Denuncia en la Justicia Federal por la salud en La Rioja
Ejército de Chile 1866-1879
1. Universidad de los Andes
Instituto de Historia
Santiago – Chile
El Ejército de Chile en vísperas de la
Guerra del Pacífico
(1866-1879).
¿Pacifismo o belicismo chileno? Una visión del
personal.
Tesis para optar al grado académico de Licenciado en Historia
2. Valentina Verbal Stockmeyer
Profesor guía: Enrique Brahm García
Concepción del Nuevo Extremo, mayo de 2009
“Las relaciones de los pueblos viven de equilibrio, de suspicacia, no de amor. Los hombres de
Estado dignos de este nombre, no pueden extremar las manifestaciones de confianza sin caer en el
ridículo o en el peligro. Los pueblos no se aman. Los pueblos se vigilan, y buscan sus orientaciones
en sus intereses permanentes, no en efímeros abrazos. Por haber olvidado este principio, Chile
permitió en 1866 que su aliado el Perú, adquiriese un poder naval preponderante respecto de él y la
consecuencia se está viendo en la demostración de Mejillones seis años después, y en el Tratado
secreto que lo puso en peligro de desaparecer como Nación. Si alguien hubiera tenido la previsión
de decir esto en 1866, no habría sido escuchado. ¿No se habían borrado las fronteras; no estaba la
América unida por un fraternal abrazo?”.
Gonzalo Bulnes1.
“Apreciado padre: Es en mi poder la muy apreciada suya fecha 26 del presente2. Tuve el mayor
gusto al saber de Ud. y que se encuentra bueno como también mis hermanos. Yo por acá quedo
bueno y a sus órdenes.
En contestación a la suya le diré que la papeleta de la mesada ni yo mismo sé como se pagará.
Reciba lo que le den porque así debe ser.
Pasaré a decirle algo sobre el viaje de nosotros. El 3 de mayo, salimos de Dolores en la tarde y
caminamos toda la noche. Llegamos a Pisagua al otro día como a las 9 y nos embarcamos en el
Itata. A bordo se encontraba el Caupolicán. Salimos ese día y llegamos a esta Caleta al otro día. El
mar estaba muy bravo, y no pudimos desembarcar; seguimos para Ilo y desembarcamos el
Caupolicán. En tierra se encontraba el Chillán, Zapadores, Cazadores y Granaderos. Todos han
salido para el interior, menos nosotros. Saldremos ahora o mañana.
1 Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico, Tomo I, Editorial del Pacífico, Santiago, 1955, p. 46.
2 26 de mayo de 1880.
2
3. 3
Abraham Quiroz”3.
ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………..5
CAPÍTULO I. INFLUENCIA FRANCESA……………………………………………….11
1. Afrancesamiento de la sociedad chilena……………………………………………
11
2. Influencia francesa en materia de organización militar…………………………….15
3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón………………………….21
4. Escuela Militar……………………………………………………………………..27
CAPÍTULO II. DOTACIÓN DE TROPAS……………………………………………….31
1. Estadísticas del Ejército…………………………………………………………….31
2. Guardia Nacional…………………………………………………………………...37
3. Reclutamiento a comienzos de 1879……………………………………………….44
CAPÍTULO III. PROBLEMAS DEL ENGANCHE………………………………………53
1. Sueldos de la tropa…………………………………………………………………53
3 Quiroz, Abraham, e Hipólito Gutiérrez, Dos soldados en la Guerra del Pacífico, Editorial Francisco de
Aguirre, Buenos Aires — Santiago de Chile, 1976, pp. 77 y 78.
4. 4
2. Condiciones de la vida militar en general………………………………………….59
3. Condiciones de la vida militar en la Araucanía……………………………………67
4. Defectos del sistema………………………………………………………………..72
CAPÍTULO IV. PACIFISMO DE LOS POLÍTICOS CHILENOS……………………….77
1. Leyes militares..……………………………………………………………………77
2. Relaciones con Bolivia……………………………………………………………..83
3. Inicio de la guerra…………………………………………………………………..85
CONCLUSIONES…………………………………………………………………………88
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………95
5. ÍNDICE DE CUADROS
5
CUADRO 1. Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)……………………..16
CUADRO 2. Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)………………………………...32
CUADRO 3. Distribución del Ejército por guarniciones en 1877…………………………35
CUADRO 4. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1879)……………………………...39
CUADRO 5. Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871…………….43
CUADRO 6. Dotación de tropas de Chile, Perú y Bolivia al inicio de la Guerra del
Pacífico, según historiadores de diversas nacionalidades………………………………….46
CUADRO 7. Población de Antofagasta a comienzos de 1879, según porcentajes………...51
CUADRO 8. Sueldos del Ejército a partir de la ley de 21 de noviembre de 1871………...56
CUADRO 9. Promedio de salarios reales en Chile (1866-1879)…………………………..56
CUADRO 10. Población por provincias (censos de 1875 y 1865)…..…………………….73
CUADRO 11. Leyes de presupuestos en Chile según partidas ministeriales (1867-
1879)......................................................................................................................................7
8
6. 6
CUADRO 12. Porcentajes de gastos militares del presupuesto total (1867-1879)………...79
CUADRO 13. Producto interno bruto en millones de pesos de 1995 (1866-1879)...……...80
INTRODUCCIÓN
La Historia Militar, al menos desde mediados del siglo XX, no se reduce sólo a la historia
de las guerras y batallas, sino que es mucho más compleja y amplia. En efecto, pueden
distinguirse varias líneas de investigación en la nueva historia militar, v. gr., la historia
política militar (que se refiere a la actuación de los militares en el acontecer político), la
historia militar social (que trata aspectos sociales de la vida de los militares), la historia de
la tecnología militar (que estudia las armas, las fortificaciones, etc.), la militaria histórica
(que analiza uniformes, banderas, medallas, etc.), las biografías de militares, y, por cierto,
la historia de las guerras y batallas4. Todas estas áreas tienen un punto de referencia en
torno al cual giran o han de girar. Y éste no es otro que la historia de los ejércitos en cuanto
se trata de instituciones insertas en el devenir de sus propios estados o naciones, o incluso
en el de continentes o áreas supranacionales de mayor o menor conflictividad.
En este sentido, todavía son escasos los trabajos que en Chile se dedican a estudiar
la vida del Ejército en tiempos de paz. La mayoría de las obras de Historia Militar de Chile
se refiere a la historia o crónica de las guerras y de las batallas, con mayor o menor análisis
estratégico y táctico5. Esto se debe, en no poca medida, a la circunstancia de que, hasta hace
no mucho tiempo atrás, la Historia Militar estaba, casi exclusivamente, en manos de
militares y no de historiadores propiamente tales6. Y teniendo un fin eminentemente
4 Cfr. Rodríguez Velasco, Hernán, “La historia militar y la guerra civil española: una aproximación crítica a
sus fuentes”, en Stvdia histórica contemporánea, volumen 24, 2006, pp. 59 y 60.
5 Por ejemplo: Téllez, Indalicio, Historia militar de Chile: 1520-1883, dos volúmenes, Imprenta y Litografía
Balcells y Cía., Santiago, 1946; Toro Dávila, Agustín, Síntesis histórico-militar de Chile, Editorial
Universitaria, Santiago, 1976.
6 En 1941, el Capitán Bernardino Parada critica el hecho de que historiadores generales se inmiscuyan en el
campo de la Historia Militar que, según él, debe quedar reservada a los militares, por poseer ellos los
conocimientos necesarios de la Ciencia Militar (Cfr. Parada, Bernardino, “Hacia un nuevo concepto de
Historia Militar”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 173, Santiago, 1941, pp. 125-148). Una visión
7. 7
pedagógico: el estudio de las guerras y batallas del pasado siempre se ha estimado como
una útil herramienta para los profesionales de las armas, puesto que “es un arte que supone
la adquisición de una experiencia”7. Y, si bien los sujetos fundamentales de la Historia
Militar son los ejércitos, no ha de olvidarse que ellos están hechos y orientados para la
guerra. Como bien señala Roberto Arancibia Clavel, “los ejércitos son para combatir, por lo
que se debe inferir, entonces, que la historia militar en último término debe ser acerca de la
batalla”8. De la batalla, agréguese, pero a partir de una estructura y de una preparación.
Elementos ambos que difícilmente se pueden improvisar. De ahí que para entender el
desenvolvimiento de un ejército en una guerra, ha de acudirse a la organización
institucional y preparación militar del mismo en tiempos de paz. En otros términos, la
victoria o derrota de un país o ejército no se explica, única y exclusivamente, por las buenas
o malas decisiones estratégicas y tácticas adoptadas durante el conflicto mismo, sino
también, y en gran e importante medida, por la consistencia institucional del país (y de sus
fuerzas armadas) y por la labor de preparación, cualitativa y cuantitativa, de las
instituciones castrenses que, quiérase o no, siempre están insertas en la sociedad de la que
forman parte integral, siendo un reflejo de ella.
La materia de la tesis que ahora se presenta es el Ejército de Chile en un período de
entreguerras: entre el término de la Guerra con España (1865-1866) y el comienzo de la
Guerra del Pacífico (1879-1884). Y el punto de vista es determinar en que medida esta
institución, en cuanto forma parte del Estado-Nación, desarrolla una preparación militar en
vistas a una posible guerra en el norte, con el Perú y con Bolivia, países ambos con los que
efectivamente Chile se enfrentará durante la segunda de dichas guerras. Valga la siguiente
aclaración. Al hablar de preparación militar de nuestro país para la Guerra del 79, como
también se le conoce, no se quiere afirmar que Chile haya planificado, deliberada y
concientemente, este conflicto. En todo caso, para dilucidar el problema, certera e
moderna, que analiza las fortalezas y debilidades del estudio de esta disciplina por parte de los militares,
puede verse en Jiménez Ramírez, Diego, “Una perspectiva de la Historia Militar y su estudio por los
militares”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 478, Santiago, 2006, pp. 24-31.
7 Arancibia Clavel, Roberto, “El concepto de Historia Militar”, en Primera Jornada de Historia Militar.
Siglos XVII-XIX, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar
del Ejército de Chile, Santiago, 2004, p. 28.
8 Ibid., p. 12.
8. 8
integralmente, es necesario acudir a un conjunto más amplio de factores o elementos de
juicio. Elementos que escapan al ámbito de lo estrictamente militar y que, v. gr., se
relacionan con lo político, diplomático, económico, etc. En todo caso, consuela saber que
estos aspectos han sido suficientemente tratados por la historiografía. Por ejemplo, son
muchas las obras que, desde el lado de Chile, han estudiado profusamente los antecedentes
diplomáticos de la Guerra del Pacífico9. No se puede decir lo mismo, en cambio, con
relación a los antecedentes que podemos calificar de militares. Una segunda aclaración: por
motivos de tiempo y espacio, hemos centrado nuestra atención, de manera preferente, en el
elemento humano de la entidad castrense; dejando de lado, por ejemplo, el ámbito relativo
al material de guerra. Aspecto éste que, si Dios lo quiere, podremos tratar en futuras
investigaciones.
Esta tesis se divide en cuatro capítulos. El primero, intitulado influencia francesa,
está dedicado a tratar el influjo de la Francia revolucionaria y napoleónica (1789-1815) en
la institución castrense. El segundo, denominado dotación de tropas, está orientado a
estudiar, ante todo, la cantidad de plazas que nuestro Ejército recluta. Un tercer capítulo se
refiere a los problemas del enganche, buscando dilucidar la o las razones que permiten
explicar la permanente disparidad entre las fuerzas legalmente autorizadas y las
efectivamente enganchadas, siendo las segundas inferiores a las primeras. Finalmente, con
un cuarto capítulo se tratará el pacifismo de los políticos chilenos, con lo cual se buscará
demostrar la inexistencia de una actitud belicista de parte de nuestros dirigentes.
