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El Crimen del ADN
3
Ninett
EL CRIMEN DELADN
4
El Crimen del ADN
Edición. Denia, febrero 2016.
© El Crimen del ADN.
Autor: Ninett.
Diseño y maquetación: Anaid Zahorí.
Corrección: Álvar Bertomen.
Imprime: Estugraf.
Interior del libro impreso en papel reciclado libre de cloro.
La obra se encuentra protegida por la Ley española
de propiedad intelectual y/o cualesquiera otras nor-
mas que resulten de aplicación. Queda prohibido
cualquier uso de la obra diferente a lo autorizado en
las Leyes de propiedad intelectual.
El Crimen del ADN
5
A Laura y Gabriel.
El Crimen del ADN
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Diario de Londres
6-Dic-1955
“Un león se escapa del zoológico matando,
entre varias personas, a una mujer y su hija
de tres años en su domicilio. Todo indica que
pudo ser un accidente. No obstante, la Agencia
de Criminología ha abierto una línea de inves-
tigación para averiguar cómo pudo escaparse
una fiera de tales dimensiones del zoo de Re-
gent´s Park, cerca de Portland St., donde vivía
esta familia. Al parecer, el marido no se halla-
ba en el inmueble y pudo salvarse del trágico
suceso. Para cuando éste regresó, se encontró,
muy a su pesar, los cuerpos ya sin vida de su
mujer e hija. Se cree que pudiera tratarse de
Alice Miller Mann, mujer del famoso científi-
co Peter Miller Mann y Doctora en Microbio-
logía, y Jane Miller Mann, hija de ambos.
La fiera finalmente fue abatida por un vigilante
nocturno de la policía en la segunda de Port-
land, donde a tres minutos se encuentra el zoo-
lógico del que se escapó el felino”.
Estile Preston.
El Crimen del ADN
9
I
–Loop, si no es menester, me gusta-
ría que me explicase cómo decidió
cambiar su preciosa casa, situada en
pleno centro de Londres, para vivir en el Mu-
seo de Covent Garden.
–Si lo piensa, Estile, usted mismo acaba de
pronunciar la respuesta –coligió Loop–: “para
vivir en el museo”.
–Por cierto, –dijo Estile cambiando de tema–
¿ha leído usted el periódico esta mañana?
–Sí. ¿El león que escapó? Interesante. Por fa-
vor, Estile, ¿puede usted soltar ese lastre?–pro-
firió.
–Pero Loop, podría caerle a alguien encima y
quién sabe el daño que causaría –contestó Es-
tile observando a la gente desde el aerostático.
–Descuide, estamos a punto de sobrevolar el
río Támesis, –señaló Loop– sólo tiene que des-
10
El Crimen del ADN
hacer el lazo del nudo y el lastre caerá por sí
mismo.
–De acuerdo –dijo Estile liberando el lastre–.
Desde luego, Loop, a excepción de esa horri-
ble careta de cuervo de la que espero que se
haya desecho, fue toda una suerte encontrar
este globo en el desván. Sólo por eso mereció
la pena quedarse con el museo, por no mencio-
nar los cuadros y las obras de arte, claro.
El globo comenzó a navegar a través de las
nubes y, surcando los cielos, contemplaron las
panorámicas vistas del Regent´s Park, lugar
donde se encuentra el zoo del que se escapó
el felino.
–Estile, ¿sería tan amable de conseguirme esos
bombones de tan extraordinario gusto y sa-
bor para esta tarde? Pues hoy tengo una cita,
¿sabe?
–Estoy de acuerdo, Loop, creo que son sucu-
lentos y, si me lo permite, un buen afrodisíaco.
–Estile, la cita es con mi tía Enriqueta.
–Debería usted hacer algo con ese mechón
blanco que tiene en el flequillo, pareciera apa-
El Crimen del ADN
11
rentar más edad de los treinta y siete que asu-
me –sugirió Estile.
–Lo tengo desde que nací. Creo que podré con-
vivir con él. Ahora debo ir al Departamento
Criminológico, he de reunirme con el sargento
Dalton. Si dispone usted de tiempo y quiere
acompañarme, quizás encuentre algo intere-
sante para su nuevo artículo. Se trata del caso
del león.
–¡Oh, por supuesto! Tengo un poco de tiempo.
Después de tomar tierra y mientras unos mo-
zos recogían y plegaban con talento el aerostá-
tico, un coche de la policía, que había enviado
el Sargento Dalton, pasó a recogerlos.
Cuando Loop y Estile llegaron al Departamen-
to Criminológico, el sargento Dalton se apre-
suró a recibirlos como aquel que encuentra a
un ser salvador. Parecía ser un hombre muy
ocupado y reflexivo, pero a la vez cercano y
cordial. Fumaba en pipa, mas no tragaba el
humo que iba tiñendo de nicotina el canoso
bigote de éste.
–Detective Glaseens Loop, me alegra verle
de nuevo. Espero que en este sumario, señor
Loop, no haya tantos destrozos como en su
antecesor –exclamó el sargento con amistad
y dirigiendo su mirada a Estile–. Señor Estile
12
El Crimen del ADN
Preston, gracias por venir, si la gente tiene que
enterarse, que sea por una mano veraz, de plu-
ma contrastable como la suya.
–Y bien ¿qué cuestión ha hecho que solicite de
nuestra intervención? –preguntó Loop.
–No sé si ha leído los periódicos, señor Loop,
pero ayer noche se escapó un león del Zoo y,
bueno, la verdad es que nos gustaría que echa-
ra un vistazo a las fotos que se hicieron en el
lugar de los hechos –explicó mientras se saca-
ba las fotos del bolsillo.
Loop observó éstas con detenimiento.
–La verdad, sargento Dalton, creo que en estas
fotos hay algo raro, no parece haber mucho al-
boroto para el que podría ocasionar un león en
un inmueble, ni indicios de lucha. Es un tanto
extraño.
–Sepa, señor Loop, que el león estuvo allí y
se alimentó de los cuerpos, pues hemos encon-
trado restos de las víctimas en la boca y en la
zarpas del animal, pero he de reconocer que
es un tanto extraño, sí. Y bueno, para eso le he
llamado, por si puede usted arrojar un foco de
luz sobre este tema.
–¿Qué más encontraron?
El Crimen del ADN
13
–Sinceramente, no mucho, sólo dos cuerpos
amontonados, como si de una bola de carne se
tratara. Pensamos que, cuando las víctimas lle-
garon a su domicilio, debieron dejarse la puer-
ta abierta, el león se dio cuenta y sin pensárse-
lo dos veces accedió a la vivienda, atacando a
madre e hija hasta saciar su apetito.
–Perdone que le interrumpa, sargento, pero en
estas fotos no se divisa un montón de carne, si
no tres –profirió Loop azaroso.
–Así es, detective, tres montones de carne y
sobras humanas –el rostro de Loop se tilda.
–Disculpe mi expresión, pero no es muy nor-
mal sargento Dalton, si me lo permite, que un
león se racione la comida en tres él solo. Creo
que es un número inquietante –apuntó el de-
tective–. Muy bien, sargento, veré qué puedo
hacer, no se preocupe, ya verá como todo se
esclarece, es cuestión de tiempo y audacia. Si
no le importa, me gustaría hablar con el foren-
se que lleva el caso.
–¡Oh, sí! El forense Robert Waals. Podrán en-
contrarlo ustedes en el sótano, por la entrada
más estrecha, después sigan el pasillo hasta el
final.
–Muchas gracias sargento.
14
El Crimen del ADN
Siguiendo las instrucciones del sargento Dal-
ton, hicieron el recorrido por el hueco y vacío
pasillo en cuyas paredes, prácticamente desnu-
das, había nada. Salvo en un lateral, en el que
Loop y Estile pudieron apreciar un cuadro con
un gigantesco sello en el que se formulaba una
cita que decía:
“Sólo aquellos que trascendieron más allá
de sí mismos alcanzarán al ser ineludible”.
Enseguida se encontraron con el Departamento
Forense, cuya entrada consistía en un pasadizo
de luz parpadeante que, a su vez, desembocaba
en una sala amplia con una puerta al final, que
debía de ser la cámara donde se guardaban los
restos. En la sala había un hombre joven, del-
gado, de tez pálida e impertérrita que se pasea-
ba por el frío e inhóspito lugar. Loop se dirigió
a éste casi en un bisbiseo para no sobresaltarlo.
–¿Doctor Robert Waals?
–¡Ah, sí! ¿Detective Glaseens Loop? Es un
placer. ¿En qué puedo ayudarles? –preguntó el
forense.
–Espero no importunarle, pero, ¿qué puede us-
ted decirnos de los cuerpos que hallaron en la
casa de los Miller Mann?
El Crimen del ADN
15
–Pues verá usted, señor Loop, los cuerpos o
mejor dicho, lo que quedaba de ellos, denota-
ban que el crimen había sido perpetrado de una
forma tácticamente animal. Dadas las dimen-
siones de las dentelladas y desgarros, queda
descartada la representación de un ser humano.
–Cuando llegó usted, señor Waals, ¿cuánto
tiempo cree que llevaban muertas las víctimas?
–Los restos, señor Loop, estaban relativamente
tiernos. Valúo que poco más de una hora.
–¿Hallaron algo más en los cuerpos?
–Detective Glaseens Loop –aseveró el dog-
mático forense con medida– el trabajo de un
forense en los tiempos que corren y con las ru-
dimentarias herramientas de que disponemos,
suele ser elevado y lento, especialmente lo
segundo. Puede usted repasar las estadísticas,
sólo un setenta por ciento de los crímenes que
se cometen en Londres se resuelve favorable-
mente, así que si no tiene usted ninguna otra
pregunta, detective…
–¡Oh, perdone, no quería abrumarle doctor!
Ruego me disculpe si le he parecido arrogante,
pues no era mi intención. Le agradezco mu-
cho la información que nos ha proporcionado,
sin duda nos será de gran ayuda. Espero verle
pronto.
16
El Crimen del ADN
–Igualmente, señor Loop, ha sido un placer co-
nocerle.
–Lo mismo digo.
*
–¿Y ahora hacia dónde nos dirigimos?
–Estile, el sospechoso número uno es siempre
la persona que acierta el cadáver.
–Discúlpeme, Loop, pero ¿no fue el mari-
do quien las encontró? –incidió el periodista
mientras se disponían a abandonar el Centro
Criminológico propuestos a hacer una inspec-
ción en Portland St., lugar de los hechos.
–Así es, querido amigo, y donde nos dirigimos
en este momento.
–Pero…–replicó.
–No se precipite, Estile, todo tiene su porqué y
debemos escuchar primero la versión del señor
Miller Mann.
*
¡Ding, dong!
–Sí, un momento por favor –exclamó una voz
tras unos pasos que se iban acercando desde la
profundidad de la casa.
El Crimen del ADN
17
Cuando el científico Peter Miller Mann les
abrió la puerta, Loop y Estile pudieron apre-
ciar en el rostro de éste el rastro de la falta de
sueño y del poco descanso al que había estado
expuesto el susodicho. Por otro lado, el traje
mal ataviado y la barba de dos días hacían evi-
dente la ausencia de cuidado personal. Mas no
era para menos, pues acababa de perder a su
mujer e hijita de la manera más atroz que na-
die desearía. Aun así y detrás de todo aquello
podía presentirse a un hombre joven, de buena
planta, espíritu fuerte y carácter constante. Un
ser en apariencia interesante, que a pesar del
fatal acaecimiento, consiguió reunir fuerzas
para tratarlos con cierta hospitalidad.
–Perdonen, estaba haciendo las maletas…
–¿Se marcha, señor Miller?
–Sí. Ahora la casa está precintada y debo se-
guir trabajando, por lo que he decidido tras-
ladar todo mi equipo a mi casa de campo, en
el observatorio, y tratar de recuperar el tiempo
perdido.
–¿Además de observar los microorganismos,
contempla también usted las estrellas? –profi-
rió Loop.
–Aunque le pueda parecer extraño, existe una
gran conexión entre el cosmos y el microcos-
18
El Crimen del ADN
mos, incluso se ha llegado a calcular la proba-
bilidad de que el ADN terrestre podría conte-
ner partículas de origen estelar. Pero ustedes
no están aquí por eso, ¿me equivoco?
–¡Oh, sí, perdone! Soy el detective Glaseens
Loop y él es el señor Estile Preston, periodista.
–Tanto gusto señores. ¿Y en qué puedo ayu-
darles?
–Me gustaría hacerle unas preguntas, si es tan
amable.
–Sí, claro, cómo no. Salgamos fuera, pues den-
tro está la guardia forense y me han dicho que
no debo tocar nada. Ruego me disculpen.
–No se preocupe, señor Miller Mann, estamos
al tanto. Quiero exponerle mi más sentido pé-
same.
–Gracias, detective. Pero no se queden ahí,
siéntense, estaremos más cómodos. ¿Y bien?
–Verá, señor Miller, me gustaría que me expli-
case al detalle qué es lo que hizo desde que se
fue a esa reunión hasta que regresó a su casa.
Quiero que me lo cuente todo tal y como pasó.
–Ya se lo dije a la policía. Salí hacia las 7:30
de la mañana, como de costumbre hago para ir
a trabajar. Al punto tenía que coger un vuelo
rumbo a Glasgow, donde presentaría mi tesis
en una importante reunión, ya que necesito que
alguien apoye y financie mi proyecto.
El Crimen del ADN
19
–¿Y qué tal le fue?–preguntó cordialmente
Loop.
–¡Oh! Bien, causó muy buena impresión y con-
seguí el respaldo que tanto necesitaba, gracias.
–Y después de la reunión, ¿qué hizo?
–Tenía tiempo hasta que saliese el vuelo, qui-
zás unas dos o tres horas. Así que me fui a
almorzar a un restaurante situado en la zona.
Después tomé el vuelo y regresé directamente
a casa. Luego… Dios mío ¿Cómo pudo suce-
der algo tan atroz?
–Dígame, señor Miller ¿Qué hora sería cuan-
do, si me lo permite, encontró los cadáveres de
su mujer y de su hija?
–Pues… –esbozó– aproximadamente las 2:45
de la madrugada.
–¿Conserva usted los pasajes todavía?
–Sí. Están en la mesa camilla, dentro. Pasen
por favor.
La casa se encontraba bajo observación y cus-
todiada por varios agentes de la Policía Cien-
tífica, quienes con cierto afán de desconcierto,
analizaban y tomaban muestras en el aciago
lugar.
El científico tomó el pasaje de encima de una
cómoda que se encontraba en la misma entra-
20
El Crimen del ADN
da y, ofreciéndoselo al detective, extendió su
mano con disposición.
–Aquí tiene.
–Perdone que le cuestione, señor Miller, pero
aquí dice que usted llegó a las 23:15. ¿Cómo
pudo tardar tres horas y media en llegar desde
el aeropuerto hasta Portland St?–preguntó in-
usitado Loop.
–Desde luego tiene toda la razón detective. Es
imposible. Pero ayer era viernes noche y a esas
horas los atascos son horribles. Al final, del
agotamiento del viaje me quedé dormido.
–¿Cómo reaccionó usted, exactamente, cuan-
do encontró los cadáveres?
–Oí unos gritos en la calle y sirenas mientras
llamaba a la policía. Me asomé a la ventana y
pude ver al que supongo, debía ser el guarda
nocturno tendido en el suelo, creo que muerto.
Posteriormente escuché tres disparos. Después
salí a la calle a esperar a que alguien llegara.
La gente estaba aterrada, decían que un león se
había escapado y entonces comprendí lo que
había pasado. Entre lágrimas, recordé que el
día anterior un viejo amigo nos regaló unas en-
tradas para ir al zoo, ya que últimamente mi
relación con mi esposa no era muy fluida, por
decirlo de alguna forma, y pensé que sería una
El Crimen del ADN
21
buena idea hacer una excursión familiar –ex-
plicó–. Esa misma tarde me llamaron de Glas-
gow, pues estaban interesados en los informes
preliminares que les envié, lo que hizo que
no pudiera acompañarlas al zoo. Les dije que
se fueran ellas, que tenían una visita guiada,
ya que les enseñarían todas las instalaciones.
Dios mío, quién me iba a decir a mí que esto
pasaría. Si pudiera dar marcha atrás…
–Perdone, agente –comentó Loop dirigiéndose
a uno de los oficiales que estaba tomando fotos
en el lugar de los hechos.
–¿Sí, detective?
–¿Podría usted decirme si han encontrado al-
guna huella de león o pisada?
–Buena pregunta. La respuesta, detective
Loop, es que no. Parece ser que en el zoo dis-
ponen de un equipo experto en higiene, porque
el león estaba impoluto, no hay huellas ni res-
tos de pelo o señal alguna de su presencia en
todo el lugar –afirmó el oficial con frustración.
–¿Le importaría a usted que echáramos un vis-
tazo a la casa?
–Mientras no toquen nada no hay problema–
exclamó.
–Señor Miller, ¿sería tan amable de mostrarme
el resto del inmueble?
22
El Crimen del ADN
–Sí. Por favor, síganme –contestó el científico
mientras se disponía a ascender al piso supe-
rior–. Aquí está nuestro dormitorio, es grande,
amplio y luminoso. Como a Alice le gustaba.
–Dígame, señor Miller, ¿cómo encontró usted
la casa cuando ocurrió todo? –profirió Loop
pensativo.
–Intacta, como lo está ahora, por alguna razón
el león no quiso acceder al piso superior.
–Creo que a su mujer también le gustaba ma-
quillarse, es una prodigiosa colección de la fir-
ma–comentó Estile.
–Sí. La verdad es que siempre estaba retocán-
dose y sólo le gustaba esta marca. Yo siempre
le solía traer de mis viajes lo último que habían
sacado. Entre otras cosas, esas uñas postizas
de porcelana que a ella le hizo tanta ilusión
tener –detalló–. Cosas de mujeres. Creo que
ahora es lo que se lleva.
–Pues sí es lo que se lleva –interrumpió Estile
con energía de colegial–. Lo sé porque tengo
una prima que es muy joven y…
–Gracias, Estile, pero no creo que sea el mo-
mento apropiado para hablarnos de las cuali-
dades de su adolescente prima. Ruego disculpe
a mi amigo, está un poco exaltado.
–No pasa nada, de hecho a mi hijita Jane tam-
bién le gustaban esas cosas.
El Crimen del ADN
23
–¡Loop!
–¿Sí, Estile?
–Aquí parece que falta un bote de pintauñas
rojo. Lo sé por mi prima, que, como le comen-
taba antes, tiene toda la colección. ¿Sabe usted
si lo llevaba consigo cuando fueron al zoo?–
inquirió Estile.
–Pues supongo que sí, ya que siempre o casi
siempre solía llevárselos.
–Muy bien. Ahora, señor Miller, sólo me que-
da darle las gracias, de momento eso es todo y
cuanto quiero saber.
–Austedes, Señor Loop y compañía –exclamó.
–Hasta la vista y espero que se recupere pronto
de tan desgraciado asedio.
–Gracias –concluyó.
*
–¿Cómo pudo escaparse el león de la jaula? –
preguntó Estile.
–Qué decirle, Estile. Esta misma mañana, des-
pués de hablar por teléfono con el sargento,
solicité una entrevista en el zoo con la cuida-
dora responsable de la vigilancia de los felinos
–enunció Loop.
