasa por Buenos Aires" en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
1. FERIA INTERNACIONAL DEL
LIBRO DE BUENOS AIRES
Presentación de
“El Danubio no pasa por Buenos Aires”
30/04/2016
Marcelino F. Mallo
2. FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BUENOS AIRES - Marcelino F. Mallo 1
A veces faltan palabras. En ocasiones a uno le gustaría tener la potestad de
inventar el lenguaje y dotarlo de la capacidad de descripción que necesita.
Hacer como antes hicieron Cortázar aquí, Blanco Amor allá. Construir términos,
expresiones propias. ¿Cómo afrontarían ellos un momento así? Una vez más, he
de conformarme con ser yo mismo ante un instante que me desborda. Para mí
esta es una ocasión extraordinaria. No me explayaré demasiado en explicar los
motivos, posiblemente obvios.
Buenos Aires es la capital de la Hispanidad, una de sus capitales al menos, igual
que lo es de la galleguidad, da galeguidade, nadie osaría ponerlo en duda. En
esta realidad descansa una de las razones de la novela que presentamos. En una
actualidad presidida por múltiples redes que, sobre bases técnicas o
económicas, mantienen interconectado cada rincón del planeta, sobreviven
esas otras relaciones surgidas de la Historia, conexiones de un valor difícil de
estimar que condicionan buena parte de nuestro presente. Quizás este pueda
ser un lema que resuma “El Danubio no pasa por Buenos Aires”: las conexiones
creadas por la Historia.
En términos concretos, el relato empieza, como tantas otros, a partir de un caso
real. Se trata de un joven, aún adolescente, de padre gallego y madre castellana
sin ningún vínculo con Argentina. Un buen día comienza a utilizar el acento
típico porteño, ese que es sedimento secular, el reposo continuado de fonemas
y entonaciones. Comienza también a utilizar palabras del lunfardo: piola,
morfar, quilombo, guita. Se interesa por la liga argentina, los derbis o clásicos de
España le traen sin cuidado. Viste la camiseta de River cada dos días. Escucha
cumbia colombiana, la música que está de moda aquí. Besa en la mejilla a los
hombres a modo de saludo, como se hace en Buenos Aires. Y bien, ¿qué le ha
pasado a este muchacho?, se pregunta todo el mundo.
Llegué a la conclusión de que aquella metamorfosis del joven gallego podría
engendrar una buena historia. Y así nació “El Danubio no pasa por Buenos
Aires”, convirtiendo un ser real en personaje de ficción. Aprovechamos su
evolución voluntaria para reflexionar sobre el concepto de identidad, tantas
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veces confundido con idealismo. Cibrán Salgado, el muchacho que quiso ser
argentino, observa aquella realidad distante y la idealiza, construye un
imaginario perfecto adaptado a su propia personalidad y forma de entender la
vida. Hasta las villas miseria lo seducen, incluso el oficio de cartonero le resulta
atractivo. Cibrán renuncia a las circunstancias de su entorno y, con un océano
por medio, crea un hábitat alternativo donde imagina integrarse. Su objetivo no
parece ser la felicidad sino habitar el lugar que, según entiende, le corresponde.
Fue este el primer reto que representó la novela: aprender a sentir este país
igual que lo hacía su personaje. ¿Cómo conseguirlo? Principalmente con el
recurso a su literatura. Leí todo cuanto pude ficción procedente de Argentina.
No hablo de esa santísima trinidad formada por Borges, Sábato y Cortázar, un
género cada uno en sí mismo. Tampoco de autores que crearon un universo
propio, una literatura posiblemente apátrida, tipo César Aira, Rodrigo Fresán o
Carlos Salem. Me refiero más bien a Manuel Puig, a Roberto Artl, a Rodolfo
Fogwill, a Juan José Saer, a Marcelo Cohen; y a Ricardo Piglia, a Martín Caparrós,
a Sara Rosemberg, a Andrés Neuman, a Marcelo Luján; y también a María Rosa
Lojo, a Claudia Piñeiro, a Eduardo Berti o a Fernández Díaz. Ellas y ellos, a través
de sus obras, me enseñaron el sentido de lo intangible argentino, y gracias a
ellas y ellos pude escribir esta novela.
