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- 1. Cartas a los Tesalonicenses
Capítulo 5
El ejemplo de los apóstoles
(1 Tesalonicenses 2:1-12)
D os hombres caminaban pesadamente por un camino polvoriento.
Delante de ellos, el sol, lentamente, se movía hacia el horizonte. La
brisa egea traía un poco de alivio, al final de un día caluroso.
Silas espantó un par de moscas de sus ojos. Sus tobillos y muñecas esta-
ban heridos, y la espalda le dolía donde su túnica rozaba sobre las heridas
producidas por los latigazos que recibió en Filipos. Pablo también había si-
do azotado, uno de sus ojos estaba morado y tenía los brazos heridos. Era
tiempo de que reflexionaran sobre lo que les había sucedido.
–¿Por qué estamos haciendo esto? –preguntó Silas.
–¿Haciendo qué? –respondió Pablo.
–Viajar a otro pueblo más, para predicar el evangelio de nuevo.
–Entiendo lo que quieres decir; a veces me lo pregunto yo mismo. Pero,
sencillamente, no me puedo quitar la convicción de que todos necesitan
conocer al Señor de la manera en que lo conocemos nosotros.
–Sí, pero ¿por qué no puede Dios enviar ángeles para hacer la tarea?
¡Me imagino que nadie se atrevería a tratar de darle una paliza a un ángel!
Pablo se rió entre dientes ante el pensamiento; pero se detuvo cuando su
risa le provocó puñaladas de dolor en las costillas.
–Pablo, ¿cómo sabes que lo que estamos haciendo es lo correcto? Quie-
ro decir, puedo soportar toda clase de dolor y rechazo cuando sé que estoy
haciendo lo que Dios quiere que haga. Pero, lo que estamos haciendo aho-
ra... Ya no estoy tan seguro.
Pablo respondió, después de pensarlo;
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- 2. –No eres el único. Puede parecer que todo está claro para mí, pero tam-
bién tengo mis momentos de duda. He encontrado que mi fe se fortalece
cuando repaso las profecías del Mesías y veo cómo se cumplen en la vida,
la muerte y la resurrección de Jesús. Nada más, ni nadie, sino Jesús, co-
rresponde a todas esas profecías.
–Lo que dices es muy cierto, Pablo –dijo Silas–. Recuerdo que cuando
me encontré con Jesús por primera vez, en Jerusalén, yo pensé que estaba
algo loco, como muchos de los proyectos de predicadores de allí. Pero, es-
cuché sus palabras, y luego vi lo que sucedió el fin de semana de esa Pas-
cua. ¡Y las piezas comenzaron a caer en sus lugares, para mí! Esta convic-
ción me embargó, y vi que lo que sucedía allí era lo que las Escrituras de-
cían desde el primer día. La cruz fue el mayor acto de liberación de Dios:
mayor que el Éxodo, mayor que el retorno de Babilonia.
–¡Muy bien! –exclamó Pablo, con entusiasmo–. Cuando comprendes y
recibes a Jesús, toda la Biblia está armada. Todo tiene lógica y sentido.
Silas volvió a hablar, tomando otra vez la iniciativa.
–Sin embargo, tengo que decir, Pablo: eso es solo una parte de lo que
me sigue impulsando. Cuando te comprometes completamente con la obra
del evangelio, Dios entra una y otra vez, dando señales de su aprobación.
Cuando estábamos en el cepo, en la cárcel, me sentía un poco deprimido,
igual que ahora. Me preguntaba si alguna vez volveríamos a ver la luz del
día. Luego, repentinamente me sobrevino una idea: “¡Canta!” Era como si
Dios me lo estuviera ordenando. Y, cuando te uniste conmigo, nuestro can-
to era el sonido más hermoso que alguna vez haya escuchado. Era como si
los ángeles mismos estuvieran cantando. ¿Recuerdas cómo el sonido pro-
vocaba eco en las demás celdas?
–¿Cómo podría olvidarlo?
–Era como fuego que se había encendido dentro de mí –dijo Silas–; un
gozo que no podría describir con palabras, pero que puedo expresar con el
canto. Aun antes del terremoto, yo sabía que Dios estaba con nosotros allí,
pero después del terremoto...
–¿Viste la expresión del carcelero, cuando corría hacia nosotros pre-
guntándose a dónde se habrían ido todos? –recordó Pablo, interrum-
piéndolo. En eso, ambos se pusieron a reír, y luego se doblaron de dolor–.