No se ha pesquisado ninguna obra monográfica que aborde, simultáneamente, el
tema, marco cronológico y punto de vista de esta tesis. Sin embargo, no son pocas las obras
que, de manera más o menos directa, tratan las materias aquí estudiadas. Sería extenso
describirlas o, incluso, enumerarlas a todas. Lo cierto es que nunca el oficio histórico parte
de cero, por lo que de varias de ellas se dará cuenta a lo largo de este texto y, por cierto, en
la bibliografía situada en la parte final. Sin embargo, un trabajo que ha servido de punto de
9 Por ejemplo: Encina, Francisco Antonio, Las relaciones entre Chile y Bolivia (1841-1963), Editorial
Nascimento, Santiago, 1963. Ríos Gallardo, Conrado, Chile y Bolivia definen sus fronteras, Editorial Andrés
Bello, Santiago, 1963. Téllez Lugaro, Eduardo, Historia general de la frontera de Chile con Perú y Bolivia.
1825-1929, Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Universidad de Santiago de Chile,
Santiago, 1989.
9. 9
partida y que es el que más se acerca a la presente tesis es el de Carlos Grez, publicado en
el Boletín de la Academia Chilena de la Historia en 1935. Este es un artículo que abarca
todo el período republicano, aunque a través de un análisis en exceso conciso10. Grez busca
refutar el argumento, especialmente boliviano11, que afirma que nuestro país desarrolla, en
los años anteriores a la Guerra del Pacífico, una constante y sistemática preparación militar,
orientada a expandirse hacia el norte, territorio deliberadamente codiciado por sus enormes
riquezas naturales, particularmente salitreras. Señala Grez: “Si los publicistas del Altiplano
en vez de lanzar la gratuita acusación de preparación bélica suficiente por nuestra serenidad
para agredir no ya a un vecino, sino a dos, hubiesen tenido serenidad para revisar los
documentos anuales de nuestro Ministerio de Guerra y Marina, no se habrían atrevido a
pretender fundar artificiosamente una tan atrevida como injusta apreciación. Allí están a la
disposición de cualquiera esas Memorias, en cuyas páginas el lector encontrará dos hechos
que llaman fuertemente la atención, a saber: 1) que anualmente, se esforzaban los ministros
del ramo, en probar al Congreso Nacional que los efectivos reales eran inferiores a los
efectivos autorizados por leyes expresas. 2) que esos mismos ministros (aún cuando
muchas veces eran militares de alta graduación) no oponían ningún inconveniente cuando
al ser necesario hacer economías en la administración pública se recurriese, en primer
lugar, a la sección guerra y marina del presupuesto nacional. Se sacrificaban así ingentes
cantidades, cuyo gasto representaba para el país la tranquilidad, por ejemplo de las regiones
sureñas, amagadas por los indios araucanos, etc.”12
Las fuentes utilizadas son diversas, pero son dos las fundamentales: las Memorias
del Ministerio de Guerra y las normas jurídicas de orden militar, dictadas antes y durante
nuestro período. Ambas fuentes permiten obtener una gran cantidad de datos concretos,
10 De sólo 28 páginas, considerando que además aborda lo relativo a armamentos y tanto del Ejército como de
la Marina.
11 Se refiere, como ejemplo de su aserto, a Eduardo Diez de Medina, que en una obra suya de 1919 afirma lo
siguiente: “‘Se comprende, por lo mismo, que un año después Chile hubiese negociado con Bolivia el pacto
de límites de 1874, reconociendo una vez más, como límite entre ambas repúblicas, el paralelo del grado 24
ya fijado en el tratado de 1866 y suprimiendo la injusta e inconveniente comunidad de derechos sobre los
metales, aunque manteniéndola sobre el guano. Nada perdía con ello, venciendo en cambio la desconfianza
del vecino, a quien le brindaba prueba de amistad y ganando el tiempo necesario para preparar su ejército y
sus recursos hasta la ocasión propicia en que el triunfo de sus armas le diera la posesión del territorio
codiciado’” (Citado por Grez, Carlos, “La supuesta preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico”,
en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 5, Santiago, 1935, p. 112).
12 Ibid., p. 113.
10. 10
especialmente estadísticos; datos que han resultado de gran utilidad. Sin embargo, se ha
evitado reducir el asunto a meras cifras, buscando analizarlas en el contexto histórico en
que se insertan; interpretándolas y cotejándolas con otras realidades con las se conectan de
manera viva. De forma tal que, frente a no pocos puntos aquí tratados, se ha acudido a un
método que puede designarse como estadístico-analítico13. O sea, las estadísticas responden
a una realidad más amplia: a unos fines que el Estado y el Ejército se trazan y que buscan
desarrollar. Tomando en cuenta esto último, las cifras cobran valor y se relacionan entre sí
y con otras realidades en tanto en cuanto se inscriben en un contexto más amplio, entorno
que se ha considerado con mayor o menor profundidad, dado el caso y según el tema
tratado. En no pocas ocasiones se han transcrito extensamente algunas fuentes, en el
entendido de que sólo así se hace posible el tradicional objetivo del oficio histórico,
consistente en lograr que las fuentes hablen por sí solas, siendo el historiador un modesto
intermediario de las mismas. No en un sentido positivista, sino en términos de que toda
interpretación historiográfica debe apoyarse en hechos reales y no en fantasías subjetivas.
En la disciplina histórica (como en cualquier otra) es fundamental que los conceptos e
interpretaciones guarden debida relación con las realidades que pretenden describir o
significar. De lo contrario, siguiendo a Marrou, se corre el peligro de que la Historia se
pueble de fantasmas14. Asimismo, y a objeto de graficar y consolidar las afirmaciones
realizadas, se añaden algunos cuadros, especialmente de carácter estadístico. Además, para
facilitar la lectura de las fuentes, se ha actualizado su ortografía al tiempo presente.
Por último, al presentar una tesis, no se puede dejar de agradecer a varias personas,
en especial a aquellas que han sido esenciales en el proceso educativo vivido y que, para el
caso de la presente investigación, han sido determinantes en la recopilación de las fuentes
utilizadas. De las primeras, inevitable es agradecer al Director del Instituto de Historia de la
Universidad de los Andes, Profesor Francisco Javier González Errázuriz, quien se ha
desvivido por sacar adelante esta unidad académica, a la cual el infrascrito pertenece,
formando parte de la primera generación. Tampoco se puede dejar de mencionar a Manuel
Salas Fernández, Secretario Académico, que tantas y tantas veces nos ha recibido en su
13 Para los diversos métodos históricos, véase a Comellas, José Luis, “III. El método de trabajo y de
investigación”, en Guía de los estudios universitarios. Historia, Ediciones Universidad de Navarra,
Pamplona, 1977, pp. 215-185.
14 Cfr. Marrou, Henri-Irénée, El conocimiento histórico, Idea Universitaria, Barcelona, 1999, p. 137.
11. 11
pequeña oficina, atochada de libros, para tratar y solucionar los más variados problemas
propios de la vida de un estudiante universitario. En esta misma línea, corresponde
reconocer a todos los profesores que, muy mayoritariamente, han sido de primerísima
calidad académica e intelectual. Con respecto a las personas que han sido fundamentales en
la recopilación de las fuentes primarias, que son el alimento de que se ha de nutrir toda obra
histórica, puesto que constituyen las huellas del pasado que se pretende resucitar15, no
puede dejar de agradecerse a Carmen Gloria Olivares, de la Biblioteca del Museo Histórico
y Militar, lugar al que se acudió por mucho tiempo, revisando numerosos documentos
militares de diverso tipo. Asimismo, a Carmen Morandé de la Biblioteca del Congreso
Nacional, gracias a la cual fue posible fotocopiar las Memorias de Guerra y no pocas
sesiones parlamentarias del período de esta investigación. Pero ningún agradecimiento en
una tesis, de una obra que implica poner las últimas piedras del estudio de una carrera
profesional, se completaría bien si no se hace particular mención a la familia, en especial a
los padres: a aquellos que, siempre e incondicionalmente, saben perdonar todos los errores
cometidos. Y sólo por amor: por lo que, al decir de San Pablo, no tiene límites de ninguna
especie, sino que todo lo puede.
Concepción del Nuevo Extremo, 12 mayo de 2009.
15 “La historia se hace con documentos. Los documentos son las huellas que han dejado los pensamientos y
los actos de los hombres de otros tiempos. Entre los pensamientos y los actos, muy pocos hay que dejen
huellas visibles, y esas huellas cuando existen son raras veces duraderas, bastando cualquier accidente para
borrarlas” (Langlois C.V. y C. Seignobos, Introducción a los estudios históricos, Editorial La Pléyade,
Buenos Aires, 1972, p. 17).
12. CAPÍTULO I
INFLUENCIA FRANCESA
12
El Chile decimonónico es un Chile afrancesado, situación que incidirá de manera patente en
el Ejército, en términos de personas determinadas, así como en materia de organización
militar y de ideas tácticas; además de otros elementos externos, como son los uniformes.
1. Afrancesamiento de la sociedad chilena
La influencia francesa en el Ejército de Chile no fue el producto de una misión especial de
militares galos, contratada por el Estado, sino el fruto natural del ambiente general de
afrancesamiento de la sociedad chilena en el siglo XIX. El origen de este contexto cultural
es explicado por el profesor Francisco Javier González, quien señala: “Finalizado el
proceso de independencia, las nuevas naciones de Hispanoamérica comenzaron un lento y
difícil proceso de organización. Formaban parte, hasta entonces, de un conjunto político —
la monarquía hispánica— que era también una vasta área de intensos flujos culturales en los
que España ocupaba un lugar central. Aunque los países latinoamericanos conservaban la
cultura hispánica de sus orígenes, la península ya no ocupaba un lugar central en las
referencias de los nuevos países. La necesidad de distinguirse de ella durante la
independencia, unida al triste estado en que la antigua metrópolis se encuentra durante
buena parte del siglo XIX, hace que las miradas americanas se dirijan hacia otras naciones
en busca de modelos que reemplazasen a aquellos que anteriormente la península les había
nutrido”16. En la misma línea de pensamiento, Jean Pierre Blancpain habla, ya para el caso
de Chile, de un proceso de descastellanización que consiste “en aproximarse a las naciones
modernas, y enriquecerse con experiencias de otros países: esto haría que la joven república
tomará conciencia que sólo avanzando podría existir”17.
16 González Errázuriz, Francisco Javier, Aquellos años franceses. 1870-1900. Chile en la huella de París
Taurus, Santiago, 2003, p. 11.
17 Blancpain, Jean Pierre, “Cultura francesa y francomanía en América Latina: el caso de Chile en el siglo
XIX”, en Cuadernos de Historia, Nº 7, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago,
1987, p. 11.
