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Temores infantiles:
      “Tengo mucho miedo”
Reír, llorar, enfadarse... Experimentar emociones es algo común en niños
y adultos. Sentir miedo, también. Es normal e incluso positivo, ya que
supone un estado de alerta que protege de posibles riesgos. Hay
temores comunes en casi todos los niños, propios de cada etapa
evolutiva, los cuales se superarán con un poco de ayuda de forma casi
espontánea. Solo debemos preocuparnos si los miedos perduran
demasiado o provocan un estado de ansiedad desproporcionado.

        El niño, desde que nace, se va enfrentando a situaciones nuevas, a las cuales se
tiene que adaptar. Cuando él considera que alguna de ellas perjudica su bienestar
biológico, psicológico o social, ya sea de forma real o posible, la vive como amenazante
y reacciona con temor hacia ella. Esto, en muchos casos, ayuda a evitar situaciones
peligrosas, como, por ejemplo, acercarse a animales desconocidos. Pero otras veces,
se trata de una reacción irracional e ilógica a cosas inocuas o fruto de su imaginación.
No desesperemos, los temores infantiles forman parte de su desarrollo normal, pero
habrá que ayudarle a afrontarlos y a superar aquello que le asusta. Generalmente, si se
tratan de forma correcta, desaparecerán con el tiempo, pero si no es así, pueden llegar
a convertirse en fobias o prolongarse hasta la madurez.

El origen de los temores

        Temer a los extraños, a separarse de sus padres, a la oscuridad, al colegio... son
miedos evolutivos. Son temores comunes a casi todos los niños, la mayoría pasajeros,
de poca intensidad y propios de una etapa evolutiva concreta. Están asociados a las
distintas fases del desarrollo y van variando a medida que evolucionan las
características cognitivas, sociales o emocionales de los niños. Ahora bien, cada uno,
en función de sus características personales y de sus experiencias, vivenciará dichos
miedos de forma diferente o en distintos momentos que otros, o incluso no
experimentará nunca un temor determinado.
        No reaccionará de la misma manera un niño que ha sido agredido por un perro
que otro cuyas experiencias con animales han sido positivas; o un niño sobreprotegido
o educado en el temor que otro al que siempre le han infundido seguridad en sí
mismo.
        A veces, los miedos resultan de una falta de información o son fruto de la
imaginación, pero otras muchas son enseñados por los adultos, al transmitirles sus
propios temores o recurrir a seres imaginarios para entretenerlos o asustarlos.
        Frecuentemente, los padres recurren al miedo para proteger a sus hijos de
situaciones peligrosas (enchufes, animales, tráfico), pero también, les meten el miedo
en el cuerpo innecesariamente para controlar su conducta (“¡Si no me obedeces, llamo
a la policía!”, “¡Si no dejas de portarte así, te meto en el cuarto oscuro!”, “¡Si no
comes, tendremos que ir al hospital para que te pinchen!”). Es una práctica educativa
que, aunque consiga que el niño obedezca en ese momento, puede originar a la larga
problemas más serios.

Dentro de lo normal

        A pesar de las diferencias individuales, parece haber unos miedos más comunes
que otros. Durante el primer año, lo que más los sobresalta es la pérdida de
sustentación, los ruidos fuertes, los extraños y separarse de sus padres.
A partir del segundo año, descubren que hay animales que les pueden hacer daño, que
no les gusta la oscuridad, que se angustian cuando se hacen alguna herida y que los
asusta lo desconocido. Por ello, siguen sin querer separarse de los padres.

        Con 3 y 4 años sus miedos se hacen más patentes. Su imaginación les juega
malas pasadas y elucubran acerca de los monstruos que se esconden en la oscuridad o
tras los disfraces y las máscaras, por lo que suelen despertarse por las noches e ir en
busca de sus padres. También los asusta el daño físico y aparece el miedo a los
fenómenos naturales (truenos, viento, terremotos).

