Roma construyó calzadas romanas para facilitar la comunicación y el control dentro del imperio. Estas calzadas se construyeron con varias capas de firme y pavimento de losa y tenían una anchura de seis metros. Junto con las rutas marítimas, las calzadas romanas alcanzaron su máxima extensión bajo los emperadores de los siglos I y II, incluyendo la Vía Augusta de unos 1,500 kilómetros que recorría Hispania desde los Pirineos hasta Cádiz.