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ELEGÍAS
DE
OVIDIO
AMORES, I,5
He aquí que llegó Corina junto a mi lecho,
tapada con su túnica desceñida,..
Le arranqué la túnica: no molestaba mucho de fina que era,
pero sin embargo ella luchaba por cubrirse con la túnica,
y como luchaba como la que no quisiera vencer,
vencida quedó sin dificultad por su propia traición.
Cuando se quedó de pie sin velos ante mis ojos,
no hubo en todo su cuerpo defecto en parte alguna.
¡Qué hombros, qué brazos vi y toqué!
¡La forma de sus pechos, qué adecuada fue para estrecharlos!
¡Qué fino su vientre bajo un pecho perfecto!
¡Qué grandes y hermosas caderas! ¡Qué muslos de joven!
¿A qué detenerme en cada parte? Nada vi que no fuera elogiable
y desnuda la estreché contra mi cuerpo.
El resto, ¿quién no lo sabe?
Relajados descansamos los dos:
¡que lleguen para mí muchas siestas así!
AMORES, II,4
Noes una belleza concreta la que pueda excitar mi amor:
existen cien razones para estar yo siempre enamorado
Si una bajó sus ojos ruborosos a tierra,
me abraso yese pudor es para mí una emboscada;
si otra es provocativa, cautivo quedo porque no es sosa
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y me da esperanzas de menearse bien en mullido lecho.
Si pareces huraña y émula de las sabinas puritanas,
pienso que quieres, pero que en el fondo estás disimulando;
si eres culta, me agradas dotada de esas extraordinarias cualidades;
si inexperta, me agradas por tu sencillez.
Está la que dice que los versos de Calímaco son rústicos al lado de los míos:
a la que agrado, al instante ésa me agrada;
está también la que me critica a mí, poeta, y mis versos:
desearía tener debajo los muslos de la detractora..
Camina delicadamente: cautiva con su meneo;
otra es dura: pero podrá ser más delicada al contacto con un hombre.
A ésta porque canta dulcemente
y modula con gran soltura la voz,
quisiera darle besos robados mientras canta;
ésta recorre las quejumbrosas cuerdas conelhábil pulgar:
¿quién no se enamoraría de manos tan sabias?
Aquélla agrada con sus gestos, mueve rítmicamente los brazos
y contonea su delicada cintura con sensual destreza:
pornohabla rde mí aquien cualquier cosaaltera,
¡ponallí aHipólito yseráPríapo!
Tú, porque eres tan alta, igualas a las antiguas heroínas
y puedes ocupar tendida toda la cama;
otra es manejable por su pequeñez;
las dos me pierden:
la grande y la chica se avienen a mis deseos.
La mujer blanca me cautivará, me cautivará la rubia:
también es agradable Venus en el color oscuro.
Si cuelgan oscuros cabellos de un cuello de nieve,
recuerdan la negra cabellera de la hermosa Leda;
si amarillean, recuerdan el cabello azafranado de la Aurora:
mi amor se acomoda a todas las leyendas.
La joven me atrae, me seduce la madura:
aquella es superior por su físico, pero ésta es la que más sabe:
en fin, mi amor es candidato de todas las mujeres de Roma…
ARTE DE AMAR
Libro primero
No dejes de ir a las carreras de caballos;
el Circo, en donde se reúne el pueblo entero,
es lugar muy favorable a los amores.
Allí no tendrás necesidad de recurrir al lenguaje de los dedos
para expresar tus secretos
o de espiar el gesto que te interprete el pensamiento de la mujer
que estás conquistando.
Siéntate cerca de ella, lo más cerca posible;
el estrecho límite de tu asiento te obligará a colocarte así,
y con verdadero gozo notarás contra las tuyas las carnes duras y tibias
de su hermoso cuerpo.
Busca un pretexto cualquiera para entablar conversación.
Los caballos entran en el Circo.
Pregúntale a quién pertenecen los caballos y cuál de ellos es su preferido.
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Claro está que, inmediatamente le jurarás que eres de esa misma predilección.
Cuando, con pompa inusitada, avancen las imágenes de los dioses,
aplaude con entusiasmo a Venus tu protectora.
Si por una casualidad cae polvo en el vestido de la joven,
sacúdelo suavemente con tus dedos,
y si no le ha caído, fíngelo y haz como si se lo sacudieras.
Con cualquier pretexto debes mostrarte obsequioso.
¿Que el vestido le arrastra por el suelo?
Recógeselo en seguida y en premio a tu complacencia
contemplarás con deleite su bellísima pierna.
Debes prestar atención por si entre los espectadores
que se sientan detrás de vosotros, alguno, por sacar demasiado la rodilla,
oprime su ebúrnea espalda.
Cualquier insignificancia cautiva a un espíritu frívolo.