        Al llegar a los 5 y 6 años, mantienen el miedo a separarse de sus padres, a los
animales, a la oscuridad y al daño físico, pero además se suma el miedo a seres
malvados (ladrones, secuestradores) y personajes imaginarios (brujas, fantasmas, el
“coco”, personajes de dibujos animados). Tampoco les gustan los médicos, sobre todo
si llevan bata blanca, y los preocupa la enfermedad y la muerte.

       El niño de 7 y 8 años sigue teniendo miedo a la oscuridad, a los animales y a los
seres sobrenaturales, y añade su temor a hacer el ridículo por la ausencia de
habilidades escolares, sociales o deportivas.

      De 9 a 12 años disminuye su miedo a la oscuridad y a los seres imaginarios,
pero ahora son especialmente sensibles al colegio (exámenes, suspensos), a la
aceptación social (integración en el grupo, aspecto físico), a la soledad, a la
enfermedad y a la muerte.

Reacciones diferentes

       No siempre los niños son capaces de identificar lo que los asusta y además cada
uno expresa su ansiedad de forma distinta. Cuando son bebés pueden reaccionar con
sobresalto o llanto; más tarde, además de llorar, intentan evitar a toda costa la fuente
que les causa el temor, buscan la compañía de un adulto que los proteja, ponen
palabras a sus miedos o tratan de ocultarlos porque temen que se burlen de ellos o
porque piensan que al nombrarlos se pueden hacer realidad.

       Por otra parte, no siempre los niños reaccionan de forma clara ante lo que los
atemoriza. A veces, simplemente, experimentan algún cambio en su conducta
habitual, y al no estar directamente relacionado con un temor concreto, el miedo
puede que pase desapercibido. Por ejemplo: pueden manifestar alguna regresión en
sus hábitos, volviéndose a hacer pis en la cama o a chuparse el dedo cuando ya habían
dejado de hacerlo; perder el apetito o comer mucho más de lo que es normal para
ellos; mostrarse más apático o activo de lo habitual; tener dificultades para conciliar el
sueño o sufrir pesadillas o terrores nocturnos; quejarse de malestares físicos, como
dolor de tripa o de cabeza, etc.

Cuando el miedo paraliza

       Los miedos no son motivo de grandes preocupaciones, pero si son tan intensos
y persistentes que repercuten negativamente en el desarrollo del niño, en su vida
cotidiana o en sus estudios, y la familia, a pesar de sus esfuerzos, no sabe cómo
manejar la situación, sería conveniente visitar a un profesional.

Vencer los temores

       Cada niño tiene sus propias vivencias y, por lo tanto, sus propios temores. El
apoyo que el pequeño necesite para superarlos será diferente en cada caso, pero
existen unas pautas generales que pueden ayudarlos.

Qué hacer

      Primero, identificar lo que produce miedo.
      Hablar sobre las cosas que le causan temor, que se sienta escuchado. Y si es
       muy pequeño y todavía se expresa con dificultad, se puede recurrir a dibujos
       donde pueda plasmar lo que le asusta; juegos y juguetes que le permitan
       realizar pequeños actos de valentía (jugar a detectives con linternas); y
       películas y cuentos, en los que el protagonista tenga algún temor y lo supere.
      Tener un talante comprensivo. Procurar que no se sienta avergonzado ni
       regañado. Sin infravalorar sus sentimientos, hacerle saber que es normal tener
       miedo en alguna ocasión y que nosotros también tuvimos alguno en nuestra
       infancia.
      Transmitirle seguridad y confianza, siempre con un tono relajado. Debe percibir
       que sus padres están seguros de que no corre peligro.



      Alentarle a que se enfrente a sus temores de forma gradual, aunque al principio
       sea con nuestra ayuda, sin forzarlos y elogiando sus conductas valerosas.
      Fomentar su autoestima y autonomía. Hacerle ver que confiamos en que es
       capaz
       de enfrentarse a la situación y de vencer su miedo, y elogiarle cuando intenta
       cosas nuevas y demuestra responsabilidad e independencia.
      Enseñarle maneras de contrarrestar la ansiedad: escuchar música, relajarse, o
       actividades que le mantengan ocupado (contar fichas, enumerar comidas
       favoritas).
      Concederle algún poder sobre la situación (encender una pequeña luz, tener
       una pequeña mascota).
      Predicar con el ejemplo, de forma que tenga en nosotros un modelo adecuado
       de superación.
   Ofrecer al niño una visión positiva del mundo. Hay que enseñarle a no
       preocuparse excesivamente por las cosas y a encontrar soluciones a los
       problemas que le surjan.
      Mucho humor. Un buen antídoto contra el miedo es transformar aspectos
       aterradores en características graciosas mediante dibujos y bromas.



