Este documento presenta la primera parte de una historia de ficción titulada "El Visitante Maligno II". Comienza describiendo un bosque en una noche oscura y tormentosa. Luego, introduce a un niño que se encuentra solo en el bosque tratando de encontrar el camino a casa, sintiendo que algo lo persigue. También presenta a una pareja, Anthony y Rita, reflexionando sobre el paso del tiempo y su incapacidad para tener hijos después de años de intentarlo.
PROCESO ADMINISTRATIVO Proceso administrativo de enfermería desde sus bases, ...
El Visitante Maligno II primera parte, capitulo I de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón
1. EL VISITANTE MALIGNO II
FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN
1
PRIMERA PARTE:
RECUERDOS
2. EL VISITANTE MALIGNO II
FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN
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“Los fantasmas y demonios existen, pero solamente tú los puedes ver y sentir. Habitan
en tu cabeza, acechándote hasta el día de tu muerte… o quizás más allá”
El autor.
3. EL VISITANTE MALIGNO II
FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN
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CAPÍTULO I
La luna teñida de rojo, se asomaba esporádicamente en medio del manto oscuro de la
noche envolviendo todo con un halo de misterio y suspenso. Las nubes, unas grises y otras
negras, desfilaban con lentitud a través del cielo ocultándola y tímidamente se dejaba mostrar
como si temiese ser vista por los pequeños e insignificantes seres que desde muy abajo la
contemplaban. Algunos con romanticismo, otros con temor y angustia. El viento soplaba con
fuerza y las copas de los árboles se estremecían agitadas por la fuerza incontrolable de la
naturaleza. Se balanceaban llevando a cabo una danza siniestra y sepulcral que contribuía
con hacer aún más lúgubre la noche. El sonido del vendaval al atravesar los arbustos creaba
un aullido espeluznante, de otro mundo. Era una orquesta macabra interpretando una sinfonía
tétrica, acompañada de un coro diabólico que los hacía ir y venir de un lado a otro,
meciéndose de una forma fúnebre y sobrenatural…
Era el preciso instante en que las fuerzas del mal; criaturas escalofriantes, despertaban y
se filtraban a través de las tinieblas irrumpiendo en la tierra para dar rienda suelta a sus
pavorosos deseos. Había llegado el momento en que los fantasmas escapan de sus sepulcros
y escondites para acechar. Cuando los demonios se escabullen del averno deseosos de placer
maléfico para regodearse de su concupiscencia, depravación y sadismo con el que amenazan
apoderarse de las personas trayendo consigo el juramento de lo profano, maldito y
despiadado. Es la ocasión exacta en que todos los seres de pesadilla inimaginables se
despiertan ávidos de presas para emboscar, aterrorizar y poseer. Ellos observan y aguardan.
No hay lugar dónde esconderse y lo único que queda es huir, escapar a toda prisa. Correr
hacia cualquier lado: alejarse, alejarse... Lo más urgente e importante es apartarse de aquello
que hace secar la garganta, erizar los vellos, pasmar la piel y temblar de pavor. Es el espanto
que causa lo desconocido y acelera la respiración; agita el corazón, pone el alma en vilo
causando un sudor frío que aflora en el cuerpo ante la presencia de lo inesperado y
sobrenatural, de la inminencia del peligro. De eso que no se puede ver ni tocar pero se sabe
que existe y que está allí. Es el pánico que trae la noche cuando se tiene la certidumbre de
que es la puerta de entrada para que arriben esas entidades encargadas de hacer la vida
miserable a su víctima. Pero lo más terrible es no saber qué hacer ni a quién acudir para pedir
ayuda; ni hacia dónde dirigirse, ni dónde ocultarse. Porque el pobre ser escogido por esos
hijos del horror, tiene la convicción de que lo encontrarán, atraparán y le harán cosas
inenarrables que van más allá de la angustia; del sufrimiento y de la muerte. Lo único que
desea es marcharse de allí sin mirar atrás. No quiere ver qué espanto es el que le persigue; ni
en qué lugar, ni cómo lo atrapará, ni por dónde vendrá el primer golpe…
El niño se encontraba solo en medio del bosque, era un lugar del cual no recordaba haber
estado pero sin embargo lo reconocía; le era familiar y sabía por dónde debía ir. Tenía puesto
unos pijamas de color azul y calzaba unas sandalias de color blanco. Su cabello castaño
oscuro se movía agitado por el viento y sus ojos del mismo color intentaban atravesar las
tinieblas que tenía alrededor. Miraba sorprendido y confundido el sitio donde se encontraba
tratando de entender cómo había llegado allí, y buscaba la forma de regresar a su hogar. Por
unos instantes permaneció inmóvil y estremecido ante el espectáculo de la pavorosa soledad
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que lo rodeaba. Luego empezó a caminar entre los arbustos, mientras una ligera bruma cubría
el lugar de forma progresiva, acentuando lo tétrico de la situación. Haciéndola aún más
misteriosa, fantasmal y… terrible.
