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Universidad de los Andes 
Instituto de Historia 
Santiago – Chile 
El Ejército de Chile en vísperas de la 
Guerra del Pacífico 
(1866-1879). 
¿Pacifismo o belicismo chileno? Una visión del 
personal. 
Tesis para optar al grado académico de Licenciado en Historia
Valentina Verbal Stockmeyer 
Profesor guía: Enrique Brahm García 
Concepción del Nuevo Extremo, mayo de 2009 
“Las relaciones de los pueblos viven de equilibrio, de suspicacia, no de amor. Los hombres de 
Estado dignos de este nombre, no pueden extremar las manifestaciones de confianza sin caer en el 
ridículo o en el peligro. Los pueblos no se aman. Los pueblos se vigilan, y buscan sus orientaciones 
en sus intereses permanentes, no en efímeros abrazos. Por haber olvidado este principio, Chile 
permitió en 1866 que su aliado el Perú, adquiriese un poder naval preponderante respecto de él y la 
consecuencia se está viendo en la demostración de Mejillones seis años después, y en el Tratado 
secreto que lo puso en peligro de desaparecer como Nación. Si alguien hubiera tenido la previsión 
de decir esto en 1866, no habría sido escuchado. ¿No se habían borrado las fronteras; no estaba la 
América unida por un fraternal abrazo?”. 
Gonzalo Bulnes1. 
“Apreciado padre: Es en mi poder la muy apreciada suya fecha 26 del presente2. Tuve el mayor 
gusto al saber de Ud. y que se encuentra bueno como también mis hermanos. Yo por acá quedo 
bueno y a sus órdenes. 
En contestación a la suya le diré que la papeleta de la mesada ni yo mismo sé como se pagará. 
Reciba lo que le den porque así debe ser. 
Pasaré a decirle algo sobre el viaje de nosotros. El 3 de mayo, salimos de Dolores en la tarde y 
caminamos toda la noche. Llegamos a Pisagua al otro día como a las 9 y nos embarcamos en el 
Itata. A bordo se encontraba el Caupolicán. Salimos ese día y llegamos a esta Caleta al otro día. El 
mar estaba muy bravo, y no pudimos desembarcar; seguimos para Ilo y desembarcamos el 
Caupolicán. En tierra se encontraba el Chillán, Zapadores, Cazadores y Granaderos. Todos han 
salido para el interior, menos nosotros. Saldremos ahora o mañana. 
1 Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico, Tomo I, Editorial del Pacífico, Santiago, 1955, p. 46. 
2 26 de mayo de 1880. 
2
3 
Abraham Quiroz”3. 
ÍNDICE GENERAL 
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………..5 
CAPÍTULO I. INFLUENCIA FRANCESA……………………………………………….11 
1. Afrancesamiento de la sociedad chilena…………………………………………… 
11 
2. Influencia francesa en materia de organización militar…………………………….15 
3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón………………………….21 
4. Escuela Militar……………………………………………………………………..27 
CAPÍTULO II. DOTACIÓN DE TROPAS……………………………………………….31 
1. Estadísticas del Ejército…………………………………………………………….31 
2. Guardia Nacional…………………………………………………………………...37 
3. Reclutamiento a comienzos de 1879……………………………………………….44 
CAPÍTULO III. PROBLEMAS DEL ENGANCHE………………………………………53 
1. Sueldos de la tropa…………………………………………………………………53 
3 Quiroz, Abraham, e Hipólito Gutiérrez, Dos soldados en la Guerra del Pacífico, Editorial Francisco de 
Aguirre, Buenos Aires — Santiago de Chile, 1976, pp. 77 y 78.
4 
2. Condiciones de la vida militar en general………………………………………….59 
3. Condiciones de la vida militar en la Araucanía……………………………………67 
4. Defectos del sistema………………………………………………………………..72 
CAPÍTULO IV. PACIFISMO DE LOS POLÍTICOS CHILENOS……………………….77 
1. Leyes militares..……………………………………………………………………77 
2. Relaciones con Bolivia……………………………………………………………..83 
3. Inicio de la guerra…………………………………………………………………..85 
CONCLUSIONES…………………………………………………………………………88 
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………95
ÍNDICE DE CUADROS 
5 
CUADRO 1. Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)……………………..16 
CUADRO 2. Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)………………………………...32 
CUADRO 3. Distribución del Ejército por guarniciones en 1877…………………………35 
CUADRO 4. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1879)……………………………...39 
CUADRO 5. Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871…………….43 
CUADRO 6. Dotación de tropas de Chile, Perú y Bolivia al inicio de la Guerra del 
Pacífico, según historiadores de diversas nacionalidades………………………………….46 
CUADRO 7. Población de Antofagasta a comienzos de 1879, según porcentajes………...51 
CUADRO 8. Sueldos del Ejército a partir de la ley de 21 de noviembre de 1871………...56 
CUADRO 9. Promedio de salarios reales en Chile (1866-1879)…………………………..56 
CUADRO 10. Población por provincias (censos de 1875 y 1865)…..…………………….73 
CUADRO 11. Leyes de presupuestos en Chile según partidas ministeriales (1867- 
1879)......................................................................................................................................7 
8
6 
CUADRO 12. Porcentajes de gastos militares del presupuesto total (1867-1879)………...79 
CUADRO 13. Producto interno bruto en millones de pesos de 1995 (1866-1879)...……...80 
INTRODUCCIÓN 
La Historia Militar, al menos desde mediados del siglo XX, no se reduce sólo a la historia 
de las guerras y batallas, sino que es mucho más compleja y amplia. En efecto, pueden 
distinguirse varias líneas de investigación en la nueva historia militar, v. gr., la historia 
política militar (que se refiere a la actuación de los militares en el acontecer político), la 
historia militar social (que trata aspectos sociales de la vida de los militares), la historia de 
la tecnología militar (que estudia las armas, las fortificaciones, etc.), la militaria histórica 
(que analiza uniformes, banderas, medallas, etc.), las biografías de militares, y, por cierto, 
la historia de las guerras y batallas4. Todas estas áreas tienen un punto de referencia en 
torno al cual giran o han de girar. Y éste no es otro que la historia de los ejércitos en cuanto 
se trata de instituciones insertas en el devenir de sus propios estados o naciones, o incluso 
en el de continentes o áreas supranacionales de mayor o menor conflictividad. 
En este sentido, todavía son escasos los trabajos que en Chile se dedican a estudiar 
la vida del Ejército en tiempos de paz. La mayoría de las obras de Historia Militar de Chile 
se refiere a la historia o crónica de las guerras y de las batallas, con mayor o menor análisis 
estratégico y táctico5. Esto se debe, en no poca medida, a la circunstancia de que, hasta hace 
no mucho tiempo atrás, la Historia Militar estaba, casi exclusivamente, en manos de 
militares y no de historiadores propiamente tales6. Y teniendo un fin eminentemente 
4 Cfr. Rodríguez Velasco, Hernán, “La historia militar y la guerra civil española: una aproximación crítica a 
sus fuentes”, en Stvdia histórica contemporánea, volumen 24, 2006, pp. 59 y 60. 
5 Por ejemplo: Téllez, Indalicio, Historia militar de Chile: 1520-1883, dos volúmenes, Imprenta y Litografía 
Balcells y Cía., Santiago, 1946; Toro Dávila, Agustín, Síntesis histórico-militar de Chile, Editorial 
Universitaria, Santiago, 1976. 
6 En 1941, el Capitán Bernardino Parada critica el hecho de que historiadores generales se inmiscuyan en el 
campo de la Historia Militar que, según él, debe quedar reservada a los militares, por poseer ellos los 
conocimientos necesarios de la Ciencia Militar (Cfr. Parada, Bernardino, “Hacia un nuevo concepto de 
Historia Militar”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 173, Santiago, 1941, pp. 125-148). Una visión
7 
pedagógico: el estudio de las guerras y batallas del pasado siempre se ha estimado como 
una útil herramienta para los profesionales de las armas, puesto que “es un arte que supone 
la adquisición de una experiencia”7. Y, si bien los sujetos fundamentales de la Historia 
Militar son los ejércitos, no ha de olvidarse que ellos están hechos y orientados para la 
guerra. Como bien señala Roberto Arancibia Clavel, “los ejércitos son para combatir, por lo 
que se debe inferir, entonces, que la historia militar en último término debe ser acerca de la 
batalla”8. De la batalla, agréguese, pero a partir de una estructura y de una preparación. 
Elementos ambos que difícilmente se pueden improvisar. De ahí que para entender el 
desenvolvimiento de un ejército en una guerra, ha de acudirse a la organización 
institucional y preparación militar del mismo en tiempos de paz. En otros términos, la 
victoria o derrota de un país o ejército no se explica, única y exclusivamente, por las buenas 
o malas decisiones estratégicas y tácticas adoptadas durante el conflicto mismo, sino 
también, y en gran e importante medida, por la consistencia institucional del país (y de sus 
fuerzas armadas) y por la labor de preparación, cualitativa y cuantitativa, de las 
instituciones castrenses que, quiérase o no, siempre están insertas en la sociedad de la que 
forman parte integral, siendo un reflejo de ella. 
La materia de la tesis que ahora se presenta es el Ejército de Chile en un período de 
entreguerras: entre el término de la Guerra con España (1865-1866) y el comienzo de la 
Guerra del Pacífico (1879-1884). Y el punto de vista es determinar en que medida esta 
institución, en cuanto forma parte del Estado-Nación, desarrolla una preparación militar en 
vistas a una posible guerra en el norte, con el Perú y con Bolivia, países ambos con los que 
efectivamente Chile se enfrentará durante la segunda de dichas guerras. Valga la siguiente 
aclaración. Al hablar de preparación militar de nuestro país para la Guerra del 79, como 
también se le conoce, no se quiere afirmar que Chile haya planificado, deliberada y 
concientemente, este conflicto. En todo caso, para dilucidar el problema, certera e 
moderna, que analiza las fortalezas y debilidades del estudio de esta disciplina por parte de los militares, 
puede verse en Jiménez Ramírez, Diego, “Una perspectiva de la Historia Militar y su estudio por los 
militares”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 478, Santiago, 2006, pp. 24-31. 
7 Arancibia Clavel, Roberto, “El concepto de Historia Militar”, en Primera Jornada de Historia Militar. 
Siglos XVII-XIX, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar 
del Ejército de Chile, Santiago, 2004, p. 28. 
8 Ibid., p. 12.
8 
integralmente, es necesario acudir a un conjunto más amplio de factores o elementos de 
juicio. Elementos que escapan al ámbito de lo estrictamente militar y que, v. gr., se 
relacionan con lo político, diplomático, económico, etc. En todo caso, consuela saber que 
estos aspectos han sido suficientemente tratados por la historiografía. Por ejemplo, son 
muchas las obras que, desde el lado de Chile, han estudiado profusamente los antecedentes 
diplomáticos de la Guerra del Pacífico9. No se puede decir lo mismo, en cambio, con 
relación a los antecedentes que podemos calificar de militares. Una segunda aclaración: por 
motivos de tiempo y espacio, hemos centrado nuestra atención, de manera preferente, en el 
elemento humano de la entidad castrense; dejando de lado, por ejemplo, el ámbito relativo 
al material de guerra. Aspecto éste que, si Dios lo quiere, podremos tratar en futuras 
investigaciones. 
Esta tesis se divide en cuatro capítulos. El primero, intitulado influencia francesa, 
está dedicado a tratar el influjo de la Francia revolucionaria y napoleónica (1789-1815) en 
la institución castrense. El segundo, denominado dotación de tropas, está orientado a 
estudiar, ante todo, la cantidad de plazas que nuestro Ejército recluta. Un tercer capítulo se 
refiere a los problemas del enganche, buscando dilucidar la o las razones que permiten 
explicar la permanente disparidad entre las fuerzas legalmente autorizadas y las 
efectivamente enganchadas, siendo las segundas inferiores a las primeras. Finalmente, con 
un cuarto capítulo se tratará el pacifismo de los políticos chilenos, con lo cual se buscará 
demostrar la inexistencia de una actitud belicista de parte de nuestros dirigentes. 
No se ha pesquisado ninguna obra monográfica que aborde, simultáneamente, el 
tema, marco cronológico y punto de vista de esta tesis. Sin embargo, no son pocas las obras 
que, de manera más o menos directa, tratan las materias aquí estudiadas. Sería extenso 
describirlas o, incluso, enumerarlas a todas. Lo cierto es que nunca el oficio histórico parte 
de cero, por lo que de varias de ellas se dará cuenta a lo largo de este texto y, por cierto, en 
la bibliografía situada en la parte final. Sin embargo, un trabajo que ha servido de punto de 
9 Por ejemplo: Encina, Francisco Antonio, Las relaciones entre Chile y Bolivia (1841-1963), Editorial 
Nascimento, Santiago, 1963. Ríos Gallardo, Conrado, Chile y Bolivia definen sus fronteras, Editorial Andrés 
Bello, Santiago, 1963. Téllez Lugaro, Eduardo, Historia general de la frontera de Chile con Perú y Bolivia. 
1825-1929, Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Universidad de Santiago de Chile, 
Santiago, 1989.
9 
partida y que es el que más se acerca a la presente tesis es el de Carlos Grez, publicado en 
el Boletín de la Academia Chilena de la Historia en 1935. Este es un artículo que abarca 
todo el período republicano, aunque a través de un análisis en exceso conciso10. Grez busca 
refutar el argumento, especialmente boliviano11, que afirma que nuestro país desarrolla, en 
los años anteriores a la Guerra del Pacífico, una constante y sistemática preparación militar, 
orientada a expandirse hacia el norte, territorio deliberadamente codiciado por sus enormes 
riquezas naturales, particularmente salitreras. Señala Grez: “Si los publicistas del Altiplano 
en vez de lanzar la gratuita acusación de preparación bélica suficiente por nuestra serenidad 
para agredir no ya a un vecino, sino a dos, hubiesen tenido serenidad para revisar los 
documentos anuales de nuestro Ministerio de Guerra y Marina, no se habrían atrevido a 
pretender fundar artificiosamente una tan atrevida como injusta apreciación. Allí están a la 
disposición de cualquiera esas Memorias, en cuyas páginas el lector encontrará dos hechos 
que llaman fuertemente la atención, a saber: 1) que anualmente, se esforzaban los ministros 
del ramo, en probar al Congreso Nacional que los efectivos reales eran inferiores a los 
efectivos autorizados por leyes expresas. 2) que esos mismos ministros (aún cuando 
muchas veces eran militares de alta graduación) no oponían ningún inconveniente cuando 
al ser necesario hacer economías en la administración pública se recurriese, en primer 
lugar, a la sección guerra y marina del presupuesto nacional. Se sacrificaban así ingentes 
cantidades, cuyo gasto representaba para el país la tranquilidad, por ejemplo de las regiones 
sureñas, amagadas por los indios araucanos, etc.”12 
Las fuentes utilizadas son diversas, pero son dos las fundamentales: las Memorias 
del Ministerio de Guerra y las normas jurídicas de orden militar, dictadas antes y durante 
nuestro período. Ambas fuentes permiten obtener una gran cantidad de datos concretos, 
10 De sólo 28 páginas, considerando que además aborda lo relativo a armamentos y tanto del Ejército como de 
la Marina. 
11 Se refiere, como ejemplo de su aserto, a Eduardo Diez de Medina, que en una obra suya de 1919 afirma lo 
siguiente: “‘Se comprende, por lo mismo, que un año después Chile hubiese negociado con Bolivia el pacto 
de límites de 1874, reconociendo una vez más, como límite entre ambas repúblicas, el paralelo del grado 24 
ya fijado en el tratado de 1866 y suprimiendo la injusta e inconveniente comunidad de derechos sobre los 
metales, aunque manteniéndola sobre el guano. Nada perdía con ello, venciendo en cambio la desconfianza 
del vecino, a quien le brindaba prueba de amistad y ganando el tiempo necesario para preparar su ejército y 
sus recursos hasta la ocasión propicia en que el triunfo de sus armas le diera la posesión del territorio 
codiciado’” (Citado por Grez, Carlos, “La supuesta preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico”, 
en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 5, Santiago, 1935, p. 112). 
12 Ibid., p. 113.
10 
especialmente estadísticos; datos que han resultado de gran utilidad. Sin embargo, se ha 
evitado reducir el asunto a meras cifras, buscando analizarlas en el contexto histórico en 
que se insertan; interpretándolas y cotejándolas con otras realidades con las se conectan de 
manera viva. De forma tal que, frente a no pocos puntos aquí tratados, se ha acudido a un 
método que puede designarse como estadístico-analítico13. O sea, las estadísticas responden 
a una realidad más amplia: a unos fines que el Estado y el Ejército se trazan y que buscan 
desarrollar. Tomando en cuenta esto último, las cifras cobran valor y se relacionan entre sí 
y con otras realidades en tanto en cuanto se inscriben en un contexto más amplio, entorno 
que se ha considerado con mayor o menor profundidad, dado el caso y según el tema 
tratado. En no pocas ocasiones se han transcrito extensamente algunas fuentes, en el 
entendido de que sólo así se hace posible el tradicional objetivo del oficio histórico, 
consistente en lograr que las fuentes hablen por sí solas, siendo el historiador un modesto 
intermediario de las mismas. No en un sentido positivista, sino en términos de que toda 
interpretación historiográfica debe apoyarse en hechos reales y no en fantasías subjetivas. 
En la disciplina histórica (como en cualquier otra) es fundamental que los conceptos e 
interpretaciones guarden debida relación con las realidades que pretenden describir o 
significar. De lo contrario, siguiendo a Marrou, se corre el peligro de que la Historia se 
pueble de fantasmas14. Asimismo, y a objeto de graficar y consolidar las afirmaciones 
realizadas, se añaden algunos cuadros, especialmente de carácter estadístico. Además, para 
facilitar la lectura de las fuentes, se ha actualizado su ortografía al tiempo presente. 
Por último, al presentar una tesis, no se puede dejar de agradecer a varias personas, 
en especial a aquellas que han sido esenciales en el proceso educativo vivido y que, para el 
caso de la presente investigación, han sido determinantes en la recopilación de las fuentes 
utilizadas. De las primeras, inevitable es agradecer al Director del Instituto de Historia de la 
Universidad de los Andes, Profesor Francisco Javier González Errázuriz, quien se ha 
desvivido por sacar adelante esta unidad académica, a la cual el infrascrito pertenece, 
formando parte de la primera generación. Tampoco se puede dejar de mencionar a Manuel 
Salas Fernández, Secretario Académico, que tantas y tantas veces nos ha recibido en su 
13 Para los diversos métodos históricos, véase a Comellas, José Luis, “III. El método de trabajo y de 
investigación”, en Guía de los estudios universitarios. Historia, Ediciones Universidad de Navarra, 
Pamplona, 1977, pp. 215-185. 
14 Cfr. Marrou, Henri-Irénée, El conocimiento histórico, Idea Universitaria, Barcelona, 1999, p. 137.
11 
pequeña oficina, atochada de libros, para tratar y solucionar los más variados problemas 
propios de la vida de un estudiante universitario. En esta misma línea, corresponde 
reconocer a todos los profesores que, muy mayoritariamente, han sido de primerísima 
calidad académica e intelectual. Con respecto a las personas que han sido fundamentales en 
la recopilación de las fuentes primarias, que son el alimento de que se ha de nutrir toda obra 
histórica, puesto que constituyen las huellas del pasado que se pretende resucitar15, no 
puede dejar de agradecerse a Carmen Gloria Olivares, de la Biblioteca del Museo Histórico 
y Militar, lugar al que se acudió por mucho tiempo, revisando numerosos documentos 
militares de diverso tipo. Asimismo, a Carmen Morandé de la Biblioteca del Congreso 
Nacional, gracias a la cual fue posible fotocopiar las Memorias de Guerra y no pocas 
sesiones parlamentarias del período de esta investigación. Pero ningún agradecimiento en 
una tesis, de una obra que implica poner las últimas piedras del estudio de una carrera 
profesional, se completaría bien si no se hace particular mención a la familia, en especial a 
los padres: a aquellos que, siempre e incondicionalmente, saben perdonar todos los errores 
cometidos. Y sólo por amor: por lo que, al decir de San Pablo, no tiene límites de ninguna 
especie, sino que todo lo puede. 
Concepción del Nuevo Extremo, 12 mayo de 2009. 
15 “La historia se hace con documentos. Los documentos son las huellas que han dejado los pensamientos y 
los actos de los hombres de otros tiempos. Entre los pensamientos y los actos, muy pocos hay que dejen 
huellas visibles, y esas huellas cuando existen son raras veces duraderas, bastando cualquier accidente para 
borrarlas” (Langlois C.V. y C. Seignobos, Introducción a los estudios históricos, Editorial La Pléyade, 
Buenos Aires, 1972, p. 17).
CAPÍTULO I 
INFLUENCIA FRANCESA 
12 
El Chile decimonónico es un Chile afrancesado, situación que incidirá de manera patente en 
el Ejército, en términos de personas determinadas, así como en materia de organización 
militar y de ideas tácticas; además de otros elementos externos, como son los uniformes. 
1. Afrancesamiento de la sociedad chilena 
La influencia francesa en el Ejército de Chile no fue el producto de una misión especial de 
militares galos, contratada por el Estado, sino el fruto natural del ambiente general de 
afrancesamiento de la sociedad chilena en el siglo XIX. El origen de este contexto cultural 
es explicado por el profesor Francisco Javier González, quien señala: “Finalizado el 
proceso de independencia, las nuevas naciones de Hispanoamérica comenzaron un lento y 
difícil proceso de organización. Formaban parte, hasta entonces, de un conjunto político — 
la monarquía hispánica— que era también una vasta área de intensos flujos culturales en los 
que España ocupaba un lugar central. Aunque los países latinoamericanos conservaban la 
cultura hispánica de sus orígenes, la península ya no ocupaba un lugar central en las 
referencias de los nuevos países. La necesidad de distinguirse de ella durante la 
independencia, unida al triste estado en que la antigua metrópolis se encuentra durante 
buena parte del siglo XIX, hace que las miradas americanas se dirijan hacia otras naciones 
en busca de modelos que reemplazasen a aquellos que anteriormente la península les había 
nutrido”16. En la misma línea de pensamiento, Jean Pierre Blancpain habla, ya para el caso 
de Chile, de un proceso de descastellanización que consiste “en aproximarse a las naciones 
modernas, y enriquecerse con experiencias de otros países: esto haría que la joven república 
tomará conciencia que sólo avanzando podría existir”17. 
16 González Errázuriz, Francisco Javier, Aquellos años franceses. 1870-1900. Chile en la huella de París 
Taurus, Santiago, 2003, p. 11. 
17 Blancpain, Jean Pierre, “Cultura francesa y francomanía en América Latina: el caso de Chile en el siglo 
XIX”, en Cuadernos de Historia, Nº 7, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago, 
1987, p. 11.
