1. LA ETICA Y MORAL, TEORIAS Y PRINCIPIOS
Introducción
La palabra "ética" significa algo muy parecido a "moral". Sin embargo, podemos señalar la
siguiente diferencia: "moral" se refiere al conjunto de los principios de conducta que hemos
adquirido por asimilación de las costumbres y valores de nuestro ambiente; es decir, la
familia, la escuela, la iglesia, el vecindario en que se desarrolla nuestra infancia. También se
refiere a las normas que se nos imponen en esos ambientes, con base en la autoridad; no
desde luego la autoridad legal, sino precisamente moral: los imperativos de nuestros
padres, sacerdotes o maestros, que recibimos pasivamente y sin cuestionamiento antes de
adquirir el "uso de razón". "Ética" se refiere a algo diferente: el intento de llevar esas normas
de conducta y esos principios de comportamiento a una aceptación consciente, basada en
el ejercicio de nuestra razón.
En ese sentido, la ética es la mayoría de edad de la moral. No la excluye ni se le opone;
simplemente cambia su naturaleza, haciéndola pasar de lo recibido en forma pasiva o
inconsciente, a lo asumido de manera activa con pleno discernimiento. La moral se basa
sobre todo en el sentimiento, en el amor y temor que sentimos por nuestros padres y otras
personas que contribuyen a nuestro desarrollo físico y espiritual. La ética, por su parte,
descansa en el libre ejercicio de la crítica racional sobre los valores recibidos, que los
convierte en algo que uno puede justificar ante sí mismo y ante los otros.
En el uso corriente del lenguaje, "moral" se asocia con un fundamento religioso, en tanto
que "ética" se asocia con una reflexión intelectual. En nuestra sociedad pluralista, coexisten
varias religiones, el agnosticismo religioso y el humanismo no teísta. El carácter de la moral
asociada con las creencias religiosas, basada en argumentos de autoridad y en
revelaciones particulares, hace difícil discutir el tema de los valores entre personas de
distintas confesiones. La ética, en cambio, por fundarse en la razón –común a todos los
hombres–, ofrece un terreno neutral donde todos nos sentimos capaces de ofrecer y rebatir
argumentos.
Todas las confesiones religiosas afirman, hasta donde yo sé, que no hay contradicción entre
ellas y una ética basada en la razón. En otras palabras, las personas religiosas mismas
consideran que su doctrina moral es compatible con la razón y se sienten capaces de
ofrecer argumentos racionales para defenderla. En mi práctica personal como creyente
encontré que esta compatibilidad entre la moral religiosa, basada en una autoridad
revelada, y los dictados de la razón, no siempre se da –por ejemplo, en la espinosa cuestión
del control de los nacimientos–. Pero en todo caso, esto es un asunto que cada creyente
debe evaluar de acuerdo con su conciencia.
Como resultado de este análisis, podemos afirmar que la diferencia entre "moral" y "ética"
se refiere a la forma en que nuestras convicciones están enraizadas en nosotros; no afecta
necesariamente el contenido de esas convicciones. En relación al contenido, ética y moral
son más bien coincidentes: ambas se refieren a cuestiones de valor, es decir, a lo que
consideramos bueno y lo que consideramos malo, lo que debemos aprobar, alabar o
estimular, y lo que debemos más bien reprobar, condenar o tratar de evitar. La ética y la
moral se refieren a lo que debe ser, discriminan entre acciones aceptables e inaceptables.
En esto se diferencian de los credos religiosos, de las ciencias, de las opiniones o de las
noticias de los periódicos, todo lo cual se refiere más bien a lo que simplemente es (o uno
cree que es). Esta distinción entre "deber ser" y "ser" se revela como más honda e
importante que la diferencia entre moral y ética. Examinémosla con más cuidado.
2. Ser y deber ser
Tomemos como ejemplo una descripción detallada y correcta de un crimen abominable del
que uno pueda haber sido testigo. Esa descripción se refiere a algo que es. Pero al mismo
tiempo nos produce una fuerte inclinación a condenar el hecho, gracias a nuestras
convicciones morales, como algo que no debe ser.
