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LA NUEVA
           VIOLENCIA
     DELINCUENCIAL

                                         “Mira:
         a partir de los catorce años, chama,
                  empecé a tener problemas.
           Me empecé a meté en problemas.
  Este… empecé a dale tiro a la gente, chama.
                              ¡Paj! ¡Paj! ¡Paj!”




L        a expresión es impresionante:
        “¡Paj, paj, paj!”. La repetirá. Pare-
        ce revivir la acción y revivirla con
deleite, con entusiasmo. La voz se escu-
cha en la grabación no sólo con gusto sino
con orgullo. Se regodea en el recuerdo.
Esta vivencia de autosuficiencia se impo-
ne sobre la prudencia que la situación le
aconseja, puesto que está detenido. Y ello
de una vez, al principio de la narración.
No hay en esto inhibiciones. La violencia
desatada y gozada parece pertenecerle
como estructura constituyente de toda


  alejandro moreno
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




su persona. Mata a “la gente”, a cualquiera, porque le
dijo una palabra, le insultó, le miró mal. Mata por ma-
tar, no por la palabra, la mirada o la cachetada. La des-
proporción entre el estímulo y la respuesta es tan gran-
de que no puede ser entendida ésta como dirigida a cas-
tigar, a reparar la ofensa o incluso a vengarla. Casos se-
mejantes siempre debe haberlos habido, pero ya se
están convirtiendo en lo “normal”, la “normalidad” de
los delincuentes del momento, de la actualidad. No es
solamente la edad, es también el arma de que dispo-
nen fácilmente, la negación prepotente a todo acuer-
do social, a toda norma.


      “Después me compré una pistola, un tres ocho; a
partir de ahí, me dieron una cachetá y le di cuatro tiros
al chamo; a raíz de eso, empecé a cometer bastantes
homicidios”.




Este texto reproduce la intervención del autor en el foro “Juven-
   tud: conflicto, presencia y creatividad” promovido y organiza-
   do por la Fundación ConcienciActiva y en su mayor parte no es
   sino la exposición adaptada a dicho foro de las conclusiones
   del proyecto de investigación sobre “Violencia Delincuencial”
   que el lector encontrará por extenso en la obra Y salimos a
   matar gente (2006) publicada por la Universidad del Zulia.

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           Lo hemos llamado Héctor para encubrir su nom-
      bre verdadero y preservar su identidad. Nos confirma
      lo ya conocido por otras vías, lo fácil que es conseguir
      un arma mortal. Esta facilidad es componente funda-
      mental de la nueva forma de violencia, de la violencia
      de los más jóvenes. Un adolescente, descontrolado,
      con una arma, es una máquina de matar.
           Héctor no ha cumplido todavía los 18 años. Está
      en un centro de reclusión del INAM cuando se elabora
      su historia-de-vida.
           Nos habla de su uso con una frialdad impresio-
      nante, con auténtica anafectividad. Su lenguaje nos ha-
      bla de que nada le importa. Ahora le mete cuatro tiros
      al que le dio una cachetada pero “no masca” para me-
      terle ocho o diez tiros en la cara a cualquier otro. Los
      tiros son algo aceptado en su vida con total normalidad,
      sin ningún tipo de emoción. Entre la acción del otro y
      su reacción parece, de su expresión, que no hubiera la
      mediación ni de la afectividad ni del pensamiento re-
      flexivo, ni de la palabra. Ni siquiera odia, está más allá
      del amor y del odio, fuera de todo eso, en otra cosa que no
      sabemos qué es. El exceso de la reacción no va encamina-
      do a una defensa o a un simple desquite, sino a la des-
      trucción total de quien de alguna manera se le enfrenta.
           Cuando cumple los quince años ya tenía, como él
      dice, seis homicidios.
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      “Y empecé a... con otra mentalidá. Ya yo no que-
ría, o sea, ya yo no quería estar en broma de botellazos
sino que ya yo quería comprame una pistola porque...
O sea, ya los problemas poco a poco como que se iban
agrandando ¿ve? Y este... empecé a..., empecé a darle
tiros a los... a la gente”.
      “ A ese chamo le di cuatro tiros y me tuve que ir
pirao. Entonces, ya los chamos ya no veían que yo tenía
la misma mentalidad de antes, sino que ya... ya era
como... como otra mente.”
      “Tuve varios homicidios. Mi primer homicidio
fue... buscando un chamo en una fiesta que yo estaba,
que me habían dicho que... que él estaba en esa fiesta y
entonces... nos metimos a buscarlo yo y un chamo que
era... que era como la costilla mía en ese tiempo (…) El
hombre estaba de espalda, le tocamos la espalda, él se
volteó y le dijimos que... “¿viste como te pescamos?” Y le
dimos dieciséis tiros. Con esa nos fuimos y a raíz de ahí,
bueno...”
      “El veintisiete de diciembre tuve otro, estábanos...
varios muchachos en un sector que se llamaba... de la
Vega, que es la capilla, este... ellos me habían dicho que
si yo tenía problema con un fulano, entonces yo le dije
que sí, me dijo que estaba al frente, traqué la pistola, fui
hacia él y... este... le dije unas palabras y le di nueve ti-
ros en la cara.”
                                                                106
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           “Después, bueno, el cuarto homicidio fue un cha-
      mo, este... Un chamo que era de Los Teques, era de Los
      Teques (…) no era problema de nosotros, pero entonces
      el hombre... tenía una actitud que no... que no concor-
      daba mucho... A uno que se la pasaba conmigo, le dio
      un tiro (…) Bajé, entonces le di un poco de tiros en la
      cabeza y a raíz de ahí, bueno, seguí, seguí teniendo ho-
      micidios, chama.”
           “Después estuve preso. Cuando me caí, cuando te-
      nía... tenía quince añitos me caí... con el chamo, con el
      chamo que siempre le he contao, me caí con una ametra-
      lladora. Este... me caí con seis homicidios, él se cayó con
      quince homicidios, a él lo mandaron para el Rodeo, a mí
      me mandaron para acá (INAM), duré una semana aquí,
      me fugué… Cuando me fugo... sigo en lo mismo, el chamo
      sale, seguimos en lo mismo, seguimos matando gente.”


           El chamo de los quince homicidios salió a los tres
      meses.


           “A raíz de esos chamos que me... que me envían
      droga tuvo un problema conmigo, lo mato. Lo maté,
      bueno, lo maté, le di seis tiros en la cara, con un 3-5-7.”


           Héctor es modelo de otros muchos. Forma parte
      de una investigación muy amplia que está en proceso
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de publicación por la Universidad del Zulia. Ya estamos
dándole los últimos toques. Es una investigación cen-
trada en el delincuente violento. El resultado central
nos ha llevado a concluir que la manera de ser del de-
lincuente violento constituye toda una forma-de-vida.


¿Qué decimos con la expresión forma-de-vida?