13 
Un camino mediante el cual nuestro país buscó acercarse a las naciones europeas 
más avanzadas fue a través del impulso, sea por medios directos o indirectos —mediante 
contratos expresos o apoyos tácitos—, a la venida de extranjeros de las más diversas 
naciones y actividades. Las autoridades políticas patrocinaron la llegada de estos 
inmigrantes con el objeto doble de, por una parte, construir la república que se encontraba 
en ciernes y, por otra, ayudar a la conformación de una nueva sociedad: de un pueblo 
“civilizado”, a la altura del mundo moderno al que el “coloniaje” nos tenía ajenos. Y, en 
efecto, entre 1810 y 1840 se desarrolló un persistente proceso de llegada de inmigrantes 
destacados a Chile. Hernán Godoy Urzúa constata que al “estallar la revolución de la 
independencia, el número de extranjeros era muy reducido”, señalando que el 
“empadronamiento de García Carrasco dio en 1809 la cifra de 79 personas, compuesta 
principalmente por 21 portugueses, 18 italianos, 10 norteamericanos, 9 franceses, 6 
ingleses”18. Pero este hecho se revirtió, notablemente, desde 1811. Como ya se dijo, estos 
extranjeros pertenecían a las más variadas profesiones: eran educadores, comerciantes, 
intelectuales, artistas, etc. Y, por cierto, también militares y marinos. Muchos de ellos 
fueron incorporados a tareas públicas de carácter innovador y creativo. Se podrían citar 
innumerables casos de extranjeros que desde 1810 en adelante vinieron a Chile, llegando a 
constituir un importante aporte al desarrollo de nuestro país. Menciónese, sólo a manera de 
ejemplo, al británico Lord Cochrane (1775-1860), que recibió de manos de O’Higgins el 
almirantazgo de la escuadra nacional; a los médicos irlandeses Guillermo Blest y Nataniel 
Cox, llegados en 1819; y al pintor alemán Juan Mauricio Rugendas (1802-1858), quien 
permaneció en el país por más de una década, entre 1834 y 1845. Pero, sin lugar a dudas, la 
personalidad foránea más emblemática fue la del venezolano Andrés Bello (1781-1865), 
contratado en Europa por Mariano Egaña. Según Hernán Godoy, Bello “estimuló la cultura 
impulsando todas las formas e instancias mediadoras del trabajo intelectual. Inspiró 
periódicos y revistas, inauguró la crítica literaria, enseñó a escribir la historia, participó en 
salones y tertulias, en su propia casa y en la de Peñalolén”19. Pero, claramente, su nombre 
pasó a la posteridad gracias a la fundación de la Universidad de Chile en 1842, y por la 
18 Godoy Urzúa, Hernán, La Cultura Chilena. Ensayo de síntesis y de interpretación sociológica, Editorial 
Universitaria, Santiago, 1982, p. 240. Por supuesto, estas cifras excluyen a los españoles, puesto que éstos se 
consideran viviendo en territorio propio. 
19 Ibid., p. 309.
14 
elaboración del Código Civil (promulgado en 1855 y vigente desde 1857), siendo un 
modelo determinante de otros códigos en el continente20. 
Entre los muchos extranjeros llegados Chile, no pocos procedieron de Francia. 
Blancpain pone el acento en la calidad de artistas de estos primeros inmigrantes galos. Por 
ejemplo: Ernest Courtois, “decorador incansable de los edificios públicos de la capital”; el 
arquitecto Claude Brunet-Desbaines, “traído a Chile en 1849 y cuyo nombre se encuentra 
en las más hermosas mansiones de la aristocracia”; y, ya a fines de siglo, Lucien Hénault 
que “reconstruye el Teatro Municipal de Santiago después del incendio de 1870”21. Pero, 
obviamente, más importante que los nombres concretos son las diversas áreas en que se 
materializó lo que puede calificarse como afrancesamiento de la sociedad chilena. Además 
del arte, pueden consignarse los siguientes ámbitos: la literatura, las ideas, la lengua, la 
moda, las costumbres, etc. Por ejemplo, en el plano de la vida cotidiana se llegará a hablar 
de una “vida a la francesa”: de una imitación de las formas de comportamiento y de 
sociabilidad galas. “Y en la medida en que se ascendía en la escala social, esas formas 
pasaban a ser, sino un retrato, al menos una copia —elegante o burda— de ese vivir de la 
alta sociedad parisina”22. 
Y el Ejército chileno es una de las instituciones que mayor inspiración recibió desde 
el país galo. Esta influencia concluyó con el inicio del proceso de prusianización (1885), 
que tiene su origen en la contratación por el Gobierno chileno del capitán alemán Emilio 
Körner (1846-1920)23. Desde el punto de vista de las formas exteriores, llamativa es la 
influencia francesa en materia de uniformes. Esta situación se concretó de manera clara y 
permanente con las disposiciones establecidas bajo el gobierno del Director Supremo 
Bernardo O’Higgins (1820), distinguiéndose varias categorías de uniformes según el grado: 
20 Francisco Walker Linares constata que Bello, si bien se inspiró en el Código Napoleón para la elaboración 
de nuestro Código Civil, “en otros puntos se aparta del sistema francés siguiéndose viejas prácticas coloniales 
españolas” (Walker Linares, Francisco, “La cultura francesa en Chile”, en Atenea, Nº 406, Universidad de 
Concepción, Concepción, 1964, p. 174). 
21 Blancpain, Jean Pierre, op. cit., p. 17. 
22 González Errázuriz, Francisco Javier, op. cit., p. 169. 
23 Para este tema, véase a Brahm García, Enrique, Preparados para la guerra. pensamiento militar chileno 
bajo influencia alemana 1885-1930, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003; y Sater, 
William F., “Reformas militares alemanas y el Ejército chileno”, en Revista de Historia, Departamento de 
Ciencias Históricas, Universidad de Concepción, Concepción, 1997, pp. 79-91.
15 
Coroneles, Oficiales de Estado Mayor General, Servicio Religioso, Escuadrón de Dragones 
de la República, Edecanes y Dragones de la Escolta General24. Por ejemplo, se dispone que 
el “petit uniforme” de la tropa del Escuadrón de Dragones será “gorra o morrión, cordones 
celestes, corbatín negro, casaquilla como está detallada para Oficiales; pantalón azul, franja 
amarilla de lana, botín paño azul; bota con espuela de fierro”25. Y durante nuestro período 
(1866-1879) se mantuvieron los uniformes, con diversos detalles en sus diseños, de notoria 
influencia gala, incluso detectable para los neófitos en estos asuntos26. 
Pero las instituciones son las personas que las integran, siendo decisiva en el 
Ejército la llegada, desde los primeros tiempos, de varios militares franceses, sobre los 
cuales O’Higgins puede apoyarse, tanto durante el proceso independentista (1810-1818) 
como bajo su mandato mismo (1818-1823)27. Este elemento constituye lo que podemos 
llamar el fundamento humano del Ejército posterior, puesto que se trata de personas venidas 
a Chile mucho tiempo antes, desde los años de Independencia, pero que dejan marcas 
indelebles en la institución: huellas que permanecen y que estarán plenamente vigentes en 
la segunda mitad del siglo. Es difícil referirse a todos. Además de otros nombres como los 
de Viel, Vic de Tupper, Cramer, Bacler d’Albe, Mercher, Lafond de Lurcy, Drouet y 
Brayer, este último amigo personal de Napoleón28, quizás merezca ser destacada figura de 
Jorge Beauchef (1787-1840), como un claro ejemplo de estos varios militares franceses que 
llegan a Chile desde los tiempos de la Independencia29. Hasta el día de hoy, Beauchef es un 
personaje que figura en el panteón de los héroes de nuestro Ejército30. De hecho, una de las 
publicaciones historiográficas oficiales de la institución castrense no duda en afirmar que 
“pronto Beauchef se conquistó el título de ‘chileno ilustre’”31. 
24 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo III. El Ejército y la organización de la República (117-1840), 
Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1980, pp. 271-273. 
25 Ibid. 273. 
26 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV. Consolidación del profesionalismo militar. Fin de la Guerra fe 
Arauco. 1840-1883, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, pp. 303-316. 
27 Cfr. Francisco Javier González, op. cit., p. 196. 
28 Cfr. Ibid. 
29 Una buena síntesis de estos militares galos puede verse en Campos Harriet, Fernando, “Soldados de 
Napoleón en Independencia de Chile”, en el mismo, Jornadas de la Historia de Chile, Academia Superior de 
Ciencias Pedagógicas de Santiago, Santiago, 1981, pp. 119-136. 
30 Cfr. “Coronel Jorge Beauchef Ismet”, en Ejército de Chile, 
http://www.ejercito.cl/nuestro_ejercito/heroes_beauchef.php, febrero de 2009. 
31 Héroes y soldados ilustres de Chile. 1810-1891, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, p. 17.
2. Influencia francesa en materia de organización militar32 
16 
La influencia gala en el Ejército de Chile se expresó, ante todo, en el modo en que se 
organizó la institución. En cuanto a la organización de tipo funcional, que se refiere a las 
unidades permanentes que incluye la fuerza militar y que deben estar preparadas para 
constituirse en unidades operativas, especialmente en el caso de producirse algún evento 
bélico33, la Ordenanza General del Ejército de 1839 (vigente hasta 1924) establecía que 
El ejército permanente de la República se compone de artillería, infantería, caballería e 
ingenieros, observando en su formación el método siguiente: la artillería tendrá el primer 
lugar, después de ésta seguirá la infantería por antigüedad de cuerpos, según fecha de su 
creación, y luego la caballería guardando el mismo orden34. 
El arma de artillería se dividía en artillería de a pie y de a caballo35. Como consta en 
las Memorias de Guerra, esta arma se conformaba en un único regimiento36. ¿En que 
radicaba el influjo francés en este ámbito? Justamente en el hecho de que desde los tiempos 
de la Revolución, y especialmente con Napoleón, se consolidó en Europa la idea de que la 
artillería debía estar organizada separadamente y no formar parte de las otras armas. Esto se 
explica por la circunstancia de que, con el emperador francés, “la artillería dejó de tener 
simplemente un valor de estorbo para impedir que el enemigo se juntara en el campo de 
batalla y pasó a ser un arma con la que abrir brechas en sus filas antes de lanzar un ataque 
de infantería o la caballería para completar el proceso de desorganización”37. Como 
32 El marino chileno Omar Gutiérrez distingue tres dimensiones en toda organización militar: organización 
operativa, organización administrativa y funcional y organización del personal (Cfr. Gutiérrez Valdebenito, 
Omar, Sociología Militar. La profesión militar en la sociedad democrática, Editorial Universitaria, Santiago, 
2002, pp. 189-193). Para este apartado, hemos seguido este marco teórico. 
33 Cfr. Ibid., pp.189 y 190. 
34 Lara, Alberto, Ordenanza General del Ejército, Imprenta del Ministerio de Guerra, Santiago, 1923, p. 11. 
Esta ley es promulgada por vez primera en 1839. La edición de 1923 contiene todas las disposiciones 
anteriores, modificadas o derogadas, puesto que se trata de una edición crítica. 
35 Cfr. Ibid. También puede agregarse la artillería de costa, asociada a la Marina. 
36 Para la historia en Chile de esta arma, véase a Barrientos, Pablo, Historia de la Artillería de Chile, Instituto 
Geográfico Militar, Santiago, 1946. Como bosquejo: La artillería chilena. 1810-1992, Dirección General. 
Comité de Artillería, Santiago, 1996. 
37 Gibbs, N. H., “Capítulo III. Las fuerzas armadas y el arte de la guerra”, en Cambridge University Press, 
Historia del mundo moderno, Tomo IX. Guerra y paz en tiempos de revolución 1793-1830, Editorial Sopena, 
Barcelona, 1978, pp. 45 y 46.
17 
concepto básico, señálese que el arma de artillería “combate en orden cerrado y por lo tanto 
en frentes estrechos. Las órdenes son a viva voz o al toque de una corneta”38. 
El arma de infantería se dividía en batallones, cada uno separado en compañías39. Y 
el arma de caballería se componía de regimientos, divididos en dos o más escuadrones, 
cada uno de los cuales se subdivide en compañías40. Para no quedarnos sólo en la letra de 
esta normativa, señalemos que en la mayor parte de nuestro período el Ejército se compone 
de un regimiento de artillería, de cinco batallones de infantería y de dos regimientos de 
caballería. 
CUADRO 1 
Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)41 
Regimiento de Artillería 
Batallón Buin 1º de línea 
Batallón 2º de línea 
Batallón 3º de línea 
Batallón 4º de línea 
Batallón 7º de línea 
Regimiento de Cazadores a caballo 
Regimiento de Granaderos a caballo 
Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias de los Ministerios de Guerra y Marina presentadas al 
Congreso Nacional (Santiago, diversas imprentas, 1866-1880). 
Con respecto a la organización del personal, cabe distinguir dos materias 
principales: reclutamiento o enganche de tropas y grados jerárquicos. Sobre el primero de 
estos aspectos, clave es la siguiente disposición referida al “modo de completar la fuerza 
del Ejército”: 
38 La artillería chilena, p. 17. 
39 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 12. 
40 Cfr. Ibid., p. 15. Para una historia de esta arma, véase a Madrid Torres, Vanessa, “Génesis y evolución de la 
caballería en Chile”, en Revista Libertador O’Higgins, Nº 12, Santiago, 1995. 
41 Aclárese que se trata de la estructura más estable durante el período, puesto que a lo largo de él se producen 
algunas variaciones. Las de mayor importancia dicen relación con lo siguiente: en 1867 se disuelven los 
batallones 9º, 10º y 11º. En 1868 el batallón 8º se convierte en la Brigada de Toltén (zona de Arauco). En 
1871 se restituye el batallón 8º, siendo suprimido definitivamente en 1871.
La fuerza del Ejército se compondrá de hombres destinados por la autoridad competente, y 
de recluta de gente voluntaria. No bajarán de dieciséis años de edad ni pasarán de cuarenta; 
no se les sentará su plaza en menos de cinco años. La estatura será lo menos de cinco pies, 
con disposición, robustez y agilidad para resistir las fatigas del servicio, sin imperfección 
notable en su personalidad, y libre de accidentes habituales42. 
18 
Como se observa, además de la natural exigencia de cumplir con ciertos requisitos 
mínimos —en lo físico y moral—, esta disposición establecía un servicio militar 
semivoluntario, de una duración de cinco años, luego de los cuales se podía renovar por 
otros dos43. Decimos semivoluntario, porque incluía a los “hombres destinados por la 
autoridad competente”. No contamos con cifras sobre la efectiva voluntariedad del servicio, 
pero a la luz de los problemas del enganche —asunto que veremos en el capítulo siguiente 
— se trataba, en la práctica, de un servicio más voluntario que obligatorio. Además, esta 
prestación suponía el pago de un sueldo y de ciertas gratificaciones variables44. 
El carácter semivoluntario de la conscripción en Chile es un aspecto en que nuestro 
sistema de reclutamiento difiere del caso francés, revolucionario y napoleónico, de índole 
obligatoria y más o menos universal. Principio este último que sí es recogido en los años de 
la Patria Vieja (1810-1814), puesto que en aquella época la Junta de Gobierno decretó la 
conscripción de todos los hombres de entre dieciséis y sesenta años de edad (1811). De este 
modo, se comienza a poner en práctica el principio de “la nación en armas” de la Francia 
revolucionaria45. El profesor Enrique Brahm García, siguiendo las ideas de Goltz, describe 
este concepto histórico-militar como la circunstancia de que las guerras modernas ya no son 
entre ejércitos, sino entre naciones, poniéndose en ellas “todos los medios, tanto 
espirituales como materiales, para superar al rival”46. En otras palabras, se trata de una 
guerra total: “La guerra dejaba de ser cosa del rey y su tesoro para abarcar el estado entero 
42 Lara, Alberto, op. cit., p. 15. 
43 Así lo establece la Ordenanza para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de los ejércitos de la 
República de 1854 (Cfr. Rodríguez Rautcher, Sergio, Problemática del soldado durante la Guerra del 
Pacífico, Estado Mayor General del Ejército, 1984, p. 110). 
44 A los sueldos y condiciones del servicio, nos referiremos en el Capítulo III. 
45 Cfr. Puigmal, Patrick, “Influencia francesa durante las guerras de la independencia: de lo militar a lo 
político”, en Segunda Jornada de Historia Militar. Siglos XIX-XX, Centro de estudios e investigaciones 
militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, Santiago, 2005, pp. 18 y 19. 
46 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 38. Para el tema de la guerra moderna, véase a Verstryngue Rojas, “El 
sistema de guerra de la sociedad industrial”, en REIS, Madrid, pp. 105-143.
19 
con todo su potencial humano y material”47. Gibbs sostiene que uno de los primeros autores 
en tomar conciencia de este fenómeno es Clausewitz para quien, “después de 1789, la 
guerra se había convertido repentinamente en un asunto del pueblo, y de un pueblo formado 
por treinta millones de personas, cada una de las cuales se consideraba a sí misma como un 
ciudadano del Estado”48. 
Pero, ¿por qué en el Chile de nuestro período no existió un sistema obligatorio y 
masivo de reclutamiento? Las razones pueden ser varias. Pero señálense tres principales, 
estrechamente conectadas entre sí. La primera es que reinó en el país, desde tiempos de la 
Independencia, un profundo sentimiento pacifista y americanista. Similar sentimiento que, 
con ciertos matices, inspiró la participación de Chile en la Guerra contra la Confederación 
Perú-boliviana (1836-1839) y, especialmente, en la Guerra con España (1865-1866). En 
segundo lugar, existían motivos de economía fiscal. Precisamente por la misma razón 
anterior, no constituyó una prioridad el gasto en materia de defensa49. Y, finalmente, no 
existía en Chile, ni en general en el continente americano, el concepto europeo de guerra 
total, sino de guerra limitada. Probablemente, y en buena medida, recién con la Guerra del 
Pacífico, nuestro país (así como el Perú y Bolivia) se acercará a este último concepto, 
puesto que se ahí sí se logra movilizar, incluso forzadamente, a una gran cantidad de tropas, 
amén de que se movilizarán las conciencias de todo el pueblo mediante una serie de 
simbologías de carácter patriótico y romántico. 
En términos de la organización del personal, un aspecto en que sí se aprecia una 
influencia francesa es en el hecho de que en el Ejército se podía hacer carrera, viéndose a la 
institución castrense como una entidad más democrática que aristocrática. Los grados 
jerárquicos del Ejército, de inferior a superior, eran los siguientes: soldado, cabo 2º, cabo 
1º, sargento 2º, sargento 1º, cadete, alférez, subteniente, teniente 2º, teniente 1º, ayudante 
mayor, capitán, sargento mayor, teniente coronel, coronel, general de brigada y general de 
división. Los oficiales eran nombrados por el Ministro de Guerra a propuesta del Inspector 
47 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 39. 
48 Gibbs, N. H., op. cit., p. 40. 
49 Al pacifismo de los políticos chilenos, dentro del cual veremos el presupuesto asignado a defensa, 
dedicaremos el Capítulo IV de esta tesis.
20 
General del Ejército50. Y “las clases que pretendan su ascenso a oficial deben acreditar por 
medio de un examen que poseen conocimientos equivalentes o los que se exigen a los 
cadetes de la Escuela Militar”51. De este modo, se configuraba el principio de la carrièrre 
ouverte aux talents52. Por supuesto, muchas veces, los principios son más teóricos que 
prácticos; pero ello revela, al menos, el antedicho influjo y la posibilidad de acceder, para 
personas de pocas alternativas en la vida, a una carrera ascendente y segura. Además, una 
ley de 1878, promulgada por el Presidente Pinto (1876-1881), establecía que “para ascender 
a los empleos que median entre la clase de soldado y la de Sargento primero, es necesario 
haber servido cuatro meses a lo menos en el empleo inmediatamente inferior”53. O sea, ni 
siquiera era estrictamente necesario, al menos en el papel, haber cumplido el plazo 
obligatorio de cinco años en el servicio. 
Ahora bien, con respecto al alto mando, importante es saber que en siglo XIX (y 
hasta bien entrado el XX), no existía en Chile lo que hoy se conoce como Comandante en 
Jefe del Ejército. En otras palabras, no había una jefatura máxima centralizada en las filas 
de la institución, sino que el Ejército dependía directamente del Gobierno a través de sus 
autoridades civiles, en especial del Ministro de Guerra que, en algunas ocasiones, y siendo 
de la confianza plena del Presidente de la República, era militar. Las autoridades máximas 
del Ejército en tiempos de paz fueron de dos tipos: 1) el Inspector General del Ejército que, 
tal como su nombre lo indica, ejercía la función de fiscalizador del cumplimiento de la 
normativa que regulaba a la institución castrense54; y 2) los comandantes generales de 
armas de las provincias que, al mismo tiempo, eran los intendentes de cada una de ellas, a 
quienes “estarán subordinados todos los individuos militares que tengan destino o 
residencia accidental en ella [s], incluso los generales”55. Ambas autoridades dependían 
directamente del Gobierno a través del Ministro de Guerra. Salta a la vista la intención del 
50 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157. 
51 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, Estudios de Historia Militar, Tomo II, Imprenta Cervantes, 
Santiago. 1887, p. 254. 
52 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 42. 
53 Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al 
Ejército desde abril de 1812 a diciembre de 1887, Tomo VI, Imprenta de R. Varela, 1884, p. 32. 
54 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157. 
55 Ibid., p. 167.
21 
legislador: mediante la descentralización del alto mando, se caminaba en la línea portaliana 
y constitucional de subordinación del Ejército al Gobierno. 
La organización operativa (o sea, aquella que se forma en caso de guerra) se basaba 
en el nombramiento por parte del Gobierno de un General en Jefe del Ejército de 
Campaña, al cual estaba subordinado el Comandante General de Armas de la provincia que 
corresponda, en su caso. Este general tenía a su directo cargo un escuadrón especial 
denominado “Escuadrón del General”56. Asimismo, la organización operativa contemplaba 
las comandancias generales de infantería y de caballería57; no así de artillería: situación que 
se debía al hecho de que, por constituir una unidad más pequeña —compuesta, como ya se 
vio, de un solo regimiento—, pasaba a depender directamente del General en Jefe. Por otra 
parte, en caso de guerra comenzaba a funcionar un Estado Mayor del Ejército58. En Chile, 
este organismo se creó el 15 de septiembre de 1820, bajo el Gobierno de Bernardo 
O’Higgins. En 1869 se dictó el Reglamento para el Estado Mayor de un Ejército de 
operaciones. Esta norma vino a complementar las disposiciones que sobre esta entidad 
consagraba la Ordenanza de 1839. Su artículo 1º la definía del siguiente modo: 
El Estado Mayor es una reunión de jefes y oficiales que son los auxiliares del General o 
Comandante en Jefe en el ejercicio de sus funciones, y el órgano por donde se transmiten 
sus órdenes a las diversas secciones de que se compone un ejército59. 
Al jefe de esta repartición, le correspondían, entre otras, las siguientes atribuciones: 
1) formar el plan de batalla60, 2) inspeccionar todos los detalles del Ejército, 3) informar de 
lo anterior al General en Jefe, 4) mensualmente, debe establecer el estado de la fuerza, 5) lo 
mismo sobre estado del material de guerra, fortificaciones y municiones, y 6) después de 
una batalla, recopilar la nómina de los muertos, heridos y prisioneros61. A objeto de 
56 Cfr. Ibid., p. 185. 
57 Cfr. Ibid., pp. 195-197. 
58 Cfr. Ibid., pp. 191-195. Para la Historia del Estado Mayor del Ejército, véase: Reseña histórica del Estado 
Mayor General del Ejército. 1820-1985, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1985; y Barrientos 
Gutiérrez, Pedro, Historia del Estado Mayor General del Ejército (1811-1944), Estado Mayor General del 
Ejército, Santiago, 1947. 
59 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, p. 188. 
60 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 191. 
61 Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, pp. 189 y 190.