¡Duele, pero no puedo dejar de reírme!
Cuando se recuperaron, Silas habló de nuevo.
–Pablo, ¿cómo pude dudar alguna vez de nuestra misión? Sintiendo tan-
tas cosas inciertas: estamos arriba un minuto, y abajo al siguiente. Estoy
contento de que las Escrituras sean tan sólidas... aunque yo no lo sea. Pablo
estuvo de acuerdo. Y añadió.
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- 3. –Los apóstoles somos tan humanos como cualquiera. Para mantenernos
en la senda, necesito nueva seguridad cada día, cada hora. Estoy contento
de que hayas sacado el tema, Silas; me ayuda cuando compartimos nuestras
luchas y nuestros sentimientos. Podemos recordárnoslo el uno al otro, ani-
marnos mutuamente.
–¡Correcto! –dijo Silas.
–Cuando tomas todo el conjunto –prosiguió Pablo–, es perfectamente
claro que Dios está con nosotros en esta misión. Estoy donde debiera estar
y hago lo que debiera estar haciendo. Realmente no podría vivir conmigo
mismo si no continuara haciéndolo.
–Yo tampoco. ¿Cómo es Tesalónica?
–Es una ciudad libre, bajo el dominio romano. Tal vez, la gente de allí
estará más abierta que los filipenses.
–Tal vez. Bueno, sigamos a Tesalónica, entonces.
Tesalonicenses 2:1, 2
1
Porque ustedes mismos saben, hermanos,
que nuestro acceso a ustedes
no fue en vano,
2
por el contrario,
habiendo sufrido de antemano y
habiendo sido maltratados severamente
en Filipos,
como ustedes saben,
comenzamos a ser osados
por medio de nuestro Dios
para hablarles
del evangelio de Dios
en el contexto de mucha lucha interior.
En 1 Tesalonicenses 2:1 al 12, obtenemos una vislumbre de la vida inte-
rior de Pablo y sus compañeros. Pablo desnuda su alma, para beneficio de
los tesalonicenses y, por extensión, para el nuestro. Él nos desafía a res-
ponder a nuestras esperanzas, sueños y motivaciones espirituales de una
manera que agrade a Dios y ayude a los demás. En el capítulo 1, Pablo
menciona lo que otros sabían acerca de los tesalonicenses; aquí, él cuenta
lo que los creyentes tesalonicenses mismos saben.
La palabra traducida “acceso” sigue con la idea que dio la misma pala-
bra en 1 Tesalonicenses 1:9. Esta palabra transmite la idea de bienvenida:
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- 4. los tesalonicenses dieron la bienvenida a los apóstoles, a pesar de sus heri-
das. Sus mentes y corazones estaban abiertos a nuevas verdades. Tal vez,
sintiendo eso, los apóstoles fueron “osados” (1 Tesalonicenses 2:2). La
palabra traducida como “osado” corresponde a la palabra traducida “acce-
so”; son como dos lados de la misma moneda: los tesalonicenses eran
abiertos y, a su vez, los apóstoles se sintieron libres para hablar. Era la si-
tuación evangelizadora ideal. En el capítulo 3 de este libro, exploramos al-
gunas de las razones históricas por las cuales los tesalonicenses estaban tan
abiertos a nuevas ideas en ese momento.
1 Tesalonicenses 2:3–8
3
Porque nuestra apelación a ustedes no surge
de ilusión o
de impureza
o para engañar,
4
por el contrario
así como hemos sido probados (aprobados)
por Dios
para que se nos confíe
el evangelio,
así hablamos,
no para agradar a la gente
sino a Dios
quien prueba nuestros corazones.
5
Porque nunca vinimos (llegamos a ser) a ustedes
con palabras de adulación,
como ustedes saben,
ni con un motivo de codicia,
Dios es testigo,
6
ni buscando gloria
de los hombres
ni de ustedes
ni de otros,
7
siendo capaces de “alardear de nuestro peso [valor]”
como apóstoles de Cristo.
En cambio, llegamos a ser
tiernos en medio de ustedes
como una madre que cría
cuidando a sus propios hijos,
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- 5. 8
así
estando bondadosamente dispuestos hacia ustedes
pensamos bien
entregarles
no solo el evangelio de Dios
sino aun nuestras mismas almas
porque ustedes llegaron a ser amados
para nosotros.
