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Retrato de metáforas
Detengo el giro de la vida en un instante, en mi mente
se disparan las imágenes nítidas de una historia con
ojos de nostalgia, repaso una a una las fotos y el suspiro
se hace presente, entonces pienso en el tiempo que no
es tiempo, el estado en el que las visiones son palpables,
en el que la realidad no existe y parece que formamos
parte de la niebla de un sueño profundo del cual nunca
despertaremos. Escucho en ese tiempo una voz que
también se mira, una voz que no usa palabras para
comunicarse porque sus mensajes se captan en el
segundo que dura el click de una cámara, o cuando el
relámpago de un flash nos ilumina de manera fugaz e
intermitente, esa voz sólo puede habitar en los ojos de
quienes han nacido en la misma tierra, tienen la misma
sangre o hablan la misma lengua, esa voz usa códigos
que sólo pueden entender aquellos que miran al
mundo desde su raíz antigua.
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En la mayoría de las historias de este género, se
dibuja la cartografía de un país en el que a muchos nos
duele algo, aparece siempre la memoria de quienes ya
no están, de quienes se fueron, de quienes no aparecen,
de quienes persisten en la eterna búsqueda sepultada,
pienso en el espíritu que arde en el tiempo que no es
tiempo mientras decidimos fotografiar nuestras
dolencias. La voz narrativa en la historia de Yael, insiste
en decirnos que es necesario mirar al mundo desde el
ángulo correcto, que no hay que conformarse con el
concepto de mirar y creer que sólo significa tener la
visión abierta, sino hay que considerar la posibilidad de
ajustar el enfoque del mundo quizá con los ojos
cerrados.
Existe un tiempo que las personas cuerdas no
cuentan, un tiempo que se adueña de las ocho horas en
promedio que dormimos, el momento en el que
nuestra esencia sale de nuestro cuerpo y nos conduce a
lugares que la memoria nos devuelve cuando estamos
despiertos, ¿Cómo se conjugan los verbos en el tiempo
de los sueños? Todos lo sabemos, pero nos conforma-
mos con usar únicamente el pasado, el presente y el
futuro (en ese mismo orden) para encuadrar nuestras
vidas, es en el sueño que podemos ver de manera
Cuando observo a través del negativo de la historia
que Yael comparte, puedo mirar a contraluz una
ausencia reciente: se activa un disparo continuo de alta
velocidad de fragmentos, pasajes, recuerdos y retratos
de una historia propia, es entonces cuando conozco de
cerca la voz que conecta a las personas sin que ellas se
den cuenta, sin que puedan imaginarlo, alcanzo a
comprender que los dolores están anudados a un solo
sentir, que palpitan a un solo ritmo y que la abuela es la
misma.
En el género de las historias de ausencia, es claro
que la metáfora se viste de lejanía para ser retratada,
que cambia la luz de los ojos por una flama tenue que
parece que la oscuridad apagaría de un soplido, que
cuelga en la pared triste su vestido de fiesta y se oculta
en las grietas de un rostro cargado de días, a pesar de
que en estos casos el silencio se llame muerte, sabemos
que en algún momento habrá un respiro, que sólo
bastaría con versificar el nombre de las personas que
tanto echamos de menos para que éstas regresen
descalzas a nosotros, que nuestro conjuro hará que los
pixeles de los puntos finales se difuminen, el reloj de
arena se rompa y se disperse un puñado de puntos
suspensivos…
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pecado no existe: lo bueno y lo malo se dan un beso y
la palabra prohibido no tiene cabida, en el sueño la
libertad se desnuda y anda descalza dibujando nostal-
gias en la pantalla de un televisor en blanco y negro.