Qué no hacer

      No se debe ignorar el miedo. Frases del tipo “no te asustes, no tienes motivo” o
       “tienes que ser valiente” le hacen sentirse incomprendido y solo ante el peligro,
       ya que si sus padres niegan su miedo, seguramente no le van a poder ayudar a
       superarlo.
      Tampoco hay que reaccionar de forma exagerada. El niño puede ver en ello
       más atención y concesiones de las normales, que le libran de tareas y
       obligaciones, reforzando accidentalmente los temores.
      No burlarnos del niño, ni regañarle. La ridiculización no le hace menos miedoso,
       solo merma la confianza en sí mismo y hace que trate de ocultar su miedo.
      No evitarle los objetos y hechos que teme, ya que así supera
       momentáneamente el miedo, pero no le ayuda a vencerlo definitivamente.
      Permitir al niño dormir en la cama con los padres debe ser algo muy
       excepcional, como motivo de fiesta, pero nunca como medio para solucionar el
       problema.
       No mentir al niño. La información sobre un hecho que le sobrepasa (por
       ejemplo, vacunarse) le puede ayudar a controlarlo. Simplemente hay que
       explicarle las cosas de manera sencilla para que las pueda entender.
      Si son niños especialmente temerosos, evitar las historias de ogros, fantasmas
       o brujas, o actividades que puedan asustarlos (películas de miedo, sustos...),
       sobre todo antes de irse a dormir.
      No transmitirles nuestros temores personales.



BIBLIOGRAFIA


      Tengo miedo : las claves para afrontar con éxito los miedos
       infantiles. Ferrerós, María Luisa, Editorial Planeta, S.A.


      ¡No apagues la luz! : Heike Baum,
       Editorial Paidós.




                                                          Virgina González. Psicóloga.