Prosiguió andando por un sendero que se abría entre la vegetación. De tanto en tanto
volteaba la cabeza mirando hacia atrás, atemorizado por las sombras de la noche y con la
terrible certeza de que algo estaba tras él siguiendo sus pasos, amenazándolo y esperando el
momento oportuno para atacarle. El aroma a pinos y humedad inundaba el entorno mientras
la luz de la luna iluminaba a duras penas la senda en el medio de la niebla. Los chirridos de
los grillos se oían intermitentemente a la par del chasquido de las ramas y las hojas chocando
entre sí. Continúo avanzando tratando de hallar la ruta a casa, con la prisa que le permitía la
pavorosa penumbra y el miedo que embargaba sus sentidos.
Sentía que su corazón latía con frenesí como la carrera de un galgo enloquecido. Presa
del pánico aceleró la marcha mientras el viento aumentaba su fuerza, emitiendo un rugido
diabólico al pasar entre el bosque. Era un pandemónium de sonidos donde miles de lamentos
y voces adoloridas se confundían creando un ruido atroz, un silbido de ultratumba que calaba
en lo más profundo de su alma.
Repentinamente el ventarrón cesó y el lugar quedó en calma. Había una quietud que
nunca experimentó durante sus cortos años de vida. No se escuchaban más el chirrido de los
insectos ni el aullar del viento. Era la ausencia total de todo tipo de ruidos en medio de la
naturaleza que volvían el bosque sobrenatural y si era posible; más enloquecedor. Se trataba
del abrumador sonido del silencio que acentuaba la horrenda realidad de su soledad. La
neblina comenzó a despejarse lentamente y el niño detuvo su marcha. Pudo percibir que
existía algo; levantó sus ojos al cielo y asombrado constató que la luna se encontraba estática,
al igual que las nubes. El baile siniestro de los árboles había concluido, así como el
movimiento de las ramas y hojas estremecidas por la brisa. Todo se hallaba inmóvil,
paralizado. Daba la impresión de que se encontrase dentro de una pintura y lo único con vida
fuera él.
Reanudó el camino. En aquel momento apenas podía escuchar sus pasos sobre la tierra y
el follaje. Algunas veces el crujir de una rama bajo su peso o el sonido de sus sandalias al
tropezar con alguna piedra. Sin embargo ahora sentía; intuía que había algo más. De nuevo
se detuvo. En ese punto, pese a la quietud, tenía la seguridad de que no se hallaba solo. Un
estremecimiento atravesó su cuerpo de la cabeza a los pies y sintió como si mil alfileres se
clavaran a su nuca desplazándose como una descarga eléctrica a través de su espalda. En esa
siniestra quietud y escalofriante soledad un extraño ruido empezó a escucharse en la
distancia. Giró en redondo tratando de atravesar la lobreguez con la mirada hacia el lugar
desde donde provenía ese sonido pero su intento fue vano, ya que el barullo cesó. Otra vez
emprendió la marcha al igual que el rumor de “eso” que lo venía persiguiendo: « ¿Es algo
que se arrastra?—se preguntó— ¿quizás unos pasos o un murmullo? ¿Será acaso mi
imaginación? ¿Un animal?...» no obstante, aún no podía distinguirlo con claridad. Una vez
más pausó su marcha y por tercera ocasión el susurro cesó. La macabra situación se había
tornado en un juego avieso. Tratando de sobreponerse al terror que lo embargaba, cogió una
rama del piso y se volvió para hacer frente a eso que lo venía acosando.
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— ¿QUIÉN ESTÁ ALLÍ…? —gritó, tratando de darse valor…
La completa ausencia de cualquier tipo de sonido o rasgo de vida fue la respuesta que
obtuvo. Con ambas manos sujetaba con fuerza la rama que terminaba en punta como si fuese
una espada lista para atacar y la dirigía hacia el lugar de donde creía que provenía ese rumor,
que aún no reconocía.
