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3. Libres del mal

Pecado,                                                      conversión,
confesión
El error es una constante en la vida de cada uno, y desde demasiado pronto. A veces errores cometidos de
forma bienintencionada, y otros con verdadera consciencia del mal elegido. Uno de los problemas de este
mal realizado es que no solo tiene consecuencias fuera de quien lo realiza, sino también dentro de él. Este
‘hedor’ acompaña al hombre como un peso que no resulta cómodo ni agradable.
Cristo vino a liberarnos del mal libremente cometido, a liberarnos a cada uno todas las veces que lo
necesitásemos. Y además nuestro arrepentimiento y su acción nos va haciendo, poco a poco, hombres
nuevos.
Una buena tabla de gimnasia para el cristiano es la perdonar y pedir perdón. Así pasamos la vida, así
borramos el mal del mundo y de nosotros mismos, así generamos alegría y paz.
1.3 Pecado es autodestrucción del hombre .................................................................................................................................................... 3
   1.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 3
2.3 Convertirse es sano .................................................................................................................................................................................. 3
   2.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 3
   2.3.b .................................................................................................................................................................................................................... 3
3.3 El misterioso y poderoso perdón .............................................................................................................................................................. 3
   3.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 3
4.3 Es el mismo Cristo quien nos lava ............................................................................................................................................................. 4
   4.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 4
   4.3.b .................................................................................................................................................................................................................... 4
   4.3.c ..................................................................................................................................................................................................................... 4
5.3 El poder de la Iglesia ................................................................................................................................................................................. 4
   5.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 4
6.3 La confesión ............................................................................................................................................................................................. 4
   6.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 4
7.3 Estar o no en gracia de Dios… es distinto .................................................................................................................................................. 5
   7.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 5
8.3 Después de confesarse ............................................................................................................................................................................. 5
   8.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 5
   8.3.b .................................................................................................................................................................................................................... 5




                                                                                                               2
1.3 Pecado es autodestrucción del hombre
"Vosotros estáis limpios, pero no todos", dice el Señor (Jn 13, 10). En esta frase se revela el gran don de la purificación que él nos hace, porque
desea estar a la mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro alimento. "Pero no todos": existe el misterio oscuro del rechazo,
que con la historia de Judas se hace presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don
de sí mismo. El amor del Señor no tiene límites, pero el hombre puede ponerle un límite. "Vosotros estáis limpios, pero no todos": ¿Qué es lo
que hace impuro al hombre? Es el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es la soberbia que cree que no necesita purificación,
que se cierra a la bondad salvadora de Dios.
 Es la soberbia que no quiere confesar y reconocer que necesitamos purificación. En Judas vemos con mayor claridad aún la naturaleza de este
rechazo. Juzga a Jesús según las categorías del poder y del éxito: para él sólo cuentan el poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro: para él
el dinero es más importante que la comunión con Jesús, más importante que Dios y su amor. Así se transforma también en un mentiroso, que
hace doble juego y rompe con la verdad; uno que vive en la mentira y así pierde el sentido de la verdad suprema, de Dios. De este modo se
endurece, se hace incapaz de conversión, del confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida. "Vosotros estáis limpios, pero no todos". El
Señor hoy nos pone en guardia frente a la autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado. Nos invita a imitar su humildad, a tratar de
vivirla, a dejarnos "contagiar" por ella. Nos invita -por más perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y a permitir a su bondad
purificadora que nos levante y nos haga entrar en la comunión de la mesa con él, con Dios mismo.

                                                                                            Basílica de San Juan de Letrán jueves santo 13 de abril
                                                                                                                                             1.3.a
2.3 Convertirse es sano
En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el obispo o el sacerdote, después de la homilía, exhortara a los creyentes exclamando:
«Conversi ad Dominum», «Volveos ahora hacia el Señor». Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el este, en la dirección por donde
sale el sol como signo de Cristo que vuelve, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era
posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se
trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios vivo, hacia la luz
verdadera.