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  • 1. Temores infantiles: “Tengo mucho miedo” Reír, llorar, enfadarse... Experimentar emociones es algo común en niños y adultos. Sentir miedo, también. Es normal e incluso positivo, ya que supone un estado de alerta que protege de posibles riesgos. Hay temores comunes en casi todos los niños, propios de cada etapa evolutiva, los cuales se superarán con un poco de ayuda de forma casi espontánea. Solo debemos preocuparnos si los miedos perduran demasiado o provocan un estado de ansiedad desproporcionado. El niño, desde que nace, se va enfrentando a situaciones nuevas, a las cuales se tiene que adaptar. Cuando él considera que alguna de ellas perjudica su bienestar biológico, psicológico o social, ya sea de forma real o posible, la vive como amenazante y reacciona con temor hacia ella. Esto, en muchos casos, ayuda a evitar situaciones peligrosas, como, por ejemplo, acercarse a animales desconocidos. Pero otras veces, se trata de una reacción irracional e ilógica a cosas inocuas o fruto de su imaginación. No desesperemos, los temores infantiles forman parte de su desarrollo normal, pero habrá que ayudarle a afrontarlos y a superar aquello que le asusta. Generalmente, si se tratan de forma correcta, desaparecerán con el tiempo, pero si no es así, pueden llegar a convertirse en fobias o prolongarse hasta la madurez. El origen de los temores Temer a los extraños, a separarse de sus padres, a la oscuridad, al colegio... son miedos evolutivos. Son temores comunes a casi todos los niños, la mayoría pasajeros, de poca intensidad y propios de una etapa evolutiva concreta. Están asociados a las distintas fases del desarrollo y van variando a medida que evolucionan las características cognitivas, sociales o emocionales de los niños. Ahora bien, cada uno, en función de sus características personales y de sus experiencias, vivenciará dichos miedos de forma diferente o en distintos momentos que otros, o incluso no experimentará nunca un temor determinado. No reaccionará de la misma manera un niño que ha sido agredido por un perro que otro cuyas experiencias con animales han sido positivas; o un niño sobreprotegido o educado en el temor que otro al que siempre le han infundido seguridad en sí mismo. A veces, los miedos resultan de una falta de información o son fruto de la imaginación, pero otras muchas son enseñados por los adultos, al transmitirles sus propios temores o recurrir a seres imaginarios para entretenerlos o asustarlos. Frecuentemente, los padres recurren al miedo para proteger a sus hijos de situaciones peligrosas (enchufes, animales, tráfico), pero también, les meten el miedo en el cuerpo innecesariamente para controlar su conducta (“¡Si no me obedeces, llamo a la policía!”, “¡Si no dejas de portarte así, te meto en el cuarto oscuro!”, “¡Si no comes, tendremos que ir al hospital para que te pinchen!”). Es una práctica educativa
  • 2. que, aunque consiga que el niño obedezca en ese momento, puede originar a la larga problemas más serios. Dentro de lo normal A pesar de las diferencias individuales, parece haber unos miedos más comunes que otros. Durante el primer año, lo que más los sobresalta es la pérdida de sustentación, los ruidos fuertes, los extraños y separarse de sus padres. A partir del segundo año, descubren que hay animales que les pueden hacer daño, que no les gusta la oscuridad, que se angustian cuando se hacen alguna herida y que los asusta lo desconocido. Por ello, siguen sin querer separarse de los padres. Con 3 y 4 años sus miedos se hacen más patentes. Su imaginación les juega malas pasadas y elucubran acerca de los monstruos que se esconden en la oscuridad o tras los disfraces y las máscaras, por lo que suelen despertarse por las noches e ir en busca de sus padres. También los asusta el daño físico y aparece el miedo a los fenómenos naturales (truenos, viento, terremotos). Al llegar a los 5 y 6 años, mantienen el miedo a separarse de sus padres, a los animales, a la oscuridad y al daño físico, pero además se suma el miedo a seres malvados (ladrones, secuestradores) y personajes imaginarios (brujas, fantasmas, el “coco”, personajes de dibujos animados). Tampoco les gustan los médicos, sobre todo si llevan bata blanca, y los preocupa la enfermedad y la muerte. El niño de 7 y 8 años sigue teniendo miedo a la oscuridad, a los animales y a los seres sobrenaturales, y añade su temor a hacer el ridículo por la ausencia de habilidades escolares, sociales o deportivas. De 9 a 12 años disminuye su miedo a la oscuridad y a los seres imaginarios, pero ahora son especialmente sensibles al colegio (exámenes, suspensos), a la aceptación social (integración en el grupo, aspecto físico), a la soledad, a la enfermedad y a la muerte. Reacciones diferentes No siempre los niños son capaces de identificar lo que los asusta y además cada uno expresa su ansiedad de forma distinta. Cuando son bebés pueden reaccionar con sobresalto