Estaba a punto de voltear para retomar la marcha, cuando en un instante proveniente de
la oscuridad saltó algo que cayó pesadamente, a un par de metros de donde se encontraba y
por fin pudo ver —para su pesar— aquello que le hizo abrir los ojos más de lo normal y lo
solidificó de pánico…
———ooo———
Anthony Cordell cerró la regadera, abrió la puerta de vidrio transparente de la ducha y
agarró una toalla con la cual empezó a secar su cuerpo con vigor. Hizo lo propio con los pies
y luego se calzó las pantuflas parándose frente al espejo del baño. Limpió el cristal empañado
por el vapor del agua caliente y contempló por unos instantes su reflejo desnudo meditando
sobre la imagen que tenía frente a él, detallándola y tratando de reconocerla.
Con cuarenta y cinco años de edad a cuestas podía apreciar que no era el mismo de antes.
Recordaba la época cuando estaba en la universidad y su pasión era jugar al fútbol e ir a las
fiestas con sus amigos. Fueron momentos felices en los que su única preocupación eran sus
estudios. Gozaba de las reuniones con sus compañeros de clases los fines de semana, lo cual
significaba noches de juerga y diversión. Lograr una nueva conquista y disfrutar esos
momentos de placer; esos tiempos tan especiales que a veces los recordaba con nostalgia,
aquella etapa en que su estado corporal era otro. Cuando tenía abundante cabellera, unos
abdominales de acero y su cuerpo era duro como la roca. Pero luego de un poco más de veinte
años, todo había cambiado. Trataba de encontrar al joven que fue en ese tiempo, pero era
evidente ya no existía. Se perdió en el camino que traza el tiempo en algún lugar… El hombre
que tenía enfrente era alguien cansado. Pensaba en la ropa que usaba, el estado físico que
poseía cuando la acumulación de grasa es casi inexistente. Cuando el alcohol, el exceso de
comida, el sedentarismo y los años aún no han podido alcanzar. Ahora lucía una barriga algo
prominente que se esforzaba en ocultar, sobre todo cuando yacía desvestido en el lecho con
su esposa ya que no quería reconocer que el tiempo avanza de modo inexorable y la ley de la
vida es envejecer. Los años de juventud que aún conservaba eran escasos y se le estaban
yendo velozmente como la arena entre los dedos. Eso es algo que a todos sucede y le costaba
aceptar.
Miraba las bolsas que adornaban la base de sus ojos verdes como si quisieran sostenerlos
para evitar que se desplomaran; y algunas arrugas ya se hacían evidentes en su rostro que
denotaban la cercanía a su casi medio siglo de existencia. El paso del tiempo se acentuaba
con más fuerza debido al color blanco de su piel. Su cabeza antes coronada con una abundante
cabellera negra, era cosa del recuerdo; lucía una cabeza calva, brillante y a los lados un poco
de cabello que mostraba con una gran cantidad de canas, que miraba con molestia y
frustración.
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— ¡Me estoy poniendo viejo!— dijo — luego de lo cual, se vistió con un short y la
camiseta que se hallaban colgadas en el perchero, cogió su cepillo dental, le colocó crema
dentífrica y procedió a lavarse los dientes.
Fuera del baño en la habitación ubicada en el segundo piso de la casa, Rita estaba acostada
en la cama con su camisón de dormir verde mirando televisión. No había ningún programa
que llamara su atención. Sujetando el control remoto saltaba de canal en canal, hasta que por
fin aburrida y abatida, decidió apagarlo.
Observaba el techo meditando en lo que fue su vida hasta hoy y todo el esfuerzo que ella
y su esposo emplearon para poder tener descendencia sin conseguirlo. Ahora que tenía
cuarenta y tres años de edad veía que era casi imposible lograrlo. Se daba cuenta que el
tiempo se le agotaba. Su juventud se escapaba cada vez con más prisa y no podría coronar
sus sueños de ser madre. De darle a su amado Anthony, su “Tony”, —como lo llamaba
cariñosamente— la dicha de ser padre.
Sentía que la vida había sido muy dura con ellos durante demasiado tiempo y que todo
ello era más de lo que cualquier matrimonio podía soportar —y todo ello estaba a punto de
explotarle en el rostro—. Su esposo le había demostrado el gran amor que sentía por ella con
creces, al igual que su invalorable apoyo a lo largo de los años por lo cual le estaba
sumamente agradecida, pero ya notaba siento cansancio por parte de él. No sabía cuánto
tiempo más podrían continuar así, hasta que optara por dejarla; lo amaba con el alma y no
quería perderlo. Pero los sentimientos de frustración y rabia invadían su ser atormentándola
e inundándola de tristeza. «Si cuando era más joven no pudimos tenerlo — pensó— ahora
menos lo vamos a lograr»…
En ese momento se abrió la puerta del baño y Anthony se deslizó en la cama al lado de
su esposa. Rita tenía el semblante dominado por la tristeza —hacía mucho tiempo que no
podía sonreír—. Parecía que la alegría de vivir se hubiera escapado de su rostro invadido por
la nostalgia y el desánimo; por la falta de esperanza y el desconsuelo de no lograr coronar
aquello que deseaba con ansiedad y era lo que su vida necesitaba: su realización como mujer
y como esposa. La felicidad en ese momento — y por supuesto la sonrisa a flor de labios—
huyó para su desdicha.