Además, se hacía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: «Sursum corda», «Levantemos el
corazón», fuera de la maraña de nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción. Levantad vuestro
corazón, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro bautismo. Conversi ad Dominum:
siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y nuestras obras.
Siempre tenemos que dirigirnos a él, que es el camino, la verdad y la vida. Siempre hemos de ser «convertidos», dirigir toda la vida a Dios. Y
siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente
hacia lo alto: hacia la verdad y el amor.
En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos sacramentos nos indica el itinerario correcto y
atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz,
llenos del fuego de tu amor. Amén
                                                                                         Basílica de San Pedro Sábado Santo 22 de marzo de 2008
                                                                                                                                              2.3.a

Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvernos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al
contemplarlo, deben sentirse impulsados por él al necesario "dolor de los pecados" que los vuelva a conducir al Padre, esto vale aún más para
los ministros sagrados. A este respecto, ¿cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores,
sobre todo de aquellos que se convierten en "ladrones de las ovejas" (cf. Jn 10, 1 ss), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya
sea porque las atan con lazos de pecado y de muerte? También se dirige a nosotros, queridos sacerdotes, el llamamiento a la conversión y a
recurrir a la Misericordia divina; asimismo, debemos dirigir con humildad una súplica apremiante e incesante al Corazón de Jesús para que nos
preserve del terrible peligro de dañar a aquellos a quienes debemos salvar.
                                                                                                  Basílica de San Pedro viernes 19 de junio de 2009
                                                                                                                                               2.3.b
3.3 El misterioso y poderoso perdón
Sólo el amor de Dios puede cambiar desde dentro la existencia del hombre y, en consecuencia, de toda sociedad, porque sólo su amor infinito
lo libra del pecado, que es la raíz de todo mal. Si es verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es, sobre todo, amor: si odia el pecado,
es porque ama infinitamente a toda persona humana. Nos ama a cada uno de nosotros, y su fidelidad es tan profunda que no se desanima ni
siquiera ante nuestro rechazo. Hoy, en particular, Jesús nos invita a la conversión interior: nos explica por qué perdona, y nos enseña a hacer
que el perdón recibido y dado a los hermanos sea el “pan nuestro de cada día”.
                                                                                                                    Domingo 25 de marzo de 2007
                                                                                                                                               3.3.a




                                                                         3
4.3 Es el mismo Cristo quien nos lava
El hombre mismo, creado por el amor eterno, no es algo pequeño, sino que es grande y digno de su amor. La santidad de Dios no es sólo un
poder incandescente, ante el cual debemos alejarnos aterrorizados; es poder de amor y, por esto, es poder purificador y sanador. Dios
desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta
manifiesto lo que significa redención.
El baño con que nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de nuestra
impureza y nos eleva a la altura de Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a nosotros, desde lo más profundo
de su sufrimiento y de su muerte.
Él es continuamente este amor que nos lava. En los sacramentos de la purificación -el Bautismo y la Penitencia- él está continuamente
arrodillado ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el servicio de la purificación; nos hace capaces de Dios. Su amor es
inagotable; llega realmente hasta el extremo.
                                                                                        Basílica de San Juan de Letrán jueves santo 13 de abril
                                                                                                                                         4.3.a

Jesús se despoja de las vestiduras de su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y
así los capacita para acceder al banquete divino al que los invita.
En lugar de las purificaciones cultuales y externas, que purifican al hombre ritualmente, pero dejándolo tal como está, se realiza un baño
nuevo: Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os
he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las
acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora. Día tras día nos cubrimos de
muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de sabiduría reducida y alterada; una múltiple semi-falsedad o falsedad abierta se
infiltra continuamente en nuestro interior. Todo ello ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad y para
el bien.
Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El
evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en el
banquete con Dios y con los hermanos. Pero, después del golpe de la lanza del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino también
sangre (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6. 8).