22 
subrayar la falta de preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico, el militar 
chileno Arturo Sepúlveda Rojas se pregunta: “¿Cuántas vidas, tiempo y dinero se habrían 
ahorrado, si se hubiera encontrado funcionando este imprescindible organismo 
especializado, asesor del Mando?”62. Esto puede ser verdad, pero no hay que olvidar que en 
esto nuestro Ejército también seguía la pauta de Napoleón, que se basa en sistema de 
mando personalista y centralizado63. Hay que decir que la moderna idea de un Estado 
Mayor General permanente, que nace en el Ejército prusiano de la primera mitad del siglo 
XIX, aún no era asimilada por nuestro Ejército, porque todavía no se captaba plenamente la 
evolución del arte de la guerra en el mundo, particularmente en Europa. Citemos a Liddell 
Hart: “Durante las luchas contra Napoleón, los reformadores militares Scharnhorst y 
Gneisenau, desarrollando las ideas anteriores de Massenbach, habían creado el núcleo de un 
‘Estado Mayor General’ con funciones más amplias y responsabilidades mayores que las de 
los antiguos ayudantes de Estado Mayor de un general, que eran usualmente muy poco más 
que correos a sus órdenes, o burócratas encargados de los detalles administrativos. En el 
sistema prusiano, el Estado Mayor General sería el cerebro colectivo del Ejército”64. Hart 
añade que aquí surge, por vez primera, el concepto de un Estado Mayor General en 
funcionamiento no sólo en campañas efectivas, sino también en tiempos de paz, y que 
estaría compuesto por asesores expertos en táctica militar65. Pero, reiteremos, todavía no es 
el prusiano el modelo que sigue nuestro Ejército, sino el francés. 
3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón 
Otro aspecto clave en que se materializó la influencia francesa en nuestro Ejército es el de 
de las ideas tácticas de la época del emperador galo. ¿En qué consistió esta incidencia en el 
Ejército de Chile? Esta pregunta puede ser respondida desde varias perspectivas. 
Hagámoslo desde el punto de vista de la infantería, que es lo que mayor importancia tiene 
para los efectos de nuestro tema; referido, esencialmente, al personal. 
62 Sepúlveda Rojas, Arturo, Así vivieron y vencieron. La logística del Ejército chileno durante la Guerra del 
Pacífico, 1980, p. 8. 
63 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 52. 
64 Liddell Hart, B. H., “Capítulo XII. Las Fuerzas Armadas y el Arte de la Guerra: el Ejército”, en Cambridge 
University Press, Historia del mundo moderno, Tomo X. El cénit del poder europeo. 1830-1870, Editorial 
Sopena, Barcelona, 1978, p. 228. 
65 Cfr. Ibid.
Desde los tiempos de la Revolución Francesa se viene debatiendo sobre la eficacia 
de la formación en línea o, en cambio, de la de columnas, a las cuales hay que agregar, 
como fuerzas de vanguardia, a las de escaramuzas66. Señala Gibbs: “Los generales 
franceses en 1792 y 1793 tendían a apegarse a la formación en línea, ya que los veteranos 
de sus ejércitos habían sido instruidos de este modo y los nuevos reclutas se adaptaron al 
principio al viejo sistema”. Este mismo autor añade: “La columna en masa para el ataque 
fue probada una o dos veces, en Jemapess por ejemplo, pero con resultados no muy 
satisfactorios. En 1794, sin embargo, y en particular en la Armée du Nord, donde los 
refuerzos necesariamente grandes de nuevas quintas rebajaron sumamente la disciplina — 
aunque no el espíritu—, de las tropas francesas, la lucha en línea resultó prácticamente 
imposible. Como resultado de ello, la infantería francesa luchó dispersa como 
escaramuzadores, utilizando los cobijos para su fuego de acoso y para el de retirada al ser 
contraatacados”67. 
En otros términos, el siglo XIX, en particular las guerras napoleónicas, marcará la 
disyuntiva, en el plano de la infantería, entre los llamados orden compacto y orden 
disperso, avanzándose, gradualmente, hacia la segunda de estas modalidades. Hay que 
decir, tal como lo indica Gibbs, que ello, en gran parte, dice relación con la masificación, 
producto de la conscripción más o menos obligatoria, que se va produciendo en los 
ejércitos. Pero a este elemento cuantitativo, hay que añadir otro de orden cualitativo o 
específicamente técnico, como es el progreso en las armas de fuego, que van haciendo 
ineficaz el orden unido en el combate, incluso bajo la forma de columnas más o menos 
flexibles. A contrario sensu, la línea de mosqueteros mantendrá su vigencia en tanto en 
cuanto los infantes de ataque en columnas carezcan de la preparación de tiro suficiente y de 
armas de mayor precisión y largo alcance68. Lo cierto es que el Ejército napoleónico 
utilizará un sistema mixto, combinado, entre las formaciones de línea y de columna, 
además de la utilización de grupos de escaramuzadores. Por lo mismo, puede decirse que 
las tácticas del emperador, cuyas victorias en el campo de batalla tanto prestigio le darían a 
66 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., pp. 48 y 49. 
67 Ibid., p. 49. 
68 Cfr. Ibid. 
23
24 
Francia —y que, por cierto, marcaría la influencia que venimos refiriendo—, no fueron el 
fruto de grandes transformaciones o reformas, de cambios dogmáticos y radicales, sino 
expresión de un tiempo de transición en el arte de la guerra, incluyendo estrategias, tácticas, 
armas, logística, entre otros varios elementos. Más bien, lo destacable en Napoleón, como 
tantos autores lo han sostenido, fue su gran capacidad de movilizar, en poco tiempo, aunque 
no en distancias en exceso amplias, a enormes masas de soldados, hasta de 200.000. Y 
procurando siempre concentrar a sus tropas en cantidades claramente superiores a las del 
enemigo, al que buscaba mantener acotado a unidades separadas69. Además de que utilizó 
con éxito las maniobras de líneas envolventes (por ejemplo, en la batalla de Ulm en 1805) y 
la de líneas interiores (léase, la batalla de Austerlitz en el mismo año). La primera consistía 
en dividir sus tropas en un ejército de frente y otro que entra de espaldas; la segunda, 
buscaba cortar en dos partes al ejército enemigo70. 
Pues bien, el ejército chileno de nuestro período (1866-1879) es hijo de la transición 
señalada en el párrafo anterior: de la disyuntiva, no totalmente aclarada, entre el sistema de 
orden compacto y el de orden disperso. Esta realidad ecléctica puede ser apreciada en los 
manuales de instrucción, destinados a la enseñanza del soldado recluta o a las diversas 
armas de que se compone la fuerza (artillería, infantería y caballería). Por eso, no resulta 
casual que sean estos manuales —a veces traducidos del francés; en otras ocasiones, de 
autoría original, aunque inspirados en las ideas tácticas galas— los que sean usados durante 
buena parte del siglo XIX, hasta los inicios de la referida prusianización. Por lo mismo, 
tampoco resulta sorprendente, en la línea que venimos señalando, que el anexo Nº 24 de la 
Memoria del Ministro de Guerra de 1868 realice la siguiente enumeración de las obras 
autorizadas por el Gobierno para la instrucción militar: 
1º Ordenanza General del Ejército, Edición oficial de 1839 (Código de Instrucción). 
2º Táctica de infantería, Edición oficial de 1829, dos tomos. 
3º Guía del instructor para la enseñanza del soldado en 30 días, por Armand Legrós, 
traducido por el Coronel graduado don Justo Arteaga. Adoptado por decreto supremo de 23 
de julio de 1845, un tomo. 
69 Cfr. Ibid., pp. 51 y 52. 
70 Cfr. Fernández, Antonio, Historia del mundo contemporáneo. Curso de orientación universitaria, Vicens 
Vivens, Barcelona, 1998, pp. 46-49.
25 
4º Táctica de guerrilla para la infantería, por el Sargento Mayor don José María Silva 
Chávez. Mandada observar por decreto supremo de 22 de enero de 1846, un tomo. 
5º Táctica de artillería, por el Coronel don Justo Arteaga, traducción de Le-Secq de Crepy. 
Adoptada por decreto supremo de 10 de abril de 1848, un tomo. 
6º Táctica de artillería, por el Teniente Coronel don Antonio de la Fuente. Adoptada por 
decreto supremo de 5 de diciembre de 1854, un tomo. 
7º Táctica de caballería. Edición oficial de 1828. Mandado que se venda en $ 2.50 por la 
Tesorería General, decreto de 4 de noviembre de 1853, un tomo y un cuaderno de laminas. 
8º Táctica de infantería, por el Coronel graduado don José María Silva Chávez. Adoptada 
por decreto supremo de 3 de mayo de 1867, tres volúmenes. 
Hay algunas otras publicaciones militares, costeadas por el Estado o por particulares, para el 
buen servicio del Ejército, pero que no tratan del ejercicio y maniobras, etc.71. 
Como se aprecia, dos de estas ocho obras son directamente traducidas del francés, 
siendo las restantes de clara influencia gala. Esta situación, en términos críticos, es así 
reconocida, en 1887, por Emilio Körner y Jorge Boonen Rivera (1858-1921), impulsores 
ambos de la reforma prusiana en nuestro Ejército. Señalan: “El reglamento de infantería 
que todavía se sigue para la instrucción de los cuerpos de esta arma, fue propuesto por el 
coronel don José María Silva Chávez y aceptado por el Ministerio de Guerra en el año 
1865. Está tomado del reglamento francés de 1862 y adolece de todos los defectos que 
hemos señalado en este último”72. 
A los manuales arriba indicados, hay que agregar el Tratado de ejercicios para la 
instrucción del cuerpo de Artillería de Antonio de la Fuente73. Asimismo, ya durante la 
guerra misma, en agosto de 1879, fue aprobado el Compendio de Táctica de Infantería de 
José Antonio Nolasco74, basado en la citada obra de Silva Chávez. Y, con respecto a la 
táctica en general, abarcando a las tres armas en su acción conjunta, nuestro Ejército llegará 
a utilizar la obra de Vaultier, publicada en Chile en 1871: Observaciones sobre el Arte de 
hacer la Guerra según las máximas de los más grandes generales75. 
71 “Documento anexo Nº 24”, en Memoria que el Ministro de Estado en el departamento de Guerra presenta 
al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 1868, p. 20. 
72 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, op. cit., p. 257. 
73 De la Fuente, Antonio, Tratado de ejercicios para la instrucción del cuerpo de Artillería, arreglado en vista 
de los mejores autores modernos, Imprenta del Diario, Valparaíso, 1854. 
74 Nolasco, José Antonio, Compendio de Táctica de Infantería, Imprenta Nacional, Santiago, 1879. 
75 Vaultier, M., Capitán del Ejército Francés, Observaciones sobre el Arte de hacer la Guerra según las 
máximas de los más grandes generales, en APÉNDICE de Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, 1871, pp.
26 
Así, pues, por ejemplo, el Compendio de Infantería de José Antonio Nolasco 
constituyó una patente manifestación de lo que se acaba de indicar: es decir, no logró 
definirse del todo por un sistema compacto o disperso. Con posterioridad a nuestro período, 
se le dará mayor importancia al segundo de estos sistemas, estableciéndose manuales 
exclusivamente dedicados a él. En 1884, todavía en tiempos de la Guerra con el Perú, se 
publicó el Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”. Esta obra, 
cuyo autor es Adolfo Silva Vergara, Coronel Jefe de la División de Estado Mayor de la 
ocupación de Arequipa, es una de las últimas basada en disposiciones galas. En este caso, 
se trató de una extracción o compendio del “Reglamento para las maniobras de infantería 
del ejército francés” de 188276. Aquí (y en la misma Francia) ya se estaban aquilatando las 
lecciones de la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), llegándose a la conclusión de que con 
las nuevas armas de fuego resultaba imposible mantener las formaciones en orden unido, 
las que se estimaban muy vulnerables. 
Después de la llegada de Körner, y en la medida en que se asimile de mejor manera 
la evolución en el arte de la guerra, se adoptarán nuevos manuales y reglamentos, v. gr., El 
soldado de infantería en el combate (1896)77, Traducción del Reglamento de maniobras 
para la artillería de campaña (montada y a caballo) del Ejército alemán (1899)78, etc. 
Enrique Brahm trata in extenso el proceso de prusianización de nuestro Ejército y, en 
concreto, la consolidación de la táctica de infantería de orden disperso por sobre la de orden 
compacto en el período de la prusianización (1885 en adelante)79. Aquí sólo deseamos 
subrayar que el Ejército de Chile del período 1866-1879 representa una transición en el arte 
de la guerra. Similar situación que antes se había dado en la Francia napoleónica. 
257-324. 
76 Cfr. Silva Vergara, Adolfo, Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”, Imprenta 
San Agustín, Santiago, 1884, p. 6. 
77 El soldado de infantería en el combate, Imprenta y Litografía de la Sección Técnica del Estado Mayor 
General del Ejército, Santiago, 1896. 
78 Silva, Luis, Traducción del Reglamento de maniobras para la artillería de campaña (montada y a caballo) 
del Ejército alemán, Imprenta y Litografía de la S.T. del E.M.G.E., Santiago, 1899. 
79 Cfr. Brahm, Enrique, op. cit., pp. 111-117.
27 
Las enseñanzas de la Guerra Franco-Prusiana, que pusieron en el tapete múltiples 
novedades en el orden táctico-militar, no alcanzarán a dejar su huella en la institución 
castrense aquí tratada. Con Liddell Hart, puede decirse que el éxito de Helmuth von Moltke 
(1800-1891) consiste en haber logrado una excelente combinación copulativa entre diversos 
elementos, v. gr., estrategia, movilidad, dotación de tropas, instrucción eficaz, armas 
modernas, todo lo cual es magistralmente dirigido desde un cerebro único, el Estado Mayor 
General, justamente al mando de este brillante general alemán80. Pero el caso es que el 
prestigio prusiano, obtenido básicamente en la antedicha guerra, si bien es conocido en 
sectores de Chile y del Ejército, no alcanzaba a ser asimilado plenamente, en concreto para 
los episodios de la Guerra del Pacífico81. En efecto, en 1879 existe el deseo de obtener un 
triunfo rápido —“a la prusiana”, se dice—, pero esto se ve lejano por la falta de recursos 
técnicos de nuestro país. En este sentido, se pronunciaba Alberto Blest Gana desde Francia: 
Desde el principio me parecía insensato y aun criminal ese clamor que pedía victorias 
instantáneas al Gobierno. ¡Por aquí quieren guerra barata, a la prusiana!, me dice V. lo uno 
y lo otro son incompatibles para cualquier persona de buen sentido. Un país que 
sistemáticamente ha negado al Gobierno los recursos más esenciales para armarse y 
apertrecharse; que ha querido llevar su economía hasta vender sus mejores buques que por 
cierto no se hicieron en un día como puedo asegurarlo yo que contraté y vigilé su 
construcción, ese país no tiene derecho a pedir victorias a la prusiana82. 
4. Escuela Militar 
Indudablemente, la influencia de Francia en el orden militar se expresó también en la 
formación de la oficialidad, concretamente en la Escuela Militar; entidad fundada por 
80 Cfr. Liddell Hart, B. H., op. cit., p. 238. 
81 Como complemento teórico de este tema, véase a Puyana García. Gabriel, “Teorías de la guerra en Moltke 
y Liddell Hart”, en Revista de Estudios Sociales, Nº 15, Bogotá, 2003, pp. 109-121. 
82 Citado por Ruz, Fernando, Rafael Sotomayor Baeza. El organizador de la victoria, Editorial Andrés Bello, 
Santiago, 1980, p. 177. La cita corresponde a una carta de Blest Gana al Presidente Pinto de fecha 10 de 
octubre de 1879.
28 
Bernardo O’Higgins el 15 de marzo de 181783. El influjo galo se manifestó, v. gr., en la 
circunstancia de que uno de sus primeros instructores haya sido Jorge Beauchef, quien 
“implantó en la academia la instrucción de modalidad francesa para las diversas armas, y 
los uniformes, que poco se diferenciaban de los españoles usados hasta entonces desde el 
advenimiento de la dinastía francesa con Felipe V de Borbón y sus sucesores en España”84. 
En el período anterior al marco cronológico de este trabajo (o sea, entre 1817 y 
1866), esta academia sufrió algunas vicisitudes, básicamente expresadas en el cierre, en 
diversos momentos, de su funcionamiento. Por ejemplo, esta situación se dio en 1838, en 
medio de la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana, por razones de carácter 
económico85. Pero en 1843 el Presidente Bulnes, otrora triunfador en dicho conflicto, 
reorganizó la Escuela Militar, contratando a los instructores Juillet y Chamoux. En 1847 se 
enviaron a Francia a trece cadetes egresados, entre los cuales se encontraba Alberto Blest 
Gana, quien luego destacaría como diplomático y escritor86. 
Más tarde, en 1865, la Guerra con España obligó a nombrar oficiales a la totalidad 
de los cadetes. Según el Ministro de Guerra, don Federico Errázuriz, el plan de estudios 
vigente hasta el inicio de esta guerra “se proponía hacer de la Escuela Militar algo 
semejante a la escuela francesa de Saint Cyr”87. Sin embargo, luego se constató que 
Este plan exigía, sin embargo, una grande reforma, irrealizable tal vez en nuestro país, a lo 
menos en algunos años. La Escuela Militar montada de esta manera iba a imponer grandes 
gastos, puesto que era indispensable traer de Europa una regular dotación de profesores 
especiales; y por otra parte, todo hacía creer que el número de alumnos que se incorporaran 
a ella debía ser muy reducido, y por lo tanto iban a ser casi estériles los sacrificios que se 
impusiera el Estado. Estas consideraciones obligaron al Ministerio de Guerra a pensar en 
una reforma más modesta, a la vez que práctica y hacedera88. 
83 Para la Historia de la Escuela Militar, puede verse: Duchens, Miriam, La Escuela Militar del Libertador 
Bernardo O’Higgins: 190 años de Historia (1817-2007), Instituto Geográfico Militar, Santiago, 2007. 
84 Aravena, Héctor, “La Escuela Militar a través de sus 150 años”, en Boletín de la Academia Chilena de la 
Historia, Santiago, 1967, p. 144. 
85 Cfr. Ibid., p. 145. 
86 Cfr. Ibid. 
87 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, 
Imprenta Nacional, Santiago, 29 de julio de 1867, p. 37. 
88 Ibid.
Por esta razón, y después de los reglamentos de 1817, 1823 y 1862, en 1866 se dictó 
una nueva normativa de la entidad que, en materia de estudios, estableció los siguientes 
cursos89: 
· Escuela preparatoria: Aritmética (cuatro operaciones, cálculo con 
fracciones), Geografía (mapas de Europa y América), Gramática castellana (nociones 
elementales), Caligrafía. 
· Primer año: Aritmética, Gramática castellana, Historia Sagrada, Geografía 
descriptiva, Dibujo de paisajes, Caligrafía. 
· Segundo año: Algebra, Gramática, Francés, Historia antigua hasta la caída 
del Imperio romano, Catecismo, Dibujo de paisajes. 
· Tercer año: Geometría, Trigonometría rectilínea, Francés, Historia moderna 
hasta 1815, estudio profesional de artillería, Dibujo líneal. 
· Cuarto año: Elementos de topografía y dibujo topográfico, Historia de 
América y de Chile, Elementos de física, Elementos de química, Literatura retórica y 
poética. 
· Quinto año: Cosmografía, Geografía física, Código militar, Derecho de 
gentes, Fortificación y castrametación, dibujo de construcción. 
Además, se puso la enseñanza de la Escuela bajo la vigilancia de la Universidad de 
Chile. “Esta corporación ha quedado encargada de inspeccionar sus exámenes, a fin de 
hacer de ellos verdaderas pruebas de competencia de parte de los alumnos”90. Como así lo 
constata la Memoria de 1869, los textos de estudio utilizados eran importados a Francia: 
89 Cfr. Ibid., Tomo IV, pp. 42 y 43. 
90 Ibid., p. 38. 
29
A mediados del año anterior se recibieron las obras que sobre construcción, arquitectura y 
fortificación, se habían encargado a Francia. Con estos buenos libros se ha enriquecido la 
biblioteca del establecimiento, y encuentran los alumnos donde consultar los trabajos que se 
les encomiendan, pudiendo igualmente estudiar buenos modelos91. 
30 
El 2 de noviembre de 1876 la Escuela Militar fue disuelta92. Esta medida se justificó 
en dos tipos de razones: 1) el tener completado el número de vacantes para la oficialidad93, 
y 2) la necesidad de reformar radicalmente sus planes de estudios94. Pero una razón de 
fondo, que se puede inferir de las memorias de guerra respectivas, es la búsqueda de reducir 
gastos en el erario nacional. Por ejemplo, en 1878 el Ministro del ramo Belisario Prats se 
pronunció a favor de, en un tiempo más, reabrir la Escuela Militar, pero “reduciéndose el 
número de alumnos y la antigua dotación de profesores”, con el objeto de “obtener una 
disminución considerable en los gastos que demande anualmente su sostenimiento”95. En 
este mismo año dictó un nuevo reglamento que concentró los estudios para ingresar al 
Ejército y a la Armada96: 
· Primer año: Geografía elemental y dibujo lineal, Gramática castellana, 
Inglés, Química general, Historia moderna, Ordenanza militar. 
· Segundo año: Nociones de Geometría analítica y Trigonometría rectilínea, 
Principios de Geometría descriptiva, Física y Meteorología, Cosmografía, Historia de 
América y de Chile, Retórica y Poética, Tácticas de infantería y caballería. 
91 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869, 
Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869. 
92 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo V, p. 44. 
93 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877, 
Imprenta Nacional, Santiago, 10 de agosto de 1877, p. 15. 
94 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, 
Santiago, 26 de junio de 1878, p. 13. 
95 Ibid. 
96 Cfr. Ibid., Tomo VI, pp. 44-46.
31 
· Tercer año: Hay que distinguir entre el plan común y plan diferenciado. El 
primero contaba con Topografía, Artillería, Higiene del hombre, Derecho de gentes. El 
segundo puede desglosarse en dos áreas: 
— Aspirante a Subteniente: Arte militar, fortificaciones y castrametación, 
Administración militar, Conocimientos e higiene del caballo. 
— Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras, 
Trigonometría esférica y principios de Astronomía esférica. 
· Cuarto año: 
— Aspirante a Artillero e Ingeniero: Fortificación permanente, Principio de 
Mecánica, Química aplicada, Principios de Arquitectura construcciones militares, Táctica 
de artillería. 
— Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras, 
Navegación e Hidrografía, Artillería naval (torpedos), Geografía física, Elementos de 
construcción naval, Elementos de mecánica (Hidrostática). 
Luego de iniciada la Guerra del Pacífico, y para subsanar la notoria carencia de 
oficiales, el 28 de febrero de 1879, el Gobierno decretó que pueden obtener el grado de 
subteniente: 1) “los sargentos que hayan servido en el Ejército cuatro años, a lo menos”; y 
2) los paisanos (civiles) “mayores de dieciocho años que hayan rendido exámenes 
legalmente válidos de Geografía, Gramática Castellana, Aritmética, Algebra, Francés y 
Dibujo Lineal”97. 
CAPÍTULO II 
DOTACIÓN DE TROPAS 
El Ejército de 1866-1879 es notablemente exiguo en cuanto a número de soldados, amén de 
que se encuentra básicamente acantonado en el sur de Chile. Más aún: no logra en ninguno 
97 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, p. 79.