Los relatos de lo que uno ha vivido, los testimonios judiciales, las enseñanzas de la ciencia,
las noticias de los periódicos, describen lo que es; podemos decir de ellos que son
verdaderos o que son falsos. Los relatos de una novela corresponden también a lo que es,
aunque el ser aquí sea solamente literario; por ejemplo, es verdad que don Quijote
arremetió contra molinos de viento creyendo que eran gigantes, dentro del mundo ficticio de
la novela de Cervantes.
Pero por otra parte, yo puedo tomar posición con respecto a los hechos –reales o
imaginados–, y decir que tienen un valor moral positivo, negativo o neutro; puedo
pronunciarme en favor o en contra de ellos, y esto incluso con independencia de que los
hechos sean verdaderos o falsos. Podemos, por ejemplo, decirle a alguien: "No sé si don
Quijote alguna vez estafó a Sancho, pero si lo hubiera hecho, habría sido un acto
abominable, dada la fidelidad del famoso escudero". Es decir, podemos pronunciarnos
sobre el deber ser sin pronunciarnos sobre el ser, ya que se trata de dos cosas separadas y
distintas. También podemos hacer lo contrario, a saber, pronunciarnos sobre el "ser" sin
tomar posición sobre el "deber ser", como en el caso de una comisión investigadora que
solo busque establecer los hechos, no juzgarlos.
Tomemos otra ilustración de la diferencia entre "ser" y "deber ser". Un célebre filósofo
escribió lo siguiente:
El hombre nació libre, pero en todas partes lo veo encadenado.
Esto, que se expresa como una comprobación de lo que "es", puede como tal ser calificado
de verdadero o falso. Pero no tiene directamente un contenido moral; a menos que se
interprete como una manera poética de abogar por el respeto a la libertad humana.
El filósofo inglés Karl Popper se ha referido a esa cita como una manera de ilustrar una
verdad filosófica importante, a saber, que del "ser" no se puede pasar al "deber ser", que el
orden de los valores es independiente –tiene un origen y una justificación diferentes– del
orden de la realidad. Del hecho de que el hombre haya nacido libre y en todas partes lo
veamos encadenado no se sigue que debamos tratar de romper esas cadenas. Un visitante
extraterrestre podría tal vez considerar moralmente obligatorio ponerle cadenas a todo ser
humano que no las tuviera, para evitar que continuáramos dañando la ecología del planeta.
El deber ser de la libertad tiene que basarse en algo distinto, no en un hecho como los
detalles del nacimiento del hombre. Tiene que tener un origen y una justificación
independiente del ser. No puede desprenderse lógicamente en forma directa de cómo sean
las cosas. Ese origen y esa justificación debemos buscarlos en otra parte; por ejemplo, en la
fuerte inclinación a respetar a las otras personas que los seres humanos llevamos inscrita
en lo más hondo de nuestra constitución biológica. Cómo y por qué tenemos ese respeto
grabado en el fondo de nuestra conciencia, pueda que sea el problema filosófico más
importante relacionado con la ética.
3. La teoría de los valores absolutos
Algunos filósofos se han inclinado, como manera de resolver este problema, a suponer un
mundo inmaterial, completamente distinto del mundo en que vivimos, donde subsistirían los
valores y las ideas en una forma purísima y con un carácter absoluto. En ese lugar excelso,
las ideas serían claras y distintas –no podrían confundirse ni equivocarse– y los valores
serían tan macizos y evidentes que no podrían desobedecerse.
Por supuesto, nadie ha experimentado nunca ese mundo, pues por hipótesis estaría
totalmente fuera del mundo en que vivimos. Para los filósofos que creyeron eso, como el
francés Descartes o el griego Platón, solo es posible percibir una imagen lejana de las ideas
y valores perfectos, en el tanto en que interpretemos las cosas del mundo real como
sombras o huellas de ese mundo absoluto o ideal.
El problema con esta posición es que no tenemos ningún medio independiente de
comprobar la existencia de ese mundo ideal o perfecto. De ahí se sigue que toda afirmación
sobre su realidad o sobre su parecido o diferencia con el mundo que experimentamos es
totalmente gratuita y queda suspendida en el firmamento por falta de razón suficiente.