                                                                               Basílica de San Juan de Letrán jueves Santo 20 de marzo de 2008
                                                                                                                                            4.3.b

Cuando yo era niño me decía: pero algo que se lava en la sangre no queda blanco como la luz. La respuesta es: la “sangre del Cordero” es el
amor de Cristo crucificado. Este amor es lo que blanquea nuestros vestidos sucios, lo que hace veraz e ilumina nuestra alma obscurecida; lo
que, a pesar de todas nuestras tinieblas, nos transforma a nosotros mismos en “luz en el Señor”. Al revestirnos del alba deberíamos recordar:
él sufrió también por mí; y sólo porque su amor es más grande que todos mis pecados, puedo representarlo y ser testigo de su luz.
                                                                                             Basílica Vaticana Jueves Santo 5 de abril de 2007
                                                                                                                                          4.3.c
5.3 El poder de la Iglesia
Por último está el poder del perdón. El sacramento de la penitencia es uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se
realiza la verdadera renovación del mundo. Nada puede mejorar en el mundo, si no se supera el mal. Y el mal sólo puede superarse con el
perdón. Ciertamente, debe ser un perdón eficaz. Pero este perdón sólo puede dárnoslo el Señor. Un perdón que no aleja el mal sólo con
palabras, sino que realmente lo destruye. Esto sólo puede suceder con el sufrimiento, y sucedió realmente con el amor sufriente de Cristo, del
que recibimos el poder del perdón.
                                                                                     Domingo 15 de mayo de 2005Solemnidad de Pentecostés
                                                                                                                                          5.3.a
6.3 La confesión
De modo aún más evidente, el Espíritu descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés como ráfaga de viento impetuoso y en forma de
lenguas de fuego. También esta tarde el Espíritu vendrá a nuestro corazón, para perdonarnos los pecados y renovarnos interiormente,
revistiéndonos de una fuerza que también a nosotros, como a los Apóstoles, nos dará la audacia necesaria para anunciar que «Cristo murió y
resucitó».
Así pues, queridos amigos, preparémonos con un sincero examen de conciencia para presentarnos a aquellos a quienes Cristo ha
encomendado el ministerio de la reconciliación. Con corazón contrito confesemos nuestros pecados, proponiéndonos seriamente no volverlos
a cometer y, sobre todo, seguir siempre el camino de la conversión. Así experimentaremos la auténtica alegría: la que deriva de la misericordia
de Dios, se derrama en nuestro corazón y nos reconcilia con él.
                                                                                                                   Jueves 13 de marzo de 2008
                                                                                                                                          6.3.a




                                                                       4
7.3 Estar o no en gracia de Dios… es distinto
Cuando era arzobispo de Munich-Freising, en una meditación sobre Pentecostés me inspiré en una película titulada Metempsicosis
(Seelenwanderung) para explicar la acción del Espíritu Santo en un alma. Esa película narra la historia de dos pobres hombres que, por su
bondad, no lograban triunfar en la vida. Un día, a uno de ellos se le ocurrió que, no teniendo otra cosa que vender, podía vender su alma. Se la
compraron muy barata y la pusieron en una caja. Desde ese momento, con gran sorpresa suya, todo cambió en su vida. Logró un rápido
ascenso, se hizo cada vez más rico, obtuvo grandes honores y, antes de su muerte, llegó a ser cónsul, con abundante dinero y bienes. Desde
que se liberó de su alma ya no tuvo consideraciones ni humanidad. Actuó sin escrúpulos, preocupándose únicamente del lucro y del éxito.
Para él el hombre ya no contaba nada. Él mismo ya no tenía alma. La película —concluí— demuestra de modo impresionante cómo detrás de
la fachada del éxito se esconde a menudo una existencia vacía
Aparentemente ese hombre no perdió nada, pero le faltaba el alma y así le faltaba todo. Es obvio —proseguí en esa meditación— que
propiamente hablando el ser humano no puede desprenderse de su alma, dado que es ella la que lo convierte en persona. En cualquier caso,
sigue siendo persona humana. Sin embargo, tiene la espantosa posibilidad de ser inhumano, de ser persona que vende y al mismo tiempo
pierde su propia humanidad. La distancia entre una persona humana y un ser inhumano es inmensa, pero no se puede demostrar; es algo
realmente esencial, pero aparentemente no tiene importancia (cf. Suchen, was droben ist. Meditationem das Jahr hindurch, LEV, 1985).
