1. ROALD DAHL, Matilda. Alfaguara juvenil (p. 76): 87 palabras.
La señorita Honey comenzaba a sentir estremecimientos. No le cabía la menor duda de que se
encontraba ante un cerebro matemático verdaderamente extraordinario y en su mente empezaron a
revolotear palabras como niña genial y niña prodigio. Sabía que esa clase de maravillas surgen en el
mundo de vez en cuando, aunque sólo una o dos veces en un centenar de años. Al fin y al cabo,
Mozart sólo tenía cinco años cuando comenzó a componer piezas para piano, y hay que ver a lo que
llegó.
2. RENÉ GUILLOT, El gran libro de la estepa
Zinsú era un niño muy hermoso que crecía fuerte y contento. Jugaba a revolcarse, completamente
desnudo, en la arena caliente, delante de la choza de su padre, en compañía de dos grandes perros
que acompañaban a Kuasi en sus cacerías. Los animales hacían rodar al pequeño bajo sus patas, le
lamían la cara para asearlo, como hacen los perros, y con voz ronca le hablaban al niño, que reía
como un bendito y, balbuceando, parecía responder a sus amigos en su lengua.
3. EMILI TEIXIDOR, Marcabrú y la hoguera de hielo.
Cada carro estaba tirado por cuatro mulas que los mozos conducían por el ronzal. Seguían a pie
muchos hombres de armas, llevando escudos del vizconde y de los nobles caballeros que habían
acudido al torneo. Y finalmente venía el vizconde de Peguera a caballo, con una armadura negra y
la espada desenvainada en la mano. Avanzaba entre la vizcondesa y su hija Carmesina, las dos con
la cabeza llena de flores y vestidas de azul, como dos princesas, cabalgando dóciles caballos.
Flautistas, tamborileros y trompeteros cerraban el cortejo.
4. OSCAR WILDE, El Gigante egoísta
Entonces llegó la Primavera, y toda la región se llenó de florecillas y pajaritos. Sólo en el jardín del
Gigante seguía siendo invierno. Los pájaros no se molestaban en cantar en él porque no había niños,
y los árboles se olvidaron de florecer. Las únicas que estaban contentas eran la Nieve y la Escarcha.
La Nieve cubrió la hierba con su gran manto blanco y la Escarcha pintó todos los árboles de plata.
Entonces invitaron al Viento del Norte a vivir con ellas, y el viento vino. Iba envuelto en pieles,
bramaba todo el día por el jardín y derribaba las chimeneas con un soplo.