Alfonso VIII dirige un discurso a sus tropas antes de la batalla para defender su fe y libertad de los sarracenos. Les dice que luchan por sus hijos y futuros descendientes, para que no tengan que vivir bajo el dominio musulmán. También luchan por otros cristianos en otras tierras amenazadas. Les asegura que Dios los guiará a la victoria sin temor. Cuando sus hijos les pregunten por qué lucharon, deben responder que lo hicieron para defender su fe, costumbres y libertad del invasor sarraceno.