¡Cuántos amantes ganaron a su amada
por el simple hecho de colocar un almohadón, o agitar el aire con el abanico,
o colocar un escabel bajo sus delicados pies!
Todas estas ocasiones las encontrarás en el Circo.
Allí, muy a menudo, descendió a combatir el Amor;
y el que miraba desde el graderío las heridas de sus adversarios,
resultó herido también;
y mientras él habla o apuesta por tal o cual atleta,
toca la mano de su adversario y apuestan por un combatiente,
y depositada la apuesta, lanza un gemido
y de simple espectador se transforma en una de sus víctimas.
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Cuida sobre todo que ella te vea en el teatro
donde está luciendo su deslumbrante belleza;
allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un delicioso espectáculo;
allí podrás admirarla a tu sabor y la podrás comunicar,
con el amoroso lenguaje de los ojos y de los gestos,
toda tu pasión irrefrenable.
Aplaude con entusiasmo la danza que ella aplaude.
Levántate si ella se levanta, y siéntate si vuelve a sentarse.
Y no te importe perder el tiempo siguiendo sus antojos.
No debes preocuparte de rizarte el cabello con las tenacillas
ni de alisarte la piel con piedra pómez;
deja estos ridículos aliños para los afeminados
que aúllan sus cánticos frigios en honor de la diosa Cibeles.
La sencillez es la mayor elegancia del hombre viril.
Teseo, que nunca se preocupó de su peinado,
supo conquistar y hacerse amar por la hija de Minos.
Fedra enloqueció por Hipólito, que carecía de elegancia.
Y Adonis, que vivía salvajemente,
cautivó con su brusquedad el corazón de Venus.
Preséntate aseado,
pero no ocultes el fuerte color que a tu piel dio el ejercicio a pleno sol.
Que tu toga te envuelva airosa y bien cortada.
Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte;
que tus pies vayan calzados justamente;
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que tus cabellos, mal cortados, no caigan a mechones,
ni tu larga barba te erice el rostro;
no lleves largas las uñas ni sucias;
no asomen los pelos por las ventanillas de tu nariz,
y, antes que nada, que tu boca no hieda con el fétido olor del macho cabrío.
Los demás detalles de la cosmética déjalos para la mujer.
Libro segundo
Dulcifiquemos los defectos reales con nombres cariñosos y con piropos.
¿Que ésta es más negra que la pez de Iliria?
Llamémosla morenita.
Si es bizca, juremos que se parece a Venus,
que de vez en cuando extraviaba su mirada.
Si pelirroja, que es la viva estampa de Minerva.
«¡Tienes esbeltez de junco!»,
digamos a la que por su delgadez más parezca muerta que viva.
«No digas que eres menuda,
de ninguna manera — afirmaremos a la enana —;
lo que pasa es que eres ligera.»
Alabarás la exuberancia de la grandota,
y si no la ves muy convencida
puedes hablar pestes de las cualidades primorosas contrarias a ella:
la delicadeza, la esbeltez, la gracia...
No le preguntes los años que ha cumplido o en qué consulado nació;
sobre todo si ya es mujer otoñal, de las que peinan canas.
Quede para el oficio de censor averiguación que tanto ofende a las mujeres.
Creedme, mozos : a cualquier edad ellas os colmarán de complacencias,
porque son campos que si los sembráis bien producen la mies en abundancia.
Mientras os encontréis con juventud y con fuerza,
trabajad amorosamente, que antes de lo que se piensa llega la triste senectud.
Azotad las olas con los remos; rasgad la tierra con el arado;
empuñad las mortíferas armas del combate...
Todo esto está bien, sí, pero... no dejéis de ocuparos en el amor.
Libro tercero
Un día se anunció mi súbita llegada a una joven
y en su turbación se colocó al revés su peluca postiza.
Que tan ignominiosa afrenta no ocurra más que a mis enemigos
y caiga tal vergüenza sobre las hijas de los partos.
Un animal mutilado, un campo sin verdor,
un árbol sin hojas y una cabeza calva son casos igualmente odiosos.
No es a Semele o Leda o Europa a quien van dirigidas mis lecciones,
ni a Helena, a quien tú, Menelao, reclamas con tanta razón,
y a quien tú, raptor troyano, rehusas devolver.
La multitud que me oye se compone de hermosas y de feas,
y estas últimas abundan desde luego más;
las hermosas no tienen necesidad de los recursos del arte
y no hacen caso de sus preceptos;
tienen el privilegio de la belleza que por sí sola ejerce el mayor poder.
Cuando el mar está en calma el piloto reposa con toda seguridad,
pero si se encrespa no se quita un momento del timón.
Son pocas las caras sin defectos;
ocultadlos con cuidado al mismo tiempo que las imperfecciones del cuerpo.