13. 13
Un camino mediante el cual nuestro país buscó acercarse a las naciones europeas
más avanzadas fue a través del impulso, sea por medios directos o indirectos —mediante
contratos expresos o apoyos tácitos—, a la venida de extranjeros de las más diversas
naciones y actividades. Las autoridades políticas patrocinaron la llegada de estos
inmigrantes con el objeto doble de, por una parte, construir la república que se encontraba
en ciernes y, por otra, ayudar a la conformación de una nueva sociedad: de un pueblo
“civilizado”, a la altura del mundo moderno al que el “coloniaje” nos tenía ajenos. Y, en
efecto, entre 1810 y 1840 se desarrolló un persistente proceso de llegada de inmigrantes
destacados a Chile. Hernán Godoy Urzúa constata que al “estallar la revolución de la
independencia, el número de extranjeros era muy reducido”, señalando que el
“empadronamiento de García Carrasco dio en 1809 la cifra de 79 personas, compuesta
principalmente por 21 portugueses, 18 italianos, 10 norteamericanos, 9 franceses, 6
ingleses”18. Pero este hecho se revirtió, notablemente, desde 1811. Como ya se dijo, estos
extranjeros pertenecían a las más variadas profesiones: eran educadores, comerciantes,
intelectuales, artistas, etc. Y, por cierto, también militares y marinos. Muchos de ellos
fueron incorporados a tareas públicas de carácter innovador y creativo. Se podrían citar
innumerables casos de extranjeros que desde 1810 en adelante vinieron a Chile, llegando a
constituir un importante aporte al desarrollo de nuestro país. Menciónese, sólo a manera de
ejemplo, al británico Lord Cochrane (1775-1860), que recibió de manos de O’Higgins el
almirantazgo de la escuadra nacional; a los médicos irlandeses Guillermo Blest y Nataniel
Cox, llegados en 1819; y al pintor alemán Juan Mauricio Rugendas (1802-1858), quien
permaneció en el país por más de una década, entre 1834 y 1845. Pero, sin lugar a dudas, la
personalidad foránea más emblemática fue la del venezolano Andrés Bello (1781-1865),
contratado en Europa por Mariano Egaña. Según Hernán Godoy, Bello “estimuló la cultura
impulsando todas las formas e instancias mediadoras del trabajo intelectual. Inspiró
periódicos y revistas, inauguró la crítica literaria, enseñó a escribir la historia, participó en
salones y tertulias, en su propia casa y en la de Peñalolén”19. Pero, claramente, su nombre
pasó a la posteridad gracias a la fundación de la Universidad de Chile en 1842, y por la
18 Godoy Urzúa, Hernán, La Cultura Chilena. Ensayo de síntesis y de interpretación sociológica, Editorial
Universitaria, Santiago, 1982, p. 240. Por supuesto, estas cifras excluyen a los españoles, puesto que éstos se
consideran viviendo en territorio propio.
19 Ibid., p. 309.
14. 14
elaboración del Código Civil (promulgado en 1855 y vigente desde 1857), siendo un
modelo determinante de otros códigos en el continente20.
Entre los muchos extranjeros llegados Chile, no pocos procedieron de Francia.
Blancpain pone el acento en la calidad de artistas de estos primeros inmigrantes galos. Por
ejemplo: Ernest Courtois, “decorador incansable de los edificios públicos de la capital”; el
arquitecto Claude Brunet-Desbaines, “traído a Chile en 1849 y cuyo nombre se encuentra
en las más hermosas mansiones de la aristocracia”; y, ya a fines de siglo, Lucien Hénault
que “reconstruye el Teatro Municipal de Santiago después del incendio de 1870”21. Pero,
obviamente, más importante que los nombres concretos son las diversas áreas en que se
materializó lo que puede calificarse como afrancesamiento de la sociedad chilena. Además
del arte, pueden consignarse los siguientes ámbitos: la literatura, las ideas, la lengua, la
moda, las costumbres, etc. Por ejemplo, en el plano de la vida cotidiana se llegará a hablar
de una “vida a la francesa”: de una imitación de las formas de comportamiento y de
sociabilidad galas. “Y en la medida en que se ascendía en la escala social, esas formas
pasaban a ser, sino un retrato, al menos una copia —elegante o burda— de ese vivir de la
alta sociedad parisina”22.
Y el Ejército chileno es una de las instituciones que mayor inspiración recibió desde
el país galo. Esta influencia concluyó con el inicio del proceso de prusianización (1885),
que tiene su origen en la contratación por el Gobierno chileno del capitán alemán Emilio
Körner (1846-1920)23. Desde el punto de vista de las formas exteriores, llamativa es la
influencia francesa en materia de uniformes. Esta situación se concretó de manera clara y
permanente con las disposiciones establecidas bajo el gobierno del Director Supremo
Bernardo O’Higgins (1820), distinguiéndose varias categorías de uniformes según el grado:
20 Francisco Walker Linares constata que Bello, si bien se inspiró en el Código Napoleón para la elaboración
de nuestro Código Civil, “en otros puntos se aparta del sistema francés siguiéndose viejas prácticas coloniales
españolas” (Walker Linares, Francisco, “La cultura francesa en Chile”, en Atenea, Nº 406, Universidad de
Concepción, Concepción, 1964, p. 174).
21 Blancpain, Jean Pierre, op. cit., p. 17.
22 González Errázuriz, Francisco Javier, op. cit., p. 169.
23 Para este tema, véase a Brahm García, Enrique, Preparados para la guerra. pensamiento militar chileno
bajo influencia alemana 1885-1930, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003; y Sater,
William F., “Reformas militares alemanas y el Ejército chileno”, en Revista de Historia, Departamento de
Ciencias Históricas, Universidad de Concepción, Concepción, 1997, pp. 79-91.
15. 15
Coroneles, Oficiales de Estado Mayor General, Servicio Religioso, Escuadrón de Dragones
de la República, Edecanes y Dragones de la Escolta General24. Por ejemplo, se dispone que
el “petit uniforme” de la tropa del Escuadrón de Dragones será “gorra o morrión, cordones
celestes, corbatín negro, casaquilla como está detallada para Oficiales; pantalón azul, franja
amarilla de lana, botín paño azul; bota con espuela de fierro”25. Y durante nuestro período
(1866-1879) se mantuvieron los uniformes, con diversos detalles en sus diseños, de notoria
influencia gala, incluso detectable para los neófitos en estos asuntos26.
Pero las instituciones son las personas que las integran, siendo decisiva en el
Ejército la llegada, desde los primeros tiempos, de varios militares franceses, sobre los
cuales O’Higgins puede apoyarse, tanto durante el proceso independentista (1810-1818)
como bajo su mandato mismo (1818-1823)27. Este elemento constituye lo que podemos
llamar el fundamento humano del Ejército posterior, puesto que se trata de personas venidas
a Chile mucho tiempo antes, desde los años de Independencia, pero que dejan marcas
indelebles en la institución: huellas que permanecen y que estarán plenamente vigentes en
la segunda mitad del siglo. Es difícil referirse a todos. Además de otros nombres como los
de Viel, Vic de Tupper, Cramer, Bacler d’Albe, Mercher, Lafond de Lurcy, Drouet y
Brayer, este último amigo personal de Napoleón28, quizás merezca ser destacada figura de
Jorge Beauchef (1787-1840), como un claro ejemplo de estos varios militares franceses que
llegan a Chile desde los tiempos de la Independencia29. Hasta el día de hoy, Beauchef es un
personaje que figura en el panteón de los héroes de nuestro Ejército30. De hecho, una de las
publicaciones historiográficas oficiales de la institución castrense no duda en afirmar que
“pronto Beauchef se conquistó el título de ‘chileno ilustre’”31.
24 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo III. El Ejército y la organización de la República (117-1840),
Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1980, pp. 271-273.
25 Ibid. 273.
26 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV. Consolidación del profesionalismo militar. Fin de la Guerra fe
Arauco. 1840-1883, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, pp. 303-316.
27 Cfr. Francisco Javier González, op. cit., p. 196.
28 Cfr. Ibid.
29 Una buena síntesis de estos militares galos puede verse en Campos Harriet, Fernando, “Soldados de
Napoleón en Independencia de Chile”, en el mismo, Jornadas de la Historia de Chile, Academia Superior de
Ciencias Pedagógicas de Santiago, Santiago, 1981, pp. 119-136.
30 Cfr. “Coronel Jorge Beauchef Ismet”, en Ejército de Chile,
http://www.ejercito.cl/nuestro_ejercito/heroes_beauchef.php, febrero de 2009.
31 Héroes y soldados ilustres de Chile. 1810-1891, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, p. 17.
16. 2. Influencia francesa en materia de organización militar32
16
La influencia gala en el Ejército de Chile se expresó, ante todo, en el modo en que se
organizó la institución. En cuanto a la organización de tipo funcional, que se refiere a las
unidades permanentes que incluye la fuerza militar y que deben estar preparadas para
constituirse en unidades operativas, especialmente en el caso de producirse algún evento
bélico33, la Ordenanza General del Ejército de 1839 (vigente hasta 1924) establecía que
El ejército permanente de la República se compone de artillería, infantería, caballería e
ingenieros, observando en su formación el método siguiente: la artillería tendrá el primer
lugar, después de ésta seguirá la infantería por antigüedad de cuerpos, según fecha de su
creación, y luego la caballería guardando el mismo orden34.
El arma de artillería se dividía en artillería de a pie y de a caballo35. Como consta en
las Memorias de Guerra, esta arma se conformaba en un único regimiento36. ¿En que
radicaba el influjo francés en este ámbito? Justamente en el hecho de que desde los tiempos
de la Revolución, y especialmente con Napoleón, se consolidó en Europa la idea de que la
artillería debía estar organizada separadamente y no formar parte de las otras armas. Esto se
explica por la circunstancia de que, con el emperador francés, “la artillería dejó de tener
simplemente un valor de estorbo para impedir que el enemigo se juntara en el campo de
batalla y pasó a ser un arma con la que abrir brechas en sus filas antes de lanzar un ataque
de infantería o la caballería para completar el proceso de desorganización”37. Como
32 El marino chileno Omar Gutiérrez distingue tres dimensiones en toda organización militar: organización
operativa, organización administrativa y funcional y organización del personal (Cfr. Gutiérrez Valdebenito,
Omar, Sociología Militar. La profesión militar en la sociedad democrática, Editorial Universitaria, Santiago,
2002, pp. 189-193). Para este apartado, hemos seguido este marco teórico.
33 Cfr. Ibid., pp.189 y 190.
34 Lara, Alberto, Ordenanza General del Ejército, Imprenta del Ministerio de Guerra, Santiago, 1923, p. 11.
Esta ley es promulgada por vez primera en 1839. La edición de 1923 contiene todas las disposiciones
anteriores, modificadas o derogadas, puesto que se trata de una edición crítica.
35 Cfr. Ibid. También puede agregarse la artillería de costa, asociada a la Marina.
36 Para la historia en Chile de esta arma, véase a Barrientos, Pablo, Historia de la Artillería de Chile, Instituto
Geográfico Militar, Santiago, 1946. Como bosquejo: La artillería chilena. 1810-1992, Dirección General.
Comité de Artillería, Santiago, 1996.
37 Gibbs, N. H., “Capítulo III. Las fuerzas armadas y el arte de la guerra”, en Cambridge University Press,
Historia del mundo moderno, Tomo IX. Guerra y paz en tiempos de revolución 1793-1830, Editorial Sopena,
Barcelona, 1978, pp. 45 y 46.
17. 17
concepto básico, señálese que el arma de artillería “combate en orden cerrado y por lo tanto
en frentes estrechos. Las órdenes son a viva voz o al toque de una corneta”38.
El arma de infantería se dividía en batallones, cada uno separado en compañías39. Y
el arma de caballería se componía de regimientos, divididos en dos o más escuadrones,
cada uno de los cuales se subdivide en compañías40. Para no quedarnos sólo en la letra de
esta normativa, señalemos que en la mayor parte de nuestro período el Ejército se compone
de un regimiento de artillería, de cinco batallones de infantería y de dos regimientos de
caballería.
CUADRO 1
Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)41
Regimiento de Artillería
Batallón Buin 1º de línea
Batallón 2º de línea
Batallón 3º de línea
Batallón 4º de línea
Batallón 7º de línea
Regimiento de Cazadores a caballo
Regimiento de Granaderos a caballo
Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias de los Ministerios de Guerra y Marina presentadas al
Congreso Nacional (Santiago, diversas imprentas, 1866-1880).
Con respecto a la organización del personal, cabe distinguir dos materias
principales: reclutamiento o enganche de tropas y grados jerárquicos. Sobre el primero de
estos aspectos, clave es la siguiente disposición referida al “modo de completar la fuerza
del Ejército”:
38 La artillería chilena, p. 17.
39 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 12.
