Pero resulta que la respuesta acertada suele estar justamente ahí, en esa difuminada sensación de incertidumbre, amparada por una sólida convicción de SER, en un mundo donde se puede estar presente en lo que trae cada día.
Tomar Decisiones... Entre la Incertidumbre y la Asertividad
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Tomar Decisiones… Entre la Incertidumbre y
la Asertividad
¿Voy a la montaña o a la playa? ¿Tomo el trabajo donde soy feliz pero cobro poco dinero, o acepto el
que no me gusta pero me soluciona la vida? ¿Me implico emocionalmente con esta persona o sigo
libre para conocer a otras? ¿Me pongo el vestido rojo o mejor los vaqueros para la cena de esta
noche? ¿Como carne o pescado? ¿Le llamo para salir o espero que me llame el/ella?
En cada momento de nuestra vida aparecen situaciones por resolver. Elecciones simples y
cotidianas o complejos entresijos que definen algo más que un momento puntual. Muchas
veces, más de las que creemos, tomamos decisiones y esto parece algo simple, incluso
automático. Sin embargo, hay personas que no lo ven tan fácil y hay situaciones en la vida de
todos/as, en que elegir una vía o la otra resulta una verdadera pesadilla.
Sentir que decidimos nos da, o debería darnos, una sensación de control sobre nuestras
vidas. Se dice que una persona es “asertiva” cuando es capaz de tomar acciones oportunas y
adecuadas ante diferentes situaciones. Cuando esto no sucede, lo que queda es un fondo de
frustración o de arrepentimiento recurrente porque, cuando cuesta elegir, también es
frecuente que la decisión que se tomó con tanta dificultad luego se ponga en entredicho
pensando, cuando se fue a la playa, que hubiera sido mejor ir a la montaña o, cuando se puso
el vestido rojo, que eran más adecuados los vaqueros y viceversa.
¿Qué supone tomar una decisión?
Si lo vemos bien, cuando tomamos una decisión se pone en juego algo más que un vestido
rojo. Por una parte, supone un compromiso y esta disposición, en nuestros días, escasea de
manera abrumadora. El compromiso implica acarrear con las consecuencias, lo cual suena
genial cuando las cosas salen bien, pero en las horas bajas resulta algo más difícil de asumir.
Por otra, supone una pérdida. Se pierde la posibilidad de lo que no se eligió, de lo que se dejó
ir por preferir otra cosa. Entonces, para lograr una adecuada capacidad de decisión hay que
tener un grado de madurez suficiente para tolerar la pérdida de algo en función de un mayor
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bienestar. Se entenderá que no todo el mundo ve con buenos ojos perder algo para ganar
algo más, en un sistema que incita a acapararlo todo para dejarlo en cualquier momento por
otra cosa aparentemente mejor o más nueva, llámese esta “cosa” coche, móvil, trabajo, amigo
o amante.
El miedo a equivocarse es el peor verdugo en esta situación y suele ser el primero que pone
el freno a la hora de tener que decidir. Este puede ser reflejo de un estado crónico o de un
momento puntual, en el que participan otros factores como el estrés, los estados depresivos,
los tiempos de duelo, los cambios de vida (inmigración, mudanzas, cambios evolutivos) o las
crisis sociales y económicas, entre otros.
Hay diferentes formas de responder frente al miedo de que las cosas no salgan bien. Una de
ellas es depender excesivamente del exterior, pidiendo opiniones permanentemente a los
demás o haciendo uso de videntes y astrólogos con la ilusión de adelantarse a las
consecuencias. Otra forma es poner a trabajar la mente sin parar, haciendo y deshaciendo
posibilidades, imaginando resultados, calculando consecuencias, hasta bloquear cualquier
asomo de elección por la saturación que resulta cuando lo único que participa en el proceso
es la cabeza. Y otra, muy usual, es simplemente no decidir y delegar al azar, al destino, a Dios
o al Estado una elección que no se toma, dando así cabida al victimismo cuando no se da el
milagro.
Es verdad que en ocasiones no decidir es, más que un problema, un derecho. También que
pedir opinión a un amigo puede resultar la acción más sensata, en algún momento. Y hasta
ahora no está prohibido echarse una tirada de cartas para ver qué dicen los astros. La
dificultad radica en la motivación y en la intensidad del uso de estos recursos que, cuando
ocupan el lugar del libre albedrío, más que ayudas se convierten en verdaderos carceleros.
Existen infinitas técnicas de autoayuda para la toma de decisiones. Desde 10 o 100 pasos a
seguir, hasta diversas estrategias de control mental. En el mundo empresarial está siendo un
boom dirigido a la productividad y hay gran variedad de propuestas para erradicar la duda o la
incertidumbre que, supongo, hace perder tiempo y, por lo tanto, dinero. La eficacia de estas
técnicas dependerá de muchos factores en los que no me voy a detener. Pero me llama la
atención que pocos de estos recursos, si es que hay alguno, contemplan el análisis personal
para ayudar a comprender qué es lo que bloquea la capacidad asertiva y mucho menos
contempla el contacto con las sensaciones, con las propias necesidades, con los miedos y con
los condicionantes históricos que han impedido un completo desarrollo personal, hasta llegar
al punto de obstruir la capacidad de tomar decisiones creativas, libres y conscientes, que
permitan a su vez asumir los riesgos y las consecuencias. Como se entenderá, esto tarda algo
más de 4 horas de taller o un fin de semana de entrenamiento.
Con frecuencia cometemos el error de apuntar al síntoma directamente, con la falsa
expectativa de que así se resolverá cualquier dolencia de manera definitiva. Ante un dolor de
cabeza, aspirina. Ante un ataque de sueño, café. Ante una depresión, antidepresivos. Ante un
fracaso, día de compras. Ante un bajón económico puntual, préstamo. Ante una duda,
solución inmediata. Así como tendemos a respirar de manera incompleta y superficial,
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renunciamos a la experiencia de ir más allá, entrando en el vacío, en el contacto con
nosotros/as mismos/as, en lo incompleto, en la incerteza.
Pero resulta que la respuesta acertada suele estar justamente ahí, en esa difuminada
sensación de incertidumbre, amparada por una sólida convicción de SER, en un mundo donde
se puede estar presente en lo que trae cada día.
La incapacidad para tomar decisiones no tiene que ser, necesariamente, una enfermedad en
sí misma. Pero si esto sucede de manera reiterada y no está relacionada con ningún
acontecimiento puntual, vale la pena plantearse qué es lo que está reflejando esta dificultad
para transformar lo que sea necesario pero, sobre todo, para encontrar el retorno a la
funcionalidad natural del cuerpo-mente, que supone equilibrio, flexibilidad y adecuada
interrelación entre el YO y el mundo en el que se está inmerso.
María Clara Ruiz