–¿No está el zoo a dos manzanas de aquí? –
preguntó Estile.
24
El Crimen del ADN
–¡Oh, sí, por supuesto! –exclamó mientras se
ponía en marcha.
Al cabo de tres minutos llegaron al zoológico
de Regent´s Park. Seguidamente se dirigieron
hasta las instalaciones donde se encontrarían
con la cuidadora de las fieras en la noche del
suceso.
–¿Es usted Martha Swann, la cuidadora del
león que se escapó?
De una singular belleza era el rostro frío e
inexpresivo de la chica cuando se volvió hacia
ellos.
–¿Qué es lo que quieren? –profirió la chica con
una reticente y aterciopelada voz.
–Me llamo Glaseens Loop y él es el señor Es-
tile Preston.
–¡Ah, sí! Me dijeron que vendrían.
–Veo que la tienen bien informada, ¿podría
usted contarme lo que ocurrió? ¿Cómo pudo
escaparse el león?
–Sí, detective. Sencillamente alguien se dejó
la puerta abierta y la fiera se escapó –explicó.
–¿De cuántas puertas dispone dicha jaula?
El Crimen del ADN
25
–Bueno, en realidad son dos jaulas que co-
munican entre sí. Una es de aislamiento, por
mantener al animal de un modo seguro apar-
tado, para proporcionarle el alimento. Luego,
entre ellas, existe una compuerta de acero. La
jaula también dispone de otra entrada para el
cuidador y la puerta o portillo de traslado de
animales que se halla en la jaula de aislamiento
y que comunica con Portland St. –concluyó la
cuidadora.
–Señorita Swann–continuó Loop–, esa puerta
o portillo ¿es la que se quedó abierta y por don-
de pudo escaparse el león?
–Así es –afirmó.
–¿Podría usted mostrarme la jaula del felino?
Si no es molestia, claro.
–Sí, por favor, acompáñenme.
Después de caminar durante un rato por las ga-
lerías del zoo, todo eran prisiones para los ani-
males, con lo que Loop no estaba en absoluto
de acuerdo. Pues menuda filosofía ésta de los
humanos, siempre intentando alterar y contro-
lar la naturaleza, apropiándose de lo que no es
suyo y sometiendo a estos pobres animales con
el único fin de entretener a un paga-entradas.
–¡Aquí está! Esta es la jaula.
26
El Crimen del ADN
–¡Ah, por fin! –contestó Loop mientras se
adentraban por un paso, cuya luz apagada al
final no parecía tener fondo. Lugar donde se
encontraba la jaula del felino.
La cuidadora corrió las cortinillas.
–Como puede ver, detective, ahí está la com-
puerta que divide la jaula y más allá está el
portillo que se dejaron abierto.
–¿Sabría usted decirme, señorita Swann, quién
estaba de guardia aquella noche?
–Sí señor. Estaba yo –respondió–, pero no bajé
a la jaula para nada, ya que el alimento se lo
damos por la mañana –explicó.
–¡Loop, he encontrado algo! Parece una uña
postiza roja –dijo Estile extrayendo la uña de
entre las virutas.
–Déjeme ver, Estile. Sí. Es una uña postiza de
porcelana –esbozó Loop.
–¡Oh sí, perdonen! Creo que es mía ¿ven?–ex-
clamó la cuidadora mientras se despegaba una
uña postiza del mismo color de su dedo– es
que a veces estas dichosas uñas se despegan
y se caen. Si no me equivoco, debe ser de
ayer, que al hacerme la manicura, seguramente
cuando entré en la jaula no estaría totalmente
seca y se me debió caer–contestó ruborizada y
un tanto nerviosa.
El Crimen del ADN
27
–¡Oh! Bien, bueno –profirió Loop–. Y cuan-
do descubrió que el león no estaba en su jaula
¿qué hizo?–preguntó.
–Pues me enteré por la policía. Me llamaron
informando de que posiblemente podría ha-
berse escapado del zoo, –prosiguió la chica
narrando los hechos– me pidieron que lo com-
probara y así lo hice, cuando me percaté de que
la puerta de traslado...
–¿El portillo? –interrumpió Loop.
–… Eso es, que el portillo estaba abierto, les
avisé de que efectivamente se trataba de nues-
tro león. A pesar de que lo abatieron a tiros,
enviamos un furgón con personal del zoo para
recoger al animal y trasladarlo al Centro Cri-
minológico, –siguió contando la cuidadora–
después me enteré de lo que había pasado y
no pude evitar pensar en quién pudo hacer una
cosa así –concluyó la chica entre sollozos.
–Un momento señorita Swann, ¿está Ud. insi-
nuando que alguien intencionadamente dejó el
pestillo quitado?
–No sé qué pensar, lo siento –profirió ésta.
–Gracias, señorita Swann, por su ayuda –ex-
clamó Loop.
–Cuenten conmigo para lo que quieran. Ahora,
si me disculpan, he de ir a limpiar las jaulas –
28
El Crimen del ADN
se ofreció acompañando a Loop y Estile hasta
la puerta de salida.
En las afueras del Zoo…
–Estile, ¿ha guardado usted esa uña?
–La he guardado.
–Estupendo, ya tiene usted un buen artículo
para su columna, ya que podría tratarse de una
prueba, pero no saquemos conclusiones toda-
vía, debemos ser cautelosos de los detalles que
nos depare todo lo concerniente a este caso –
dijo.
–¿Piensa usted que pudo no ser un accidente?
–Estile, no es momento de pensar, sino de re-
unir pruebas. Las pruebas son nuestro testigo
directo y único aliado, pues sólo ellas pueden
conducirnos hasta la verdad.
Después de despedirse de Estile, Loop quiso
indagar un rato y dar un paso más hacia esa
verdad. Por lo que tomó un taxi en dirección
al aeropuerto para averiguar si la coartada del
científico Peter Miller Mann era veraz y efecti-
vamente estuvo, en la noche que el león escapó
matando a toda su familia, en un atasco que
duró más de tres horas.
El Crimen del ADN
29
–Buenas tardes, ¿es usted el director del servi-
cio de taxis del aeropuerto?
–¡Perdone, pero ahora tengo mucho trabajo! –
contestó casi sin detenerse.
–Discúlpeme, me llamo Glaseens Loop. Que-
ría pedirle sólo un favor, soy el detective que
lleva el caso del león que se escapó, ¿sabe us-
ted de qué le hablo?
–¡Ah! Sí. ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
–Espero que nada, director, solamente quisiera
ver el registro de trayectos que se hicieron en
la noche del viernes.
–¡Ah, bueno! –exclamó– Si es sólo eso, espere
aquí. Ahora se lo traigo.
Minutos más tarde salió de su despacho el di-
rector con la hoja de rutas en la mano.
–Tenga. Espero que esto le sirva.
–Gracias.
–De acuerdo, estaré en mi oficina por si nece-
sita usted algo. Ahora, si me disculpa, tengo
mucho trabajo.
Cuando Loop examinó el registro, dio con el
nombre del taxista en un santiamén, ya que la
anterior noche sólo se hizo un trayecto a Port-
land St., según hacía constar la hoja de rutas.
30
El Crimen del ADN
¡Toc, toc!
–Director. Ya sé que tiene mucho trabajo y per-
done que le importune, pero me gustaría hablar
con el señor Tejada. ¿Es posible que esté aquí?
–Aver, a ver, sí. Hoy tiene turno de noche, debe
estar en la entrada del aeropuerto, si no está,
seguramente esté haciendo un servicio. Puede
esperarle ahí sentado, si quiere usted. Ahora, si
me disculpa, he de atender otros asuntos señor
Loop. Adiós.
–Qué hombre más desagradable –pensó el de-
tective mientras se dirigía hacia la parada de
taxis.
Allí preguntó por el señor Tejada, pero al pa-
recer estaba haciendo un servicio. Por lo que
decidió esperarle. Al cabo de casi dos intermi-
nables horas el taxista apareció.
–¿Señor Tejada?
–Sí, soy yo. ¿Qué quiere? –respondió con do-
naire.
–Verá, soy el detective Glaseens Loop y me
gustaría hacerle unas preguntas–profirió Loop
afablemente.
–¡Ah! ¿Sí? ¿Sobre qué?
El Crimen del ADN
31
–Sobre un servicio que hizo el viernes a las
11:30 en Portland St.
–Sí. ¿Qué pasa?
–El cliente al que llevó, ¿le pidió que le llevara
directamente o hicieron alguna parada por el
camino?
–Le llevé directamente –respondió el taxista.
–¿Está usted seguro? –insistió Loop.
–Sí señor, lo recuerdo perfectamente, pues ha-
bía un atasco total. Como lo llamo yo.
–Perdone que le haga otra pregunta, señor Te-
jada, pero, ¿hablaron de algo, le hizo algún co-
mentario?
–Nada, detective, se quedó dormido como un
bebé. Tuve que despertarle cuando llegamos a
su casa en Portland.
–Bueno, pues parece que el señor Miller Mann
decía la verdad –pensó Loop–. Muchas gra-
cias, señor Tejada, y salude al director de mi
parte. Hasta pronto.
–Sí. Lo haré. Adiós.
Ya había casi anochecido completamente
cuando Loop llegó al museo, que ahora se ha-
bía convertido en su nueva casa. Se detuvo en
la puerta contemplando las abovedadas gale-
rías en las que todavía pendían algunos de los
cuadros y obras extrañamente abandonadas.
32
El Crimen del ADN
Atónito, no acababa de entender, recordando
por qué su antiguo dueño decidió cerrarlo al
público y demolerlo junto con todas las obras
de arte dentro. Por no mencionar la frialdad
con la que despidió a Shu Qi, su empleada,
quien en aquel momento y desde hacía quince
años trabajaba en el museo como guía y recep-
cionista, para seguidamente verse sin trabajo y
en la calle.
Por suerte, el mismo día que iban a proceder a
su demolición, Loop quiso asistir y tomar unas
fotos, pues conocía el lugar desde que aún era
un niño, cuando escuchó decir al propietario
del museo “que era una lástima derruirlo por
su antigüedad, pero que era un lugar medio
embrujado. Lo que hacía aún más complicada
su venta”.
Loop, incrédulo, se acercó y con respeto le
preguntó qué cantidad esperaba conseguir por
el museo. El propietario le contestó que él se
lo cambiaría por su casa, si Loop quisiera. A
Loop le pareció bien, así que detuvieron la de-
molición.
Loop entregó su casa y pasó a ser el nuevo pro-
pietario del museo de Covent Garden. Pronto
lo restauraron, reparando las grietas y des-
conchados que tenían las paredes y los techos
para, al fin, volver a reabrirlo al público. Shu
El Crimen del ADN
33
volvió a retomar su antiguo puesto como la re-
cepcionista y guía del museo, y Loop trasladó
su residencia a la ahora renovada y hermosa
biblioteca.
Después de pararse a recordar y reflexionar
en todos estos acontecimientos, accedió a la
biblioteca y mientras se quitaba su túnica, el
viejo reloj de pie, que se encuentra en el ves-
tíbulo, se detuvo misteriosamente, creando
un angosto silencio seguido de un estruendo
–¡plooom!– cuyo eco hizo a Loop que se le
encogiera el corazón. Salió para ver qué es lo
que había sucedido, cuando al final del cañón
abovedado de una de las galerías advirtió una
extraña silueta. La figura se desplazó como
sombra en la noche, Loop la siguió hasta la es-
calerilla de la entreplanta, donde guardan las
obras de arte, y sigiloso, se adentró por ésta
hacia el subterráneo. Cuando llegó al sótano
y encendió la luz, todo estaba lleno de polvo,
restos de viruta, algunas sábanas esparcidas
por el suelo y varios cuadros y esculturas ocul-
tas bajo unas colchas raídas. Un lugar todavía
extraño para Loop, quien abstraído, observó
cómo una especie de túnel, que debía de co-
municarse con todo el entramado de la ciudad,
se aparecía ante él. Loop, al ver que no había
nadie en aquel viejo depósito, se adentró por
34
El Crimen del ADN
el oscuro paso. De pronto alguien, desde uno
de los túneles, comenzó a reír de una manera
desmesurada y enfermiza. Pronto las risas se
convirtieron en llantos.
Loop preguntó:
–¿Qué le ocurre, se encuentra bien?
Cuando en medio de la oscuridad apareció la
figura de una mujer acercándose despacio ha-
cia éste. Loop la enfocó con su linterna, ad-
virtiendo con pavor el rostro amorfo de ésta.
Espantado echó a correr y consiguió alejarse
del lugar hasta situarse de nuevo en el sótano.
Desde muy pequeño, Loop había experimenta-
do aquellas visiones y encuentros con aquellos
espectros, pero nunca hizo mención a nadie
sobre los mismos, pues él creía profundamente
que aquello debía de ser una manifestación del
subconsciente, por lo que decidió regresar a la
biblioteca.
Todas las luces de las salas estaban apagadas
en el museo menos una, cual pareciera ofre-
cer una perspectiva un tanto diabólica. Loop,
con instigadora quietud, se acercó y apagó la
luz mientras observaba con incógnita el viejo
péndulo del reloj que ahora volvía a funcionar.
El Crimen del ADN
35
Cansado y a punto de acostarse, distinguió en-
cima del secretario que había una cajita redon-
da y recordó que debían ser los bombones que
le pidió a Estile en la mañana.
–¡No, no, no! –exclamó–. ¿Cómo he podido
olvidarme de mi tía Enriqueta? ¡Pobrecilla, un
viaje tan largo desde Santiago y todavía no he
ido a verla! ¡Estúpido de mí! ¡Glaseens Loop,
no tienes cabeza nada más que para tus casos!
–pensó en voz alta, a la vez que Shu aparecía
por la puerta.
–Señor Loop.
–Shu, ¿qué hace en el museo a estas horas?
–Verá, señor Loop, el señor Estile le dejó una
caja y pensé esperarle hasta que viniera. Pues
esta noche ha llamado una mujer.
–¡Oh, sí! Mi tía Enriqueta.
–¡Oh, no! Señor Loop. Era una mujer joven
que se hacía llamar Martha Swann.
–¿Cómo? ¿Y qué quería? –preguntó intrigado.
–Decía que quería urgentemente hablar con
usted, que era de vital importancia verle. Le
dije que viniera a primera hora de la mañana.
–Gracias, Shu, por hacerme este favor, recuér-
demelo a fin de mes.
–No hay de qué, señor.
36
El Crimen del ADN
A la mañana siguiente, Shu llamó a la puerta
de Loop quien, entretenido, ojeaba con análisis
algunos pasajes en los manuscritos antiguos
que venían con la biblioteca, mientras que un
experto en objetos antiguos, en voz baja e ilus-
trativa, databa la procedencia de un libro que
Loop había encontrado.
–Se trata del Códice Voynich. El nombre del
manuscrito se debe al especialista en libros
de culto Wilfrid M. Voynich, quien lo adqui-
rió en 1912 –afirmó el experto–. Data apro-
ximadamente entre 1404 y 1438 d.C. Es un
manuscrito muy valioso de época, donde la
Santa Inquisición no dejaba una oveja suelta,
de ahí que sus explicaciones estén en un léxico
indescifrable. Del autor no se sabe nada, pero
se cree que pudo haberlo escrito el mismísimo
Leonardo Da Vinci.
–Señor Loop –interrumpió Shu.
–¿Sí, Shu?
–Está aquí la mujer de la que le hablé ayer, la
señorita Martha Swann.
–Gracias, Shu, hágala pasar –profirió–. En otra
ocasión será, señor Stanley –exclamó, mien-
tras el experto en antigüedades desaparecía
con discreción–. Por cierto, Shu, hágame el
favor de colocar el Códice Boynich en el ex-
El Crimen del ADN
37
positor de la sala de libros antiguos donde la
gente pueda contemplarlo.
–Buenos días –profirió una voz contenida de-
trás de la puerta.
–Señorita Swann, pase por favor no se quede
usted ahí.
–¡Oh, sí! Claro, gracias.
–¿Y bien? Mi secretaria me dijo que ayer lla-
mó usted y requería de gran urgencia, ¿de qué
se trata?
–Señor Loop, es de suma importancia lo que
voy a contarle –señaló medio temblando la
muchacha–. Resulta que ayer, recordando
lo que pasó con el león, me detuve a pensar
en todo lo que hice aquella jornada. Cuando
observé el periódico que estaba encima de la
mesa con las fotos de los fallecidos, pude iden-
tificar la misma mujer y su hija que horas antes
acompañé en una visita guiada. Seguidamente,
en un fulgor, recordé que a media noche pro-
cedimos al traslado de una cebra y que cuando
abrí la compuerta por equivocación, abrí la del
león. Mi compañero me informó de que aque-
lla compuerta no era la que debía abrir, sino la
de al lado. Así que me pasé a la puerta siguien-
te y la abrí, olvidando por completo echar el
cierre a la jaula del león, que seguramente es-
38
El Crimen del ADN
taba dormido, y por ello no hizo nada, hasta
que supongo un golpe de aire abrió la dicho-
sa compuerta. El león se dio cuenta y escapó.
¡Dios mío! Señor Loop, fue culpa mía, una
negligencia.
–Un error catastrófico –contestó éste–. No se
preocupe, tiene usted todo mi apoyo. La acom-
pañaré a la comisaría y les contará lo que me
ha contado a mí.
–¡Pero me meterán en la cárcel!
–No. Señorita Swann, probablemente lo toma-
rán como una falta dentro del orden laboral.
Lo más seguro es que pierda el empleo y le
suspendan el sueldo y posiblemente tendrá que
cumplir una pequeña condena –explicó éste
tranquilizándola–. ¡Venga, no debemos perder
más tiempo!
De inmediato salieron hacia la comisaría y la
chica testificó. Todo parecía tener sentido.
Al día siguiente se celebró un juicio rápido,
concluyendo que, efectivamente, hubo negli-
gencia por homicidio imprudente con agra-
vante. Suspendiendo a la señorita Swann de
empleo y sueldo. Curiosamente, un anónimo
pagó la fianza y pudo la cuidadora salir en li-
El Crimen del ADN
39
bertad con cargos, prohibiéndole abandonar la
ciudad.
Ese mismo día se enterraron los restos de la
señora Alice Miller Mann y su hija, quedando
el caso cerrado.
40
El Crimen del ADN
II
En el entierro había numerosos familia-
res, amigos y celebridades del mun-
do de la medicina. Entre otros, y para
sorpresa de Loop, el forense Robert Waals,
recibiendo en mano un sobre marrón de Peter
Miller Mann. Lo cual inquietó a Loop y Estile.
–No puedo evitar preguntarme por el conteni-
do de ese sobre –cuestionó Estile con aire de
sospecha.
–Ni yo tampoco Estile, ni yo tampoco.
Después del entierro, Peter Miller Mann se
acercó a saludar a Loop, lo que pareció un
poco extraño al detective.
–Gracias por venir, señor Glaseens Loop y se-
ñor Preston.
El Crimen del ADN
41
–¿Qué tal, señor Miller Mann? –preguntó Esti-
le con cara de sabueso.
–Al final se esclareció todo, para su tranquili-
dad –añadió Loop–. Y ¿ahora qué hará? ¿Vuel-
ve a casa?