La explicación naturalista
Otros filósofos consideramos que esta manera de fundamentar la ética mediante la
introducción de absolutos es innecesaria y además perjudicial. Comenzando por lo último –
que es perjudicial–, innumerables ejemplos de la historia muestran que la creencia en ideas
o valores absolutos ha conducido al exterminio de grupos humanos enteros que tenía
dificultad de aceptar lo que sus verdugos consideraban como evidente. Podríamos citar,
entre muchos otros, el exterminio de los cátaros o de los hugonotes en Francia, hace varios
siglos; el de seis millones de judíos por los nazis hace apenas unos decenios; y todas las
persecuciones ideológicas contemporáneas de que están llenos los periódicos, en que un
grupo social convencido de sus ideas y valores absolutos no encuentra otra manera para
asegurar su aceptación universal que el exterminio físico de los disidentes.
Pero además de perjudicial, la creencia en valores absolutos es innecesaria para la ética.
Los pensadores han argumentado en su favor lo han hecho porque desconfían de la ética
racional y pluralista, elaborada a partir de la tradición de cada comunidad. Han pensado que
puede conducirnos a un relativismo destructivo que impida elevarnos más allá de los
caprichos individuales. Pero nada se opone a que distintas "morales", surgidas de distintas
tradiciones, puedan conversar productivamente entre sí –depurando de paso sus
respectivos valores– sin usar como referencia una lista de axiomas escrita en el firmamento.
De hecho podemos mostrar que nunca nos vemos en necesidad de mirar al firmamento
para saber si algo es moral o inmoral. Desde nuestra más tierna infancia actuamos dentro
de un mundo de "deber ser", de valores, en el que aprendemos a desenvolvernos con la
misma soltura con que aprendemos a movernos en el mundo del "ser", de las cosas. Esa
moralidad original está basada en lo que podemos considerar como la naturaleza humana,
es parte de nuestra historia natural, la hemos heredado de nuestro linaje evolutivo.
Los investigadores en las ciencias del cerebro encuentran grandes parecidos entre la
propensión para la moral y la propensión para el habla en el ser humano. En ambos casos
se trata de cosas que solo desarrollamos en contacto con los otros miembros de nuestra
familia y de nuestra comunidad, pero para cuyo fácil aprendizaje tenemos facilidades
extraordinarias durante un período determinado de nuestra infancia. De ahí que un biólogo
amigo mío a quien le conté que estaba preparando un curso de ética para políticos me
comentara: "–Te cogió muy tarde; debiste haber empezado cuando tenían seis años–". ¡La
peor diligencia es la que no se hace!
4. No es difícil ver que en la evolución de nuestra especie a partir de especies que no tenían ni
la capacidad de hablar ni la de respetar conscientemente a sus semejantes, el desarrollo de
estas dos capacidades representó una inmensa ventaja en la lucha por la supervivencia.
Posibilidad de comunicar por símbolos y posibilidad de respetar los contratos o la fidelidad
rendida a un jefe: he aquí los dos fabulosos pilares de la cultura que nos ha convertido en
señores del planeta. Pese a inmensas transgresiones contra la libre comunicación y la
solidaridad entre los hombres, es evidente que en nuestra historia natural de largo plazo los
adelantos culturales de todo tipo han ido aparejados, mal que bien, de una purificación y
una generalización crecientes de los valores morales. Esos adelantos no podrían haberse
dado sin la colección de actitudes éticas –la llamada "vida civilizada"– que los acompañan.
El problema del desarrollo cognoscitivo y moral
No hay vuelta de hoja: nuestra especie es fundamentalmente una especie parlanchina y
moralizadora. El problema, entonces, no es cómo hacer para que los seres humanos hablen
o se hagan morales: el habla y la moral los acompañan desde el comienzo. El problema es
construir sobre estos cimientos originales un edificio cada vez más firme, más elaborado,
más eficaz y de mejores rendimientos para la persona y la sociedad. En una palabra, cómo
hacer para que nuestros balbuceos originales se transformen en mente educada y que
nuestros prejuicios originales (las convicciones heredadas de la familia y el medio) se
transformen en convicciones racionales NOTA 1.
