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María cartuja
Ni enojadas que estuviéramos. Como que soy María Cartuja I, te lo juro Petronila. Cómo se
te ocurre dudar de mi solidaridad. No más regrese Pacholuis, le digo que me preste los dos
mil pesitos. Cómo vamos a dejar sin ajuar la nena. Lo que sí me parece el colmo es que el
padre Alberto salga con esas cosas. Conociendo como conoce a la feligresía. Nunca había
pasado eso aquí en Punta Canela en este cuarto de siglo que llevo viviendo en esta tierrita. Si
no más mi mamá, que ha sido tan de la iglesia y que le ha ayudado tanto, siempre ha sido de
la opinión de liberar el espíritu. Haciéndolo más cercano a lo mundanal. Y menos aplicado a
esas amarras religiosas, ya caducas, según ella. Dizque amenazar a tu familia, con el cuento
ese de que los(as) bautizados y bautizadas deben parecerse a los ángeles. Y que, por lo tanto,
deben vestir tal cual. Es decir, de blanco el vestidito y además en el caso de las niñas, con
encajes azules en honor a la Reina Madre.
Tal parece que se le olvidó cómo llegó aquí. Con una sotana hecha hilachas. Un sombrero
que más parecía una gorra de basurero. Y que fuimos nosotras, las de la Cofradía de San
Miguel, quienes lo hospedamos. Esther le cedió el cuarto de Juvenal, que se fue para Méjico
con su Mariachi Botero. Y es que, me da una rabia, viendo como vio que ayudamos para que
sacaran al padre Alonso de la Casa Cural. Se estaba haciendo el remilgado. No quería irse.
Fuimos nosotras las que le escribimos al Obispo Marceliano. Diciéndole que, aquí en nuestro
pueblo, no caben las pataletas de curas amargados.
Y es que esa época fue muy tormentosa. Siendo yo una pelaita, de escasos tres añitos, me
tocó lidiar con esos braveros vergonzantes que tenían asolada toda la comarca. Que vi cuando
mataron a casi toda una familia. Por el asunto ese de linderos, usted sabe Petronila. Y que, a
fuetazos me cogió mi padre, cuando le dije que ese grandulón de Serapio no era guapo sino
con quienes no se pueden defender. Y que fui yo quien no dejé zarandear a ese cura remilgón.
Y que, además, puse trampas de doble uso, en todos los rincones y esquinas. De doble uso
para ratas, ratones y similares. Y para los jarretes de esos perversos.
Y, cuando llovía a cántaros, le prestamos la capa de hule y casco, para que pudiera visitar e
impartir la extremaunción a los (as) enfermos y enfermas próximos(as) a morir. Tal vez no
se acuerda que le regalamos una mula para que la montara, facilitándole las travesías en
Semana Santa. Y que, cuando hubo las primeras elecciones, hicimos campaña por Baudelio
Higuita, hijo de doña Brígida y de don Everardo, el mandamás de este pueblito. Y que,
cuando mataron a Lázaro Perdomo, fuimos nosotras las que le conseguimos la cajita,
juntando nuestros ahorritos. Y que intervinimos ante el Obispo Pilatos Madariaga, para que
le permitiera al hijo mayor de Lazarito y de doña Begonia, lo sucediera como sacristán.
En verdad me da ira santa saber que este padrecito Alberto venga con esas. Como si no
recordara que, a mediados de octubre hace tres años, linchamos al tipito ese que intentó robar
la Custodia del Santo Eccehomo. Y que, para más veras, construimos el local para la
Cooperativa que comercializa las cosechas de arroz y maíz. Desplazando a esos picaros
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intermediarios. Y que hicimos cadena de oración, rogándole a Dios que aliviara al Cardenal
José de Arimatea Bermúdez, cuando estuvo tan enfermo. Petronila, fíjese que es como si
hubiera olvidado el padre Alberto, que, en esos días aciagos, cuando partieron a Colombia
en dos bandos. Y que, por esto mismo, construimos trincheras para defender esta tierrita,
cuando llegaran los rojos, que venían asolando la región e invitando a no creer en Dios ni en
el dogma del misterio Trinitario. Y que nos turnábamos para hacer vigilia toda la noche, para
impedir que nos cogieran de sorpresa. Y que, en los diciembres, decoramos el Parque Central
Pioquinto Rengifo y el Pesebre Comunitario que hacemos, en vivo, ha ganado varios
reconocimientos de la y el mismísimo Vaticano.
