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I.E. Melitón Carvajal
UGEL 03 - Lima
Profesor John Casso
LECTURA RECOMENDADA PARA DESARROLLAR LA EVALUACIÓN DE LA
SEGUNDA UNIDAD DE APRENDIZAJE PARA PRIMER AÑO DE SECUNDARIA
1. Varón y mujer, iguales en dignidad.
La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza
de Dios; se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina. Corresponde al ser
humano llegar libremente a esta realización. Por sus actos deliberados, la persona
humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios. Los seres
humanos se edifican a sí mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida
sensible y espiritual un material de su crecimiento. Con la ayuda de la gracia crecen en
la virtud, evitan el pecado y, si lo han cometido recurren como el hijo pródigo (Lc 15,
11-31) a la misericordia de nuestro Padre del cielo. Así acceden a la perfección de la
caridad.
La grandeza del ser humano es tal que no hay ninguna cosa humana que pueda barrer
algo equiparable a lo otro. Porque esto que todos percibimos como real, todos al
ponernos en la situación de estar en medio del mercado pensamos, ¡imposible! A mí
no se me puede vender ni comprar. ¿De dónde sale esto? Pues miren, dice el Concilio
Vaticano II: "El hombre en la tierra es la única creatura que Dios ha querido por sí
misma". Eso tiene consecuencias inmensas. Lo único que Dios ha querido
directamente de todo el universo es el hombre, todo lo demás lo ha querido para el
hombre.
Desde el primer instante soy hombre y por lo tanto con total y con absoluta dignidad.
Si es una barbaridad matar a una persona, también es una barbaridad matar a un niño
pequeño, peor aún si se lo priva de nacer mediante el aborto. Tú te puedes defender,
el niño pequeño no se puede defender, el niño pequeño no tiene quien clame por él.
Nosotros podemos gritar y hacer valer nuestro derecho en la vida, ese niño no. La
dignidad arranca en el momento en que uno empieza a ser hombre y uno empieza a
ser hombre en el momento en que es concebido, no hay antes ni después.
La vida es un don de Dios, solo Él la da y sólo Él la puede quitar. Por eso nuestra vida es
tan importante, y con ello tenemos la dignidad de ser considerados como hijos de Dios.
2. El pecado personal
El pecado personal es un “acto, palabra o deseo contrario a la ley de Dios”. Esto
significa que el pecado es un acto humano. Para que exista pecado, debe darse ante
todo la libertad plena del hombre. El pecado se manifiesta en actos humanos ya sea de
comportamiento, palabra o pensamiento. De modo más general, el pecado es
cualquier acto humano opuesto a la ley de Dios.
Se trata, por tanto, en rechazar todo lo que nos manda Dios, el cual se manifiesta en
un amor desordenado a nosotros mismos. Por eso, también se dice que el pecado es
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esencialmente contrario al amor de Dios el cual nos aleja de su presencia. Todo pecado
afecta nuestra relación con: Dios, el prójimo, nosotros mismos, y la naturaleza.
Todo pecado es personal. Estos se presentan de dos clases:
Pecado mortal: Es el pecado grave que nos corta nuestra gracia con Dios y nos lleva a
la condenación si no nos arrepentimos y confesamos ante un sacerdote. Determina la
muerte del alma.
Pecado Venial: Es el pecado leve que nos impide alcanzar la gracia de Dios y se hace un
hábito en nosotros, llegando con esto a cometer el pecado mortal. Determina la
enfermedad del alma.
Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es
cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento. Así empieza el pecado
original, el hombre supo que no debió desobedecer el mandato de Dios, sin embargo,
teniendo conocimiento de eso, desobedece y la culpa fue tan grande que el hombre
jamás podría alcanzar el perdón de Dios. Tuvo que hacerse hombre el Hijo de Dios en
la persona de Jesús para que, muriendo por nosotros mismos, podamos alcanzar el
perdón y la salvación de Dios.
Entre los pecados personales se originan desde el corazón. Entre ellos tenemos:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras,
rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes.