–¡Oh! No, a esa casa no creo que vuelva. Está
precintada y la he puesto en venta. Creo que
permaneceré en la vieja casa del campo. En un
ambiente natural todo se ve de otra manera –
aclaró el científico.
–No sabía que conociera usted al forense Ro-
bert Waals –exclamó Loop.
–El doctor Robert Waals, sí, es un viejo ami-
go. Estudiamos juntos en la universidad de
Oxford. Es colega del Club de Médicos.
–Sin duda un gran apoyo –afirmó Loop.
–Pues sí. Es el mejor amigo que conservo de la
infancia. Es como si fuera de la familia y sabe
muy bien por lo que estoy pasando.
–Comprendo –pronunció el detective.
–En fin, señor Loop, no sé cómo agradecerle
lo que ha hecho. Haré que le llegue una gra-
tificación por su perspicaz actuación en este
horrible suceso.
–Le agradezco su interés, pero mejor será que
lo guarde para usted, pues yo cobro del gobier-
no. Espero, señor Miller, que le vaya bien en la
vida y bueno… con sus descubrimientos.
42
El Crimen del ADN
–Igualmente les doy las gracias. Ya sabe, de-
tective, si algún día quiere compartir uno de
sus casos conmigo, estaré muy complacido de
ayudarle –agregó el científico mientras se su-
bía en el coche funerario.
–Eso está hecho –aseguró Loop.	
–Creo que aquí hay gato encerrado.
–León, Estile, león escapado –afirmó sarcásti-
co el detective.
–Loop. ¿Qué cree usted que había en ese so-
bre?
–No lo sé, Estile, ¿tal vez una gratificación?
–alegó con una resuelta sonrisa.
–¿Por qué sonríe usted, Loop? –preguntó el
periodista con cierta frustración.
–Verá, Estile, el hecho de que un caso esté ce-
rrado no hace que cesen los acontecimientos,
la vida es como un reloj que nunca se detiene,
incesante e impasible a nuestra interpretación.
–Interesante filosofía. Tomo nota –dijo Estile.
–Todos nuestros actos, por ínfimos que puedan
aparentar ser, desembocan en un río de con-
secuencias. Por eso es tan importante la edu-
cación.
Loop juntó las dos manos mientras Estile pa-
raba al carruaje.
El Crimen del ADN
43
–Al museo de Covent Garden y, por favor,
vaya despacio.
Mientras, el coche se adentraba por el ancho y
terso camino del cementerio, en el que a am-
bos lados, en perfecto orden y armonía, se ha-
llaba un hermoso cordón de centenarios robles
y castaños que adornaban el agreste paseo de
hojas ocres.
Aquella noche, Loop se sentó frente al fuego
de la chimenea con incógnita expresión, dada
la singularidad del caso.
Por un lado, la uña acertada en la jaula del fe-
lino, pues en el caso de que en realidad se hu-
biese tratado de la uña de Alice Miller Mann,
pondría en evidencia la declaración de Martha
Swann. Loop se arrepintió de no haber entre-
gado en su momento la uña encontrada al sar-
gento Dalton, pues quizás el desenlace hubie-
se sido muy distinto de lo que fue. Y por otro
lado, la estrecha relación que había entre Peter
Miller Mann y el forense Robert Waals. ¿Qué
lazos unían esta relación? Ahora ya era tarde
caer en la cuenta, el caso estaba cerrado y no
había nada que hacer, con apenas indicios y sin
causa aparente, por no mencionar que nunca
44
El Crimen del ADN
apareciere un testigo diferente, especial, raro,
que abriera las puertas de la sospecha.
A la mañana siguiente, Loop se disponía a to-
mar un delicioso desayuno compuesto de café,
zumo de naranjas, tostadas y fresas.
–¿Dónde está mi periódico? ¡Shu, Shu! –ex-
clamó.
–¿Me llamaba, señor?
–Sí, pase por favor.
–Buenos días. ¿Qué tal ha descansado?
–Buenos días. La verdad, no muy bien, pero
eso se soluciona con un proteínico desayuno.
–Me alegra que así sea –exclamó–. Le traigo
el periódico.
–¡Oh! Gracias –contestó el detective agrade-
cido.
–Si me necesita para algo, estaré en la recep-
ción.
–Está bien, gracias Shu.
El Crimen del ADN
45
Diario de Londres
9 - Dic -1955
“Premios de la medicina”
El próximo viernes se celebrará el XVII Cer-
tamen de los premios de “Medicina e Investi-
gación” en el Colegio de Médicos de Londres.
Varios serán los condecorados. Entre otros,
el conocido científico Peter Miller Mann, que
tras el trágico y escandaloso acaecimiento del
caso ya cerrado del león que escapó y que aca-
bó con la vida de su mujer e hija, obtendrá el
premio y el reconocimiento por el trabajo de
investigación al que ha estado dedicado.
Este premio se debe a un descubrimiento que
sin lugar a dudas cambiará la trayectoria y el
destino de la vida tal y como la entendemos.
Dicho hallazgo consiste en el ya conocido,
pero poco explorado, “ácido desoxirribonu-
cleico”, más pronunciado con el sobrenombre
de ADN, y del que esperamos que el profesor
Peter Miller Mann nos dé muestras e informa-
ción sobre esta admirable revelación.
Seguidamente, se celebrará un acto ceremo-
nia en la biblioteca, donde se reúnen aquellos
que pasarán a la historia como ineludibles. Por
46
El Crimen del ADN
desgracia, estas cámaras se celebran a puer-
ta cerrada y no podemos dar extractos sobre
quiénes recibirán el conspicuo anillo. Estile
Preston.
–¡Quiero verle ahora mismo y no me iré hasta
que haya hablado con él! –se oye una discu-
sión al otro lado.
–Shu, ¿qué está ocurriendo aquí? ¿Por qué tan-
ta barahúnda?
–Perdone, señor Loop, esta mujer que se em-
peña en verle y trato de explicarle que está us-
ted con el desayuno. Pero no atiende a razón,
además de espantarme a la gente que está en
el museo.
–No se preocupe, Shu, déjela pasar.
–¿Es usted el detective Glaseens Loop? –pre-
guntó la extraña mujer.
–Servidor. Y usted es la señora…
–Tatiana –se adelantó aquella mujer de avan-
zada edad–. Señora Emilia Tatiana.
Su aspecto era humilde y modestamente ata-
viado. Llevaba una especie de pamela diminu-
ta que le cubría el recogido, haciendo aún más
prominente, si cabe, su enorme papada, que a
su vez ocultaba con misterio la barbilla de ésta.
El Crimen del ADN
47
Un rostro cuyo efecto en su composición, se
antojaba semejante al de un buldog.
–Y dígame, señora Tatiana, ¿qué le inquieta
tanto? ¿Por qué se enoja? Cuénteme.
–He leído los periódicos y dicen que es usted
el detective que llevó el caso del león asesino.
–Así es –afirmó Loop.
–Yo estaba allí y pude ver a aquel hombre –
dijo.
–Tranquilícese, mujer. ¿A qué se refiere usted?
–Naturalmente a la casa de los Miller Mann en
Portland –exclamó sobreponiéndose–. Yo vivo
en la acera de enfrente, un poco más adelan-
te, ¿sabe usted?, y pude ver algo que me hizo
desconfiar.
–Continúe –dijo Loop.
–Distinguí cómo un coche verde oscuro se me-
tía entre las casas a hurtadillas –declaró sofo-
cada.
–¿Y qué más vio usted?
–El coche tenía un rayón en la puerta del con-
ductor. De él salió un hombre con gabardina y
sombrero. Pude ver que llevaba un anillo gran-
de que brillaba con el reflejo de la luz de los
focos. Inmediatamente los apagó. Entonces se
dirigió a la parte trasera del coche y abrió el
maletero.
48
El Crimen del ADN
–¿Qué sacó del maletero señora Tatiana?
–Me pareció ver unas bolsas negras, como las
que se usan para la basura. Al cabo de un rato
el hombre salió de la casa, subió al coche otra
vez y se marchó –zanjó la mujer.
–¿Y qué hora cree usted que sería cuando vio
aquel coche?
–Mire detective, yo padezco de insomnio –ad-
virtió– y me suelo dormir tarde. Así que me
senté en el sofá, al lado de la ventana que da a
la calle, para tomar una tila y mi pastilla, que es
desde donde pude ver lo ocurrido. Serían sobre
las 1:15 de la madrugada –explicó la señora.
–¿Pudo reconocer a ese hombre?
–No, señor Loop, estaba oscuro, pero lo que
vi estoy segura de que es tal y como se lo he
contado –concluyó.
–No se preocupe, señora Tatiana, ha hecho us-
ted bien en venir –enunció Loop.
–Sólo quería contarle lo que vi, pues última-
mente duermo mucho peor de lo que estoy
acostumbrada. Ahora me puedo ir tranquila.
Así que adiós –dijo como si se hubiera quitado
un peso de encima.
–Gracias señora Tatiana. Ha sido usted un tes-
tigo de lo más característico –pensó Loop.
El Crimen del ADN
49
Y pronunciando una especie de gemido se
marchó la mujer, casi chocándose con Estile,
que acababa de llegar.
	
–Buenos días –dijo–. ¿Quién era esa mujer?
No me lo diga, era su tía Enriqueta ¿me equi-
voco?
–Ay, Estile –esbozó Loop con un extendido y
paliativo aire de paciencia–, no era la tía Enri-
queta. Esa mujer traía una valiosa información
sobre el caso que nos ocupa, pues es un testigo
directo que se encontraba muy cerca de la es-
cena –apuntó el detective.
–¿Ah sí? ¿Y qué decía?
–Lo que me ha contado es de sumo interés para
el caso, pues…
¡Riiiing, riiiing! 	
La estertórea campanilla del teléfono los so-
bresaltó.
–¡Oh! Perdone, Estile, creo que Shu ha debido
de salir, atenderé yo esta llamada. Ahora mis-
mo se lo acabo de contar.
“Museo de Covent Garden Glaseens, Loop al
habla –contestó éste mientras observaba a Es-
tile dando vueltas por la biblioteca irresoluto–.
50
El Crimen del ADN
¡Oh! Buenos días, sargento Dalton, tengo bue-
nas noticias para usted –reveló Loop–. ¿Usted
también tiene algo para mí?... Interesante…
muy bien, sargento, ahora mismo salgo hacia
allí… hasta ahora –finalizó”. –¡Estile, no tene-
mos tiempo que perder, pida un taxi por favor!
–exclamó éste casi a la carrera–. Shu hoy no
estoy para nadie, a no ser que tenga que ver
con el caso.
–Está bien, señor Loop, pero cálmese que no
se acaba el mundo –profirió Shu.
–El mundo no, Shu, pero el tiempo es vida –
contestó Estile con actitud de explorador.
Durante el trayecto, Loop terminó de explicar
a Estile el curioso testimonio de la señora Emi-
lia Tatiana. Un alegato que no tendría ningún
sobrante para el sargento, que ya les esperaba
en las puertas del Centro Criminológico.
	
–Buenos días, sargento.
–Buenos días, Loop… Usted primero –propu-
so el sargento.
–No, por favor, ya que estamos en su departa-
mento creo que será conveniente que empiece
usted –replicó el detective.
–Está bien, si insiste… Pues no se va a creer lo
que ha pasado.
El Crimen del ADN
51
–¿Pues qué ha pasado? –inquirió Loop.
–Que esta misma mañana dos niños gemelos
jugaban a la pelota en los jardines de Regent´s
Park, cuando la pelota salió despedida hacia
el río, justamente al lado de unas bolsas ne-
gras de basura que se habían quedado ligadas
entre las ramas de uno de los matorrales que
suelen estar en las orillas del Támesis. Uno de
los muchachos pensó que podría haber algo y
la curiosidad del chico le hizo mirar dentro de
una de las bolsas –añadió el Sargento– encon-
trando en la misma, para su sorpresa, parte de
un dedo y restos de sangre. Inmediatamente
avisaron a un policía que estaba a pocos me-
tros del lugar. Cuando éste tomó la radio dando
parte del macabro hallazgo a las autoridades
pertinentes, adivinen lo que encontramos –
cuestionó desafiante a Loop.
–Pues, sin ambages, no lo sé, pero ¿podría tra-
tarse entre otras piezas de un frasco pintauñas
rojo? –soltó Loop con la ceja encumbrada, esa
ceja que siempre solía dar en el clavo.
–Así es. ¿Cómo lo ha sabido usted? –preguntó
el sargento atónito.
–Ya se lo explicaré, ¿qué más encontraron?
–Además del frasco y el dedo, encontramos
restos de sangre, tejido de algún tipo de órgano
interno de las posibles víctimas y unos guantes
52
El Crimen del ADN
que se suelen emplear para uso médico, que
están analizando en este momento. Y ustedes,
¿qué tienen para mí? –inquirió.
El Sargento miró a Loop con el presentimien-
to de que la información del detective, posi-
blemente, provendría de fuera de los ámbitos
jurisdiccionales de su departamento. Lo cual
emocionaba de forma grata al sargento que,
con total curiosidad o quizás admiración, se
hizo todo oídos hacia las palabras del detec-
tive.
Entonces Loop detalló al sargento la inespe-
rada entrevista que tuvo con la señora Emilia
Tatiana a primera hora de la mañana.
–¡Dios mío, ahora lo entiendo! –exclamó el
sargento mientras Loop le sonreía.
–¡Sargento! –determinó Loop con potestad–.
Le sugiero que solicite una orden para exhumar
los cuerpos de la señora Alice Miller Mann e
hija de inmediato. Estoy completamente segu-
ro de que los restos de esas bolsas pertenecen a
nuestras víctimas.
Mientras el sargento efectuaba la llamada, se
acercó un agente cuya curiosidad le hizo pre-
guntar al detective.
El Crimen del ADN
53
–Perdonen, señores, pero no he podido evitar
escuchar su conversación –comentó respetuo-
samente el agente– se trata del caso del león
que se escapó, ¿verdad?
–Así es –exclamó Estile.
El agente se quedó por un momento dubitati-
vo, observando los rostros del detective y el
periodista, y por fin se decidió a hablar.
–Yo fui quien disparó a ese león. Pero en vista
de lo que está ocurriendo, creo de vital impor-
tancia contarles en qué condiciones encontré al
felino –dijo–. Recuerdo que ya había atacado
al guarda nocturno cuando lo encontré, lo cual
me pareció raro, si me lo permiten, ya que me
encanta la naturaleza y soy un gran adepto de
las revistas de animales, sobre todo las de fe-
linos.
–¿Y qué es lo que le extrañó, oficial? –pregun-
tó Loop.
–Pues lo que me extrañó, detective, fue que ata-
cara a una persona. Ya que en una manada de
leones la que caza normalmente es la hembra
y no el macho, salvo en raras circunstancias en
las que éste se vea amenazado o sin salida –ex-
plicó el policía–. Después, además, me pareció
que no estaba bien, pues iba tambaleándose de
54
El Crimen del ADN
un lado para otro.Acontinuación me vi obliga-
do a efectuar los tres disparos reglamentarios
–agregó con tristeza–. Puedo asegurarles que
me dolió más a mí que a la fiera. Espero que
solucionen este caso, pues yo creo que el león
también fue una víctima.
–Gracias, agente –manifestó Estile compade-
ciendo al joven mientras éste regresaba a su
mesa de trabajo.
–¿Sabe lo que sospecho, Loop? –susurró Es-
tile.
–¿Qué, Estile?
–Que ese pobre león fue drogado –dijo.
–O mejor aún, que le alimentaron de carne
contaminada –sugirió el detective mientras se
acercaba el sargento.
–Ya solicité la orden de exhumación, pero me
han advertido que el asunto es complicado, ya
que debemos disponer de pruebas contunden-
tes que apunten hacia que efectivamente se
trata de los restos de las víctimas en cuestión
–explicó el sargento.
–Mientras tanto, analizaremos la sangre y los
restos de tejidos para ver si coinciden con los
de la señora Alice Miller Mann y/o con los de
su hija –apuntó Loop.
–Para entonces ya tendremos esas dichosas
pruebas que demuestren la relevancia de dicha
El Crimen del ADN
55
exhumación –afirmó el sargento–. Por cierto,
¿qué quería ese agente?
–Decía que él fue el que disparó al león –ex-
clamó Estile.
–¡Ah, sí! Pobre muchacho, todavía está cons-
ternado por lo sucedido –comentó éste–Ahora
el león pasó a mejor vida, pues fue incinerado
a las pocas horas.
–El chico es joven aún, le falta experiencia en
el campo de la acción. Supongo que como nos
ocurrió a todos –afirmó Estile.
–Estoy de acuerdo, el tiempo cura las heridas
y si no, las termina ocultando –profirió Loop.
Aquella tarde Loop concertó una entrevista
con el científico Peter Miller Mann para char-
lar un rato mientras tomaban un té en South
Wark.
–Sinceramente, señor Loop, hubiera preferido
tomar el té en Covent Garden, donde usted re-
side–exclamó Miller Mann.
–Quizá la próxima vez. De momento he queri-
do quedar con usted en este lugar que seguro le
debe de resultar familiar, ¿me equivoco señor
Miller?
–Ya sé dónde quiere ir a parar, detective. Por
supuesto que me es familiar, el ático de la Igle-
56
El Crimen del ADN
sia de Santo Tomás, lo conozco muy bien, aun-
que nunca oficié en él.
–Así es, señor Miller –apuntó Loop–, recons-
truida junto con el hospital en 1822. Utilizaron
el herbolario para crear el primer quirófano de
Inglaterra, donde se practicarían intervencio-
nes a vida o muerte, acompañadas de sangui-
narias escabechinas –dijo–. Los pacientes del
hospital eran tan pobres que no podían costear-
se las operaciones, de modo que lo hacían au-
torizando a que se experimentase con sus cuer-
pos, mientras varios estudiantes de medicina
con curiosidad y alrededor de los enfermos,
prestaban atención para no perderse los pasos
de la operación –detalló el detective–. Sin em-
bargo los pacientes ricos tenían la dicha de ser
operados con menos público –explicó–, nor-
malmente en las mesas de las cocinas de sus
propios domicilios. ¿Sabe usted, señor Miller,
que desde 1822 hasta 1847 las operaciones se
realizaron sin anestesia, tratando de adorme-
cer al paciente en cuestión con alcohol u opio?
Muy contrariamente a como se realizan en es-
tos días en los que ya disponemos de métodos
anestésicos más sofisticados como la morfina
–deliberó retóricamente el detective–. Al final,
en 1862, el hospital fue trasladado el barrio de
Lambeth. Desde entonces, el antiguo quirófa-
El Crimen del ADN
57
no de los horrores ha permanecido cerrado y
en el olvido hasta hoy.
Miller Mann se quedó reflexivo con la ilustra-
tiva observación de Loop.
–Desde luego que está usted bien informado,
pero no sé qué espera que diga. ¿De verdad me
ha hecho usted venir para mostrarme los mo-
numentos de la ciudad?
–A veces, señor Miller, los monumentos nos
hablan con su estela universal, indicándonos
qué sendero debemos tomar, pues la historia
está llena de acontecimientos trágicos que se
han ido repitiendo reiteradamente por los tiem-
pos de los tiempos y que, a pesar de ello, no
hemos conseguido remendar –afirmó Loop–.