      Ante todo, no se trata de una idea previa teórica
o de una categoría de la que hayamos partido, sino de
un constructo a posteriori producido por el mismo es-
tudio como instrumento explicativo necesario para
conceptualizar lo que del análisis de las historias-de-
vida se deduce.
      Si estas vidas se las ve desde dentro de ellas mis-
mas y de los propios actores, si penetramos en el inte-
rior de su manera de ubicarse éstos como vivientes y
nos detenemos a considerar las reglas de producción
de su vivir cotidiano, hallamos un principio de organi-
zación en unidad de sentido de sus múltiples acciones,
experiencias y conductas. Un sentido que dota a unas
y otras de una racionalidad interior, de una ilación ló-
gica de su todo vital, de una estructura no contradicto-
ria de su estar en el mundo, de un sistema de significa-
dos que conforman una manera específica de vivir. A
esta integración en unidad la llamamos forma-de-vida.
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           La forma-de-vida, por tanto, constituye una tota-
      lidad práxica, vivencial, conceptual, incluso semánti-
      ca en cuanto que es una manera de dar significado al
      mundo que viven los sujetos, un modo de existencia,
      un estilo vital, un sistema concreto de condiciones de
      vida, una forma de interactuar en la sociedad, una ma-
      nera de hacer, una actualidad y posibilidad de ser, el
      discurrir de un proceso en el tiempo. No es un acciden-
      te en una vida sino una estructura que forma totalmen-
      te una vida.
           Hemos encontrado, pues, que la violencia delin-
      cuencial no es un conjunto inarmónico ni una suce-
      sión inconexa de conductas y acciones, sino toda una
      forma-de-vida que se desarrolla y se despliega en el
      tiempo como historia, como la historia-de-vida de los
      delincuentes violentos.


      Antiguos, medios y nuevos


           El tema de esta presentación, “La Nueva Violen-
      cia Delincuencial”, hay que ubicarlo, porque así se nos
      ha presentado en nuestro trabajo, en la evolución del
      delito criminal a lo largo de los últimos cincuenta años
      del siglo XX y los que llevamos de éste.
           En los barrios se suele hablar del “malandro vie-
      jo” como distinto del “malandro nuevo”. Esto corres-
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C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




ponde, según nuestras historias-de-vida, a la experien-
cia de las comunidades populares en su bregar con los
malandros.
      En nuestro estudio, podemos distinguir tres mo-
mentos en la evolución de la violencia delincuencial de
cada uno de los cuales tenemos representantes:
      - forma antigua; personificada en José
      - forma media; personificada en Alfredo
      - forma nueva o actual; personificada en Héctor.
      Entre la “forma antigua” y la “forma nueva” las di-
ferencias son muy claras y se pueden identificar. En la
“forma media” los límites son más difusos: quedan res-
tos de la antigua y signos de la nueva que se mezclan.
      Veamos esto concretado en algunos aspectos:


El asesinato
      En la “forma antigua” el asesinato no es presen-
tado como una hazaña, una acción valiosa y propia de
quien es valiente o frío o despiadado y que con eso se
afirma. El significado verdadero, el que aparece al aná-
lisis de la narración y de la postura a lo largo de toda
la historia, es en realidad ése, pero no se presenta en
el discurso narrativo como tal, como una gloria del
actor. Se lo narra como una “necesidad” producida por
las circunstancias, como algo inevitable si el ejecutor
quería salvarse de lo peor, como la necesaria elimina-
                                                            110
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      ción de un serio peligro. El énfasis hazañoso está no
      en el asesinato mismo sino en la “manera” de ejecu-
      tarlo, esto es, en la habilidad con la que se hace, en la
      inteligencia con la que se planifica, en la astucia con
      la que se es capaz de descubrir los puntos débiles del
      otro, en la firmeza de la decisión en el momento pre-
      ciso, etc.
            En la “forma media” no es ciertamente un acto
      glorioso pero tampoco es encubierto como producto
      de lo inevitable. Se confiesa sin ningún pudor la volun-
      tad de hacerlo y se narra con indiferencia, sin lamen-
      tarlo ni sentirse culpable. Ante el asesinato se descu-
      bre una actitud más bien de ligereza e indiferencia.
            En la “forma nueva”, el asesinato es una hazaña
      gloriosa por el asesinato mismo. El énfasis está en la
      capacidad de asesinar y asesinar mucho. El número de
      asesinatos con relación al tiempo es muy importante.
      Cuantos más muertos tenga encima y más joven sea el
      sujeto, más digno de admiración y más valioso es. Eso
      equipara a los más jóvenes con los más “cartelúos” e,
      incluso, puede ponerlos por encima. Para los “nuevos”
      el asesinato es un logro y de él se glorían. La violencia
      asesina es en éstos descarada, totalmente fría, inmo-
      tivada o con motivaciones absolutamente banales, casi
      mecánica, producto de un dispositivo que actúa auto-
      máticamente.
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C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




      En Héctor, la muerte del otro es una decisión sim-
ple. No necesita explicación, justificación, razones; se
ejecuta y ya está. Es ejercicio puro de poder sobre la vida
y la muerte. Mata “gente”, como dice, por matar gente.


El robo, el atraco y la sangre
      En la “forma antigua” estaban delimitados los
campos de acción de modo que ninguno se sobrepo-
nía a otro ni se confundía con él. El ámbito del robo y
el del atraco no eran los ámbitos del asesinato o de la
herida grave.
      En la “forma nueva” el robo, el atraco y el asesi-
nato se sobreponen o van juntos: te robo y te mato o,
si tienes suerte, te hiero, por ejemplo, en los pies.
      Un cambio radical y temible para todos. La vio-
lencia se ha vuelto más sangrienta, más agresiva, más
implacable. Los “nuevos” no tienen ya ningún control,
ningún límite, ninguna emoción.


Las relaciones con la comunidad
      El delincuente “antiguo” cuidaba mucho las apa-
riencias en el seno de su comunidad, aunque todos
sabían su condición.
      El “medio” sólo las cuida entre sus compinches,
colegas o los miembros de su grupo, en el que un ase-
sinato no significa gran cosa.
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           El “nuevo” no las cuida en absoluto porque no le
      importa la comunidad y cada asesinato es un blasón en
      el grupo.


      El control social
           Todo esto depende mucho del control social. No
      estamos hablando del control policial o gubernamen-
      tal, sino del control de la sociedad y la comunidad. Este
      control no sólo ha disminuido a lo largo del tiempo,
      desde los años cincuenta hasta hoy, sino que en la ac-
      tualidad o ha desaparecido o se ha vuelto completa-
      mente ineficaz y deleznable.
           Los “antiguos” estaban sometidos a un control
      social bastante fuerte y eficaz. Por control social enten-
      demos ahora la opinión de la gente, la manera de tra-
      tar de la gente, las condiciones no expresadas pero
      presentes en las prácticas relacionales para no delatar,
      no negar el trato…, etc.
           La comunidad sabía que tal sujeto era un delin-
      cuente y conocía todas sus fechorías, pero, si cumplía
      ciertas condiciones, si, por ejemplo, no se gloriaba de
      sus delitos, no los ejecutaba en la comunidad, no es-
      candalizaba a los niños, si protegía a la comunidad
      contra delincuentes externos, etc., o sea, si observaba
      ciertas normas y salvaba ciertas apariencias, lo acep-
      taba e incluso lo protegía. Si no cumplía las reglas, si
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C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