40 Cfr. Ibid., p. 15. Para una historia de esta arma, véase a Madrid Torres, Vanessa, “Génesis y evolución de la
caballería en Chile”, en Revista Libertador O’Higgins, Nº 12, Santiago, 1995.
41 Aclárese que se trata de la estructura más estable durante el período, puesto que a lo largo de él se producen
algunas variaciones. Las de mayor importancia dicen relación con lo siguiente: en 1867 se disuelven los
batallones 9º, 10º y 11º. En 1868 el batallón 8º se convierte en la Brigada de Toltén (zona de Arauco). En
1871 se restituye el batallón 8º, siendo suprimido definitivamente en 1871.
18. La fuerza del Ejército se compondrá de hombres destinados por la autoridad competente, y
de recluta de gente voluntaria. No bajarán de dieciséis años de edad ni pasarán de cuarenta;
no se les sentará su plaza en menos de cinco años. La estatura será lo menos de cinco pies,
con disposición, robustez y agilidad para resistir las fatigas del servicio, sin imperfección
notable en su personalidad, y libre de accidentes habituales42.
18
Como se observa, además de la natural exigencia de cumplir con ciertos requisitos
mínimos —en lo físico y moral—, esta disposición establecía un servicio militar
semivoluntario, de una duración de cinco años, luego de los cuales se podía renovar por
otros dos43. Decimos semivoluntario, porque incluía a los “hombres destinados por la
autoridad competente”. No contamos con cifras sobre la efectiva voluntariedad del servicio,
pero a la luz de los problemas del enganche —asunto que veremos en el capítulo siguiente
— se trataba, en la práctica, de un servicio más voluntario que obligatorio. Además, esta
prestación suponía el pago de un sueldo y de ciertas gratificaciones variables44.
El carácter semivoluntario de la conscripción en Chile es un aspecto en que nuestro
sistema de reclutamiento difiere del caso francés, revolucionario y napoleónico, de índole
obligatoria y más o menos universal. Principio este último que sí es recogido en los años de
la Patria Vieja (1810-1814), puesto que en aquella época la Junta de Gobierno decretó la
conscripción de todos los hombres de entre dieciséis y sesenta años de edad (1811). De este
modo, se comienza a poner en práctica el principio de “la nación en armas” de la Francia
revolucionaria45. El profesor Enrique Brahm García, siguiendo las ideas de Goltz, describe
este concepto histórico-militar como la circunstancia de que las guerras modernas ya no son
entre ejércitos, sino entre naciones, poniéndose en ellas “todos los medios, tanto
espirituales como materiales, para superar al rival”46. En otras palabras, se trata de una
guerra total: “La guerra dejaba de ser cosa del rey y su tesoro para abarcar el estado entero
42 Lara, Alberto, op. cit., p. 15.
43 Así lo establece la Ordenanza para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de los ejércitos de la
República de 1854 (Cfr. Rodríguez Rautcher, Sergio, Problemática del soldado durante la Guerra del
Pacífico, Estado Mayor General del Ejército, 1984, p. 110).
44 A los sueldos y condiciones del servicio, nos referiremos en el Capítulo III.
45 Cfr. Puigmal, Patrick, “Influencia francesa durante las guerras de la independencia: de lo militar a lo
político”, en Segunda Jornada de Historia Militar. Siglos XIX-XX, Centro de estudios e investigaciones
militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, Santiago, 2005, pp. 18 y 19.
46 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 38. Para el tema de la guerra moderna, véase a Verstryngue Rojas, “El
sistema de guerra de la sociedad industrial”, en REIS, Madrid, pp. 105-143.
19. 19
con todo su potencial humano y material”47. Gibbs sostiene que uno de los primeros autores
en tomar conciencia de este fenómeno es Clausewitz para quien, “después de 1789, la
guerra se había convertido repentinamente en un asunto del pueblo, y de un pueblo formado
por treinta millones de personas, cada una de las cuales se consideraba a sí misma como un
ciudadano del Estado”48.
Pero, ¿por qué en el Chile de nuestro período no existió un sistema obligatorio y
masivo de reclutamiento? Las razones pueden ser varias. Pero señálense tres principales,
estrechamente conectadas entre sí. La primera es que reinó en el país, desde tiempos de la
Independencia, un profundo sentimiento pacifista y americanista. Similar sentimiento que,
con ciertos matices, inspiró la participación de Chile en la Guerra contra la Confederación
Perú-boliviana (1836-1839) y, especialmente, en la Guerra con España (1865-1866). En
segundo lugar, existían motivos de economía fiscal. Precisamente por la misma razón
anterior, no constituyó una prioridad el gasto en materia de defensa49. Y, finalmente, no
existía en Chile, ni en general en el continente americano, el concepto europeo de guerra
total, sino de guerra limitada. Probablemente, y en buena medida, recién con la Guerra del
Pacífico, nuestro país (así como el Perú y Bolivia) se acercará a este último concepto,
puesto que se ahí sí se logra movilizar, incluso forzadamente, a una gran cantidad de tropas,
amén de que se movilizarán las conciencias de todo el pueblo mediante una serie de
simbologías de carácter patriótico y romántico.
En términos de la organización del personal, un aspecto en que sí se aprecia una
influencia francesa es en el hecho de que en el Ejército se podía hacer carrera, viéndose a la
institución castrense como una entidad más democrática que aristocrática. Los grados
jerárquicos del Ejército, de inferior a superior, eran los siguientes: soldado, cabo 2º, cabo
1º, sargento 2º, sargento 1º, cadete, alférez, subteniente, teniente 2º, teniente 1º, ayudante
mayor, capitán, sargento mayor, teniente coronel, coronel, general de brigada y general de
división. Los oficiales eran nombrados por el Ministro de Guerra a propuesta del Inspector
47 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 39.
48 Gibbs, N. H., op. cit., p. 40.
49 Al pacifismo de los políticos chilenos, dentro del cual veremos el presupuesto asignado a defensa,
dedicaremos el Capítulo IV de esta tesis.
20. 20
General del Ejército50. Y “las clases que pretendan su ascenso a oficial deben acreditar por
medio de un examen que poseen conocimientos equivalentes o los que se exigen a los
cadetes de la Escuela Militar”51. De este modo, se configuraba el principio de la carrièrre
ouverte aux talents52. Por supuesto, muchas veces, los principios son más teóricos que
prácticos; pero ello revela, al menos, el antedicho influjo y la posibilidad de acceder, para
personas de pocas alternativas en la vida, a una carrera ascendente y segura. Además, una
ley de 1878, promulgada por el Presidente Pinto (1876-1881), establecía que “para ascender
a los empleos que median entre la clase de soldado y la de Sargento primero, es necesario
haber servido cuatro meses a lo menos en el empleo inmediatamente inferior”53. O sea, ni
siquiera era estrictamente necesario, al menos en el papel, haber cumplido el plazo
obligatorio de cinco años en el servicio.
Ahora bien, con respecto al alto mando, importante es saber que en siglo XIX (y
hasta bien entrado el XX), no existía en Chile lo que hoy se conoce como Comandante en
Jefe del Ejército. En otras palabras, no había una jefatura máxima centralizada en las filas
de la institución, sino que el Ejército dependía directamente del Gobierno a través de sus
autoridades civiles, en especial del Ministro de Guerra que, en algunas ocasiones, y siendo
de la confianza plena del Presidente de la República, era militar. Las autoridades máximas
del Ejército en tiempos de paz fueron de dos tipos: 1) el Inspector General del Ejército que,
tal como su nombre lo indica, ejercía la función de fiscalizador del cumplimiento de la
normativa que regulaba a la institución castrense54; y 2) los comandantes generales de
armas de las provincias que, al mismo tiempo, eran los intendentes de cada una de ellas, a
quienes “estarán subordinados todos los individuos militares que tengan destino o
residencia accidental en ella [s], incluso los generales”55. Ambas autoridades dependían
directamente del Gobierno a través del Ministro de Guerra. Salta a la vista la intención del
50 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157.
51 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, Estudios de Historia Militar, Tomo II, Imprenta Cervantes,
Santiago. 1887, p. 254.
52 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 42.
53 Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al
Ejército desde abril de 1812 a diciembre de 1887, Tomo VI, Imprenta de R. Varela, 1884, p. 32.
54 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157.
55 Ibid., p. 167.
21. 21
legislador: mediante la descentralización del alto mando, se caminaba en la línea portaliana
y constitucional de subordinación del Ejército al Gobierno.
La organización operativa (o sea, aquella que se forma en caso de guerra) se basaba
en el nombramiento por parte del Gobierno de un General en Jefe del Ejército de
Campaña, al cual estaba subordinado el Comandante General de Armas de la provincia que
corresponda, en su caso. Este general tenía a su directo cargo un escuadrón especial
denominado “Escuadrón del General”56. Asimismo, la organización operativa contemplaba
las comandancias generales de infantería y de caballería57; no así de artillería: situación que
se debía al hecho de que, por constituir una unidad más pequeña —compuesta, como ya se
vio, de un solo regimiento—, pasaba a depender directamente del General en Jefe. Por otra
parte, en caso de guerra comenzaba a funcionar un Estado Mayor del Ejército58. En Chile,
este organismo se creó el 15 de septiembre de 1820, bajo el Gobierno de Bernardo
O’Higgins. En 1869 se dictó el Reglamento para el Estado Mayor de un Ejército de
operaciones. Esta norma vino a complementar las disposiciones que sobre esta entidad
consagraba la Ordenanza de 1839. Su artículo 1º la definía del siguiente modo:
El Estado Mayor es una reunión de jefes y oficiales que son los auxiliares del General o
Comandante en Jefe en el ejercicio de sus funciones, y el órgano por donde se transmiten
sus órdenes a las diversas secciones de que se compone un ejército59.
Al jefe de esta repartición, le correspondían, entre otras, las siguientes atribuciones:
1) formar el plan de batalla60, 2) inspeccionar todos los detalles del Ejército, 3) informar de
lo anterior al General en Jefe, 4) mensualmente, debe establecer el estado de la fuerza, 5) lo
mismo sobre estado del material de guerra, fortificaciones y municiones, y 6) después de
una batalla, recopilar la nómina de los muertos, heridos y prisioneros61. A objeto de
56 Cfr. Ibid., p. 185.
57 Cfr. Ibid., pp. 195-197.
58 Cfr. Ibid., pp. 191-195. Para la Historia del Estado Mayor del Ejército, véase: Reseña histórica del Estado
Mayor General del Ejército. 1820-1985, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1985; y Barrientos
Gutiérrez, Pedro, Historia del Estado Mayor General del Ejército (1811-1944), Estado Mayor General del
Ejército, Santiago, 1947.
59 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, p. 188.
60 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 191.
61 Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, pp. 189 y 190.
22. 22
subrayar la falta de preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico, el militar
chileno Arturo Sepúlveda Rojas se pregunta: “¿Cuántas vidas, tiempo y dinero se habrían
ahorrado, si se hubiera encontrado funcionando este imprescindible organismo
especializado, asesor del Mando?”62. Esto puede ser verdad, pero no hay que olvidar que en
esto nuestro Ejército también seguía la pauta de Napoleón, que se basa en sistema de
mando personalista y centralizado63. Hay que decir que la moderna idea de un Estado
Mayor General permanente, que nace en el Ejército prusiano de la primera mitad del siglo
XIX, aún no era asimilada por nuestro Ejército, porque todavía no se captaba plenamente la
evolución del arte de la guerra en el mundo, particularmente en Europa. Citemos a Liddell
Hart: “Durante las luchas contra Napoleón, los reformadores militares Scharnhorst y
Gneisenau, desarrollando las ideas anteriores de Massenbach, habían creado el núcleo de un
‘Estado Mayor General’ con funciones más amplias y responsabilidades mayores que las de
los antiguos ayudantes de Estado Mayor de un general, que eran usualmente muy poco más
que correos a sus órdenes, o burócratas encargados de los detalles administrativos. En el
sistema prusiano, el Estado Mayor General sería el cerebro colectivo del Ejército”64. Hart
añade que aquí surge, por vez primera, el concepto de un Estado Mayor General en
funcionamiento no sólo en campañas efectivas, sino también en tiempos de paz, y que
estaría compuesto por asesores expertos en táctica militar65. Pero, reiteremos, todavía no es
el prusiano el modelo que sigue nuestro Ejército, sino el francés.