No sé cómo olvida que, cada año, nos encargamos del Altar de San Isidro Labrador. Que
llenamos la Casa Cural de bultos de arroz, plátanos, maíz, gallinas y cerdos. Y que
incineramos a la Bruja Bertilda. Y que nos negamos a recibir la recompensa ofrecida, por
parte de Monseñor Hipólito del Carmen Bajonero. Como si fuera fácil olvidar el día aquel en
que le quemamos los cultivos de plátano y caña dulce, propiedad de Gaspar Monsalve. El
mismo que cerraba la puerta y ponía el radio a todo taco, cuando pasaba la Procesión de
Once, el Viernes Santo. Y que recogimos dinero, haciendo empanadas para pagarle al
muchachito ese de las Gómez, para que lo matara en las afueras, tirara su cuerpo al rio.
Y qué no decir de la vez en que organizamos todo lo concerniente a la fiesta cuando llegó la
imagen de María Auxiliadora. Que fuimos nosotras quienes convencimos a Monseñor
Humberto Pira Liévano para realizar la gestión necesaria para que incluyeran nuestro
pueblito en la romería organizada por Don Pascual Berrio, el alcalde de San José Magno. De
paso le cuento Petronilita, que el que es hoy Presidente de la Federación de Congregaciones
Marianas, fue novio de mi hija Encarnación.
Y qué decir de la Peregrinación que impulsamos e hicimos hasta Girardota Antioquia, para
visitar al Señor Caído. Como retribución por todos los favores recibidos. Principalmente,
aquel que permitió la lluvia, cuando hubo esa sequía tan horrible. O cuando desaparecimos a
la hija mayor de Doroteo Zuluaga y Sara Bohórquez, que vinieron a predicar el ateísmo.
Ernesto Benjumea y Cristo Fernando Úsuga se la llevaron bien lejos. Mandado que resultó
más barato que lo que pensábamos.
Segundo Episodio.
No lo deje entrar doña Bárbara. Quién sabe de dónde vendrá, y que intenciones trae: Mejor
vamos hasta la Alcaldía. Ese Coronel si es capaz de ponerle el tatequieto a cualquiera. Como
que me llamo Cartuja II y, con el poder que me da el ser suegra del Epifanio, glorioso soldado
de la Patria; aportaré todo mi esfuerzo por pacificar este País.
Como es de raro ese abuelo de Rosalbita. Estoy por creer que algo tuvo que ver con el
mariposo ese de Cayetano. ¿Recuerda lo que pasó, el año pasado?.. En plena ceremonia
militar de graduación de mis dos hijos, don Lucrecio Jaramillo, intentó matar al Brigadier
General, que vino en representación del Gobernador Isidoro Fonseca. Y lo cogimos a batazos.
Con el primero, que le di en la cabeza, tuvo. Oiga mija, yo no sabía que el cerebro es como
una masa gelatinosa, gris.
Como si fuera poquito, Américo Asdrúbal no ha llegado. Tanto que le insistí, Barbarita, que
no se demorara. El patrullaje en la noche me pone intranquila, señora María Cartuja. No sé
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porque no he podido olvidar ese cuerpo desmembrado que encontramos, yendo para Pajarito.
Cuando Federico Fonseca, era Jefe de Zona, sucedieron muchas cosas. Como esa que me
cuenta del abuelo de Rosalbita. Dizque vino desde Armenia, cuando se desató la violencia.
Pero estuvo un tiempo sin salir, ni a la ventana. Solo salió a la calle, el 20 de Julio del año
pasado. Y eso por la mañana. Como si temiera algo o a alguien. Esas gafas obscuras le quedan
grandes. Y nunca se las quita. Creo que hasta duerme con ellas puestas.
Como que soy hija del Sargento Matallana, le insisto, señora Bárbara no lo vaya a dejar
entrar. Recuerde que esos bandidos son muy engañosos. Comoquiera que lo único que les
interesa es apoderarse de los valores ajenos. Para ellos, nunca median consideraciones de
respeto a los derechos humanos de los demás. ¡Por favor no lo deje entrar ¡ O nos veremos
perjudicados (as) todos y todas que habitamos en Punta Canela.
Además, como que soy Cartuja desde antes de nacer. Como que soy hija de mi madre desde
siempre. No vaya a ser que se desconozca el sentido de pertenencia que ha exhibido nuestra
familia, a través del tiempo. Desde inmemoriales momentos. Casi despuesito del triunfo de
la Campaña Libertadora. Claro que, mi bisabuelo, estuvo del lado de los llamados Realistas.