Dígame, señor Miller, si pudiera usted remen-
dar algo, ¿qué sería? –preguntó.
–Daría todo lo que tengo por estar con mi mu-
jer y mi hija tan sólo un instante –reveló Miller
Mann emocionado.
–¿Y qué más? –inquirió Loop.
–Está usted intentando sonsacarme si fui yo el
que arrojó esas bolsas al río, ¿verdad? –cues-
tionó intrépido–. Lo siento, detective, pero no
tengo tiempo para absurdos de este tipo. Si
quiere usted incriminarme, le sugiero que re-
58
El Crimen del ADN
úna las pruebas, de lo contrario, guárdese sus
insinuaciones para sus adentros –contestó y se
marchó.
Loop se quedó observándole alejarse e inició
un seguimiento para ver hacia dónde se diri-
gía el científico, quien, atravesando las calles
del Soho, condujo a Loop hasta el centro de
la ciudad. Cuando llegaron a Oxford St, las
aceras estaban colapsadas de gente, lo que casi
le cuesta a Loop perder la pista al científico,
momento en que éste apresuraba su paso por
Winsley St., que deriva en Eastcastle St., un
buen laberinto de calles. El detective aceleró
su paso para no perder de vista al sujeto, que
seguidamente se apresuró con secreto por Ber-
ners News y Goodge St. hasta Tottenham St.,
donde Loop diferenció a Peter Miller Mann
entrando en el Monkey Pub, un conocido lugar
de encuentro entre hombres, y decidió intentar
acercarse con el afán de averiguar con quién
se habría de encontrar el científico. Cuando se
aproximó lo suficiente, pudo observar a éste
hablando con otro hombre imposible de reco-
nocer, ya que se encontraba de espaldas a la
ventana. Miller Mann se levantó y Loop se ale-
jó para no ser descubierto, situándose en la es-
quina de una calle colindante con expectación.
El Crimen del ADN
59
Un taxi se detuvo justamente de forma que
ocultaba por completo al misterioso acompa-
ñante de Miller Mann, quien despidiéndose del
científico con un apretón de manos, tomaba el
taxi para desvanecerse entre el tráfico. ¿Quién
era ese hombre?
60
El Crimen del ADN
III
Al día siguiente ya habían dado parte
los periódicos sensacionalistas, con
todo lujo de detalles, sobre el hallaz-
go de las bolsas negras encontradas en el río, lo
cual complicaría seriamente la investigación,
ya que era una interferencia que daba venta-
ja al supuesto asesino en cuestión, además de
informar sobre la posible exhumación de los
cuerpos de la señora Alice Miller Mann e hija.
–Buenos días, Loop, ¿qué tal está su intuición
hoy?
–Buenos días, Estile. Estoy un poco preocu-
pado con la prensa sensacionalista, que ya ha
dado la noticia al asesino de que estamos tras
él o ella –expresó Loop un tanto infausto.
–Vislumbro su frustración, pero sinceramente
no creo que eso sea un impedimento para su
El Crimen del ADN
61
perspicaz sexto sentido –exclamó Estile dando
ánimos a su amigo.
–Muy amable por su parte, pero la verdad es
que los detalles de este caso parecen estar bas-
tante enmarañados, y creo que a conciencia, y
no debo adelantar acontecimientos, pero sos-
pecho que la víctima ya estaba muerta cuando
el león la acechó –afirmó.
–¿Cree usted que la envenenaron?
–Veamos –dijo Loop mientras extraía del ana-
quel un viejo libro de tóxicos: “Un veneno es
cualquier sustancia tóxica, ya sea sólida, lí-
quida o gaseosa que puede producir una en-
fermedad, lesión, o bien que pueda alterar las
funciones del organismo cuando entra en con-
tacto con un ser vivo, incluso provocándole la
muerte –manifestó el detective y añadió–… los
venenos son sustancias que bloquean o inhi-
ben una reacción química, uniéndose a un ca-
talizador o enzima más fuertemente”. La pre-
gunta debería ser, ¿cuál es la diferencia entre
un veneno y un fármaco? –debatió.
–Pues francamente, Loop, no sé qué decirle,
¿quizá la dosis? –soltó el periodista por decir
algo.
–Exacto, Estile, la diferencia entre un veneno y
un fármaco es la dosis, ya que según han cons-
tatado diversos estudios, todo es venenoso. El
62
El Crimen del ADN
tabaco, el alcohol, incluso la comida, salvo que
estos se racionen sin excesos, según lo estipu-
lado por el Ministerio de la Sanidad Pública.
Existe un baremo y éste es el que permite o
no a la ley dar vigencia a estos tóxicos en el
mercado y usted, Estile, se preguntará, ¿qué
tiene eso que ver con el caso que nos compe-
te? Pues muy sencillo, mi querido amigo. La
persona que esgrimió esa sustancia, de la que
todavía no sabemos nada, debe estar directa o
indirectamente relacionada con el mundo de la
medicina. De momento debemos ser pacien-
tes –afirmó–. Me gustaría que me acompañase
esta tarde noche al Centro Criminológico, ya
que debo decirle que sin usted esta investiga-
ción no sería lo mismo.
–¡Oh!, muchas gracias, es un honor –profirió
el periodista.
–Ahora –apuntó Loop– debo atender a mi que-
rida tía Enriqueta, que ya debe de estar empe-
zando a sacar sus propias conclusiones sobre
el que hasta ayer era su sobrino favorito, lo
cual me preocupa, pues quiero mantener el es-
calafón. ¡Ah!, y gracias por los bombones, le
gustaron mucho –comentó entre risas con su
amigo–. No lo olvide, Estile, en Criminolo-
gía a las 20:00 –gritó mientras salía corriendo
como alma que lleva el diablo.
El Crimen del ADN
63
–Allí estaré –afirmó Estile levantando ligera-
mente la voz.
Cuando Loop salió por la puerta para reunirse
con la tía Enriqueta, a Estile se le ocurrió dar
un paseo por el museo, apreciando las obras
de arte que otros dejaron para nuestro deleite o
probablemente para escribir sobre el museo. El
periodista pensó que a Loop le agradaría una
foto en primera plana. Aunque tal vez no tanto,
teniendo en cuenta que Loop encarnaba a un
ser de humildad sin precio, con la modestia de
un ermitaño, distante de la hipocresía de una
sociedad consumista que se empeña en poner
las cosas al revés. Loop era distinto, se trataba
de un entrañable amigo con el que compartió
momentos de especial sentido y largas tardes
de tertulias en las que se reunían para discernir
sobre el misterio de la vida o de la muerte, el
espacio y el tiempo. En ocasiones, el detective
requería de Estile como fuente de inspiración
para posibles cálculos y lecturas del pensa-
miento, a las que Estile siempre concurrió de
buen agrado, pues Glaseens Loop era un jo-
ven de cognitivas experiencias, un ser ascético
docto, un amigo del mundo que experimentó
muy de cerca las grandes transiciones a las que
se ve sometido el ser humano. En definitiva, un
64
El Crimen del ADN
hombre lleno de sabiduría y de gran respeto y
educación hacia los demás, lo que en diversas
ocasiones despertó la reticencia y suspicacia de
otros que no se acababan de creer hasta dónde
llegaba la envergadura de este grandioso ser
humano que trataba a sus amigos en público
con admiración y en privado con franqueza.
Absorto y sumergido en posibles ideas para su
artículo, a Estile se le echó la hora encima, y
marchando se propuso llegar a tiempo al Cen-
tro Criminológico.
A las 20:00 en punto, y casi a la vez, Loop y
Estile se encontraron en el departamento para
ver cómo habían ido los resultados tras ana-
lizar los restos encontrados en las misteriosas
bolsas.
–Buenos noches, sargento.
–Hola señores, tengo nuevas para ustedes –
dijo.
–¿De veras? –respondió Loop con curiosidad.
–Así es, de momento les diré que hemos en-
contrado una huella en el frasco pintauñas que
están comparando con el dedo índice que en-
contramos –reveló el sargento.
–Sargento Dalton, si no es inconveniente, me
gustaría ver ese resto de índice –formuló Loop.
El Crimen del ADN
65
–Por supuesto, vengan conmigo, se lo mostra-
ré.
Cuando el sargento les enseñó a Loop y Estile
el resto del dedo, el detective sacó de su bol-
sillo un sobrecillo verde que contenía la uña
que encontró Estile en la jaula y se la entregó
al sargento.
–Loop, ¿cree usted que pueda tratarse de un
crimen pasional? –preguntó sobrecogido Esti-
le.
–De momento todas las pruebas apuntan ha-
cia la señorita Martha Swann. Dejaremos que
duerma tranquila esta noche, si al sargento le
parece bien –señaló Loop.
–¡Oh!, por supuesto, espero que disfrute de su
última noche en libertad –dijo el sargento.
–Perdone que le cambie de asunto, sargento,
pero quería, si no es mucha molestia, que me
hiciera usted un favor, mas no puedo explicarle
del todo por qué.
–Por favor, Loop, dígame de qué se trata –ins-
tó el sargento.
–Verá, sargento, creo que sería mejor, y más
sustancial, que el forense que lleve el caso fue-
se alguien que no conociera de una forma cer-
cana a la familia Miller Mann, pues el forense
66
El Crimen del ADN
Waals, y no es que cuestione su profesionali-
dad, no creo que en su momento aportara mu-
cho –aclaró Loop– y nosotros no deberíamos
dejar que alguien que pueda estar influenciado
por la amistad se maneje en este extraordina-
rio, ya que eso precisamente no deja en este
caso al forense, el doctor Robert Waals, traba-
jar a pleno rendimiento.
–¡Oh, sí! Estoy de acuerdo. Pues yo nunca le
dejaría llevar un caso a alguien que pudiera al-
bergar un sentimiento personal sobre el mismo
–aseguró el sargento–. Veré lo que puedo hacer
y, cambiando de tema otra vez, le gustará saber
que ya tenemos la orden firmada por el juez
para la exhumación de los cuerpos. Una exce-
lente noticia, ¿no le parece?
–Desde luego que sí–respondió Loop–. Espe-
ro que me informe lo antes posible, sargento,
pues nuestro asesino nos lleva ventaja.
–No se preocupe, señor Loop, ya que será esta
misma noche cuando procederemos a desente-
rrar los restos y probablemente mañana a estas
horas las pruebas dejarán de ser circunstancia-
les y daremos con la detención del, o la, res-
ponsable.
–Estaré expectante de su llamada. De momen-
to, sargento, sería mejor que no le diéramos
prenda suelta a la prensa, ya que supondría otra
El Crimen del ADN
67
vez un obstáculo. usted ya me entiende –profi-
rió el detective.
–¡Oh, sí!, eso puede darlo por sentado. Estos
periodistas novatos que se cuelan en todos los
escenarios, de todos los crímenes, además de
trastocar las noticias y en vez de limitarse a dar
la información de forma imparcial, se dedican
a interpretar los acontecimientos como hoja
a merced del viento, sin pararse a pensar en
el destrozo que están ocasionando a la inves-
tigación, generando miedo y confusión, y la
verdad, señor Loop, no quiero seguir hablan-
do, porque me estoy empezando a cabrear, sin
ofender al señor Estile, desde luego –remató el
sargento casi enojado.
–Estoy con usted, sargento, y me tranquiliza
que se dé cuenta de estas cosas –exteriorizó el
detective.
–Buenas noches, señores y gracias por venir.
–No hay de qué –afirmó éste mientras salía
con Estile por la puerta del departamento.
68
El Crimen del ADN
IV
Aquella noche el detective se quedó
despierto, solo, paseando por los re-
covecos del museo. Quizá intentando
hallar las respuestas en las formas o a través de
los colores de los dibujos y pinturas. De pron-
to, el viejo péndulo del reloj de pie, se detuvo
con resonancia y de nuevo se oyeron otra vez
esas risas que con reverberación se expandían
por las galerías del museo, poniendo en guar-
dia a Loop quien, indiscreto, se apresuró cuan
intriga hacia el lugar de donde procedían los
ruidos, en las salas expositoras.
–¿Quién anda ahí? –inquirió en voz alta.
Cuando –¡Plooooom!–. El mismo estruendo
que noches anteriores había estado escuchan-
do, lo hizo alterarse sobremanera. Loop pren-
El Crimen del ADN
69
dió una de las espadas que se encontraban pos-
tradas en una de las armaduras medievales del
museo e intrépido se acercó hasta el vestíbulo,
cuya luz volvía a estar encendida. Sin aspa-
vientos, el detective se acercó para apagar el
interruptor. Cuando lo hizo, la luz permaneció
encendida. Loop comenzó a tratar de apagarla,
pero el botón de la llave no respondía. En ese
momento sintió como si la horrible mujer de
rostro amorfo estuviera justamente detrás de
él mirándole y riéndose en voz baja, mientras
un gruñido desde las profundidades del museo
puso los pelos como escarpias a Loop. Éste se
giró rápidamente, pero nadie había en aquel
vestíbulo que indudablemente trataba de de-
cirle algo. Al girarse otra vez, observó que la
luz también se había apagado y pudo enton-
ces apreciar cómo el albor del sol se extendía
imperioso a través de los alargados y olvida-
dos ventanales del museo. Luz que recordó a
Loop, en esos días tan grises, que aún existían
los colores.
Casi había amanecido cuando escuchó a Shu
entrar y dispuesta a preparar el café, como so-
lía hacer de costumbre, cuando el viejo péndu-
lo, que hasta ese momento había permanecido
parado, reanudó su marcha. Pronto sonó el te-
léfono.
70
El Crimen del ADN
–Señor Loop, tiene una llamada del sargento.
Se la paso. ¡Oh! Y buenos días.
–¡Oh, sí! Claro, buenos días. Gracias, Shu, pá-
semelo. Dígame sargento.
–Buenos días, detective. He supuesto que le
gustaría saber que hemos analizado los restos
de sangre y de los tejidos que encontramos y
han dado positivo. Pertenecen a la señora Ali-
ce Miller Mann e hija. También cotejamos los
residuos de la uña que usted, si me lo permite,
nos proporcionó con los dedos de las víctimas.
¡Sepa que es la uña que le falta al dedo índice
de la señora Miller Mann y que encaja perfec-
tamente! –exclamó–. Y me acaban de entre-
gar los últimos datos del nuevo forense, quien
dice haber hallado una cantidad considerable
de morfina en la sangre de estas, lo que debió
ocasionarles la muerte –esclareció el sargento
mientras narraba a Loop los últimos aconteci-
mientos–. También han encontrado golpes en
los huesos, producidos con un arma cortante.
Pensamos que pueda tratarse del tipo de hacha
que se suele emplear para trocear carne.
–Vaya, sargento Dalton, veo que no ha perdido
usted el tiempo.
–La verdad, señor Loop, es que cuando encon-
tramos las bolsas del río reuní a los mejores
hombres de la Científica para que centraran
El Crimen del ADN
71
toda su atención en este extraordinario y debo
añadir, detective, que lo estábamos deseando.
Con respecto al frasco de pintauñas, le sor-
prenderá saber que la huella que encontramos
ayer pertenece a la cuidadora del felino, la se-
ñorita Martha Swann –comentó.
–Interesante. Pero discúlpeme, sargento, ¿qué
me dice usted del bolso? –inquirió Loop sa-
biendo ya la respuesta.
–Perdone, detective, pero no había ningún bol-
so entre las pruebas –profirió el sargento un
tanto inquieto por la inesperada cuestión del
detective, ya que él estaba al tanto de todas y
cada una de las pruebas de que disponía el de-
partamento.
–Comprendo –asintió–. Pues en algún lugar
debe estar, hay que encontrar ese bolso –ase-
veró el detective preocupado.
–No obstante, tenemos pruebas suficientes
como para proceder a la detención de Martha
Swann –exclamó el sargento–. Si quiere venir
con nosotros, mandaré un coche a recogerle.
Una invitación que Loop nunca rechazaría.
–Ahora mismo acabo de prepararme y con mu-
cho gusto le acompañaré –dijo mientras colga-
ba el teléfono.
72
El Crimen del ADN
Minutos más tarde un coche de la policía espe-
raba a Loop frente al museo de Covent Garden.
Mientras se dirigían al domicilio de la señorita
Martha Swann, Loop no pudo evitar preguntar
al sargento Dalton por la reacción del forense
Robert Waals cuando le apartaron del caso.
–Qué decirle, señor Loop. Ayer mismo, al mo-
mento de irse ustedes, el forense Waals me
llamó, exponiéndome que estaba sufriendo
una terrible indigestión y que de momento no
podría hacerse cargo del caso en cuestión –ex-
plicó el sargento–. No tuve que decirle nada,
pues él mismo fue quien decidió apartarse de
la investigación. Así que, al final, resultó ser
mucho más fácil de lo que esperaba exentarle
del caso sin hacer mucho ruido. Lo cual me
alegra, aunque me preocupa su salud y espero
que se reponga y pueda volver al trabajo en
cuanto le sea posible.
–¿Y qué forense lleva el caso en este momen-
to? Si puede usted darme esa información, cla-
ro –profirió Loop con curiosidad.
–Lo llevará un joven becario, me parece que
su nombre es Oscar Mont Blake, viene reco-
mendado por el mismo Colegio de Médicos al
que está haciendo honor, pues en tiempo re-
cord nos ha revelado información de gran im-
El Crimen del ADN
73
portancia. Sin lugar a dudas se convertirá en
un magnífico forense de nuestro departamento
–incidió el sargento.
Poco rato después llegaron al domicilio de la
señorita Martha Swann, en Castle Combe, en
una casita apartada del pueblo.
Del coche se bajaron los dos agentes que
acompañaban a Loop y al sargento. Cuando
se aproximaron a la puerta y se disponían a
llamar, el golpe de una ventana que procedía
del interior del inmueble les alertó. El sargento
ordenó a los agentes que rodeasen la casa por
si la sospechosa intentaba escapar por la parte
trasera, mientras ellos se situaban en la entrada
del domicilio.
–¡Martha Swann, le habla la policía, traemos
una orden de arresto contra usted! ¡Abra la
puerta y salga despacio con las manos en alto!
	
Pero en la casa no se oía a nadie, salvo a un
gato que no cesaba de maullar.
–Señorita Swann, si no sale usted ahora mis-
mo, nos veremos obligados a entrar –repitió el
sargento en voz alta–. No complique más su
74
El Crimen del ADN
situación de lo que ya lo está y salga despacio
por su bien.
Al ver que nadie respondía al aviso del sargen-
to, procedieron a entrar en la casa.
La puerta estaba abierta y el viento hacía que
esta golpease contra el marco de la misma, en-
treabriéndose y cerrándose. Muy despacio, los
dos hombres se imbuyeron. Todo estaba casi
oscuro, en penumbra y aparentemente en or-
den.
A la izquierda se encontraba la cocina, de la
que salió corriendo y bufando un gato persa
bastante asustado. El hocico del animal estaba
manchado de rojo. De pronto, un golpe de aire
que venía de cara y acompañado de un horrible
hedor, hizo sospechar al sargento y al detective
que podría haber un cadáver. El sargento des-
enfundó el arma y pidió a Loop que se pusiera
detrás de él por seguridad.
–Srta. Swann, ¿está usted ahí?