¿Cómo lograr esto? Por supuesto que no lo lograremos con cursos de unos días, antes o
después de unas elecciones. La edificación moral del hombre, como su edificación cultural,
es obra de tiempo completo durante toda la vida humana. Pero en ocasiones especiales,
como ésta que hoy vivimos en que ustedes van a someter sus nombres a los compatriotas,
es justo y necesario que nos reunamos a reflexionar sobre la naturaleza y contenido de los
principios éticos que nos hacen seres humanos dignos de ese nombre.
El método de la concertación
Uno de los mejores medios para desarrollar y purificar nuestra ética es precisamente
exponerla a la interacción con otros sistemas morales. No debemos temer la conversación
moral con personas que piensan distinto de nosotros, considerarla como un riesgo para
nuestras convicciones; antes bien, debemos declararla bienvenida como al crisol que las
convertirá en oro. El método para realizar esa conversación es de gran simplicidad y lo
practican desde siempre muchas personas sabias que no han seguido estudios formales de
ética ni de lógica. Consiste en el viejo método recomendado por nuestras abuelas para
resolver querellas infantiles: ponerse en el lugar del otro.
Con buena voluntad y un poco de paciencia, de la aplicación de este método pueden muy
bien surgir normas morales reconocidas como obligatorias por todas las partes. Lo primero
que debemos hacer es tener la mente abierta y tratar de conocer en detalle la posición de
las otras personas. Descubriremos muy pronto que normas que al principio parecían
extrañas cobran todo su sentido al considerarlas a la luz del sistema global de creencias de
quienes las sustentan. Una vez obtenido suficiente conocimiento del sistema moral ajeno, y
poniéndonos "en su lugar", debemos examinar si las normas son realizables de manera
satisfactoria en un conglomerado social que quisiera vivir conforme a ellas. Para esto
debemos en algún sentido "simular" la vida dentro del sistema en situaciones concretas,
reales o imaginadas. Si el sistema de creencias y normas morales no es viable, más tarde o
más temprano "la jarana saldrá a la cara" en la forma de incongruencias, anomalías o
contradicciones que pidan a gritos que el sistema sea corregido, si es corregible, o
abandonado, si no lo es.
5. Puede muy bien suceder que este análisis mutuo de las distintas posiciones llegue a
iluminar coincidencias de fondo, ocultas solamente por el ropaje del lenguaje. Aunque no
llegaren a ponerse de acuerdo, un ejercicio de este tipo solo puede resultar en un
enriquecimiento y profundización del pensamiento ético de las partes, con indudables
beneficios para su calidad humana. Supone, desde luego, que tengan éxito en superar las
resistencias de orden afectivo que nuestro organismo suele oponer a la ecuanimidad y al
razonamiento. Ello solo puede conseguirse con mucha voluntad, pero sobre todo con una
clara visión de los beneficios comunes que la superación del antagonismo puede reportar a
todos los afectados NOTA 2.
Las cuatro teorías éticas principales
Paso ahora a hacerles una presentación general y resumida de las grandes coordenadas
teóricas en que suele enmarcarse el análisis de los problemas éticos. Estas teorías y
principios son el resultado de muchos años de reflexión de las mejores mentes de la cultura
occidental. Es poco probable que exista un problema moral que no pueda ser enfocado,
aclarado y encaminado hacia su solución por alguna de ellas.
Ante todo, presentaré cuatro teorías muy generales. Aunque diferentes, están muy
relacionadas, de modo que suele presentárselas en una sola matriz, según dos criterios de
clasificación independientes entre sí:
teorías éticas regla acto
Consecuencialismo de la regla Consecuencialismo del acto
Consecuencialismo
Deontologismo de la regla Deontologismo del acto
Deontologismo
Justificación de la ética
El primer criterio de clasificación se refiere a la justificación que se da a la conducta.
Corresponde a dos maneras distintas de contestar a la siguiente pregunta:
¿Cuándo es buena la conducta x?
La primera manera de responder a la pregunta es la siguiente:
La conducta x es buena cuando, hechos las investigaciones correspondientes,
resulta que es la que produce la mayor felicidad para el mayor número de personas.