no estaba bien con la comunidad, ésta poseía mecanis-
mos para castigarlo eficazmente, ya fuera mediante la
policía, ya fuera mediante los mismos vecinos. Por otra
parte, persistían en ellos restos de una larga y tradicio-
nal cultura del respeto a los propios vecinos.
      Por distintos motivos tales como el aumento nu-
mérico de los delincuentes en una comunidad, las nue-
vas armas mucho más difundidas y mucho más dañinas,
la juventud del delincuente actual irreflexivo e instinti-
vo, la total pérdida de todo rastro de respeto humano,
la absoluta inutilidad de todas las policías para contro-
lar el delito y lo peligroso que es recurrir a ellas, el con-
trol social ha desaparecido como fuerza real y operante.
      El “antiguo” tenía cierta necesidad de ser acepta-
do; eso estaba en las entrañas de su formación infan-
til tanto en la familia como en el vecindario. Al “nue-
vo” no le importa en absoluto si es aceptado o no. La
aceptación está sustituida por su capacidad brutal y
directa de imponerse, de ejercer el poder total sobre
cualquiera, la pura “gana”. El poder como instinto de
muerte en estado puro. Si para los “antiguos” el otro
contaba por lo menos algo, para éstos, el otro está
completamente anulado. Sólo se preocupan de sí mis-
mos. Son asesinos integrales.
      Ante esta nueva realidad, a la comunidad, sin
verdadera y eficaz protección policial, no le queda sino
                                                                114
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      la vía terrible del linchamiento. En tiempos de los “an-
      tiguos” no se daban los linchamientos o eran muy ra-
      ros y se producían sólo en momentos críticos, hoy son
      más frecuentes de lo que se dice, se cree y se sabe.
           Podría pensarse que estas terribles novedades
      son producto de la difusión de las drogas entre los
      más jóvenes. Es posible que la droga tenga influencia
      pero tanto los “antiguos” como los “medios” también
      se drogaban y el asesinato no había llegado a estos ex-
      tremos.


      La formación
           Nuestros delincuentes no entran en la forma-de-
      vida delincuencial porque alguien les enseña, pero una
      vez que están en la calle, en el mundo del delito, apren-
      den de alguien y se forman de alguna manera.
           Los “antiguos” se integraban a grupos de mayo-
      res, de delincuentes experimentados y con cierta edad,
      de quienes aprendían. Entendemos que aprendían a
      “hacer las cosas bien”, esto es, a pensar lo que iban a
      ejecutar, a cómo planificar los pasos y a cómo ejecu-
      tarlos sin errores, con calma, paciencia, reflexión, or-
      ganización, con lógica, con “seriedad”, como diría José.
      En cierto modo, eran iniciados a la “profesión” o al “ofi-
      cio” si no se quiere hablar de profesión, esto es, a un
      cauce establecido de una manera de hacer. La tradi-
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C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




ción del oficio estaba en la cultura y se aprendía por la
enseñanza de los ya expertos en el mismo.
      El delincuente “antiguo” todavía participa de una
tradición que pocos años después va a desaparecer con
el desarrollo de la producción industrial. Según esto,
no se asesina a lo loco, se asesina según ciertas normas
y ciertas maneras experimentadas de hacerlo, no se
roba a lo loco y sin cuidar las consecuencias, etc. Los
mayores enseñan técnicas pero también actitudes, ló-
gicas, planificaciones.
      En los “medios” vemos que la formación es más
bien producto del azar o de alguien más experimenta-
do con el que se coincide casualmente en un grupo o
en una circunstancia. Las cosas ya no se hacen bien. Se
ha introducido la improvisación.
      En los “nuevos” no se aprende de nadie sino por
pura observación personal, viendo lo que hacen los
“cartelúos”, los más malandros del entorno en el que se
vive. Sólo se aprende por tanto acción, se aprende a
hacer por el hacer mismo. Estamos en la cultura de la
“acción” en el cine, en la televisión, en la vida. La ac-
ción separada de la reflexión. Sólo la experiencia, el
ensayo y error, puede enseñar algún procedimiento.
      Ello está patente en el caso de Héctor. Tiene quin-
ce años y ya se ha convertido en un modelo, en un hé-
roe. Hay un muchacho que quiere mostrarle cómo es
                                                            116
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      capaz de hacer lo que él hace, que puede matar como él.
      El ejemplo se difunde y éste es uno de los caminos de
      iniciación para los mismos niños de once y doce años
      de un barrio. Así funciona la inducción. El delincuente
      ya experimentado, con cartel, esto es, con varios muer-
      tos encima, el “cartelúo”, cosa que se indica dándose
      unos golpes con los dedos índice y medio de la mano
      derecha en el hombro izquierdo, señalando unas cha-
      rreteras imaginarias, marca un camino con su pura pre-
      sencia y su efectiva práctica a quienes por uno u otro
      motivo ya tienen desde antes disposición al delito.
           El muchacho, pues, quiere demostrar su audacia
      y Héctor le da la oportunidad; lo lleva al terreno de las
      “culebras”, esto es, a donde abundan sus enemigos
      mortales. Allí puede matar, tiene abundancia de opor-
      tunidades y de posibles víctimas. Para ello basta ma-
      tar a cualquiera. De hecho matan a un catequista que
      probablemente nada tenía que ver con nada. Eso no
      importa. Lo importante es que el otro demuestre que
      puede matar. Aprueba su tesis de grado.


      La convivencia
           El “antiguo” se mueve de comunidad en comuni-
      dad. Sale de la comunidad familiar y entra en la de los
      jóvenes coetáneos, la pandilla, o algo mayores, para
      pasar, cuando cae en la vida del delito plenamente, a
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un grupo de delincuentes que forman comunidad e
incluso, lo típico, viven en una misma casa de vecindad
y delinquen en grupo con cierta continuidad; por lo
menos, mientras no los desarticula la policía.
      El “mediano” se integra a un grupo de la calle y
vive de manera trashumante. Se junta con otros para
formar transitoriamente un grupo de tarea que se di-
suelve una vez terminada ésta. Es más libre, menos
atado a compromisos pero delinque en grupo.
      El “nuevo” no convive. Puede juntarse circuns-
tancialmente en parejas o tríos, y poco más, pero fun-
damentalmente actúa por su cuenta aunque tenga “pa-
nas”, especialmente cuando asesina. El “nuevo” es so-
bre todo, un solitario.


Trabajo
      El “antiguo” tiene una cierta relación con el tra-
bajo como medio de ganar recursos, aunque sea tran-
sitoria y circunstancial. Combina trabajo y delito, pero
se le puede identificar con un tipo de trabajo. El “me-
dio” trabaja rara vez y no tiene un oficio que lo identi-
fique. El “nuevo” no trabaja en absoluto; sólo delinque.


La policía
      El “antiguo” se cuida de la policía; tiene que cui-
darse de ella tanto cuando está sólo como cuando ac-
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C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




      túa en grupo. La imagen que se nos da de la policía es
      la de un cuerpo que persigue realmente al delincuen-
      te y no entra en connivencia con él.
           El “medio” negocia con la policía. Ya la policía es
      un cuerpo que se distingue de la banda delincuente
      por las formas y los procedimientos, pero que compar-
      te los mismos delitos y no persigue al delincuente para
      resguardar la seguridad de los ciudadanos sino por
      otras motivaciones.
           El “nuevo” huye de la policía porque ni siquiera
      puede llegar a acuerdos en delitos con ella. A veces,
      incluso, la enfrenta. Es su competencia.


      Los bienes
           El “antiguo” busca obtener bienes y aparentar
      con los bienes, llevar una buena vida de goce, sin su-
      frimiento, sin mucho trabajo.
           El “medio” los busca pero, como los consigue, los
      gasta.
           En el “nuevo” no hay ninguna referencia a los bie-
      nes de nigún tipo. La referencia es al solo poder.


      La violencia delincuencial se vuelve autónoma


           El desarrollo histórico aquí expuesto viene a ser
      lo que podríamos llamar el proceso de autonomización
119
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




de la violencia delincuencial. Con esto queremos de-
cir que la delincuencia, en tiempos de los “antiguos”
no era autónoma de la sociedad, de la comunidad del
barrio, de la policía, de la opinión de los ciudadanos.
Eso no impedía que el delincuente delinquiera, pero
para poder hacerlo tenía que observar ciertas formas,
resguardarse, hacerlo en ciertos espacios y no en otros,
en ciertos tiempos y no en otros, etc. Cuando para de-
linquir tenía que conservar ciertas maneras, estaba
sometido a un determinado control. Era un cuerpo
enfermo, peligroso, dañino, todo lo que se quiera, de
la sociedad, pero le pertenecía como le pertenecen los
leprosos, los locos, los retrasados mentales. Para él, la
sociedad había elaborado sus mecanismos de control,
de aislamiento, de reclusión e incluso de reintegración.
En esos espacios se desenvolvía la vida del delincuen-
te cuidándose, acomodándose, aprovechando las
fisuras y deficiencias, eludiendo o manipulando los
controles, etc. De todos modos, no tenía manera de
autonomizarse totalmente de ellos.
      En estos momentos, en cambio, los “nuevos” se
han autonomizado por completo. Ninguno de esos dis-
positivos ejerce presión alguna sobre ellos. Pero ade-
más, se trata de una autonomía de todo rastro de los
valores de la cultura, de todos los significados del mun-
do-de-vida popular, de todo lo que se ha conceptua-
                                                            120
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




      lizado como “humano” en la tradición y de lo que en el
      “antiguo” siempre quedaban huellas.
           Esta autonomía del “nuevo” es, además, un total
      desarraigo. No se sostiene sobre nada, ni sobre la fami-
      lia, ni sobre la madre, ni sobre el amigo, ni sobre la tie-
      rra, ni sobre la naturaleza, ni sobre la dignidad, ni so-
      bre la humanidad, sólo sobre su propio mecanismo de
      acción.


      ¿Cómo pensar la delincuencia violenta actual?


           Esto los hace terriblemente peligrosos, pero, ade-
      más, impensables para la sociedad; esto es, su mane-
      ra de vivir la forma-de-vida de violencia delincuencial
      no es representable como algo con sentido en las re-
      presentaciones sociales de la actualidad.
           La comunidad del vecindario está paralizada
      ante este fenómeno; no tiene como vérselas con él. Lo
      único que le queda es estallar con enorme violencia
      contraria en el linchamiento. La autonomía del nuevo
      malandro es tan extraña, tan fuera de toda posible
      comprensión, que no se encuentra ni se puede produ-
      cir un espacio social en el cual encuadrarla.
           La representación social de la violencia delin-
      cuente se ha hecho imposible. La delincuencia y vio-
      lencia de los “antiguos” entraba en la tradición ciu-
121
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




dadana de la época, según la cual ser delincuente era
una forma-de-vida delimitada por la representación
que de ella se hacía la sociedad. La sociedad había de-
finido cómo era ser delincuente y cómo era el grupo
de delincuentes, la banda o la pandilla. Cuando la
ciudad crece, cuando se llena de inmigrantes del cam-
po, del interior y de otros países vecinos, la delin-
cuencia se diversifica y se sale de los esquemas den-
tro de los cuales tenía su representación. Hoy, con los
“nuevos”, ya no hay esquema. La delincuencia se ha
diversificado, se ha expandido enormemente, ha des-
cendido a edades que antes eran excepcionales, se ha
hecho demasiado libre, autónoma, brota por todas
partes y con novedad, con originalidad, en formas no
sospechadas e inusuales, de modo que sorprende cons-
tantemente.
      La sociedad, la cultura, todavía no ha elaborado
dispositivos adecuados para delimitarla y representár-
sela, para significarla. Por eso, aun no sabe qué hacer
con ella, cómo manejarla. No lo sabe ni la policía, ni el
juez, ni el educador, ningún ente, porque aún no se ha
podido elaborar un concepto para pensarla.
      Cuando la sociedad define al delincuente y éste,
o la mayoría de ellos, entra en ese marco, está abierta
la puerta a las posibilidades de control a partir de su
representación. Hoy, la delincuencia “nueva” ni siquie-
                                                            122
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




      ra puede ser objeto de análisis, porque no existe como
      objeto delimitado.


      La comunidad y sus malandros


           Esto nos lleva a retomar y ampliar un tema ya
      tocado y de la mayor importancia: las relaciones de la
      comunidad inmediata, la del barrio, con el malandro.
           Tradicionalmente, en lo que corresponde a los
      delincuentes del tipo “antiguo”, la comunidad había
      llegado, espontáneamente, a algunos acuerdos implí-
      citos con ellos, para poder sobrevivir en cierta paz y
      para mantenerlos bajo el máximo control posible den-
      tro del vecindario. Como consecuencia de esos acuer-
      dos, sobrevivían unos y otros, los malandros y la comu-
      nidad. Ahora bien, con los “nuevos” esta situación se ha
      vuelto imposible. No hay posibilidad de ningún acuer-
      do. La supervivencia de ambos se ha hecho inviable.
           En la historia-de-vida de José vemos cómo fun-
      cionaban estos acuerdos. Todo el mundo en la comu-
      nidad sabía que él era ladrón y en sus propias palabras,
      “la gente me conocía y me respetaba”. Es un malandro
      que tiene claras sus áreas de acción, su papel dentro de
      la comunidad. Ante todo, no meterse con la comuni-
      dad. Si no se mete con la comunidad, ésta le asigna un
      papel y esto funciona como un dispositivo de control.
123
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




Así, si los más jóvenes, por condiciones propias de la
edad, roban a algún vecino, él está encargado de que
lo robado regrese a sus dueños y él da la razón: “me
perjudicas a mí que me la paso aquí en esas cosas… no
quiero tener problemas con el gobierno por culpa…”
Tiene una función de protección contra los abusos de
los delincuentes imprudentes y de las agresiones de los
malandros externos, al mismo tiempo orienta a los
nuevos para que no se extralimiten en la misma comu-
nidad, controla las armas, el consumo de la droga y los
escándalos a los niños.
      Siempre hubo algún delincuente de mayor edad
y más reflexivo que cumplió estas funciones.
      La comunidad, por su parte, no lo denunciaba a
la policía, no lo descubría cuando había algún opera-
tivo, compraba y escondía los productos de sus robos
vendidos a muy bajo precio, etc. No es que aprobara su
conducta, pero la toleraba siempre que no fueran ase-
sinatos. Toleraba el robo pero no las muertes. Ante és-
tas se callaba, pero en cualquier momento podía de-
nunciar. Esto implicaba una actitud permisiva y algu-
na complicidad, sin duda, pero posibilitaba cierta se-
guridad y cierto control.
      En una situación en que la comunidad estaba,
como ha estado siempre, desprotegida porque los
cuerpos de seguridad no aseguraban nada, esos
                                                           124
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007




      acuerdos implícitos permitieron una convivencia pa-
      cífica.
            Actualmente, se ha cambiado el sentido. El ma-
      landro ha roto los únicos límites que respetaba, los de
      la convivencia en la comunidad. Con eso se ha puesto
      en contra de ella, no tanto porque la agreda, sino por-
      que le da lo mismo lo que piensen de él y la actitud que
      ante él tomen las gentes. De esta manera han desapa-
      recido las posibilidades de convivencia.
            Si el malandro antiguo pertenecía de algún modo
      a la comunidad, estos “nuevos” son cuerpos absoluta-
      mente extraños, para los que no hay lugar de ningún
      tipo. La comunidad trata de expulsarlos ya sea recu-
      rriendo a los cuerpos represivos, que tampoco pueden
      llegar a acuerdos con ellos y los persiguen; ya sea or-
      ganizando grupos represivos internos para-policiales;
      ya sea radicalmente, linchándolos, pero sólo en casos
      extremos; aunque, como hemos dicho, menos raros de
      lo que se piensa.
            Dos componentes fundamentales están en la ba-
      se de este cambio tan significativo y tan peligroso: la
      proliferación de la droga y de las armas. Las armas se
      han extendido de tal manera que su uso está comple-
      tamente anarquizado. Cualquier adolescente posee un
      arma; la misma gente común, para protegerse, tam-
      bién se ha armado. No hay cómo controlar el uso de las
125
armas en la misma comunidad. Ya no está, y si está no
tiene ninguna capacidad de control, el malandro de
edad tipo José. Los más jóvenes acabaron, al ser más y
más atrevidos, por derrotar a los malandros experi-
mentados y adueñarse del patio. Muchas veces, cuan-
do por cualquier circunstancia ha entrado en conflic-
to con alguno de los “nuevos”, la gente sana tiene que
huir y mudarse del lugar.

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Violencia Delicuencial

  • 1. LA NUEVA VIOLENCIA DELINCUENCIAL “Mira: a partir de los catorce años, chama, empecé a tener problemas. Me empecé a meté en problemas. Este… empecé a dale tiro a la gente, chama. ¡Paj! ¡Paj! ¡Paj!” L a expresión es impresionante: “¡Paj, paj, paj!”. La repetirá. Pare- ce revivir la acción y revivirla con deleite, con entusiasmo. La voz se escu- cha en la grabación no sólo con gusto sino con orgullo. Se regodea en el recuerdo. Esta vivencia de autosuficiencia se impo- ne sobre la prudencia que la situación le aconseja, puesto que está detenido. Y ello de una vez, al principio de la narración. No hay en esto inhibiciones. La violencia desatada y gozada parece pertenecerle como estructura constituyente de toda alejandro moreno
  • 2. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 su persona. Mata a “la gente”, a cualquiera, porque le dijo una palabra, le insultó, le miró mal. Mata por ma- tar, no por la palabra, la mirada o la cachetada. La des- proporción entre el estímulo y la respuesta es tan gran- de que no puede ser entendida ésta como dirigida a cas- tigar, a reparar la ofensa o incluso a vengarla. Casos se- mejantes siempre debe haberlos habido, pero ya se están convirtiendo en lo “normal”, la “normalidad” de los delincuentes del momento, de la actualidad. No es solamente la edad, es también el arma de que dispo- nen fácilmente, la negación prepotente a todo acuer- do social, a toda norma. “Después me compré una pistola, un tres ocho; a partir de ahí, me dieron una cachetá y le di cuatro tiros al chamo; a raíz de eso, empecé a cometer bastantes homicidios”. Este texto reproduce la intervención del autor en el foro “Juven- tud: conflicto, presencia y creatividad” promovido y organiza- do por la Fundación ConcienciActiva y en su mayor parte no es sino la exposición adaptada a dicho foro de las conclusiones del proyecto de investigación sobre “Violencia Delincuencial” que el lector encontrará por extenso en la obra Y salimos a matar gente (2006) publicada por la Universidad del Zulia. 104
  • 3. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 Lo hemos llamado Héctor para encubrir su nom- bre verdadero y preservar su identidad. Nos confirma lo ya conocido por otras vías, lo fácil que es conseguir un arma mortal. Esta facilidad es componente funda- mental de la nueva forma de violencia, de la violencia de los más jóvenes. Un adolescente, descontrolado, con una arma, es una máquina de matar. Héctor no ha cumplido todavía los 18 años. Está en un centro de reclusión del INAM cuando se elabora su historia-de-vida. Nos habla de su uso con una frialdad impresio- nante, con auténtica anafectividad. Su lenguaje nos ha- bla de que nada le importa. Ahora le mete cuatro tiros al que le dio una cachetada pero “no masca” para me- terle ocho o diez tiros en la cara a cualquier otro. Los tiros son algo aceptado en su vida con total normalidad, sin ningún tipo de emoción. Entre la acción del otro y su reacción parece, de su expresión, que no hubiera la mediación ni de la afectividad ni del pensamiento re- flexivo, ni de la palabra. Ni siquiera odia, está más allá del amor y del odio, fuera de todo eso, en otra cosa que no sabemos qué es. El exceso de la reacción no va encamina- do a una defensa o a un simple desquite, sino a la des- trucción total de quien de alguna manera se le enfrenta. Cuando cumple los quince años ya tenía, como él dice, seis homicidios. 105
  • 4. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 “Y empecé a... con otra mentalidá. Ya yo no que- ría, o sea, ya yo no quería estar en broma de botellazos sino que ya yo quería comprame una pistola porque... O sea, ya los problemas poco a poco como que se iban agrandando ¿ve? Y este... empecé a..., empecé a darle tiros a los... a la gente”. “ A ese chamo le di cuatro tiros y me tuve que ir pirao. Entonces, ya los chamos ya no veían que yo tenía la misma mentalidad de antes, sino que ya... ya era como... como otra mente.” “Tuve varios homicidios. Mi primer homicidio fue... buscando un chamo en una fiesta que yo estaba, que me habían dicho que... que él estaba en esa fiesta y entonces... nos metimos a buscarlo yo y un chamo que era... que era como la costilla mía en ese tiempo (…) El hombre estaba de espalda, le tocamos la espalda, él se volteó y le dijimos que... “¿viste como te pescamos?” Y le dimos dieciséis tiros. Con esa nos fuimos y a raíz de ahí, bueno...” “El veintisiete de diciembre tuve otro, estábanos... varios muchachos en un sector que se llamaba... de la Vega, que es la capilla, este... ellos me habían dicho que si yo tenía problema con un fulano, entonces yo le dije que sí, me dijo que estaba al frente, traqué la pistola, fui hacia él y... este... le dije unas palabras y le di nueve ti- ros en la cara.” 106
  • 5. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 “Después, bueno, el cuarto homicidio fue un cha- mo, este... Un chamo que era de Los Teques, era de Los Teques (…) no era problema de nosotros, pero entonces el hombre... tenía una actitud que no... que no concor- daba mucho... A uno que se la pasaba conmigo, le dio un tiro (…) Bajé, entonces le di un poco de tiros en la cabeza y a raíz de ahí, bueno, seguí, seguí teniendo ho- micidios, chama.” “Después estuve preso. Cuando me caí, cuando te- nía... tenía quince añitos me caí... con el chamo, con el chamo que siempre le he contao, me caí con una ametra- lladora. Este... me caí con seis homicidios, él se cayó con quince homicidios, a él lo mandaron para el Rodeo, a mí me mandaron para acá (INAM), duré una semana aquí, me fugué… Cuando me fugo... sigo en lo mismo, el chamo sale, seguimos en lo mismo, seguimos matando gente.” El chamo de los quince homicidios salió a los tres meses. “A raíz de esos chamos que me... que me envían droga tuvo un problema conmigo, lo mato. Lo maté, bueno, lo maté, le di seis tiros en la cara, con un 3-5-7.” Héctor es modelo de otros muchos. Forma parte de una investigación muy amplia que está en proceso 107
  • 6. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 de publicación por la Universidad del Zulia. Ya estamos dándole los últimos toques. Es una investigación cen- trada en el delincuente violento. El resultado central nos ha llevado a concluir que la manera de ser del de- lincuente violento constituye toda una forma-de-vida. ¿Qué decimos con la expresión forma-de-vida? Ante todo, no se trata de una idea previa teórica o de una categoría de la que hayamos partido, sino de un constructo a posteriori producido por el mismo es- tudio como instrumento explicativo necesario para conceptualizar lo que del análisis de las historias-de- vida se deduce. Si estas vidas se las ve desde dentro de ellas mis- mas y de los propios actores, si penetramos en el inte- rior de su manera de ubicarse éstos como vivientes y nos detenemos a considerar las reglas de producción de su vivir cotidiano, hallamos un principio de organi- zación en unidad de sentido de sus múltiples acciones, experiencias y conductas. Un sentido que dota a unas y otras de una racionalidad interior, de una ilación ló- gica de su todo vital, de una estructura no contradicto- ria de su estar en el mundo, de un sistema de significa- dos que conforman una manera específica de vivir. A esta integración en unidad la llamamos forma-de-vida. 108
  • 7. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 La forma-de-vida, por tanto, constituye una tota- lidad práxica, vivencial, conceptual, incluso semánti- ca en cuanto que es una manera de dar significado al mundo que viven los sujetos, un modo de existencia, un estilo vital, un sistema concreto de condiciones de vida, una forma de interactuar en la sociedad, una ma- nera de hacer, una actualidad y posibilidad de ser, el discurrir de un proceso en el tiempo. No es un acciden- te en una vida sino una estructura que forma totalmen- te una vida. Hemos encontrado, pues, que la violencia delin- cuencial no es un conjunto inarmónico ni una suce- sión inconexa de conductas y acciones, sino toda una forma-de-vida que se desarrolla y se despliega en el tiempo como historia, como la historia-de-vida de los delincuentes violentos. Antiguos, medios y nuevos El tema de esta presentación, “La Nueva Violen- cia Delincuencial”, hay que ubicarlo, porque así se nos ha presentado en nuestro trabajo, en la evolución del delito criminal a lo largo de los últimos cincuenta años del siglo XX y los que llevamos de éste. En los barrios se suele hablar del “malandro vie- jo” como distinto del “malandro nuevo”. Esto corres- 109
  • 8. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 ponde, según nuestras historias-de-vida, a la experien- cia de las comunidades populares en su bregar con los malandros. En nuestro estudio, podemos distinguir tres mo- mentos en la evolución de la violencia delincuencial de cada uno de los cuales tenemos representantes: - forma antigua; personificada en José - forma media; personificada en Alfredo - forma nueva o actual; personificada en Héctor. Entre la “forma antigua” y la “forma nueva” las di- ferencias son muy claras y se pueden identificar. En la “forma media” los límites son más difusos: quedan res- tos de la antigua y signos de la nueva que se mezclan. Veamos esto concretado en algunos aspectos: El asesinato En la “forma antigua” el asesinato no es presen- tado como una hazaña, una acción valiosa y propia de quien es valiente o frío o despiadado y que con eso se afirma. El significado verdadero, el que aparece al aná- lisis de la narración y de la postura a lo largo de toda la historia, es en realidad ése, pero no se presenta en el discurso narrativo como tal, como una gloria del actor. Se lo narra como una “necesidad” producida por las circunstancias, como algo inevitable si el ejecutor quería salvarse de lo peor, como la necesaria elimina- 110
  • 9. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 ción de un serio peligro. El énfasis hazañoso está no en el asesinato mismo sino en la “manera” de ejecu- tarlo, esto es, en la habilidad con la que se hace, en la inteligencia con la que se planifica, en la astucia con la que se es capaz de descubrir los puntos débiles del otro, en la firmeza de la decisión en el momento pre- ciso, etc. En la “forma media” no es ciertamente un acto glorioso pero tampoco es encubierto como producto de lo inevitable. Se confiesa sin ningún pudor la volun- tad de hacerlo y se narra con indiferencia, sin lamen- tarlo ni sentirse culpable. Ante el asesinato se descu- bre una actitud más bien de ligereza e indiferencia. En la “forma nueva”, el asesinato es una hazaña gloriosa por el asesinato mismo. El énfasis está en la capacidad de asesinar y asesinar mucho. El número de asesinatos con relación al tiempo es muy importante. Cuantos más muertos tenga encima y más joven sea el sujeto, más digno de admiración y más valioso es. Eso equipara a los más jóvenes con los más “cartelúos” e, incluso, puede ponerlos por encima. Para los “nuevos” el asesinato es un logro y de él se glorían. La violencia asesina es en éstos descarada, totalmente fría, inmo- tivada o con motivaciones absolutamente banales, casi mecánica, producto de un dispositivo que actúa auto- máticamente. 111
  • 10. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 En Héctor, la muerte del otro es una decisión sim- ple. No necesita explicación, justificación, razones; se ejecuta y ya está. Es ejercicio puro de poder sobre la vida y la muerte. Mata “gente”, como dice, por matar gente. El robo, el atraco y la sangre En la “forma antigua” estaban delimitados los campos de acción de modo que ninguno se sobrepo- nía a otro ni se confundía con él. El ámbito del robo y el del atraco no eran los ámbitos del asesinato o de la herida grave. En la “forma nueva” el robo, el atraco y el asesi- nato se sobreponen o van juntos: te robo y te mato o, si tienes suerte, te hiero, por ejemplo, en los pies. Un cambio radical y temible para todos. La vio- lencia se ha vuelto más sangrienta, más agresiva, más implacable. Los “nuevos” no tienen ya ningún control, ningún límite, ninguna emoción. Las relaciones con la comunidad El delincuente “antiguo” cuidaba mucho las apa- riencias en el seno de su comunidad, aunque todos sabían su condición. El “medio” sólo las cuida entre sus compinches, colegas o los miembros de su grupo, en el que un ase- sinato no significa gran cosa. 112
  • 11. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 El “nuevo” no las cuida en absoluto porque no le importa la comunidad y cada asesinato es un blasón en el grupo. El control social Todo esto depende mucho del control social. No estamos hablando del control policial o gubernamen- tal, sino del control de la sociedad y la comunidad. Este control no sólo ha disminuido a lo largo del tiempo, desde los años cincuenta hasta hoy, sino que en la ac- tualidad o ha desaparecido o se ha vuelto completa- mente ineficaz y deleznable. Los “antiguos” estaban sometidos a un control social bastante fuerte y eficaz. Por control social enten- demos ahora la opinión de la gente, la manera de tra- tar de la gente, las condiciones no expresadas pero presentes en las prácticas relacionales para no delatar, no negar el trato…, etc. La comunidad sabía que tal sujeto era un delin- cuente y conocía todas sus fechorías, pero, si cumplía ciertas condiciones, si, por ejemplo, no se gloriaba de sus delitos, no los ejecutaba en la comunidad, no es- candalizaba a los niños, si protegía a la comunidad contra delincuentes externos, etc., o sea, si observaba ciertas normas y salvaba ciertas apariencias, lo acep- taba e incluso lo protegía. Si no cumplía las reglas, si 113
  • 12. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 no estaba bien con la comunidad, ésta poseía mecanis- mos para castigarlo eficazmente, ya fuera mediante la policía, ya fuera mediante los mismos vecinos. Por otra parte, persistían en ellos restos de una larga y tradicio- nal cultura del respeto a los propios vecinos. Por distintos motivos tales como el aumento nu- mérico de los delincuentes en una comunidad, las nue- vas armas mucho más difundidas y mucho más dañinas, la juventud del delincuente actual irreflexivo e instinti- vo, la total pérdida de todo rastro de respeto humano, la absoluta inutilidad de todas las policías para contro- lar el delito y lo peligroso que es recurrir a ellas, el con- trol social ha desaparecido como fuerza real y operante. El “antiguo” tenía cierta necesidad de ser acepta- do; eso estaba en las entrañas de su formación infan- til tanto en la familia como en el vecindario. Al “nue- vo” no le importa en absoluto si es aceptado o no. La aceptación está sustituida por su capacidad brutal y directa de imponerse, de ejercer el poder total sobre cualquiera, la pura “gana”. El poder como instinto de muerte en estado puro. Si para los “antiguos” el otro contaba por lo menos algo, para éstos, el otro está completamente anulado. Sólo se preocupan de sí mis- mos. Son asesinos integrales. Ante esta nueva realidad, a la comunidad, sin verdadera y eficaz protección policial, no le queda sino 114
  • 13. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 la vía terrible del linchamiento. En tiempos de los “an- tiguos” no se daban los linchamientos o eran muy ra- ros y se producían sólo en momentos críticos, hoy son más frecuentes de lo que se dice, se cree y se sabe. Podría pensarse que estas terribles novedades son producto de la difusión de las drogas entre los más jóvenes. Es posible que la droga tenga influencia pero tanto los “antiguos” como los “medios” también se drogaban y el asesinato no había llegado a estos ex- tremos. La formación Nuestros delincuentes no entran en la forma-de- vida delincuencial porque alguien les enseña, pero una vez que están en la calle, en el mundo del delito, apren- den de alguien y se forman de alguna manera. Los “antiguos” se integraban a grupos de mayo- res, de delincuentes experimentados y con cierta edad, de quienes aprendían. Entendemos que aprendían a “hacer las cosas bien”, esto es, a pensar lo que iban a ejecutar, a cómo planificar los pasos y a cómo ejecu- tarlos sin errores, con calma, paciencia, reflexión, or- ganización, con lógica, con “seriedad”, como diría José. En cierto modo, eran iniciados a la “profesión” o al “ofi- cio” si no se quiere hablar de profesión, esto es, a un cauce establecido de una manera de hacer. La tradi- 115
  • 14. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 ción del oficio estaba en la cultura y se aprendía por la enseñanza de los ya expertos en el mismo. El delincuente “antiguo” todavía participa de una tradición que pocos años después va a desaparecer con el desarrollo de la producción industrial. Según esto, no se asesina a lo loco, se asesina según ciertas normas y ciertas maneras experimentadas de hacerlo, no se roba a lo loco y sin cuidar las consecuencias, etc. Los mayores enseñan técnicas pero también actitudes, ló- gicas, planificaciones. En los “medios” vemos que la formación es más bien producto del azar o de alguien más experimenta- do con el que se coincide casualmente en un grupo o en una circunstancia. Las cosas ya no se hacen bien. Se ha introducido la improvisación. En los “nuevos” no se aprende de nadie sino por pura observación personal, viendo lo que hacen los “cartelúos”, los más malandros del entorno en el que se vive. Sólo se aprende por tanto acción, se aprende a hacer por el hacer mismo. Estamos en la cultura de la “acción” en el cine, en la televisión, en la vida. La ac- ción separada de la reflexión. Sólo la experiencia, el ensayo y error, puede enseñar algún procedimiento. Ello está patente en el caso de Héctor. Tiene quin- ce años y ya se ha convertido en un modelo, en un hé- roe. Hay un muchacho que quiere mostrarle cómo es 116
  • 15. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 capaz de hacer lo que él hace, que puede matar como él. El ejemplo se difunde y éste es uno de los caminos de iniciación para los mismos niños de once y doce años de un barrio. Así funciona la inducción. El delincuente ya experimentado, con cartel, esto es, con varios muer- tos encima, el “cartelúo”, cosa que se indica dándose unos golpes con los dedos índice y medio de la mano derecha en el hombro izquierdo, señalando unas cha- rreteras imaginarias, marca un camino con su pura pre- sencia y su efectiva práctica a quienes por uno u otro motivo ya tienen desde antes disposición al delito. El muchacho, pues, quiere demostrar su audacia y Héctor le da la oportunidad; lo lleva al terreno de las “culebras”, esto es, a donde abundan sus enemigos mortales. Allí puede matar, tiene abundancia de opor- tunidades y de posibles víctimas. Para ello basta ma- tar a cualquiera. De hecho matan a un catequista que probablemente nada tenía que ver con nada. Eso no importa. Lo importante es que el otro demuestre que puede matar. Aprueba su tesis de grado. La convivencia El “antiguo” se mueve de comunidad en comuni- dad. Sale de la comunidad familiar y entra en la de los jóvenes coetáneos, la pandilla, o algo mayores, para pasar, cuando cae en la vida del delito plenamente, a 117
  • 16. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 un grupo de delincuentes que forman comunidad e incluso, lo típico, viven en una misma casa de vecindad y delinquen en grupo con cierta continuidad; por lo menos, mientras no los desarticula la policía. El “mediano” se integra a un grupo de la calle y vive de manera trashumante. Se junta con otros para formar transitoriamente un grupo de tarea que se di- suelve una vez terminada ésta. Es más libre, menos atado a compromisos pero delinque en grupo. El “nuevo” no convive. Puede juntarse circuns- tancialmente en parejas o tríos, y poco más, pero fun- damentalmente actúa por su cuenta aunque tenga “pa- nas”, especialmente cuando asesina. El “nuevo” es so- bre todo, un solitario. Trabajo El “antiguo” tiene una cierta relación con el tra- bajo como medio de ganar recursos, aunque sea tran- sitoria y circunstancial. Combina trabajo y delito, pero se le puede identificar con un tipo de trabajo. El “me- dio” trabaja rara vez y no tiene un oficio que lo identi- fique. El “nuevo” no trabaja en absoluto; sólo delinque. La policía El “antiguo” se cuida de la policía; tiene que cui- darse de ella tanto cuando está sólo como cuando ac- 118
  • 17. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 túa en grupo. La imagen que se nos da de la policía es la de un cuerpo que persigue realmente al delincuen- te y no entra en connivencia con él. El “medio” negocia con la policía. Ya la policía es un cuerpo que se distingue de la banda delincuente por las formas y los procedimientos, pero que compar- te los mismos delitos y no persigue al delincuente para resguardar la seguridad de los ciudadanos sino por otras motivaciones. El “nuevo” huye de la policía porque ni siquiera puede llegar a acuerdos en delitos con ella. A veces, incluso, la enfrenta. Es su competencia. Los bienes El “antiguo” busca obtener bienes y aparentar con los bienes, llevar una buena vida de goce, sin su- frimiento, sin mucho trabajo. El “medio” los busca pero, como los consigue, los gasta. En el “nuevo” no hay ninguna referencia a los bie- nes de nigún tipo. La referencia es al solo poder. La violencia delincuencial se vuelve autónoma El desarrollo histórico aquí expuesto viene a ser lo que podríamos llamar el proceso de autonomización 119
  • 18. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 de la violencia delincuencial. Con esto queremos de- cir que la delincuencia, en tiempos de los “antiguos” no era autónoma de la sociedad, de la comunidad del barrio, de la policía, de la opinión de los ciudadanos. Eso no impedía que el delincuente delinquiera, pero para poder hacerlo tenía que observar ciertas formas, resguardarse, hacerlo en ciertos espacios y no en otros, en ciertos tiempos y no en otros, etc. Cuando para de- linquir tenía que conservar ciertas maneras, estaba sometido a un determinado control. Era un cuerpo enfermo, peligroso, dañino, todo lo que se quiera, de la sociedad, pero le pertenecía como le pertenecen los leprosos, los locos, los retrasados mentales. Para él, la sociedad había elaborado sus mecanismos de control, de aislamiento, de reclusión e incluso de reintegración. En esos espacios se desenvolvía la vida del delincuen- te cuidándose, acomodándose, aprovechando las fisuras y deficiencias, eludiendo o manipulando los controles, etc. De todos modos, no tenía manera de autonomizarse totalmente de ellos. En estos momentos, en cambio, los “nuevos” se han autonomizado por completo. Ninguno de esos dis- positivos ejerce presión alguna sobre ellos. Pero ade- más, se trata de una autonomía de todo rastro de los valores de la cultura, de todos los significados del mun- do-de-vida popular, de todo lo que se ha conceptua- 120
  • 19. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 lizado como “humano” en la tradición y de lo que en el “antiguo” siempre quedaban huellas. Esta autonomía del “nuevo” es, además, un total desarraigo. No se sostiene sobre nada, ni sobre la fami- lia, ni sobre la madre, ni sobre el amigo, ni sobre la tie- rra, ni sobre la naturaleza, ni sobre la dignidad, ni so- bre la humanidad, sólo sobre su propio mecanismo de acción. ¿Cómo pensar la delincuencia violenta actual? Esto los hace terriblemente peligrosos, pero, ade- más, impensables para la sociedad; esto es, su mane- ra de vivir la forma-de-vida de violencia delincuencial no es representable como algo con sentido en las re- presentaciones sociales de la actualidad. La comunidad del vecindario está paralizada ante este fenómeno; no tiene como vérselas con él. Lo único que le queda es estallar con enorme violencia contraria en el linchamiento. La autonomía del nuevo malandro es tan extraña, tan fuera de toda posible comprensión, que no se encuentra ni se puede produ- cir un espacio social en el cual encuadrarla. La representación social de la violencia delin- cuente se ha hecho imposible. La delincuencia y vio- lencia de los “antiguos” entraba en la tradición ciu- 121
  • 20. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 dadana de la época, según la cual ser delincuente era una forma-de-vida delimitada por la representación que de ella se hacía la sociedad. La sociedad había de- finido cómo era ser delincuente y cómo era el grupo de delincuentes, la banda o la pandilla. Cuando la ciudad crece, cuando se llena de inmigrantes del cam- po, del interior y de otros países vecinos, la delin- cuencia se diversifica y se sale de los esquemas den- tro de los cuales tenía su representación. Hoy, con los “nuevos”, ya no hay esquema. La delincuencia se ha diversificado, se ha expandido enormemente, ha des- cendido a edades que antes eran excepcionales, se ha hecho demasiado libre, autónoma, brota por todas partes y con novedad, con originalidad, en formas no sospechadas e inusuales, de modo que sorprende cons- tantemente. La sociedad, la cultura, todavía no ha elaborado dispositivos adecuados para delimitarla y representár- sela, para significarla. Por eso, aun no sabe qué hacer con ella, cómo manejarla. No lo sabe ni la policía, ni el juez, ni el educador, ningún ente, porque aún no se ha podido elaborar un concepto para pensarla. Cuando la sociedad define al delincuente y éste, o la mayoría de ellos, entra en ese marco, está abierta la puerta a las posibilidades de control a partir de su representación. Hoy, la delincuencia “nueva” ni siquie- 122
  • 21. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 ra puede ser objeto de análisis, porque no existe como objeto delimitado. La comunidad y sus malandros Esto nos lleva a retomar y ampliar un tema ya tocado y de la mayor importancia: las relaciones de la comunidad inmediata, la del barrio, con el malandro. Tradicionalmente, en lo que corresponde a los delincuentes del tipo “antiguo”, la comunidad había llegado, espontáneamente, a algunos acuerdos implí- citos con ellos, para poder sobrevivir en cierta paz y para mantenerlos bajo el máximo control posible den- tro del vecindario. Como consecuencia de esos acuer- dos, sobrevivían unos y otros, los malandros y la comu- nidad. Ahora bien, con los “nuevos” esta situación se ha vuelto imposible. No hay posibilidad de ningún acuer- do. La supervivencia de ambos se ha hecho inviable. En la historia-de-vida de José vemos cómo fun- cionaban estos acuerdos. Todo el mundo en la comu- nidad sabía que él era ladrón y en sus propias palabras, “la gente me conocía y me respetaba”. Es un malandro que tiene claras sus áreas de acción, su papel dentro de la comunidad. Ante todo, no meterse con la comuni- dad. Si no se mete con la comunidad, ésta le asigna un papel y esto funciona como un dispositivo de control. 123
  • 22. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 Así, si los más jóvenes, por condiciones propias de la edad, roban a algún vecino, él está encargado de que lo robado regrese a sus dueños y él da la razón: “me perjudicas a mí que me la paso aquí en esas cosas… no quiero tener problemas con el gobierno por culpa…” Tiene una función de protección contra los abusos de los delincuentes imprudentes y de las agresiones de los malandros externos, al mismo tiempo orienta a los nuevos para que no se extralimiten en la misma comu- nidad, controla las armas, el consumo de la droga y los escándalos a los niños. Siempre hubo algún delincuente de mayor edad y más reflexivo que cumplió estas funciones. La comunidad, por su parte, no lo denunciaba a la policía, no lo descubría cuando había algún opera- tivo, compraba y escondía los productos de sus robos vendidos a muy bajo precio, etc. No es que aprobara su conducta, pero la toleraba siempre que no fueran ase- sinatos. Toleraba el robo pero no las muertes. Ante és- tas se callaba, pero en cualquier momento podía de- nunciar. Esto implicaba una actitud permisiva y algu- na complicidad, sin duda, pero posibilitaba cierta se- guridad y cierto control. En una situación en que la comunidad estaba, como ha estado siempre, desprotegida porque los cuerpos de seguridad no aseguraban nada, esos 124
  • 23. C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 15, enero 2007 acuerdos implícitos permitieron una convivencia pa- cífica. Actualmente, se ha cambiado el sentido. El ma- landro ha roto los únicos límites que respetaba, los de la convivencia en la comunidad. Con eso se ha puesto en contra de ella, no tanto porque la agreda, sino por- que le da lo mismo lo que piensen de él y la actitud que ante él tomen las gentes. De esta manera han desapa- recido las posibilidades de convivencia. Si el malandro antiguo pertenecía de algún modo a la comunidad, estos “nuevos” son cuerpos absoluta- mente extraños, para los que no hay lugar de ningún tipo. La comunidad trata de expulsarlos ya sea recu- rriendo a los cuerpos represivos, que tampoco pueden llegar a acuerdos con ellos y los persiguen; ya sea or- ganizando grupos represivos internos para-policiales; ya sea radicalmente, linchándolos, pero sólo en casos extremos; aunque, como hemos dicho, menos raros de lo que se piensa. Dos componentes fundamentales están en la ba- se de este cambio tan significativo y tan peligroso: la proliferación de la droga y de las armas. Las armas se han extendido de tal manera que su uso está comple- tamente anarquizado. Cualquier adolescente posee un arma; la misma gente común, para protegerse, tam- bién se ha armado. No hay cómo controlar el uso de las 125
  • 24. armas en la misma comunidad. Ya no está, y si está no tiene ninguna capacidad de control, el malandro de edad tipo José. Los más jóvenes acabaron, al ser más y más atrevidos, por derrotar a los malandros experi- mentados y adueñarse del patio. Muchas veces, cuan- do por cualquier circunstancia ha entrado en conflic- to con alguno de los “nuevos”, la gente sana tiene que huir y mudarse del lugar.