1. El soldado y el poeta
José Acevedo Jiménez.
- Los horrores de la guerra, ¿cómo los he de olvidar?,
tanta penuria y tristeza, de mi mente no puedo sacar. –
Pensó el soldado taciturno, al ver de lejos su hogar. A pocos metros
le esperaba una esposa, un pequeño y aire fresco para respirar.
Pese al paso de los años, persistían los malos recuerdos; de los
horrores de la guerra era el soldado un prisionero.
- Por más que intento, trato, de mi amargo pasado no puedo escapar. Esta
carga,
esta agonía, ya no puedo soportar. – Pensó para sus adentros, mientras
veía jugar a su pequeño; única razón por la que se mantenía cuerdo.
Pero, un día conoció a un amigo inesperado. Sobre una vieja mesa había
un libro olvidado. Con ternura, cual bebé, lo tomó entre sus brazos; en un
susurro leyó el nombre de aquél libro apasionado. – “Versos de amor en
primavera”, “versos de amor en primavera”… - Leyó una y otra vez,
escuchando la voz del poeta que le decía: “anda y lee, desahoga tus
penas”.
2. Sin tiempo que perder, avivó el fuego de la chimenea. Y, libro en mano,
acomodado, leyó hasta el cansancio aquellos versos de amor de un poeta
magistral. Y dormido, en un sofá, no dejaba de soñar.
Era soldado en su sueño, llevaba fusil y casco puesto. ¡Estalló la guerra,
se cometían horrores!, pero, de su arma brotaban girasoles. Palabras, de
pasión, salían en vez de metralla y la voz del poeta aplacaba las almas
airadas que sucumbieron ante tanto amor.