Esta teoría justifica la conducta con base en las consecuencias que ella tiene. Como esta
teoría tiende a maximizar la utilidad lograda por el conjunto de la sociedad, suele llamársela
utilitarismo. Fue propuesta por el filósofos inglés de los siglos XVIII y XIX Jeremy Bentham,
y defendida de manera brillante por otro británico del siglo XIX, John Stuart Mill. Para fijarla
en nuestra memoria recordemos que estos filósofos insisten en la evaluación de las
consecuencias como criterio para decidir sobre el valor de una acción. Por eso también se
ha llamado a esta clase de teoría consecuencialismo NOTA 3.
No puede negarse que en la mayor parte de los casos esta teoría contribuye a aclarar
cualquier problema ético. La teoría sugiere las siguientes preguntas, todas esclarecedoras:
6. o ¿A quién o quiénes afectará esta acción?
o ¿En qué medida afectará a cada uno?
o ¿Qué efectos favorables y desfavorables tendrá para cada parte?
o ¿Cuál será el balance de bien y mal entre todos los afectados?
Se ha señalado como un defecto esencial de esta teoría la dificultad inherente del cálculo
de consecuencias, que puede ser demasiado complicado e incluso imposible de concluir en
el tiempo de que disponemos para decidir.
Además, en algunos casos la aplicación de esta teoría por sí sola puede llevarnos a
posiciones moralmente inaceptables. Baste como ejemplo considerar la siguiente situación,
que corresponde de cerca a gran cantidad de casos reales que han reportado los periódicos
este mismo año: en un país relativamente aislado conviven una mayoría muy homogénea,
que se encuentra en el poder, y una minoría, también homogénea, de otra cultura. La teoría
utilitarista justificaría el sacrificio de la minoría en favor de la mayoría, de conformidad con el
cálculo de unidades de felicidad, lo que repugna al sentido humanista. Por ejemplo, la
mayoría podría decretar la prohibición del uso del idioma de la minoría o la práctica de su
religión. Así pues, la teoría consecuencialista no puede usarse como la única arma para
decidir nuestros problemas morales.
La segunda manera de contestar a la pregunta "¿cuándo es buena la conducta x?" sería la
siguiente:
o La conducta x es buena si es compatible con el respeto a la persona
humana,
o bien
o la conducta x es buena si no considera a las personas solamente como
medios,
o bien
o la conducta x es buena si puede ser erigida en máxima para todos los
seres humanos.
En el fondo todas estas respuestas son filosóficamente equivalentes: significan que la
conducta en cuestión es generalizable, que yo trato a los demás como yo quisiera que ellos
me trataran a mí, es decir, como fines en sí mismos, como personas dotadas de libertad y
responsabilidad.
Esta teoría ética se denomina deontológica, del griego deontos que significa valor. Fue
expresada en su forma más rigurosa por Emmanuel Kant, filósofo alemán del siglo XVIII. Es
la teoría que probablemente se acerca más a resolver todos los problemas éticos, por ser
básicamente una teoría basada en el respeto a la persona humana. Sin embargo, notemos
que es parte de la teoría la idea de que las consecuencias del acto no tienen ninguna
influencia en su calificación moral, lo cual la mayoría de las personas no estaría dispuesta a
aceptar. Por ejemplo: esconder a una niña judía en un ático durante la persecución nazi
implicó para los propietarios de la casa la necesidad de mentir. La máxima que justificaría la
mentira en casos como este es difícilmente generalizable sin tomar en cuenta las
consecuencias del acto (por ejemplo, la muerte o la supervivencia de la niña). De ahí que
consideremos también a esta teoría como insuficiente.
7. La oposición entre actos y reglas
Hasta ahora hemos clasificado las teorías de acuerdo a la justificación que aducen para la
ética: consideración de consecuencias o respeto a la persona humana. Las dos teorías que
siguen corresponden a una clasificación independiente de la primera y que se sobrepone a
ella en forma cruzada, como podemos verlo en la matriz ilustrativa.
La primera clasificación, como hemos visto, trata de contestar la pregunta "¿Cuándo es
buena la conducta x?". La segunda clasificación trata de contestar la pregunta siguiente:
¿Qué es lo que es bueno o malo, el acto o la regla que lo rige?