Pero nadie respondía a la insistente llamada
del sargento y cuanto más se adentraban en la
casa, más insoportable se iba haciendo aquella
fetidez, obligando a estos a taparse la nariz.
El Crimen del ADN
75
A la derecha se hallaban unas escaleras que
seguramente conducían a las habitaciones y
enfrente, el oscuro salón, donde la humedad
podía divisarse en el aire. Entonces el sargen-
to sacó de su bolsillo una linterna y se la dio
a Loop para que éste enfocara hacia el tenue
y palpitante salón. Cuando se adentraron, en-
contraron a una mujer muerta, sentada, con la
cara reposando encima del escritorio, una pis-
tola colgando del dedo índice de la mano casi
a punto de caérsele y un prominente charco de
sangre. La lámpara estaba en el suelo, volcada
a punto de fundirse, lo que hacía que el cadáver
se viera en un parpadeante contraluz. Cuando
por fin se acercaron al cuerpo supuestamente
de la señorita Swann, el grito de una mujer,
que apareció allí de la nada, puso a Loop y el
sargento a un paso de sufrir un paro cardiaco.
A punto estuvo el sargento de disparar, cuando
advirtió que la chica estaba aún más asustada
que ellos. Rápidamente entraron los agentes
pistola en mano y reduciendo a la mujer. Por
fin la sacaron fuera de la casa para tranquilizar-
la, mientras entre llantos ella exclamaba:
–¡Dios mío, Martha, que te han hecho! ¡Dios
mío, quién te ha hecho esto! –gritó la extraña

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  • 1.
  • 2.
  • 3. El Crimen del ADN 3 Ninett EL CRIMEN DELADN
  • 4. 4 El Crimen del ADN Edición. Denia, febrero 2016. © El Crimen del ADN. Autor: Ninett. Diseño y maquetación: Anaid Zahorí. Corrección: Álvar Bertomen. Imprime: Estugraf. Interior del libro impreso en papel reciclado libre de cloro. La obra se encuentra protegida por la Ley española de propiedad intelectual y/o cualesquiera otras nor- mas que resulten de aplicación. Queda prohibido cualquier uso de la obra diferente a lo autorizado en las Leyes de propiedad intelectual.
  • 5. El Crimen del ADN 5 A Laura y Gabriel.
  • 6.
  • 7. El Crimen del ADN 7 Diario de Londres 6-Dic-1955 “Un león se escapa del zoológico matando, entre varias personas, a una mujer y su hija de tres años en su domicilio. Todo indica que pudo ser un accidente. No obstante, la Agencia de Criminología ha abierto una línea de inves- tigación para averiguar cómo pudo escaparse una fiera de tales dimensiones del zoo de Re- gent´s Park, cerca de Portland St., donde vivía esta familia. Al parecer, el marido no se halla- ba en el inmueble y pudo salvarse del trágico suceso. Para cuando éste regresó, se encontró, muy a su pesar, los cuerpos ya sin vida de su mujer e hija. Se cree que pudiera tratarse de Alice Miller Mann, mujer del famoso científi- co Peter Miller Mann y Doctora en Microbio- logía, y Jane Miller Mann, hija de ambos. La fiera finalmente fue abatida por un vigilante nocturno de la policía en la segunda de Port- land, donde a tres minutos se encuentra el zoo- lógico del que se escapó el felino”. Estile Preston.
  • 8.
  • 9. El Crimen del ADN 9 I –Loop, si no es menester, me gusta- ría que me explicase cómo decidió cambiar su preciosa casa, situada en pleno centro de Londres, para vivir en el Mu- seo de Covent Garden. –Si lo piensa, Estile, usted mismo acaba de pronunciar la respuesta –coligió Loop–: “para vivir en el museo”. –Por cierto, –dijo Estile cambiando de tema– ¿ha leído usted el periódico esta mañana? –Sí. ¿El león que escapó? Interesante. Por fa- vor, Estile, ¿puede usted soltar ese lastre?–pro- firió. –Pero Loop, podría caerle a alguien encima y quién sabe el daño que causaría –contestó Es- tile observando a la gente desde el aerostático. –Descuide, estamos a punto de sobrevolar el río Támesis, –señaló Loop– sólo tiene que des-
  • 10. 10 El Crimen del ADN hacer el lazo del nudo y el lastre caerá por sí mismo. –De acuerdo –dijo Estile liberando el lastre–. Desde luego, Loop, a excepción de esa horri- ble careta de cuervo de la que espero que se haya desecho, fue toda una suerte encontrar este globo en el desván. Sólo por eso mereció la pena quedarse con el museo, por no mencio- nar los cuadros y las obras de arte, claro. El globo comenzó a navegar a través de las nubes y, surcando los cielos, contemplaron las panorámicas vistas del Regent´s Park, lugar donde se encuentra el zoo del que se escapó el felino. –Estile, ¿sería tan amable de conseguirme esos bombones de tan extraordinario gusto y sa- bor para esta tarde? Pues hoy tengo una cita, ¿sabe? –Estoy de acuerdo, Loop, creo que son sucu- lentos y, si me lo permite, un buen afrodisíaco. –Estile, la cita es con mi tía Enriqueta. –Debería usted hacer algo con ese mechón blanco que tiene en el flequillo, pareciera apa-
  • 11. El Crimen del ADN 11 rentar más edad de los treinta y siete que asu- me –sugirió Estile. –Lo tengo desde que nací. Creo que podré con- vivir con él. Ahora debo ir al Departamento Criminológico, he de reunirme con el sargento Dalton. Si dispone usted de tiempo y quiere acompañarme, quizás encuentre algo intere- sante para su nuevo artículo. Se trata del caso del león. –¡Oh, por supuesto! Tengo un poco de tiempo. Después de tomar tierra y mientras unos mo- zos recogían y plegaban con talento el aerostá- tico, un coche de la policía, que había enviado el Sargento Dalton, pasó a recogerlos. Cuando Loop y Estile llegaron al Departamen- to Criminológico, el sargento Dalton se apre- suró a recibirlos como aquel que encuentra a un ser salvador. Parecía ser un hombre muy ocupado y reflexivo, pero a la vez cercano y cordial. Fumaba en pipa, mas no tragaba el humo que iba tiñendo de nicotina el canoso bigote de éste. –Detective Glaseens Loop, me alegra verle de nuevo. Espero que en este sumario, señor Loop, no haya tantos destrozos como en su antecesor –exclamó el sargento con amistad y dirigiendo su mirada a Estile–. Señor Estile
  • 12. 12 El Crimen del ADN Preston, gracias por venir, si la gente tiene que enterarse, que sea por una mano veraz, de plu- ma contrastable como la suya. –Y bien ¿qué cuestión ha hecho que solicite de nuestra intervención? –preguntó Loop. –No sé si ha leído los periódicos, señor Loop, pero ayer noche se escapó un león del Zoo y, bueno, la verdad es que nos gustaría que echa- ra un vistazo a las fotos que se hicieron en el lugar de los hechos –explicó mientras se saca- ba las fotos del bolsillo. Loop observó éstas con detenimiento. –La verdad, sargento Dalton, creo que en estas fotos hay algo raro, no parece haber mucho al- boroto para el que podría ocasionar un león en un inmueble, ni indicios de lucha. Es un tanto extraño. –Sepa, señor Loop, que el león estuvo allí y se alimentó de los cuerpos, pues hemos encon- trado restos de las víctimas en la boca y en la zarpas del animal, pero he de reconocer que es un tanto extraño, sí. Y bueno, para eso le he llamado, por si puede usted arrojar un foco de luz sobre este tema. –¿Qué más encontraron?
  • 13. El Crimen del ADN 13 –Sinceramente, no mucho, sólo dos cuerpos amontonados, como si de una bola de carne se tratara. Pensamos que, cuando las víctimas lle- garon a su domicilio, debieron dejarse la puer- ta abierta, el león se dio cuenta y sin pensárse- lo dos veces accedió a la vivienda, atacando a madre e hija hasta saciar su apetito. –Perdone que le interrumpa, sargento, pero en estas fotos no se divisa un montón de carne, si no tres –profirió Loop azaroso. –Así es, detective, tres montones de carne y sobras humanas –el rostro de Loop se tilda. –Disculpe mi expresión, pero no es muy nor- mal sargento Dalton, si me lo permite, que un león se racione la comida en tres él solo. Creo que es un número inquietante –apuntó el de- tective–. Muy bien, sargento, veré qué puedo hacer, no se preocupe, ya verá como todo se esclarece, es cuestión de tiempo y audacia. Si no le importa, me gustaría hablar con el foren- se que lleva el caso. –¡Oh, sí! El forense Robert Waals. Podrán en- contrarlo ustedes en el sótano, por la entrada más estrecha, después sigan el pasillo hasta el final. –Muchas gracias sargento.
  • 14. 14 El Crimen del ADN Siguiendo las instrucciones del sargento Dal- ton, hicieron el recorrido por el hueco y vacío pasillo en cuyas paredes, prácticamente desnu- das, había nada. Salvo en un lateral, en el que Loop y Estile pudieron apreciar un cuadro con un gigantesco sello en el que se formulaba una cita que decía: “Sólo aquellos que trascendieron más allá de sí mismos alcanzarán al ser ineludible”. Enseguida se encontraron con el Departamento Forense, cuya entrada consistía en un pasadizo de luz parpadeante que, a su vez, desembocaba en una sala amplia con una puerta al final, que debía de ser la cámara donde se guardaban los restos. En la sala había un hombre joven, del- gado, de tez pálida e impertérrita que se pasea- ba por el frío e inhóspito lugar. Loop se dirigió a éste casi en un bisbiseo para no sobresaltarlo. –¿Doctor Robert Waals? –¡Ah, sí! ¿Detective Glaseens Loop? Es un placer. ¿En qué puedo ayudarles? –preguntó el forense. –Espero no importunarle, pero, ¿qué puede us- ted decirnos de los cuerpos que hallaron en la casa de los Miller Mann?
  • 15. El Crimen del ADN 15 –Pues verá usted, señor Loop, los cuerpos o mejor dicho, lo que quedaba de ellos, denota- ban que el crimen había sido perpetrado de una forma tácticamente animal. Dadas las dimen- siones de las dentelladas y desgarros, queda descartada la representación de un ser humano. –Cuando llegó usted, señor Waals, ¿cuánto tiempo cree que llevaban muertas las víctimas? –Los restos, señor Loop, estaban relativamente tiernos. Valúo que poco más de una hora. –¿Hallaron algo más en los cuerpos? –Detective Glaseens Loop –aseveró el dog- mático forense con medida– el trabajo de un forense en los tiempos que corren y con las ru- dimentarias herramientas de que disponemos, suele ser elevado y lento, especialmente lo segundo. Puede usted repasar las estadísticas, sólo un setenta por ciento de los crímenes que se cometen en Londres se resuelve favorable- mente, así que si no tiene usted ninguna otra pregunta, detective… –¡Oh, perdone, no quería abrumarle doctor! Ruego me disculpe si le he parecido arrogante, pues no era mi intención. Le agradezco mu- cho la información que nos ha proporcionado, sin duda nos será de gran ayuda. Espero verle pronto.
  • 16. 16 El Crimen del ADN –Igualmente, señor Loop, ha sido un placer co- nocerle. –Lo mismo digo. * –¿Y ahora hacia dónde nos dirigimos? –Estile, el sospechoso número uno es siempre la persona que acierta el cadáver. –Discúlpeme, Loop, pero ¿no fue el mari- do quien las encontró? –incidió el periodista mientras se disponían a abandonar el Centro Criminológico propuestos a hacer una inspec- ción en Portland St., lugar de los hechos. –Así es, querido amigo, y donde nos dirigimos en este momento. –Pero…–replicó. –No se precipite, Estile, todo tiene su porqué y debemos escuchar primero la versión del señor Miller Mann. * ¡Ding, dong! –Sí, un momento por favor –exclamó una voz tras unos pasos que se iban acercando desde la profundidad de la casa.
  • 17. El Crimen del ADN 17 Cuando el científico Peter Miller Mann les abrió la puerta, Loop y Estile pudieron apre- ciar en el rostro de éste el rastro de la falta de sueño y del poco descanso al que había estado expuesto el susodicho. Por otro lado, el traje mal ataviado y la barba de dos días hacían evi- dente la ausencia de cuidado personal. Mas no era para menos, pues acababa de perder a su mujer e hijita de la manera más atroz que na- die desearía. Aun así y detrás de todo aquello podía presentirse a un hombre joven, de buena planta, espíritu fuerte y carácter constante. Un ser en apariencia interesante, que a pesar del fatal acaecimiento, consiguió reunir fuerzas para tratarlos con cierta hospitalidad. –Perdonen, estaba haciendo las maletas… –¿Se marcha, señor Miller? –Sí. Ahora la casa está precintada y debo se- guir trabajando, por lo que he decidido tras- ladar todo mi equipo a mi casa de campo, en el observatorio, y tratar de recuperar el tiempo perdido. –¿Además de observar los microorganismos, contempla también usted las estrellas? –profi- rió Loop. –Aunque le pueda parecer extraño, existe una gran conexión entre el cosmos y el microcos-
  • 18. 18 El Crimen del ADN mos, incluso se ha llegado a calcular la proba- bilidad de que el ADN terrestre podría conte- ner partículas de origen estelar. Pero ustedes no están aquí por eso, ¿me equivoco? –¡Oh, sí, perdone! Soy el detective Glaseens Loop y él es el señor Estile Preston, periodista. –Tanto gusto señores. ¿Y en qué puedo ayu- darles? –Me gustaría hacerle unas preguntas, si es tan amable. –Sí, claro, cómo no. Salgamos fuera, pues den- tro está la guardia forense y me han dicho que no debo tocar nada. Ruego me disculpen. –No se preocupe, señor Miller Mann, estamos al tanto. Quiero exponerle mi más sentido pé- same. –Gracias, detective. Pero no se queden ahí, siéntense, estaremos más cómodos. ¿Y bien? –Verá, señor Miller, me gustaría que me expli- case al detalle qué es lo que hizo desde que se fue a esa reunión hasta que regresó a su casa. Quiero que me lo cuente todo tal y como pasó. –Ya se lo dije a la policía. Salí hacia las 7:30 de la mañana, como de costumbre hago para ir a trabajar. Al punto tenía que coger un vuelo rumbo a Glasgow, donde presentaría mi tesis en una importante reunión, ya que necesito que alguien apoye y financie mi proyecto.
  • 19. El Crimen del ADN 19 –¿Y qué tal le fue?–preguntó cordialmente Loop. –¡Oh! Bien, causó muy buena impresión y con- seguí el respaldo que tanto necesitaba, gracias. –Y después de la reunión, ¿qué hizo? –Tenía tiempo hasta que saliese el vuelo, qui- zás unas dos o tres horas. Así que me fui a almorzar a un restaurante situado en la zona. Después tomé el vuelo y regresé directamente a casa. Luego… Dios mío ¿Cómo pudo suce- der algo tan atroz? –Dígame, señor Miller ¿Qué hora sería cuan- do, si me lo permite, encontró los cadáveres de su mujer y de su hija? –Pues… –esbozó– aproximadamente las 2:45 de la madrugada. –¿Conserva usted los pasajes todavía? –Sí. Están en la mesa camilla, dentro. Pasen por favor. La casa se encontraba bajo observación y cus- todiada por varios agentes de la Policía Cien- tífica, quienes con cierto afán de desconcierto, analizaban y tomaban muestras en el aciago lugar. El científico tomó el pasaje de encima de una cómoda que se encontraba en la misma entra-
  • 20. 20 El Crimen del ADN da y, ofreciéndoselo al detective, extendió su mano con disposición. –Aquí tiene. –Perdone que le cuestione, señor Miller, pero aquí dice que usted llegó a las 23:15. ¿Cómo pudo tardar tres horas y media en llegar desde el aeropuerto hasta Portland St?–preguntó in- usitado Loop. –Desde luego tiene toda la razón detective. Es imposible. Pero ayer era viernes noche y a esas horas los atascos son horribles. Al final, del agotamiento del viaje me quedé dormido. –¿Cómo reaccionó usted, exactamente, cuan- do encontró los cadáveres? –Oí unos gritos en la calle y sirenas mientras llamaba a la policía. Me asomé a la ventana y pude ver al que supongo, debía ser el guarda nocturno tendido en el suelo, creo que muerto. Posteriormente escuché tres disparos. Después salí a la calle a esperar a que alguien llegara. La gente estaba aterrada, decían que un león se había escapado y entonces comprendí lo que había pasado. Entre lágrimas, recordé que el día anterior un viejo amigo nos regaló unas en- tradas para ir al zoo, ya que últimamente mi relación con mi esposa no era muy fluida, por decirlo de alguna forma, y pensé que sería una
  • 21. El Crimen del ADN 21 buena idea hacer una excursión familiar –ex- plicó–. Esa misma tarde me llamaron de Glas- gow, pues estaban interesados en los informes preliminares que les envié, lo que hizo que no pudiera acompañarlas al zoo. Les dije que se fueran ellas, que tenían una visita guiada, ya que les enseñarían todas las instalaciones. Dios mío, quién me iba a decir a mí que esto pasaría. Si pudiera dar marcha atrás… –Perdone, agente –comentó Loop dirigiéndose a uno de los oficiales que estaba tomando fotos en el lugar de los hechos. –¿Sí, detective? –¿Podría usted decirme si han encontrado al- guna huella de león o pisada? –Buena pregunta. La respuesta, detective Loop, es que no. Parece ser que en el zoo dis- ponen de un equipo experto en higiene, porque el león estaba impoluto, no hay huellas ni res- tos de pelo o señal alguna de su presencia en todo el lugar –afirmó el oficial con frustración. –¿Le importaría a usted que echáramos un vis- tazo a la casa? –Mientras no toquen nada no hay problema– exclamó. –Señor Miller, ¿sería tan amable de mostrarme el resto del inmueble?
  • 22. 22 El Crimen del ADN –Sí. Por favor, síganme –contestó el científico mientras se disponía a ascender al piso supe- rior–. Aquí está nuestro dormitorio, es grande, amplio y luminoso. Como a Alice le gustaba. –Dígame, señor Miller, ¿cómo encontró usted la casa cuando ocurrió todo? –profirió Loop pensativo. –Intacta, como lo está ahora, por alguna razón el león no quiso acceder al piso superior. –Creo que a su mujer también le gustaba ma- quillarse, es una prodigiosa colección de la fir- ma–comentó Estile. –Sí. La verdad es que siempre estaba retocán- dose y sólo le gustaba esta marca. Yo siempre le solía traer de mis viajes lo último que habían sacado. Entre otras cosas, esas uñas postizas de porcelana que a ella le hizo tanta ilusión tener –detalló–. Cosas de mujeres. Creo que ahora es lo que se lleva. –Pues sí es lo que se lleva –interrumpió Estile con energía de colegial–. Lo sé porque tengo una prima que es muy joven y… –Gracias, Estile, pero no creo que sea el mo- mento apropiado para hablarnos de las cuali- dades de su adolescente prima. Ruego disculpe a mi amigo, está un poco exaltado. –No pasa nada, de hecho a mi hijita Jane tam- bién le gustaban esas cosas.