3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón
Otro aspecto clave en que se materializó la influencia francesa en nuestro Ejército es el de
de las ideas tácticas de la época del emperador galo. ¿En qué consistió esta incidencia en el
Ejército de Chile? Esta pregunta puede ser respondida desde varias perspectivas.
Hagámoslo desde el punto de vista de la infantería, que es lo que mayor importancia tiene
para los efectos de nuestro tema; referido, esencialmente, al personal.
62 Sepúlveda Rojas, Arturo, Así vivieron y vencieron. La logística del Ejército chileno durante la Guerra del
Pacífico, 1980, p. 8.
63 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 52.
64 Liddell Hart, B. H., “Capítulo XII. Las Fuerzas Armadas y el Arte de la Guerra: el Ejército”, en Cambridge
University Press, Historia del mundo moderno, Tomo X. El cénit del poder europeo. 1830-1870, Editorial
Sopena, Barcelona, 1978, p. 228.
65 Cfr. Ibid.
23. Desde los tiempos de la Revolución Francesa se viene debatiendo sobre la eficacia
de la formación en línea o, en cambio, de la de columnas, a las cuales hay que agregar,
como fuerzas de vanguardia, a las de escaramuzas66. Señala Gibbs: “Los generales
franceses en 1792 y 1793 tendían a apegarse a la formación en línea, ya que los veteranos
de sus ejércitos habían sido instruidos de este modo y los nuevos reclutas se adaptaron al
principio al viejo sistema”. Este mismo autor añade: “La columna en masa para el ataque
fue probada una o dos veces, en Jemapess por ejemplo, pero con resultados no muy
satisfactorios. En 1794, sin embargo, y en particular en la Armée du Nord, donde los
refuerzos necesariamente grandes de nuevas quintas rebajaron sumamente la disciplina —
aunque no el espíritu—, de las tropas francesas, la lucha en línea resultó prácticamente
imposible. Como resultado de ello, la infantería francesa luchó dispersa como
escaramuzadores, utilizando los cobijos para su fuego de acoso y para el de retirada al ser
contraatacados”67.
En otros términos, el siglo XIX, en particular las guerras napoleónicas, marcará la
disyuntiva, en el plano de la infantería, entre los llamados orden compacto y orden
disperso, avanzándose, gradualmente, hacia la segunda de estas modalidades. Hay que
decir, tal como lo indica Gibbs, que ello, en gran parte, dice relación con la masificación,
producto de la conscripción más o menos obligatoria, que se va produciendo en los
ejércitos. Pero a este elemento cuantitativo, hay que añadir otro de orden cualitativo o
específicamente técnico, como es el progreso en las armas de fuego, que van haciendo
ineficaz el orden unido en el combate, incluso bajo la forma de columnas más o menos
flexibles. A contrario sensu, la línea de mosqueteros mantendrá su vigencia en tanto en
cuanto los infantes de ataque en columnas carezcan de la preparación de tiro suficiente y de
armas de mayor precisión y largo alcance68. Lo cierto es que el Ejército napoleónico
utilizará un sistema mixto, combinado, entre las formaciones de línea y de columna,
además de la utilización de grupos de escaramuzadores. Por lo mismo, puede decirse que
las tácticas del emperador, cuyas victorias en el campo de batalla tanto prestigio le darían a
66 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., pp. 48 y 49.
67 Ibid., p. 49.
68 Cfr. Ibid.
23
24. 24
Francia —y que, por cierto, marcaría la influencia que venimos refiriendo—, no fueron el
fruto de grandes transformaciones o reformas, de cambios dogmáticos y radicales, sino
expresión de un tiempo de transición en el arte de la guerra, incluyendo estrategias, tácticas,
armas, logística, entre otros varios elementos. Más bien, lo destacable en Napoleón, como
tantos autores lo han sostenido, fue su gran capacidad de movilizar, en poco tiempo, aunque
no en distancias en exceso amplias, a enormes masas de soldados, hasta de 200.000. Y
procurando siempre concentrar a sus tropas en cantidades claramente superiores a las del
enemigo, al que buscaba mantener acotado a unidades separadas69. Además de que utilizó
con éxito las maniobras de líneas envolventes (por ejemplo, en la batalla de Ulm en 1805) y
la de líneas interiores (léase, la batalla de Austerlitz en el mismo año). La primera consistía
en dividir sus tropas en un ejército de frente y otro que entra de espaldas; la segunda,
buscaba cortar en dos partes al ejército enemigo70.
Pues bien, el ejército chileno de nuestro período (1866-1879) es hijo de la transición
señalada en el párrafo anterior: de la disyuntiva, no totalmente aclarada, entre el sistema de
orden compacto y el de orden disperso. Esta realidad ecléctica puede ser apreciada en los
manuales de instrucción, destinados a la enseñanza del soldado recluta o a las diversas
armas de que se compone la fuerza (artillería, infantería y caballería). Por eso, no resulta
casual que sean estos manuales —a veces traducidos del francés; en otras ocasiones, de
autoría original, aunque inspirados en las ideas tácticas galas— los que sean usados durante
buena parte del siglo XIX, hasta los inicios de la referida prusianización. Por lo mismo,
tampoco resulta sorprendente, en la línea que venimos señalando, que el anexo Nº 24 de la
Memoria del Ministro de Guerra de 1868 realice la siguiente enumeración de las obras
autorizadas por el Gobierno para la instrucción militar:
1º Ordenanza General del Ejército, Edición oficial de 1839 (Código de Instrucción).
2º Táctica de infantería, Edición oficial de 1829, dos tomos.
3º Guía del instructor para la enseñanza del soldado en 30 días, por Armand Legrós,
traducido por el Coronel graduado don Justo Arteaga. Adoptado por decreto supremo de 23
de julio de 1845, un tomo.
69 Cfr. Ibid., pp. 51 y 52.
70 Cfr. Fernández, Antonio, Historia del mundo contemporáneo. Curso de orientación universitaria, Vicens
Vivens, Barcelona, 1998, pp. 46-49.
25. 25
4º Táctica de guerrilla para la infantería, por el Sargento Mayor don José María Silva
Chávez. Mandada observar por decreto supremo de 22 de enero de 1846, un tomo.
5º Táctica de artillería, por el Coronel don Justo Arteaga, traducción de Le-Secq de Crepy.
Adoptada por decreto supremo de 10 de abril de 1848, un tomo.
6º Táctica de artillería, por el Teniente Coronel don Antonio de la Fuente. Adoptada por
decreto supremo de 5 de diciembre de 1854, un tomo.
7º Táctica de caballería. Edición oficial de 1828. Mandado que se venda en $ 2.50 por la
Tesorería General, decreto de 4 de noviembre de 1853, un tomo y un cuaderno de laminas.
8º Táctica de infantería, por el Coronel graduado don José María Silva Chávez. Adoptada
por decreto supremo de 3 de mayo de 1867, tres volúmenes.
Hay algunas otras publicaciones militares, costeadas por el Estado o por particulares, para el
buen servicio del Ejército, pero que no tratan del ejercicio y maniobras, etc.71.
Como se aprecia, dos de estas ocho obras son directamente traducidas del francés,
siendo las restantes de clara influencia gala. Esta situación, en términos críticos, es así
reconocida, en 1887, por Emilio Körner y Jorge Boonen Rivera (1858-1921), impulsores
ambos de la reforma prusiana en nuestro Ejército. Señalan: “El reglamento de infantería
que todavía se sigue para la instrucción de los cuerpos de esta arma, fue propuesto por el
coronel don José María Silva Chávez y aceptado por el Ministerio de Guerra en el año
1865. Está tomado del reglamento francés de 1862 y adolece de todos los defectos que
hemos señalado en este último”72.
A los manuales arriba indicados, hay que agregar el Tratado de ejercicios para la
instrucción del cuerpo de Artillería de Antonio de la Fuente73. Asimismo, ya durante la
guerra misma, en agosto de 1879, fue aprobado el Compendio de Táctica de Infantería de
José Antonio Nolasco74, basado en la citada obra de Silva Chávez. Y, con respecto a la
táctica en general, abarcando a las tres armas en su acción conjunta, nuestro Ejército llegará
a utilizar la obra de Vaultier, publicada en Chile en 1871: Observaciones sobre el Arte de
hacer la Guerra según las máximas de los más grandes generales75.
71 “Documento anexo Nº 24”, en Memoria que el Ministro de Estado en el departamento de Guerra presenta
al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 1868, p. 20.
72 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, op. cit., p. 257.
73 De la Fuente, Antonio, Tratado de ejercicios para la instrucción del cuerpo de Artillería, arreglado en vista
de los mejores autores modernos, Imprenta del Diario, Valparaíso, 1854.
74 Nolasco, José Antonio, Compendio de Táctica de Infantería, Imprenta Nacional, Santiago, 1879.
75 Vaultier, M., Capitán del Ejército Francés, Observaciones sobre el Arte de hacer la Guerra según las
máximas de los más grandes generales, en APÉNDICE de Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, 1871, pp.
26. 26
Así, pues, por ejemplo, el Compendio de Infantería de José Antonio Nolasco
constituyó una patente manifestación de lo que se acaba de indicar: es decir, no logró
definirse del todo por un sistema compacto o disperso. Con posterioridad a nuestro período,
se le dará mayor importancia al segundo de estos sistemas, estableciéndose manuales
exclusivamente dedicados a él. En 1884, todavía en tiempos de la Guerra con el Perú, se
publicó el Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”. Esta obra,
cuyo autor es Adolfo Silva Vergara, Coronel Jefe de la División de Estado Mayor de la
ocupación de Arequipa, es una de las últimas basada en disposiciones galas. En este caso,
se trató de una extracción o compendio del “Reglamento para las maniobras de infantería
del ejército francés” de 188276. Aquí (y en la misma Francia) ya se estaban aquilatando las
lecciones de la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), llegándose a la conclusión de que con
las nuevas armas de fuego resultaba imposible mantener las formaciones en orden unido,
las que se estimaban muy vulnerables.
Después de la llegada de Körner, y en la medida en que se asimile de mejor manera
la evolución en el arte de la guerra, se adoptarán nuevos manuales y reglamentos, v. gr., El
soldado de infantería en el combate (1896)77, Traducción del Reglamento de maniobras
para la artillería de campaña (montada y a caballo) del Ejército alemán (1899)78, etc.
Enrique Brahm trata in extenso el proceso de prusianización de nuestro Ejército y, en
concreto, la consolidación de la táctica de infantería de orden disperso por sobre la de orden
compacto en el período de la prusianización (1885 en adelante)79. Aquí sólo deseamos
subrayar que el Ejército de Chile del período 1866-1879 representa una transición en el arte
de la guerra. Similar situación que antes se había dado en la Francia napoleónica.
257-324.
76 Cfr. Silva Vergara, Adolfo, Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”, Imprenta
San Agustín, Santiago, 1884, p. 6.
77 El soldado de infantería en el combate, Imprenta y Litografía de la Sección Técnica del Estado Mayor
General del Ejército, Santiago, 1896.