32 
de estos años completar la fuerza autorizada por mandato de la ley. La Guardia Cívica, 
pivote de su complemento, va decayendo en importancia, disminuyendo drásticamente su 
contingente. La inmensa mayoría de las tropas que combaten en la Guerra del Pacífico 
(1879-1884) es reclutada durante el curso del conflicto, no antes. 
1. Estadísticas del Ejército 
Son pocas las obras que, en términos estadísticos, tratan la dotación del Ejército de Chile en 
el período completo de 1866-1879. Una de estas excepciones es el artículo de Carlos Grez, 
referido en la introducción de esta tesis. Sergio Villalobos, en un libro que ha causado 
bastante polémica en el Perú98, reitera el mismo punto de vista de Grez: “En forma 
sostenida la historiografía peruana y boliviana han aludido sin mayor análisis a la política 
armamentista de Chile antes de la Guerra del Pacífico. Es una afirmación que nadie ha 
comprobado, aceptada como indudable y ajena a toda discusión. La tendencia armamentista 
no sería más que la consecuencia de los planes expansivos, preparados en la sombra y que 
debían culminar con el zarpazo de 1879. Esta cuestión es de esas verdades inconcusas, que 
transformadas en mitos y leyendas no admiten prueba en contra porque son parte de la 
necesidad colectiva”99. 
Con el objeto de determinar lo más certeramente posible las cifras de tropas en el 
marco de nuestro período (1866-1879), se han acudido en este trabajo a dos fuentes 
principales: 1) memorias anuales del Ministerio de Guerra (utilizadas por el mismo Grez), y 
2) leyes periódicas que autorizan la fuerza del Ejército permanente. La primera de estas 
fuentes acostumbra a contrastar las fuerzas autorizadas con las efectivamente existentes, 
incluso en términos de su distribución en las distintas unidades del Ejército: regimientos y 
batallones. Véase el siguiente cuadro: 
98 Cfr. “Curso de extensión: las visiones historiográficas de la Guerra del Pacífico”, en Instituto de Estudios 
Peruanos, http://www.iep.org.pe/ViewVideo.php?Id=9f61408e3afb633e50cdf1b20de6f466, febrero de 2009. 
Asimismo: Parodi, Daniel, “El presente de la Guerra del Pacífico: Memoria, alteridad e imaginarios de una 
conflagración pasada”, en Blog PUCP, http://blog.pucp.edu.pe/media/avatar/393.pdf, febrero de 2009. 
99 Villalobos, Sergio, Chile-Perú: lo que nos une y nos separa, Editorial Universitaria, Santiago, 2004, p. 114. 
Este autor transcribe los cuadros estadísticos aportados por Grez.
CUADRO 2 
Dotación del Ejército de Chile (1866-1879) 
Año Fuerza autorizada100 Fuerza efectiva 
1866 3.083 7.504 
1867 3.776 
1868 3.705 
1869 5.018 4.290 
1870 5.140 4.519 
1871 5.176 3.916 
1872 3.916 3.516 
1873 3.516 3.171 
1874 3.516 3.143 
1875 3.573 3.155 
1876 3.573 3.165 
1877 3.316 3.127 
1878 3.316 2.440 
1879 3.122 2.400101 
33 
Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso 
Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880; y Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, 
Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870, Tomo 
IV, Imprenta Nacional, Santiago, 1871. 
La ley que estableció la declaración de guerra a España, de fecha 24 de septiembre 
de 1865, autorizó al Presidente de la República, en su artículo 2º, “para que aumente las 
fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyese necesario”102. Esta disposición explica el 
notable aumento de fuerzas efectivas de 1866 (7.504 plazas) con respecto al año anterior 
(2.796). Como bien se sabe, la participación de Chile en la Guerra con España obedeció al 
sentimiento americanista reinante en el Chile de ese entonces103. El 14 de abril de 1864, la 
Escuadra española, al mando de Luis Pinzón, ocupó las islas peruanas Chincha, ricas en 
guano. Esto lo hizo en cobranza de una deuda proveniente de la época virreinal y 
reconocida por el Perú en 1853. Chile, bajo el gobierno de Pérez (1861-1871), decidió 
protestar en contra de las autoridades peninsulares, residentes en Chile; y, en seguida, pedir 
100 Como es lógico, los casilleros en blanco se explican por falta de información en base a fuentes primarias y 
secundarias (el trabajo de Grez también los deja sin información). 
101 Esta cifra es la existente al momento del inicio de la Guerra del Pacífico, no la que se logra reclutar durante 
el año 79. 
102 Anguita Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1918, Tomo II, Imprenta, Litografía y 
Encuadernación Barcelona, Santiago, 1912, p. 206. 
103 Para este conflicto, véase a Courcelle Seneuil, J. G., Agresión de España contra Chile, Imprenta del 
Ferrocarril, Santiago, 1866.
34 
a los otros países americanos que solidaricen con el Perú. Para nuestro país, esto resultará 
dramático por el posterior bombardeo hispano en contra del puerto de Valparaíso, acaecido 
el 31 de marzo de 1866104. 
Un segundo aspecto del cuadro precedente, que es general y que salta a la vista, es 
que en los años de nuestro marco cronológico se aprecia una gradual y constante 
disminución de las fuerzas efectivas en el Ejército permanente. Esta situación permite 
constatar que, al menos en términos de cantidad de tropas enganchadas, no existió —ni de 
lejos— una política belicista de parte de Chile. La inexistencia de este ánimo de parte de 
los políticos chilenos, se verá en el capítulo IV de esta tesis. 
Un tercer punto de análisis consiste en cotejar las tropas efectivas (no las 
autorizadas) con la población total del país. Para este efecto, son dos los censos que hemos 
de tener a la vista: el de 1865 y el de 1875. El primero arrojó una población total de 
1.819.222 habitantes; y el segundo, una cantidad de 2.067.524105. Si consideramos el 
segundo (1875), que es el más cercano a la Guerra del Pacífico, y considerando que, según 
el cuadro estadístico de arriba, el promedio de las tropas efectivas en los años 1875-1879 
asciende a las 2.865 plazas, ello representa tan solo un 0, 1 % de la población del país. Esta 
situación, claramente, lejos está de representar a una sociedad militarizada. Para nada puede 
hablarse de una nación en armas como, por ejemplo, llegó a serlo la Francia napoleónica106. 
Y un cuarto punto interesante de constatar es la distribución geográfica de las 
diversas unidades del Ejército y de las tropas en ellas insertadas. Basta tomar cualquier 
Memoria de Guerra, del año que sea en el marco de nuestro período, para comprobar 
fehacientemente que la inmensa mayoría de los efectivos del Ejército permanente se 
encontraba concentrada en la zona de Arauco, en el sur del país. Y esto es así porque la 
segunda mitad del siglo XIX coincide con una guerra interna, con lo que parte de la 
104 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 159-166. 
105 Cfr. Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 15 Ordinaria de 8 de julio de 1875, p. 225. En 
esta sesión se transcriben los resultados del censo de 1875 para efectos de determinar el número de 
representantes al Congreso. Un cuadro evolutivo de la población en Chile puede verse en Braun, Juan, et. al., 
Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía, 
Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, p. 203. 
106 Napoleón llegó a movilizar a más de 1 millón de franceses (Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 43).
35 
historiografía chilena ha llamado la “Pacificación de la Araucanía”107. Este proceso forma 
parte de la construcción, aún pendiente en el período de esta tesis, del Estado-Nación 
chileno. Recuérdese aquí la conocida teoría de Mario Góngora (1915-1985) que afirma que 
el Estado precede a la Nación, y ello por el hecho de ser nuestro país una “tierra de 
guerra”108. Lo cierto es que la distribución fundamental de las tropas en Arauco da cuenta 
de que lo que le interesa al país (Gobierno y sectores de opinión pública), en términos 
militares, es la ocupación efectiva de ese territorio y la integración definitiva de la 
Araucanía al conjunto del Estado-Nación. Por ejemplo, en 1877 casi todas las guarniciones 
del Ejército permanente correspondían a la zona de Arauco, situadas estratégicamente en 
orden a consolidar la ocupación e integración de dicha extensión territorial. Asimismo, de 
un total de 3.127 soldados para ese año, 2.854 se encontraban ubicados en dicha región del 
país, lo que representa el 91, 3 % de la dotación efectiva del Ejército permanente. Además, 
y considérese que estamos hablando de sólo dos años antes del inicio de la Guerra del 
Pacífico, no existía ninguna guarnición ubicada al norte del puerto de Valparaíso; menos 
aún en la región de Atacama, materia de disputas territoriales desde los tiempos del 
Presidente Bulnes (1841-1851)109. Esto es otra demostración de la falta de intención chilena 
—al menos, en términos militares— de planificar una guerra en el norte, en contra del Perú 
y de Bolivia. 
CUADRO 3 
Distribución del Ejército por guarniciones en 1877 
Nº Guarnición Ubicación Dotación 
1 Artillería Santiago 210 
2 4º de línea Santiago 365 
3 Cazadores Santiago 277 
107 Para este proceso histórico-militar, véase a León, Leonardo, et. al., Araucanía. La frontera mestiza. Siglo 
XIX, Ediciones UCSH, Santiago, 2004. Como obra clásica: Lara, Horacio, Arauco Indómito, Imprenta de El 
Progreso, Santiago, 1888. En reciente reedición: Navarro Rojas, Leandro, Crónica de la conquista y 
pacificación de la Araucanía, desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional, 
Pehuen, Santiago, 2008. Desde el ángulo del Ejército: “Capítulo VI. Pacificación de la Araucanía”, en 
Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 221-.277. 
108 Cfr. Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y XX, 
Editorial Universitaria, Santiago, 2003, pp. 63-73. 
109 Cfr. Bulnes, Gonzalo, op. cit., Tomo I, p. 33-36.
4 Artillería Valparaíso 273 
5 3º de línea Ángol 298 
6 Granaderos Ángol 143 
7 3º de línea Rucapillán 9 
8 3º de línea Tigueral 15 
9 Granaderos Mulchén 7 
10 Granaderos Huequén 65 
11 Buin 1º de línea Ñipaco 8 
12 Buin 1º de línea Cancura 32 
13 Buin 1º de línea Fortín Maipú 5 
14 2º de línea Lolenco 20 
15 2º de línea Torre 5 de enero 8 
16 2º de línea Chiguaihue 107 
17 Cazadores Chiguaihue 66 
18 2º de línea Puente de Chiguaihue 5 
19 Buin 1º de línea Marilúan 20 
20 Buin 1º de línea Torre de Granaderos 8 
21 Buin 1º de línea Collipulli 190 
22 Cazadores Collipulli 70 
23 Buin 1º de línea Perasco 16 
24 Buin 1º de línea Curaco 44 
25 Buin 1º de línea Esperanza 10 
26 Buin 1º de línea Cule 11 
27 3º de línea Sauces 58 
28 Granaderos Sauces 12 
36
29 Buin 1º de línea Lumaco 51 
30 Zapadores de línea Lumaco 326 
31 Granaderos Lumaco 58 
32 2º de línea Cañete 43 
33 Zapadores de línea Purén 38 
34 2º de línea Lebu 30 
35 2º de línea Quidico 25 
36 2º de línea Toltén 101 
38 2º de línea Queuli 8 
39 Artillería Magallanes 95 
37 
Fuentes: Elaboración del autor en base a: Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en 
sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 1877, pp. 11-14. 
2. Guardia Nacional 
Los antecedentes de las milicias en Chile se remontan al período indiano. Sin pretender 
detallar la evolución histórica de la Guardia Nacional, baste consignar que “las milicias 
fueron una modalidad de instrucción militar para que los habitantes del Reino colaborasen 
con el ejército de línea, ante la eventualidad de los ataques exteriores y, particularmente en 
Chile, para defenderse de los aborígenes”110. Y con respecto a la época republicana 
(anterior a nuestro período de estudio), señálese que la Guardia Nacional —también 
conocida como Guardia Cívica o, sencillamente, Cívicos— constituyó bajo el Régimen 
Portaliano un útil contrapeso del Ejército, con el fin de asegurar la subordinación de este 
último al poder político constituido. Pero, poco a poco, y la Guerra contra la Confederación 
Perú-boliviana será la consagración de ello, esta entidad se va convirtiendo en el necesario 
complemento que la institución castrense requiere. Más tarde, con el decenio de Bulnes 
(1841-1851), se produjo la consolidación institucional de la Guardia Cívica. Por de pronto, 
110 Hernández Ponce, Roberto, “La Guardia Nacional de Chile”, en Historia, Nº 19, Instituto de Historia de la 
Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1984, p. 58.
38 
por el hecho de que en 1848 se promulgó un Reglamento de la Guardia Nacional111. 
Conforme a esta normativa, se estableció formalmente que la Guardia Cívica se organizaba 
en tres armas —artillería, infantería y caballería— y que se trataba de un servicio de 
carácter voluntario. 
A diferencia del Ejército, situado especialmente en la zona sur del país, los cívicos 
sí se establecieron a lo largo de todo el territorio, incluyendo las provincias septentrionales. 
Por ejemplo, de norte a sur, se formaron batallones de infantes en Copiapó, Vallenar, La 
Serena, Ovalle, Illapel, Putaendo, Quillota, San Felipe, Los Andes, Valparaíso, Melipilla, 
Santiago, Rancagua, San Fernando, Cauquenes, Curicó, Talca, Linares, Chillán, 
Concepción, Caupolicán, Valdivia y la Unión112. La instrucción de la Guardia Nacional se 
encomendó al Ejército; y quedó bajo el control, además del Ministro de Guerra, de un 
Inspector General propio, o sea, distinto del homónimo dedicado a la entidad castrense113. 
Con ocasión de la Guerra con España (1865-1866), se puso nuevamente a prueba el 
carácter de fuerza complementaria de la Guardia Nacional con respecto al Ejército de línea. 
Esta situación será positivamente valorada por el Ministro de Guerra José Manuel Pinto, 
quien señalaba en 1866: 
La Guardia Nacional ha prestado al país, durante este tiempo [el de la guerra], grandes e 
importantes servicios. 
Como lo he hecho notar más arriba, ella fue la llamada a cubrir las guarniciones de muchos 
puntos de la costa, mientras se aumentaban las fuerzas de línea. Así es que la mayor parte de 
los cuerpos de que consta, han contribuido en su totalidad o en parte a la defensa de la 
República. Sus servicios no se han limitado a guarnecer el litoral, sino que también ha 
alternado con la tropa de línea destacada en las plazas de la frontera114. 
El antedicho carácter de reserva, será subrayado de este modo por la misma 
autoridad: 
111 Véase: Varas, José Antonio, op. cit., Tomo II, Imprenta Chilena, Santiago, 1860, pp. 20 y ss. 
112 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 45. 
113 Cfr. Ibid., p. 49. 
114 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 
1866, Imprenta Nacional, Santiago, 25 de agosto de 1866, p. 10.
A fin de no distraer por mucho tiempo de sus quehaceres, a los individuos que componen la 
Guardia Cívica, el Gobierno ha tratado de formar con ella un verdadero cuerpo de reserva 
que sin abandonar sus pueblos, estuviese pronta para acudir al primer llamado al punto 
preciso115. 
39 
Por la misma y explicable razón de la Guerra, en 1866 la fuerza efectiva de la 
Guardia Nacional ascendía a las “45.895 plazas, correspondiendo 1.141 a la arma de 
artillería, 27.088 a la de infantería y 17.393 a la de caballería”116. Esta cifra irá 
descendiendo con el transcurrir de nuestro período, llegando en 1878 a contar con sólo 
6.687 plazas117. Este péndulo, ahora con relación a la cantidad de cívicos existentes, 
demuestra, nuevamente, la carencia de un ánimo belicista de parte de Chile con respecto al 
Perú y a Bolivia. 
En otras palabras, pese a que, conceptualmente, la Guardia Nacional se entendía 
como la necesaria reserva del Ejército de línea, en la práctica, esta situación va perdiendo 
vigencia, por la clara y dramática disminución de sus tropas. Y, en este caso, no tanto por 
desinterés en la sociedad civil (de la cual se nutre), sino fundamentalmente por expreso 
mandato de las autoridades. Por ejemplo, el 9 de noviembre de se 1877 se decretó el receso 
de veintitrés batallones, seis brigadas y dos compañías de infantería. Esta notable 
reducción, como afirmaba el Ministro García de la Huerta, se explicaba por “una economía 
en el Presupuesto de gastos, aconsejada por el estado de los fondos públicos”118. En 
términos de cifras 
La medida indicada ha reportado al Erario un ahorro anual de 70.000 pesos, próximamente, 
que el Ministerio del ramo pagaba en subvenciones a los cuerpos cívicos, diarios para las 
guardias de prevención, arriendo de cuarteles, etc.119 
CUADRO 4 
115 Ibid., p. 11. 
116 Ibid. 
117 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, 
Santiago, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16. 
118 Ibid., p. 14. 
119 Ibid.
Dotación de la Guardia Nacional (1866-1878)120 
Año Tropas 
1866 45.895 
1867 53.220 
1868 48.618 
1869 54.992 
1870 52.721 
1871 54.294 
1872 35.092 
1873 30.447 
1874 24.287 
1875 21.951 
1876 22.674 
1877 18.071 
1878 6.687 
40 
Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso 
Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880. 
Desde el término de la Guerra con España (1866), el Gobierno planteó la necesidad 
de contar con una ley orgánica para la Guardia Nacional. Hasta ese momento, el 
fundamento jurídico de la entidad era el artículo 156 de la Constitución de 1833 que 
establecía que “todos los chilenos en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los 
registros de las milicias si no están especialmente exceptuados por ley”121. Esta norma no se 
refería, específicamente, a la Guardia Cívica, sino que se le aplicaba por analogía. Y ello no 
significaba que todos debían integrarse a la institución, sino sólo que debían concurrir a 
inscribirse en sus registros. Además, recordemos que en 1848 (bajo el Presidente Bulnes) se 
dictó un reglamento que estableció las bases de esta institución como tal, confirmándose el 
carácter voluntario del servicio en ella implicado. Sin embargo, en el marco de nuestro 
período, nunca se aprobó una ley regulatoria de la Guardia Nacional. La misma 
despreocupación de las autoridades políticas con respecto a la entidad, que se materializa 
—como hemos visto— en una persistente baja de sus tropas, ayuda a explicar la no 
120 Para el caso de la Guardia Nacional no se hace el distingo entre fuerzas autorizadas y fuerzas enganchadas, 
porque 1) su dotación no es materia de ley, y 2) las Memorias de Guerra sólo hacen referencia a las fuerzas 
efectivas. Además, no se incluye la cifra del año 1879, ya que la Memoria de 1879 no hace referencia a la 
Guardia Nacional, por lo que al inicio de la guerra debe ser similar a la de 1878. 
121 Valencia Avaria, Luis, Anales de la República. Textos constitucionales de Chile y Registro de los 
ciudadanos que han integrado los poderes ejecutivo y legislativo desde 1810, Editorial Andrés Bello, 
Santiago, 1986, p. 182.
41 
promulgación de una norma legal específica, propuesta por el Gobierno y aprobada por el 
Congreso. 
A lo anteriormente dicho, agréguese que una de las motivaciones iniciales del 
Ejecutivo por auspiciar una ley orgánica de la Guardia Nacional fue garantizar el principio 
de igualdad de las cargas públicas, establecido en el artículo 12 número 3º de la 
Constitución122. Además, el artículo 149 disponía que “no puede exigirse ninguna especie 
de servicio personal o de contribución, sino en virtud de un decreto de la autoridad 
competente, deducido de la ley que autoriza aquella exacción, y manifestándose el decreto 
al contribuyente en el acto de imponerle gravamen”123. Pese a su carácter voluntario, en la 
práctica, algunos ciudadanos eran conminados a integrarse a sus filas, con lo cual, en ese 
momento, comenzaban a asumir obligaciones frente al Estado. La necesidad de que los 
miembros de la Guardia Nacional procedieran de todos los ámbitos sociales, y no 
exclusivamente de los sectores de bajo rango económico, llevó en 1868 al Ministro 
Errázuriz a decir lo siguiente: 
En la práctica, ni se da cumplimiento a la disposición del artículo 156, ni existe en esta 
materia la igualdad ante la ley124, ni la igual repartición de las cargas públicas. El artesano, 
los hombres que viven de la industria y del trabajo son obligados a cargar las armas y a 
llevar todos el peso del servicio de la milicia cívica; mientras que los capitalistas, los 
propietarios y toda la clase acomodada, que son los más interesados en la existencia del 
orden y los que mejor pueden soportar esta carga, se ven libres de todo servicio, salvas las 
pequeñas excepciones de los que desempeñan los cargos de jefes y oficiales en los cuerpos 
cívicos. El Congreso debe empeñarse en hacer desaparecer, cuanto antes, una desigualdad 
tan injusta, tan chocante a nuestro sistema de gobierno y tan contraria a nuestra 
Constitución, contrayéndose con preferencia a la promulgación de una ley que haga 
efectivas las disposiciones constitucionales, desterrando para siempre aquellos abusos 
insostenibles. 
El punto capital de una buena ley sobre organización de la guardia nacional es el hacer 
efectivo el servicio de las milicias para todos los chilenos en estado de cargar armas, sin 
excepciones odiosas e indebidas. Estableciendo convenientemente en la práctica esta 
122 Cfr. Ibid., p. 163. 
123 Ibid., p. 182. 
124 Este principio se encontraba consagrado en el artículo 12 número 1º de la Constitución de 1833 (Cfr. Ibid., 
p. 163).
obligación; detallando con justicia y discernimiento los casos de excepción; fijando el 
tiempo que los ciudadanos deben servir, y reglamentando algunos otros puntos de menor 
importancia, se habrían llenado todas las necesidades de una institución tan íntimamente 
ligada con la existencia del sistema democrático125. 
42 
Mediante un decreto de fecha 10 de octubre de 1867 se establecieron los doce años 
como plazo de duración del servicio en la Guardia Nacional, tanto para oficiales como para 
la tropa126. Esta norma 
Establece enseguida que los que hubieren cumplido el término fijado [de doce años] tienen 
derecho a obtener licencia absoluta, pero que continuarán perteneciendo a la guardia 
nacional sin prestar ninguna clase de servicios, y pudiendo ser nuevamente obligados a ello 
sólo en circunstancias graves y urgentes calificadas por un decreto supremo. De esta manera 
se provee el caso de tener que salir a la defensa del país o de sus instituciones, al paso que se 
da en parte cumplimiento a la disposición constitucional que ordena que todos los chilenos 
en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los registros de las milicias. Por 
último, se determina lo relativo a las licencias y a los casos de cambio de residencia, tan 
frecuentes en los oficiales cívicos127. 
Con relación a la distribución geográfica de la Guardia Nacional, en los años 
previos a la Guerra con España (1865-1866) y durante el desarrollo de la misma, el 
Gobierno descuidó la presencia de la institución en la zona norte del país, concretamente en 
la provincia de Copiapó. Esta situación, sobre todo en momentos de crisis internacional, 
generó la molestia del caudillo por dicha zona, diputado Pedro León Gallo: 
Como siempre he manifestado en la Cámara el deseo de que la guardia nacional se aumente 
cuanto sea posible, desearía que se suprimieran esos gastos de pura fanfarronería y que esas 
cantidades se destinaran al fomento de la guardia nacional; pero desde que ella no existe en 
algunos de aquellos puntos para los cuales se consultan asignaciones en el presupuesto, 
deberían suprimirse todas aquellas que no sirven para formar partidas sin objeto. 
Y luego agregaba: 
125 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 
1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 27. 