Esta pregunta nos deja libres de justificar el acto moral por las consecuencias o por el
sentido de respeto a la persona, pero nos llama a decidir si la justificación se otorga a la
conducta moral concreta o a la regla que la ampara. Por ejemplo, en el caso de la mentira
para salvar a Anna Frank podríamos tomar dos posiciones completamente distintas. Son las
siguientes, correspondientes a dos tipos distintos de teoría ética:
o En el caso de Anna Frank escondida en un ático de Amsterdam en 1944
se justifica mentir al agente de la S.S. para salvar la vida de la niña
o bien
o En los casos en que peligre la vida o la integridad de las personas es
justificado mentir para salvar a la persona de las consecuencias
nocivas correspondientes.
Decimos de la primera clase de teoría que es una teoría del acto (consecuencialista o
deontologista), mientras que de la segunda decimos que es una teoría de la regla
(consecuencialista o deontologista). Lo que está en juego aquí es una cuestión de jerarquía
lógica: ¿la justificación ética debe darse en cada caso de decisión moral concreta, o más
bien se da en abstracto y, por así decirlo, por adelantado a toda la serie de casos que cubre
una regla general?
*
El argumento principal de los defensores de las teorías "de la regla" es de tipo psicológico:
cuando uno debe tomar una decisión está estresado, por las mismas circunstancias que le
plantean el problema. De ahí que no se encuentre en las mejores condiciones para decidir
(probablemente tenderá a la solución que le sea menos dura personalmente). Es entonces
esencial que las reglas morales hayan sido decididas "en frío" y que se apliquen de manera
automática cuando nos enfrentamos al caso concreto, con un mínimo de reflexión.
El solo planteo de este argumento me produce una gran repulsión, por estar basado en una
profunda desconfianza de la persona humana. En general, es frecuente encontrar este tipo
de teoría entre los miembros directivos de organizaciones poderosas (instituciones
religiosas o partidos políticos no democráticos) que suministran las reglas "ya hechas" a sus
fieles para que las apliquen maquinalmente.
El argumento principal de los defensores de las teorías "del acto" toma en cuenta más bien
la forma en que funciona el conocimiento. La persona que está en relación íntima y directa
8. con un problema, es la que se encuentra en las mejores condiciones para resolverlo, dado
su mayor conocimiento de los detalles de la situación. Nadie puede sustituirlo en su función
de responsabilidad, ni siquiera su misma persona ayer o diez años antes, cuando elaboró o
aceptó la regla en una situación muy diferente.
Esta teoría pone en tela de juicio la misma existencia de reglas morales. La ética es algo
distinto de los sistemas jurídicos, cuyas leyes establecidas previamente deben aplicarse
mientras no se hayan derogado o modificado. Se parece mucho más a la ciencia, donde no
hay leyes descubiertas de una vez por todas, sino más bien principios o guías de
investigación que definen el método científico y el estado presente del conocimiento. Es la
aplicación de esos principios lo que permite a la ciencia acercarse cada vez más a la
verdad, refinando sus hipótesis conforme se aplican a más y más casos.
Resumen de las teorías e intento de evaluación
Dado el entrecruce de los dos criterios de clasificación, se producen entonces las siguientes
cuatro distintas teorías:
1. Consecuencialismo de la regla: actos buenos son los que autoriza una regla
justificada por sus consecuencias.
2. Consecuencialismo del acto: actos buenos son los justificados por sus
consecuencias.
3. Deontologismo de la regla: actos buenos son los que autoriza una regla justificada
por el respeto a las personas.
4. Deontologismo del acto: actos buenos son los justificados por el respeto a las
personas.
Estas cuatro doctrinas han sido defendidas con mucho entusiasmo por mentes muy
preclaras. Sin embargo, los especialistas en ética contemporáneos coinciden en preferir la
teoría deontológica del acto entre todas ellas. Estoy de acuerdo. Una moralidad elevada al
nivel racional entra en conflicto con el dogmatismo implícito en el concepto de reglas éticas:
la codificación de la ética puede conducir a su esterilidad práctica o, lo que es peor, a una
manipulación de los "fieles" por una "casta sacerdotal" (o tal vez por una "clase política",
para usar una expresión popular que por todas estas razones desearía ver desaparecer del
léxico costarricense). Codificar la moral puede ser una ayuda solamente en cuanto pone a
la disposición de la población una riqueza de importantes ejemplos. Pero esa función se
cumple mejor con una compilación de casos, sin intención normativa sino solo demostrativa.