  • 23. El Crimen del ADN 23 –¡Loop! –¿Sí, Estile? –Aquí parece que falta un bote de pintauñas rojo. Lo sé por mi prima, que, como le comen- taba antes, tiene toda la colección. ¿Sabe usted si lo llevaba consigo cuando fueron al zoo?– inquirió Estile. –Pues supongo que sí, ya que siempre o casi siempre solía llevárselos. –Muy bien. Ahora, señor Miller, sólo me que- da darle las gracias, de momento eso es todo y cuanto quiero saber. –Austedes, Señor Loop y compañía –exclamó. –Hasta la vista y espero que se recupere pronto de tan desgraciado asedio. –Gracias –concluyó. * –¿Cómo pudo escaparse el león de la jaula? – preguntó Estile. –Qué decirle, Estile. Esta misma mañana, des- pués de hablar por teléfono con el sargento, solicité una entrevista en el zoo con la cuida- dora responsable de la vigilancia de los felinos –enunció Loop. –¿No está el zoo a dos manzanas de aquí? – preguntó Estile.
  • 24. 24 El Crimen del ADN –¡Oh, sí, por supuesto! –exclamó mientras se ponía en marcha. Al cabo de tres minutos llegaron al zoológico de Regent´s Park. Seguidamente se dirigieron hasta las instalaciones donde se encontrarían con la cuidadora de las fieras en la noche del suceso. –¿Es usted Martha Swann, la cuidadora del león que se escapó? De una singular belleza era el rostro frío e inexpresivo de la chica cuando se volvió hacia ellos. –¿Qué es lo que quieren? –profirió la chica con una reticente y aterciopelada voz. –Me llamo Glaseens Loop y él es el señor Es- tile Preston. –¡Ah, sí! Me dijeron que vendrían. –Veo que la tienen bien informada, ¿podría usted contarme lo que ocurrió? ¿Cómo pudo escaparse el león? –Sí, detective. Sencillamente alguien se dejó la puerta abierta y la fiera se escapó –explicó. –¿De cuántas puertas dispone dicha jaula?
  • 25. El Crimen del ADN 25 –Bueno, en realidad son dos jaulas que co- munican entre sí. Una es de aislamiento, por mantener al animal de un modo seguro apar- tado, para proporcionarle el alimento. Luego, entre ellas, existe una compuerta de acero. La jaula también dispone de otra entrada para el cuidador y la puerta o portillo de traslado de animales que se halla en la jaula de aislamiento y que comunica con Portland St. –concluyó la cuidadora. –Señorita Swann–continuó Loop–, esa puerta o portillo ¿es la que se quedó abierta y por don- de pudo escaparse el león? –Así es –afirmó. –¿Podría usted mostrarme la jaula del felino? Si no es molestia, claro. –Sí, por favor, acompáñenme. Después de caminar durante un rato por las ga- lerías del zoo, todo eran prisiones para los ani- males, con lo que Loop no estaba en absoluto de acuerdo. Pues menuda filosofía ésta de los humanos, siempre intentando alterar y contro- lar la naturaleza, apropiándose de lo que no es suyo y sometiendo a estos pobres animales con el único fin de entretener a un paga-entradas. –¡Aquí está! Esta es la jaula.
  • 26. 26 El Crimen del ADN –¡Ah, por fin! –contestó Loop mientras se adentraban por un paso, cuya luz apagada al final no parecía tener fondo. Lugar donde se encontraba la jaula del felino. La cuidadora corrió las cortinillas. –Como puede ver, detective, ahí está la com- puerta que divide la jaula y más allá está el portillo que se dejaron abierto. –¿Sabría usted decirme, señorita Swann, quién estaba de guardia aquella noche? –Sí señor. Estaba yo –respondió–, pero no bajé a la jaula para nada, ya que el alimento se lo damos por la mañana –explicó. –¡Loop, he encontrado algo! Parece una uña postiza roja –dijo Estile extrayendo la uña de entre las virutas. –Déjeme ver, Estile. Sí. Es una uña postiza de porcelana –esbozó Loop. –¡Oh sí, perdonen! Creo que es mía ¿ven?–ex- clamó la cuidadora mientras se despegaba una uña postiza del mismo color de su dedo– es que a veces estas dichosas uñas se despegan y se caen. Si no me equivoco, debe ser de ayer, que al hacerme la manicura, seguramente cuando entré en la jaula no estaría totalmente seca y se me debió caer–contestó ruborizada y un tanto nerviosa.
  • 27. El Crimen del ADN 27 –¡Oh! Bien, bueno –profirió Loop–. Y cuan- do descubrió que el león no estaba en su jaula ¿qué hizo?–preguntó. –Pues me enteré por la policía. Me llamaron informando de que posiblemente podría ha- berse escapado del zoo, –prosiguió la chica narrando los hechos– me pidieron que lo com- probara y así lo hice, cuando me percaté de que la puerta de traslado... –¿El portillo? –interrumpió Loop. –… Eso es, que el portillo estaba abierto, les avisé de que efectivamente se trataba de nues- tro león. A pesar de que lo abatieron a tiros, enviamos un furgón con personal del zoo para recoger al animal y trasladarlo al Centro Cri- minológico, –siguió contando la cuidadora– después me enteré de lo que había pasado y no pude evitar pensar en quién pudo hacer una cosa así –concluyó la chica entre sollozos. –Un momento señorita Swann, ¿está Ud. insi- nuando que alguien intencionadamente dejó el pestillo quitado? –No sé qué pensar, lo siento –profirió ésta. –Gracias, señorita Swann, por su ayuda –ex- clamó Loop. –Cuenten conmigo para lo que quieran. Ahora, si me disculpan, he de ir a limpiar las jaulas –
  • 28. 28 El Crimen del ADN se ofreció acompañando a Loop y Estile hasta la puerta de salida. En las afueras del Zoo… –Estile, ¿ha guardado usted esa uña? –La he guardado. –Estupendo, ya tiene usted un buen artículo para su columna, ya que podría tratarse de una prueba, pero no saquemos conclusiones toda- vía, debemos ser cautelosos de los detalles que nos depare todo lo concerniente a este caso – dijo. –¿Piensa usted que pudo no ser un accidente? –Estile, no es momento de pensar, sino de re- unir pruebas. Las pruebas son nuestro testigo directo y único aliado, pues sólo ellas pueden conducirnos hasta la verdad. Después de despedirse de Estile, Loop quiso indagar un rato y dar un paso más hacia esa verdad. Por lo que tomó un taxi en dirección al aeropuerto para averiguar si la coartada del científico Peter Miller Mann era veraz y efecti- vamente estuvo, en la noche que el león escapó matando a toda su familia, en un atasco que duró más de tres horas.
  • 29. El Crimen del ADN 29 –Buenas tardes, ¿es usted el director del servi- cio de taxis del aeropuerto? –¡Perdone, pero ahora tengo mucho trabajo! – contestó casi sin detenerse. –Discúlpeme, me llamo Glaseens Loop. Que- ría pedirle sólo un favor, soy el detective que lleva el caso del león que se escapó, ¿sabe us- ted de qué le hablo? –¡Ah! Sí. ¿Y qué tiene eso que ver conmigo? –Espero que nada, director, solamente quisiera ver el registro de trayectos que se hicieron en la noche del viernes. –¡Ah, bueno! –exclamó– Si es sólo eso, espere aquí. Ahora se lo traigo. Minutos más tarde salió de su despacho el di- rector con la hoja de rutas en la mano. –Tenga. Espero que esto le sirva. –Gracias. –De acuerdo, estaré en mi oficina por si nece- sita usted algo. Ahora, si me disculpa, tengo mucho trabajo. Cuando Loop examinó el registro, dio con el nombre del taxista en un santiamén, ya que la anterior noche sólo se hizo un trayecto a Port- land St., según hacía constar la hoja de rutas.
  • 30. 30 El Crimen del ADN ¡Toc, toc! –Director. Ya sé que tiene mucho trabajo y per- done que le importune, pero me gustaría hablar con el señor Tejada. ¿Es posible que esté aquí? –Aver, a ver, sí. Hoy tiene turno de noche, debe estar en la entrada del aeropuerto, si no está, seguramente esté haciendo un servicio. Puede esperarle ahí sentado, si quiere usted. Ahora, si me disculpa, he de atender otros asuntos señor Loop. Adiós. –Qué hombre más desagradable –pensó el de- tective mientras se dirigía hacia la parada de taxis. Allí preguntó por el señor Tejada, pero al pa- recer estaba haciendo un servicio. Por lo que decidió esperarle. Al cabo de casi dos intermi- nables horas el taxista apareció. –¿Señor Tejada? –Sí, soy yo. ¿Qué quiere? –respondió con do- naire. –Verá, soy el detective Glaseens Loop y me gustaría hacerle unas preguntas–profirió Loop afablemente. –¡Ah! ¿Sí? ¿Sobre qué?
  • 31. El Crimen del ADN 31 –Sobre un servicio que hizo el viernes a las 11:30 en Portland St. –Sí. ¿Qué pasa? –El cliente al que llevó, ¿le pidió que le llevara directamente o hicieron alguna parada por el camino? –Le llevé directamente –respondió el taxista. –¿Está usted seguro? –insistió Loop. –Sí señor, lo recuerdo perfectamente, pues ha- bía un atasco total. Como lo llamo yo. –Perdone que le haga otra pregunta, señor Te- jada, pero, ¿hablaron de algo, le hizo algún co- mentario? –Nada, detective, se quedó dormido como un bebé. Tuve que despertarle cuando llegamos a su casa en Portland. –Bueno, pues parece que el señor Miller Mann decía la verdad –pensó Loop–. Muchas gra- cias, señor Tejada, y salude al director de mi parte. Hasta pronto. –Sí. Lo haré. Adiós. Ya había casi anochecido completamente cuando Loop llegó al museo, que ahora se ha- bía convertido en su nueva casa. Se detuvo en la puerta contemplando las abovedadas gale- rías en las que todavía pendían algunos de los cuadros y obras extrañamente abandonadas.
  • 32. 32 El Crimen del ADN Atónito, no acababa de entender, recordando por qué su antiguo dueño decidió cerrarlo al público y demolerlo junto con todas las obras de arte dentro. Por no mencionar la frialdad con la que despidió a Shu Qi, su empleada, quien en aquel momento y desde hacía quince años trabajaba en el museo como guía y recep- cionista, para seguidamente verse sin trabajo y en la calle. Por suerte, el mismo día que iban a proceder a su demolición, Loop quiso asistir y tomar unas fotos, pues conocía el lugar desde que aún era un niño, cuando escuchó decir al propietario del museo “que era una lástima derruirlo por su antigüedad, pero que era un lugar medio embrujado. Lo que hacía aún más complicada su venta”. Loop, incrédulo, se acercó y con respeto le preguntó qué cantidad esperaba conseguir por el museo. El propietario le contestó que él se lo cambiaría por su casa, si Loop quisiera. A Loop le pareció bien, así que detuvieron la de- molición. Loop entregó su casa y pasó a ser el nuevo pro- pietario del museo de Covent Garden. Pronto lo restauraron, reparando las grietas y des- conchados que tenían las paredes y los techos para, al fin, volver a reabrirlo al público. Shu
  • 33. El Crimen del ADN 33 volvió a retomar su antiguo puesto como la re- cepcionista y guía del museo, y Loop trasladó su residencia a la ahora renovada y hermosa biblioteca. Después de pararse a recordar y reflexionar en todos estos acontecimientos, accedió a la biblioteca y mientras se quitaba su túnica, el viejo reloj de pie, que se encuentra en el ves- tíbulo, se detuvo misteriosamente, creando un angosto silencio seguido de un estruendo –¡plooom!– cuyo eco hizo a Loop que se le encogiera el corazón. Salió para ver qué es lo que había sucedido, cuando al final del cañón abovedado de una de las galerías advirtió una extraña silueta. La figura se desplazó como sombra en la noche, Loop la siguió hasta la es- calerilla de la entreplanta, donde guardan las obras de arte, y sigiloso, se adentró por ésta hacia el subterráneo. Cuando llegó al sótano y encendió la luz, todo estaba lleno de polvo, restos de viruta, algunas sábanas esparcidas por el suelo y varios cuadros y esculturas ocul- tas bajo unas colchas raídas. Un lugar todavía extraño para Loop, quien abstraído, observó cómo una especie de túnel, que debía de co- municarse con todo el entramado de la ciudad, se aparecía ante él. Loop, al ver que no había nadie en aquel viejo depósito, se adentró por
  • 34. 34 El Crimen del ADN el oscuro paso. De pronto alguien, desde uno de los túneles, comenzó a reír de una manera desmesurada y enfermiza. Pronto las risas se convirtieron en llantos. Loop preguntó: –¿Qué le ocurre, se encuentra bien? Cuando en medio de la oscuridad apareció la figura de una mujer acercándose despacio ha- cia éste. Loop la enfocó con su linterna, ad- virtiendo con pavor el rostro amorfo de ésta. Espantado echó a correr y consiguió alejarse del lugar hasta situarse de nuevo en el sótano. Desde muy pequeño, Loop había experimenta- do aquellas visiones y encuentros con aquellos espectros, pero nunca hizo mención a nadie sobre los mismos, pues él creía profundamente que aquello debía de ser una manifestación del subconsciente, por lo que decidió regresar a la biblioteca. Todas las luces de las salas estaban apagadas en el museo menos una, cual pareciera ofre- cer una perspectiva un tanto diabólica. Loop, con instigadora quietud, se acercó y apagó la luz mientras observaba con incógnita el viejo péndulo del reloj que ahora volvía a funcionar.
  • 35. El Crimen del ADN 35 Cansado y a punto de acostarse, distinguió en- cima del secretario que había una cajita redon- da y recordó que debían ser los bombones que le pidió a Estile en la mañana. –¡No, no, no! –exclamó–. ¿Cómo he podido olvidarme de mi tía Enriqueta? ¡Pobrecilla, un viaje tan largo desde Santiago y todavía no he ido a verla! ¡Estúpido de mí! ¡Glaseens Loop, no tienes cabeza nada más que para tus casos! –pensó en voz alta, a la vez que Shu aparecía por la puerta. –Señor Loop. –Shu, ¿qué hace en el museo a estas horas? –Verá, señor Loop, el señor Estile le dejó una caja y pensé esperarle hasta que viniera. Pues esta noche ha llamado una mujer. –¡Oh, sí! Mi tía Enriqueta. –¡Oh, no! Señor Loop. Era una mujer joven que se hacía llamar Martha Swann. –¿Cómo? ¿Y qué quería? –preguntó intrigado. –Decía que quería urgentemente hablar con usted, que era de vital importancia verle. Le dije que viniera a primera hora de la mañana. –Gracias, Shu, por hacerme este favor, recuér- demelo a fin de mes. –No hay de qué, señor.
  • 36. 36 El Crimen del ADN A la mañana siguiente, Shu llamó a la puerta de Loop quien, entretenido, ojeaba con análisis algunos pasajes en los manuscritos antiguos que venían con la biblioteca, mientras que un experto en objetos antiguos, en voz baja e ilus- trativa, databa la procedencia de un libro que Loop había encontrado. –Se trata del Códice Voynich. El nombre del manuscrito se debe al especialista en libros de culto Wilfrid M. Voynich, quien lo adqui- rió en 1912 –afirmó el experto–. Data apro- ximadamente entre 1404 y 1438 d.C. Es un manuscrito muy valioso de época, donde la Santa Inquisición no dejaba una oveja suelta, de ahí que sus explicaciones estén en un léxico indescifrable. Del autor no se sabe nada, pero se cree que pudo haberlo escrito el mismísimo Leonardo Da Vinci. –Señor Loop –interrumpió Shu. –¿Sí, Shu? –Está aquí la mujer de la que le hablé ayer, la señorita Martha Swann. –Gracias, Shu, hágala pasar –profirió–. En otra ocasión será, señor Stanley –exclamó, mien- tras el experto en antigüedades desaparecía con discreción–. Por cierto, Shu, hágame el favor de colocar el Códice Boynich en el ex-
  • 37. El Crimen del ADN 37 positor de la sala de libros antiguos donde la gente pueda contemplarlo. –Buenos días –profirió una voz contenida de- trás de la puerta. –Señorita Swann, pase por favor no se quede usted ahí. –¡Oh, sí! Claro, gracias. –¿Y bien? Mi secretaria me dijo que ayer lla- mó usted y requería de gran urgencia, ¿de qué se trata? –Señor Loop, es de suma importancia lo que voy a contarle –señaló medio temblando la muchacha–. Resulta que ayer, recordando lo que pasó con el león, me detuve a pensar en todo lo que hice aquella jornada. Cuando observé el periódico que estaba encima de la mesa con las fotos de los fallecidos, pude iden- tificar la misma mujer y su hija que horas antes acompañé en una visita guiada. Seguidamente, en un fulgor, recordé que a media noche pro- cedimos al traslado de una cebra y que cuando abrí la compuerta por equivocación, abrí la del león. Mi compañero me informó de que aque- lla compuerta no era la que debía abrir, sino la de al lado. Así que me pasé a la puerta siguien- te y la abrí, olvidando por completo echar el cierre a la jaula del león, que seguramente es-
  • 38. 38 El Crimen del ADN taba dormido, y por ello no hizo nada, hasta que supongo un golpe de aire abrió la dicho- sa compuerta. El león se dio cuenta y escapó. ¡Dios mío! Señor Loop, fue culpa mía, una negligencia. –Un error catastrófico –contestó éste–. No se preocupe, tiene usted todo mi apoyo. La acom- pañaré a la comisaría y les contará lo que me ha contado a mí. –¡Pero me meterán en la cárcel! –No. Señorita Swann, probablemente lo toma- rán como una falta dentro del orden laboral. Lo más seguro es que pierda el empleo y le suspendan el sueldo y posiblemente tendrá que cumplir una pequeña condena –explicó éste tranquilizándola–. ¡Venga, no debemos perder más tiempo! De inmediato salieron hacia la comisaría y la chica testificó. Todo parecía tener sentido. Al día siguiente se celebró un juicio rápido, concluyendo que, efectivamente, hubo negli- gencia por homicidio imprudente con agra- vante. Suspendiendo a la señorita Swann de empleo y sueldo. Curiosamente, un anónimo pagó la fianza y pudo la cuidadora salir en li-
  • 39. El Crimen del ADN 39 bertad con cargos, prohibiéndole abandonar la ciudad. Ese mismo día se enterraron los restos de la señora Alice Miller Mann y su hija, quedando el caso cerrado.
  • 40. 40 El Crimen del ADN II En el entierro había numerosos familia- res, amigos y celebridades del mun- do de la medicina. Entre otros, y para sorpresa de Loop, el forense Robert Waals, recibiendo en mano un sobre marrón de Peter Miller Mann. Lo cual inquietó a Loop y Estile. –No puedo evitar preguntarme por el conteni- do de ese sobre –cuestionó Estile con aire de sospecha. –Ni yo tampoco Estile, ni yo tampoco. Después del entierro, Peter Miller Mann se acercó a saludar a Loop, lo que pareció un poco extraño al detective. –Gracias por venir, señor Glaseens Loop y se- ñor Preston.