Encuentro en las fotos de esta historia, el punto
que me une a la escritura antigua de mi tierra, en la
cultura maya así como en otras culturas de nuestro
origen, las crónicas y la memoria se grababan en
códices, en ellos no sólo se plasmaban letras, sino que se
incluían símbolos, colores, matices de luz y sombra y el
retrato de quien contaba la historia, pero además, está
claro que podía mirarse y entenderse desde múltiples
perspectivas, las personas encargadas de leer e interpre-
tar el mensaje para el pueblo, extendían el códice como
en un efecto panorama y podían contar a través de esos
escritos un reflejo de su historia personal en contexto
con la de su comunidad, por eso es que en nuestra
lengua ancestral hablamos en plural y nunca pensamos
que los seres vivos son únicos y aislados, eso demuestra
por qué las alegrías, las celebraciones, las tristezas y los
lutos son compartidos por igual, ¡eso es lo que hace
sentir la historia de Yael! Es una historia personal que
aplica en la vida de quienes entienden el código que
puede leerse en cada una de las imágenes. Pareciera
palpable la deconstrucción de lo que nosotros creemos
“realidad”, ya que tenemos la posibilidad de estar en
múltiples tiempos y lugares sin distinguir cuáles son
reales y cuáles imaginarios, es en esos estados que pode-
mos convivir con personas que se han marchado, con
aquellas que están en otros lugares o incluso con
personas que no han nacido. La historia de Yael no es
una historia que se ajuste a un tiempo cronológico, es
una historia que se entiende en el tiempo memorial del
sueño, en ese sueño, la tristeza se oculta detrás de una
cortina gris y espera a que el silencio la posea, la
memoria es una niña que corre y extiende las alas al
infinito sin que el polvo del tiempo le agriete la espalda,
en el sueño, la voz inquieta de una mujer se opaca y se
imprime en una imagen que cuenta a gritos la historia
de una pared despintada, en el sueño los tiempos son
libres, el futuro, el pasado y el presente duermen en la
misma cama, le rezan al mismo santo y le lloran a la
misma virgen, en el sueño la vida tiene una eterna
metamorfosis: gotea en las venas de nuestra espera, se
aferra al bastón del viento que nos despeina y acomoda
en una cama blanca flores marchitas, en el sueño la
muerte es una semilla que encuentra en las pupilas el
sitio perfecto para anidar los recuerdos, en el sueño el
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tratarse de un códice antiguo en el que se entiende
cómo los tiempos se fusionan en un solo ritmo, cómo se
enroscan los días como una maraña de hilo, cómo es
que el futuro viene en las espaldas del sol y cómo al
pasado se le tiene que mirar de frente, se tiene claro en
este códice, que los augurios se mueven conforme
avanza el día y que nada permanece quieto en un
lugar, ni siquiera el silencio.
Al leer esta historia, pienso que los ojos de mi
espíritu no son simples ojos, que también están privile-
giados y diseñados con el estrabismo que mis primeros
abuelos hacían para tener una perspectiva visual
distinta, una condición que no es por fines estéticos o
para obedecer los cánones de belleza como se nos ha
hecho creer hasta ahora, sino que permitía tener la
capacidad de mirar hacia dos puntos de vista y distin-
guir aquello que no todos pueden, por eso puedo
enfocar y desenfocar al mismo tiempo la esencia de esta
historia reflejándola con la mía y además fusionarlas en
dimensiones espirituales para que dicten los códigos
que comparten en el tiempo y la memoria.
En este delirio que llamamos vida, hemos aprendi-
do a enfilar nuestros días partiendo de cero, a poner
puntos finales cuando la muerte nos agarra en curva y
tenemos que volver a la niebla. Nos cuesta trabajo
reconocer que nuestros días no se miden hasta que
nuestros ojos se apaguen y dance el humo blanco de
nuestro fuego, se miden por la cantidad de raíces que
echamos en la tierra y por las voces que ardieron con
nuestra lucha, con nuestra angustia o con nuestro
sueño, por lo tanto los días no se enfilan, surgen de
todas partes haciendo de nuestra imagen un símbolo,
anuncian historias que se gritan mientras se unen a
otras, es entonces que sabemos que la muerte no es un
punto final, sino punto de partida. ¿Cuándo estamos
despiertos y cuando ausentes? ¿En qué momento
nuestras raíces se alejan y encuentran en una voz
distinta una imagen de lo que nos duele? Probablemen-
te no somos reales, estamos viviendo el sueño de
alguien que estuvo antes que nosotros.
Cuando era niño atrapaba luciérnagas, sacrificaba
sus cuerpos en mi piel para iluminar mi espíritu en las
entrañas de la noche. Un día mi abuela diluyó sus
palabras en agua y me las dio a beber en silencio.
Ahora cuando la oscuridad me envuelve, soy una
luciérnaga que recuerda a su abuela.
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35. Esta obra se terminó
de imprimir en el mes de
noviembre de 2013,
en los talleres de
Ediciones Corunda, S.A.
de C.V., Panteón
núm. 209-Bodega 3,
col. Los Reyes Coyoacán,
C.P. 04330, México, D.F.,
con un tiraje
de 2000 ejemplares.
Cuidado de edición:
Dirección General
de Publicaciones del
Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes.