2. discipulado – un corazón en el Padre
1
“un corazón en el Padre,
un pueblo en Cristo,
una misión en el Espíritu”
Este lema es la visión, misión y estrategia de iglesia UNO. Estas tres frases son la composición
del ADN que todos queremos llevar y contagiar en Santiago Centro, sus al rededores y adónde
el Señor nos llame. Como una amenaza biológica que contagia todo a su paso con la vida
nueva de Cristo, queremos ser un racimo de comunidades cuyos individuos y familias vivan
este lema como un mapa de ruta de sus vidas, no por causa de un mero compromiso
institucional con iglesia UNO, sino por causa de una pasión por la gloria de Dios revelada en
Cristo mediante el Evangelio. Ya que, además, este lema es la manera cómo hemos intentado
resumir la voluntad de Dios para nuestra vida en las Escrituras.
En este primer material de discipulado de iglesia UNO (nivel 1)
1
, nos dedicaremos a conocer y
profundizar especialmente qué significa tener UN CORAZÓN EN EL PADRE.
El pecado desintegró nuestro corazón y los fragmentos se repartieron en un montón de deseos,
pensamientos y afectos contradictorios, que caracterizan la vida del hombre y de la mujer
pecadores. ¡La buena noticia es que Dios vino para restaurar nuestro corazón! Y esto es una
tremenda realidad en el evangelio de Jesucristo. Ya no necesitamos tener un corazón dividido
contra sí mismo, cargado de contradicciones, intentando agradar las voluntades irreconciliables
de ídolos que fragmentan nuestra lealtad. Ahora nuestro corazón tiene un solo Señor, un solo
Dios, el verdadero Creador, el Padre eterno que nos amó, nos adoptó y nos reconcilió consigo
mismo, mediante la muerte y resurrección de Su Hijo. Ahora nuestra lealtad puede ser sólo
hacia nuestro Padre celestial que nos amó con amor eterno, antes que nosotros lo amáramos a
Él.
Nuestro anhelo y oración es que este material de discipulado de 6 lecciones (idealmente 6
semanas) te entregue los elementos fundamentales para tu crecimiento en Cristo, para que
veas la amorosa mano del Padre remendando lo que estaba roto y reconstruyendo paso a
paso tu corazón que el pecado fragmentó.
Ya vendrán los próximos 2 niveles (“un pueblo en Cristo” y “una misión en el Espíritu”), pero la
raíz y base de lo que vendrá ya se encuentra aquí. Sabemos que, de una u otra manera,
sabrás aplicar desde ya estas profundas verdades a tus relaciones interpersonales y a tu
llamado a extender el Reino de Dios en la ciudad.
Que el buen Padre te bendiga y use este discipulado para continuar haciendo cada día en ti la
maravillosa obra de restaurar y reintegrar tu corazón en Su amor y en adoración a Él, el único
digno de TODA la gloria.
En Cristo,
Equipo Pastoral iglesia UNO
Noviembre 2012.
1
Este
material
es
una
traducción
y
adaptación
de:
Bob
Thune
&
Will
Walker,
“The
Gospel-‐Centered
Life”
(Greensboro,
NC:
World
Harvest
Mission,
2009).
3. discipulado – un corazón en el Padre
2
LECCIÓN
1:
El
Diagrama
de
la
Cruz
Básicamente
vamos
a
hablar
acerca
de
2
conceptos:
cómo
vemos
a
Dios
y
cómo
nos
vemos
a
nosotros
mismos.
Cuando
se
trata
de
la
manera
cómo
vemos
a
Dios,
suele
haber
un
amplio
abanico
de
opiniones.
En
un
extremo,
algunos
tienen
un
concepto
muy
alto
de
Dios,
al
punto
de
que
Él
es
tan
totalmente
lejano
y
alto
que
no
se
involucra
con
nuestra
vida
diaria.
Al
otro
extremo
algunos
tienen
una
visión
tan
personal
de
Dios
al
punto
que
Él
es
un
tan
buen
amigo
que
Su
santidad
es
dejada
de
lado.
Lo
mismo
ocurre
cuando
se
trata
de
vernos
a
nosotros
mismos:
el
abanico
va
desde
aquellos
que
piensan
que
somos
esencialmente
buenos
hasta
aquellos
que
piensan
que
somos
esencialmente
malos.
Veamos
cómo
podemos
tratar
cada
uno
de
estos
asuntos.
Cuando
se
trata
de
tu
visión
acerca
de
Dios:
¿cuál
es
tu
principal
tendencia?:
a) ¿Ves
a
Dios
tan
majestuoso
que
está
lejos
de
ti?
o
b) ¿Ves
a
Dios
tan
personal
que
ni
siquiera
piensas
acerca
de
Su
santidad?
¿Y
qué
piensas
acerca
de
las
personas?
¿Que
son
esencialmente
buenas
o
malas?
Veamos
la
Biblia:
1. Isaías
55.6-‐9
a) ¿Cuál
es
tu
primera
reacción
a
este
pasaje?
¿Qué
te
llama
más
la
atención?
b) ¿Qué
dice
este
pasaje
acerca
de
Dios?
¿Y
qué
dice
acerca
de
nosotros,
los
seres
humanos?
2. Jeremías
17.9-‐10
a) ¿Cuál
es
tu
primera
reacción
a
este
pasaje?
¿Qué
te
llama
más
la
atención?
b) ¿Qué
dice
este
pasaje
acerca
de
Dios?
¿Y
qué
dice
acerca
de
nosotros,
los
seres
humanos?
“El
Evangelio”
es
un
concepto
que
los
cristianos
usan
con
frecuencia
sin
entender
plenamente
su
significado.
Nosotros
hablamos
el
lenguaje
del
evangelio,
pero
raramente
aplicamos
el
evangelio
a
todos
los
aspectos
de
nuestra
vida.
Sin
embargo,
esto
es
exactamente
lo
que
Dios
quiere
para
nosotros.
El
evangelio
no
es
nada
menos
que
“el
poder
de
Dios”
(Romanos
1.16).
En
Colosenses
1.6,
el
apóstol
Pablo
felicita
a
la
iglesia
de
Colosas
porque
el
evangelio
“ha
estado
llevando
fruto
constantemente
y
creciendo
entre
ellos
desde
el
día
que
lo
oyeron”.
El
apóstol
Pablo
enseña
que
la
falta
de
transformación
constante
en
nuestra
vida
tiene
su
origen
en
que
olvidamos
lo
que
Dios
ha
hecho
por
nosotros
en
el
evangelio
(2ª
Pedro
1.3-‐9).
Si
vamos
a
crecer
hacia
la
madurez
en
Cristo,
debemos
profundizar
y
ensanchar
nuestro
conocimiento
del
evangelio
como
el
medio
dado
por
Dios
para
la
transformación
personal
y
comunitaria.
Muchos
cristianos
viven
con
una
visión
coja
del
evangelio.
Vemos
el
evangelio
sólo
como
la
puerta
de
entrada
o
el
“punto
de
inicio”
del
reino
de
Dios.
¡Pero
el
4. discipulado – un corazón en el Padre
3
evangelio
es
mucho
más!
No
solamente
es
la
puerta,
sino
el
camino
por
el
cual
debemos
caminar
cada
día
de
nuestra
vida
cristiana.
No
es
solamente
el
medio
para
salvación,
sino
también
el
medio
para
nuestra
transformación.
No
es
simplemente
libertad
del
castigo
por
el
pecado,
sino
también
libertad
del
poder
del
pecado
en
nuestra
vida.
El
evangelio
es
lo
que
nos
hace
justos
ante
Dios
(justificación)
y
también
lo
que
nos
libera
para
deleitarnos
más
en
Dios
(santificación).
¡El
evangelio
lo
cambia
todo!
El
siguiente
modelo
ha
sido
de
gran
ayuda
a
muchas
personas
al
pensar
en
el
evangelio
y
sus
implicaciones.
Este
diagrama
no
dice
todo
lo
que
podría
ser
dicho
acerca
del
evangelio,
pero
al
menos
sirve
como
una
ayuda
visual
para
entender
cómo
trabaja
el
evangelio
en
nuestras
vidas.
El
punto
de
inicio
de
la
vida
cristiana
(conversión)
ocurre
cuando
me
vuelvo
consciente
por
primera
vez
del
abismo
que
hay
entre
la
santidad
de
Dios
y
mi
pecaminosidad.
Cuando
soy
convertido,
confío
y
espero
en
Jesús,
quién
ha
hecho
lo
que
yo
nunca
podría
haber
hecho:
Él
hizo
un
puente
entre
mi
pecaminosidad
y
la
santidad
de
Dios.
Él
cargó
la
ira
santa
de
Dios
sobre
sí
mismo.
Al
momento
de
la
conversión,
sin
embargo,
todavía
tengo
una
visión
muy
limitada
de
la
santidad
de
Dios
y
de
mi
pecado.
Mientras
más
crezco
en
mi
vida
cristiana,
más
crece
mi
conciencia
de
la
santidad
de
Dios
y
de
mi
naturaleza
caída
y
pecado.
A
medida
que
leo
la
Biblia,
experimento
la
convicción
del
Espíritu
Santo,
vivo
en
comunidad
con
otros
y
busco
servir
al
mundo,
la
distancia
entre
la
extensión
de
la
grandeza
de
Dios
y
la
extensión
de
mi
pecado
se
vuelve
crecientemente
clara
y
vívida.
No
es
que
Dios
se
haya
vuelto
más
santo
o
que
yo
me
vuelva
más
pecador.
Pero
mi
conciencia
de
ambas
cosas
va
creciendo.
Voy
viendo
de
manera
más
creciente
a
Dios
como
él
realmente
es
(Isaías
55.8-‐9)
y
a
mí
mismo
como
verdaderamente
soy
(Jeremías
17.9-‐10).
5. discipulado – un corazón en el Padre
4
A
medida
que
mi
entendimiento
de
mi
pecado
y
de
la
santidad
de
Dios
crece,
algo
más
también
crece:
el
cuánto
valoro
y
amo
a
Jesús.
Su
mediación,
su
sacrificio,
su
justicia
y
su
obra
de
gracia
a
mi
favor,
se
vuelven
crecientemente
dulces
y
poderosos
para
mí.
La
cruz
crece
ante
mis
ojos
y
se
vuelve
más
central
en
mi
vida
a
medida
que
me
regocijo
en
mi
Salvador
que
murió
en
ella.
Desafortunadamente,
la
santificación
(crecer
en
santidad)
no
funciona
tan
llanamente
como
nos
gustaría.
Debido
al
pecado
que
aún
permanece
en
mí,
tengo
una
constante
tendencia
a
minimizare
el
evangelio
o
a
“encoger
la
cruz”.
Esto
ocurre
cuando
yo
(a)
minimizo
la
santidad
perfecta
de
Dios,
pensando
que
Él
es
algo
menos
que
lo
que
Su
Palabra
afirma
que
Él
es,
o
(b)
cuando
elevo
mi
propia
justicia,
pensando
de
mí
mismo
como
algo
mejor
de
lo
que
realmente
soy.
La
cruz
se
vuelve
más
pequeña
y
la
importancia
de
Cristo
en
mi
vida
se
ve
disminuida.
Hablaremos
más,
en
las
próximas
lecciones,
acerca
de
las
formas
específicas
en
las
cuales
minimizamos
el
evangelio.
Para
contrarrestar
nuestra
tendencia
pecaminosa
a
encoger
el
evangelio,
debemos
constantemente
nutrir
nuestra
mente
de
la
verdad
bíblica.
Necesitamos
conocer,
ver
y
degustar
cada
vez
más
el
carácter
santo
y
justo
de
Dios.
Y
necesitamos
identificar,
admitir
y
sentir
la
profundidad
de
nuestra
quiebra
espiritual
y
de
nuestra
pecaminosidad.
Nuestra
motivación
jamás
debe
ser
“hacer
estas
cosas
porque
se
supone
que
es
lo
que
los
cristianos
hacen”.
En
cambio,
hacemos
de
este
nuestro
objetivo
porque
es
la
vida
que
Dios
para
nosotros
–
una
vida
marcada
por
el
gozo,
la
esperanza
y
el
amor
transformadores.
Crecer
en
el
evangelio
significa
ver
más
claramente
la
santidad
de
Dios
y
ver
más
claramente
mi
pecado.
Y
por
causa
de
lo
que
Jesús
ha
hecho
por
nosotros
en
la
cruz,
no
necesitamos
tenerle
miedo
a
ver
a
Dios
como
Él
realmente
es
ni
tampoco
a
admitir
cuán
quebrados
nosotros
realmente
estamos.
Nuestra
esperanza
no
está
puesta
en
nuestra
propia
bondad
ni
en
la
vana
expectativa
de
que
Dios
comprometa
sus
estándares
y
“baje
la
vara”.
En
vez
de
esto,
descansamos
en
Jesús
6. discipulado – un corazón en el Padre
5
como
nuestros
perfecto
Redentor
–
Aquel
que
es
“nuestra
justicia,
santidad
y
redención”
(1ª
Corintios
1.30)
Repasemos
el
artículo,
conversando
lo
siguiente:
1. ¿Cuáles
son
las
implicaciones
de
ver
el
evangelio
sólo
como
el
"punto
de
inicio"
de
la
vida
cristiana?
2. ¿Cuáles
son
las
2
cosas
que
deben
crecer
a
medida
que
maduramos
en
nuestra
vida
cristiana?
3. ¿Cuáles
son
las
2
maneras
de
“encoger
la
cruz”?
Personalicemos
estos
conceptos
un
poco:
1. ¿Cómo
has
visto
que
tu
visión
de
Dios
ha
crecido
y
cambiado
en
los
últimos
meses
(la
línea
superior
del
Diagrama
de
la
Cruz)?
¿Cómo
esto
ha
ocurrido?
2. A
veces
es
difícil
identificar
las
maneras
cómo
minimizamos
y
justificamos
nuestro
pecado
(la
línea
inferior
del
Diagrama
de
la
Cruz).
Leamos
juntos
el
siguiente
suplemento
y
hablemos
sobre
estas
descripciones.
Seis
maneras
de
minimizar
el
pecado.
Defenderse
Encuentro
especialmente
difícil
cuando
otros
me
hacen
ver
mis
debilidades
o
pecado.
Cuando
soy
confrontado,
mi
tendencia
es
explicar
las
cosas,
hablar
sobre
mis
éxitos,
o
justificar
mis
decisiones.
Como
resultado,
a
las
personas
les
cuesta
aproximarse
a
mí
y
raramente
sostengo
conversaciones
sobre
cosas
difíciles
en
mi
vida.
Aparentar
Me
esfuerzo
por
mantener
apariencias
y
una
imagen
respetable.
Mi
comportamiento
es
guiado,
en
menor
o
mayor
medida,
por
lo
que
otros
piensan
de
mí.
Además,
no
me
gusta
pensar
reflexivamente
acerca
de
mi
propia
vida.
Como
resultado
muy
pocos
conocen
quién
realmente
soy
(es
probable
que
ni
yo
sepa
muy
bien
quién
soy).
Ocultar
Intento
que
se
noten
lo
menos
posible
las
contradicciones
en
mi
vida,
especialmente
las
“cosas
malas”.
Esto
es
distinto
a
aparentar,
ya
que
aparentar
tiene
que
ver
con
impresionar,
pero
ocultar
tiene
que
ver
con
sentir
vergüenza.
Pienso
que
las
personas
no
me
van
a
aceptar
si
llegan
a
conocer
mi
“verdadero
yo”.
Exagerar
Tiendo
a
pensar
(y
a
hablar)
de
manera
más
alta
acerca
de
mí
mismo
de
lo
que
debería.
Hago
que
las
cosas
(buenas
o
malas)
que
vivo
parezcan
más
grandes
de
lo
que
realmente
son
(generalmente
para
obtener
la
atención
de
los
demás).
Como
resultado,
lo
que
me
pasa
tiende
a
obtener
más
atención
de
lo
que
merece
y
me
hacen
sentir
constantemente
estresado
o
ansioso.
Culpar
Soy
rápido
en
encontrar
culpables
y
en
culpar
a
otros
por
mi
pecado
o
por
las
circunstancias
adversas.
Me
cuesta
mucho
reconocer
mi
cuota
de
responsabilidad
en
los
conflictos
o
pecados
cometidos.
Hay
un
elemento
de
orgullo
en
mí
que
7. discipulado – un corazón en el Padre
6
tiende
a
asumir
que
“no
es
mi
culpa”
o
(a
veces
mezclado
con)
un
elemento
de
miedo
a
que
me
rechacen
si
reconozco
que
“fue
mi
culpa”.
Quitar
importancia
Tiendo
a
darle
poco
peso
al
pecado
o
a
las
circunstancias
difíciles
en
mi
vida,
como
si
fueran
“normales”
o
“no
tan
malas”.
Como
resultado,
las
cosas
generalmente
no
obtienen
la
atención
que
merecen.
Las
cosas
en
mi
vida
tienen
la
tendencia
a
acumularse
hasta
el
punto
que,
de
repente,
se
vuelven
insoportables.
1. ¿Cuál
de
estas
6
formas
de
minimizar
de
tu
pecado,
tiendes
a
hacer
más
seguido?
Compartan
como
grupo.
2. Pidan
a
alguien
en
el
grupo
que
sienta
suficiente
confianza
para
compartir
algún
ejemplo
reciente
de
cuando
minimizó
su
pecado,
que
lo
comparta.
Ahora,
como
grupo,
hagan
el
siguiente
ejercicio
juntos:
EJERCICIO:
Juzgar
a
los
demás.
Una
manera
de
poder
apreciar
el
valor
de
del
Diagrama
de
la
Cruz
es
aplicarlo
a
un
área
específica
en
la
cual
es
común
que
las
personas
luchen.
Juzgar
a
otros
es
algo
que
todos
hacemos
en
mayor
o
menor
medida.
Como
grupo,
hagan
una
“lluvia
de
ideas”
acerca
de
algunas
formas
mediante
las
cuales
juzgamos
personas.
Las
preguntas
aquí
abajo
les
ayudarán
a
ver
la
conexión
entre
juzgar
a
otros
y
tu
visión
del
Evangelio.
1. ¿Cuáles
son
formas
específicas
mediante
las
cuales
juzgamos
a
otros?
2. ¿Por
qué
juzgamos
a
otros?
¿Qué
razones
damos
para
hacerlo?
3. ¿De
qué
manera
estas
razones
reflejan
una
visión
pequeña
de
la
santidad
de
Dios?
4. ¿Cómo
estas
razones
reflejan
una
visión
pequeña
de
nuestro
pecado?
5. Piensa
en
alguien
en
tu
vida
a
quién
tú
tiendes
juzgar
con
frecuencia
a) ¿Cómo
una
visión
más
clara
de
la
santidad
de
Dios
afectaría
positivamente
esta
relación?
b) ¿Cómo
una
visión
más
clara
de
tu
propio
pecado
afectaría
positivamente
esta
relación?
Tómense
un
tiempo
para
orar:
Pide
a
Dios
que
te
muestre
una
visión
más
clara
de
Él
y
Su
santidad
y
de
ti
mismo
y
tu
pecaminosidad,
pero
sobre
todo:
pide
a
Dios
una
visión
más
clara
de
la
Cruz
de
Cristo
y
de
Su
gracia.
8. discipulado – un corazón en el Padre
7
LECCIÓN
2:
Apariencia
y
buen
desempeño.
Esta
lección
trabaja
con
el
“encoger
la
cruz”,
lo
que
significa
que
algo
está
faltando
en
nuestro
entendimiento,
aprecio
o
aplicación
del
sacrificio
de
Jesús
por
nuestro
pecado.
Esto
se
manifiesta
de
dos
maneras
principales:
“aparentando”
o
buscando
un
“buen
desempeño”.
“Aparentar”
es
la
manera
cómo
minimizamos
el
pecado,
haciendo
que
somos
algo
que
en
realidad
no
somos.
Buscar
un
“buen
desempeño”
es
la
manera
cómo
minimizamos
la
santidad
de
Dios,
reduciendo
sus
estándares
perfectos
a
algo
menos-‐que-‐perfecto,
algo
que
nosotros
podemos
lograr
si
nos
desempeñamos
bien
en
nuestro
comportamiento,
de
esta
manera
creemos
que
podemos
merecer
el
favor
de
Dios.
Ambas
actitudes
están
arraigadas
en
una
visión
inadecuada
de
la
santidad
de
Dios
y
de
quién
somos
nosotros.
Leeremos
dos
historias
en
Lucas
18
(una
parábola
y
una
historia,
en
realidad).
Leamos
la
parábola
primero.
Es
bastante
directa,
así
que
leámosla
y
después
respondamos
un
par
de
preguntas.
Lucas
18.9-‐14
1. Mientras
leían,
¿con
cuál
personaje
te
identificaste
más?
¿Cuál
es
el
punto
de
vista
que
se
parece
más
al
tuyo?
¿Por
qué?
2. ¿Qué
te
agrada
ó
desagrada
acerca
de
la
idea
de
ser
como
el
fariseo?
3. ¿Qué
te
agrada
ó
desagrada
acerca
de
la
idea
de
ser
como
el
cobrador
de
impuestos?
4. ¿Por
qué
el
fariseo
es
el
“chico
malo”
de
la
parábola?
¡Lo
que
está
haciendo
(orar)
no
es
algo
malo!
Lucas
18.18-‐23
1. ¿Cómo
describirías
la
visión
que
este
hombre
tenía
de
Dios?
2. ¿Cómo
describirías
la
visión
que
este
hombre
tenía
de
sí
mismo?
En
la
lección
pasada
vimos
un
modelo
que
nos
sirve
para
entender
qué
significa
vivir
a
la
luz
del
evangelio.
En
esta
lección
queremos
ver
con
más
detalle
las
maneras
cómo
minimizamos
el
evangelio
y
reducimos
su
impacto
en
nuestra
vida.
Fíjate
que
la
línea
superior
del
diagrama
dice
“creciente
conciencia
de
la
santidad
de
Dios”.
Como
dijimos
la
última
vez,
esto
no
significa
que
la
santidad
de
Dios
en
sí
misma
crezca,
ya
que
Dios
es
inmutable
en
su
carácter.
Él
siempre
ha
sido
infinitamente
santo.
En
realidad,
esta
línea
muestra
que
cuando
el
evangelio
está
desarrollándose
normalmente
en
nuestra
vida,
nuestra
“conciencia”
del
carácter
santo
de
Dios
está
creciendo
constantemente.
Percibimos
de
manera
más
profunda
y
plena
el
peso
de
la
perfección
gloriosa
de
Dios.
De
la
misma
manera,
la
línea
inferior
muestra
que
cuando
el
evangelio
está
desarrollándose
normalmente
en
nuestra
vida,
nuestra
conciencia
de
nuestra
propia
pecaminosidad
crece
constantemente.
Esto
no
significa
que
nos
hagamos
más
pecadores
(de
hecho,
a
medida
que
crecemos
en
Cristo
comenzamos
a
obtener
victoria
sobre
el
pecado).
Pero
nos
empezamos
a
dar
cuenta
más
y
más
cuán
9. discipulado – un corazón en el Padre
8
profundo
es
el
problema
de
nuestro
carácter
y
comportamiento.
Así
empezamos
a
ver
que
somos
más
profundamente
pecadores
de
lo
que
primeramente
imaginábamos.
A
medida
que
estas
dos
líneas
se
bifurcan,
la
cruz
se
hace
más
grande
en
nuestra
experiencia,
produciendo
un
amor
más
profundo
por
Jesús
y
un
entendimiento
más
completo
de
Su
bondad.
Al
menos,
eso
es
lo
ideal.
Pero
en
la
realidad,
debido
al
pecado
que
habita
en
nosotros,
somos
propensos
a
olvidar
el
evangelio
–
a
deslizarnos
y
apartarnos
de
él
como
un
barco
que
se
suelta
del
lugar
donde
debiera
estar
anclado.
Es
por
eso
que
la
Biblia
nos
insta
a
no
“movernos
de
la
esperanza
del
evangelio
que
hemos
oído”
(Colosenses
1.23)
y
buscar
que
la
“la
palabra
de
Cristo
habite
en
nosotros
abundantemente”
(Colosenses
3.16).
Cuando
no
estamos
anclados
en
la
verdad
del
evangelio,
nuestro
amor
por
Jesús
y
nuestra
experiencia
de
su
bondad
se
vuelven
muy
pequeñas.
Terminamos
“encogiendo
la
cruz”,
ya
sea
aparentando
o
esforzándonos
por
un
buen
desempeño.
Mira
nuevamente
la
línea
inferior
del
diagrama.
¡Crecer
en
la
conciencia
de
nuestra
propia
pecaminosidad
no
es
entretenido!
Significa
admitir
–
a
nosotros
mismos
y
a
los
demás
–
que
no
somos
todo
lo
buenos
que
pensamos
que
somos.
Significa
enfrentar,
aquello
que
Richard
Lovelace
llamó
de
“la
compleja
mezcla
de
actitudes
compulsivas,
creencias
y
comportamiento”
que
el
pecado
ha
producido
en
nosotros2.
Si
no
estamos
descansando
nuestro
corazón
en
la
justicia
de
Jesús,
esta
creciente
conciencia
de
nuestro
pecado
se
vuelve
un
peso
destructivo.
Somos
aplastados
bajo
su
carga
e
intentamos
compensar
aparentando
que
somos
mejores
de
lo
que
realmente
somos.
Aparentar
puede
tomar
distintas
formas:
deshonestidad
(“No
soy
tan
malo”),
comparación
(“No
soy
tan
malo
como
aquellas
personas”)
y
justicia
falsa
(“Aquí
están
todas
las
cosas
buenas
que
he
hecho”).
2
Richard
Lovelace,
Dynamics
of
Spiritual
Life
(Downers
Grove,
Ill.:
InterVarsity
Press,
1979),
p.
88.
10. discipulado – un corazón en el Padre
9
Debido
a
que
no
queremos
admitir
cuán
pecaminosos
realmente
somos,
torcemos
la
verdad
a
nuestro
favor.
Crecer
en
nuestra
conciencia
de
la
santidad
de
Dios
también
es
desafiante.
Significa
enfrentarnos
cara
a
cara
con
los
mandamientos
justos
de
Dios
y
la
gloriosa
perfección
de
Su
carácter.
Significa
darnos
cuenta
cuán
terriblemente
caemos
en
no
cumplir
sus
estándares.
Significa
sentirnos
reflejados
en
la
santa
repulsión
que
Él
siente
hacia
el
pecado.
Si
no
estamos
arraigados
en
el
hecho
de
que
Dios
nos
acepta
a
través
de
Jesús,
entonces
tratamos
de
compensar
esforzándonos
por
ganar
la
aprobación
de
Dios
mediante
nuestro
buen
desempeño.
Vivimos
nuestra
vida
en
un
ciclo
sin
fin,
intentando
ganar
el
favor
de
Dios,
viviendo
según
Sus
expectativas
(o,
más
bien,
nuestro
entendimiento
equivocado
de
Sus
expectativas).
Es
fácil
hablar
de
aparentar
o
buscar
un
buen
desempeño
en
el
abstracto.
Pero
consideremos
cómo
estas
tendencias
encuentran
una
expresión
práctica
en
nuestra
vida.
Para
discernir
tus
tendencias
sutiles
a
aparentar,
pregúntate
a
ti
mismo:
¿en
qué
confío
para
darme
la
sensación
de
“credibilidad
personal”
(validez,
aceptación,
“quedar
bien
parado”)?
Tu
respuesta
a
esta
pregunta
a
menudo
revela
algo
(que
no
es
Jesús)
en
lo
cual
buscas
justicia.
Cuando
no
estamos
firmemente
arraigados
en
el
evangelio,
nos
apoyamos
en
estos
falsos
recursos
de
justicia
para
construir
nuestra
reputación
y
darnos
a
nosotros
mismos
la
sensación
de
que
somos
dignos
y
tenemos
valor.
Aquí
hay
algunos
ejemplos:
JUSTICIA
DEL
TRABAJO:
Soy
alguien
que
trabaja
duro,
así
Dios
me
recompensa.
JUSTICIA
DE
LA
FAMILIA:
Porque
hago
las
cosas
bien
como
papá
o
mamá,
soy
más
consagrado
que
los
papás
que
no
pueden
controlar
a
sus
hijos.
JUSTICIA
TEOLÓGICA:
Tengo
buena
teología.
Dios
me
prefiere
a
mí
antes
que
a
aquellos
que
tienen
mala
teología.
JUSTICIA
INTELECTUAL:
He
leído
más,
sé
articular
mejor
mis
ideas
y
soy
más
sofisticado
culturalmente
que
otros,
lo
cual
obviamente
me
hace
mejor
persona.
JUSTICIA
DE
LA
AGENDA:
Soy
alguien
auto-‐disciplinado
y
riguroso
con
mi
administración
del
tiempo,
lo
que
me
hace
más
maduro
que
otros.
JUSTICIA
DE
LA
FLEXIBILIDAD:
En
un
mundo
trabajólico
y
estresado,
yo
soy
flexible
y
relajado.
Siempre
tengo
tiempo
para
los
demás.
¡Qué
lata
por
aquellos
que
no
son
como
yo!
JUSTICIA
DE
LA
MISERICORDIA:
Me
preocupo
de
los
pobres
y
de
los
necesitados.
Todos
debieran
hacerlo
igual
que
yo.
JUSTICIA
LEGALISTA:
No
bebo,
no
fumo,
no
digo
palabra
feas
ni
me
junto
con
quienes
lo
hacen.
Demasiados
cristianos
no
están
preocupados
con
la
santidad
en
estos
días.
JUSTICIA
FINANCIERA:
Sé
administrar
mi
dinero
sabiamente
y
mantenerme
sin
deudas.