También el Espíritu Santo, que está en el origen de la creación y que gracias al misterio de la Pascua descendió abundantemente sobre María y
los Apóstoles en el día de Pentecostés, no se manifiesta de forma evidente a los ojos externos. No se puede ver ni demostrar si penetra, o no
penetra, en la persona; pero eso cambia y renueva toda la perspectiva de la existencia humana. El Espíritu Santo no cambia las situaciones
exteriores de la vida, sino las interiores. En la tarde de Pascua, Jesús, al aparecerse a los discípulos, «sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu
Santo"» (Jn 20, 22).
                                                                                                                          Jueves 13 de marzo de 2008
                                                                                                                                                   7.3.a
8.3 Después de confesarse
Jesús vino para decirnos que quiere que todos vayamos al paraíso, y que el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es
eterno para los que cierran el corazón a su amor. Por tanto… comprendemos que nuestro verdadero enemigo es el apego al pecado, que
puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia. Jesús despide a la mujer adúltera con esta consigna: “Vete, y en adelante no peques más”. Le
concede el perdón, para que “en adelante” no peque más. En un episodio análogo, el de la pecadora arrepentida, que encontramos en el
evangelio de san Lucas (cf. Lc.7, 36- 50), acoge y dice “vete en paz” a una mujer que se había arrepentido. Aquí, en cambio, la adúltera recibe
simplemente el perdón de modo incondicional. En ambos casos —el de la pecadora arrepentida y el de la adúltera— el mensaje es único. En
un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve
que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y “no pecar más”, para
dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. De este modo, la actitud de Jesús se transforma en un modelo a
seguir por toda comunidad, llamada a hacer del amor y del perdón el corazón palpitante de su vida.
                                                                                                                       Domingo 25 de marzo de 2007
                                                                                                                                                   8.3.a

La deuda que el Señor nos ha condonado, siempre es infinitamente más grande que todas las deudas que los demás puedan tener con
respecto a nosotros (cf. Mt 18, 21-35). El Jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en
un envenenamiento del alma. Nos exhorta a purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos mutuamente de corazón, lavándonos
los pies los unos a los otros, para poder así participar juntos en el banquete de Dios.
                                                                                 Basílica de San Juan de Letrán jueves Santo 20 de marzo de 2008
                                                                                                                                            8.3.b




                                                                           5

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3. Libres del mal. pecado, conversión, confesión

  • 1. 3. Libres del mal Pecado, conversión, confesión El error es una constante en la vida de cada uno, y desde demasiado pronto. A veces errores cometidos de forma bienintencionada, y otros con verdadera consciencia del mal elegido. Uno de los problemas de este mal realizado es que no solo tiene consecuencias fuera de quien lo realiza, sino también dentro de él. Este ‘hedor’ acompaña al hombre como un peso que no resulta cómodo ni agradable. Cristo vino a liberarnos del mal libremente cometido, a liberarnos a cada uno todas las veces que lo necesitásemos. Y además nuestro arrepentimiento y su acción nos va haciendo, poco a poco, hombres nuevos. Una buena tabla de gimnasia para el cristiano es la perdonar y pedir perdón. Así pasamos la vida, así borramos el mal del mundo y de nosotros mismos, así generamos alegría y paz.