126 Cfr. Ibid., p. 28. Anteriormente, este plazo de doce años se exigía sólo a la tropa. 
127 Ibid.
Por lo demás, señor, podría hacer presente a la Cámara que mientras la escuadra española 
estuvo bloqueando nuestras costas no sólo no se organizó el cuerpo cívico de Copiapó, sino 
que no se formó una en el Huasco, que tiene asignación para una banda de música. Este 
batallón estaba enteramente disuelto, no tenía un solo oficial; no se vino a organizar sino 
cuando ya se acercaban las elecciones. Por esa razón creo que hay cierta fantasmagoría en 
esa partida para los batallones cívicos128. 
43 
En 1868 el Ministro Errázuriz daba cuenta de la reorganización del batallón cívico 
de Copiapó, “que por tanto tiempo ha permanecido disuelto, dotándolo de un buen 
armamento, de vestuario y de todo lo demás que pudiere necesitar”129. 
Por último, considérese que algunos miembros de la Guardia Cívica participaban, 
junto al Ejército de línea, en las labores de integración de la Araucanía. A diferencia del 
Ejército, no se trataba de la mayoría de ellos, sino sólo de aquellas tropas situadas en la 
zona cercana, en especial en la Provincia de Arauco: 
La Guardia Nacional ha prestado en la frontera importantes servicios. 
Autorizados los jefes de ambas fronteras para llamar al servicio, en caso necesario, a los 
cuerpos cívicos de la provincia de Arauco, la mayor parte de ellos han compartido con el 
ejército las penalidades de la guerra que se ha hecho a los indios rebeldes. Conocedores de 
la localidad y de los usos de los indios, han llevado a nuestros soldados el contingente de la 
práctica en una guerra de sorpresas como la que había de sostener130. 
CUADRO 5 
Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871 
Provincia Dotación 
128 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 28ª Extraordinaria de 15 de diciembre de 1866, p. 
200. 
129 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 
1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 29. 
130 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 
1869, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869, p. 42.
Ejército de Chile 1866-1879
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Ejército de Chile 1866-1879

  • 1. Universidad de los Andes Instituto de Historia Santiago – Chile El Ejército de Chile en vísperas de la Guerra del Pacífico (1866-1879). ¿Pacifismo o belicismo chileno? Una visión del personal. Tesis para optar al grado académico de Licenciado en Historia
  • 2. Valentina Verbal Stockmeyer Profesor guía: Enrique Brahm García Concepción del Nuevo Extremo, mayo de 2009 “Las relaciones de los pueblos viven de equilibrio, de suspicacia, no de amor. Los hombres de Estado dignos de este nombre, no pueden extremar las manifestaciones de confianza sin caer en el ridículo o en el peligro. Los pueblos no se aman. Los pueblos se vigilan, y buscan sus orientaciones en sus intereses permanentes, no en efímeros abrazos. Por haber olvidado este principio, Chile permitió en 1866 que su aliado el Perú, adquiriese un poder naval preponderante respecto de él y la consecuencia se está viendo en la demostración de Mejillones seis años después, y en el Tratado secreto que lo puso en peligro de desaparecer como Nación. Si alguien hubiera tenido la previsión de decir esto en 1866, no habría sido escuchado. ¿No se habían borrado las fronteras; no estaba la América unida por un fraternal abrazo?”. Gonzalo Bulnes1. “Apreciado padre: Es en mi poder la muy apreciada suya fecha 26 del presente2. Tuve el mayor gusto al saber de Ud. y que se encuentra bueno como también mis hermanos. Yo por acá quedo bueno y a sus órdenes. En contestación a la suya le diré que la papeleta de la mesada ni yo mismo sé como se pagará. Reciba lo que le den porque así debe ser. Pasaré a decirle algo sobre el viaje de nosotros. El 3 de mayo, salimos de Dolores en la tarde y caminamos toda la noche. Llegamos a Pisagua al otro día como a las 9 y nos embarcamos en el Itata. A bordo se encontraba el Caupolicán. Salimos ese día y llegamos a esta Caleta al otro día. El mar estaba muy bravo, y no pudimos desembarcar; seguimos para Ilo y desembarcamos el Caupolicán. En tierra se encontraba el Chillán, Zapadores, Cazadores y Granaderos. Todos han salido para el interior, menos nosotros. Saldremos ahora o mañana. 1 Bulnes, Gonzalo, La Guerra del Pacífico, Tomo I, Editorial del Pacífico, Santiago, 1955, p. 46. 2 26 de mayo de 1880. 2
  • 3. 3 Abraham Quiroz”3. ÍNDICE GENERAL INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………..5 CAPÍTULO I. INFLUENCIA FRANCESA……………………………………………….11 1. Afrancesamiento de la sociedad chilena…………………………………………… 11 2. Influencia francesa en materia de organización militar…………………………….15 3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón………………………….21 4. Escuela Militar……………………………………………………………………..27 CAPÍTULO II. DOTACIÓN DE TROPAS……………………………………………….31 1. Estadísticas del Ejército…………………………………………………………….31 2. Guardia Nacional…………………………………………………………………...37 3. Reclutamiento a comienzos de 1879……………………………………………….44 CAPÍTULO III. PROBLEMAS DEL ENGANCHE………………………………………53 1. Sueldos de la tropa…………………………………………………………………53 3 Quiroz, Abraham, e Hipólito Gutiérrez, Dos soldados en la Guerra del Pacífico, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires — Santiago de Chile, 1976, pp. 77 y 78.
  • 4. 4 2. Condiciones de la vida militar en general………………………………………….59 3. Condiciones de la vida militar en la Araucanía……………………………………67 4. Defectos del sistema………………………………………………………………..72 CAPÍTULO IV. PACIFISMO DE LOS POLÍTICOS CHILENOS……………………….77 1. Leyes militares..……………………………………………………………………77 2. Relaciones con Bolivia……………………………………………………………..83 3. Inicio de la guerra…………………………………………………………………..85 CONCLUSIONES…………………………………………………………………………88 FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………95
  • 5. ÍNDICE DE CUADROS 5 CUADRO 1. Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)……………………..16 CUADRO 2. Dotación del Ejército de Chile (1866-1879)………………………………...32 CUADRO 3. Distribución del Ejército por guarniciones en 1877…………………………35 CUADRO 4. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1879)……………………………...39 CUADRO 5. Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871…………….43 CUADRO 6. Dotación de tropas de Chile, Perú y Bolivia al inicio de la Guerra del Pacífico, según historiadores de diversas nacionalidades………………………………….46 CUADRO 7. Población de Antofagasta a comienzos de 1879, según porcentajes………...51 CUADRO 8. Sueldos del Ejército a partir de la ley de 21 de noviembre de 1871………...56 CUADRO 9. Promedio de salarios reales en Chile (1866-1879)…………………………..56 CUADRO 10. Población por provincias (censos de 1875 y 1865)…..…………………….73 CUADRO 11. Leyes de presupuestos en Chile según partidas ministeriales (1867- 1879)......................................................................................................................................7 8
  • 6. 6 CUADRO 12. Porcentajes de gastos militares del presupuesto total (1867-1879)………...79 CUADRO 13. Producto interno bruto en millones de pesos de 1995 (1866-1879)...……...80 INTRODUCCIÓN La Historia Militar, al menos desde mediados del siglo XX, no se reduce sólo a la historia de las guerras y batallas, sino que es mucho más compleja y amplia. En efecto, pueden distinguirse varias líneas de investigación en la nueva historia militar, v. gr., la historia política militar (que se refiere a la actuación de los militares en el acontecer político), la historia militar social (que trata aspectos sociales de la vida de los militares), la historia de la tecnología militar (que estudia las armas, las fortificaciones, etc.), la militaria histórica (que analiza uniformes, banderas, medallas, etc.), las biografías de militares, y, por cierto, la historia de las guerras y batallas4. Todas estas áreas tienen un punto de referencia en torno al cual giran o han de girar. Y éste no es otro que la historia de los ejércitos en cuanto se trata de instituciones insertas en el devenir de sus propios estados o naciones, o incluso en el de continentes o áreas supranacionales de mayor o menor conflictividad. En este sentido, todavía son escasos los trabajos que en Chile se dedican a estudiar la vida del Ejército en tiempos de paz. La mayoría de las obras de Historia Militar de Chile se refiere a la historia o crónica de las guerras y de las batallas, con mayor o menor análisis estratégico y táctico5. Esto se debe, en no poca medida, a la circunstancia de que, hasta hace no mucho tiempo atrás, la Historia Militar estaba, casi exclusivamente, en manos de militares y no de historiadores propiamente tales6. Y teniendo un fin eminentemente 4 Cfr. Rodríguez Velasco, Hernán, “La historia militar y la guerra civil española: una aproximación crítica a sus fuentes”, en Stvdia histórica contemporánea, volumen 24, 2006, pp. 59 y 60. 5 Por ejemplo: Téllez, Indalicio, Historia militar de Chile: 1520-1883, dos volúmenes, Imprenta y Litografía Balcells y Cía., Santiago, 1946; Toro Dávila, Agustín, Síntesis histórico-militar de Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1976. 6 En 1941, el Capitán Bernardino Parada critica el hecho de que historiadores generales se inmiscuyan en el campo de la Historia Militar que, según él, debe quedar reservada a los militares, por poseer ellos los conocimientos necesarios de la Ciencia Militar (Cfr. Parada, Bernardino, “Hacia un nuevo concepto de Historia Militar”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 173, Santiago, 1941, pp. 125-148). Una visión
  • 7. 7 pedagógico: el estudio de las guerras y batallas del pasado siempre se ha estimado como una útil herramienta para los profesionales de las armas, puesto que “es un arte que supone la adquisición de una experiencia”7. Y, si bien los sujetos fundamentales de la Historia Militar son los ejércitos, no ha de olvidarse que ellos están hechos y orientados para la guerra. Como bien señala Roberto Arancibia Clavel, “los ejércitos son para combatir, por lo que se debe inferir, entonces, que la historia militar en último término debe ser acerca de la batalla”8. De la batalla, agréguese, pero a partir de una estructura y de una preparación. Elementos ambos que difícilmente se pueden improvisar. De ahí que para entender el desenvolvimiento de un ejército en una guerra, ha de acudirse a la organización institucional y preparación militar del mismo en tiempos de paz. En otros términos, la victoria o derrota de un país o ejército no se explica, única y exclusivamente, por las buenas o malas decisiones estratégicas y tácticas adoptadas durante el conflicto mismo, sino también, y en gran e importante medida, por la consistencia institucional del país (y de sus fuerzas armadas) y por la labor de preparación, cualitativa y cuantitativa, de las instituciones castrenses que, quiérase o no, siempre están insertas en la sociedad de la que forman parte integral, siendo un reflejo de ella. La materia de la tesis que ahora se presenta es el Ejército de Chile en un período de entreguerras: entre el término de la Guerra con España (1865-1866) y el comienzo de la Guerra del Pacífico (1879-1884). Y el punto de vista es determinar en que medida esta institución, en cuanto forma parte del Estado-Nación, desarrolla una preparación militar en vistas a una posible guerra en el norte, con el Perú y con Bolivia, países ambos con los que efectivamente Chile se enfrentará durante la segunda de dichas guerras. Valga la siguiente aclaración. Al hablar de preparación militar de nuestro país para la Guerra del 79, como también se le conoce, no se quiere afirmar que Chile haya planificado, deliberada y concientemente, este conflicto. En todo caso, para dilucidar el problema, certera e moderna, que analiza las fortalezas y debilidades del estudio de esta disciplina por parte de los militares, puede verse en Jiménez Ramírez, Diego, “Una perspectiva de la Historia Militar y su estudio por los militares”, en Memorial del Ejército de Chile, Nº 478, Santiago, 2006, pp. 24-31. 7 Arancibia Clavel, Roberto, “El concepto de Historia Militar”, en Primera Jornada de Historia Militar. Siglos XVII-XIX, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, Santiago, 2004, p. 28. 8 Ibid., p. 12.
  • 8. 8 integralmente, es necesario acudir a un conjunto más amplio de factores o elementos de juicio. Elementos que escapan al ámbito de lo estrictamente militar y que, v. gr., se relacionan con lo político, diplomático, económico, etc. En todo caso, consuela saber que estos aspectos han sido suficientemente tratados por la historiografía. Por ejemplo, son muchas las obras que, desde el lado de Chile, han estudiado profusamente los antecedentes diplomáticos de la Guerra del Pacífico9. No se puede decir lo mismo, en cambio, con relación a los antecedentes que podemos calificar de militares. Una segunda aclaración: por motivos de tiempo y espacio, hemos centrado nuestra atención, de manera preferente, en el elemento humano de la entidad castrense; dejando de lado, por ejemplo, el ámbito relativo al material de guerra. Aspecto éste que, si Dios lo quiere, podremos tratar en futuras investigaciones. Esta tesis se divide en cuatro capítulos. El primero, intitulado influencia francesa, está dedicado a tratar el influjo de la Francia revolucionaria y napoleónica (1789-1815) en la institución castrense. El segundo, denominado dotación de tropas, está orientado a estudiar, ante todo, la cantidad de plazas que nuestro Ejército recluta. Un tercer capítulo se refiere a los problemas del enganche, buscando dilucidar la o las razones que permiten explicar la permanente disparidad entre las fuerzas legalmente autorizadas y las efectivamente enganchadas, siendo las segundas inferiores a las primeras. Finalmente, con un cuarto capítulo se tratará el pacifismo de los políticos chilenos, con lo cual se buscará demostrar la inexistencia de una actitud belicista de parte de nuestros dirigentes. No se ha pesquisado ninguna obra monográfica que aborde, simultáneamente, el tema, marco cronológico y punto de vista de esta tesis. Sin embargo, no son pocas las obras que, de manera más o menos directa, tratan las materias aquí estudiadas. Sería extenso describirlas o, incluso, enumerarlas a todas. Lo cierto es que nunca el oficio histórico parte de cero, por lo que de varias de ellas se dará cuenta a lo largo de este texto y, por cierto, en la bibliografía situada en la parte final. Sin embargo, un trabajo que ha servido de punto de 9 Por ejemplo: Encina, Francisco Antonio, Las relaciones entre Chile y Bolivia (1841-1963), Editorial Nascimento, Santiago, 1963. Ríos Gallardo, Conrado, Chile y Bolivia definen sus fronteras, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1963. Téllez Lugaro, Eduardo, Historia general de la frontera de Chile con Perú y Bolivia. 1825-1929, Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1989.
  • 9. 9 partida y que es el que más se acerca a la presente tesis es el de Carlos Grez, publicado en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia en 1935. Este es un artículo que abarca todo el período republicano, aunque a través de un análisis en exceso conciso10. Grez busca refutar el argumento, especialmente boliviano11, que afirma que nuestro país desarrolla, en los años anteriores a la Guerra del Pacífico, una constante y sistemática preparación militar, orientada a expandirse hacia el norte, territorio deliberadamente codiciado por sus enormes riquezas naturales, particularmente salitreras. Señala Grez: “Si los publicistas del Altiplano en vez de lanzar la gratuita acusación de preparación bélica suficiente por nuestra serenidad para agredir no ya a un vecino, sino a dos, hubiesen tenido serenidad para revisar los documentos anuales de nuestro Ministerio de Guerra y Marina, no se habrían atrevido a pretender fundar artificiosamente una tan atrevida como injusta apreciación. Allí están a la disposición de cualquiera esas Memorias, en cuyas páginas el lector encontrará dos hechos que llaman fuertemente la atención, a saber: 1) que anualmente, se esforzaban los ministros del ramo, en probar al Congreso Nacional que los efectivos reales eran inferiores a los efectivos autorizados por leyes expresas. 2) que esos mismos ministros (aún cuando muchas veces eran militares de alta graduación) no oponían ningún inconveniente cuando al ser necesario hacer economías en la administración pública se recurriese, en primer lugar, a la sección guerra y marina del presupuesto nacional. Se sacrificaban así ingentes cantidades, cuyo gasto representaba para el país la tranquilidad, por ejemplo de las regiones sureñas, amagadas por los indios araucanos, etc.”12 Las fuentes utilizadas son diversas, pero son dos las fundamentales: las Memorias del Ministerio de Guerra y las normas jurídicas de orden militar, dictadas antes y durante nuestro período. Ambas fuentes permiten obtener una gran cantidad de datos concretos, 10 De sólo 28 páginas, considerando que además aborda lo relativo a armamentos y tanto del Ejército como de la Marina. 11 Se refiere, como ejemplo de su aserto, a Eduardo Diez de Medina, que en una obra suya de 1919 afirma lo siguiente: “‘Se comprende, por lo mismo, que un año después Chile hubiese negociado con Bolivia el pacto de límites de 1874, reconociendo una vez más, como límite entre ambas repúblicas, el paralelo del grado 24 ya fijado en el tratado de 1866 y suprimiendo la injusta e inconveniente comunidad de derechos sobre los metales, aunque manteniéndola sobre el guano. Nada perdía con ello, venciendo en cambio la desconfianza del vecino, a quien le brindaba prueba de amistad y ganando el tiempo necesario para preparar su ejército y sus recursos hasta la ocasión propicia en que el triunfo de sus armas le diera la posesión del territorio codiciado’” (Citado por Grez, Carlos, “La supuesta preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 5, Santiago, 1935, p. 112). 12 Ibid., p. 113.
  • 10. 10 especialmente estadísticos; datos que han resultado de gran utilidad. Sin embargo, se ha evitado reducir el asunto a meras cifras, buscando analizarlas en el contexto histórico en que se insertan; interpretándolas y cotejándolas con otras realidades con las se conectan de manera viva. De forma tal que, frente a no pocos puntos aquí tratados, se ha acudido a un método que puede designarse como estadístico-analítico13. O sea, las estadísticas responden a una realidad más amplia: a unos fines que el Estado y el Ejército se trazan y que buscan desarrollar. Tomando en cuenta esto último, las cifras cobran valor y se relacionan entre sí y con otras realidades en tanto en cuanto se inscriben en un contexto más amplio, entorno que se ha considerado con mayor o menor profundidad, dado el caso y según el tema tratado. En no pocas ocasiones se han transcrito extensamente algunas fuentes, en el entendido de que sólo así se hace posible el tradicional objetivo del oficio histórico, consistente en lograr que las fuentes hablen por sí solas, siendo el historiador un modesto intermediario de las mismas. No en un sentido positivista, sino en términos de que toda interpretación historiográfica debe apoyarse en hechos reales y no en fantasías subjetivas. En la disciplina histórica (como en cualquier otra) es fundamental que los conceptos e interpretaciones guarden debida relación con las realidades que pretenden describir o significar. De lo contrario, siguiendo a Marrou, se corre el peligro de que la Historia se pueble de fantasmas14. Asimismo, y a objeto de graficar y consolidar las afirmaciones realizadas, se añaden algunos cuadros, especialmente de carácter estadístico. Además, para facilitar la lectura de las fuentes, se ha actualizado su ortografía al tiempo presente. Por último, al presentar una tesis, no se puede dejar de agradecer a varias personas, en especial a aquellas que han sido esenciales en el proceso educativo vivido y que, para el caso de la presente investigación, han sido determinantes en la recopilación de las fuentes utilizadas. De las primeras, inevitable es agradecer al Director del Instituto de Historia de la Universidad de los Andes, Profesor Francisco Javier González Errázuriz, quien se ha desvivido por sacar adelante esta unidad académica, a la cual el infrascrito pertenece, formando parte de la primera generación. Tampoco se puede dejar de mencionar a Manuel Salas Fernández, Secretario Académico, que tantas y tantas veces nos ha recibido en su 13 Para los diversos métodos históricos, véase a Comellas, José Luis, “III. El método de trabajo y de investigación”, en Guía de los estudios universitarios. Historia, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1977, pp. 215-185. 14 Cfr. Marrou, Henri-Irénée, El conocimiento histórico, Idea Universitaria, Barcelona, 1999, p. 137.
  • 11. 11 pequeña oficina, atochada de libros, para tratar y solucionar los más variados problemas propios de la vida de un estudiante universitario. En esta misma línea, corresponde reconocer a todos los profesores que, muy mayoritariamente, han sido de primerísima calidad académica e intelectual. Con respecto a las personas que han sido fundamentales en la recopilación de las fuentes primarias, que son el alimento de que se ha de nutrir toda obra histórica, puesto que constituyen las huellas del pasado que se pretende resucitar15, no puede dejar de agradecerse a Carmen Gloria Olivares, de la Biblioteca del Museo Histórico y Militar, lugar al que se acudió por mucho tiempo, revisando numerosos documentos militares de diverso tipo. Asimismo, a Carmen Morandé de la Biblioteca del Congreso Nacional, gracias a la cual fue posible fotocopiar las Memorias de Guerra y no pocas sesiones parlamentarias del período de esta investigación. Pero ningún agradecimiento en una tesis, de una obra que implica poner las últimas piedras del estudio de una carrera profesional, se completaría bien si no se hace particular mención a la familia, en especial a los padres: a aquellos que, siempre e incondicionalmente, saben perdonar todos los errores cometidos. Y sólo por amor: por lo que, al decir de San Pablo, no tiene límites de ninguna especie, sino que todo lo puede. Concepción del Nuevo Extremo, 12 mayo de 2009. 15 “La historia se hace con documentos. Los documentos son las huellas que han dejado los pensamientos y los actos de los hombres de otros tiempos. Entre los pensamientos y los actos, muy pocos hay que dejen huellas visibles, y esas huellas cuando existen son raras veces duraderas, bastando cualquier accidente para borrarlas” (Langlois C.V. y C. Seignobos, Introducción a los estudios históricos, Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1972, p. 17).
  • 12. CAPÍTULO I INFLUENCIA FRANCESA 12 El Chile decimonónico es un Chile afrancesado, situación que incidirá de manera patente en el Ejército, en términos de personas determinadas, así como en materia de organización militar y de ideas tácticas; además de otros elementos externos, como son los uniformes. 1. Afrancesamiento de la sociedad chilena La influencia francesa en el Ejército de Chile no fue el producto de una misión especial de militares galos, contratada por el Estado, sino el fruto natural del ambiente general de afrancesamiento de la sociedad chilena en el siglo XIX. El origen de este contexto cultural es explicado por el profesor Francisco Javier González, quien señala: “Finalizado el proceso de independencia, las nuevas naciones de Hispanoamérica comenzaron un lento y difícil proceso de organización. Formaban parte, hasta entonces, de un conjunto político — la monarquía hispánica— que era también una vasta área de intensos flujos culturales en los que España ocupaba un lugar central. Aunque los países latinoamericanos conservaban la cultura hispánica de sus orígenes, la península ya no ocupaba un lugar central en las referencias de los nuevos países. La necesidad de distinguirse de ella durante la independencia, unida al triste estado en que la antigua metrópolis se encuentra durante buena parte del siglo XIX, hace que las miradas americanas se dirijan hacia otras naciones en busca de modelos que reemplazasen a aquellos que anteriormente la península les había nutrido”16. En la misma línea de pensamiento, Jean Pierre Blancpain habla, ya para el caso de Chile, de un proceso de descastellanización que consiste “en aproximarse a las naciones modernas, y enriquecerse con experiencias de otros países: esto haría que la joven república tomará conciencia que sólo avanzando podría existir”17. 16 González Errázuriz, Francisco Javier, Aquellos años franceses. 1870-1900. Chile en la huella de París Taurus, Santiago, 2003, p. 11. 17 Blancpain, Jean Pierre, “Cultura francesa y francomanía en América Latina: el caso de Chile en el siglo XIX”, en Cuadernos de Historia, Nº 7, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago, 1987, p. 11.