No
soy
como
esos
cristianos
materialistas
que
no
saben
controlar
lo
que
gastan.
JUSTICIA
POLÍTICA:
Quien
realmente
ama
a
Dios,
vota
por
mi
candidato
o
apoya
mi
opción
o
coalición
política.
JUSTICIA
DE
LA
TOLERANCIA:
Soy
alguien
de
mente
abierta
y
que
sabe
ser
caritativo
con
aquellos
que
no
concuerdan
conmigo.
De
hecho,
¡soy
como
Jesús
en
esto!
11. discipulado – un corazón en el Padre
10
JUSTICIA
DE
LA
CONVICCIÓN:
Soy
alguien
que
no
cede
en
sus
convicciones,
sé
mantener
mis
posturas
contra
todo
viento
extraño
de
doctrina.
Los
que
piensan
correctamente,
piensan
como
yo
y
no
nos
dejamos
tambalear.
Estos
son
sólo
algunos
ejemplos.
Probablemente
puedas
pensar
en
muchos
más
(piensa
en
cualquier
cosa
que
te
da
la
sensación
de
ser
lo
“suficientemente
bueno”
o
mejor
que
otros).
Estos
recursos
de
justicia
funcional
nos
desconectan
del
poder
del
evangelio.
Ellos
nos
permiten
encontrar
justicia
en
las
cosas
que
hacemos
en
vez
de,
honestamente,
enfrentar
la
profundidad
de
nuestro
pecado
y
quiebra
espiritual.
Incluso,
cada
uno
de
estos
recursos
de
justicia
funcional
son
también
una
manera
de
juzgar
a
otros
y
excluirlos.
Usamos
estos
recursos
para
elevarnos
a
nosotros
mismos
y
condenar
a
quienes
no
son
tan
“justos”
como
nosotros.
En
otras
palabras,
buscar
justicia
en
estas
cosas
sólo
nos
lleva
a
pecar
más,
no
a
pecar
menos.
Ahora,
para
revelar
tu
tendencia
a
hacer
un
buen
desempeño,
haz
una
pausa
y
responde
a
la
siguiente
pregunta:
“mientras
Dios
te
mira,
en
este
preciso
momento
¿cuál
es
la
expresión
de
Su
rostro?”
¿Ves
a
Dios
desilusionado?
¿Enojado?
¿Indiferente?
Ves
que
en
su
rostro
Él
te
dice
“¡Actúa
mejor!”
o
“¡Si
tan
sólo
pudieras
esforzarte
un
poco
más
por
mí!”.
El
punto
es
que
si
tú
imaginas
que
Dios
no
siente
deleite
en
ti,
entonces
has
caído
en
una
actitud
de
buen
desempeño.
Ya
que
la
verdad
del
evangelio
es
una
realidad
en
Cristo,
Dios
está
profundamente
feliz
contigo.
¡De
hecho,
basado
en
la
obra
de
Cristo,
Dios
te
ha
adoptado
como
su
propio
hijo
o
hija
(Galátas
4.7)!
Pero
cuando
dejamos
de
arraigar
nuestra
identidad
en
lo
que
Jesús
hizo
por
nosotros,
nos
deslizamos
en
un
cristianismo
guiado
por
el
buen
desempeño.
Empezamos
a
imaginar
que
si
fuéramos
“mejores
cristianos”,
Dios
nos
aprobaría
más
plenamente.
Vivir
de
esta
manera
nos
arranca
la
alegría
y
el
deleite
de
seguir
a
Jesús,
ahogándonos
en
una
obediencia
por
puro
deber
y
sin
alegría.
Nuestro
evangelio
se
hace
muy
pequeño.
El
cristianismo
movido
por
el
buen
desempeño
es,
de
hecho,
la
manera
cómo
minimizamos
la
santidad
de
Dios.
Pensar
que
podemos
impresionar
a
Dios
con
nuestra
“vida
correcta”,
muestra
que
hemos
bajado
Sus
estándares
muy
debajo
de
donde
realmente
están.
En
vez
de
asombrarnos
con
la
medida
infinita
de
Su
santidad
perfecta,
nos
hemos
convencido
a
nosotros
mismos
de
que
si
hacemos
duramente
nuestro
mejor
esfuerzo
podemos
merecer
el
amor
y
la
aprobación
de
Dios.
Nuestras
tendencias
sutiles
a
aparentar
y
a
un
buen
desempeño
muestran
que
el
no
creer
suficientemente
en
el
evangelio
es
la
raíz
de
todos
nuestros
pecados
más
evidentes.
A
medida
que
aprendemos
a
aplicar
el
evangelio
a
nuestra
incredulidad
–
“predicar
el
evangelio
a
nosotros
mismos”
–
seremos
libertados
de
la
falsa
seguridad
de
aparentar
y
de
buscar
un
buen
desempeño.
En
vez
de
eso,
viviremos
en
la
verdadera
alegría
y
libertad
que
nos
ha
sido
prometida
en
Jesús.
Hablaremos
un
poco
más
sobre
esto
en
la
próxima
lección.
Hablemos
primero
sobre
la
línea
superior
del
diagrama:
1. ¿Has
tenido
alguna
vez
el
sentimiento
de
que
no
quieres
conocer
los
mandamientos
de
Dios
por
causa
de
sus
posibles
implicaciones
para
tu
vida?
12. discipulado – un corazón en el Padre
11
2. Pensar
acerca
de
la
santidad
de
Dios,
¿tiende
a
moverte
a
adorar
o
a
sentir
miedo?
3. Cómo
respondes
a
la
pregunta
que
el
artículo
hace:
“mientras
Dios
te
mira,
en
este
preciso
momento
¿cuál
es
la
expresión
de
Su
rostro?”
¿Por
qué
es
esa
tu
respuesta?
¿Cómo
ve
a
Dios
alguien
que
responde
que
lo
ve
desilusionado,
enojado
o
indiferente?
Hablemos
ahora
acerca
de
la
línea
inferior
del
diagrama:
1. ¿Cómo
te
sientes
al
ver
las
profundidades
de
tu
quiebra
espiritual
o
al
ser
visto
por
otros
de
esa
manera?
¿Te
cuesta
verte
así?
¿Por
qué?
2. ¿Te
agrada
se
convencido
de
tu
pecado
o
lo
sientes
como
un
“peso
destructivo”?
3. Cómo
respondes
a
la
pregunta
del
artículo:
¿en
qué
confío
para
darme
la
sensación
de
“credibilidad
personal”
(validez,
aceptación,
“quedar
bien
parado”)?
4. De
todos
los
tipos
de
justicia
funcional
descritos
en
el
artículo,
¿cuál
te
identifica
más?
¿Por
qué?
Ahora
hagan
el
siguiente
ejercicio
práctico
con
el
grupo
para
intentar
ver
cómo
estas
dinámicas
ocurren
en
nuestro
corazón.
Contesten
las
preguntas
del
ejercicio
individualmente
y
en
silencio
primero,
después
compartan
sus
respuestas.
13. discipulado – un corazón en el Padre
12
EJERCICIO:
Correcto
y
Equivocado
Todos
hemos
construido
ciertas
reglas
o
leyes
según
las
cuales
vivimos,
creyendo
que
si
las
guardamos,
entonces
tenemos
una
vida
más
“correcta”
delante
de
Dios.
Hay,
por
lo
tanto,
solamente
un
pequeño
paso
antes
de
que
empecemos
a
juzgar
a
otros
basados
en
su
desempeño
de
estas
reglas
o
leyes.
Las
reglas
que
hacemos
para
nosotros
mismos
son,
generalmente,
cosas
buenas.
Sin
embargo,
a
menudo
abusamos
de
ellas.
Por
ejemplo,
a
medida
que
luchamos
con
el
deseo
de
estar
en
control
de
nuestras
vidas,
levantamos
leyes
que
nos
ayudan
a
mantener
el
control.
Estas
leyes
pueden
ser
tan
simples
como
“No
te
cruces
delante
mío
en
la
carretera”
o
“la
casa
debe
mantenerse
impecable”.
Cuando
las
personas
rompen
estas
leyes,
sentimos
que
estamos
perdiendo
el
control
y
que
no
nos
respetan.
Incluso,
sentimos
que
nosotros
estamos
correctos
y
ellos
equivocados.
El
resultado
más
común
es
enojo,
a
medida
que
intentamos
recobrar
el
control
de
la
situación
y
mostrar
cuán
correctos
estamos.
Por
tanto,
en
lugar
de
usar
la
ley
para
mostrar
amor
y
respeto
hacia
los
demás,
terminamos
usándola
contra
los
demás,
enjuiciando
y
condenando.
1. Da
un
ejemplo
de
una
regla
que
has
establecido
para
ti
mismo
y
para
otros,
que
te
hace
sentir
bien
cuando
la
cumples,
pero
que
te
irrita
o
deprime
cuando
es
quebrada.
2. ¿De
qué
manera
el
guardar
esta
regla
te
ha
dado
un
sentido
de
auto-‐
justicia?
3. ¿De
qué
manera
el
ser
dominado
por
esta
regla
te
ha
mantenido
distante
de
amar
genuinamente
a
los
demás?
Sé
específico.
14. discipulado – un corazón en el Padre
13
LECCIÓN
3:
Creyendo
en
el
Evangelio.
Hemos
focalizado
las
manera
cómo
minimizamos
el
evangelio
–
o
sea,
lo
negativo.
Esta
lección
vuelca
nuestra
atención
a
lo
positivo:
¿qué
remedios
Dios
ha
dado
en
el
evangelio
para
guardarnos
de
encoger
la
cruz
y
de
depender
de
nuestro
propio
esfuerzo?
Cuando
te
imaginas
el
tipo
de
persona
que
anhelas
ser
espiritualmente
¿qué
características
ves?
ó
¿en
qué
aspectos
te
gustaría
crecer
espiritualmente?
Compartan
como
grupo
sus
ideas.
Si
pudiéramos
resumir,
podríamos
decir
que
lo
que
anhelamos
es
“ser
productivos
y
útiles
en
nuestra
fe”.