Si eres pequeña, siéntate, no crean que estás sentada
aun cuando permanezcas en pie.
Si diminuta, extiéndete sobre tu lecho
y para que no puedan medir tu talla, oculta tus pies bajo el vestido.
Si demasiado delgada, debes vestirte con telas burdas y un largo manto
que penda de tus espaldas.
Si pálida, tiñe tus mejillas de un bermellón púrpura.
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Si morena, recurre a la substancia extraída del pez de Faros.
Si tienes el pie deforme, usa siempre calzado blanco.
Una pierna demasiado delgada no se enseñe si no está sujeta por varios lazos.
Con pequeños cojines corrige la desigualdad de las espaldas.
Adorna con un chal el pecho demasiado saliente.
Haz pocos gestos al hablar si tienes los dedos gruesos
y las uñas demasiado toscas.
La que le huela el aliento no debe jamás hablar en ayunas
y sí tener gran cuidado de ponerse a distancia del hombre que la escucha.
Si tienes los dientes negros, demasiado largos o mal cuidados,
riéndote harás un mal papel. ¿Quién lo creerá?
Las mujeres aprenden a reír y este arte les presta un encanto nuevo.
No abráis demasiado la boca,
que sobre vuestras dos mejillas se marquen dos lindos hoyuelos
y que la extremidad de los dientes superiores la oculte el labio inferior.
Evitad una risa excesiva y demasiado frecuente;
al contrario, que vuestra sonrisa tenga no sé qué de dulzura y de femineidad
que produzca un gran encanto al oírla.
Hay mujeres que no saben reír si no tuercen odiosamente la boca;
otras parece que en vez de reír lloran;
otras, en fin, lastiman los oídos con sus ronquidos desagradables.
¿Qué diré de aquellas que quitan letras a las palabras
y fuerzan a la lengua a pronunciarlas tartamudeando?
Este vicio de pronunciación lo toman como un encanto más
y hablan mucho peor de como podrían hacerlo.
Estos son pequeños detalles,
pero que no debes descuidar en estudiarlos.
Aprended a andar como conviene a una mujer;
es éste uno de los atractivos que más sugestión ejercen sobre los hombres.
Ésta con movimientos estudiados hace flotar su túnica al viento,
avanzando con paso majestuoso.
Aquélla, imitando a la rubicunda esposa del habitante de Umbría,
anda con las piernas abiertas.
Pero en esto como en todo se debe guardar la mesura.
La una resulta demasiado basta
y la otra demasiado presuntuosa.
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Debes desplegar distintas seducciones
si intentas cautivar a un jovencito inexperto
o a un hombre maduro.
Aquél, fogoso e ingenuo, no debe separarse de ti.
Es una planta débil que necesita muchos cuidados y una especie de estufa.
Vencerás al hombre mientras seas única para su amor, pero teme a las rivales.
El imperio de Venus como el de los reyes no admite división.
Éste, el hombre maduro, viejo soldado
mil veces victorioso en contiendas de amor,
amará sin comprometerse e incluso es probable que por cautela
soporte lo que el novicio puntilloso y romántico se negaría a soportar.
Lo que sí te aseguro es que ni aporreará ni intentará forzar tu puerta,
ni te clavará las uñas en tus suaves mejillas,
ni desgarrará patéticamente su túnica y la tuya,
ni serán motivo de tu llanto los cabellos que te arranque.
Estos excesos se quedan para los jóvenes, todavía crédulos y apasionados.
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El hombre maduro aguanta los golpes y casi le dan placer,
se enciende poco a poco,
como la leña húmeda o el ramaje recién cortado en el bosque.
Su amor es más seguro y más suave.
El del otro, más pasajero y violento,
consigue con presteza el fruto que se escapa de las manos.
Oído al consejo : que todo se rinda a la vez,
que las puertas se abran de par en par
y el enemigo se crea seguro en medio de la traición;
lo que se alcanza fácilmente no estimula a la perseverancia
y de cuando en cuando precisa mezclar la repugnancia con la complacencia.
Que llame furioso a tu puerta. Que ruegue. Que exija.
Que amenace fuera de sí.
Acaba por disgustarnos el arrope y buscamos sabores amargos.
Más de una vez el tiempo favorable fue causa de que una barca se perdiera.
Creo yo que esta es la causa más corriente
del desafecto de los maridos por sus mujeres.
Es preciso que me cierres tu puerta, que yo intente abrirla,
que tu criado me diga ¡no se puede pasar!...
La prohibición excitará con violencia mi afán.
Fuera, fuera las antiguas armas inútiles.
Vengan las nuevas, tan agudas,
aun cuando exista el peligro de herirnos con su doble filo.