En este pasaje, Pablo explica por qué actúa como lo hace. ¿Qué mo-
tivaciones impulsan a alguien a arriesgar la vida y el cuerpo a fin de com-
partir el evangelio? Era ampliamente sabido, en el mundo antiguo, que el
dinero, el sexo y el poder motivaban mucha de la conducta humana. En el
primer siglo de nuestra era, muchas personas predicaban por las calles, co-
mo alternativa a ganarse la vida realizando trabajos duros. Otros iban por
las calles predicando, cuando encontraban que las mujeres eran atraídas por
hombres expresivos que estaban a la vista del público. Todavía otros se de-
leitaban con el poder sobre los demás, que la predicación de grandes ideas
les brindaba. Pero, la gente que es impulsada por el dinero, el sexo o el po-
der no es motivada por el deseo de agradar a Dios. Las dos clases de moti-
vaciones se oponen mutuamente.
En el mundo antiguo, los oradores sabían que los discursos persuasivos
tenían tres grandes componentes. La gente juzgaba el poder de un ar-
gumento por el carácter del orador, la lógica de su argumento y la calidad
de la apelación a las emociones o el interés propio. En 1 Tesalonicenses 2:3
al 6, Pablo señala el carácter de los apóstoles como un elemento clave en su
predicación. La motivación de Pablo era diferente de la de los otros predi-
cadores que los tesalonicenses pudieron conocer. Si hubiera estado motiva-
do meramente por el dinero, el sexo o el poder, los problemas que había
experimentado en Filipos lo hubiesen hecho abandonarlo todo.
En el versículo 3, Pablo menciona tres motivaciones que impelen a la
gente para la predicación. La primera es mejor traducida como “error”; una
equivocación intelectual. Un predicador puede estar entusiasmado por una
idea que sencillamente está equivocada. La segunda palabra es mejor tra-
ducida como “impureza”. La implicación, aquí, es que algunas personas
predican por las oportunidades sexuales que la fama o la notoriedad les da.
La tercera palabra es mejor traducida como “engaño”, o “trampas”. En este
caso, el orador se da cuenta de que las ideas que presenta son equivocadas,
pero conscientemente trata de conducir mal a la gente, a fin de beneficiarse
él mismo.
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- 6. Pablo reconocía que los seres humanos pecaminosos no pueden echar de
sí fácilmente los vicios enumerados en el versículo 3. Así, de acuerdo con
el versículo 4, él se sometió a pruebas rigurosas de Dios. Esas pruebas
mantuvieron su integridad y sus intenciones. Pablo no deseaba distorsionar
el evangelio viviendo una vida que contradijera lo que enseñaba. Él sabía
que Dios es el único ser a quien vale la pena agradar, y que la aprobación
de Dios era la fuente de su fortaleza.
Las cartas a los tesalonicenses dejan en claro que Pablo modificó su
mensaje a fin de adecuarse a las audiencias a las que se dirigía. Aunque,
confiando en Dios, lo hacía por “causa del evangelio” (1 Corintios 9:19–
23), estos cambios lo dejaban abierto a la acusación de agradar a la gente,
en vez de a Dios. Pero, encontrar a las personas donde están no es necesa-
riamente equivocado: si es aceptable espiritualmente o no depende del mo-
tivo de la persona. Pablo se encontraba con la gente donde estaba por causa
del evangelio, no para su propia ganancia personal.
En los versículos 5 y 6, Pablo enumera otras tres tentaciones que afron-
tan los predicadores. Niega usar la adulación, retomando el tema de agradar
a la gente. También, niega estar motivado por la avaricia: el deseo de dine-
ro y de lo que este puede comprar. Y dice que no estaba motivado por el
deseo de alabanza de los demás. Como en el versículo 3, presenta dos de-
claraciones acerca de la falsedad en formas diferentes, en medio de una de
ansias, esta vez de dinero. El resumen de los versículos 3 al 6 es que Pablo
no explotaba a su audiencia para su propia ventaja, y su autenticidad está
salvaguardada por su continua percepción de que Dios lo ve.
En el versículo 7, Pablo afirma su derecho a la condición de apóstol, que
significa que tiene autoridad sobre otros y que tiene derecho a ser pagado.