Estas
son
las
palabras
que
el
apóstol
Pedro
usa
en
el
pasaje
que
vamos
a
leer.
Pedro
entrega
una
serie
de
instrucciones
para
la
vida
cristiana.
Es
como
una
progresión
hacia
la
madurez
espiritual.
2ª
de
Pedro
1.3-‐8
1. Pedro
afirma
en
el
versículo
8
que
si
hacemos
las
cosas
mencionadas
en
los
versículos
5
al
7,
seremos
productivos
y
útiles
en
nuestra
fe
(que,
en
realidad,
es
lo
que
más
queremos).
¿Cómo
piensas
que
lo
estás
haciendo
de
acuerdo
con
esta
lista?
Si
te
comparas
a
ti
mismo
con
las
cualidades
nombras
por
Pedro
¿qué
nota
le
pondrías
a
tu
propio
progreso?
2. ¿Por
qué
a
veces
es
difícil
crecer
espiritualmente?
¿Qué
desafíos
tú
enfrentas
cuando
se
trata
de
vivir
las
cosas
que
Pedro
menciona?
3. Según
el
versículo
9
(que
alguien
lo
lea
en
voz
alta
y
clara)
¿cuál
es
la
verdadera
razón
por
la
cual
no
crecemos
espiritualmente?
Esto
nos
lleva
de
regreso
a
lo
que
hablamos
en
la
primera
lección:
que
el
evangelio
no
es
sólo
el
punto
de
entrada,
sino
el
camino
entero
de
la
vida
espiritual.
Lo
que
leeremos
a
continuación
nos
dará
más
explicaciones
acerca
de
cómo
el
evangelio
nos
cambia:
En
las
últimas
dos
lecciones
usamos
una
ilustración
visual
para
entender
mejor
el
evangelio
y
la
manera
cómo
se
desarrolla
en
nuestra
vida.
La
última
vez
consideramos
nuestra
tendencia
a
“encoger
la
cruz”,
ya
sea
aparentando
o
buscando
un
buen
desempeño.
En
esta
lección
queremos
ver
cómo
una
fe
fuerte
y
vibrante
en
el
evangelio
nos
libera
de
nosotros
mismos
y
produce
verdadera
y
permanente
transformación
espiritual.
A
la
raíz
de
la
condición
humana
hay
un
esfuerzo
por
buscar
justicia
e
identidad.
Anhelamos
un
sentido
de
aceptación,
aprobación,
seguridad
y
significado
–porque
fuimos
diseñados
por
Dios
para
encontrar
estas
cosas
en
Él.
Pero
el
pecado
nos
ha
separado
de
Dios
y
ha
generado
en
nosotros
un
profundo
sentido
de
alienación.
Hablándole
acerca
del
pueblo
judío
de
sus
días,
el
apóstol
Pablo
escribe
“No
conocieron
la
justicia
que
viene
de
Dios
y
procuraron
establecer
la
suya
propia”
(Romanos
10.3).
Nosotros
hacemos
lo
mismo.
Hablando
en
términos
teológicos,
15. discipulado – un corazón en el Padre
14
aparentar
y
buscar
un
buen
desempeño
sólo
son
dos
formas
sofisticadas
de
establecer
nuestra
propia
justicia.
Cuando
aparentamos
nos
hacemos
a
nosotros
mismos
mejores
de
lo
que
realmente
somos.
Cuando
buscamos
un
buen
desempeño
estamos
intentando
agradar
a
Dios
mediante
las
cosas
que
hacemos.
Aparentar
y
buscar
un
buen
desempeño
refleja
nuestros
intentos
pecaminosos
de
asegurar
nuestra
propia
justicia
e
identidad
fuera
de
Jesús.
Para
experimentar
verdaderamente
la
transformación
profunda
que
Dios
nos
promete
en
el
evangelio,
debemos
arrepentirnos
continuamente
de
estos
patrones
pecaminosos.
Nuestras
almas
deben
estar
profundamente
arraigadas
en
la
verdad
del
evangelio
de
tal
manera
que
anclemos
nuestra
justicia
e
identidad
en
Jesús
y
no
en
nosotros
mismos.
Específicamente
las
promesas
del
evangelio
de
una
justicia
y
adopción
pasivas
deben
ser
centrales
en
nuestra
forma
de
pensar
y
vivir.
La
justicia
pasiva
es
la
verdad
bíblica
de
que
Dios
no
solamente
ha
perdonado
nuestro
pecado
sino
también
ha
adjudicado
a
nosotros
la
justicia
real
de
Jesús.
Romanos
3
habla
de
una
justicia
de
Dios
que
se
hace
nuestra
mediante
la
fe:
“Pero
ahora
aparte
de
la
ley
la
justicia
de
Dios
ha
sido
manifestada,
atestiguada
por
la
ley
y
los
profetas;
es
decir,
la
justicia
de
Dios
por
medio
de
la
fe
en
Jesucristo
para
todos
los
que
creen”
(Romanos
3.21
y
22).
Sobre
esta
justicia
pasiva
Martín
Lutero
escribió:
Es
llamada
“justicia
pasiva”
porque
no
tenemos
que
trabajar
para
obtenerla…
no
es
una
justicia
por
la
cual
trabajamos,
sino
una
justicia
que
recibimos
por
fe.
Esta
justicia
pasiva
es
un
misterio
que
algunos
que
no
conocen
a
Jesús
no
pueden
entender.
De
hecho
los
cristianos
no
logran
entenderla
16. discipulado – un corazón en el Padre
15
completamente
y
raramente
sacan
ventaja
de
ella
en
su
vida
diaria…
cuando
hay
algún
miedo
o
nuestra
conciencia
está
acongojada
esto
es
un
indicador
de
que
hemos
perdido
de
vista
nuestra
justicia
pasiva
y
que
Cristo
está
oculto
a
nuestros
ojos.
La
persona
que
se
aleja
de
la
justicia
pasiva
no
tiene
otra
opción
sino
vivir
por
justicia
“por
obras”.
Si
no
depende
de
la
obra
de
Cristo,
ella
debe
depender
en
su
propia
obra.
Así
que
debemos
enseñar
y
continuamente
repetir
la
verdad
de
esta
justicia
“pasiva”
o
“cristiana”
para
que
así
los
creyentes
sigan
aferrándose
a
ella
y
nunca
la
confundan
con
justicia
“por
obras”3
Lutero
nos
recuerda
que
si
nos
“alejamos
de
la
justicia
pasiva”,
nuestros
corazones
naturalmente
tienden
hacia
la
auto-‐justicia
o
justicia
por
obras.
Para
luchar
contra
nuestra
tendencia
a
encoger
el
evangelio,
debemos
arrepentirnos
consistentemente
de
falsas
fuentes
de
justicia
y
predicar
el
evangelio
a
nosotros
mismos,
especialmente
la
verdad
de
la
justicia
pasiva.
Debemos
aferrarnos
a
la
promesa
del
evangelio
de
que
Dios
se
deleita
en
nosotros
porque
se
deleita
en
Jesús.
Cuando
abrazamos
el
evangelio
de
esta
manera,
no
nos
da
vergüenza
ni
miedo
mirar
nuestro
pecado.
En
realidad
esto
nos
lleva
a
adorarle
porque
Jesús
murió
por
todos
nuestros
pecados
y
es
liberador
porque
ya
no
somos
definidos
por
nuestra
pecaminosidad.
Nuestra
justicia
está
en
Cristo.
La
buena
noticia
del
evangelio
no
es
que
Dios
nos
exalte,
sino
que
Dios
nos
hace
libres
para
exaltar
a
Jesús.
La
adopción
es
la
verdad
bíblica
de
que
Dios
nos
ha
dado
la
bienvenida
a
su
familia
como
sus
hijos
e
hijas
gracias
a
nuestra
unión
con
Cristo.
Parte
de
la
obra
del
Espíritu
Santo
consiste
en
confirmar
esta
adopción
en
nosotros:
“Porque
ustedes
no
han
recibido
un
espíritu
de
esclavitud
para
volver
al
temor,
sino
que
han
recibido
un
espíritu
de
adopción
como
hijos,
por
el
cuál
clamamos
¡Abba
Padre!
El
Espíritu
mismo
da
testimonio
a
nuestro
espíritu
de
que
somos
hijos
de
Dios”
(Romanos
8.15
y
16).
Gálatas
4.7
dice
lo
mismo
con
palabras
diferentes:
“Así
que
ustedes
ya
no
son
esclavos
sino
hijos
y
ya
que
son
hijos
Dios
también
los
ha
hecho
herederos”.
Pero
de
la
misma
manera
que
nos
alejamos
de
la
justicia
pasiva
también
somos
propensos
a
olvidar
nuestra
identidad
como
hijos
de
Dios.
Vivimos
como
huérfanos
en
vez
de
vivir
como
hijos
e
hijas.
En
lugar
de
descansar
en
el
amor
paternal
de
Dios,
intentamos
ganar
su
favor
viviendo
según
sus
expectativas
(o
nuestra
visión
equivocada
de
sus
expectativas).
Vivimos
la
vida
en
un
ciclo
sin
fin
intentando
ser
“buenos
cristianos”
para
que
Dios
nos
apruebe.
Para
luchar
contra
nuestra
tendencia
a
encoger
el
evangelio
en
esta
manera,
debemos
arrepentirnos
continuamente
de
nuestra
mentalidad
de
huérfanos
y
habitar
en
nuestra
verdadera
identidad
como
hijos
e
hijas
de
Dios.
Por
fe
debemos
aferrarnos
a
la
promesa
del
evangelio
de
que
somos
adoptados
como
hijos
de
Dios.
La
justicia
de
Jesús
ha
sido
adjudicada
a
nosotros
sin
necesidad
de
obras
(Romanos
4.4-‐8).
No
necesitamos
hacer
nada
para
asegurar
el
amor
y
la
aceptación
de
Dios;
Jesús
los
ha
asegurado
por
nosotros.
Cuando
abrazamos
el
evangelio
de
esta
manera
los
estándares
infinitos
de
la
santidad
de
Dios
ya
no
nos
causan
miedo
ni
intimidan.