  • 2. 1.3 Pecado es autodestrucción del hombre .................................................................................................................................................... 3 1.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 3 2.3 Convertirse es sano .................................................................................................................................................................................. 3 2.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 3 2.3.b .................................................................................................................................................................................................................... 3 3.3 El misterioso y poderoso perdón .............................................................................................................................................................. 3 3.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 3 4.3 Es el mismo Cristo quien nos lava ............................................................................................................................................................. 4 4.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 4 4.3.b .................................................................................................................................................................................................................... 4 4.3.c ..................................................................................................................................................................................................................... 4 5.3 El poder de la Iglesia ................................................................................................................................................................................. 4 5.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 4 6.3 La confesión ............................................................................................................................................................................................. 4 6.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 4 7.3 Estar o no en gracia de Dios… es distinto .................................................................................................................................................. 5 7.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 5 8.3 Después de confesarse ............................................................................................................................................................................. 5 8.3.a..................................................................................................................................................................................................................... 5 8.3.b .................................................................................................................................................................................................................... 5 2
  • 3. 1.3 Pecado es autodestrucción del hombre "Vosotros estáis limpios, pero no todos", dice el Señor (Jn 13, 10). En esta frase se revela el gran don de la purificación que él nos hace, porque desea estar a la mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro alimento. "Pero no todos": existe el misterio oscuro del rechazo, que con la historia de Judas se hace presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don de sí mismo. El amor del Señor no tiene límites, pero el hombre puede ponerle un límite. "Vosotros estáis limpios, pero no todos": ¿Qué es lo que hace impuro al hombre? Es el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es la soberbia que cree que no necesita purificación, que se cierra a la bondad salvadora de Dios. Es la soberbia que no quiere confesar y reconocer que necesitamos purificación. En Judas vemos con mayor claridad aún la naturaleza de este rechazo. Juzga a Jesús según las categorías del poder y del éxito: para él sólo cuentan el poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro: para él el dinero es más importante que la comunión con Jesús, más importante que Dios y su amor. Así se transforma también en un mentiroso, que hace doble juego y rompe con la verdad; uno que vive en la mentira y así pierde el sentido de la verdad suprema, de Dios. De este modo se endurece, se hace incapaz de conversión, del confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida. "Vosotros estáis limpios, pero no todos". El Señor hoy nos pone en guardia frente a la autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado. Nos invita a imitar su humildad, a tratar de vivirla, a dejarnos "contagiar" por ella. Nos invita -por más perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y a permitir a su bondad purificadora que nos levante y nos haga entrar en la comunión de la mesa con él, con Dios mismo. Basílica de San Juan de Letrán jueves santo 13 de abril 1.3.a 2.3 Convertirse es sano En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el obispo o el sacerdote, después de la homilía, exhortara a los creyentes exclamando: «Conversi ad Dominum», «Volveos ahora hacia el Señor». Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el este, en la dirección por donde sale el sol como signo de Cristo que vuelve, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios vivo, hacia la luz verdadera. Además, se hacía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: «Sursum corda», «Levantemos el corazón», fuera de la maraña de nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción. Levantad vuestro corazón, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro bautismo. Conversi ad Dominum: siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y nuestras obras. Siempre tenemos que dirigirnos a él, que es el camino, la verdad y la vida. Siempre hemos de ser «convertidos», dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: hacia la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos sacramentos nos indica el itinerario correcto y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, llenos del fuego de tu amor. Amén Basílica de San Pedro Sábado Santo 22 de marzo de 2008 2.3.a Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvernos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al contemplarlo, deben sentirse impulsados por él al necesario "dolor de los pecados" que los vuelva a conducir al Padre, esto vale aún más para los ministros sagrados. A este respecto, ¿cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en "ladrones de las ovejas" (cf. Jn 10, 1 ss), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con lazos de pecado y de muerte? También se dirige a nosotros, queridos sacerdotes, el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia divina; asimismo, debemos dirigir con humildad una súplica apremiante e incesante al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible peligro de dañar a aquellos a quienes debemos salvar. Basílica de San Pedro viernes 19 de junio de 2009 2.3.b 3.3 El misterioso y poderoso perdón Sólo el amor de Dios puede cambiar desde dentro la existencia del hombre y, en consecuencia, de toda sociedad, porque sólo su amor infinito lo libra del pecado, que es la raíz de todo mal. Si es verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es, sobre todo, amor: si odia el pecado, es porque ama infinitamente a toda persona humana. Nos ama a cada uno de nosotros, y su fidelidad es tan profunda que no se desanima ni siquiera ante nuestro rechazo. Hoy, en particular, Jesús nos invita a la conversión interior: nos explica por qué perdona, y nos enseña a hacer que el perdón recibido y dado a los hermanos sea el “pan nuestro de cada día”. Domingo 25 de marzo de 2007 3.3.a 3
  • 4. 4.3 Es el mismo Cristo quien nos lava El hombre mismo, creado por el amor eterno, no es algo pequeño, sino que es grande y digno de su amor. La santidad de Dios no es sólo un poder incandescente, ante el cual debemos alejarnos aterrorizados; es poder de amor y, por esto, es poder purificador y sanador. Dios desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta manifiesto lo que significa redención. El baño con que nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de nuestra impureza y nos eleva a la altura de Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a nosotros, desde lo más profundo de su sufrimiento y de su muerte. Él es continuamente este amor que nos lava. En los sacramentos de la purificación -el Bautismo y la Penitencia- él está continuamente arrodillado ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el servicio de la purificación; nos hace capaces de Dios. Su amor es inagotable; llega realmente hasta el extremo. Basílica de San Juan de Letrán jueves santo 13 de abril 4.3.a Jesús se despoja de las vestiduras de su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y así los capacita para acceder al banquete divino al que los invita. En lugar de las purificaciones cultuales y externas, que purifican al hombre ritualmente, pero dejándolo tal como está, se realiza un baño nuevo: Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora. Día tras día nos cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de sabiduría reducida y alterada; una múltiple semi-falsedad o falsedad abierta se infiltra continuamente en nuestro interior. Todo ello ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad y para el bien. Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en el banquete con Dios y con los hermanos. Pero, después del golpe de la lanza del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino también sangre (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6. 8). Basílica de San Juan de Letrán jueves Santo 20 de marzo de 2008 4.3.b Cuando yo era niño me decía: pero algo que se lava en la sangre no queda blanco como la luz. La respuesta es: la “sangre del Cordero” es el amor de Cristo crucificado. Este amor es lo que blanquea nuestros vestidos sucios, lo que hace veraz e ilumina nuestra alma obscurecida; lo que, a pesar de todas nuestras tinieblas, nos transforma a nosotros mismos en “luz en el Señor”. Al revestirnos del alba deberíamos recordar: él sufrió también por mí; y sólo porque su amor es más grande que todos mis pecados, puedo representarlo y ser testigo de su luz. Basílica Vaticana Jueves Santo 5 de abril de 2007 4.3.c 5.3 El poder de la Iglesia Por último está el poder del perdón. El sacramento de la penitencia es uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo. Nada puede mejorar en el mundo, si no se supera el mal. Y el mal sólo puede superarse con el perdón. Ciertamente, debe ser un perdón eficaz. Pero este perdón sólo puede dárnoslo el Señor. Un perdón que no aleja el mal sólo con palabras, sino que realmente lo destruye. Esto sólo puede suceder con el sufrimiento, y sucedió realmente con el amor sufriente de Cristo, del que recibimos el poder del perdón. Domingo 15 de mayo de 2005Solemnidad de Pentecostés 5.3.a 6.3 La confesión De modo aún más evidente, el Espíritu descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés como ráfaga de viento impetuoso y en forma de lenguas de fuego. También esta tarde el Espíritu vendrá a nuestro corazón, para perdonarnos los pecados y renovarnos interiormente, revistiéndonos de una fuerza que también a nosotros, como a los Apóstoles, nos dará la audacia necesaria para anunciar que «Cristo murió y resucitó». Así pues, queridos amigos, preparémonos con un sincero examen de conciencia para presentarnos a aquellos a quienes Cristo ha encomendado el ministerio de la reconciliación. Con corazón contrito confesemos nuestros pecados, proponiéndonos seriamente no volverlos a cometer y, sobre todo, seguir siempre el camino de la conversión. Así experimentaremos la auténtica alegría: la que deriva de la misericordia de Dios, se derrama en nuestro corazón y nos reconcilia con él. Jueves 13 de marzo de 2008 6.3.a 4
  • 5. 7.3 Estar o no en gracia de Dios… es distinto Cuando era arzobispo de Munich-Freising, en una meditación sobre Pentecostés me inspiré en una película titulada Metempsicosis (Seelenwanderung) para explicar la acción del Espíritu Santo en un alma. Esa película narra la historia de dos pobres hombres que, por su bondad, no lograban triunfar en la vida. Un día, a uno de ellos se le ocurrió que, no teniendo otra cosa que vender, podía vender su alma. Se la compraron muy barata y la pusieron en una caja. Desde ese momento, con gran sorpresa suya, todo cambió en su vida. Logró un rápido ascenso, se hizo cada vez más rico, obtuvo grandes honores y, antes de su muerte, llegó a ser cónsul, con abundante dinero y bienes. Desde que se liberó de su alma ya no tuvo consideraciones ni humanidad. Actuó sin escrúpulos, preocupándose únicamente del lucro y del éxito. Para él el hombre ya no contaba nada. Él mismo ya no tenía alma. La película —concluí— demuestra de modo impresionante cómo detrás de la fachada del éxito se esconde a menudo una existencia vacía Aparentemente ese hombre no perdió nada, pero le faltaba el alma y así le faltaba todo. Es obvio —proseguí en esa meditación— que propiamente hablando el ser humano no puede desprenderse de su alma, dado que es ella la que lo convierte en persona. En cualquier caso, sigue siendo persona humana. Sin embargo, tiene la espantosa posibilidad de ser inhumano, de ser persona que vende y al mismo tiempo pierde su propia humanidad. La distancia entre una persona humana y un ser inhumano es inmensa, pero no se puede demostrar; es algo realmente esencial, pero aparentemente no tiene importancia (cf. Suchen, was droben ist. Meditationem das Jahr hindurch, LEV, 1985). También el Espíritu Santo, que está en el origen de la creación y que gracias al misterio de la Pascua descendió abundantemente sobre María y los Apóstoles en el día de Pentecostés, no se manifiesta de forma evidente a los ojos externos. No se puede ver ni demostrar si penetra, o no penetra, en la persona; pero eso cambia y renueva toda la perspectiva de la existencia humana. El Espíritu Santo no cambia las situaciones exteriores de la vida, sino las interiores. En la tarde de Pascua, Jesús, al aparecerse a los discípulos, «sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo"» (Jn 20, 22). Jueves 13 de marzo de 2008 7.3.a 8.3 Después de confesarse Jesús vino para decirnos que quiere que todos vayamos al paraíso, y que el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para los que cierran el corazón a su amor. Por tanto… comprendemos que nuestro verdadero enemigo es el apego al pecado, que puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia. Jesús despide a la mujer adúltera con esta consigna: “Vete, y en adelante no peques más”. Le concede el perdón, para que “en adelante” no peque más. En un episodio análogo, el de la pecadora arrepentida, que encontramos en el evangelio de san Lucas (cf. Lc.7, 36- 50), acoge y dice “vete en paz” a una mujer que se había arrepentido. Aquí, en cambio, la adúltera recibe simplemente el perdón de modo incondicional. En ambos casos —el de la pecadora arrepentida y el de la adúltera— el mensaje es único. En un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y “no pecar más”, para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. De este modo, la actitud de Jesús se transforma en un modelo a seguir por toda comunidad, llamada a hacer del amor y del perdón el corazón palpitante de su vida. Domingo 25 de marzo de 2007 8.3.a La deuda que el Señor nos ha condonado, siempre es infinitamente más grande que todas las deudas que los demás puedan tener con respecto a nosotros (cf. Mt 18, 21-35). El Jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un envenenamiento del alma. Nos exhorta a purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos mutuamente de corazón, lavándonos los pies los unos a los otros, para poder así participar juntos en el banquete de Dios. Basílica de San Juan de Letrán jueves Santo 20 de marzo de 2008 8.3.b 5