De todos estos pecados se originan otros. Todo pecado personal se vuelve hábito en
nosotros mismos cuando no aprendemos a reconocer como un error personal. Estos
pecados personales dificultan nuestra relación con los demás, sobre todo cuando
aparecen los conflictos en el grupo y cuando no se logran superar, aparece la agresión
física con todas sus consecuencias.
3. El mandamiento del amor de Dios
“Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé-único. Y tú amarás a Yahvé, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los
mandamientos que yo te entrego hoy, repíteselos a tus hijos, habla de ellos tanto en
casa como cuando estás de viaje, cuando te acuestes y cuando te levantes. Grábalos
en tu mano como una señal y póntelos en la frente como tu distintivo; escríbelos en los
pastes de tu puerta y a la entrada de tus ciudades”. (Dt 6, 4-9)
Es la oración llamada Shema, en su forma fundamental. Esta es la oración más
importante para los judíos. La recitan en todas sus fiestas, y momentos importantes de
su vida; por la mañana y por la tarde.
Ese «todo» repetido y aplicado a la práctica con toda insistencia es de verdad la
bandera del maximalismo cristiano. Y es justo: demasiado grande es Dios, demasiado
merece Él ante nosotros, para que se le puedan echar, como a un pobre Lázaro,
apenas unas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Es el bien infinito y será
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nuestra felicidad eterna: el dinero, los placeres y las venturas de este mundo
comparados con Él, apenas son fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad.
(Audiencia del Papa Juan Pablo I 27/09/79).
El primer mandamiento nos manda que amemos a Dios sobre todas las cosas. Es el
primero de los diez mandamientos. Dios le da especial importancia porque el pueblo
vivió contaminado de la idolatría de los egipcios, por eso quiso revelarse como el Dios
que los salvó de la esclavitud.
Amar a Dios no es, precisamente, sentir cariño sensible hacia Él, como lo sentimos
hacia nuestros padres; porque a Dios no se le ve, y a las personas a quienes no se ve es
difícil tenerles cariño. Dios no obliga a eso, pues no está en nuestra mano. Aunque hay
personas que llegan a sentirlo, con la gracia de Dios. Amar a Dios sobre todas las
cosas es tenerle en aprecio supremo, es decir, estar convencido de que Dios vale más
que nadie, y por eso preferirle a todas las cosas.
Tenemos que amar a Dios porque Él nos amó primero31 y debemos corresponderle. El
amor se manifiesta en obras más que en palabras. «Obras son amores y no buenas
acciones». Amar a Dios es obedecerle, cumplir su voluntad. No hacer mal a nadie.
Hacer bien a todo el mundo.
4. La tolerancia como virtud del creyente
La tolerancia es una virtud que va de la mano con el respeto a los demás.
También guarda relación con la aceptación de aquellas personas, situaciones o cosas
que se alejan de lo que cada persona posee o considera dentro de sus creencias.
Proviene de la palabra en latín “tolerare”, la que se traduce al español como
“sostener”, o bien, “soportar”.
Podríamos definir la tolerancia como el respeto y la aceptación de la diversidad de
opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar
a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida,
siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona...
La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como
una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la
propio comportamiento de uno mismo, o como una actitud de aceptación de la
diversidad de comportamiento de las personas según su cultura, condición social,
étnica y generacional.
La tolerancia es considerada como una cuestión de la moral y de la vida en sociedad,
ya que vivimos en sociedades pluralistas. Es por ello que se la considera como una gran
virtud y una responsabilidad cívica. Hay quienes incluso postulan a la tolerancia como
uno de los pilares de una cultura democrática real. Ya que esta posibilita una mayor
integración y a su vez, la construcción de los cimientos de una verdadera identidad de
los pueblos.
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Entre las pruebas de tolerancia en el Antiguo Testamento, encontramos: El pueblo
hebreo estuvo esclavizado en Egipto y Dios pidió al Faraón, a través de Moisés, que
deje ir a su pueblo. Moisés llevo el encargo de Dios, sin embargo el faraón no le hizo
caso, y cada vez que él se negaba, endurecía su corazón. Esa es muestra de su
intolerancia, cerrar su corazón para escuchar la voluntad de Dios, por eso por culpa de
la intolerancia, el Faraón hizo sufrir las consecuencias de las plagas a su pueblo hasta el
extremo.