Nos
llevan
a
adorar
porque
Jesús
cumplió
esos
estándares
por
nosotros.
Nuestra
identidad
está
en
Él.
Las
buenas
noticias
del
evangelio
no
son
que
Dios
nos
3
Martín
Lutero,
Prefacio
a
su
Comentario
a
los
Gálatas.
17. discipulado – un corazón en el Padre
16
favorece
por
causa
de
quienes
somos,
sino
que
nos
favorece
a
pesar
de
quienes
somos.
A
la
raíz
de
nuestros
pecados
visibles
se
encuentra
el
esfuerzo
invisible
por
buscar
justicia
e
identidad.
En
otras
palabras
nunca
superamos
el
evangelio.
Como
escribió
Martín
Lutero
“Se
hace
más
necesario
que
conozcamos
bien
el
evangelio,
que
lo
enseñemos
a
otros
y
que
lo
golpeemos
dentro
de
sus
cabezas
continuamente”.
A
medida
que
nos
damos
cuenta
de
nuestras
tendencias
a
aparentar
y
a
buscar
un
buen
desempeño
–que
son
nuestros
intentos
de
construir
nuestra
propia
justicia
e
identidad-‐
debemos
arrepentirnos
del
pecado
y
volver
a
creer
en
las
promesas
del
evangelio.
Este
es
el
patrón
consistente
de
la
vida
cristiana:
arrepentimiento
y
fe,
arrepentimiento
y
fe,
arrepentimiento
y
fe.
Mientras
caminemos
de
esta
manera
el
evangelio
profundizará
sus
raíces
en
nuestra
alma
y
Jesús
y
la
cruz
se
harán
“más
grandes”
en
la
realidad
diaria
de
nuestra
vida.
18. discipulado – un corazón en el Padre
17
EJERCICIO:
Huérfanos
vs.
Hijos
Este
es
un
ejercicio
práctico
que
nos
ayuda
a
revelar
nuestras
tendencias
pecaminosas
a
manipular
la
vida
y
nuestra
necesidad
diaria
de
volver
a
Cristo.
Este
ejercicio
te
humillará,
lo
cual
es
uno
de
los
primeros
pasos
para
empezar
a
servir
a
Cristo
y
a
otros.
En
el
próximo
cuadro,
lee
cada
descripción
de
izquierda
a
derecha.
Bajo
“el
huérfano”
marca
la
casilla
si
ves
esa
tendencia
en
ti.
Subraya
las
palabras
que
se
aplican
más
a
tu
caso.
Bajo
“el
hijo/la
hija”,
marca
las
casillas
que
describen
aquella
área
donde
más
quieres
crecer,
subrayando
las
palabras
clave.
Haz
este
ejercicio
individualmente,
en
oración,
y
de
forma
sincera.
EL
HUÉRFANO
EL
HIJO/LA
HIJA
Le
falta
una
intimidad
vital
diaria
con
Dios
Se
siente
libre
de
la
preocupación
porque
Dios
lo
ama
Ansioso
por
amigos,
dinero,
grados
académicos,
etc.
Está
aprendiendo
a
vivir
en
un
compañerismo
diario
con
Dios
Se
siente
como
si
nadie
se
preocupara
de
su
vida
No
le
tiene
miedo
a
Dios
Vive
en
una
lógica
de
éxito/fracaso
Se
siente
perdonado
y
totalmente
aceptado
Siente
la
necesidad
vital
de
verse
bien
Confía
cada
día
en
el
plan
soberano
de
Dios
para
su
vida
Se
siente
culpable
y
condenado
La
oración
es
su
principal
descanso
Le
cuesta
confiarle
las
cosas
a
Dios
Satisfecho
y
contento
en
sus
relaciones
personales
porque
ha
sido
aceptado
por
Dios
Tiene
que
resolver
sus
propios
problemas
Se
siente
libre
de
“hacerse
un
nombre”.
O
sea:
no
siente
necesidad
de
hacerse
famoso
o
reconocido
No
es
muy
enseñable
Es
enseñable
por
otros
Se
pone
a
la
defensiva
si
le
acusan
de
algún
error
o
debilidad
Está
abierto
a
las
críticas
porque
descansa
en
la
perfección
de
Cristo
Necesita
siempre
estar
en
lo
correcto
o
tener
la
razón.
Es
capaz
de
examinar
sus
motivaciones
más
profundas
Le
falta
confianza
Es
capaz
de
asumir
riesgos
e,
incluso,
de
fallar
Se
siente
desanimado
y
derrotado
Se
siente
animado
por
el
Espíritu
que
trabaja
dentro
suyo
Fuertemente
apegado
a
ideas,
causas
y
opiniones
Es
capaz
de
ver
la
bondad
de
Dios
en
los
tiempos
oscuros
Cuando
falla,
la
única
solución
es
esforzarse
más
Se
siente
satisfecho
con
lo
que
Dios
le
ha
dado
Tiene
un
espíritu
crítico
(siempre
quejándose
y
con
amargura)
Confía
cada
vez
menos
en
sí
mismo
y
más
en
el
Espíritu
Santo
Derriba
a
los
demás
Está
consciente
de
su
incapacidad
de
arreglar
la
vida,
las
personas
y
los
problemas
Es
un
“analista
agudo”
de
las
debilidades
de
otros
Es
libre
para
confesar
sus
faltas
a
otros
Se
tiende
a
comparar
a
sí
mismo
con
otros
No
necesita
estar
siempre
en
lo
correcto
o
tener
la
razón
Se
siente
incapaz
de
derrotar
su
propia
carne
No
obtiene
más
valor
por
causa
de
propuestas
o
reconocimientos
humanos
Necesita
sentirse
en
el
control
de
las
situaciones
y
de
los
demás
Va
experimentando
más
y
más
victoria
sobre
la
carne
Busca
su
propia
satisfacción
es
“posiciones”
o
“cargos”
La
oración
es
una
parte
importante
y
vital
de
su
día
Busca
satisfacción
en
“posesiones”
u
“obtener
bienes”
Jesús
es
cada
vez
más
su
asunto
favorito
para
conversar
Tiende
a
sentirse
motivado
por
la
obligación
y
el
deber,
no
el
amor
Dios
realmente
satisface
su
alma
19. discipulado – un corazón en el Padre
18
1. Ahora
comparte
con
tu
grupo
aquellas
características
(2
ó
3)
del
lado
izquierdo
que
sientes
que
más
te
identificaron
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
2. ¿Cómo
estas
cosas
afectan
tu
relación
con
Dios
y
con
los
demás?
3. ¿Cómo
estas
cosas
revelan
una
incredulidad
fundamental
en
las
verdades
del
evangelio
(específicamente
adopción
y
justicia
pasiva)?
4. Ahora
comparte
con
tu
grupo
en
qué
cosas
(2
ó
3)
del
lado
derecho
te
gustaría
crecer
en
vivir
tu
identidad
en
el
evangelio
y
conversen
las
siguientes
preguntas:
5. ¿Cómo
esto
cambiaría
positivamente
tu
relación
con
Dios
y
con
los
demás?
6. ¿Cómo
el
evangelio
(específicamente
las
buenas
noticias
de
la
adopción
y
la
justicia
pasiva)
te
habilitan
para
crecer
en
esto?
20. discipulado – un corazón en el Padre
19
LECCIÓN
4
Ley
y
Evangelio
Seguimos
pensando
acerca
de
cómo
el
evangelio
interactúa
con
nuestra
vida,
pero
ahora
lo
haremos
considerando
la
relación
del
evangelio
con
la
ley
de
Dios.
¿Qué
es
la
ley?
¿Espera
Dios
que
la
obedezca?
¿Cuál
es
el
propósito
de
la
ley?
¿Cómo
la
ley
me
ayuda
a
creer
el
evangelio?
¿Cómo
el
evangelio
me
ayuda
a
obedecer
la
ley?
Estas
preguntas
trataremos
durante
la
presente
lección.
Lean
Romanos
10.1-‐4
en
su
grupo.
1. ¿Cuáles
son
los
dos
tipos
de
justicia
que
parecen
ser
contrastados
en
este
texto
bíblico?
2. ¿Qué
dice
este
texto
acerca
de
Jesús
y
su
relación
la
ley?
Este
texto
bíblico
que
acabamos
de
leer
dice
que
Cristo
es
el
“fin
de
la
ley”.
Pero
Jesús
mismo
dijo
que
él
no
vino
para
eliminar
la
ley
(Mateo
5.17-‐19).
¿Qué
es
lo
correcto?
¿Qué
se
supone
que
debemos
hacer
con
la
ley?
Esperamos
que
el
siguiente
artículo
responda
estas
preguntas.
Léanlo
juntos
y
hablen
acerca
de
esto.
Incluso
alguien
que
lee
superficialmente
la
Biblia,
puede
darse
cuenta
que
ella
está
llena
de
mandatos,
prohibiciones
y
expectativas.
La
Biblia
nos
dice
qué
debemos
hacer
y
qué
no
debemos
hacer.
Estas
reglas
o
leyes
presentan
frecuentemente
un
obstáculo
para
la
fe.
Los
no-‐cristianos
generalmente
rechazan
el
cristianismo
porque
les
parece
que
es
“sólo
un
montón
de
reglas”.
E
incluso
cristianos
fieles
se
esfuerzan
por
entender
cómo
la
ley
de
Dios
y
el
evangelio
se
relacionan
entre
sí.
Después
de
todo,
si
somos
reconciliados
con
Dios
por
gracia
y
no
por
obras,
¿realmente
importa
si
obedecemos
o
no?
Cuando
no
entendemos
bien
la
relación
entre
la
ley
y
el
evangelio,
esto
nos
lleva
a
dos
errores
opuestos,
pero
igualmente
destructivos:
legalismo
y
libertinaje.
Los
legalistas
siguen
viviendo
bajo
la
ley,
creyendo
que
la
aprobación
de
Dios
depende,
de
alguna
manera,
de
su
conducta
correcta.
Los
libertinos,
desprecian
la
ley,
creyendo
que
ya
que
están
“bajo
la
gracia”,
las
reglas
de
Dios
no
son
tan
importantes.
