2. Salvación
Salvación. Tanto el AT como el NT están
centrados en la concepción de la
“salvación”, basada sobre el hecho de
que el hombre, totalmente arruinado por
la caída, y por ello mismo destinado a la
muerte y a la perdición eternas, tiene
necesidad de ser rescatado y salvado
mediante la intervención de un Salvador
divino. Así, el mensaje bíblico se
distingue claramente de una mera moral
religiosa que dé al hombre consejos de
buena conducta o que preconice la
mejora del hombre mediante sus propios
esfuerzos. También se halla a una
inmensa distancia de un frío deísmo, en
el que la lejana divinidad se mantenga
indiferente a la suerte de sus criaturas.
En el Antiguo Testamento
En el AT el Señor se revela como el Dios
Salvador. Éste es, entre una multitud de
otros, Su más entrañable título en
relación con nosotros, el más bello de
ellos (2 S. 22:2-3). Él es el redentor, el
único Salvador de Israel (Is. 25:9; 41:14;
43:3; 11; 49:26), y ello de toda la
eternidad (63:8, 16). Ya en Egipto
empezó a manifestarse en este carácter,
al decir: “Yo soy Jehová… yo os libraré”
(Ex. 6:6). Él liberó a Su pueblo del horno
de aflicción, del ángel exterminador, del
amenazador mar Rojo, y Moisés
exclama, ante todo ello: “Bienaventurado
tú, oh Israel. ¿Quién como tú, pueblo
salvo por Jehová, escudo de tu socorro,
y espada de tu triunfo?” (Dt. 33:29). No
se trata de los miles de medios que
emplea Dios, sino que es el mismo Dios,
Su presencia,
3. Su intervención victoriosa, lo que salva (1 S.
14:6; 17:47). David exclama: “Dos mío… el
fuerte de mi salvación” (2 S. 22:3). ¿Quién es
el que puede resistir, cuando Dios se levanta
para salvar a todos los mansos de la tierra?
(cfr. Sal. 76:8-10). Él salva a Sus hijos,
frecuentemente rebeldes, a causa de Su
nombre, para manifestar Su poder (Sal.
106:8). El profeta puede decir a Sion: “Jehová
está en medio de ti, poderoso, él salvará”
(Sof. 3:17), y el salmista no deja de ensalzar
la salvación de Dios (Sal. 3:8; 18:46; 37:39;
40:17; 42:5; 62:7; 71:15; 98:2-3, etc.). Esta
salvación comporta además todas las
liberaciones, tanto terrenas como espirituales.
El Señor salva de la angustia y de las
asechanzas de los malvados (Sal. 37:39;
59:2); Él salva otorgando el perdón de los
pecados, dando respuesta a la oración,
impartiendo gozo y paz (79:9; 51:12; 60:6;
18:27; 34:6, 18). Sin embargo, el Dios
Salvador, en el Antiguo Pacto, no se
manifiesta aún de una manera plena; se halla
incluso escondido (Is. 45:15).
El Señor responde a la humanidad
sufriente que le pide romper los cielos y
descender en su socorro: “Esforzaos… he
aquí que vuestro Dios viene… Dios mismo
vendrá, y os salvará” (35:4).
En el Nuevo Testamento
Cristo es ya de entrada presentando como
el Salvador, y no sólo como un Maestro,
amigo o modelo de conducta. El ángel dice
a José: “Llamarás su nombre Jesús
(Jehová salva), porque Él salvará a su
pueblo de sus pecados.” Zacarías bendijo
al Señor por haber levantado “un poderoso
Salvador” (Lc. 1:69). No hay salvación en
nadie más (Hch. 4:12). Jesús es el autor
de nuestra Salvación (Hch. 2:10; 5:9). Dios
envió a Su hijo como salvador del mundo
(1 Jn. 4:14), no para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por Él
(Jn. 3:17; 12:47). El Hijo del Hombre vino a
buscar y a salvar lo que se había perdido
(Lc. 19:10);
4. vino, no para perder las almas de los
hombres, sino para salvarlas (9:56). La
verdadera dicha es la alcanzada por
aquellos que pueden exclamar:
“Sabemos que verdaderamente éste es
el Salvador del mundo, el cristo” (4:42).
En el Nuevo Pacto, el término de la
salvación se aplica casi exclusivamente
a la redención y a la salvación eterna. La
salvación viene de los judíos (Jn. 4:22).
El Evangelio es la palabra de salvación
predicada en todo lugar (Hch. 13:26;
16:17; 28:28; Ef. 1:13); es poder de Dios
para salvación de todo aquel que cree
(Ro. 1:16). La gracia de Dios es la fuente
de la salvación (Tit. 2:11), que está en
Jesucristo (2 Ti. 2:10). Dios nos llama a
que recibamos la salvación (1 Ts. 5:9; 2
Ts. 2:13). Es confesando con la boca
que
Llegamos a la salvación (Ro. 10:10);
tenemos que ocuparnos en nuestra
salvación con temor y temblor (Fil. 2:12).
Somos guardados por el poder de Dios
mediante la fe para alcanzar la salvación
(1 P. 1:5; 9). Mientras tanto, esperamos
al Salvador, al Señor Jesucristo (Fil.
3:20), por cuanto se acerca el momento
en que se revelará plenamente la
salvación conseguida en el Calvario (Ro.
13:11); ap. 12:10). No escapará el que
menosprecie una salvación tan grande
(He. 2:3). Al único y sabio Dios, nuestro
salvador, sea gloria y majestad, imperio
y potencia, ahora y por todos los siglos
(Jud. 25).
Diccionario Bíblico Ilustrado Vila-Escuain