Anthony la miró percatándose de su estado de ánimo. Al contemplarla sentía que la culpa
lo invadía ya que tenía que ausentarse por unos días, debido a su trabajo como supervisor de
ventas de una de las principales empresas de equipos de computación de los Estados Unidos.
Eso significaba viajar un par de veces al mes a través del país ausentándose de casa; eso lo
preocupaba, pero era su trabajo desde hacía veintitrés años y no podía abandonarlo. Peor aún,
con la recesión económica los empleos escaseaban y en verdad a él no le iba nada mal. «Si
no fuera por estos viajes que debo hacer—pensó—todo estaría mejor. No me gusta dejarla
en estas condiciones cuando se encuentra tan deprimida…» Hacía sus mayores esfuerzos
para tratar de alegrarla, reconfortarla e infundirle esperanzas. Intentaron procrear desde el
momento en que se casaron. Eso era lo que ambos ansiaban, lo que siempre quisieron. Pero
la vida de un modo obstinado se negaba en concederles esa bendición y la situación se había
agravado debido a todo el sufrimiento que venían arrastrando…
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—Mi amor por favor, no estés triste. —Dijo a su esposa sonriéndole para animarla —
Debemos ser pacientes y tener esperanzas. Vas a ver que las cosas van a cambiar y por fin
vamos a lograr…
Rita no pudo aguantar más y empezó a llorar, mientras su esposo la abrazaba tratando de
consolarla.
— ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Qué he hecho para merecer esto, Dios mío…?— dijo—
tratando de descargar su fracaso y dolor en los brazos de su marido.
—Por favor mi amor cálmate, — dijo Anthony —tranquilízate. Debe haber una solución.
Sabes que debemos seguir intentándolo. Vas a ver que podemos conseguirlo, tienes que ser
fuerte. No te desesperes mi amor; ten confianza, ten fe en que lo vamos a lograr…
—Todo ha sido tan terrible, todas las cosas que han pasado. Mis padres, luego mi
hermana y mi sobrina… No hemos podido tener un hijo. Tengo miedo Tony, tengo miedo de
que te canses de mí. No sabría qué hacer sin ti. Sé que soy culpable de lo que está
sucediendo…
—No, mi corazón—respondió Anthony—no digas eso, no tienes culpa de nada. Las cosas
de la vida son así; muchas veces carecen de lógica y solo ocurren porque sí. Eres el amor de
mi vida, no lo dudes. Eres a quien siempre esperé y deseo estar contigo para siempre. Jamás
pienses que me voy a separar de ti. ¡Te amo!... ¡Eres la mujer con la que soñé y quiero estar
el resto de mi vida!
Rita seguía llorando y dijo: —ni siquiera puedo ayudar a mi sobrino. Él ha sufrido tanto
y no he sido capaz de poder cuidarlo, de ayudarle y darle el hogar que necesita. De darle el
amor y la felicidad que se merece. Mi hermana no debe estar descansando en paz. ¡No puedo
hacer nada bien!—exclamó reflejando su tristeza y ansiedad con las lágrimas que se
deslizaban sobre sus mejillas. — ¡Oh Dios mío! ¡Por favor ayúdanos! ¡Ayúdanos!…
—Cálmate mi amor, cálmate por favor— le respondió mientras la abrazaba y mecía
suavemente acariciando su cabello, arrullándola…
———ooo———
La espantosa cabeza calva era semejante a la de un cerdo enorme y feroz, coronada por
dos cuernos de carnero que apuntaban hacia adelante. Ostentaba una gran frente de forma
achatada que sobresalía toscamente debajo del cráneo, bajo ésta se podían apreciar los ojos
sin párpados ni piel alguna alrededor: pequeños, amarillos, recónditos e infernales… Esos
ojos — similares a dos abismos tenebrosos— miraban con tanta profundidad que podían
atravesar el alma; transmitían un odio y una furia demencial. La nariz redonda como una
trompa achatada tenía dos orificios de donde salían diminutos chorros de vapor verde. La
boca…, el amplio hocico estaba plagado de dientes similares a los de un tiburón. En ambos
extremos sobresalían los colmillos curvos, amarillentos y marrones de jabalí que llegaban a
la altura de sus pómulos. Las extremidades delanteras hirsutas y alargadas, de color marrón
y negro terminaban en pezuñas de toro sobre la hierba. El otro lado del cuerpo poseía un par
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de piernas humanas increíblemente musculosas; con venas inflamadas a punto de estallar en
cualquier instante y remataban en unas temibles garras oscuras. En medio de aquellas
extremidades colgaban dos voluminosos testículos arrugados que escoltaban a un ciclópeo
pene cubierto de pelos, llagas y costras. Éste a su vez remataba con un glande en forma
triangular como la cabeza de una serpiente. Aquel aberrante ser había perdido parte de la piel
del poderoso torso y en algunos lugares de su anatomía se veían los músculos mortecinos y
huesos amarillentos que brillaban de manera fantasmal con la luz de la luna. Coronaba el
lomo una colonia de gusanos, alacranes y otros bichos rastreros y nauseabundos que se
contorsionaban sin cesar cual macabra orgía parasitaria. El hedor a descomposición,
herrumbre e inmundicia que despedía era sumamente repulsivo. El aborto vomitado de lo
más profundo y horrible de la oscuridad del averno estaba erguido sobre sus cuatro
extremidades observando al niño en silencio, despidiendo esas exhalaciones verdes.