78 Silva, Luis, Traducción del Reglamento de maniobras para la artillería de campaña (montada y a caballo)
del Ejército alemán, Imprenta y Litografía de la S.T. del E.M.G.E., Santiago, 1899.
79 Cfr. Brahm, Enrique, op. cit., pp. 111-117.
27. 27
Las enseñanzas de la Guerra Franco-Prusiana, que pusieron en el tapete múltiples
novedades en el orden táctico-militar, no alcanzarán a dejar su huella en la institución
castrense aquí tratada. Con Liddell Hart, puede decirse que el éxito de Helmuth von Moltke
(1800-1891) consiste en haber logrado una excelente combinación copulativa entre diversos
elementos, v. gr., estrategia, movilidad, dotación de tropas, instrucción eficaz, armas
modernas, todo lo cual es magistralmente dirigido desde un cerebro único, el Estado Mayor
General, justamente al mando de este brillante general alemán80. Pero el caso es que el
prestigio prusiano, obtenido básicamente en la antedicha guerra, si bien es conocido en
sectores de Chile y del Ejército, no alcanzaba a ser asimilado plenamente, en concreto para
los episodios de la Guerra del Pacífico81. En efecto, en 1879 existe el deseo de obtener un
triunfo rápido —“a la prusiana”, se dice—, pero esto se ve lejano por la falta de recursos
técnicos de nuestro país. En este sentido, se pronunciaba Alberto Blest Gana desde Francia:
Desde el principio me parecía insensato y aun criminal ese clamor que pedía victorias
instantáneas al Gobierno. ¡Por aquí quieren guerra barata, a la prusiana!, me dice V. lo uno
y lo otro son incompatibles para cualquier persona de buen sentido. Un país que
sistemáticamente ha negado al Gobierno los recursos más esenciales para armarse y
apertrecharse; que ha querido llevar su economía hasta vender sus mejores buques que por
cierto no se hicieron en un día como puedo asegurarlo yo que contraté y vigilé su
construcción, ese país no tiene derecho a pedir victorias a la prusiana82.
4. Escuela Militar
Indudablemente, la influencia de Francia en el orden militar se expresó también en la
formación de la oficialidad, concretamente en la Escuela Militar; entidad fundada por
80 Cfr. Liddell Hart, B. H., op. cit., p. 238.
81 Como complemento teórico de este tema, véase a Puyana García. Gabriel, “Teorías de la guerra en Moltke
y Liddell Hart”, en Revista de Estudios Sociales, Nº 15, Bogotá, 2003, pp. 109-121.
82 Citado por Ruz, Fernando, Rafael Sotomayor Baeza. El organizador de la victoria, Editorial Andrés Bello,
Santiago, 1980, p. 177. La cita corresponde a una carta de Blest Gana al Presidente Pinto de fecha 10 de
octubre de 1879.
28. 28
Bernardo O’Higgins el 15 de marzo de 181783. El influjo galo se manifestó, v. gr., en la
circunstancia de que uno de sus primeros instructores haya sido Jorge Beauchef, quien
“implantó en la academia la instrucción de modalidad francesa para las diversas armas, y
los uniformes, que poco se diferenciaban de los españoles usados hasta entonces desde el
advenimiento de la dinastía francesa con Felipe V de Borbón y sus sucesores en España”84.
En el período anterior al marco cronológico de este trabajo (o sea, entre 1817 y
1866), esta academia sufrió algunas vicisitudes, básicamente expresadas en el cierre, en
diversos momentos, de su funcionamiento. Por ejemplo, esta situación se dio en 1838, en
medio de la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana, por razones de carácter
económico85. Pero en 1843 el Presidente Bulnes, otrora triunfador en dicho conflicto,
reorganizó la Escuela Militar, contratando a los instructores Juillet y Chamoux. En 1847 se
enviaron a Francia a trece cadetes egresados, entre los cuales se encontraba Alberto Blest
Gana, quien luego destacaría como diplomático y escritor86.
Más tarde, en 1865, la Guerra con España obligó a nombrar oficiales a la totalidad
de los cadetes. Según el Ministro de Guerra, don Federico Errázuriz, el plan de estudios
vigente hasta el inicio de esta guerra “se proponía hacer de la Escuela Militar algo
semejante a la escuela francesa de Saint Cyr”87. Sin embargo, luego se constató que
Este plan exigía, sin embargo, una grande reforma, irrealizable tal vez en nuestro país, a lo
menos en algunos años. La Escuela Militar montada de esta manera iba a imponer grandes
gastos, puesto que era indispensable traer de Europa una regular dotación de profesores
especiales; y por otra parte, todo hacía creer que el número de alumnos que se incorporaran
a ella debía ser muy reducido, y por lo tanto iban a ser casi estériles los sacrificios que se
impusiera el Estado. Estas consideraciones obligaron al Ministerio de Guerra a pensar en
una reforma más modesta, a la vez que práctica y hacedera88.
83 Para la Historia de la Escuela Militar, puede verse: Duchens, Miriam, La Escuela Militar del Libertador
Bernardo O’Higgins: 190 años de Historia (1817-2007), Instituto Geográfico Militar, Santiago, 2007.
84 Aravena, Héctor, “La Escuela Militar a través de sus 150 años”, en Boletín de la Academia Chilena de la
Historia, Santiago, 1967, p. 144.
85 Cfr. Ibid., p. 145.
86 Cfr. Ibid.
87 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867,
Imprenta Nacional, Santiago, 29 de julio de 1867, p. 37.
88 Ibid.
29. Por esta razón, y después de los reglamentos de 1817, 1823 y 1862, en 1866 se dictó
una nueva normativa de la entidad que, en materia de estudios, estableció los siguientes
cursos89:
· Escuela preparatoria: Aritmética (cuatro operaciones, cálculo con
fracciones), Geografía (mapas de Europa y América), Gramática castellana (nociones
elementales), Caligrafía.
· Primer año: Aritmética, Gramática castellana, Historia Sagrada, Geografía
descriptiva, Dibujo de paisajes, Caligrafía.
· Segundo año: Algebra, Gramática, Francés, Historia antigua hasta la caída
del Imperio romano, Catecismo, Dibujo de paisajes.
· Tercer año: Geometría, Trigonometría rectilínea, Francés, Historia moderna
hasta 1815, estudio profesional de artillería, Dibujo líneal.
· Cuarto año: Elementos de topografía y dibujo topográfico, Historia de
América y de Chile, Elementos de física, Elementos de química, Literatura retórica y
poética.
· Quinto año: Cosmografía, Geografía física, Código militar, Derecho de
gentes, Fortificación y castrametación, dibujo de construcción.
Además, se puso la enseñanza de la Escuela bajo la vigilancia de la Universidad de
Chile. “Esta corporación ha quedado encargada de inspeccionar sus exámenes, a fin de
hacer de ellos verdaderas pruebas de competencia de parte de los alumnos”90. Como así lo
constata la Memoria de 1869, los textos de estudio utilizados eran importados a Francia:
89 Cfr. Ibid., Tomo IV, pp. 42 y 43.
90 Ibid., p. 38.
29
30. A mediados del año anterior se recibieron las obras que sobre construcción, arquitectura y
fortificación, se habían encargado a Francia. Con estos buenos libros se ha enriquecido la
biblioteca del establecimiento, y encuentran los alumnos donde consultar los trabajos que se
les encomiendan, pudiendo igualmente estudiar buenos modelos91.
30
El 2 de noviembre de 1876 la Escuela Militar fue disuelta92. Esta medida se justificó
en dos tipos de razones: 1) el tener completado el número de vacantes para la oficialidad93,
y 2) la necesidad de reformar radicalmente sus planes de estudios94. Pero una razón de
fondo, que se puede inferir de las memorias de guerra respectivas, es la búsqueda de reducir
gastos en el erario nacional. Por ejemplo, en 1878 el Ministro del ramo Belisario Prats se
pronunció a favor de, en un tiempo más, reabrir la Escuela Militar, pero “reduciéndose el
número de alumnos y la antigua dotación de profesores”, con el objeto de “obtener una
disminución considerable en los gastos que demande anualmente su sostenimiento”95. En
este mismo año dictó un nuevo reglamento que concentró los estudios para ingresar al
Ejército y a la Armada96:
· Primer año: Geografía elemental y dibujo lineal, Gramática castellana,
Inglés, Química general, Historia moderna, Ordenanza militar.
· Segundo año: Nociones de Geometría analítica y Trigonometría rectilínea,
Principios de Geometría descriptiva, Física y Meteorología, Cosmografía, Historia de
América y de Chile, Retórica y Poética, Tácticas de infantería y caballería.
91 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869,
Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869.
92 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo V, p. 44.
93 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877,
Imprenta Nacional, Santiago, 10 de agosto de 1877, p. 15.
94 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional,
Santiago, 26 de junio de 1878, p. 13.
95 Ibid.
96 Cfr. Ibid., Tomo VI, pp. 44-46.
31. 31
· Tercer año: Hay que distinguir entre el plan común y plan diferenciado. El
primero contaba con Topografía, Artillería, Higiene del hombre, Derecho de gentes. El
segundo puede desglosarse en dos áreas:
— Aspirante a Subteniente: Arte militar, fortificaciones y castrametación,
Administración militar, Conocimientos e higiene del caballo.
— Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras,
Trigonometría esférica y principios de Astronomía esférica.
· Cuarto año:
— Aspirante a Artillero e Ingeniero: Fortificación permanente, Principio de
Mecánica, Química aplicada, Principios de Arquitectura construcciones militares, Táctica
de artillería.
— Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras,
Navegación e Hidrografía, Artillería naval (torpedos), Geografía física, Elementos de
construcción naval, Elementos de mecánica (Hidrostática).
Luego de iniciada la Guerra del Pacífico, y para subsanar la notoria carencia de
oficiales, el 28 de febrero de 1879, el Gobierno decretó que pueden obtener el grado de
subteniente: 1) “los sargentos que hayan servido en el Ejército cuatro años, a lo menos”; y
2) los paisanos (civiles) “mayores de dieciocho años que hayan rendido exámenes
legalmente válidos de Geografía, Gramática Castellana, Aritmética, Algebra, Francés y
Dibujo Lineal”97.
CAPÍTULO II
DOTACIÓN DE TROPAS
El Ejército de 1866-1879 es notablemente exiguo en cuanto a número de soldados, amén de
que se encuentra básicamente acantonado en el sur de Chile. Más aún: no logra en ninguno
97 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, p. 79.
32. 32
de estos años completar la fuerza autorizada por mandato de la ley. La Guardia Cívica,
pivote de su complemento, va decayendo en importancia, disminuyendo drásticamente su
contingente. La inmensa mayoría de las tropas que combaten en la Guerra del Pacífico
(1879-1884) es reclutada durante el curso del conflicto, no antes.
1. Estadísticas del Ejército
Son pocas las obras que, en términos estadísticos, tratan la dotación del Ejército de Chile en
el período completo de 1866-1879. Una de estas excepciones es el artículo de Carlos Grez,
referido en la introducción de esta tesis. Sergio Villalobos, en un libro que ha causado
bastante polémica en el Perú98, reitera el mismo punto de vista de Grez: “En forma
sostenida la historiografía peruana y boliviana han aludido sin mayor análisis a la política
armamentista de Chile antes de la Guerra del Pacífico. Es una afirmación que nadie ha
comprobado, aceptada como indudable y ajena a toda discusión. La tendencia armamentista
no sería más que la consecuencia de los planes expansivos, preparados en la sombra y que
debían culminar con el zarpazo de 1879. Esta cuestión es de esas verdades inconcusas, que
transformadas en mitos y leyendas no admiten prueba en contra porque son parte de la
necesidad colectiva”99.
