1. Leonardo da Vinci. María Isabel Espiñeira Castelos
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LEONARDO DA VINCI
ue Leonardo da Vinci la representación más veraz, junto con Miguel
Ángel, del hombre y artista del Renacimiento. Se formó con
Verrocchio y trabajó para Ludovico el Moro. Aunque cultiva todas las
artes, la pintura es para él la más completa y en la que se sentirá más
cómodo. Las primeras obras que realiza son dibujos, sobre todo de paisajes,
y algunos planos arquitectónicos. Ya hablando propiamente de pintura,
tenemos una serie de obras de temática religiosa, como La Anunciación,
Madonna Benoise o la Virgen del Clavel, donde ya empieza a usar los
sfumatos.
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En Florencia pinta San Jerónimo, en un entorno rocoso que repetirá en
muchas de sus obras, con la figura central del santo que canaliza todo el
protagonismo, y con un estudio magnífico de la figura humana. Respeta las
leyes del marco y se sirve de la arquitectura para imponer la perspectiva en
su obra. De la misma época es la Adoración de los Magos, donde plantea
una escena tumultuosa y llena de personajes, aunque el grupo central lo
constituye la pirámide formada por la Sagrada Familia con los reyes que
traen los regalos al recién nacido. La obra no está acabada, por lo cual
presenta un cierto efecto monocromo.
La virgen de las Rocas lo pinta durante su estancia en Milán, aunque existen
dos versiones, una en el Louvre y otra en la Nacional Gallery de Londres,
que se cree que es algo posterior. Prácticamente las dos obras son iguales.
Detrás de un fondo de rocas, muy en la línea leonardiana, hay un paisaje
con una iluminación que marca el horizonte y en primer término aparece
una composición piramidal cuyo vértice es la cabeza de la Virgen, San Juan
a un lado y el Niño al otro, con un ángel al lado. La mano de la Virgen
parece proteger al Niño y el ángel señala al Bautista, lo cual ha dado lugar a
interpretaciones en los más extraños sentidos. La postura es ya un tanto
manierista. Se emplea la técnica del sfumato.
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Museo del Louvre National Gallery
En la Ultima Cena abandona el ideal escenográfico tradicional y lo muestra
de una manera más dramática. Está pensado para un comedor rectangular
con bóveda de cañón y lunetos y el espacio parece alargarse gracias a una
perspectiva lineal, mientras la mesa aprovecha la luz del luneto y en el
centro se destaca la figura de Jesús. Se representan unos excelentes
escorzos y en función de los sentimientos de cada personaje, así se
representan los rostros e incluso las manos. También usa la perspectiva
central y la aérea, y hay un excelente tratamiento del color.
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Ya en la temática del retrato, deja obras de excelente facción como el de la
Bella Ferroniere, la Dama del Armiño, La dama de la redecilla, Retrato de
Isabel de Este…
El retrato había sido ya tratado profusamente durante todo el renacimiento
como prueba de la importancia del hombre per se,
pero será Leonardo quien le otorgue verdadera
carta de naturaleza, porque él termina con los
arquetipos y tendencias que venían siendo
comunes y convierte sus obras en modelos para
todos los retratistas prácticamente hasta nuestros
días. Uno de los más hermosos retratos que pinta
Leonardo es La Gioconda, también conocido como
Mona Lisa, que se cree que es la esposa de
Francesco del Giocondo, rico caballero florentino.
Se retrata la psicología del personaje y sus ojos
almendrados o la hermosa media sonrisa han
quedado como modelo de enigma y misterio.
Emplea la técnica del sfumato y no quiere que el
espectador se entretenga con nada que no sea la
protagonista, por lo cual esta aparece
sencillamente vestida y sin joyas, tan solo enmarcada en un brumoso
paisaje. Se presenta en la postura que será la preferida en adelante por los
retratistas: con el cuerpo ligeramente ladeado pero la cara frontal, y las
manos descansando reposadamente en el regazo. Otro retrato muy famoso
es el de San Juan Bautista, donde representa un adolescente de aspecto
andrógino, con una sonrisa profundamente enigmática, a tono con la de la
Gioconda, aunque más abierta. Esta vez no hace uso de ningún paisaje de
fondo, sino que el protagonista queda retratado sobre un fondo oscuro.
Leonardo inicia un juego de claroscuros que preconiza el tenebrismo tan
conseguido por pintores barrocos como Zurbarán o Caravaggio.
Dentro de la temática religiosa pinta Santa Ana con la Virgen y el Niño, en
composición piramidal, con la Virgen sentada en el regazo de su madre,
quien se inclina hacia el Niño, que sostiene un cordero, símbolo del
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sacrificio. Santa Ana posee la misma sonrisa leonardesca que ya hemos
visto en otros personajes. Al fondo uno de los paisajes de los que el artista
gusta tanto.