La “cosa” repugnante y aterradora que el chiquillo tenía frente a sí, lo había hecho
enmudecer. Se encontraba lívido de pavor ante esa visión apocalíptica. Aún se encontraba
con las manos levantadas sujetando la rama apuntando en dirección a ese monstruo que
sonrió y empezó a susurrar con una chillona voz:
—Nos vemos de nuevo, pequeño bastardo. ¡Infeliz hijo de puta!— dijo el apocalíptico
ser.
El niño no podía controlarse. Todo su cuerpo estaba temblando presa del miedo cerval
que sufría ante la presencia de esa tenebrosa entidad. De su entrepierna empezaron a
descender algunas gotas amarillentas que caían sobre el césped a la vez que una gran cantidad
de orina como una cascada tibia descendía con rapidez a través de sus piernas empapando su
pantalón, mientras la bestia lo miraba con una maquiavélica sonrisa…
— Pequeño inmundo: ¿Creías acaso que te ibas a escapar? ¿Pensaste por un momento
que no volvería por ti?—continuó susurrando el endriago mientras una lengua negra larga
plagada de úlceras y pestilente salía de su boca relamiendo placenteramente su hocico y
rostro; siseando en el aire como si se tratase de una serpiente, estirándose y acercándose a la
mejilla derecha del niño tratando de lamerlo. En tanto hacía esto, sus ojos brillaban con mayor
intensidad con una mirada perversa, llena de malicia, cargada de atrocidad. Parecía que
estuviera disfrutando el instante de alcanzar a su presa…
— ¡NO!—gritó el chiquillo y estiró sus brazos con fuerza clavando la rama en el ojo
izquierdo de la aparición y de inmediato emprendió la carrera, alejándose a toda prisa de esa
monstruosidad.
El esperpento con la rama clavada en el ojo, empezó a dar unos alaridos terroríficos,
atronadores, que retumbaban en el silencio y la oscuridad en el bosque. Movía la formidable
cabeza de un lado a otro con furia a una velocidad vertiginosa, tratando que la rama cayera
al piso. Intentaba infructuosamente quitarse el tallo del ojo con sus asquerosas y pavorosas
pezuñas; luego empezó a revolcarse en el suelo de dolor mientras mugía de una manera
horrible.
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El niño corría a toda prisa a través de la vegetación sin mirar atrás. Escuchaba los
bramidos que estremecían el lugar con un eco aterrador que viajaba por todos lados, dejando
sentir aquellos sonidos de ultratumba…
— ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡VOY A DESPEDAZARTE! ¡TE VOY A
DESPELLEJAR Y ME COMERÉ TUS ENTRAÑAS!...
A medida que el chiquillo continuaba en su frenética carrera, los rugidos del monstruo se
iban alejando hasta que se convirtieron en un murmullo y luego dejaron de oírse. El niño se
internó por un angosto sendero rodeado de árboles hasta que no pudo proseguir; las piernas
no le permitían avanzar ni un paso más. El cansancio por el esfuerzo de la carrera para salvar
su vida, lo había dejado sin aliento. Se sentó sobre la tierra húmeda tratando de recuperarse;
mirando hacia atrás cerciorándose de que esa pavorosa criatura no lo viniera siguiendo y
respiraba por la boca tratando de recobrar el aliento.