Tanto como que apoyó, con recursos de su Hacienda la Coloniala, La Campaña de
Exterminio y de Recuperación del Mandato de la Corona, emprendida por Don Pablo
Morillo. Y, como si fuera poco, entregó todos sus hijos para lo que él llamó “La
Reinstauración del Poder de Dios. Y que decir tiene el hecho de su ingreso a la Cofradía de
las Madres Vírgenes Visitadoras. Somos de tradición, Barbarita. Y seguiremos siéndolo por
mucho tiempo más.
Tercer Episodio
Cómo no voy a recordarlo, mija. Si llegué a la par con él, hace cuarenta años. Aquí, en Punta
Canela, creció al lado de mis hijos e hijas. Cómo que me llamo María Cartuja Tercera. Su
papá fue elegido Alcalde, con los voticos que levantamos todas nosotras; las de la Cofradía
Virgen del Carmen. Llegaron achilados. Sin un peso. Pero, casi hay mismo percibimos su
talante. Muy parecido al de Augusto Fourier; el gringo ese que llegó a dominar todo el
comercio de la región. Con mucho ímpetu. Pero, también, con mucha rosca. Muy amigo de
los Valencia C. trabajó siempre a su lado. Ahí en el Directorio Conservador del
Departamento. Primero, le consiguieron un plante de casi un millón de pesos. Un jurgo de
plata en ese entonces. Luego, lo conectaron con los gerentes de los principales bancos. El
Gran Banco Central. El Banco Ambrosiano. El Banco Gota a Gota… en fin todos de alto
vuelo.
Todavía tengo clarita la imagen de su mamá. Doña Francisca. Matrona de armas tomar. Con
decirle que asistieron todos los partos habidos durante casi diez años. Trabajaba por
levantarles a los niños y las niñas, jugueticos en Navidad. Se apoyó en las influencias de su
hijo. Y ya le conté que este, a su vez, se hizo íntimo de las familias más prestantes de la
Capital.
Y qué decir de los servicios prestados a los ricos de la comarca. Siempre les brindó
protección. Tanto así que los grupos armados que se crearon, durante los años duros de la
Guerra, siguieron operando aun cuando esta terminó Lo vigilaban todo…y a todos y todas.
No se movía una pulga sin que ellos lo supieran. Cuando llegaron los izquierdistas, antes de
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que pelecharan, los acabaron. A sangre y fuego que llaman. No quedó piedra sobre piedra.
Más bien quedaron huesos sobre huesos. A mí me conmovió mucho la muerte de doña
Zoilita. Mujer ejemplar, solidaria a morir. Pero llevaba el estigma de apoyar a su esposo y a
sus hijos. Dio la vida por ellos.
Lo de Juliana Pamplona fue otra cosa. Se hizo guerrillera del Frente Treinta Seis. Se salvó
de milagro. Cuando allanaron y quemaron su casa, Zoilita, como pudo, la disfrazó de monja
y así pudo salir sin que la reconocieran, los Apóstoles (así se llamaban y se llaman aún los
Recuperadores de la Fe en Dios y Todos Los Santos).
Y esa muchacha era arrecha desde pelaita. Con decirle que hizo sublevar a todos (as) los(as)
jóvenes del Pueblito, cuando el Padre Absalón Machado, prohibió los bailes los sábados.
Claro que, hasta cierto punto, él tenía razón. Porque se veían unas cosas, nena. Besos y
abrazos. Cogidas de cola y de senos. Muchas crías hubo. Casi niñas, muchas se hicieron
madres. Pero, desde otro punto de vista, el curita fue muy autoritario y, yo diría que perverso.
Imagínese Pachita que a las muchachas las hizo tusar y a los muchachos los hizo marcar en
sus brazos con la imagen de la Virgen... Dizque para que recordaran siempre sus pecados. Y,
además, “Los Apóstoles”, los levantaron a planazos, hasta que se cansaron. Las nalgas les
ardían.
Y fíjese la vaina. Todo el aspaviento alrededor de ese problemita. Pero nada ha dicho o hecho
el curita ante la matazón que hierve por todos lados. En ciudades grandes y pequeñas. En
pueblitos de escasos cinco mil almas. Cuando yo dije eso, en el velorio del viejito Peralta. Al
que mataron por haber votado por Aristóteles Núñez, candidato al Concejo Municipal. Sobra
decir que a él fue al primero que mataron después de las elecciones. Y se incendió el campo.