  • 41. El Crimen del ADN 41 –¿Qué tal, señor Miller Mann? –preguntó Esti- le con cara de sabueso. –Al final se esclareció todo, para su tranquili- dad –añadió Loop–. Y ¿ahora qué hará? ¿Vuel- ve a casa? –¡Oh! No, a esa casa no creo que vuelva. Está precintada y la he puesto en venta. Creo que permaneceré en la vieja casa del campo. En un ambiente natural todo se ve de otra manera – aclaró el científico. –No sabía que conociera usted al forense Ro- bert Waals –exclamó Loop. –El doctor Robert Waals, sí, es un viejo ami- go. Estudiamos juntos en la universidad de Oxford. Es colega del Club de Médicos. –Sin duda un gran apoyo –afirmó Loop. –Pues sí. Es el mejor amigo que conservo de la infancia. Es como si fuera de la familia y sabe muy bien por lo que estoy pasando. –Comprendo –pronunció el detective. –En fin, señor Loop, no sé cómo agradecerle lo que ha hecho. Haré que le llegue una gra- tificación por su perspicaz actuación en este horrible suceso. –Le agradezco su interés, pero mejor será que lo guarde para usted, pues yo cobro del gobier- no. Espero, señor Miller, que le vaya bien en la vida y bueno… con sus descubrimientos.
  • 42. 42 El Crimen del ADN –Igualmente les doy las gracias. Ya sabe, de- tective, si algún día quiere compartir uno de sus casos conmigo, estaré muy complacido de ayudarle –agregó el científico mientras se su- bía en el coche funerario. –Eso está hecho –aseguró Loop. –Creo que aquí hay gato encerrado. –León, Estile, león escapado –afirmó sarcásti- co el detective. –Loop. ¿Qué cree usted que había en ese so- bre? –No lo sé, Estile, ¿tal vez una gratificación? –alegó con una resuelta sonrisa. –¿Por qué sonríe usted, Loop? –preguntó el periodista con cierta frustración. –Verá, Estile, el hecho de que un caso esté ce- rrado no hace que cesen los acontecimientos, la vida es como un reloj que nunca se detiene, incesante e impasible a nuestra interpretación. –Interesante filosofía. Tomo nota –dijo Estile. –Todos nuestros actos, por ínfimos que puedan aparentar ser, desembocan en un río de con- secuencias. Por eso es tan importante la edu- cación. Loop juntó las dos manos mientras Estile pa- raba al carruaje.
  • 43. El Crimen del ADN 43 –Al museo de Covent Garden y, por favor, vaya despacio. Mientras, el coche se adentraba por el ancho y terso camino del cementerio, en el que a am- bos lados, en perfecto orden y armonía, se ha- llaba un hermoso cordón de centenarios robles y castaños que adornaban el agreste paseo de hojas ocres. Aquella noche, Loop se sentó frente al fuego de la chimenea con incógnita expresión, dada la singularidad del caso. Por un lado, la uña acertada en la jaula del fe- lino, pues en el caso de que en realidad se hu- biese tratado de la uña de Alice Miller Mann, pondría en evidencia la declaración de Martha Swann. Loop se arrepintió de no haber entre- gado en su momento la uña encontrada al sar- gento Dalton, pues quizás el desenlace hubie- se sido muy distinto de lo que fue. Y por otro lado, la estrecha relación que había entre Peter Miller Mann y el forense Robert Waals. ¿Qué lazos unían esta relación? Ahora ya era tarde caer en la cuenta, el caso estaba cerrado y no había nada que hacer, con apenas indicios y sin causa aparente, por no mencionar que nunca
  • 44. 44 El Crimen del ADN apareciere un testigo diferente, especial, raro, que abriera las puertas de la sospecha. A la mañana siguiente, Loop se disponía a to- mar un delicioso desayuno compuesto de café, zumo de naranjas, tostadas y fresas. –¿Dónde está mi periódico? ¡Shu, Shu! –ex- clamó. –¿Me llamaba, señor? –Sí, pase por favor. –Buenos días. ¿Qué tal ha descansado? –Buenos días. La verdad, no muy bien, pero eso se soluciona con un proteínico desayuno. –Me alegra que así sea –exclamó–. Le traigo el periódico. –¡Oh! Gracias –contestó el detective agrade- cido. –Si me necesita para algo, estaré en la recep- ción. –Está bien, gracias Shu.
  • 45. El Crimen del ADN 45 Diario de Londres 9 - Dic -1955 “Premios de la medicina” El próximo viernes se celebrará el XVII Cer- tamen de los premios de “Medicina e Investi- gación” en el Colegio de Médicos de Londres. Varios serán los condecorados. Entre otros, el conocido científico Peter Miller Mann, que tras el trágico y escandaloso acaecimiento del caso ya cerrado del león que escapó y que aca- bó con la vida de su mujer e hija, obtendrá el premio y el reconocimiento por el trabajo de investigación al que ha estado dedicado. Este premio se debe a un descubrimiento que sin lugar a dudas cambiará la trayectoria y el destino de la vida tal y como la entendemos. Dicho hallazgo consiste en el ya conocido, pero poco explorado, “ácido desoxirribonu- cleico”, más pronunciado con el sobrenombre de ADN, y del que esperamos que el profesor Peter Miller Mann nos dé muestras e informa- ción sobre esta admirable revelación. Seguidamente, se celebrará un acto ceremo- nia en la biblioteca, donde se reúnen aquellos que pasarán a la historia como ineludibles. Por
  • 46. 46 El Crimen del ADN desgracia, estas cámaras se celebran a puer- ta cerrada y no podemos dar extractos sobre quiénes recibirán el conspicuo anillo. Estile Preston. –¡Quiero verle ahora mismo y no me iré hasta que haya hablado con él! –se oye una discu- sión al otro lado. –Shu, ¿qué está ocurriendo aquí? ¿Por qué tan- ta barahúnda? –Perdone, señor Loop, esta mujer que se em- peña en verle y trato de explicarle que está us- ted con el desayuno. Pero no atiende a razón, además de espantarme a la gente que está en el museo. –No se preocupe, Shu, déjela pasar. –¿Es usted el detective Glaseens Loop? –pre- guntó la extraña mujer. –Servidor. Y usted es la señora… –Tatiana –se adelantó aquella mujer de avan- zada edad–. Señora Emilia Tatiana. Su aspecto era humilde y modestamente ata- viado. Llevaba una especie de pamela diminu- ta que le cubría el recogido, haciendo aún más prominente, si cabe, su enorme papada, que a su vez ocultaba con misterio la barbilla de ésta.
  • 47. El Crimen del ADN 47 Un rostro cuyo efecto en su composición, se antojaba semejante al de un buldog. –Y dígame, señora Tatiana, ¿qué le inquieta tanto? ¿Por qué se enoja? Cuénteme. –He leído los periódicos y dicen que es usted el detective que llevó el caso del león asesino. –Así es –afirmó Loop. –Yo estaba allí y pude ver a aquel hombre – dijo. –Tranquilícese, mujer. ¿A qué se refiere usted? –Naturalmente a la casa de los Miller Mann en Portland –exclamó sobreponiéndose–. Yo vivo en la acera de enfrente, un poco más adelan- te, ¿sabe usted?, y pude ver algo que me hizo desconfiar. –Continúe –dijo Loop. –Distinguí cómo un coche verde oscuro se me- tía entre las casas a hurtadillas –declaró sofo- cada. –¿Y qué más vio usted? –El coche tenía un rayón en la puerta del con- ductor. De él salió un hombre con gabardina y sombrero. Pude ver que llevaba un anillo gran- de que brillaba con el reflejo de la luz de los focos. Inmediatamente los apagó. Entonces se dirigió a la parte trasera del coche y abrió el maletero.
  • 48. 48 El Crimen del ADN –¿Qué sacó del maletero señora Tatiana? –Me pareció ver unas bolsas negras, como las que se usan para la basura. Al cabo de un rato el hombre salió de la casa, subió al coche otra vez y se marchó –zanjó la mujer. –¿Y qué hora cree usted que sería cuando vio aquel coche? –Mire detective, yo padezco de insomnio –ad- virtió– y me suelo dormir tarde. Así que me senté en el sofá, al lado de la ventana que da a la calle, para tomar una tila y mi pastilla, que es desde donde pude ver lo ocurrido. Serían sobre las 1:15 de la madrugada –explicó la señora. –¿Pudo reconocer a ese hombre? –No, señor Loop, estaba oscuro, pero lo que vi estoy segura de que es tal y como se lo he contado –concluyó. –No se preocupe, señora Tatiana, ha hecho us- ted bien en venir –enunció Loop. –Sólo quería contarle lo que vi, pues última- mente duermo mucho peor de lo que estoy acostumbrada. Ahora me puedo ir tranquila. Así que adiós –dijo como si se hubiera quitado un peso de encima. –Gracias señora Tatiana. Ha sido usted un tes- tigo de lo más característico –pensó Loop.
  • 49. El Crimen del ADN 49 Y pronunciando una especie de gemido se marchó la mujer, casi chocándose con Estile, que acababa de llegar. –Buenos días –dijo–. ¿Quién era esa mujer? No me lo diga, era su tía Enriqueta ¿me equi- voco? –Ay, Estile –esbozó Loop con un extendido y paliativo aire de paciencia–, no era la tía Enri- queta. Esa mujer traía una valiosa información sobre el caso que nos ocupa, pues es un testigo directo que se encontraba muy cerca de la es- cena –apuntó el detective. –¿Ah sí? ¿Y qué decía? –Lo que me ha contado es de sumo interés para el caso, pues… ¡Riiiing, riiiing! La estertórea campanilla del teléfono los so- bresaltó. –¡Oh! Perdone, Estile, creo que Shu ha debido de salir, atenderé yo esta llamada. Ahora mis- mo se lo acabo de contar. “Museo de Covent Garden Glaseens, Loop al habla –contestó éste mientras observaba a Es- tile dando vueltas por la biblioteca irresoluto–.
  • 50. 50 El Crimen del ADN ¡Oh! Buenos días, sargento Dalton, tengo bue- nas noticias para usted –reveló Loop–. ¿Usted también tiene algo para mí?... Interesante… muy bien, sargento, ahora mismo salgo hacia allí… hasta ahora –finalizó”. –¡Estile, no tene- mos tiempo que perder, pida un taxi por favor! –exclamó éste casi a la carrera–. Shu hoy no estoy para nadie, a no ser que tenga que ver con el caso. –Está bien, señor Loop, pero cálmese que no se acaba el mundo –profirió Shu. –El mundo no, Shu, pero el tiempo es vida – contestó Estile con actitud de explorador. Durante el trayecto, Loop terminó de explicar a Estile el curioso testimonio de la señora Emi- lia Tatiana. Un alegato que no tendría ningún sobrante para el sargento, que ya les esperaba en las puertas del Centro Criminológico. –Buenos días, sargento. –Buenos días, Loop… Usted primero –propu- so el sargento. –No, por favor, ya que estamos en su departa- mento creo que será conveniente que empiece usted –replicó el detective. –Está bien, si insiste… Pues no se va a creer lo que ha pasado.
  • 51. El Crimen del ADN 51 –¿Pues qué ha pasado? –inquirió Loop. –Que esta misma mañana dos niños gemelos jugaban a la pelota en los jardines de Regent´s Park, cuando la pelota salió despedida hacia el río, justamente al lado de unas bolsas ne- gras de basura que se habían quedado ligadas entre las ramas de uno de los matorrales que suelen estar en las orillas del Támesis. Uno de los muchachos pensó que podría haber algo y la curiosidad del chico le hizo mirar dentro de una de las bolsas –añadió el Sargento– encon- trando en la misma, para su sorpresa, parte de un dedo y restos de sangre. Inmediatamente avisaron a un policía que estaba a pocos me- tros del lugar. Cuando éste tomó la radio dando parte del macabro hallazgo a las autoridades pertinentes, adivinen lo que encontramos – cuestionó desafiante a Loop. –Pues, sin ambages, no lo sé, pero ¿podría tra- tarse entre otras piezas de un frasco pintauñas rojo? –soltó Loop con la ceja encumbrada, esa ceja que siempre solía dar en el clavo. –Así es. ¿Cómo lo ha sabido usted? –preguntó el sargento atónito. –Ya se lo explicaré, ¿qué más encontraron? –Además del frasco y el dedo, encontramos restos de sangre, tejido de algún tipo de órgano interno de las posibles víctimas y unos guantes
  • 52. 52 El Crimen del ADN que se suelen emplear para uso médico, que están analizando en este momento. Y ustedes, ¿qué tienen para mí? –inquirió. El Sargento miró a Loop con el presentimien- to de que la información del detective, posi- blemente, provendría de fuera de los ámbitos jurisdiccionales de su departamento. Lo cual emocionaba de forma grata al sargento que, con total curiosidad o quizás admiración, se hizo todo oídos hacia las palabras del detec- tive. Entonces Loop detalló al sargento la inespe- rada entrevista que tuvo con la señora Emilia Tatiana a primera hora de la mañana. –¡Dios mío, ahora lo entiendo! –exclamó el sargento mientras Loop le sonreía. –¡Sargento! –determinó Loop con potestad–. Le sugiero que solicite una orden para exhumar los cuerpos de la señora Alice Miller Mann e hija de inmediato. Estoy completamente segu- ro de que los restos de esas bolsas pertenecen a nuestras víctimas. Mientras el sargento efectuaba la llamada, se acercó un agente cuya curiosidad le hizo pre- guntar al detective.
  • 53. El Crimen del ADN 53 –Perdonen, señores, pero no he podido evitar escuchar su conversación –comentó respetuo- samente el agente– se trata del caso del león que se escapó, ¿verdad? –Así es –exclamó Estile. El agente se quedó por un momento dubitati- vo, observando los rostros del detective y el periodista, y por fin se decidió a hablar. –Yo fui quien disparó a ese león. Pero en vista de lo que está ocurriendo, creo de vital impor- tancia contarles en qué condiciones encontré al felino –dijo–. Recuerdo que ya había atacado al guarda nocturno cuando lo encontré, lo cual me pareció raro, si me lo permiten, ya que me encanta la naturaleza y soy un gran adepto de las revistas de animales, sobre todo las de fe- linos. –¿Y qué es lo que le extrañó, oficial? –pregun- tó Loop. –Pues lo que me extrañó, detective, fue que ata- cara a una persona. Ya que en una manada de leones la que caza normalmente es la hembra y no el macho, salvo en raras circunstancias en las que éste se vea amenazado o sin salida –ex- plicó el policía–. Después, además, me pareció que no estaba bien, pues iba tambaleándose de
  • 54. 54 El Crimen del ADN un lado para otro.Acontinuación me vi obliga- do a efectuar los tres disparos reglamentarios –agregó con tristeza–. Puedo asegurarles que me dolió más a mí que a la fiera. Espero que solucionen este caso, pues yo creo que el león también fue una víctima. –Gracias, agente –manifestó Estile compade- ciendo al joven mientras éste regresaba a su mesa de trabajo. –¿Sabe lo que sospecho, Loop? –susurró Es- tile. –¿Qué, Estile? –Que ese pobre león fue drogado –dijo. –O mejor aún, que le alimentaron de carne contaminada –sugirió el detective mientras se acercaba el sargento. –Ya solicité la orden de exhumación, pero me han advertido que el asunto es complicado, ya que debemos disponer de pruebas contunden- tes que apunten hacia que efectivamente se trata de los restos de las víctimas en cuestión –explicó el sargento. –Mientras tanto, analizaremos la sangre y los restos de tejidos para ver si coinciden con los de la señora Alice Miller Mann y/o con los de su hija –apuntó Loop. –Para entonces ya tendremos esas dichosas pruebas que demuestren la relevancia de dicha
  • 55. El Crimen del ADN 55 exhumación –afirmó el sargento–. Por cierto, ¿qué quería ese agente? –Decía que él fue el que disparó al león –ex- clamó Estile. –¡Ah, sí! Pobre muchacho, todavía está cons- ternado por lo sucedido –comentó éste–Ahora el león pasó a mejor vida, pues fue incinerado a las pocas horas. –El chico es joven aún, le falta experiencia en el campo de la acción. Supongo que como nos ocurrió a todos –afirmó Estile. –Estoy de acuerdo, el tiempo cura las heridas y si no, las termina ocultando –profirió Loop. Aquella tarde Loop concertó una entrevista con el científico Peter Miller Mann para char- lar un rato mientras tomaban un té en South Wark. –Sinceramente, señor Loop, hubiera preferido tomar el té en Covent Garden, donde usted re- side–exclamó Miller Mann. –Quizá la próxima vez. De momento he queri- do quedar con usted en este lugar que seguro le debe de resultar familiar, ¿me equivoco señor Miller? –Ya sé dónde quiere ir a parar, detective. Por supuesto que me es familiar, el ático de la Igle-
  • 56. 56 El Crimen del ADN sia de Santo Tomás, lo conozco muy bien, aun- que nunca oficié en él. –Así es, señor Miller –apuntó Loop–, recons- truida junto con el hospital en 1822. Utilizaron el herbolario para crear el primer quirófano de Inglaterra, donde se practicarían intervencio- nes a vida o muerte, acompañadas de sangui- narias escabechinas –dijo–. Los pacientes del hospital eran tan pobres que no podían costear- se las operaciones, de modo que lo hacían au- torizando a que se experimentase con sus cuer- pos, mientras varios estudiantes de medicina con curiosidad y alrededor de los enfermos, prestaban atención para no perderse los pasos de la operación –detalló el detective–. Sin em- bargo los pacientes ricos tenían la dicha de ser operados con menos público –explicó–, nor- malmente en las mesas de las cocinas de sus propios domicilios. ¿Sabe usted, señor Miller, que desde 1822 hasta 1847 las operaciones se realizaron sin anestesia, tratando de adorme- cer al paciente en cuestión con alcohol u opio? Muy contrariamente a como se realizan en es- tos días en los que ya disponemos de métodos anestésicos más sofisticados como la morfina –deliberó retóricamente el detective–. Al final, en 1862, el hospital fue trasladado el barrio de Lambeth. Desde entonces, el antiguo quirófa-
  • 57. El Crimen del ADN 57 no de los horrores ha permanecido cerrado y en el olvido hasta hoy. Miller Mann se quedó reflexivo con la ilustra- tiva observación de Loop. –Desde luego que está usted bien informado, pero no sé qué espera que diga. ¿De verdad me ha hecho usted venir para mostrarme los mo- numentos de la ciudad? –A veces, señor Miller, los monumentos nos hablan con su estela universal, indicándonos qué sendero debemos tomar, pues la historia está llena de acontecimientos trágicos que se han ido repitiendo reiteradamente por los tiem- pos de los tiempos y que, a pesar de ello, no hemos conseguido remendar –afirmó Loop–. Dígame, señor Miller, si pudiera usted remen- dar algo, ¿qué sería? –preguntó. –Daría todo lo que tengo por estar con mi mu- jer y mi hija tan sólo un instante –reveló Miller Mann emocionado. –¿Y qué más? –inquirió Loop. –Está usted intentando sonsacarme si fui yo el que arrojó esas bolsas al río, ¿verdad? –cues- tionó intrépido–. Lo siento, detective, pero no tengo tiempo para absurdos de este tipo. Si quiere usted incriminarme, le sugiero que re-
  • 58. 58 El Crimen del ADN úna las pruebas, de lo contrario, guárdese sus insinuaciones para sus adentros –contestó y se marchó. Loop se quedó observándole alejarse e inició un seguimiento para ver hacia dónde se diri- gía el científico, quien, atravesando las calles del Soho, condujo a Loop hasta el centro de la ciudad. Cuando llegaron a Oxford St, las aceras estaban colapsadas de gente, lo que casi le cuesta a Loop perder la pista al científico, momento en que éste apresuraba su paso por Winsley St., que deriva en Eastcastle St., un buen laberinto de calles. El detective aceleró su paso para no perder de vista al sujeto, que seguidamente se apresuró con secreto por Ber- ners News y Goodge St. hasta Tottenham St., donde Loop diferenció a Peter Miller Mann entrando en el Monkey Pub, un conocido lugar de encuentro entre hombres, y decidió intentar acercarse con el afán de averiguar con quién se habría de encontrar el científico. Cuando se aproximó lo suficiente, pudo observar a éste hablando con otro hombre imposible de reco- nocer, ya que se encontraba de espaldas a la ventana. Miller Mann se levantó y Loop se ale- jó para no ser descubierto, situándose en la es- quina de una calle colindante con expectación.