———ooo———
Anthony continuaba abrazando a su esposa tratando de tranquilizarla y dándole el
consuelo que necesitaba. La besaba con ternura en la cabeza y rostro mientras le acariciaba
el cabello y la espalda.
Rita a su vez se hallaba un poco más serena ya que las caricias y besos de su esposo le
producían un efecto balsámico. Tener a su pareja al lado era lo que le causaba bienestar y
sosiego; sentir su apoyo y cariño la ayudaban a continuar y superar esos momentos de crisis
en que el desánimo colmaba su ser. Luego de unos minutos de estar juntos abrazados, ésta
levantó la cara mirando a su marido y le dijo:
— ¡Por favor dame paz! ¡Necesito sentirte dentro de mí! ¡Quiero que me hagas el
amor!—.
Dicho esto, se despojó de la ropa de dormir quedando desnuda y se acostó boca abajo en
la cama esperando que su esposo complaciera su deseo.
Tony al igual que Rita se desvistió y empezó a besarle la nuca procediendo de forma
pausada a descender viajando sobre su cuerpo. Rozándola sutilmente con los labios,
mordisqueando y lamiendo de una manera sensual la espalda, pasando por los omóplatos,
deslizándose paulatinamente por la zona lumbar mientras con sus manos acariciaba la cintura
y nalgas de su embelesada esposa.
Rita por su parte alejando por unos instantes su tristeza, se dejaba llevar por el placer.
Percibía que su cuerpo se estremecía de emoción al sentir el contacto amoroso y erótico de
su marido. Empezaba a relajarse y estiraba sus manos para tocar la virilidad enhiesta, quería
sentir la rigidez de la masculinidad de su marido; además de la fuerza y protección que
experimentaba al compartir ese momento tan íntimo y especial con la persona que amaba.
Anthony saboreaba la piel de su esposa recorriendo con su lengua el canal que se formaba
entre las nalgas y las mordía suavemente, mientras con una mano trataba de separarlas, con
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la otra por debajo, acariciaba la flor de la pasión de ésta. Ella percibía que una oleada cálida
y placentera se irradiaba por toda su humanidad. Sentía un cosquilleo en la entrepierna que
llegaba como ondas eléctricas hasta el paladar mientras él hacía que separase los muslos para
poderle proporcionar las ansiadas caricias. La humedad de su cavidad y un gemido de placer
fue la respuesta anhelada, además de la satisfacción de sentirse deseado y amado. Se colocó
sobre sobre ella apoyado en sus brazos mientras deslizaba suavemente la prolongación de su
deseo inflamado sobre la nuca; luego la espalda, los glúteos, las piernas y las plantas de ésta.
Resbalando poco a poco su masculinidad cual pincel libidinoso sobre el lienzo femenino; y
así unidos empezaron a dibujar una obra de arte de pasión, deseo y lujuria.
Anthony cogió una de las almohadas y Rita instintivamente levantó sus muslos
permitiendo que deslizara el cojín bajo su vientre, y así, quedar con el cuerpo dispuesto de
modo que fuera más cómoda y placentera la penetración. Luego, volvió a colocarse sobre
ella y comenzó a introducir su ariete con delicadeza, hundiéndose hasta el final, mientras su
mujer temblaba de la emoción.
En la mente de ambos no había nada más en ese instante. La unión perfecta, la comunión
total de dos personas, de dos seres que se amaban se estaba realizando en aquel momento en
que se necesitaban con tanta desesperación. A pesar de los años y del paso del tiempo, aún
sentían el placer y el bienestar de estar juntos, unidos en ese acto tan sublime e íntimo que es
el hacer el amor; fundirse, convertirse en una sola persona. ¿Es que acaso puede haber un
momento más perfecto? La alianza de los cuerpos y las almas, integrarse con la persona
amada; alejarse de todo y amarse como si no hubiera nadie más sobre la tierra. Como si no
existiese un mañana…
Ambos se movían con fuerza disfrutando a plenitud. Rita se levantó sobre los brazos
quedando apoyada sobre éstos a la vez que sus piernas continuaban dobladas sobre la cama;
mientras su marido, sujetándola por las caderas, la penetraba con frenesí…
———ooo———
Exhausto con una opresión en el pecho por el esfuerzo físico, el terror, la soledad y la
certeza del desamparo; el niño empezó a llorar. El cuerpo le temblaba de un modo
incontrolable mientras su rostro era mojado por las lágrimas y además estaba confundido.
Antes de encontrarse con “eso” intuía el camino que debía tomar, creía que se hallaba en la
senda que lo llevaría a casa, pero estaba desorientado. El pánico había invadido su mente y
le impedía pensar con claridad, lo único que quería era salir de ese lugar y retornar a su hogar.