Transcurridos cinco meses desde el lanzamiento, vuelvo a reflexionar sobre su
contenido más hondo y llego a la conclusión de que es esta una novela de
dicotomías. Dicotomía como par de conceptos complementarios. Hablábamos
del conflicto de identidades que refleja la actitud de Cibrán Salgado, uno de los
protagonistas de la historia. Entendemos normalmente que la identidad resalta
las propiedades del individuo, lo encastra en un colectivo empático que se
vuelve más fuerte cuanto más se vanaglorien esas cualidades diferenciales.
Visto así, resulta sencillo entender que de la competencia entre identidades,
surja en tantas ocasiones el litigio y la colisión.
Coloquemos frente a la identidad el sincretismo. Es un concepto que se repite
hasta tres veces en la novela. Y es que Argentina saldría campeona mundial en
un concurso de sincretismo. El sincretismo como repulsión de la pureza y del
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sectarismo, como exaltación del cruce, de la combinación, del mestizaje. El
sincretismo como motor de una diversidad que a través de la mezcla continua
se vuelve infinita. Y entonces la identidad queda, paradójicamente, como
concepto transitorio. Identidad y sincretismo forman una de las dicotomías
principales que se encontrarán en “El Danubio no pasa por Buenos Aires”.
Y hallamos una dicotomía quizás algo cruel nada más empezar la historia, que se
inaugura con esta primera frase: “Había tomado a Cibrán por tan argentino
como podrían serlo Maradona o Borges”. Maradona campando en su esquina,
quizás campaneando; Borges ocupando la suya, y en el medio, todo un país.
Una nueva dicotomía la encontramos en el escenario de la historia: Santiago vs
Buenos Aires. Semeja que la novela se escribiese como el telón de fondo de la
Feria. La mayor parte de la narración transcurre en Santiago, capital de Galicia.
El relato prescinde del valor transcendental que Compostela juega para
Occidente y de su propia configuración urbana. Santiago deja de ser ciudad
icónica pero refuerza su condición de coliseo de vivencias y también de
miserias, una ciudad donde lo burocrático y lo estudiantil adquieren carácter.
No nos interesa la monumentalidad ni el trazado urbano de Compostela, tan
solo sus actores, llamémoslos así. Y por eso la Universidad se muestra tan
presente así como también aparecen rasgos propios de la Administración e,
incluso, alguna señal de su legado clerical. Santiago, en resumen, actúa como
contenedor de la historia y como símbolo.
Si Santiago es el escenario del relato, Buenos Aires se convierte en su esencia, la
Arcadia imaginada por Cibrán Salgado, su destino idealizado, mito antes que
realidad. Frente a un Santiago aletargado y oscurecido, Buenos Aires surge
luminoso y pletórico en un recorrido que va delineando la voluntad
desenfrenada de Cibrán. Esa mirada sesgada queda corregida a partir del viaje
que realiza el narrador, Juan Carlos Rubido, el cual nos aporta una perspectiva
neutra, incluso científica, a veces tan solo la lectura de un turista. En cualquier
caso, la fotografía completa que transmite la novela puede equipararse con la
visión más o menos tópica, más o menos informada, que de la Argentina se
tiene desde Galicia o España.
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Decimos que el escenario es Santiago y en especial su Universidad. En ella se
encuentran Cibrán Salgado, alumno, y Juan Carlos Rubido, profesor. Es la
Facultad de Historia, que aporta al relato un concepto, eso mismo, histórico: el
concepto de “restauración”. La Restauración representa, posiblemente, el tipo
de período más odiado en cualquier evolución histórica. Procede, como
sabemos, del siglo XIX, la reacción del Antiguo Régimen contra los gobiernos de
la Revolución a fin de recuperar su dominio absolutista y la posición privilegiada
de los clanes hegemónicos. El siglo XX vive períodos restauradores radicales, la
Guerra Civil en España, seis golpes militares en Argentina, por ejemplo. Y el siglo
XXI también. Galicia es experta en períodos de restauración. Al más mínimo
intento de avance, reaccionan los poderes de siempre.
Me permitirán leer un breve fragmento de “El Danubio no pasa por Buenos
Aires”, que localizamos en sus páginas 42 a 44. A través de esta lectura,
desvelaremos el proceso de un movimiento restaurador, el cual se ubica en la
novela, como decía, en la propia Facultad de Historia donde transcurre buena
parte de la narración.