Lo esencial es preservar la capacidad de decisión libre y directa de cada persona.
Si aceptamos este razonamiento, quedamos entonces con dos teorías de gran alcance, el
consecuencialismo y el deontologismo, la teoría de las consecuencias y la teoría del respeto
a la persona, pero ambas referidas directamente a los actos, sin pasar por reglas. Los actos
morales se justifican directamente, sea por sus consecuencias, sea por su relación con el
sentido del deber. Creo que estas dos teorías son la cosa más cercana que tenemos a
paradigmas éticos, es decir, a marcos de referencia de gran generalidad donde podemos
enmarcar nuestras discusiones y nuestras decisiones éticas.
Las teorías éticas consideradas como paradigmas
En otra parte he expuesto una teoría sobre la complementareidad de paradigmas en las
ciencias naturales y sociales. En cualquiera de esos grupos de ciencia, se dan doctrinas de
gran generalidad que sin embargo no logran explicar todos los hechos del campo
correspondiente. Para explicarlos todos se necesita combinar dos teorías o paradigmas
complementarios ( GUTIÉRREZ 68). Creo que este concepto de complementareidad es
9. fácilmente extendible a las teorías éticas. También aquí se dan insuficiencias importantes
en los dos paradigmas dominantes: el menosprecio de los derechos de las minorías, en el
paradigma de las consecuencias; necesidad de entregar a una persona perseguida por
decir la verdad, en el caso del paradigma del respeto. Pero como esos defectos ocurren en
relación con situaciones distintas, los paradigmas pueden ser útiles si los usamos ambos y
dejamos que corrijan mutuamente sus deficiencias.
Los principios éticos
Debemos advertir que el hecho de haber rechazado las dos "teorías de la regla" como
marcos adecuados para la ética, no nos priva de la posibilidad de disponer de una gran
cantidad de principios éticos, fruto de la experiencia y de la reflexión, que facilitan
enormemente la toma de decisiones morales. Existe una distinción esencial entre la regla y
el principio: la regla es inmutable, se aplica sin excepciones, y no se enriquece con sus
sucesivas aplicaciones. El principio en cambio es fruto de la evolución cultural, toma en
cuenta los casos particulares, y se enriquece con cada aplicación a materiales nuevos.
Los principios son una especie de resúmenes de vivencias y crisis personales de mucha
gente a lo largo de mucho tiempo y en muy variados ambientes. Su aplicación inteligente y
mesurada nos puede ahorrar mucho esfuerzo y tensión a la hora de tomar decisiones. No
quisiera terminar esta lección introductoria sin mencionar algunos de los más generales de
esos principios. Voy a permitirme identificarlos con el nombre de algún autor en cuya obra
figuran de manera conspicua. Son los siguientes:
Principio de Moore: Pluralidad de los bienes
No existe un solo bien que el ser humano persiga en el mundo sino muchos
Comentario: Para el filósofo británico G.E. Moore, los principales bienes que atraen a los
hombres son: la compañía humana, la actividad interesante, y la contemplación de objetos
bellos. Pero el principio es independiente de esa lista. Lo esencial es que lo que constituye
la felicidad es múltiple y no único. Muchas decisiones morales pueden aclararse tratando de
determinar cuál es el interés predominante de cada una de las personas que participan en
la situación, y por qué medios podemos asegurarle el disfrute de ese bien.
Principio de Knight: Complejidad de los actos
En todo acto intervienen muchos valores en relaciones complejas; todo acto contiene
(produce) bien y mal; el valor de los componentes permanece incólume en el valor de
conjunto.