  • 13. 13 Un camino mediante el cual nuestro país buscó acercarse a las naciones europeas más avanzadas fue a través del impulso, sea por medios directos o indirectos —mediante contratos expresos o apoyos tácitos—, a la venida de extranjeros de las más diversas naciones y actividades. Las autoridades políticas patrocinaron la llegada de estos inmigrantes con el objeto doble de, por una parte, construir la república que se encontraba en ciernes y, por otra, ayudar a la conformación de una nueva sociedad: de un pueblo “civilizado”, a la altura del mundo moderno al que el “coloniaje” nos tenía ajenos. Y, en efecto, entre 1810 y 1840 se desarrolló un persistente proceso de llegada de inmigrantes destacados a Chile. Hernán Godoy Urzúa constata que al “estallar la revolución de la independencia, el número de extranjeros era muy reducido”, señalando que el “empadronamiento de García Carrasco dio en 1809 la cifra de 79 personas, compuesta principalmente por 21 portugueses, 18 italianos, 10 norteamericanos, 9 franceses, 6 ingleses”18. Pero este hecho se revirtió, notablemente, desde 1811. Como ya se dijo, estos extranjeros pertenecían a las más variadas profesiones: eran educadores, comerciantes, intelectuales, artistas, etc. Y, por cierto, también militares y marinos. Muchos de ellos fueron incorporados a tareas públicas de carácter innovador y creativo. Se podrían citar innumerables casos de extranjeros que desde 1810 en adelante vinieron a Chile, llegando a constituir un importante aporte al desarrollo de nuestro país. Menciónese, sólo a manera de ejemplo, al británico Lord Cochrane (1775-1860), que recibió de manos de O’Higgins el almirantazgo de la escuadra nacional; a los médicos irlandeses Guillermo Blest y Nataniel Cox, llegados en 1819; y al pintor alemán Juan Mauricio Rugendas (1802-1858), quien permaneció en el país por más de una década, entre 1834 y 1845. Pero, sin lugar a dudas, la personalidad foránea más emblemática fue la del venezolano Andrés Bello (1781-1865), contratado en Europa por Mariano Egaña. Según Hernán Godoy, Bello “estimuló la cultura impulsando todas las formas e instancias mediadoras del trabajo intelectual. Inspiró periódicos y revistas, inauguró la crítica literaria, enseñó a escribir la historia, participó en salones y tertulias, en su propia casa y en la de Peñalolén”19. Pero, claramente, su nombre pasó a la posteridad gracias a la fundación de la Universidad de Chile en 1842, y por la 18 Godoy Urzúa, Hernán, La Cultura Chilena. Ensayo de síntesis y de interpretación sociológica, Editorial Universitaria, Santiago, 1982, p. 240. Por supuesto, estas cifras excluyen a los españoles, puesto que éstos se consideran viviendo en territorio propio. 19 Ibid., p. 309.
  • 14. 14 elaboración del Código Civil (promulgado en 1855 y vigente desde 1857), siendo un modelo determinante de otros códigos en el continente20. Entre los muchos extranjeros llegados Chile, no pocos procedieron de Francia. Blancpain pone el acento en la calidad de artistas de estos primeros inmigrantes galos. Por ejemplo: Ernest Courtois, “decorador incansable de los edificios públicos de la capital”; el arquitecto Claude Brunet-Desbaines, “traído a Chile en 1849 y cuyo nombre se encuentra en las más hermosas mansiones de la aristocracia”; y, ya a fines de siglo, Lucien Hénault que “reconstruye el Teatro Municipal de Santiago después del incendio de 1870”21. Pero, obviamente, más importante que los nombres concretos son las diversas áreas en que se materializó lo que puede calificarse como afrancesamiento de la sociedad chilena. Además del arte, pueden consignarse los siguientes ámbitos: la literatura, las ideas, la lengua, la moda, las costumbres, etc. Por ejemplo, en el plano de la vida cotidiana se llegará a hablar de una “vida a la francesa”: de una imitación de las formas de comportamiento y de sociabilidad galas. “Y en la medida en que se ascendía en la escala social, esas formas pasaban a ser, sino un retrato, al menos una copia —elegante o burda— de ese vivir de la alta sociedad parisina”22. Y el Ejército chileno es una de las instituciones que mayor inspiración recibió desde el país galo. Esta influencia concluyó con el inicio del proceso de prusianización (1885), que tiene su origen en la contratación por el Gobierno chileno del capitán alemán Emilio Körner (1846-1920)23. Desde el punto de vista de las formas exteriores, llamativa es la influencia francesa en materia de uniformes. Esta situación se concretó de manera clara y permanente con las disposiciones establecidas bajo el gobierno del Director Supremo Bernardo O’Higgins (1820), distinguiéndose varias categorías de uniformes según el grado: 20 Francisco Walker Linares constata que Bello, si bien se inspiró en el Código Napoleón para la elaboración de nuestro Código Civil, “en otros puntos se aparta del sistema francés siguiéndose viejas prácticas coloniales españolas” (Walker Linares, Francisco, “La cultura francesa en Chile”, en Atenea, Nº 406, Universidad de Concepción, Concepción, 1964, p. 174). 21 Blancpain, Jean Pierre, op. cit., p. 17. 22 González Errázuriz, Francisco Javier, op. cit., p. 169. 23 Para este tema, véase a Brahm García, Enrique, Preparados para la guerra. pensamiento militar chileno bajo influencia alemana 1885-1930, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003; y Sater, William F., “Reformas militares alemanas y el Ejército chileno”, en Revista de Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Concepción, Concepción, 1997, pp. 79-91.
  • 15. 15 Coroneles, Oficiales de Estado Mayor General, Servicio Religioso, Escuadrón de Dragones de la República, Edecanes y Dragones de la Escolta General24. Por ejemplo, se dispone que el “petit uniforme” de la tropa del Escuadrón de Dragones será “gorra o morrión, cordones celestes, corbatín negro, casaquilla como está detallada para Oficiales; pantalón azul, franja amarilla de lana, botín paño azul; bota con espuela de fierro”25. Y durante nuestro período (1866-1879) se mantuvieron los uniformes, con diversos detalles en sus diseños, de notoria influencia gala, incluso detectable para los neófitos en estos asuntos26. Pero las instituciones son las personas que las integran, siendo decisiva en el Ejército la llegada, desde los primeros tiempos, de varios militares franceses, sobre los cuales O’Higgins puede apoyarse, tanto durante el proceso independentista (1810-1818) como bajo su mandato mismo (1818-1823)27. Este elemento constituye lo que podemos llamar el fundamento humano del Ejército posterior, puesto que se trata de personas venidas a Chile mucho tiempo antes, desde los años de Independencia, pero que dejan marcas indelebles en la institución: huellas que permanecen y que estarán plenamente vigentes en la segunda mitad del siglo. Es difícil referirse a todos. Además de otros nombres como los de Viel, Vic de Tupper, Cramer, Bacler d’Albe, Mercher, Lafond de Lurcy, Drouet y Brayer, este último amigo personal de Napoleón28, quizás merezca ser destacada figura de Jorge Beauchef (1787-1840), como un claro ejemplo de estos varios militares franceses que llegan a Chile desde los tiempos de la Independencia29. Hasta el día de hoy, Beauchef es un personaje que figura en el panteón de los héroes de nuestro Ejército30. De hecho, una de las publicaciones historiográficas oficiales de la institución castrense no duda en afirmar que “pronto Beauchef se conquistó el título de ‘chileno ilustre’”31. 24 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo III. El Ejército y la organización de la República (117-1840), Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1980, pp. 271-273. 25 Ibid. 273. 26 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV. Consolidación del profesionalismo militar. Fin de la Guerra fe Arauco. 1840-1883, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, pp. 303-316. 27 Cfr. Francisco Javier González, op. cit., p. 196. 28 Cfr. Ibid. 29 Una buena síntesis de estos militares galos puede verse en Campos Harriet, Fernando, “Soldados de Napoleón en Independencia de Chile”, en el mismo, Jornadas de la Historia de Chile, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago, Santiago, 1981, pp. 119-136. 30 Cfr. “Coronel Jorge Beauchef Ismet”, en Ejército de Chile, http://www.ejercito.cl/nuestro_ejercito/heroes_beauchef.php, febrero de 2009. 31 Héroes y soldados ilustres de Chile. 1810-1891, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1981, p. 17.
  • 16. 2. Influencia francesa en materia de organización militar32 16 La influencia gala en el Ejército de Chile se expresó, ante todo, en el modo en que se organizó la institución. En cuanto a la organización de tipo funcional, que se refiere a las unidades permanentes que incluye la fuerza militar y que deben estar preparadas para constituirse en unidades operativas, especialmente en el caso de producirse algún evento bélico33, la Ordenanza General del Ejército de 1839 (vigente hasta 1924) establecía que El ejército permanente de la República se compone de artillería, infantería, caballería e ingenieros, observando en su formación el método siguiente: la artillería tendrá el primer lugar, después de ésta seguirá la infantería por antigüedad de cuerpos, según fecha de su creación, y luego la caballería guardando el mismo orden34. El arma de artillería se dividía en artillería de a pie y de a caballo35. Como consta en las Memorias de Guerra, esta arma se conformaba en un único regimiento36. ¿En que radicaba el influjo francés en este ámbito? Justamente en el hecho de que desde los tiempos de la Revolución, y especialmente con Napoleón, se consolidó en Europa la idea de que la artillería debía estar organizada separadamente y no formar parte de las otras armas. Esto se explica por la circunstancia de que, con el emperador francés, “la artillería dejó de tener simplemente un valor de estorbo para impedir que el enemigo se juntara en el campo de batalla y pasó a ser un arma con la que abrir brechas en sus filas antes de lanzar un ataque de infantería o la caballería para completar el proceso de desorganización”37. Como 32 El marino chileno Omar Gutiérrez distingue tres dimensiones en toda organización militar: organización operativa, organización administrativa y funcional y organización del personal (Cfr. Gutiérrez Valdebenito, Omar, Sociología Militar. La profesión militar en la sociedad democrática, Editorial Universitaria, Santiago, 2002, pp. 189-193). Para este apartado, hemos seguido este marco teórico. 33 Cfr. Ibid., pp.189 y 190. 34 Lara, Alberto, Ordenanza General del Ejército, Imprenta del Ministerio de Guerra, Santiago, 1923, p. 11. Esta ley es promulgada por vez primera en 1839. La edición de 1923 contiene todas las disposiciones anteriores, modificadas o derogadas, puesto que se trata de una edición crítica. 35 Cfr. Ibid. También puede agregarse la artillería de costa, asociada a la Marina. 36 Para la historia en Chile de esta arma, véase a Barrientos, Pablo, Historia de la Artillería de Chile, Instituto Geográfico Militar, Santiago, 1946. Como bosquejo: La artillería chilena. 1810-1992, Dirección General. Comité de Artillería, Santiago, 1996. 37 Gibbs, N. H., “Capítulo III. Las fuerzas armadas y el arte de la guerra”, en Cambridge University Press, Historia del mundo moderno, Tomo IX. Guerra y paz en tiempos de revolución 1793-1830, Editorial Sopena, Barcelona, 1978, pp. 45 y 46.
  • 17. 17 concepto básico, señálese que el arma de artillería “combate en orden cerrado y por lo tanto en frentes estrechos. Las órdenes son a viva voz o al toque de una corneta”38. El arma de infantería se dividía en batallones, cada uno separado en compañías39. Y el arma de caballería se componía de regimientos, divididos en dos o más escuadrones, cada uno de los cuales se subdivide en compañías40. Para no quedarnos sólo en la letra de esta normativa, señalemos que en la mayor parte de nuestro período el Ejército se compone de un regimiento de artillería, de cinco batallones de infantería y de dos regimientos de caballería. CUADRO 1 Estructura funcional del ejército de Chile (1866-1879)41 Regimiento de Artillería Batallón Buin 1º de línea Batallón 2º de línea Batallón 3º de línea Batallón 4º de línea Batallón 7º de línea Regimiento de Cazadores a caballo Regimiento de Granaderos a caballo Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias de los Ministerios de Guerra y Marina presentadas al Congreso Nacional (Santiago, diversas imprentas, 1866-1880). Con respecto a la organización del personal, cabe distinguir dos materias principales: reclutamiento o enganche de tropas y grados jerárquicos. Sobre el primero de estos aspectos, clave es la siguiente disposición referida al “modo de completar la fuerza del Ejército”: 38 La artillería chilena, p. 17. 39 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 12. 40 Cfr. Ibid., p. 15. Para una historia de esta arma, véase a Madrid Torres, Vanessa, “Génesis y evolución de la caballería en Chile”, en Revista Libertador O’Higgins, Nº 12, Santiago, 1995. 41 Aclárese que se trata de la estructura más estable durante el período, puesto que a lo largo de él se producen algunas variaciones. Las de mayor importancia dicen relación con lo siguiente: en 1867 se disuelven los batallones 9º, 10º y 11º. En 1868 el batallón 8º se convierte en la Brigada de Toltén (zona de Arauco). En 1871 se restituye el batallón 8º, siendo suprimido definitivamente en 1871.
  • 18. La fuerza del Ejército se compondrá de hombres destinados por la autoridad competente, y de recluta de gente voluntaria. No bajarán de dieciséis años de edad ni pasarán de cuarenta; no se les sentará su plaza en menos de cinco años. La estatura será lo menos de cinco pies, con disposición, robustez y agilidad para resistir las fatigas del servicio, sin imperfección notable en su personalidad, y libre de accidentes habituales42. 18 Como se observa, además de la natural exigencia de cumplir con ciertos requisitos mínimos —en lo físico y moral—, esta disposición establecía un servicio militar semivoluntario, de una duración de cinco años, luego de los cuales se podía renovar por otros dos43. Decimos semivoluntario, porque incluía a los “hombres destinados por la autoridad competente”. No contamos con cifras sobre la efectiva voluntariedad del servicio, pero a la luz de los problemas del enganche —asunto que veremos en el capítulo siguiente — se trataba, en la práctica, de un servicio más voluntario que obligatorio. Además, esta prestación suponía el pago de un sueldo y de ciertas gratificaciones variables44. El carácter semivoluntario de la conscripción en Chile es un aspecto en que nuestro sistema de reclutamiento difiere del caso francés, revolucionario y napoleónico, de índole obligatoria y más o menos universal. Principio este último que sí es recogido en los años de la Patria Vieja (1810-1814), puesto que en aquella época la Junta de Gobierno decretó la conscripción de todos los hombres de entre dieciséis y sesenta años de edad (1811). De este modo, se comienza a poner en práctica el principio de “la nación en armas” de la Francia revolucionaria45. El profesor Enrique Brahm García, siguiendo las ideas de Goltz, describe este concepto histórico-militar como la circunstancia de que las guerras modernas ya no son entre ejércitos, sino entre naciones, poniéndose en ellas “todos los medios, tanto espirituales como materiales, para superar al rival”46. En otras palabras, se trata de una guerra total: “La guerra dejaba de ser cosa del rey y su tesoro para abarcar el estado entero 42 Lara, Alberto, op. cit., p. 15. 43 Así lo establece la Ordenanza para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de los ejércitos de la República de 1854 (Cfr. Rodríguez Rautcher, Sergio, Problemática del soldado durante la Guerra del Pacífico, Estado Mayor General del Ejército, 1984, p. 110). 44 A los sueldos y condiciones del servicio, nos referiremos en el Capítulo III. 45 Cfr. Puigmal, Patrick, “Influencia francesa durante las guerras de la independencia: de lo militar a lo político”, en Segunda Jornada de Historia Militar. Siglos XIX-XX, Centro de estudios e investigaciones militares (CESIM) — Departamento de Historia Militar del Ejército de Chile, Santiago, 2005, pp. 18 y 19. 46 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 38. Para el tema de la guerra moderna, véase a Verstryngue Rojas, “El sistema de guerra de la sociedad industrial”, en REIS, Madrid, pp. 105-143.
  • 19. 19 con todo su potencial humano y material”47. Gibbs sostiene que uno de los primeros autores en tomar conciencia de este fenómeno es Clausewitz para quien, “después de 1789, la guerra se había convertido repentinamente en un asunto del pueblo, y de un pueblo formado por treinta millones de personas, cada una de las cuales se consideraba a sí misma como un ciudadano del Estado”48. Pero, ¿por qué en el Chile de nuestro período no existió un sistema obligatorio y masivo de reclutamiento? Las razones pueden ser varias. Pero señálense tres principales, estrechamente conectadas entre sí. La primera es que reinó en el país, desde tiempos de la Independencia, un profundo sentimiento pacifista y americanista. Similar sentimiento que, con ciertos matices, inspiró la participación de Chile en la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana (1836-1839) y, especialmente, en la Guerra con España (1865-1866). En segundo lugar, existían motivos de economía fiscal. Precisamente por la misma razón anterior, no constituyó una prioridad el gasto en materia de defensa49. Y, finalmente, no existía en Chile, ni en general en el continente americano, el concepto europeo de guerra total, sino de guerra limitada. Probablemente, y en buena medida, recién con la Guerra del Pacífico, nuestro país (así como el Perú y Bolivia) se acercará a este último concepto, puesto que se ahí sí se logra movilizar, incluso forzadamente, a una gran cantidad de tropas, amén de que se movilizarán las conciencias de todo el pueblo mediante una serie de simbologías de carácter patriótico y romántico. En términos de la organización del personal, un aspecto en que sí se aprecia una influencia francesa es en el hecho de que en el Ejército se podía hacer carrera, viéndose a la institución castrense como una entidad más democrática que aristocrática. Los grados jerárquicos del Ejército, de inferior a superior, eran los siguientes: soldado, cabo 2º, cabo 1º, sargento 2º, sargento 1º, cadete, alférez, subteniente, teniente 2º, teniente 1º, ayudante mayor, capitán, sargento mayor, teniente coronel, coronel, general de brigada y general de división. Los oficiales eran nombrados por el Ministro de Guerra a propuesta del Inspector 47 Brahm García, Enrique, op. cit., p. 39. 48 Gibbs, N. H., op. cit., p. 40. 49 Al pacifismo de los políticos chilenos, dentro del cual veremos el presupuesto asignado a defensa, dedicaremos el Capítulo IV de esta tesis.
  • 20. 20 General del Ejército50. Y “las clases que pretendan su ascenso a oficial deben acreditar por medio de un examen que poseen conocimientos equivalentes o los que se exigen a los cadetes de la Escuela Militar”51. De este modo, se configuraba el principio de la carrièrre ouverte aux talents52. Por supuesto, muchas veces, los principios son más teóricos que prácticos; pero ello revela, al menos, el antedicho influjo y la posibilidad de acceder, para personas de pocas alternativas en la vida, a una carrera ascendente y segura. Además, una ley de 1878, promulgada por el Presidente Pinto (1876-1881), establecía que “para ascender a los empleos que median entre la clase de soldado y la de Sargento primero, es necesario haber servido cuatro meses a lo menos en el empleo inmediatamente inferior”53. O sea, ni siquiera era estrictamente necesario, al menos en el papel, haber cumplido el plazo obligatorio de cinco años en el servicio. Ahora bien, con respecto al alto mando, importante es saber que en siglo XIX (y hasta bien entrado el XX), no existía en Chile lo que hoy se conoce como Comandante en Jefe del Ejército. En otras palabras, no había una jefatura máxima centralizada en las filas de la institución, sino que el Ejército dependía directamente del Gobierno a través de sus autoridades civiles, en especial del Ministro de Guerra que, en algunas ocasiones, y siendo de la confianza plena del Presidente de la República, era militar. Las autoridades máximas del Ejército en tiempos de paz fueron de dos tipos: 1) el Inspector General del Ejército que, tal como su nombre lo indica, ejercía la función de fiscalizador del cumplimiento de la normativa que regulaba a la institución castrense54; y 2) los comandantes generales de armas de las provincias que, al mismo tiempo, eran los intendentes de cada una de ellas, a quienes “estarán subordinados todos los individuos militares que tengan destino o residencia accidental en ella [s], incluso los generales”55. Ambas autoridades dependían directamente del Gobierno a través del Ministro de Guerra. Salta a la vista la intención del 50 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157. 51 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, Estudios de Historia Militar, Tomo II, Imprenta Cervantes, Santiago. 1887, p. 254. 52 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 42. 53 Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército desde abril de 1812 a diciembre de 1887, Tomo VI, Imprenta de R. Varela, 1884, p. 32. 54 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 157. 55 Ibid., p. 167.
  • 21. 21 legislador: mediante la descentralización del alto mando, se caminaba en la línea portaliana y constitucional de subordinación del Ejército al Gobierno. La organización operativa (o sea, aquella que se forma en caso de guerra) se basaba en el nombramiento por parte del Gobierno de un General en Jefe del Ejército de Campaña, al cual estaba subordinado el Comandante General de Armas de la provincia que corresponda, en su caso. Este general tenía a su directo cargo un escuadrón especial denominado “Escuadrón del General”56. Asimismo, la organización operativa contemplaba las comandancias generales de infantería y de caballería57; no así de artillería: situación que se debía al hecho de que, por constituir una unidad más pequeña —compuesta, como ya se vio, de un solo regimiento—, pasaba a depender directamente del General en Jefe. Por otra parte, en caso de guerra comenzaba a funcionar un Estado Mayor del Ejército58. En Chile, este organismo se creó el 15 de septiembre de 1820, bajo el Gobierno de Bernardo O’Higgins. En 1869 se dictó el Reglamento para el Estado Mayor de un Ejército de operaciones. Esta norma vino a complementar las disposiciones que sobre esta entidad consagraba la Ordenanza de 1839. Su artículo 1º la definía del siguiente modo: El Estado Mayor es una reunión de jefes y oficiales que son los auxiliares del General o Comandante en Jefe en el ejercicio de sus funciones, y el órgano por donde se transmiten sus órdenes a las diversas secciones de que se compone un ejército59. Al jefe de esta repartición, le correspondían, entre otras, las siguientes atribuciones: 1) formar el plan de batalla60, 2) inspeccionar todos los detalles del Ejército, 3) informar de lo anterior al General en Jefe, 4) mensualmente, debe establecer el estado de la fuerza, 5) lo mismo sobre estado del material de guerra, fortificaciones y municiones, y 6) después de una batalla, recopilar la nómina de los muertos, heridos y prisioneros61. A objeto de 56 Cfr. Ibid., p. 185. 57 Cfr. Ibid., pp. 195-197. 58 Cfr. Ibid., pp. 191-195. Para la Historia del Estado Mayor del Ejército, véase: Reseña histórica del Estado Mayor General del Ejército. 1820-1985, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1985; y Barrientos Gutiérrez, Pedro, Historia del Estado Mayor General del Ejército (1811-1944), Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1947. 59 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, p. 188. 60 Cfr. Lara, Alberto, op. cit., p. 191. 61 Cfr. Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, pp. 189 y 190.