Muertos por aquí y por allá. Yo recuerdo el caso de Virginia Peralonzo. La mataron
despuesito que su marido quemó un afiche de Guillermo León Valencia. Allí no más. En el
Parquecito. Yo nunca estuve de acuerdo con esa forma de enseñar religión e historia que
llaman patria. Ese curita Astete y esos señores Henao y Arrubla, nos llenaron la cabeza de
aserrín. Según estos últimos, nosotras las mujeres no hemos hecho nada. Ni Policarpa. Ni
Manuelita. Ni María Cano. Ni Virginia Pineda…ninguna pues.
Pero lo más tenaz lo constituyen esas acciones perversas. Esos Decretos y Leyes. Y la misma
Constitución de 1886. Nosotras somos retratadas como proclives al síndrome pecaminoso
heredado de Eva. Sin horizontes plenos de libertad. Y, después siguió el otro Lleras. Y,
después Misaelito. Cuando le robaron las elecciones al achatado de Rojas Pinilla. De todas
maneras hubiera sido lo mismo.
Como que me llaman y me llamo María Cartuja Tercera; no descansaré hasta ver a mis hijas
profesionales universitarias. Que no les vaya a pasar lo que a mis hijos. Que los engañaron
de oficio. Resultaron siendo estudiantes del Seminario Mayor de Pueblo Viejo. Ahí cerca de
Popayán. Cuando el acuerdo había sido otro. Así pues, mijita, que yo tengo mucho que
contar. Pero, también mucho que callar. Si no lo hago, algo me recorrerá pierna arriba, como
dicen los señores ahora.
Yo ya estoy curada. No solo de lo vieja en años. Sino también de tantas cosas malas juntas.
Que me han pasado. No solo a mí; sino a todos y todas que somos conminadas a decir una
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cosa y pensar otra. A decir que sí, diciendo que no. En fin. Todo lo habido y por haber se
conjugan. No sé si ya te conté lo que me pasó con El Indio Vergara. Se las ha dado y se las
da de hacedor de talismanes. En contra del mal de ojo. Y en contra de las envidias. Y de la
mala leche.
Resulta y pasa que su mujer vino un día aquí, a mi casa y me contó tremendo rollo. Que,
cuando lo de la Toma del Palacio de Justicia, en noviembre seis de 1985, su querido estaba
en una sesión de autocontrol con el Presidente Belisario Betancur Cuartas. Y que, mi
indiecito, le advirtió lo que iban a hacer los integrantes de la Cúpula Militar. Y que, Belisario
le dijo: ¡Qué va mi Nativo¡ Yo los tengo bajo control. Tienen que respetar a su Presidente.
Qué él no admitiría ninguna otra acción que la negociación. Y mire Cartujita lo que pasó.
Cuál Presidente ni que nada. “…Usted hace lo que nosotros digamos y punto. Le pasó lo
mismo que a Guillermo León Valencia, con su Ministro de Guerra (como se llamaba antes el
Ministerio que hoy llamamos de Defensa).
Y sí que pasó lo que pasó. A mí me dio mucho miedo. Y eso que estaba a casi a quinientos
kilómetros de distancia. Allí, en mi Santandercito de Quilichao Hermoso. Tierra de
tropeleras. Con decirle que se arruga más fácil Gartubela, la excepcional.
Y dele, una semana después lo de Armero. Y antes lo de la tal Paloma de la Paz. Lo de la
negociación con los subversivos. Nada de Nada. Puro cuento. Porque este País no tendrá
arreglo así, por las buenas.
Y se me vino a la cabeza lo de Gandhi. Y lo de Mandela. Mucho lo templaos. Su coraje a
toda prueba. Sin veleidades. Extirpe de hombres absolutos. Sin nada entre las manos, pasaron
a gobernar con su ejemplo. Aquí y allá. Pero sigo con lo de la mujer del Indio Vergara. Me
dijo que leyó el tabaco Julio César Turbay. Y que, le dijo: doctorcito sus días están contados.
Como reyezuelo. Como bailador, por lo bajo, del Polvorete. Y, asimismo, le dijo: doctorcito
la veo dura para usted. Pero eso se lo ha ganado. Por lo bruto. Usted no sabe diferenciar entre
átomo y molécula. Usted cree que es lo mismo decir “hay viene Josefina” que “Josefina viene
de Viena”.
Yo no soy quien para decirte, nenita, lo que debes creer o no creer. Pero lo cierto es que te
invito a no tragar entero. Ni siquiera en tu casa. Con ese perdulario de Adonías, tu padre. Yo
diría, más bien, cono ese hijueputa como dueño de hogar.