Pero, la posibilidad de ser mal comprendido (versículos 3–6), combinada
con su gran amor por los tesalonicenses (versículo 8), le hacía tomar un
sendero diferente con ellos. Pablo declinó lo que le correspondía le-
gítimamente, con el propósito de evitar poner una piedra de tropiezo en el
camino de sus conversos. Esto destaca un rasgo interesante del carácter y la
personalidad de Pablo. Mientras, en sus cartas, podía ser exigente (ver 2
Corintios 10 al 13, por ejemplo), en persona, parece haber sido más bien
suave. Mostraba una flexibilidad notable en su trato con los tesalonicenses,
adecuando su enfoque a sus necesidades y expectativas. Usaba la ternura de
una madre que amamanta como una analogía para la forma en que los tra-
taba (versículo 7).
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- 7. 1 Tesalonicenses 2:9–12
9
Porque ustedes recuerdan, hermanos,
nuestro trabajo y fatiga:
trabajando de noche y de día
a fin de no ser una carga
para ninguno de ustedes.
Les predicamos a ustedes
el evangelio de Dios.
10
Ustedes son testigos y
Dios también,
cuán santos
y justos
e irreprensibles
llegamos a ser entre ustedes que creen,
11
Así como ustedes saben.
cómo tratamos con cada uno de ustedes
como un padre con sus hijos,
12
exhortando,
animando, y
afirmando a cada uno
a fin de que puedan caminar como es digno de Dios
quien los llama
a su reino y
a la gloria.
En estos versículos, Pablo elabora los temas que acaba de introducir. En
lugar de aceptar una compensación por su obra del evangelio, Pablo traba-
jaba en los momentos libres, para no ser una carga para sus oyentes. Exis-
ten testigos tanto de la conducta irreprensible del grupo misionero como de
la preocupación paternal que manifestaron hacia los tesalonicenses.
En este pasaje del capítulo, 1 Tesalonicenses 2:1 al 12, Pablo parece go-
zarse expresándose de a tres. Lo hizo dos veces en los versículos 3 al 6
describiendo la clase de motivaciones que él y los demás apóstoles evita-
ban. Y el versículo 10 ofrece un trío de adjetivos que describen su conduc-
ta. Era “santa”; en otras palabras, agradable a Dios. Era “justa”; vivían de
acuerdo con las leyes humanas y las normas sociales. Y era “irreprensible”;
las acciones de los apóstoles eran lo que Dios y los tesalonicenses recono-
cerían como correcta, apropiada.
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- 8. En el versículo 12, Pablo utiliza otro trío de palabras griegas para des-
cribir su ministerio a los tesalonicenses. Los “exhorta”. El significado de la
palabra griega es “llamar a uno aparte”, y tiene connotaciones de citación,
apelación, pedido, estímulo y consuelo. Él los “anima”, una palabra griega
que también tiene connotaciones de levantar el ánimo y consolar. Y los
“afirma”, traducción de la palabra griega para testigo. Afirmar a alguien es
ofrecer un testimonio acerca de las cosas positivas que ha hecho. Esta es la
tarea de un padre. Los padres apelan, citan, animan, consuelan y afirman.
La mayoría de las veces, Pablo no menciona el lado disciplinario de la obra
del padre. Él da esa disciplina en sus cartas; su toque personal era más sua-
ve. Para Pablo, ministrar es hablar lo que realmente crees; permitir que
Dios pruebe tu vida interior y tus motivaciones; hablar siempre lo que
agrada a Dios; ser suave y cuidadoso; y permitir que los lazos emocionales
se desarrollen entre ti y la gente a la que ministras. Pablo no nota una ten-
sión, en el ministerio, entre ser auténtico y ser todas las cosas a todos. La
autenticidad puede pedirnos que hablemos en forma clara y con fuerza; no
obstante, debemos darnos cuenta cuando la gente no está lista todavía para
recibir ese mensaje auténtico (Juan 16:12). Se necesita tanto de la autenti-
cidad como de la sensibilidad.
Pasos hacia la autenticidad
¿Cómo podemos llegar a “ser reales” frente a Dios y frente a otras per-
sonas? En 1 Tesalonicenses 2, obtenemos una vislumbre del riguroso “pro-
yecto de autenticidad” de Pablo. Él se desnudaba ante el ojo escrutador de
Dios continuamente, a fin de evitar que, habiendo predicado a otros, él
mismo fuera “eliminado”, para no obtener el premio (ver 1 Corintios 9:24–
27). ¿Cuáles son algunas cosas que podemos realizar en nuestro mundo,
que Pablo hizo en el suyo?