o llanto; más tarde, además de llorar, intentan evitar a toda costa la fuente que les causa el temor, buscan la compañía de un adulto que los proteja, ponen palabras a sus miedos o tratan de ocultarlos porque temen que se burlen de ellos o porque piensan que al nombrarlos se pueden hacer realidad. Por otra parte, no siempre los niños reaccionan de forma clara ante lo que los atemoriza. A veces, simplemente, experimentan algún cambio en su conducta habitual, y al no estar directamente relacionado con un temor concreto, el miedo puede que pase desapercibido. Por ejemplo: pueden manifestar alguna regresión en sus hábitos, volviéndose a hacer pis en la cama o a chuparse el dedo cuando ya habían dejado de hacerlo; perder el apetito o comer mucho más de lo que es normal para
  • 3. ellos; mostrarse más apático o activo de lo habitual; tener dificultades para conciliar el sueño o sufrir pesadillas o terrores nocturnos; quejarse de malestares físicos, como dolor de tripa o de cabeza, etc. Cuando el miedo paraliza Los miedos no son motivo de grandes preocupaciones, pero si son tan intensos y persistentes que repercuten negativamente en el desarrollo del niño, en su vida cotidiana o en sus estudios, y la familia, a pesar de sus esfuerzos, no sabe cómo manejar la situación, sería conveniente visitar a un profesional. Vencer los temores Cada niño tiene sus propias vivencias y, por lo tanto, sus propios temores. El apoyo que el pequeño necesite para superarlos será diferente en cada caso, pero existen unas pautas generales que pueden ayudarlos. Qué hacer  Primero, identificar lo que produce miedo.  Hablar sobre las cosas que le causan temor, que se sienta escuchado. Y si es muy pequeño y todavía se expresa con dificultad, se puede recurrir a dibujos donde pueda plasmar lo que le asusta; juegos y juguetes que le permitan realizar pequeños actos de valentía (jugar a detectives con linternas); y películas y cuentos, en los que el protagonista tenga algún temor y lo supere.  Tener un talante comprensivo. Procurar que no se sienta avergonzado ni regañado. Sin infravalorar sus sentimientos, hacerle saber que es normal tener miedo en alguna ocasión y que nosotros también tuvimos alguno en nuestra infancia.  Transmitirle seguridad y confianza, siempre con un tono relajado. Debe percibir que sus padres están seguros de que no corre peligro.  Alentarle a que se enfrente a sus temores de forma gradual, aunque al principio sea con nuestra ayuda, sin forzarlos y elogiando sus conductas valerosas.  Fomentar su autoestima y autonomía. Hacerle ver que confiamos en que es capaz de enfrentarse a la situación y de vencer su miedo, y elogiarle cuando intenta cosas nuevas y demuestra responsabilidad e independencia.  Enseñarle maneras de contrarrestar la ansiedad: escuchar música, relajarse, o actividades que le mantengan ocupado (contar fichas, enumerar comidas favoritas).  Concederle algún poder sobre la situación (encender una pequeña luz, tener una pequeña mascota).  Predicar con el ejemplo, de forma que tenga en nosotros un modelo adecuado de superación.
  • 4. Ofrecer al niño una visión positiva del mundo. Hay que enseñarle a no preocuparse excesivamente por las cosas y a encontrar soluciones a los problemas que le surjan.  Mucho humor. Un buen antídoto contra el miedo es transformar aspectos aterradores en características graciosas mediante dibujos y bromas. Qué no hacer  No se debe ignorar el miedo. Frases del tipo “no te asustes, no tienes motivo” o “tienes que ser valiente” le hacen sentirse incomprendido y solo ante el peligro, ya que si sus padres niegan su miedo, seguramente no le van a poder ayudar a superarlo.  Tampoco hay que reaccionar de forma exagerada. El niño puede ver en ello más atención y concesiones de las normales, que le libran de tareas y obligaciones, reforzando accidentalmente los temores.  No burlarnos del niño, ni regañarle. La ridiculización no le hace menos miedoso, solo merma la confianza en sí mismo y hace que trate de ocultar su miedo.  No evitarle los objetos y hechos que teme, ya que así supera momentáneamente el miedo, pero no le ayuda a vencerlo definitivamente.  Permitir al niño dormir en la cama con los padres debe ser algo muy excepcional, como motivo de fiesta, pero nunca como medio para solucionar el problema. No mentir al niño. La información sobre un hecho que le sobrepasa (por ejemplo, vacunarse) le puede ayudar a controlarlo. Simplemente hay que explicarle las cosas de manera sencilla para que las pueda entender.  Si son niños especialmente temerosos, evitar las historias de ogros, fantasmas o brujas, o actividades que puedan asustarlos (películas de miedo, sustos...), sobre todo antes de irse a dormir.  No transmitirles nuestros temores personales. BIBLIOGRAFIA  Tengo miedo : las claves para afrontar con éxito los miedos infantiles. Ferrerós, María Luisa, Editorial Planeta, S.A.  ¡No apagues la luz! : Heike Baum, Editorial Paidós. Virgina González. Psicóloga.