Estos
dos
errores
han
estado
presentes
desde
los
días
de
los
apóstoles.
El
libro
de
Gálatas
fue
escrito
para
combatir
el
error
del
legalismo:
“¿Tan
torpes
son?
Después
de
haber
comenzado
con
el
Espíritu,
¿pretenden
ahora
perfeccionarse
con
esfuerzos
humanos?”
(Gálatas
3.3).
El
libro
de
Romanos
trata
con
el
error
del
libertinaje
cuando
dice:
“Entonces
¿qué?
¿Vamos
a
pecar
porque
no
estamos
ya
bajo
la
ley
sino
bajo
la
gracia?”
(Romanos
6.15).
Ambos,
el
legalismo
y
el
libertinaje
son
destructivos
para
el
evangelio.
Para
evitar
estos
peligros
potenciales,
debemos
entender
la
relación
bíblica
entre
ley
y
evangelio.
Resumidamente,
así
es
cómo
Dios
diseñó
que
esto
funcione:
la
ley
nos
lleva
al
evangelio
y
el
evangelio
nos
libera
para
obedecer
la
ley.
Nos
damos
cuenta
de
que
todo
lo
que
Dios
espera
de
nosotros
(ley),
debería
conducirnos
desesperadamente
a
Cristo.
Y
una
vez
que
estamos
unidos
a
Cristo,
el
Espíritu
Santo
que
habita
en
nosotros
nos
mueve
a
sentir
deleite
en
la
ley
de
Dios
y
nos
da
poder
para
obedecerla.
En
su
comentario
a
Romanos,
Martín
Lutero
lo
resumió
así:
21. discipulado – un corazón en el Padre
20
“La
ley,
correctamente
entendida
y
asimilada,
no
hace
nada
más
que
recordarnos
nuestro
pecado
y
torturarnos,
haciéndonos
merecedores
de
la
ira
eterna…
la
ley
no
es
guardada
por
el
poder
humano,
sino
solamente
mediante
Cristo,
quien
derrama
el
Espíritu
Santo
en
nuestro
corazón.
Cumplir
la
ley…
es
obedecer
sus
mandatos
con
placer
y
amor…
[y
estos
son]
puestos
en
nuestro
corazón
por
el
Espíritu
Santo”.
Fíjate
nuevamente
cuando
dice
“Cumplir
la
ley…
es
obedecer
sus
mandatos
con
placer
y
amor”.
Sólo
conocer
lo
que
Dios
exige
no
es
suficiente.
Obedecerle
“porque
se
supone
que
es
lo
que
debemos
hacer”
no
es
suficiente.
Cumplir
de
verdad
la
ley
significa
obedecer
a
Dios
por
placer
y
amor:
“Me
agrada,
Dios
mío,
hacer
tu
voluntad;
tu
ley
la
llevo
dentro
de
mí”
(Salmo
40.8).
¿Cómo
nos
tornamos
personas
que
aman
a
Dios
y
se
deleitan
en
su
ley?
Respuesta:
mediante
el
evangelio.
Primero,
es
mediante
el
evangelio
que
nos
volvemos
concientes
de
nuestra
desobediencia
a
la
ley
de
Dios.
El
primer
paso
en
el
camino
del
evangelio
es
volvernos
concientes
de
que
“todos
hemos
pecado
y
estamos
destituidos
de
la
gloria
de
Dios”
(Romanos
3.23)
y
que
nuestra
desobediencia
a
la
ley
de
Dios
nos
coloca
bajo
su
maldición:
“Porque
está
escrito
‘maldito
sea
quien
no
practique
fielmente
todo
lo
que
está
escrito
en
el
libro
de
la
ley’”
(Gálatas
3.10).
Segundo,
es
mediante
e
evangelio
que
somos
liberados
de
la
maldición
de
la
ley.
El
evangelio
es
la
buena
noticia
de
que
Dios
perdona
a
todos
los
que
se
vuelven
a
Jesús
y
son
justificados
–
declarados
“no-‐culpables”
ante
el
tribunal
de
Dios
–
por
la
fe
en
Él.
“Cristo
nos
rescató
de
la
maldición
de
la
ley
al
hacerse
maldición
por
nosotros,
pues
está
escrito:
‘Maldito
todo
el
que
es
colgado
de
un
madero’.
Así
sucedió
para
que
por
medio
de
Cristo
Jesús...
por
la
fe
recibiéramos
el
Espíritu
según
la
promesa"
(Gálatas
3.13-‐14).
Jesús,
al
mismo
tiempo,
fue
sacrificado
por
nuestra
imperfección
y
conquistó
nuestra
perfección
mediante
su
obra
en
la
cruz.
La
ley
ya
no
se
posiciona
en
condenación
contra
nosotros.
En
lenguaje
bíblico,
ya
no
estamos
“bajo
la
ley”
(Romanos
6.14).
En
tercer
lugar,
es
mediante
el
evangelio
que
Dios
nos
envía
su
Espíritu
Santo
a
morar
en
nosotros,
transformando
nuestro
corazón
y
capacitándonos
para
verdaderamente
amar
a
Dios
y
a
los
demás.
Como
resultado
de
nuestra
justificación
por
fe,
“Dios
ha
derramado
su
amor
en
nuestro
corazón
por
el
Santo
Espíritu
que
nos
ha
sido
dado”
(Romanos
5.5).
Comúnmente
leemos
la
frase
“amor
de
Dios”
en
este
versículo
como
sin
fuera
el
amor
de
Dios
por
nosotros.
Pero
observando
el
contexto
y
analizando
lingüísticamente,
esta
frase
también
tiene
el
sentido
de
“amor
que
viene
de
Dios”
o
“amor
para
Dios”.
Porque
Dios
nos
ama,
él
ha
derramado
en
nuestros
corazones
su
propia
capacidad
de
amar
y
sentir
deleite
en
sí
mismo.
Jesús
oró
porque
el
amor
que
Dios
el
Padre
tiene
por
Su
Hijo,
estuviera
en
nosotros:
“Yo
te
he
dado
a
conocer
a
ellos…
para
que
el
amor
que
tienes
por
mí
esté
en
ellos
y
que
yo
mismo
esté
en
ellos”
(Juan
17.26).
Un
cristiano
de
verdad
obedece
la
ley
de
Dios,
entonces,
no
por
obligación
o
deber,
sino
por
amor,
porque
“el
amor
es
el
cumplimiento
de
la
ley”
(Romanos
13.10).
Tanto
legalismo
como
libertinaje
son
fundamentalmente
auto-‐centrados.
No
están
preocupados
con
deleitarse
en
Dios
o
en
su
ley,
sino
consigo
mismos:
“Sigo
las
reglas”
o
“Rompo
las
reglas”.
Pero
el
evangelio
nos
libera
de
la
auto-‐preocupación
y
nos
vuelca
hacia
afuera.
Vemos
que
la
ley
de
Dios
no
es
opresiva
sino
liberadora:
es
la
“ley
de
la
libertad”
(Santiago
1.25).
Es
una
ley
que
nos
apunta
a
Jesús.
22. discipulado – un corazón en el Padre
21
Romanos
10.4
dice,
“Cristo
es
el
fin
de
la
ley,
para
que
todo
el
que
cree
reciba
la
justicia”.
En
otras
palabras,
el
fin,
el
objetivo,
el
punto
de
la
ley
es
conducirnos
a
Jesús.
Cuando
nosotros
realmente
“captamos”
lo
que
este
versículo
está
diciendo,
comenzamos
a
ver
que
cada
mandato
en
las
Escrituras
nos
señala
de
alguna
manera
a
Jesús,
quien
cumple
ese
mandato
por
nosotros
y
en
nosotros.
Él
es
nuestra
justicia.
No
necesitamos
construirla
por
nosotros
mismos.
No
somos
capaces
de
hacer
lo
que
la
ley
nos
manda
a
hacer,
pero
Jesús
lo
hizo
por
nosotros.
Y
porque
Él
vive
en
nosotros
por
medio
de
su
Espíritu,
estamos
capacitados
para
hacerlo,
no
como
una
obligación,
sino
por
deleite.
Porque
cada
mandamiento
en
las
Escrituras
nos
señala
nuestra
incapacidad
(la
línea
inferior
de
nuestra
ilustración
de
la
cruz),
y
nos
hace
mirar
a
Jesús
como
el
único
que
perdona
nuestra
desobediencia
y
permite
nuestra
obediencia.
En
otras
palabras,
la
ley
nos
conduce
hacia
Jesús
y
Jesús
nos
libra
de
obedecer
la
ley.
1. ¿En
base
a
lo
recién
leído,
cómo
resumirías
la
manera
en
la
cual
la
ley
y
el
evangelio
trabajan
juntos?
2. El
artículo
recién
leído
habla
acerca
de
sentir
que
“debes
ser
un
mejor
cristiano”.
¿En
qué
área
sientes
que
deberías
estar
haciéndolo
mejor,
en
este
momento?
3. ¿Cómo
se
siente
vivir
bajo
un
constante
sentido
de
“deberías”
o
“tienes
que”?
La
Biblia
usa
la
frase
“bajo
la
ley”
para
describir
la
experiencia
de
vivir
nuestra
vida
espiritual
en
el
ciclo
sin
fin
de
lo
que
“tenemos
que”
ser
o
hacer.
Aquí
está
la
tensión:
si
intentamos
vivir
por
la
ley,
no
estamos
viviendo
a
la
luz
del
evangelio.
Pero
si
despreciamos
la
ley,
entonces
no
estamos
experimentando
el
poder
del
evangelio
que
nos
lleva
a
obedecer
la
ley.
Esta
tensión
afecta
la
manera
cómo
leemos
la
Biblia,
así
que
a
continuación
haremos
un
ejercicio
que
nos
ayudará
a
mantener
estas
cosas
en
su
lugar
apropiado
mientras
leemos
la
Biblia
y
seguimos
a
Cristo.
EJERCICIO:
El
colador
del
evangelio
y
la
ley
El
“colador”
es
un
patrón
de
pensamiento,
un
filtro
para
que
las
cosas
funcionen,
una
manera
particular
de
ver
algo.