  • 22. 22 subrayar la falta de preparación militar de Chile para la Guerra del Pacífico, el militar chileno Arturo Sepúlveda Rojas se pregunta: “¿Cuántas vidas, tiempo y dinero se habrían ahorrado, si se hubiera encontrado funcionando este imprescindible organismo especializado, asesor del Mando?”62. Esto puede ser verdad, pero no hay que olvidar que en esto nuestro Ejército también seguía la pauta de Napoleón, que se basa en sistema de mando personalista y centralizado63. Hay que decir que la moderna idea de un Estado Mayor General permanente, que nace en el Ejército prusiano de la primera mitad del siglo XIX, aún no era asimilada por nuestro Ejército, porque todavía no se captaba plenamente la evolución del arte de la guerra en el mundo, particularmente en Europa. Citemos a Liddell Hart: “Durante las luchas contra Napoleón, los reformadores militares Scharnhorst y Gneisenau, desarrollando las ideas anteriores de Massenbach, habían creado el núcleo de un ‘Estado Mayor General’ con funciones más amplias y responsabilidades mayores que las de los antiguos ayudantes de Estado Mayor de un general, que eran usualmente muy poco más que correos a sus órdenes, o burócratas encargados de los detalles administrativos. En el sistema prusiano, el Estado Mayor General sería el cerebro colectivo del Ejército”64. Hart añade que aquí surge, por vez primera, el concepto de un Estado Mayor General en funcionamiento no sólo en campañas efectivas, sino también en tiempos de paz, y que estaría compuesto por asesores expertos en táctica militar65. Pero, reiteremos, todavía no es el prusiano el modelo que sigue nuestro Ejército, sino el francés. 3. Recepción de las ideas tácticas de la época de Napoleón Otro aspecto clave en que se materializó la influencia francesa en nuestro Ejército es el de de las ideas tácticas de la época del emperador galo. ¿En qué consistió esta incidencia en el Ejército de Chile? Esta pregunta puede ser respondida desde varias perspectivas. Hagámoslo desde el punto de vista de la infantería, que es lo que mayor importancia tiene para los efectos de nuestro tema; referido, esencialmente, al personal. 62 Sepúlveda Rojas, Arturo, Así vivieron y vencieron. La logística del Ejército chileno durante la Guerra del Pacífico, 1980, p. 8. 63 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 52. 64 Liddell Hart, B. H., “Capítulo XII. Las Fuerzas Armadas y el Arte de la Guerra: el Ejército”, en Cambridge University Press, Historia del mundo moderno, Tomo X. El cénit del poder europeo. 1830-1870, Editorial Sopena, Barcelona, 1978, p. 228. 65 Cfr. Ibid.
  • 23. Desde los tiempos de la Revolución Francesa se viene debatiendo sobre la eficacia de la formación en línea o, en cambio, de la de columnas, a las cuales hay que agregar, como fuerzas de vanguardia, a las de escaramuzas66. Señala Gibbs: “Los generales franceses en 1792 y 1793 tendían a apegarse a la formación en línea, ya que los veteranos de sus ejércitos habían sido instruidos de este modo y los nuevos reclutas se adaptaron al principio al viejo sistema”. Este mismo autor añade: “La columna en masa para el ataque fue probada una o dos veces, en Jemapess por ejemplo, pero con resultados no muy satisfactorios. En 1794, sin embargo, y en particular en la Armée du Nord, donde los refuerzos necesariamente grandes de nuevas quintas rebajaron sumamente la disciplina — aunque no el espíritu—, de las tropas francesas, la lucha en línea resultó prácticamente imposible. Como resultado de ello, la infantería francesa luchó dispersa como escaramuzadores, utilizando los cobijos para su fuego de acoso y para el de retirada al ser contraatacados”67. En otros términos, el siglo XIX, en particular las guerras napoleónicas, marcará la disyuntiva, en el plano de la infantería, entre los llamados orden compacto y orden disperso, avanzándose, gradualmente, hacia la segunda de estas modalidades. Hay que decir, tal como lo indica Gibbs, que ello, en gran parte, dice relación con la masificación, producto de la conscripción más o menos obligatoria, que se va produciendo en los ejércitos. Pero a este elemento cuantitativo, hay que añadir otro de orden cualitativo o específicamente técnico, como es el progreso en las armas de fuego, que van haciendo ineficaz el orden unido en el combate, incluso bajo la forma de columnas más o menos flexibles. A contrario sensu, la línea de mosqueteros mantendrá su vigencia en tanto en cuanto los infantes de ataque en columnas carezcan de la preparación de tiro suficiente y de armas de mayor precisión y largo alcance68. Lo cierto es que el Ejército napoleónico utilizará un sistema mixto, combinado, entre las formaciones de línea y de columna, además de la utilización de grupos de escaramuzadores. Por lo mismo, puede decirse que las tácticas del emperador, cuyas victorias en el campo de batalla tanto prestigio le darían a 66 Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., pp. 48 y 49. 67 Ibid., p. 49. 68 Cfr. Ibid. 23
  • 24. 24 Francia —y que, por cierto, marcaría la influencia que venimos refiriendo—, no fueron el fruto de grandes transformaciones o reformas, de cambios dogmáticos y radicales, sino expresión de un tiempo de transición en el arte de la guerra, incluyendo estrategias, tácticas, armas, logística, entre otros varios elementos. Más bien, lo destacable en Napoleón, como tantos autores lo han sostenido, fue su gran capacidad de movilizar, en poco tiempo, aunque no en distancias en exceso amplias, a enormes masas de soldados, hasta de 200.000. Y procurando siempre concentrar a sus tropas en cantidades claramente superiores a las del enemigo, al que buscaba mantener acotado a unidades separadas69. Además de que utilizó con éxito las maniobras de líneas envolventes (por ejemplo, en la batalla de Ulm en 1805) y la de líneas interiores (léase, la batalla de Austerlitz en el mismo año). La primera consistía en dividir sus tropas en un ejército de frente y otro que entra de espaldas; la segunda, buscaba cortar en dos partes al ejército enemigo70. Pues bien, el ejército chileno de nuestro período (1866-1879) es hijo de la transición señalada en el párrafo anterior: de la disyuntiva, no totalmente aclarada, entre el sistema de orden compacto y el de orden disperso. Esta realidad ecléctica puede ser apreciada en los manuales de instrucción, destinados a la enseñanza del soldado recluta o a las diversas armas de que se compone la fuerza (artillería, infantería y caballería). Por eso, no resulta casual que sean estos manuales —a veces traducidos del francés; en otras ocasiones, de autoría original, aunque inspirados en las ideas tácticas galas— los que sean usados durante buena parte del siglo XIX, hasta los inicios de la referida prusianización. Por lo mismo, tampoco resulta sorprendente, en la línea que venimos señalando, que el anexo Nº 24 de la Memoria del Ministro de Guerra de 1868 realice la siguiente enumeración de las obras autorizadas por el Gobierno para la instrucción militar: 1º Ordenanza General del Ejército, Edición oficial de 1839 (Código de Instrucción). 2º Táctica de infantería, Edición oficial de 1829, dos tomos. 3º Guía del instructor para la enseñanza del soldado en 30 días, por Armand Legrós, traducido por el Coronel graduado don Justo Arteaga. Adoptado por decreto supremo de 23 de julio de 1845, un tomo. 69 Cfr. Ibid., pp. 51 y 52. 70 Cfr. Fernández, Antonio, Historia del mundo contemporáneo. Curso de orientación universitaria, Vicens Vivens, Barcelona, 1998, pp. 46-49.
  • 25. 25 4º Táctica de guerrilla para la infantería, por el Sargento Mayor don José María Silva Chávez. Mandada observar por decreto supremo de 22 de enero de 1846, un tomo. 5º Táctica de artillería, por el Coronel don Justo Arteaga, traducción de Le-Secq de Crepy. Adoptada por decreto supremo de 10 de abril de 1848, un tomo. 6º Táctica de artillería, por el Teniente Coronel don Antonio de la Fuente. Adoptada por decreto supremo de 5 de diciembre de 1854, un tomo. 7º Táctica de caballería. Edición oficial de 1828. Mandado que se venda en $ 2.50 por la Tesorería General, decreto de 4 de noviembre de 1853, un tomo y un cuaderno de laminas. 8º Táctica de infantería, por el Coronel graduado don José María Silva Chávez. Adoptada por decreto supremo de 3 de mayo de 1867, tres volúmenes. Hay algunas otras publicaciones militares, costeadas por el Estado o por particulares, para el buen servicio del Ejército, pero que no tratan del ejercicio y maniobras, etc.71. Como se aprecia, dos de estas ocho obras son directamente traducidas del francés, siendo las restantes de clara influencia gala. Esta situación, en términos críticos, es así reconocida, en 1887, por Emilio Körner y Jorge Boonen Rivera (1858-1921), impulsores ambos de la reforma prusiana en nuestro Ejército. Señalan: “El reglamento de infantería que todavía se sigue para la instrucción de los cuerpos de esta arma, fue propuesto por el coronel don José María Silva Chávez y aceptado por el Ministerio de Guerra en el año 1865. Está tomado del reglamento francés de 1862 y adolece de todos los defectos que hemos señalado en este último”72. A los manuales arriba indicados, hay que agregar el Tratado de ejercicios para la instrucción del cuerpo de Artillería de Antonio de la Fuente73. Asimismo, ya durante la guerra misma, en agosto de 1879, fue aprobado el Compendio de Táctica de Infantería de José Antonio Nolasco74, basado en la citada obra de Silva Chávez. Y, con respecto a la táctica en general, abarcando a las tres armas en su acción conjunta, nuestro Ejército llegará a utilizar la obra de Vaultier, publicada en Chile en 1871: Observaciones sobre el Arte de hacer la Guerra según las máximas de los más grandes generales75. 71 “Documento anexo Nº 24”, en Memoria que el Ministro de Estado en el departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 1868, p. 20. 72 Körner, Emilio, y Jorge Boonen Rivera, op. cit., p. 257. 73 De la Fuente, Antonio, Tratado de ejercicios para la instrucción del cuerpo de Artillería, arreglado en vista de los mejores autores modernos, Imprenta del Diario, Valparaíso, 1854. 74 Nolasco, José Antonio, Compendio de Táctica de Infantería, Imprenta Nacional, Santiago, 1879. 75 Vaultier, M., Capitán del Ejército Francés, Observaciones sobre el Arte de hacer la Guerra según las máximas de los más grandes generales, en APÉNDICE de Varas, José Antonio, op. cit., Tomo IV, 1871, pp.
  • 26. 26 Así, pues, por ejemplo, el Compendio de Infantería de José Antonio Nolasco constituyó una patente manifestación de lo que se acaba de indicar: es decir, no logró definirse del todo por un sistema compacto o disperso. Con posterioridad a nuestro período, se le dará mayor importancia al segundo de estos sistemas, estableciéndose manuales exclusivamente dedicados a él. En 1884, todavía en tiempos de la Guerra con el Perú, se publicó el Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”. Esta obra, cuyo autor es Adolfo Silva Vergara, Coronel Jefe de la División de Estado Mayor de la ocupación de Arequipa, es una de las últimas basada en disposiciones galas. En este caso, se trató de una extracción o compendio del “Reglamento para las maniobras de infantería del ejército francés” de 188276. Aquí (y en la misma Francia) ya se estaban aquilatando las lecciones de la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), llegándose a la conclusión de que con las nuevas armas de fuego resultaba imposible mantener las formaciones en orden unido, las que se estimaban muy vulnerables. Después de la llegada de Körner, y en la medida en que se asimile de mejor manera la evolución en el arte de la guerra, se adoptarán nuevos manuales y reglamentos, v. gr., El soldado de infantería en el combate (1896)77, Traducción del Reglamento de maniobras para la artillería de campaña (montada y a caballo) del Ejército alemán (1899)78, etc. Enrique Brahm trata in extenso el proceso de prusianización de nuestro Ejército y, en concreto, la consolidación de la táctica de infantería de orden disperso por sobre la de orden compacto en el período de la prusianización (1885 en adelante)79. Aquí sólo deseamos subrayar que el Ejército de Chile del período 1866-1879 representa una transición en el arte de la guerra. Similar situación que antes se había dado en la Francia napoleónica. 257-324. 76 Cfr. Silva Vergara, Adolfo, Reglamento para la instrucción de la infantería en “orden disperso”, Imprenta San Agustín, Santiago, 1884, p. 6. 77 El soldado de infantería en el combate, Imprenta y Litografía de la Sección Técnica del Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 1896. 78 Silva, Luis, Traducción del Reglamento de maniobras para la artillería de campaña (montada y a caballo) del Ejército alemán, Imprenta y Litografía de la S.T. del E.M.G.E., Santiago, 1899. 79 Cfr. Brahm, Enrique, op. cit., pp. 111-117.
  • 27. 27 Las enseñanzas de la Guerra Franco-Prusiana, que pusieron en el tapete múltiples novedades en el orden táctico-militar, no alcanzarán a dejar su huella en la institución castrense aquí tratada. Con Liddell Hart, puede decirse que el éxito de Helmuth von Moltke (1800-1891) consiste en haber logrado una excelente combinación copulativa entre diversos elementos, v. gr., estrategia, movilidad, dotación de tropas, instrucción eficaz, armas modernas, todo lo cual es magistralmente dirigido desde un cerebro único, el Estado Mayor General, justamente al mando de este brillante general alemán80. Pero el caso es que el prestigio prusiano, obtenido básicamente en la antedicha guerra, si bien es conocido en sectores de Chile y del Ejército, no alcanzaba a ser asimilado plenamente, en concreto para los episodios de la Guerra del Pacífico81. En efecto, en 1879 existe el deseo de obtener un triunfo rápido —“a la prusiana”, se dice—, pero esto se ve lejano por la falta de recursos técnicos de nuestro país. En este sentido, se pronunciaba Alberto Blest Gana desde Francia: Desde el principio me parecía insensato y aun criminal ese clamor que pedía victorias instantáneas al Gobierno. ¡Por aquí quieren guerra barata, a la prusiana!, me dice V. lo uno y lo otro son incompatibles para cualquier persona de buen sentido. Un país que sistemáticamente ha negado al Gobierno los recursos más esenciales para armarse y apertrecharse; que ha querido llevar su economía hasta vender sus mejores buques que por cierto no se hicieron en un día como puedo asegurarlo yo que contraté y vigilé su construcción, ese país no tiene derecho a pedir victorias a la prusiana82. 4. Escuela Militar Indudablemente, la influencia de Francia en el orden militar se expresó también en la formación de la oficialidad, concretamente en la Escuela Militar; entidad fundada por 80 Cfr. Liddell Hart, B. H., op. cit., p. 238. 81 Como complemento teórico de este tema, véase a Puyana García. Gabriel, “Teorías de la guerra en Moltke y Liddell Hart”, en Revista de Estudios Sociales, Nº 15, Bogotá, 2003, pp. 109-121. 82 Citado por Ruz, Fernando, Rafael Sotomayor Baeza. El organizador de la victoria, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1980, p. 177. La cita corresponde a una carta de Blest Gana al Presidente Pinto de fecha 10 de octubre de 1879.
  • 28. 28 Bernardo O’Higgins el 15 de marzo de 181783. El influjo galo se manifestó, v. gr., en la circunstancia de que uno de sus primeros instructores haya sido Jorge Beauchef, quien “implantó en la academia la instrucción de modalidad francesa para las diversas armas, y los uniformes, que poco se diferenciaban de los españoles usados hasta entonces desde el advenimiento de la dinastía francesa con Felipe V de Borbón y sus sucesores en España”84. En el período anterior al marco cronológico de este trabajo (o sea, entre 1817 y 1866), esta academia sufrió algunas vicisitudes, básicamente expresadas en el cierre, en diversos momentos, de su funcionamiento. Por ejemplo, esta situación se dio en 1838, en medio de la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana, por razones de carácter económico85. Pero en 1843 el Presidente Bulnes, otrora triunfador en dicho conflicto, reorganizó la Escuela Militar, contratando a los instructores Juillet y Chamoux. En 1847 se enviaron a Francia a trece cadetes egresados, entre los cuales se encontraba Alberto Blest Gana, quien luego destacaría como diplomático y escritor86. Más tarde, en 1865, la Guerra con España obligó a nombrar oficiales a la totalidad de los cadetes. Según el Ministro de Guerra, don Federico Errázuriz, el plan de estudios vigente hasta el inicio de esta guerra “se proponía hacer de la Escuela Militar algo semejante a la escuela francesa de Saint Cyr”87. Sin embargo, luego se constató que Este plan exigía, sin embargo, una grande reforma, irrealizable tal vez en nuestro país, a lo menos en algunos años. La Escuela Militar montada de esta manera iba a imponer grandes gastos, puesto que era indispensable traer de Europa una regular dotación de profesores especiales; y por otra parte, todo hacía creer que el número de alumnos que se incorporaran a ella debía ser muy reducido, y por lo tanto iban a ser casi estériles los sacrificios que se impusiera el Estado. Estas consideraciones obligaron al Ministerio de Guerra a pensar en una reforma más modesta, a la vez que práctica y hacedera88. 83 Para la Historia de la Escuela Militar, puede verse: Duchens, Miriam, La Escuela Militar del Libertador Bernardo O’Higgins: 190 años de Historia (1817-2007), Instituto Geográfico Militar, Santiago, 2007. 84 Aravena, Héctor, “La Escuela Militar a través de sus 150 años”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago, 1967, p. 144. 85 Cfr. Ibid., p. 145. 86 Cfr. Ibid. 87 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1867, Imprenta Nacional, Santiago, 29 de julio de 1867, p. 37. 88 Ibid.
  • 29. Por esta razón, y después de los reglamentos de 1817, 1823 y 1862, en 1866 se dictó una nueva normativa de la entidad que, en materia de estudios, estableció los siguientes cursos89: · Escuela preparatoria: Aritmética (cuatro operaciones, cálculo con fracciones), Geografía (mapas de Europa y América), Gramática castellana (nociones elementales), Caligrafía. · Primer año: Aritmética, Gramática castellana, Historia Sagrada, Geografía descriptiva, Dibujo de paisajes, Caligrafía. · Segundo año: Algebra, Gramática, Francés, Historia antigua hasta la caída del Imperio romano, Catecismo, Dibujo de paisajes. · Tercer año: Geometría, Trigonometría rectilínea, Francés, Historia moderna hasta 1815, estudio profesional de artillería, Dibujo líneal. · Cuarto año: Elementos de topografía y dibujo topográfico, Historia de América y de Chile, Elementos de física, Elementos de química, Literatura retórica y poética. · Quinto año: Cosmografía, Geografía física, Código militar, Derecho de gentes, Fortificación y castrametación, dibujo de construcción. Además, se puso la enseñanza de la Escuela bajo la vigilancia de la Universidad de Chile. “Esta corporación ha quedado encargada de inspeccionar sus exámenes, a fin de hacer de ellos verdaderas pruebas de competencia de parte de los alumnos”90. Como así lo constata la Memoria de 1869, los textos de estudio utilizados eran importados a Francia: 89 Cfr. Ibid., Tomo IV, pp. 42 y 43. 90 Ibid., p. 38. 29
  • 30. A mediados del año anterior se recibieron las obras que sobre construcción, arquitectura y fortificación, se habían encargado a Francia. Con estos buenos libros se ha enriquecido la biblioteca del establecimiento, y encuentran los alumnos donde consultar los trabajos que se les encomiendan, pudiendo igualmente estudiar buenos modelos91. 30 El 2 de noviembre de 1876 la Escuela Militar fue disuelta92. Esta medida se justificó en dos tipos de razones: 1) el tener completado el número de vacantes para la oficialidad93, y 2) la necesidad de reformar radicalmente sus planes de estudios94. Pero una razón de fondo, que se puede inferir de las memorias de guerra respectivas, es la búsqueda de reducir gastos en el erario nacional. Por ejemplo, en 1878 el Ministro del ramo Belisario Prats se pronunció a favor de, en un tiempo más, reabrir la Escuela Militar, pero “reduciéndose el número de alumnos y la antigua dotación de profesores”, con el objeto de “obtener una disminución considerable en los gastos que demande anualmente su sostenimiento”95. En este mismo año dictó un nuevo reglamento que concentró los estudios para ingresar al Ejército y a la Armada96: · Primer año: Geografía elemental y dibujo lineal, Gramática castellana, Inglés, Química general, Historia moderna, Ordenanza militar. · Segundo año: Nociones de Geometría analítica y Trigonometría rectilínea, Principios de Geometría descriptiva, Física y Meteorología, Cosmografía, Historia de América y de Chile, Retórica y Poética, Tácticas de infantería y caballería. 91 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869. 92 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo V, p. 44. 93 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 10 de agosto de 1877, p. 15. 94 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, p. 13. 95 Ibid. 96 Cfr. Ibid., Tomo VI, pp. 44-46.
  • 31. 31 · Tercer año: Hay que distinguir entre el plan común y plan diferenciado. El primero contaba con Topografía, Artillería, Higiene del hombre, Derecho de gentes. El segundo puede desglosarse en dos áreas: — Aspirante a Subteniente: Arte militar, fortificaciones y castrametación, Administración militar, Conocimientos e higiene del caballo. — Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras, Trigonometría esférica y principios de Astronomía esférica. · Cuarto año: — Aspirante a Artillero e Ingeniero: Fortificación permanente, Principio de Mecánica, Química aplicada, Principios de Arquitectura construcciones militares, Táctica de artillería. — Aspirante a Guardiamarina: Arte de aparejar y maniobras marineras, Navegación e Hidrografía, Artillería naval (torpedos), Geografía física, Elementos de construcción naval, Elementos de mecánica (Hidrostática). Luego de iniciada la Guerra del Pacífico, y para subsanar la notoria carencia de oficiales, el 28 de febrero de 1879, el Gobierno decretó que pueden obtener el grado de subteniente: 1) “los sargentos que hayan servido en el Ejército cuatro años, a lo menos”; y 2) los paisanos (civiles) “mayores de dieciocho años que hayan rendido exámenes legalmente válidos de Geografía, Gramática Castellana, Aritmética, Algebra, Francés y Dibujo Lineal”97. CAPÍTULO II DOTACIÓN DE TROPAS El Ejército de 1866-1879 es notablemente exiguo en cuanto a número de soldados, amén de que se encuentra básicamente acantonado en el sur de Chile. Más aún: no logra en ninguno 97 Varas, José Antonio, op. cit., Tomo VI, p. 79.
  • 32. 32 de estos años completar la fuerza autorizada por mandato de la ley. La Guardia Cívica, pivote de su complemento, va decayendo en importancia, disminuyendo drásticamente su contingente. La inmensa mayoría de las tropas que combaten en la Guerra del Pacífico (1879-1884) es reclutada durante el curso del conflicto, no antes. 1. Estadísticas del Ejército Son pocas las obras que, en términos estadísticos, tratan la dotación del Ejército de Chile en el período completo de 1866-1879. Una de estas excepciones es el artículo de Carlos Grez, referido en la introducción de esta tesis. Sergio Villalobos, en un libro que ha causado bastante polémica en el Perú98, reitera el mismo punto de vista de Grez: “En forma sostenida la historiografía peruana y boliviana han aludido sin mayor análisis a la política armamentista de Chile antes de la Guerra del Pacífico. Es una afirmación que nadie ha comprobado, aceptada como indudable y ajena a toda discusión. La tendencia armamentista no sería más que la consecuencia de los planes expansivos, preparados en la sombra y que debían culminar con el zarpazo de 1879. Esta cuestión es de esas verdades inconcusas, que transformadas en mitos y leyendas no admiten prueba en contra porque son parte de la necesidad colectiva”99. Con el objeto de determinar lo más certeramente posible las cifras de tropas en el marco de nuestro período (1866-1879), se han acudido en este trabajo a dos fuentes principales: 1) memorias anuales del Ministerio de Guerra (utilizadas por el mismo Grez), y 2) leyes periódicas que autorizan la fuerza del Ejército permanente. La primera de estas fuentes acostumbra a contrastar las fuerzas autorizadas con las efectivamente existentes, incluso en términos de su distribución en las distintas unidades del Ejército: regimientos y batallones. Véase el siguiente cuadro: 98 Cfr. “Curso de extensión: las visiones historiográficas de la Guerra del Pacífico”, en Instituto de Estudios Peruanos, http://www.iep.org.pe/ViewVideo.php?Id=9f61408e3afb633e50cdf1b20de6f466, febrero de 2009. Asimismo: Parodi, Daniel, “El presente de la Guerra del Pacífico: Memoria, alteridad e imaginarios de una conflagración pasada”, en Blog PUCP, http://blog.pucp.edu.pe/media/avatar/393.pdf, febrero de 2009. 99 Villalobos, Sergio, Chile-Perú: lo que nos une y nos separa, Editorial Universitaria, Santiago, 2004, p. 114. Este autor transcribe los cuadros estadísticos aportados por Grez.
