El propio concepto de la “psicología del ateísmo” podría sonar extraño a muchos de ustedes. Sin duda, mis colegas psicólogos lo habrán encontrado extraño e incluso, me permitiría añadir, un poco molesto. Después de todo, la psicología, desde su fundación hace aproximadamente un siglo, a menudo se ha centrado en el tema opuesto, es decir, en la psicología de la creencia religiosa. De hecho, en muchos aspectos, el origen de la psicología moderna se halla íntimamente unido a los psicólogos que propusieron explícitamente interpretaciones para la creencia en Dios.
Tanto Williams James como Sigmund Freud, por ejemplo, se encontraban personal y profesionalmente involucrados, de manera muy profunda, en el tema. Recordemos “The Will to Believe” de James, y su obra todavía famosa, “Varieties of Religious Experience”. Esas dos obras se consagran a un intento de comprender la creencia como resultado de causas psicológicas, es decir, naturales. James podría sentir simpatía por la religión, aunque sus propios escritos eran parte de la labor general de la psicología por socavar la fe religiosa.
Y respecto a Sigmund Freud, sus críticas contra la religión, en particular contra el Cristianismo, son muy conocidas y serán comentadas más adelante con mayor detalle. Por ahora baste recordar lo profundamente implicados que se vieron Freud y sus pensamientos en la cuestión de Dios y la religión.
Debido a la estrecha implicación entre la fundación de gran parte de la psicología y una interpretación crítica de la religión, no debería resultar sorprendente que la mayoría de los psicólogos observen con cierta alarma cualquier intento de proponer una psicología del ateísmo. Por lo menos, un proyecto de esa naturaleza coloca a los psicólogos en una postura defensiva y les da una cierta dosis de su propia medicina. Los psicólogos siempre observan e interpretan al prójimo, por lo que ya era hora de que algunos de ellos aprendieran con experiencias propias qué significa ser analizado por el microscopio de la teoría y el experimento psicológicos.