Con el objeto de determinar lo más certeramente posible las cifras de tropas en el
marco de nuestro período (1866-1879), se han acudido en este trabajo a dos fuentes
principales: 1) memorias anuales del Ministerio de Guerra (utilizadas por el mismo Grez), y
2) leyes periódicas que autorizan la fuerza del Ejército permanente. La primera de estas
fuentes acostumbra a contrastar las fuerzas autorizadas con las efectivamente existentes,
incluso en términos de su distribución en las distintas unidades del Ejército: regimientos y
batallones. Véase el siguiente cuadro:
98 Cfr. “Curso de extensión: las visiones historiográficas de la Guerra del Pacífico”, en Instituto de Estudios
Peruanos, http://www.iep.org.pe/ViewVideo.php?Id=9f61408e3afb633e50cdf1b20de6f466, febrero de 2009.
Asimismo: Parodi, Daniel, “El presente de la Guerra del Pacífico: Memoria, alteridad e imaginarios de una
conflagración pasada”, en Blog PUCP, http://blog.pucp.edu.pe/media/avatar/393.pdf, febrero de 2009.
99 Villalobos, Sergio, Chile-Perú: lo que nos une y nos separa, Editorial Universitaria, Santiago, 2004, p. 114.
Este autor transcribe los cuadros estadísticos aportados por Grez.
33. CUADRO 2
Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)
Año Fuerza autorizada100 Fuerza efectiva
1866 3.083 7.504
1867 3.776
1868 3.705
1869 5.018 4.290
1870 5.140 4.519
1871 5.176 3.916
1872 3.916 3.516
1873 3.516 3.171
1874 3.516 3.143
1875 3.573 3.155
1876 3.573 3.165
1877 3.316 3.127
1878 3.316 2.440
1879 3.122 2.400101
33
Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso
Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880; y Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes,
Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870, Tomo
IV, Imprenta Nacional, Santiago, 1871.
La ley que estableció la declaración de guerra a España, de fecha 24 de septiembre
de 1865, autorizó al Presidente de la República, en su artículo 2º, “para que aumente las
fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyese necesario”102. Esta disposición explica el
notable aumento de fuerzas efectivas de 1866 (7.504 plazas) con respecto al año anterior
(2.796). Como bien se sabe, la participación de Chile en la Guerra con España obedeció al
sentimiento americanista reinante en el Chile de ese entonces103. El 14 de abril de 1864, la
Escuadra española, al mando de Luis Pinzón, ocupó las islas peruanas Chincha, ricas en
guano. Esto lo hizo en cobranza de una deuda proveniente de la época virreinal y
reconocida por el Perú en 1853. Chile, bajo el gobierno de Pérez (1861-1871), decidió
protestar en contra de las autoridades peninsulares, residentes en Chile; y, en seguida, pedir
100 Como es lógico, los casilleros en blanco se explican por falta de información en base a fuentes primarias y
secundarias (el trabajo de Grez también los deja sin información).
101 Esta cifra es la existente al momento del inicio de la Guerra del Pacífico, no la que se logra reclutar durante
el año 79.
102 Anguita Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1918, Tomo II, Imprenta, Litografía y
Encuadernación Barcelona, Santiago, 1912, p. 206.
103 Para este conflicto, véase a Courcelle Seneuil, J. G., Agresión de España contra Chile, Imprenta del
Ferrocarril, Santiago, 1866.
34. 34
a los otros países americanos que solidaricen con el Perú. Para nuestro país, esto resultará
dramático por el posterior bombardeo hispano en contra del puerto de Valparaíso, acaecido
el 31 de marzo de 1866104.
Un segundo aspecto del cuadro precedente, que es general y que salta a la vista, es
que en los años de nuestro marco cronológico se aprecia una gradual y constante
disminución de las fuerzas efectivas en el Ejército permanente. Esta situación permite
constatar que, al menos en términos de cantidad de tropas enganchadas, no existió —ni de
lejos— una política belicista de parte de Chile. La inexistencia de este ánimo de parte de
los políticos chilenos, se verá en el capítulo IV de esta tesis.
Un tercer punto de análisis consiste en cotejar las tropas efectivas (no las
autorizadas) con la población total del país. Para este efecto, son dos los censos que hemos
de tener a la vista: el de 1865 y el de 1875. El primero arrojó una población total de
1.819.222 habitantes; y el segundo, una cantidad de 2.067.524105. Si consideramos el
segundo (1875), que es el más cercano a la Guerra del Pacífico, y considerando que, según
el cuadro estadístico de arriba, el promedio de las tropas efectivas en los años 1875-1879
asciende a las 2.865 plazas, ello representa tan solo un 0, 1 % de la población del país. Esta
situación, claramente, lejos está de representar a una sociedad militarizada. Para nada puede
hablarse de una nación en armas como, por ejemplo, llegó a serlo la Francia napoleónica106.
Y un cuarto punto interesante de constatar es la distribución geográfica de las
diversas unidades del Ejército y de las tropas en ellas insertadas. Basta tomar cualquier
Memoria de Guerra, del año que sea en el marco de nuestro período, para comprobar
fehacientemente que la inmensa mayoría de los efectivos del Ejército permanente se
encontraba concentrada en la zona de Arauco, en el sur del país. Y esto es así porque la
segunda mitad del siglo XIX coincide con una guerra interna, con lo que parte de la
104 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 159-166.
105 Cfr. Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 15 Ordinaria de 8 de julio de 1875, p. 225. En
esta sesión se transcriben los resultados del censo de 1875 para efectos de determinar el número de
representantes al Congreso. Un cuadro evolutivo de la población en Chile puede verse en Braun, Juan, et. al.,
Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía,
Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, p. 203.
106 Napoleón llegó a movilizar a más de 1 millón de franceses (Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 43).
35. 35
historiografía chilena ha llamado la “Pacificación de la Araucanía”107. Este proceso forma
parte de la construcción, aún pendiente en el período de esta tesis, del Estado-Nación
chileno. Recuérdese aquí la conocida teoría de Mario Góngora (1915-1985) que afirma que
el Estado precede a la Nación, y ello por el hecho de ser nuestro país una “tierra de
guerra”108. Lo cierto es que la distribución fundamental de las tropas en Arauco da cuenta
de que lo que le interesa al país (Gobierno y sectores de opinión pública), en términos
militares, es la ocupación efectiva de ese territorio y la integración definitiva de la
Araucanía al conjunto del Estado-Nación. Por ejemplo, en 1877 casi todas las guarniciones
del Ejército permanente correspondían a la zona de Arauco, situadas estratégicamente en
orden a consolidar la ocupación e integración de dicha extensión territorial. Asimismo, de
un total de 3.127 soldados para ese año, 2.854 se encontraban ubicados en dicha región del
país, lo que representa el 91, 3 % de la dotación efectiva del Ejército permanente. Además,
y considérese que estamos hablando de sólo dos años antes del inicio de la Guerra del
Pacífico, no existía ninguna guarnición ubicada al norte del puerto de Valparaíso; menos
aún en la región de Atacama, materia de disputas territoriales desde los tiempos del
Presidente Bulnes (1841-1851)109. Esto es otra demostración de la falta de intención chilena
—al menos, en términos militares— de planificar una guerra en el norte, en contra del Perú
y de Bolivia.
CUADRO 3
Distribución del Ejército por guarniciones en 1877
Nº Guarnición Ubicación Dotación
1 Artillería Santiago 210
2 4º de línea Santiago 365
3 Cazadores Santiago 277
107 Para este proceso histórico-militar, véase a León, Leonardo, et. al., Araucanía. La frontera mestiza. Siglo
XIX, Ediciones UCSH, Santiago, 2004. Como obra clásica: Lara, Horacio, Arauco Indómito, Imprenta de El
Progreso, Santiago, 1888. En reciente reedición: Navarro Rojas, Leandro, Crónica de la conquista y
pacificación de la Araucanía, desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional,
Pehuen, Santiago, 2008. Desde el ángulo del Ejército: “Capítulo VI. Pacificación de la Araucanía”, en
Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 221-.277.
108 Cfr. Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y XX,
Editorial Universitaria, Santiago, 2003, pp. 63-73.
109 Cfr. Bulnes, Gonzalo, op. cit., Tomo I, p. 33-36.
36. 4 Artillería Valparaíso 273
5 3º de línea Ángol 298
6 Granaderos Ángol 143
7 3º de línea Rucapillán 9
8 3º de línea Tigueral 15
9 Granaderos Mulchén 7
10 Granaderos Huequén 65
11 Buin 1º de línea Ñipaco 8
12 Buin 1º de línea Cancura 32
13 Buin 1º de línea Fortín Maipú 5
14 2º de línea Lolenco 20
15 2º de línea Torre 5 de enero 8
16 2º de línea Chiguaihue 107
17 Cazadores Chiguaihue 66
18 2º de línea Puente de Chiguaihue 5
19 Buin 1º de línea Marilúan 20
20 Buin 1º de línea Torre de Granaderos 8
21 Buin 1º de línea Collipulli 190
22 Cazadores Collipulli 70
23 Buin 1º de línea Perasco 16
24 Buin 1º de línea Curaco 44
25 Buin 1º de línea Esperanza 10
26 Buin 1º de línea Cule 11
27 3º de línea Sauces 58
28 Granaderos Sauces 12
36
37. 29 Buin 1º de línea Lumaco 51
30 Zapadores de línea Lumaco 326
31 Granaderos Lumaco 58
32 2º de línea Cañete 43
33 Zapadores de línea Purén 38
34 2º de línea Lebu 30
35 2º de línea Quidico 25
36 2º de línea Toltén 101
38 2º de línea Queuli 8
39 Artillería Magallanes 95
37
Fuentes: Elaboración del autor en base a: Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en
sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 1877, pp. 11-14.
2. Guardia Nacional
Los antecedentes de las milicias en Chile se remontan al período indiano. Sin pretender
detallar la evolución histórica de la Guardia Nacional, baste consignar que “las milicias
fueron una modalidad de instrucción militar para que los habitantes del Reino colaborasen
con el ejército de línea, ante la eventualidad de los ataques exteriores y, particularmente en
Chile, para defenderse de los aborígenes”110. Y con respecto a la época republicana
(anterior a nuestro período de estudio), señálese que la Guardia Nacional —también
conocida como Guardia Cívica o, sencillamente, Cívicos— constituyó bajo el Régimen
Portaliano un útil contrapeso del Ejército, con el fin de asegurar la subordinación de este
último al poder político constituido. Pero, poco a poco, y la Guerra contra la Confederación
Perú-boliviana será la consagración de ello, esta entidad se va convirtiendo en el necesario
complemento que la institución castrense requiere. Más tarde, con el decenio de Bulnes
(1841-1851), se produjo la consolidación institucional de la Guardia Cívica. Por de pronto,
110 Hernández Ponce, Roberto, “La Guardia Nacional de Chile”, en Historia, Nº 19, Instituto de Historia de la
Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1984, p. 58.
38. 38
por el hecho de que en 1848 se promulgó un Reglamento de la Guardia Nacional111.
Conforme a esta normativa, se estableció formalmente que la Guardia Cívica se organizaba
en tres armas —artillería, infantería y caballería— y que se trataba de un servicio de
carácter voluntario.
A diferencia del Ejército, situado especialmente en la zona sur del país, los cívicos
sí se establecieron a lo largo de todo el territorio, incluyendo las provincias septentrionales.
Por ejemplo, de norte a sur, se formaron batallones de infantes en Copiapó, Vallenar, La
Serena, Ovalle, Illapel, Putaendo, Quillota, San Felipe, Los Andes, Valparaíso, Melipilla,
Santiago, Rancagua, San Fernando, Cauquenes, Curicó, Talca, Linares, Chillán,
Concepción, Caupolicán, Valdivia y la Unión112. La instrucción de la Guardia Nacional se
encomendó al Ejército; y quedó bajo el control, además del Ministro de Guerra, de un
Inspector General propio, o sea, distinto del homónimo dedicado a la entidad castrense113.