  • 33. CUADRO 2 Dotación del Ejército de Chile (1866-1879) Año Fuerza autorizada100 Fuerza efectiva 1866 3.083 7.504 1867 3.776 1868 3.705 1869 5.018 4.290 1870 5.140 4.519 1871 5.176 3.916 1872 3.916 3.516 1873 3.516 3.171 1874 3.516 3.143 1875 3.573 3.155 1876 3.573 3.165 1877 3.316 3.127 1878 3.316 2.440 1879 3.122 2.400101 33 Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880; y Varas, José Antonio, Recopilación de Leyes, Órdenes, Decretos Supremos y Circulares concernientes al Ejército, desde enero de 1866 a diciembre de 1870, Tomo IV, Imprenta Nacional, Santiago, 1871. La ley que estableció la declaración de guerra a España, de fecha 24 de septiembre de 1865, autorizó al Presidente de la República, en su artículo 2º, “para que aumente las fuerzas de mar y tierra hasta que lo creyese necesario”102. Esta disposición explica el notable aumento de fuerzas efectivas de 1866 (7.504 plazas) con respecto al año anterior (2.796). Como bien se sabe, la participación de Chile en la Guerra con España obedeció al sentimiento americanista reinante en el Chile de ese entonces103. El 14 de abril de 1864, la Escuadra española, al mando de Luis Pinzón, ocupó las islas peruanas Chincha, ricas en guano. Esto lo hizo en cobranza de una deuda proveniente de la época virreinal y reconocida por el Perú en 1853. Chile, bajo el gobierno de Pérez (1861-1871), decidió protestar en contra de las autoridades peninsulares, residentes en Chile; y, en seguida, pedir 100 Como es lógico, los casilleros en blanco se explican por falta de información en base a fuentes primarias y secundarias (el trabajo de Grez también los deja sin información). 101 Esta cifra es la existente al momento del inicio de la Guerra del Pacífico, no la que se logra reclutar durante el año 79. 102 Anguita Ricardo, Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1918, Tomo II, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, Santiago, 1912, p. 206. 103 Para este conflicto, véase a Courcelle Seneuil, J. G., Agresión de España contra Chile, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1866.
  • 34. 34 a los otros países americanos que solidaricen con el Perú. Para nuestro país, esto resultará dramático por el posterior bombardeo hispano en contra del puerto de Valparaíso, acaecido el 31 de marzo de 1866104. Un segundo aspecto del cuadro precedente, que es general y que salta a la vista, es que en los años de nuestro marco cronológico se aprecia una gradual y constante disminución de las fuerzas efectivas en el Ejército permanente. Esta situación permite constatar que, al menos en términos de cantidad de tropas enganchadas, no existió —ni de lejos— una política belicista de parte de Chile. La inexistencia de este ánimo de parte de los políticos chilenos, se verá en el capítulo IV de esta tesis. Un tercer punto de análisis consiste en cotejar las tropas efectivas (no las autorizadas) con la población total del país. Para este efecto, son dos los censos que hemos de tener a la vista: el de 1865 y el de 1875. El primero arrojó una población total de 1.819.222 habitantes; y el segundo, una cantidad de 2.067.524105. Si consideramos el segundo (1875), que es el más cercano a la Guerra del Pacífico, y considerando que, según el cuadro estadístico de arriba, el promedio de las tropas efectivas en los años 1875-1879 asciende a las 2.865 plazas, ello representa tan solo un 0, 1 % de la población del país. Esta situación, claramente, lejos está de representar a una sociedad militarizada. Para nada puede hablarse de una nación en armas como, por ejemplo, llegó a serlo la Francia napoleónica106. Y un cuarto punto interesante de constatar es la distribución geográfica de las diversas unidades del Ejército y de las tropas en ellas insertadas. Basta tomar cualquier Memoria de Guerra, del año que sea en el marco de nuestro período, para comprobar fehacientemente que la inmensa mayoría de los efectivos del Ejército permanente se encontraba concentrada en la zona de Arauco, en el sur del país. Y esto es así porque la segunda mitad del siglo XIX coincide con una guerra interna, con lo que parte de la 104 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 159-166. 105 Cfr. Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 15 Ordinaria de 8 de julio de 1875, p. 225. En esta sesión se transcriben los resultados del censo de 1875 para efectos de determinar el número de representantes al Congreso. Un cuadro evolutivo de la población en Chile puede verse en Braun, Juan, et. al., Economía chilena 1810-1995. Estadísticas históricas, Documento de trabajo Nº 187, Instituto de Economía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000, p. 203. 106 Napoleón llegó a movilizar a más de 1 millón de franceses (Cfr. Gibbs, N. H., op. cit., p. 43).
  • 35. 35 historiografía chilena ha llamado la “Pacificación de la Araucanía”107. Este proceso forma parte de la construcción, aún pendiente en el período de esta tesis, del Estado-Nación chileno. Recuérdese aquí la conocida teoría de Mario Góngora (1915-1985) que afirma que el Estado precede a la Nación, y ello por el hecho de ser nuestro país una “tierra de guerra”108. Lo cierto es que la distribución fundamental de las tropas en Arauco da cuenta de que lo que le interesa al país (Gobierno y sectores de opinión pública), en términos militares, es la ocupación efectiva de ese territorio y la integración definitiva de la Araucanía al conjunto del Estado-Nación. Por ejemplo, en 1877 casi todas las guarniciones del Ejército permanente correspondían a la zona de Arauco, situadas estratégicamente en orden a consolidar la ocupación e integración de dicha extensión territorial. Asimismo, de un total de 3.127 soldados para ese año, 2.854 se encontraban ubicados en dicha región del país, lo que representa el 91, 3 % de la dotación efectiva del Ejército permanente. Además, y considérese que estamos hablando de sólo dos años antes del inicio de la Guerra del Pacífico, no existía ninguna guarnición ubicada al norte del puerto de Valparaíso; menos aún en la región de Atacama, materia de disputas territoriales desde los tiempos del Presidente Bulnes (1841-1851)109. Esto es otra demostración de la falta de intención chilena —al menos, en términos militares— de planificar una guerra en el norte, en contra del Perú y de Bolivia. CUADRO 3 Distribución del Ejército por guarniciones en 1877 Nº Guarnición Ubicación Dotación 1 Artillería Santiago 210 2 4º de línea Santiago 365 3 Cazadores Santiago 277 107 Para este proceso histórico-militar, véase a León, Leonardo, et. al., Araucanía. La frontera mestiza. Siglo XIX, Ediciones UCSH, Santiago, 2004. Como obra clásica: Lara, Horacio, Arauco Indómito, Imprenta de El Progreso, Santiago, 1888. En reciente reedición: Navarro Rojas, Leandro, Crónica de la conquista y pacificación de la Araucanía, desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional, Pehuen, Santiago, 2008. Desde el ángulo del Ejército: “Capítulo VI. Pacificación de la Araucanía”, en Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, pp. 221-.277. 108 Cfr. Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Editorial Universitaria, Santiago, 2003, pp. 63-73. 109 Cfr. Bulnes, Gonzalo, op. cit., Tomo I, p. 33-36.
  • 36. 4 Artillería Valparaíso 273 5 3º de línea Ángol 298 6 Granaderos Ángol 143 7 3º de línea Rucapillán 9 8 3º de línea Tigueral 15 9 Granaderos Mulchén 7 10 Granaderos Huequén 65 11 Buin 1º de línea Ñipaco 8 12 Buin 1º de línea Cancura 32 13 Buin 1º de línea Fortín Maipú 5 14 2º de línea Lolenco 20 15 2º de línea Torre 5 de enero 8 16 2º de línea Chiguaihue 107 17 Cazadores Chiguaihue 66 18 2º de línea Puente de Chiguaihue 5 19 Buin 1º de línea Marilúan 20 20 Buin 1º de línea Torre de Granaderos 8 21 Buin 1º de línea Collipulli 190 22 Cazadores Collipulli 70 23 Buin 1º de línea Perasco 16 24 Buin 1º de línea Curaco 44 25 Buin 1º de línea Esperanza 10 26 Buin 1º de línea Cule 11 27 3º de línea Sauces 58 28 Granaderos Sauces 12 36
  • 37. 29 Buin 1º de línea Lumaco 51 30 Zapadores de línea Lumaco 326 31 Granaderos Lumaco 58 32 2º de línea Cañete 43 33 Zapadores de línea Purén 38 34 2º de línea Lebu 30 35 2º de línea Quidico 25 36 2º de línea Toltén 101 38 2º de línea Queuli 8 39 Artillería Magallanes 95 37 Fuentes: Elaboración del autor en base a: Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1877, Imprenta Nacional, Santiago, 1877, pp. 11-14. 2. Guardia Nacional Los antecedentes de las milicias en Chile se remontan al período indiano. Sin pretender detallar la evolución histórica de la Guardia Nacional, baste consignar que “las milicias fueron una modalidad de instrucción militar para que los habitantes del Reino colaborasen con el ejército de línea, ante la eventualidad de los ataques exteriores y, particularmente en Chile, para defenderse de los aborígenes”110. Y con respecto a la época republicana (anterior a nuestro período de estudio), señálese que la Guardia Nacional —también conocida como Guardia Cívica o, sencillamente, Cívicos— constituyó bajo el Régimen Portaliano un útil contrapeso del Ejército, con el fin de asegurar la subordinación de este último al poder político constituido. Pero, poco a poco, y la Guerra contra la Confederación Perú-boliviana será la consagración de ello, esta entidad se va convirtiendo en el necesario complemento que la institución castrense requiere. Más tarde, con el decenio de Bulnes (1841-1851), se produjo la consolidación institucional de la Guardia Cívica. Por de pronto, 110 Hernández Ponce, Roberto, “La Guardia Nacional de Chile”, en Historia, Nº 19, Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1984, p. 58.
  • 38. 38 por el hecho de que en 1848 se promulgó un Reglamento de la Guardia Nacional111. Conforme a esta normativa, se estableció formalmente que la Guardia Cívica se organizaba en tres armas —artillería, infantería y caballería— y que se trataba de un servicio de carácter voluntario. A diferencia del Ejército, situado especialmente en la zona sur del país, los cívicos sí se establecieron a lo largo de todo el territorio, incluyendo las provincias septentrionales. Por ejemplo, de norte a sur, se formaron batallones de infantes en Copiapó, Vallenar, La Serena, Ovalle, Illapel, Putaendo, Quillota, San Felipe, Los Andes, Valparaíso, Melipilla, Santiago, Rancagua, San Fernando, Cauquenes, Curicó, Talca, Linares, Chillán, Concepción, Caupolicán, Valdivia y la Unión112. La instrucción de la Guardia Nacional se encomendó al Ejército; y quedó bajo el control, además del Ministro de Guerra, de un Inspector General propio, o sea, distinto del homónimo dedicado a la entidad castrense113. Con ocasión de la Guerra con España (1865-1866), se puso nuevamente a prueba el carácter de fuerza complementaria de la Guardia Nacional con respecto al Ejército de línea. Esta situación será positivamente valorada por el Ministro de Guerra José Manuel Pinto, quien señalaba en 1866: La Guardia Nacional ha prestado al país, durante este tiempo [el de la guerra], grandes e importantes servicios. Como lo he hecho notar más arriba, ella fue la llamada a cubrir las guarniciones de muchos puntos de la costa, mientras se aumentaban las fuerzas de línea. Así es que la mayor parte de los cuerpos de que consta, han contribuido en su totalidad o en parte a la defensa de la República. Sus servicios no se han limitado a guarnecer el litoral, sino que también ha alternado con la tropa de línea destacada en las plazas de la frontera114. El antedicho carácter de reserva, será subrayado de este modo por la misma autoridad: 111 Véase: Varas, José Antonio, op. cit., Tomo II, Imprenta Chilena, Santiago, 1860, pp. 20 y ss. 112 Cfr. Historia del Ejército de Chile, Tomo IV, p. 45. 113 Cfr. Ibid., p. 49. 114 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1866, Imprenta Nacional, Santiago, 25 de agosto de 1866, p. 10.
  • 39. A fin de no distraer por mucho tiempo de sus quehaceres, a los individuos que componen la Guardia Cívica, el Gobierno ha tratado de formar con ella un verdadero cuerpo de reserva que sin abandonar sus pueblos, estuviese pronta para acudir al primer llamado al punto preciso115. 39 Por la misma y explicable razón de la Guerra, en 1866 la fuerza efectiva de la Guardia Nacional ascendía a las “45.895 plazas, correspondiendo 1.141 a la arma de artillería, 27.088 a la de infantería y 17.393 a la de caballería”116. Esta cifra irá descendiendo con el transcurrir de nuestro período, llegando en 1878 a contar con sólo 6.687 plazas117. Este péndulo, ahora con relación a la cantidad de cívicos existentes, demuestra, nuevamente, la carencia de un ánimo belicista de parte de Chile con respecto al Perú y a Bolivia. En otras palabras, pese a que, conceptualmente, la Guardia Nacional se entendía como la necesaria reserva del Ejército de línea, en la práctica, esta situación va perdiendo vigencia, por la clara y dramática disminución de sus tropas. Y, en este caso, no tanto por desinterés en la sociedad civil (de la cual se nutre), sino fundamentalmente por expreso mandato de las autoridades. Por ejemplo, el 9 de noviembre de se 1877 se decretó el receso de veintitrés batallones, seis brigadas y dos compañías de infantería. Esta notable reducción, como afirmaba el Ministro García de la Huerta, se explicaba por “una economía en el Presupuesto de gastos, aconsejada por el estado de los fondos públicos”118. En términos de cifras La medida indicada ha reportado al Erario un ahorro anual de 70.000 pesos, próximamente, que el Ministerio del ramo pagaba en subvenciones a los cuerpos cívicos, diarios para las guardias de prevención, arriendo de cuarteles, etc.119 CUADRO 4 115 Ibid., p. 11. 116 Ibid. 117 Cfr. Memoria de Guerra y Marina presentada al Congreso Nacional de 1878, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de junio de 1878, pp. 15 y 16. 118 Ibid., p. 14. 119 Ibid.
  • 40. Dotación de la Guardia Nacional (1866-1878)120 Año Tropas 1866 45.895 1867 53.220 1868 48.618 1869 54.992 1870 52.721 1871 54.294 1872 35.092 1873 30.447 1874 24.287 1875 21.951 1876 22.674 1877 18.071 1878 6.687 40 Fuentes: Elaboración del autor en base a Memorias del Ministerio de Guerra presentadas al Congreso Nacional, diversas imprentas, Santiago, 1866-1880. Desde el término de la Guerra con España (1866), el Gobierno planteó la necesidad de contar con una ley orgánica para la Guardia Nacional. Hasta ese momento, el fundamento jurídico de la entidad era el artículo 156 de la Constitución de 1833 que establecía que “todos los chilenos en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los registros de las milicias si no están especialmente exceptuados por ley”121. Esta norma no se refería, específicamente, a la Guardia Cívica, sino que se le aplicaba por analogía. Y ello no significaba que todos debían integrarse a la institución, sino sólo que debían concurrir a inscribirse en sus registros. Además, recordemos que en 1848 (bajo el Presidente Bulnes) se dictó un reglamento que estableció las bases de esta institución como tal, confirmándose el carácter voluntario del servicio en ella implicado. Sin embargo, en el marco de nuestro período, nunca se aprobó una ley regulatoria de la Guardia Nacional. La misma despreocupación de las autoridades políticas con respecto a la entidad, que se materializa —como hemos visto— en una persistente baja de sus tropas, ayuda a explicar la no 120 Para el caso de la Guardia Nacional no se hace el distingo entre fuerzas autorizadas y fuerzas enganchadas, porque 1) su dotación no es materia de ley, y 2) las Memorias de Guerra sólo hacen referencia a las fuerzas efectivas. Además, no se incluye la cifra del año 1879, ya que la Memoria de 1879 no hace referencia a la Guardia Nacional, por lo que al inicio de la guerra debe ser similar a la de 1878. 121 Valencia Avaria, Luis, Anales de la República. Textos constitucionales de Chile y Registro de los ciudadanos que han integrado los poderes ejecutivo y legislativo desde 1810, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1986, p. 182.
  • 41. 41 promulgación de una norma legal específica, propuesta por el Gobierno y aprobada por el Congreso. A lo anteriormente dicho, agréguese que una de las motivaciones iniciales del Ejecutivo por auspiciar una ley orgánica de la Guardia Nacional fue garantizar el principio de igualdad de las cargas públicas, establecido en el artículo 12 número 3º de la Constitución122. Además, el artículo 149 disponía que “no puede exigirse ninguna especie de servicio personal o de contribución, sino en virtud de un decreto de la autoridad competente, deducido de la ley que autoriza aquella exacción, y manifestándose el decreto al contribuyente en el acto de imponerle gravamen”123. Pese a su carácter voluntario, en la práctica, algunos ciudadanos eran conminados a integrarse a sus filas, con lo cual, en ese momento, comenzaban a asumir obligaciones frente al Estado. La necesidad de que los miembros de la Guardia Nacional procedieran de todos los ámbitos sociales, y no exclusivamente de los sectores de bajo rango económico, llevó en 1868 al Ministro Errázuriz a decir lo siguiente: En la práctica, ni se da cumplimiento a la disposición del artículo 156, ni existe en esta materia la igualdad ante la ley124, ni la igual repartición de las cargas públicas. El artesano, los hombres que viven de la industria y del trabajo son obligados a cargar las armas y a llevar todos el peso del servicio de la milicia cívica; mientras que los capitalistas, los propietarios y toda la clase acomodada, que son los más interesados en la existencia del orden y los que mejor pueden soportar esta carga, se ven libres de todo servicio, salvas las pequeñas excepciones de los que desempeñan los cargos de jefes y oficiales en los cuerpos cívicos. El Congreso debe empeñarse en hacer desaparecer, cuanto antes, una desigualdad tan injusta, tan chocante a nuestro sistema de gobierno y tan contraria a nuestra Constitución, contrayéndose con preferencia a la promulgación de una ley que haga efectivas las disposiciones constitucionales, desterrando para siempre aquellos abusos insostenibles. El punto capital de una buena ley sobre organización de la guardia nacional es el hacer efectivo el servicio de las milicias para todos los chilenos en estado de cargar armas, sin excepciones odiosas e indebidas. Estableciendo convenientemente en la práctica esta 122 Cfr. Ibid., p. 163. 123 Ibid., p. 182. 124 Este principio se encontraba consagrado en el artículo 12 número 1º de la Constitución de 1833 (Cfr. Ibid., p. 163).
  • 42. obligación; detallando con justicia y discernimiento los casos de excepción; fijando el tiempo que los ciudadanos deben servir, y reglamentando algunos otros puntos de menor importancia, se habrían llenado todas las necesidades de una institución tan íntimamente ligada con la existencia del sistema democrático125. 42 Mediante un decreto de fecha 10 de octubre de 1867 se establecieron los doce años como plazo de duración del servicio en la Guardia Nacional, tanto para oficiales como para la tropa126. Esta norma Establece enseguida que los que hubieren cumplido el término fijado [de doce años] tienen derecho a obtener licencia absoluta, pero que continuarán perteneciendo a la guardia nacional sin prestar ninguna clase de servicios, y pudiendo ser nuevamente obligados a ello sólo en circunstancias graves y urgentes calificadas por un decreto supremo. De esta manera se provee el caso de tener que salir a la defensa del país o de sus instituciones, al paso que se da en parte cumplimiento a la disposición constitucional que ordena que todos los chilenos en estado de cargar armas deben hallarse inscritos en los registros de las milicias. Por último, se determina lo relativo a las licencias y a los casos de cambio de residencia, tan frecuentes en los oficiales cívicos127. Con relación a la distribución geográfica de la Guardia Nacional, en los años previos a la Guerra con España (1865-1866) y durante el desarrollo de la misma, el Gobierno descuidó la presencia de la institución en la zona norte del país, concretamente en la provincia de Copiapó. Esta situación, sobre todo en momentos de crisis internacional, generó la molestia del caudillo por dicha zona, diputado Pedro León Gallo: Como siempre he manifestado en la Cámara el deseo de que la guardia nacional se aumente cuanto sea posible, desearía que se suprimieran esos gastos de pura fanfarronería y que esas cantidades se destinaran al fomento de la guardia nacional; pero desde que ella no existe en algunos de aquellos puntos para los cuales se consultan asignaciones en el presupuesto, deberían suprimirse todas aquellas que no sirven para formar partidas sin objeto. Y luego agregaba: 125 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 27. 126 Cfr. Ibid., p. 28. Anteriormente, este plazo de doce años se exigía sólo a la tropa. 127 Ibid.
  • 43. Por lo demás, señor, podría hacer presente a la Cámara que mientras la escuadra española estuvo bloqueando nuestras costas no sólo no se organizó el cuerpo cívico de Copiapó, sino que no se formó una en el Huasco, que tiene asignación para una banda de música. Este batallón estaba enteramente disuelto, no tenía un solo oficial; no se vino a organizar sino cuando ya se acercaban las elecciones. Por esa razón creo que hay cierta fantasmagoría en esa partida para los batallones cívicos128. 43 En 1868 el Ministro Errázuriz daba cuenta de la reorganización del batallón cívico de Copiapó, “que por tanto tiempo ha permanecido disuelto, dotándolo de un buen armamento, de vestuario y de todo lo demás que pudiere necesitar”129. Por último, considérese que algunos miembros de la Guardia Cívica participaban, junto al Ejército de línea, en las labores de integración de la Araucanía. A diferencia del Ejército, no se trataba de la mayoría de ellos, sino sólo de aquellas tropas situadas en la zona cercana, en especial en la Provincia de Arauco: La Guardia Nacional ha prestado en la frontera importantes servicios. Autorizados los jefes de ambas fronteras para llamar al servicio, en caso necesario, a los cuerpos cívicos de la provincia de Arauco, la mayor parte de ellos han compartido con el ejército las penalidades de la guerra que se ha hecho a los indios rebeldes. Conocedores de la localidad y de los usos de los indios, han llevado a nuestros soldados el contingente de la práctica en una guerra de sorpresas como la que había de sostener130. CUADRO 5 Distribución de la Guardia Nacional según provincias en 1871 Provincia Dotación 128 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión 28ª Extraordinaria de 15 de diciembre de 1866, p. 200. 129 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1868, Imprenta Nacional, Santiago, 15 de junio de 1868, p. 29. 130 Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra presenta al Congreso Nacional de 1869, Imprenta Nacional, Santiago, 26 de julio de 1869, p. 42.