Enjugó su rostro con la manga de la camisa del pijama y se puso de pie tratando de
reconocer el lugar donde se había detenido, pero únicamente veía gigantescos y frondosos
pinos a su alrededor; cientos de ellos como si formaran un círculo tratando de atraparlo. Sin
casi notarlo, los árboles se deslizaban sobre el suelo desplazándose a través de la hierba verde
oscura y se iban acercando…
— ¡CORRE, BASTARDO! ¡CORRE LO MÁS RÁPIDO QUE PUEDAS QUE VOY
POR TI!— Se escuchó la terrorífica y grave voz— ¡YA TE ALCANZO!..— Seguido de un
pavoroso bufido.
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Encerrado entre los árboles, el niño miraba hacia todos lados buscando una salida; pero
solo tenía alrededor una muralla de vegetación y podía oír los pasos de la “cosa” que se
acercaban a la carrera. Empezó a retroceder caminando en dirección opuesta a esos horribles
sonidos. Sin darse cuenta tropezó con una rama cayendo de espaldas entre la hierba y el lodo.
Producto de la caída, se golpeó la parte posterior de la cabeza y rodó quedando con el
rostro embarrado y cubierto de hojas perdiendo el sentido de orientación por unos segundos.
Abrió los ojos experimentando un agudo dolor de cabeza. Mirando hacia arriba comprobó
con terror cómo los árboles lo habían rodeado por completo y sus ramas se adelantaban como
si fueran lanzas tratando de atravesarlo; las copas de los árboles formaron un amenazante y
espeluznante círculo a su alrededor como una suerte de prisión sobrenatural. Observando
sobre las ramas lo único que pudo distinguir fue el lánguido resplandor de uno de los bordes
de la luna que iba desapareciendo como si fuera un eclipse. Trató con esfuerzo de
incorporarse pero fue imposible. La monstruosa pata delantera izquierda de la bestia colocada
sobre su pecho lo presionaba impidiéndole levantarse. Aquella aberración lo había atrapado.
El niño dominado por el pánico permaneció inmóvil, cerrando los ojos, petrificado por el
horror y la pestilencia proveniente de ese ser…
— ¡Llegó tu hora, pequeña mierda…!— susurró el monstruo. —Voy a tomarme mucho
tiempo para joderte— le dijo al chiquillo.
— ¡ABRE LOS OJOS! ¡ABRREEELOOOSSS…!— ordenó la entidad aullando
lunáticamente.
El niño abrió los ojos. Tenía la cara de la bestia apenas a unos centímetros de la suya. El
ojo por donde entró la rama se encontraba obstruido, con el pedazo de vegetación aun clavado
en éste de donde chorreaba un líquido espeso y amarillento que se escurría sobre el pómulo
de aquella cosa. El otro ojo lo miraba con irracional furia, mientras de entre las piernas su
enorme, infecto y horripilante sexo se erguía como un asta en ristre. Abrió el hocico
mostrando amenazante las hileras de dientes putrefactos, afilados como navajas. El aliento y
fetidez de “eso” se introducía por la nariz y boca de su víctima llenándolo por completo de
inmundicia y provocándole unas terribles nauseas, apenas superadas por el sobrecogedor
momento de pánico por el que estaba atravesando.
La “criatura” abrió aún más el hocico, sacando su lengua mientras la saliva espesa y verde
oscura caía sobre la cara del niño. Se dispuso a dar la primera dentellada para arrancar parte
del rostro del paralizado infante. De imprevisto el suelo cedió y el chiquillo cayó en un hueco
fusco y profundo; mientras aquella entidad permanecía al borde del hoyo mirando como éste
iba hundiéndose en la oscuridad. El muchacho caía rodando y golpeándose mientras
continuaba descendiendo en ese pozo sin fin.
— ¡AAAAHHHGGG!— fue el angustioso y terrible grito que salió de su garganta—
¡AUXILIOOOO!...
———ooo———
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La pareja continuaba haciendo el amor alejados de todo, concentrados en dar y recibir
placer. Tony se estremeció con violencia al sentir que las oleadas de goce comenzaban a ser
más fuertes y urgentes, estaba a punto de descargar; mientras Rita vibraba por la excitación
de haber alcanzado un par de veces el clímax. Unas últimas arremetidas y su esposo se dejó
caer sobre ésta quedando así acostados. Tony besaba la espalda de su mujer, mientras ella
comenzó a sentir una ligera modorra producto del encuentro amoroso. De manera inesperada
se escuchó un terrible alarido y el sonido de algo que caía pesadamente.