“Viví el ascenso de Serafín Piñeiro… pg. 42 … … derecho sucesorio en el cual
la comunidad acreditaba pg. 44”
El regreso a las pautas seculares pone en evidencia una nueva dicotomía, como
aquellas que tuvieron lugar entre güelfos y gibelinos, o entre girondinos y
jacobinos, entre los partidarios de mantener el statu quo, los beneficios de
clase, y aquellos otros que exigen igualdad y progreso social. Este fenómeno
dicotómico se pasea tranquilamente a lo largo de los siglos y múltiples eventos
históricos están tocados por esa ansia de recuperar los privilegios de las clases
tradicionalmente hegemónicas. Como hemos visto, dentro de nuestro relato, la
pugna se produce entre el nuevo hombre fuerte de la Facultad, Serafín Piñeiro,
persona sobre todo eficaz, numerario del Opus Dei, y el propio Juan Carlos
Rubido, que lucha por mantener la libertad del método y del pensamiento.
El resultado de esta contienda termina por desestabilizar a Rubido, quien se
siente ajeno a la colectividad universitaria, reniega de su conocimiento, corta
todo vínculo con su círculo de relaciones y llega a considerar la ciudad que
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habita como un marco impersonal e intrascendente (¡Santiago!). Los únicos
recursos que le sirven de algo son las strippers de Internet, los libros de Claudio
Magris y Benedetto Croce, y su amigo Antón, quien lo hace sentir de cierta
utilidad. Cuando Cibrán y Rubido se encuentran, ambos posiblemente fuera de
tiempo y de lugar, cada uno cree reconocer en el otro una oportunidad que les
devuelva el interés por seguir adelante.
Tenemos así pues hilo argumental, escenario y hasta tres protagonistas.
Necesitamos ahora un elenco de personajes que acompañen a Juan Carlos
Rubido, profesor de Historia Antigua y maestro preferido de Cibrán, al propio
Cibrán Salgado, alumno excéntrico y desafiante, y a Serafín Piñeiro, el
vicerrector que comanda la Facultad con poderes plenipotenciarios. Juan Carlos,
convertido en relator, nos va a narrar lo sucedido con Cibrán y Serafín pero
también con Antón Domínguez, el bueno de Antón, profesor de Historia
Moderna y su único amigo en la ciudad; con Ornela Mato, la alumna femme
fatale; con Verónica Menéndez antigua amante y de nuevo confidente; con
Esteban Zincke, un pusilánime jefe de departamento; o con el inspector Valiña,
involuntario inductor de traiciones. Personajes con intereses contrapuestos y
con personalidades incompatibles. Todas lo son de alguna manera, compatibles
e incompatibles en función de las circunstancias. En nuestra novela, las
circunstancias se rebelan, toman el dominio de la situación y provocan un
conflicto irresoluble, o más bien, un conflicto que permite un único refugio o
conclusión.
Los personajes se convierten, así sucede siempre, en los dueños del relato. Un
buen amigo mendocino me espetó no hace mucho: “no estoy de acuerdo con
uno de los aspectos que tratas de la historia de Argentina”. “A mí qué me
cuentas”, le contesté yo; “pídele explicaciones a Juan Carlos Rubido, es su
versión no la mía”. Este factor, esta nueva dicotomía –autor vs personaje–
constituye una cuestión transcendente: tantas veces comprobamos en la novela
contemporánea cómo los personajes adoptan la personalidad y expresión de su
autor. La novela debe funcionar justamente al revés: es el autor quién ha de
asumir el carácter de los personajes.
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Y bueno, hay más: tenemos un vínculo de amistad condenado al desastre; unas
relaciones intergeneracionales poco menos que insostenibles; hombres que
sucumben ante mujeres fuertes; la sensación de agujero negro, de
claustrofobia, que con tanta frecuencia propician las instituciones y los centros
de trabajo; una reflexión en torno a la emigración, qué es: ¿amenaza o
resolución?; y tenemos el peso inexorable de la Historia, con mayúscula, en
cada una de las microhistorias. Todo eso es, o quiere ser, “El Danubio no pasa
por Buenos Aires”.
Permítanme terminar con un par de citas que ilustran la dicotomía que forman
las tareas de escribir y de leer a través de las cuales una novela existe. Así,
Juan José Saer sentenció: “Escribir es sondear y reunir briznas o astillas de
experiencia y de memoria para armar una imagen”. Por lo menos lo hemos
intentado. Por su parte, Jorge Luis Borges decretó: “leer es una fuente de
felicidad”. No aspiro a tanto, claro! Me conformo con que, en algún momento,
“El Danubio no pasa por Buenos Aires” les llegue a conmover: bien su intelecto
o bien sus conciencias.