Comentario: Este principio del filósofo de Chicago Frank Knight nos advierte que toda
decisión moral crea conflicto, porque lo que era bueno sigue siendo bueno, y lo que era
malo sigue siendo malo después de la decisión. Dicho de otra manera: toda decisión moral
implica sacrificio de algo (el bien que no se puede obtener pero que sigue siendo bueno o el
mal que se tiene que sufrir porque la acción ética no lo convierte en bien). El conflicto es
esencial a la decisión moral y las renuncias que se operan se justifican por el bien global
que se obtiene pero no hacen menos sensible la pérdida de los bienes renunciados. Este
principio de la complejidad de los actos morales está muy relacionado con el anterior, de la
pluralidad de los bienes: el conflicto ocurre porque deseamos muchos bienes y no siempre
son compatibles entre sí.
10. Principio de Perry: Doble efecto
Toda acción produce un bien y algún mal; debemos buscar maximizar ese bien y minimizar
ese mal, pero este último nunca puede eliminarse del todo.
Comentario: Este principio del deontólogo Charner Perry (mi director de tesis doctoral)
puede considerarse como un corolario de los dos anteriores. En alguna medida estaba ya
presente en la filosofía escolástica de la Edad Media y es invocado todavía hoy por los
moralistas católicos para justificar, por ejemplo, que se prefiera salvar la vida de una madre
en un parto difícil a pesar de que el feto muera (o viceversa, según las circunstancias); pues
la acción del médico busca el efecto bueno, aunque inevitablemente se produzca también el
efecto malo.
Principio de Popper: Minimización de la infelicidad
La acción política (como acción moral que es) debe buscar reducir la infelicidad del mayor
número de miembros de la sociedad, más que producir su felicidad.
Comentario: Este principio nos interesa especialmente, en la medida en que podemos verlo
como la base de toda ética política. Se deduce de los principios anteriores y de la tesis
general del respeto a las personas. Además, y en cierto sentido, concilia el paradigma del
respeto con el de las consecuencias, como lo paso a explicar. Su rechazo a la idea de
tomar como norte de la política la felicidad del mayor número se inspira en el paradigma del
respeto: ¿cómo podríamos buscar la felicidad general sin sustituir a las personas en la
definición de lo que ellas mismas consideran como felicidad? Esto equivaldría a imponerles
–violando su libertad– la búsqueda de ciertos bienes. Pero siempre podemos evitarles daño,
reducir su infelicidad, tratando de remover todo aquello que ponga en peligro su integridad
personal, su libertad, o su propiedad. Así, aunque basado en el paradigma del respeto (por
abstenerse de imponer un tipo de felicidad a la gente) también aplica el paradigma de las
consecuencias (al definir como fin de la política la reducción de la infelicidad general).
Finalmente, valga decir que el principio es supremamente realista en el estado actual del
mundo, tan lleno de males que debiéramos tratar de eliminar, antes de pensar en distribuir
una supuesta felicidad, a saber, la que sea del gusto particular de los gobernantes de turno.
Ite, missa est
En un país de cuyo nombre no acierto a acordarme, un rey ilustre decidió, al morir, repartir
su reino entre sus dos hijos gemelos. Uno de ellos concibió grandes proyectos para hacer
felices a sus súbditos. Contrató excelentes cocineros franceses y abrió el patio de su castillo
una vez por semana para ofrecer a sus súbditos una porción equitativa del postre real.
Mandó a traer de todas partes a sus poetas favoritos y a habilísimos juglares que ejecutaron
sus actos en las plazas de los pueblos del reino, ribeteadas como habitualmente de toda
clase de excrementos. El otro príncipe decidió en cambio contratar a un ingeniero italiano
que había inventado recientemente un sistema de tuberías para librar las calles de la ciudad
de desechos orgánicos. Un tiempo más tarde vino la peste y redujo a la mitad la población
del primer reino, haciendo de paso desaparecer todos sus cocineros, juglares y trovadores.
En el reino vecino, en cambio, cada uno de los habitantes pudo continuar trabajando sin
algarabía por la obtención silenciosa de sus propias satisfacciones. Esta parábola no es una
fábula: en lo esencial, sucedió realmente en Altona el siglo pasado. Y, con variantes de
circunstancias, ha ocurrido de nuevo en los últimos diez años con muchos reinos gemelos
cuyos nombres ya recoge la historia.
Deseo a cada uno de los que de ustedes llegue tener un cetro en sus manos en los
próximos meses, que al dejar su sitial dentro de unos años, pueda decir con orgullo: