2. JULIETA.- ¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos? ROMEO.- ¡No sé decirte quién soy con mi nombre! Pues mi nombre me es odioso, mi adorada, por ser para ti un enemigo. Si la tuviera escrita, rasgaría esa palabra. JULIETA.- ¿No eres tú Romeo? ¿y Montesco? ROMEO.- Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan. JULIETA.- Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de escalar, y el sitio, considerando quién eres, si alguno de mis parientes te reconociera, sería para ti la muerte. ROMEO.- Con ligeras alas de amor franqueé estos muros, pues no hay cerca de piedra capaz de atajar el amor; y todo lo que el amor puede hacer, no duda en intentarlo. Así que tus parientes no me importan. JULIETA.- Te asesinarán si te encuentran. ROMEO.- Más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas de ellos. El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero si tú no me quieres, déjales que me encuentren. ¡Prefiero terminar mi vida víctima de su odio, a que se retrase mi muerte, porque me falta tu amor! JULIETA.- ¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio? ROMEO.- Amor, que fue el primero que incitó. Él me prestó consejo y yo le presté mis ojos. JULIETA.- Gustosa querría guardar las formas, y gustosa negar cuanto he hablado; pero ¡basta de cumplimientos! Di, ¿me amas? Sé que dirás que sí, y yo te creeré bajo tu palabra. Con todo, si lo jurares, podría resultar falso. ¡Oh, gentil Romeo! Si de veras me quieres, dímelo con sinceridad. ROMEO.- Señora, juro por esa luna bendita, que corona de plata las copas de estos árboles... JULIETA.- ¡Oh, no jures por la luna, por la inconstante luna, que cada mes cambia al girar en su órbita, no sea que tu amor resulte tan variable. ROMEO.- ¿Por qué juraré entonces? JULIETA.- No jures en modo alguno. O si quieres, jura por tu graciosa persona, que es el dios de mi idolatría y lo creeré. ROMEO.- ¡Oh, bendita, bendita noche! ¡Cuánto temo, por ser ahora de noche, que todo esto no sea sino un sueño, demasiado embriagor y dulce para ser cierto! ROMEO Y JULIETA Romeo y Julieta
3. Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Qué es mejor para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la esquiva Fortuna, o tomar las armas contra un mar de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir, dormir... nada más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al dolor del corazón y los mil diversos conflictos que constituyen la esencia de nuestro ser! ¡He ahí un final sin duda apetecible! ¡Morir, dormir!.. ¡Tal vez soñar! Pero ahí está el obstáculo. Porque es forzoso que nos detenga el no saber qué sueños puedan sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida. Este miedo es el que da tan larga existencia al infortunio. Porque, ¿quién aguntaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple puñal? ¿Quién querría llevar tan dura carga, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de lo que ha de venir después de la muerte (esa región de la que ningún viajero vuelve), temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos? HAMLET Hamlet
4. OFELIA ¿Cómo te conocería, dueño de mi corazón? Por el sombrero de conchas, las sandalias y el bordón. Aquí os traigo romero, que es para la memoria; acuérdate, amor mío, te lo ruego. Y aquí traigo trinitarias, que son para los pensamientos. Os traigo también hinojo y aguileñas. Y ruda, para vos y también un poquito para mí; nosotras podemos llamarla la hierba de la gracia de los días festivos. Bien quisiera ofreceros algunas violetas, pero se marchitaron todas cuando murió mi padre. Dicen que tuvo un buen fin. ¿Y no volverá otra vez? ¿Y otra vez no volverá? No, no, porque ya está muerto en su sepulcro de piedra y nunca más volverá. Su barba era cual la nieve, su cabello, como el lino. Se ha marchado, se ha marchado, Vanos son nuestros suspiros. Tenga piedad de su alma Dios. Hamlet
5. SHYLOCK ¿Me preguntas para qué sería buena la carne de Antonio? Para cebar a los peces. Alimentará mi venganza, si no puede servir para nada mejor. Ha arrojado el desprecio sobre mí, me ha impedido ganar medio millón; se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha menospreciado mi nación, ha dificultado mis negocios, enfriado a mis amigos, exacerbado a mis enemigos, ¿y qué razón tiene para hacer todo esto? Que soy un judío. ¿Es que acaso un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, pasiones, afectos? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos reímos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? El Mercader de Venecia
6. LADY McBETH McBETH Tú serás, McBeth, cuanto te ha sido anunciado. Pero desconfío de tu carácter: está demasiado cargado de ternura humana para elegir el camino más corto. Tú quieres ser grande y no te falta ambición, pero sí la maldad que debe acompañarla. Ven deprisa, que yo verteré mi coraje en tus oídos y barreré con el brío de mis palabras todos los obstáculos... El rey llega aquí esta noche. Hasta el cuervo está ronco de graznar la fatídica entrada de Duncan bajo mis almenas. Venid a mí, espíritus que servís a propósitos asesinos, cambiad mi sexo y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni pesar ni remordimiento alguno quebranten mi funesto propósito. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen, dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de las sombras gritando: «¡Alto, alto!»
7. OTELO Otelo, el Moro de Venecia ¡Esta es la causa, esta es la causa, alma mía! No la diré ante vosotras, castas estrellas. Esta es la causa. Mas no quiero verter esta sangre ni herir esta piel, más blanca que la nieve, más lisa que alabastro de sepulcros. Pero ha de morir o engañará a más hombres. Apagaremos la llama y después apagaremos su llama. Si te extingo, agente de la claridad, podría devolverte la luz anterior si llego a arrepentirme. Mas, muerta tu llama, criatura perfecta de la naturaleza, no sabría dónde hallar el fuego de Prometeo que te diera nueva luz. Si arranco tu rosa no puedo hacer que reviva; por fuerza se marchitará. La oleré en el rosal. (La besa.) ¡Ah, aliento fragante, que tienta a la justicia para que rompa su espada! ¡Otro más, otro beso! Cuando hayas muerto sigue así, que yo te mataré y te querré por siempre. ¡Otro más, el último! Lo grato nunca fue tan mortal. Me hace llorar. Pero es llanto cruel. Este dolor es celestial, pues hiere aquello que ama.