Ambos saltaron de un brinco de la cama. Rita se colocó lo más rápido que pudo el
camisón de dormir, mientras Tony se puso el short y la camiseta nuevamente. De inmediato
salieron corriendo de la habitación, llegaron al pasadizo y se dirigieron al otro dormitorio que
se encontraba a izquierda de donde estaban.
Rita giró la perilla de la puerta y entró a la recámara seguida por su esposo. Al ver el
estado en que se hallaba la habitación, emitió un grito de asombro.
— ¡DIOS! ¿Qué es esto?...
La alcoba era un caos total. La cama se hallaba desarreglada con las almohadas y el
colchón sobre el piso arrojado en varias direcciones. Las ventanas estaban abiertas de par en
par y un viento helado soplaba mientras las cortinas blancas volaban hacia adentro sujetadas
por los rieles adheridos a la pared. La lámpara, algunas pelotas y diversos adornos yacían
dispersos en el piso. La mesita de noche había sido movida de su lugar en tanto que los juegos
de video, así como los discos de películas y música, se encontraban de igual forma tirados
sobre el suelo. Parecía que un vendaval hubiera pasado por ese lugar.
— ¡Por todos los cielos!—exclamó Tony— ¿Qué pasó aquí?...
Rita miraba perpleja a la vez que aterrorizada la habitación. Veía hacia todos lados y se
sujetó del brazo de su esposo preguntando:
— ¿Dónde está Francis?, ¿Qué ha pasado con él?
Tony ingresó al guardarropa mientras Rita corrió hacia el baño a buscar al niño sin poder
hallarlo.
— ¡Por amor a Cristo!—exclamó desesperada— ¿Dónde estás Francis?, ¿Dónde estás
hijo? —agregó mientras buscaba bajo la cama.
Anthony se detuvo unos instantes observando el lugar y luego se acercó presuroso a la
ventana, mirando fuera de la casa. La luna llena iluminaba el vecindario y se veían los faroles
alumbrando la calle, al tiempo que las luces de las otras viviendas se encontraban apagadas.
Luego dirigió la mirada hacia abajo en el primer piso. Por fin lo pudo ver.
— ¡Allí está!—exclamó— ¡Francis está abajo en el suelo, sobre el jardín!
Cogió a su esposa de la mano y bajaron presurosamente las escaleras hasta llegar a la
planta baja. Luego corrieron hacia la puerta y salieron en dirección a donde se encontraba el
13. EL VISITANTE MALIGNO II
FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN
13
niño. Cuando llegaron a éste, Rita sentía que las piernas le temblaban y casi no podía hablar
por la impresión.
Francis estaba boca arriba sobre el césped en el jardín. Había caído desde su ventana
sobre un arbusto, rebotó y luego se precipitó sobre la hierba. Yacía con la ropa de dormir
desgarrada y cubierta de hojas y tierra. La vegetación amortiguó la caída evitando una lesión
de gravedad.
— ¿Qué ha sucedido?—Pregunto Anthony— ¿Cómo te sientes? ¿Cómo llegaste aquí
Francis?
El muchacho, con un poco de dificultad se sentó sobre el césped y comenzó a llorar
mientras Rita lo abrazaba asustada y le preguntó: — ¿Qué pasó mi amor?
En el acto Anthony se levantó y regreso presuroso a la casa para llamar a emergencias.
—Ha vuelto… Ha vuelto por mí— susurró el niño al oído de Rita. Sin dejar de temblar…
— ¿Qué es lo que dices Francis? ¿Quién ha vuelto?
— ¡El monstruo que mató a Luisa y a mis padres!— fue la terrible respuesta de Francis—
¡ahora viene por mí!
La mujer lo miró con tristeza y lo abrazó con más fuerza sin poder contener el llanto.
—No mi príncipe, no es así. Nadie ha vuelto, ni nadie viene por ti. Estás a salvo Francis.
Fue solo un sueño, una terrible pesadilla.
Desde la puerta, Tony los observaba con preocupación y tristeza moviendo la cabeza y
exhalando un suspiro en señal de resignación. Mientras su esposa sujetaba al niño y miraba
a su esposo con un gesto de súplica.
En ese momento se comenzó a oír la sirena de la ambulancia que iba acercándose en tanto
algunos vecinos salían a la calle para ver lo que sucedía. Rita permaneció en el suelo
sosteniendo entre sus brazos a su sobrino, a la vez que las luces rojas, azules y blancas
indicaban la llegada del auxilio médico. Por su parte Anthony se aproximó a la calle haciendo
señas al vehículo de urgencias indicándole donde se hallaba el herido.
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