Desde luego es necesario que en cuanto caiga un adorador en vuestras redes
piense que es el único, pero luego bien podéis darle celos con un rival.
La pasión languidece si faltan los estímulos.
El potro vuela sobre la arena del Circo
a condición de ver que otros le adelanten o que se queden atrás.
Los celos en una dosis prudente reavivan el deseo caído.
Yo mismo, lo confieso,
me canso en seguida de las mujeres si no me hacen sufrir celos.
TRISTES,III,10
Si alguien se acuerda aún por ahí del exiliado Nasón
y mi nombre sobrevive sin mí en Roma,
que sepa que yo, postergadobajoestrellas que nunca tocan al mar,
vivo en medio de la barbarie.
Me rodean los sármatas, pueblo salvaje,
los besos y los getas, nombres indignos de mi inspiración.
No obstante, mientras que la brisa es tibia,
nos protege el Histro que discurre por medio:
éste, mientras fluye líquido aleja los ataques con sus aguas.
Pero cuando el triste invierno ha mostrado su horrible rostro
y la tierra se ha vuelto blanca a causa del marmóreo hielo,
mientras el Bóreas y la nieve se aprestan a habitar bajo la Osa,
se ve entonces a estos pueblos oprimidos por el polo que hace temblar.
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La nieve cubre la tierra y, para que, una vez caída,
ni el Sol ni las lluvias puedan derretirla,
Bóreas la endurece y la hace eterna.
Así pues, cuando la primera aún no se ha derretido,
cae otra yenmuchos lugares suele durar dos años,
yes tanta la fuerza del Aquilón desencadenado
que derriba altas torres y se lleva por delante tejados arrancándolos.
Con pieles y calzones cosidos por abajo evitan los perjudiciales fríos,
yde todo su cuerpo lo único que queda visible es el rostro.
A veces sus cabellos, al sacudírselos,
suenan por el hielo que pende de ellos
y la barba brilla resplandeciente a causa del hielo que tiene incrustado;
el vino fuera de la jarra se mantiene congelado
conservando la forma de ésta
y no lo beben a sorbos sino que se reparte a trozos.
¿Qué diré acerca de cómo los ríos encadenados por el frío se congelan
y cómo se extraen del lago las frágiles aguas?
El mismo Histro, no más estrecho que el río productor de papiro
y que se mezcla con el ancho mar por numerosas desembocaduras,
se hiela al endurecer los vientos su cerúlea corriente
y con sus aguas cubiertas serpea hacia el mar.
Por donde antes habían pasado embarcaciones, se va ahora a pie
y el casco del caballo golpea las aguas congeladas por el frío;
y por esos nuevos puentes, bajo los cuales se deslizan las aguas,
los bueyes sármatas tiran de bárbaras carretas.
Seguramente, apenas se me creerá,
pero, cuando no hay recompensa alguna para el engaño,
el que da testimonio debe encontrar crédito.
He visto el ingente Ponto congelarse por el hielo
y una cubierta resbaladiza oprimía las inmóviles aguas.
Y no me bastó con haberlo visto: pisé el mar endurecido
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y la superficie marítima estuvo bajo el pie sin llegar a humedecerlo.
Así pues, cuando la violencia salvaje del crecido Bóreas
congela las aguas marinas o las del río desbordado,
al instante, allanado el Histro por los secos Aquilones,
el bárbaro enemigo se pasea en veloz caballo;
este enemigo, terrible por sus caballos y por sus flechas
que vuelan a bastante distancia,
devasta extensamente la región vecina.
Unos huyen y, al no haber nadie que proteja los campos,
los bienes sin custodia son presa del pillaje:
pequeñas recolecciones del campo, ganado y chirriantes carretas
y todos aquellos bienes que suelen poseer los pobres indígenas.
Otros son llevados cautivos con los brazos atados detrás de la espalda
y volviendo en vano los ojos hacia sus campos y sus hogares;
otros caen lastimosamente traspasados por arponadas saetas,
pues un veneno tiñe el volátil hierro.
Todo aquello que no pueden llevar consigo o arrastrar lo destruyen
y la llama enemiga quema las inocentes chozas.
Incluso en tiempo de paz tiemblan por miedo a la guerra
y nadie surca la tierra hundiendo en ella la reja.
Este lugar, o ve al enemigo, o le teme cuando no lo ve;
la tierra, abandonada en un duro barbecho, descansa improductiva.
El dulce racimo no se esconde aquí bajo la sombra de los pámpanos
ni el hirviente mosto colma los profundos lagares.
Este país no da frutos, y se pueden ver los campos desnudos sin fronda y sin árboles:
¡lugares, ay, que no debe visitar un hombre feliz!
Pues bien, a pesar de la gran extensión que tiene el inmenso orbe,
no se ha encontrado otra tierra sino ésta para mi castigo.