  • 59. El Crimen del ADN 59 Un taxi se detuvo justamente de forma que ocultaba por completo al misterioso acompa- ñante de Miller Mann, quien despidiéndose del científico con un apretón de manos, tomaba el taxi para desvanecerse entre el tráfico. ¿Quién era ese hombre?
  • 60. 60 El Crimen del ADN III Al día siguiente ya habían dado parte los periódicos sensacionalistas, con todo lujo de detalles, sobre el hallaz- go de las bolsas negras encontradas en el río, lo cual complicaría seriamente la investigación, ya que era una interferencia que daba venta- ja al supuesto asesino en cuestión, además de informar sobre la posible exhumación de los cuerpos de la señora Alice Miller Mann e hija. –Buenos días, Loop, ¿qué tal está su intuición hoy? –Buenos días, Estile. Estoy un poco preocu- pado con la prensa sensacionalista, que ya ha dado la noticia al asesino de que estamos tras él o ella –expresó Loop un tanto infausto. –Vislumbro su frustración, pero sinceramente no creo que eso sea un impedimento para su
  • 61. El Crimen del ADN 61 perspicaz sexto sentido –exclamó Estile dando ánimos a su amigo. –Muy amable por su parte, pero la verdad es que los detalles de este caso parecen estar bas- tante enmarañados, y creo que a conciencia, y no debo adelantar acontecimientos, pero sos- pecho que la víctima ya estaba muerta cuando el león la acechó –afirmó. –¿Cree usted que la envenenaron? –Veamos –dijo Loop mientras extraía del ana- quel un viejo libro de tóxicos: “Un veneno es cualquier sustancia tóxica, ya sea sólida, lí- quida o gaseosa que puede producir una en- fermedad, lesión, o bien que pueda alterar las funciones del organismo cuando entra en con- tacto con un ser vivo, incluso provocándole la muerte –manifestó el detective y añadió–… los venenos son sustancias que bloquean o inhi- ben una reacción química, uniéndose a un ca- talizador o enzima más fuertemente”. La pre- gunta debería ser, ¿cuál es la diferencia entre un veneno y un fármaco? –debatió. –Pues francamente, Loop, no sé qué decirle, ¿quizá la dosis? –soltó el periodista por decir algo. –Exacto, Estile, la diferencia entre un veneno y un fármaco es la dosis, ya que según han cons- tatado diversos estudios, todo es venenoso. El
  • 62. 62 El Crimen del ADN tabaco, el alcohol, incluso la comida, salvo que estos se racionen sin excesos, según lo estipu- lado por el Ministerio de la Sanidad Pública. Existe un baremo y éste es el que permite o no a la ley dar vigencia a estos tóxicos en el mercado y usted, Estile, se preguntará, ¿qué tiene eso que ver con el caso que nos compe- te? Pues muy sencillo, mi querido amigo. La persona que esgrimió esa sustancia, de la que todavía no sabemos nada, debe estar directa o indirectamente relacionada con el mundo de la medicina. De momento debemos ser pacien- tes –afirmó–. Me gustaría que me acompañase esta tarde noche al Centro Criminológico, ya que debo decirle que sin usted esta investiga- ción no sería lo mismo. –¡Oh!, muchas gracias, es un honor –profirió el periodista. –Ahora –apuntó Loop– debo atender a mi que- rida tía Enriqueta, que ya debe de estar empe- zando a sacar sus propias conclusiones sobre el que hasta ayer era su sobrino favorito, lo cual me preocupa, pues quiero mantener el es- calafón. ¡Ah!, y gracias por los bombones, le gustaron mucho –comentó entre risas con su amigo–. No lo olvide, Estile, en Criminolo- gía a las 20:00 –gritó mientras salía corriendo como alma que lleva el diablo.
  • 63. El Crimen del ADN 63 –Allí estaré –afirmó Estile levantando ligera- mente la voz. Cuando Loop salió por la puerta para reunirse con la tía Enriqueta, a Estile se le ocurrió dar un paseo por el museo, apreciando las obras de arte que otros dejaron para nuestro deleite o probablemente para escribir sobre el museo. El periodista pensó que a Loop le agradaría una foto en primera plana. Aunque tal vez no tanto, teniendo en cuenta que Loop encarnaba a un ser de humildad sin precio, con la modestia de un ermitaño, distante de la hipocresía de una sociedad consumista que se empeña en poner las cosas al revés. Loop era distinto, se trataba de un entrañable amigo con el que compartió momentos de especial sentido y largas tardes de tertulias en las que se reunían para discernir sobre el misterio de la vida o de la muerte, el espacio y el tiempo. En ocasiones, el detective requería de Estile como fuente de inspiración para posibles cálculos y lecturas del pensa- miento, a las que Estile siempre concurrió de buen agrado, pues Glaseens Loop era un jo- ven de cognitivas experiencias, un ser ascético docto, un amigo del mundo que experimentó muy de cerca las grandes transiciones a las que se ve sometido el ser humano. En definitiva, un
  • 64. 64 El Crimen del ADN hombre lleno de sabiduría y de gran respeto y educación hacia los demás, lo que en diversas ocasiones despertó la reticencia y suspicacia de otros que no se acababan de creer hasta dónde llegaba la envergadura de este grandioso ser humano que trataba a sus amigos en público con admiración y en privado con franqueza. Absorto y sumergido en posibles ideas para su artículo, a Estile se le echó la hora encima, y marchando se propuso llegar a tiempo al Cen- tro Criminológico. A las 20:00 en punto, y casi a la vez, Loop y Estile se encontraron en el departamento para ver cómo habían ido los resultados tras ana- lizar los restos encontrados en las misteriosas bolsas. –Buenos noches, sargento. –Hola señores, tengo nuevas para ustedes – dijo. –¿De veras? –respondió Loop con curiosidad. –Así es, de momento les diré que hemos en- contrado una huella en el frasco pintauñas que están comparando con el dedo índice que en- contramos –reveló el sargento. –Sargento Dalton, si no es inconveniente, me gustaría ver ese resto de índice –formuló Loop.
  • 65. El Crimen del ADN 65 –Por supuesto, vengan conmigo, se lo mostra- ré. Cuando el sargento les enseñó a Loop y Estile el resto del dedo, el detective sacó de su bol- sillo un sobrecillo verde que contenía la uña que encontró Estile en la jaula y se la entregó al sargento. –Loop, ¿cree usted que pueda tratarse de un crimen pasional? –preguntó sobrecogido Esti- le. –De momento todas las pruebas apuntan ha- cia la señorita Martha Swann. Dejaremos que duerma tranquila esta noche, si al sargento le parece bien –señaló Loop. –¡Oh!, por supuesto, espero que disfrute de su última noche en libertad –dijo el sargento. –Perdone que le cambie de asunto, sargento, pero quería, si no es mucha molestia, que me hiciera usted un favor, mas no puedo explicarle del todo por qué. –Por favor, Loop, dígame de qué se trata –ins- tó el sargento. –Verá, sargento, creo que sería mejor, y más sustancial, que el forense que lleve el caso fue- se alguien que no conociera de una forma cer- cana a la familia Miller Mann, pues el forense
  • 66. 66 El Crimen del ADN Waals, y no es que cuestione su profesionali- dad, no creo que en su momento aportara mu- cho –aclaró Loop– y nosotros no deberíamos dejar que alguien que pueda estar influenciado por la amistad se maneje en este extraordina- rio, ya que eso precisamente no deja en este caso al forense, el doctor Robert Waals, traba- jar a pleno rendimiento. –¡Oh, sí! Estoy de acuerdo. Pues yo nunca le dejaría llevar un caso a alguien que pudiera al- bergar un sentimiento personal sobre el mismo –aseguró el sargento–. Veré lo que puedo hacer y, cambiando de tema otra vez, le gustará saber que ya tenemos la orden firmada por el juez para la exhumación de los cuerpos. Una exce- lente noticia, ¿no le parece? –Desde luego que sí–respondió Loop–. Espe- ro que me informe lo antes posible, sargento, pues nuestro asesino nos lleva ventaja. –No se preocupe, señor Loop, ya que será esta misma noche cuando procederemos a desente- rrar los restos y probablemente mañana a estas horas las pruebas dejarán de ser circunstancia- les y daremos con la detención del, o la, res- ponsable. –Estaré expectante de su llamada. De momen- to, sargento, sería mejor que no le diéramos prenda suelta a la prensa, ya que supondría otra
  • 67. El Crimen del ADN 67 vez un obstáculo. usted ya me entiende –profi- rió el detective. –¡Oh, sí!, eso puede darlo por sentado. Estos periodistas novatos que se cuelan en todos los escenarios, de todos los crímenes, además de trastocar las noticias y en vez de limitarse a dar la información de forma imparcial, se dedican a interpretar los acontecimientos como hoja a merced del viento, sin pararse a pensar en el destrozo que están ocasionando a la inves- tigación, generando miedo y confusión, y la verdad, señor Loop, no quiero seguir hablan- do, porque me estoy empezando a cabrear, sin ofender al señor Estile, desde luego –remató el sargento casi enojado. –Estoy con usted, sargento, y me tranquiliza que se dé cuenta de estas cosas –exteriorizó el detective. –Buenas noches, señores y gracias por venir. –No hay de qué –afirmó éste mientras salía con Estile por la puerta del departamento.
  • 68. 68 El Crimen del ADN IV Aquella noche el detective se quedó despierto, solo, paseando por los re- covecos del museo. Quizá intentando hallar las respuestas en las formas o a través de los colores de los dibujos y pinturas. De pron- to, el viejo péndulo del reloj de pie, se detuvo con resonancia y de nuevo se oyeron otra vez esas risas que con reverberación se expandían por las galerías del museo, poniendo en guar- dia a Loop quien, indiscreto, se apresuró cuan intriga hacia el lugar de donde procedían los ruidos, en las salas expositoras. –¿Quién anda ahí? –inquirió en voz alta. Cuando –¡Plooooom!–. El mismo estruendo que noches anteriores había estado escuchan- do, lo hizo alterarse sobremanera. Loop pren-
  • 69. El Crimen del ADN 69 dió una de las espadas que se encontraban pos- tradas en una de las armaduras medievales del museo e intrépido se acercó hasta el vestíbulo, cuya luz volvía a estar encendida. Sin aspa- vientos, el detective se acercó para apagar el interruptor. Cuando lo hizo, la luz permaneció encendida. Loop comenzó a tratar de apagarla, pero el botón de la llave no respondía. En ese momento sintió como si la horrible mujer de rostro amorfo estuviera justamente detrás de él mirándole y riéndose en voz baja, mientras un gruñido desde las profundidades del museo puso los pelos como escarpias a Loop. Éste se giró rápidamente, pero nadie había en aquel vestíbulo que indudablemente trataba de de- cirle algo. Al girarse otra vez, observó que la luz también se había apagado y pudo enton- ces apreciar cómo el albor del sol se extendía imperioso a través de los alargados y olvida- dos ventanales del museo. Luz que recordó a Loop, en esos días tan grises, que aún existían los colores. Casi había amanecido cuando escuchó a Shu entrar y dispuesta a preparar el café, como so- lía hacer de costumbre, cuando el viejo péndu- lo, que hasta ese momento había permanecido parado, reanudó su marcha. Pronto sonó el te- léfono.
  • 70. 70 El Crimen del ADN –Señor Loop, tiene una llamada del sargento. Se la paso. ¡Oh! Y buenos días. –¡Oh, sí! Claro, buenos días. Gracias, Shu, pá- semelo. Dígame sargento. –Buenos días, detective. He supuesto que le gustaría saber que hemos analizado los restos de sangre y de los tejidos que encontramos y han dado positivo. Pertenecen a la señora Ali- ce Miller Mann e hija. También cotejamos los residuos de la uña que usted, si me lo permite, nos proporcionó con los dedos de las víctimas. ¡Sepa que es la uña que le falta al dedo índice de la señora Miller Mann y que encaja perfec- tamente! –exclamó–. Y me acaban de entre- gar los últimos datos del nuevo forense, quien dice haber hallado una cantidad considerable de morfina en la sangre de estas, lo que debió ocasionarles la muerte –esclareció el sargento mientras narraba a Loop los últimos aconteci- mientos–. También han encontrado golpes en los huesos, producidos con un arma cortante. Pensamos que pueda tratarse del tipo de hacha que se suele emplear para trocear carne. –Vaya, sargento Dalton, veo que no ha perdido usted el tiempo. –La verdad, señor Loop, es que cuando encon- tramos las bolsas del río reuní a los mejores hombres de la Científica para que centraran
  • 71. El Crimen del ADN 71 toda su atención en este extraordinario y debo añadir, detective, que lo estábamos deseando. Con respecto al frasco de pintauñas, le sor- prenderá saber que la huella que encontramos ayer pertenece a la cuidadora del felino, la se- ñorita Martha Swann –comentó. –Interesante. Pero discúlpeme, sargento, ¿qué me dice usted del bolso? –inquirió Loop sa- biendo ya la respuesta. –Perdone, detective, pero no había ningún bol- so entre las pruebas –profirió el sargento un tanto inquieto por la inesperada cuestión del detective, ya que él estaba al tanto de todas y cada una de las pruebas de que disponía el de- partamento. –Comprendo –asintió–. Pues en algún lugar debe estar, hay que encontrar ese bolso –ase- veró el detective preocupado. –No obstante, tenemos pruebas suficientes como para proceder a la detención de Martha Swann –exclamó el sargento–. Si quiere venir con nosotros, mandaré un coche a recogerle. Una invitación que Loop nunca rechazaría. –Ahora mismo acabo de prepararme y con mu- cho gusto le acompañaré –dijo mientras colga- ba el teléfono.
  • 72. 72 El Crimen del ADN Minutos más tarde un coche de la policía espe- raba a Loop frente al museo de Covent Garden. Mientras se dirigían al domicilio de la señorita Martha Swann, Loop no pudo evitar preguntar al sargento Dalton por la reacción del forense Robert Waals cuando le apartaron del caso. –Qué decirle, señor Loop. Ayer mismo, al mo- mento de irse ustedes, el forense Waals me llamó, exponiéndome que estaba sufriendo una terrible indigestión y que de momento no podría hacerse cargo del caso en cuestión –ex- plicó el sargento–. No tuve que decirle nada, pues él mismo fue quien decidió apartarse de la investigación. Así que, al final, resultó ser mucho más fácil de lo que esperaba exentarle del caso sin hacer mucho ruido. Lo cual me alegra, aunque me preocupa su salud y espero que se reponga y pueda volver al trabajo en cuanto le sea posible. –¿Y qué forense lleva el caso en este momen- to? Si puede usted darme esa información, cla- ro –profirió Loop con curiosidad. –Lo llevará un joven becario, me parece que su nombre es Oscar Mont Blake, viene reco- mendado por el mismo Colegio de Médicos al que está haciendo honor, pues en tiempo re- cord nos ha revelado información de gran im-
  • 73. El Crimen del ADN 73 portancia. Sin lugar a dudas se convertirá en un magnífico forense de nuestro departamento –incidió el sargento. Poco rato después llegaron al domicilio de la señorita Martha Swann, en Castle Combe, en una casita apartada del pueblo. Del coche se bajaron los dos agentes que acompañaban a Loop y al sargento. Cuando se aproximaron a la puerta y se disponían a llamar, el golpe de una ventana que procedía del interior del inmueble les alertó. El sargento ordenó a los agentes que rodeasen la casa por si la sospechosa intentaba escapar por la parte trasera, mientras ellos se situaban en la entrada del domicilio. –¡Martha Swann, le habla la policía, traemos una orden de arresto contra usted! ¡Abra la puerta y salga despacio con las manos en alto! Pero en la casa no se oía a nadie, salvo a un gato que no cesaba de maullar. –Señorita Swann, si no sale usted ahora mis- mo, nos veremos obligados a entrar –repitió el sargento en voz alta–. No complique más su
  • 74. 74 El Crimen del ADN situación de lo que ya lo está y salga despacio por su bien. Al ver que nadie respondía al aviso del sargen- to, procedieron a entrar en la casa. La puerta estaba abierta y el viento hacía que esta golpease contra el marco de la misma, en- treabriéndose y cerrándose. Muy despacio, los dos hombres se imbuyeron. Todo estaba casi oscuro, en penumbra y aparentemente en or- den. A la izquierda se encontraba la cocina, de la que salió corriendo y bufando un gato persa bastante asustado. El hocico del animal estaba manchado de rojo. De pronto, un golpe de aire que venía de cara y acompañado de un horrible hedor, hizo sospechar al sargento y al detective que podría haber un cadáver. El sargento des- enfundó el arma y pidió a Loop que se pusiera detrás de él por seguridad. –Srta. Swann, ¿está usted ahí? Pero nadie respondía a la insistente llamada del sargento y cuanto más se adentraban en la casa, más insoportable se iba haciendo aquella fetidez, obligando a estos a taparse la nariz.
  • 75. El Crimen del ADN 75 A la derecha se hallaban unas escaleras que seguramente conducían a las habitaciones y enfrente, el oscuro salón, donde la humedad podía divisarse en el aire. Entonces el sargen- to sacó de su bolsillo una linterna y se la dio a Loop para que éste enfocara hacia el tenue y palpitante salón. Cuando se adentraron, en- contraron a una mujer muerta, sentada, con la cara reposando encima del escritorio, una pis- tola colgando del dedo índice de la mano casi a punto de caérsele y un prominente charco de sangre. La lámpara estaba en el suelo, volcada a punto de fundirse, lo que hacía que el cadáver se viera en un parpadeante contraluz. Cuando por fin se acercaron al cuerpo supuestamente de la señorita Swann, el grito de una mujer, que apareció allí de la nada, puso a Loop y el sargento a un paso de sufrir un paro cardiaco. A punto estuvo el sargento de disparar, cuando advirtió que la chica estaba aún más asustada que ellos. Rápidamente entraron los agentes pistola en mano y reduciendo a la mujer. Por fin la sacaron fuera de la casa para tranquilizar- la, mientras entre llantos ella exclamaba: –¡Dios mío, Martha, que te han hecho! ¡Dios mío, quién te ha hecho esto! –gritó la extraña