Con ocasión de la Guerra con España (1865-1866), se puso nuevamente a prueba el
carácter de fuerza complementaria de la Guardia Nacional con respecto al Ejército de línea.
Esta situación será positivamente valorada por el Ministro de Guerra José Manuel Pinto,
quien señalaba en 1866:
La Guardia Nacional ha prestado al país, durante este tiempo [el de la guerra], grandes e
importantes servicios.
Como lo he hecho notar más arriba, ella fue la llamada a cubrir las guarniciones de muchos
puntos de la costa, mientras se aumentaban las fuerzas de línea. Así es que la mayor parte de
los cuerpos de que consta, han contribuido en su totalidad o en parte a la defensa de la
República. Sus servicios no se han limitado a guarnecer el litoral, sino que también ha
alternado con la tropa de línea destacada en las plazas de la frontera114.
El antedicho carácter de reserva, será subrayado de este modo por la misma
autoridad:
111 Véase: Varas, José Antonio, op. cit., Tomo II, Imprenta Chilena, Santiago, 1860, pp. 20 y ss.
112 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 45.
113 Cfr. Ibid., p. 49.
114 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de
1866, Imprenta Nacional, Santiago, 25 de agosto de 1866, p. 10.
39. A fin de no distraer por mucho tiempo de sus quehaceres, a los individuos que componen la
Guardia Cívica, el Gobierno ha tratado de formar con ella un verdadero cuerpo de reserva
que sin abandonar sus pueblos, estuviese pronta para acudir al primer llamado al punto
preciso115.
39
Por la misma y explicable razón de la Guerra, en 1866 la fuerza efectiva de la
Guardia Nacional ascendía a las “45.895 plazas, correspondiendo 1.141 a la arma de
artillería, 27.088 a la de infantería y 17.393 a la de caballería”116. Esta cifra irá
descendiendo con el transcurrir de nuestro período, llegando en 1878 a contar con sólo
6.687 plazas117. Este péndulo, ahora con relación a la cantidad de cívicos existentes,
demuestra, nuevamente, la carencia de un ánimo belicista de parte de Chile con respecto al
Perú y a Bolivia.
En otras palabras, pese a que, conceptualmente, la Guardia Nacional se entendía
como la necesaria reserva del Ejército de línea, en la práctica, esta situación va perdiendo
vigencia, por la clara y dramática disminución de sus tropas. Y, en este caso, no tanto por
desinterés en la sociedad civil (de la cual se nutre), sino fundamentalmente por expreso
mandato de las autoridades. Por ejemplo, el 9 de noviembre de se 1877 se decretó el receso
de veintitrés batallones, seis brigadas y dos compañías de infantería. Esta notable
reducción, como afirmaba el Ministro García de la Huerta, se explicaba por “una economía
en el Presupuesto de gastos, aconsejada por el estado de los fondos públicos”118. En
términos de cifras
La medida indicada ha reportado al Erario un ahorro anual de 70.000 pesos, próximamente,
que el Ministerio del ramo pagaba en subvenciones a los cuerpos cívicos, diarios para las
guardias de prevención, arriendo de cuarteles, etc.119
CUADRO 4
115 Ibid., p. 11.
116 Ibid.
117 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional,
Santiago, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16.
118 Ibid., p. 14.
119 Ibid.
40. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1878)120
Año Tropas
1866 45.895
1867 53.220
1868 48.618
1869 54.992
1870 52.721
1871 54.294
1872 35.092
1873 30.447
1874 24.287
1875 21.951
1876 22.674
1877 18.071
1878 6.687
40
Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso
Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880.
Desde el término de la Guerra con España (1866), el Gobierno planteó la necesidad
de contar con una ley orgánica para la Guardia Nacional. Hasta ese momento, el
fundamento jurídico de la entidad era el artículo 156 de la Constitución de 1833 que
establecía que “todos los chilenos en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los
registros de las milicias si no están especialmente exceptuados por ley”121. Esta norma no se
refería, específicamente, a la Guardia Cívica, sino que se le aplicaba por analogía. Y ello no
significaba que todos debían integrarse a la institución, sino sólo que debían concurrir a
inscribirse en sus registros. Además, recordemos que en 1848 (bajo el Presidente Bulnes) se
dictó un reglamento que estableció las bases de esta institución como tal, confirmándose el
carácter voluntario del servicio en ella implicado. Sin embargo, en el marco de nuestro
período, nunca se aprobó una ley regulatoria de la Guardia Nacional. La misma
despreocupación de las autoridades políticas con respecto a la entidad, que se materializa
—como hemos visto— en una persistente baja de sus tropas, ayuda a explicar la no
120 Para el caso de la Guardia Nacional no se hace el distingo entre fuerzas autorizadas y fuerzas enganchadas,
porque 1) su dotación no es materia de ley, y 2) las Memorias de Guerra sólo hacen referencia a las fuerzas
efectivas. Además, no se incluye la cifra del año 1879, ya que la Memoria de 1879 no hace referencia a la
Guardia Nacional, por lo que al inicio de la guerra debe ser similar a la de 1878.
121 Valencia Avaria, Luis, Anales de la República. Textos constitucionales de Chile y Registro de los
ciudadanos que han integrado los poderes ejecutivo y legislativo desde 1810, Editorial Andrés Bello,
Santiago, 1986, p. 182.
41. 41
promulgación de una norma legal específica, propuesta por el Gobierno y aprobada por el
Congreso.
A lo anteriormente dicho, agréguese que una de las motivaciones iniciales del
Ejecutivo por auspiciar una ley orgánica de la Guardia Nacional fue garantizar el principio
de igualdad de las cargas públicas, establecido en el artículo 12 número 3º de la
Constitución122. Además, el artículo 149 disponía que “no puede exigirse ninguna especie
de servicio personal o de contribución, sino en virtud de un decreto de la autoridad
competente, deducido de la ley que autoriza aquella exacción, y manifestándose el decreto
al contribuyente en el acto de imponerle gravamen”123. Pese a su carácter voluntario, en la
práctica, algunos ciudadanos eran conminados a integrarse a sus filas, con lo cual, en ese
momento, comenzaban a asumir obligaciones frente al Estado. La necesidad de que los
miembros de la Guardia Nacional procedieran de todos los ámbitos sociales, y no
exclusivamente de los sectores de bajo rango económico, llevó en 1868 al Ministro
Errázuriz a decir lo siguiente:
En la práctica, ni se da cumplimiento a la disposición del artículo 156, ni existe en esta
materia la igualdad ante la ley124, ni la igual repartición de las cargas públicas. El artesano,
los hombres que viven de la industria y del trabajo son obligados a cargar las armas y a
llevar todos el peso del servicio de la milicia cívica; mientras que los capitalistas, los
propietarios y toda la clase acomodada, que son los más interesados en la existencia del
orden y los que mejor pueden soportar esta carga, se ven libres de todo servicio, salvas las
pequeñas excepciones de los que desempeñan los cargos de jefes y oficiales en los cuerpos
cívicos. El Congreso debe empeñarse en hacer desaparecer, cuanto antes, una desigualdad
tan injusta, tan chocante a nuestro sistema de gobierno y tan contraria a nuestra
Constitución, contrayéndose con preferencia a la promulgación de una ley que haga
efectivas las disposiciones constitucionales, desterrando para siempre aquellos abusos
insostenibles.
El punto capital de una buena ley sobre organización de la guardia nacional es el hacer
efectivo el servicio de las milicias para todos los chilenos en estado de cargar armas, sin
excepciones odiosas e indebidas. Estableciendo convenientemente en la práctica esta
122 Cfr. Ibid., p. 163.
123 Ibid., p. 182.
124 Este principio se encontraba consagrado en el artículo 12 número 1º de la Constitución de 1833 (Cfr. Ibid.,
p. 163).
42. obligación; detallando con justicia y discernimiento los casos de excepción; fijando el
tiempo que los ciudadanos deben servir, y reglamentando algunos otros puntos de menor
importancia, se habrían llenado todas las necesidades de una institución tan íntimamente
ligada con la existencia del sistema democrático125.
42
Mediante un decreto de fecha 10 de octubre de 1867 se establecieron los doce años
como plazo de duración del servicio en la Guardia Nacional, tanto para oficiales como para
la tropa126. Esta norma
Establece enseguida que los que hubieren cumplido el término fijado [de doce años] tienen
derecho a obtener licencia absoluta, pero que continuarán perteneciendo a la guardia
nacional sin prestar ninguna clase de servicios, y pudiendo ser nuevamente obligados a ello
sólo en circunstancias graves y urgentes calificadas por un decreto supremo. De esta manera
se provee el caso de tener que salir a la defensa del país o de sus instituciones, al paso que se
da en parte cumplimiento a la disposición constitucional que ordena que todos los chilenos
en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los registros de las milicias. Por
último, se determina lo relativo a las licencias y a los casos de cambio de residencia, tan
frecuentes en los oficiales cívicos127.
Con relación a la distribución geográfica de la Guardia Nacional, en los años
previos a la Guerra con España (1865-1866) y durante el desarrollo de la misma, el
Gobierno descuidó la presencia de la institución en la zona norte del país, concretamente en
la provincia de Copiapó. Esta situación, sobre todo en momentos de crisis internacional,
generó la molestia del caudillo por dicha zona, diputado Pedro León Gallo:
Como siempre he manifestado en la Cámara el deseo de que la guardia nacional se aumente
cuanto sea posible, desearía que se suprimieran esos gastos de pura fanfarronería y que esas
cantidades se destinaran al fomento de la guardia nacional; pero desde que ella no existe en
algunos de aquellos puntos para los cuales se consultan asignaciones en el presupuesto,
deberían suprimirse todas aquellas que no sirven para formar partidas sin objeto.
Y luego agregaba:
125 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de
1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 27.
126 Cfr. Ibid., p. 28. Anteriormente, este plazo de doce años se exigía sólo a la tropa.
127 Ibid.
43. Por lo demás, señor, podría hacer presente a la Cámara que mientras la escuadra española
estuvo bloqueando nuestras costas no sólo no se organizó el cuerpo cívico de Copiapó, sino
que no se formó una en el Huasco, que tiene asignación para una banda de música. Este
batallón estaba enteramente disuelto, no tenía un solo oficial; no se vino a organizar sino
cuando ya se acercaban las elecciones. Por esa razón creo que hay cierta fantasmagoría en
esa partida para los batallones cívicos128.
43
En 1868 el Ministro Errázuriz daba cuenta de la reorganización del batallón cívico
de Copiapó, “que por tanto tiempo ha permanecido disuelto, dotándolo de un buen
armamento, de vestuario y de todo lo demás que pudiere necesitar”129.
Por último, considérese que algunos miembros de la Guardia Cívica participaban,
junto al Ejército de línea, en las labores de integración de la Araucanía. A diferencia del
Ejército, no se trataba de la mayoría de ellos, sino sólo de aquellas tropas situadas en la
zona cercana, en especial en la Provincia de Arauco:
La Guardia Nacional ha prestado en la frontera importantes servicios.
Autorizados los jefes de ambas fronteras para llamar al servicio, en caso necesario, a los
cuerpos cívicos de la provincia de Arauco, la mayor parte de ellos han compartido con el
ejército las penalidades de la guerra que se ha hecho a los indios rebeldes. Conocedores de
la localidad y de los usos de los indios, han llevado a nuestros soldados el contingente de la
práctica en una guerra de sorpresas como la que había de sostener130.
CUADRO 5
Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871
Provincia Dotación
128 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 28ª Extraordinaria de 15 de diciembre de 1866, p.
200.
129 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de
1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 29.
130 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de
1869, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869, p. 42.