Comprender
la
Biblia
y
articular
el
evangelio
de
formas
creativas
y
relevantes,
implica
usar
varios
coladores
para
que
la
verdad
nos
haga
sentido.
En
la
lección
1
entregamos
el
“colador
del
evangelio”
mediante
aquel
cuadro
que
llamamos
el
“Diagrama
de
la
Cruz”.
En
esta
lección
vamos
a
aprender
cómo
entender
la
ley
de
Dios
a
través
de
ese
colador.
Cada
pasaje
de
la
Escritura
afirma
un
imperativo
moral
explícita
o
implícitamente.
Por
ejemplo,
un
verso
puede
decirte
que
no
mientas.
Puedes
responder
a
esta
orden
de
tres
maneras
diferentes:
LEGALISMO:
Puedes
hacer
tu
mejor
intento
por
no
mentir.
Esto
es
lo
que
se
llama
“vivir
bajo
la
ley”.
Pero,
inevitablemente
descubres
que
no
puedes
23. discipulado – un corazón en el Padre
22
evitar
mentir,
incluso
cuando
“bajas
la
vara”
con
respecto
a
qué
significa
mentir.
LIBERTINAJE:
Puedes
admitir
desde
el
principio
que
no
puedes
obedecer
esta
orden
y
simplemente
la
desechas
como
un
ideal
bíblico
que
no
estás
obligado
a
obedecer.
Esto
es
lo
que
significa
abusar
de
la
gracia
de
Dios
y
rendirse
al
pecado.
EVANGELIO:
Este
es
el
colador
que
queremos
aprender.
Es
así:
1. Dios
dice,
“No
mientas”
(Línea
superior
del
Diagrama
de
la
Cruz:
la
santidad
de
Dios)
2. No
puedo
obedecer
este
mandato
porque
soy
pecador.
(Línea
inferior
del
Diagrama:
mi
pecaminosidad)
3. Jesús
obedeció
esto
perfectamente.
(Puedo
señalar
innumerables
ejemplos
en
su
vida
terrenal
según
consta
en
el
evangelio.)
Jesús
hizo
lo
que
yo
debía
hacer
(pero
no
puedo)
como
mi
sustituto
para
que
Dios
me
acepte
(2
Corintios
5.17).
4. Porque
Jesús
obedeció
la
ley
perfectamente
y
ahora
vive
en
mí,
y
porque
soy
aceptado
por
Dios,
ahora
soy
libre
de
obedecer
este
mandato
por
su
gracia
y
poder
que
opera
en
mí.
La
aplicación
de
esta
red
para
el
estudio
de
la
Biblia
te
ayudará
a
creer
en
el
evangelio
y
obedecer
la
ley,
sin
caer
en
el
legalismo
o
el
libertinaje.
Esto
te
da
el
poder
para
experimentar
la
realidad
de
que
el
evangelio
lo
cambia
todo.
PRÁCTICA:
Lee
junto
a
tu
grupo
un
pasaje
y
aplica
este
colador
del
evangelio.
(Escojan
entre
Filipenses
4.4-‐7,
Santiago
2.1-‐7
ó
1ª
Pedro
3.9
y
lean
en
voz
alta)
¿Cuál
es
el
mandato?
¿Por
qué
no
puedes
hacerlo?
(Sé
específico
acerca
de
tus
luchas
particulares
para
obedecer
este
mandato)
¿Cómo
Jesús
lo
hizo
perfectamente?
(Señala
ejemplos
concretos
de
los
Evangelios)
¿Cómo
el
Espíritu
de
Dios
te
da
el
poder
para
obedecer
este
mandato
(en
situaciones
específicas)?
24. discipulado – un corazón en el Padre
23
LECCIÓN
5
Arrepentimiento
En
nuestra
cultura
actual,
arrepentirse
suena
como
algo
malo
–
algo
así
como
ser
llamado
a
una
conversación
personal
en
la
oficina
del
jefe
un
viernes
en
la
tarde.
Lejos
de
ser
algo
malo
o
poco
común,
el
arrepentimiento
bíblico
es
lo
normal
en
una
vida
centrada
en
el
evangelio.
Volverse
más
conciente
de
la
santidad
de
Dios
y
de
nuestra
pecaminosidad
nos
lleva
a
arrepentirnos
y
a
creer
en
el
evangelio
de
Jesús.
Cuando
vivimos
centrados
en
el
evangelio,
constantemente
estamos
volviéndonos
de
nuestras
actitudes
de
aparentar
o
buscar
un
buen
desempeño
a
fin
de
vivir
como
hijos
e
hijas.
El
arrepentimiento
bíblico
nos
libera
de
nuestros
propios
mecanismos
y
abre
camino
para
que
el
poder
del
evangelio
dé
fruto
en
nuestra
vida.
Pero
el
pecado
deteriora
nuestro
arrepentimiento
y
nos
arrebata
su
fruto.
Así
que
nuestra
meta
en
esta
lección
es
(1)
exponer
las
maneras
mediante
las
cuales
practicamos
falso
arrepentimiento
y
(2)
motivarnos
al
arrepentimiento
genuino.
Conversen
como
grupo:
Cuando
el
pecado
de
otras
personas
te
afecta
o
te
incomoda
¿qué
cosas
(actitudes,
acciones,
etc.)
sientes
que
necesitas
ver
en
esas
personas
antes
de
sentirte
mejor
al
respecto
de
ellos
o
perdonarlos?
Generalmente
somos
una
bolsa
de
deseos
mezclados
se
trata
de
los
pecados
de
la
gente.
A
veces
realmente
queremos
lo
mejor
para
ellos.
A
veces
solamente
queremos
sentirnos
bien
con
nosotros
mismos.
Leermos
un
pasaje
que
muestra
el
deseo
del
apóstol
Pablo
para
los
cristianos
de
la
ciudad
de
Corinto
sobre
este
asunto.
2ª
Corintios
7.5-‐13
1. ¿Qué
quería
Pablo
de
los
Corintios?
2. ¿Por
qué
quería
esto?
3. ¿Cuál
fue
el
fruto
del
arrepentimiento
en
sus
vidas?
(vv.
7
y
11)
4. ¿Cómo
el
arrepentimiento
de
ellos
afectó
a
Pablo?
Lean
juntos
el
siguiente
artículo:
Hemos
estado
pensando
juntos
acerca
de
cómo
vivir
consistentemente
la
vida
entera
bajo
la
influencia
del
evangelio.
En
las
últimas
lecciones
el
Diagrama
de
la
Cruz
ha
servido
como
un
modelo
visual
para
ayudarnos
a
entender
cómo
funciona
el
evangelio.
Como
hemos
visto,
el
patrón
consistente
de
la
vida
cristiana
es:
arrepentimiento
y
fe.
Nunca
dejamos
de
necesitar
arrepentirnos
y
creer.
Las
primera
palabras
de
Jesús
en
el
Evangelio
de
Marcos
son:
“Arrepiéntanse
y
crean
en
el
evangelio”
(Marcos
1.15).
En
la
primera
de
sus
95
Tesis,
Martín
Lutero
observó
que
“cuando
nuestro
Señor
y
Maestro
Jesucristo
dijo
‘Arrepiéntanse’,
él
quiso
decir
que
toda
la
vida
de
los
creyentes
fuera
una
vida
de
arrepentimiento”.
En
el
arrepentimiento
confesamos
nuestra
tendencia
a
“encoger
la
cruz”
mediante
la
apariencia
y
el
buen
25. discipulado – un corazón en el Padre
24
desempeño.
Arrancamos
nuestros
afectos
de
manos
de
falsos
salvadores
y
de
recursos
fraudulentos
de
justicia
y
nos
volvemos
a
Jesús,
reconociendo
que
sólo
Él
es
nuestra
esperanza.
En
la
superficie,
el
arrepentimiento
parece
simple
y
obvio,
pero
no
lo
es.
Debido
a
que
nuestro
corazón
es
una
fábrica
de
ídolos
(como
dijo
Juan
Calvino),
incluso
nuestro
arrepentimiento
se
puede
transformar
en
un
vehículo
para
el
pecado
y
el
egoísmo.
Somos
hábiles
practicantes
del
falso
arrepentimiento.
Una
de
nuestras
principales
necesidades
en
la
vida
centrada
en
el
evangelio
es
entender
el
arrepentimiento
de
una
manera
precisa
y
bíblica.
Para
la
mayoría
de
nosotros,
la
palabra
arrepentimiento
tiene
una
connotación
negativa.
Uno
sólo
se
arrepiente
si
hizo
algo
realmente
malo.
La
idea
católica-‐
romana
de
la
penitencia
generalmente
empapa
nuestra
idea
de
arrepentimiento:
cuando
pecamos,
nos
debemos
sentir
verdaderamente
mal
por
ello,
auto-‐
flagelarnos
y
hacer
algo
para
arreglar
lo
que
echamos
a
perder.
En
otras
palabras,
el
arrepentimiento
frecuentemente
se
trata
más
acerca
de
nosotros
mismos
que
acerca
de
Dios
o
las
personas
contra
las
cuales
hemos
pecado.
Queremos
sentirnos
mejor.
Queremos
que
las
cosas
“vuelvan
a
lo
normal”.
Queremos
saber
que
hemos
hecho
nuestra
parte,
para
que
así
nuestra
culpa
se
mitigue
y
podamos
seguir
adelante
con
nuestra
vida.
Piensa,
por
ejemplo,
en
una
relación
en
la
cual
hablaste
palabras
hirientes
a
alguien.
Probablemente
tu
esfuerzo
de
arrepentirte
sonó
más
o
menos
así:
“Siento
mucho
que
te
herí.
No
debí
haber
dicho
eso.
¿Me
perdonarías?”.
¿Pero
es
esto
realmente
verdadero
arrepentimiento?
¿Nuestro
pecado
consistió
solamente
en
las
palabra
que
dijimos?
¿No
es
verdad,
acaso,
que
Jesús
dijo
“de
la
abundancia
del
corazón
habla
la
boca”
(Lucas
6.45)?