1. Pasar tiempo con la Palabra de Dios. La Biblia nos ayuda en nuestra
búsqueda de autenticidad, al afirmar nuestra valía ante Dios. Mientras lees,
marca los pasajes que expresan cuánto nos valora Dios. Muchos de noso-
tros hemos crecido en un ambiente legalista, en el que la gente afirmaba el
evangelio por lo que ellos decían, pero sus vidas negaban su poder. Es im-
perativo que nos saturemos con los textos bíblicos que afirman el evange-
lio, hasta que expulse de nuestra mente toda duda legalista. Solo cuando
sepamos y comprendamos el evangelio tendremos el valor de llegar a co-
nocernos a nosotros mismos.
Las biografías bíblicas –sus historias acerca de los personajes princi-
pales– ofrecen ayuda adicional, al procurar conocernos a nosotros mismos.
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- 9. Personaje tras personaje está pintado en forma auténtica; la gente de la que
trata la Biblia son personas reales, con fallas importantes; en realidad, mu-
chos héroes bíblicos parecen tener más faltas que la mayoría de nosotros.
No obstante, Dios los usó, a pesar de sus fallas. Esta característica de la Bi-
blia es descrita poderosamente en uno de los pasajes más notables de Elena
de White: el tomo 1 de Joyas de los testimonios, en las páginas 436 a 438. 1
Una lectura honesta de la Biblia estimula a la autenticidad y nos da el valor
para confesar nuestros pecados. Ese Dios que pudo aceptar a personas
como Elías, David, Pedro y Pablo, nos asegura que puede aceptarnos tam-
bién a nosotros.
2. Practicar la oración auténtica. Una compañera vital del estudio au-
téntico de la Biblia es la oración auténtica, una oración dirigida a Dios con
una entrega total. Es una inmersión de todo corazón y de toda el alma en la
experiencia de la oración. La oración auténtica dice: “Quiero la verdad, no
importa cuál sea el costo”. Cuando le dices a Dios: “Quiero la verdad, no
importa el costo”, la recibirás. Pero también pagarás un precio. La verdad
puede costarte tu familia, tu trabajo y tu reputación. Aun puede costarte tu
vida. ¿Quieres conocer la verdad no importa cuál sea el costo? Si la quie-
res, Dios te la revelará.
Pero, la verdad puede ser un tanto abstracta. Aprender la verdad puede
significar obtener una comprensión correcta de todas las bestias del Apo-
calipsis o solo los pasos correctos que las personas tienen que dar para ir a
Dios. Conocer la verdad doctrinal puede ser muy satisfactorio, pero tam-
bién puede llegar a ser un sustituto para una clase más práctica de verdad.
Conocer la verdad acerca de nosotros mismos es muy diferente de conocer
la verdad abstracta; es vernos como otras personas nos ven, sin los prejui-
cios que distorsionan nuestra visión de nosotros mismos. Conocernos de
este modo requiere de un nivel aun más profundo de oración auténtica.
Significa orar de esta forma, más o menos: “Señor, quiero la verdad acerca
de mí mismo no importa el costo. Ayúdame a verme como otras personas
me ven”. Si estás dispuesto a pagar el costo, puedes conocer la verdad so-
bre ti hasta el punto en que estés listo para ello (Juan 16:12).
3. Usar alguna forma de diario. Un compañero íntimo de la oración au-
téntica es un diario. Cuando escribo mi diario, Dios emplea el proceso de
escribir para extraer las profundidades de mi ser de un modo que ninguna
otra cosa puede hacer. Puedo usar el diario para orar, para registrar las res-
puestas de Dios a la oración y para tomar notas de las diversas maneras en
las que Dios ha estado obrando en mi vida. En nuestra búsqueda de auten-
ticidad, es especialmente útil invitar a Dios a probar en cualquier área de
nuestra vida que él desee examinar, y a exponernos a ello en lo que escri-
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- 10. bimos. * Muchos de los cristianos más grandes de todos los tiempos, Elena
de White entre ellos, practicaron mantener diarios como una herramienta
de conocimiento propio.
4. Establecer algún tipo de responsabilidad. En los niveles más pro-
fundos de la jornada hacia la autenticidad se encuentra la responsabilidad,
el tener que dar cuenta. El engaño propio está arraigado tan profundamente
en cada uno de nosotros que está entretejido aun con nuestra vida de ora-
ción y en nuestro estudio de la Biblia. Algunas veces, la única manera en
que Dios puede llegar a nosotros es por medio de otro ser humano. Elena
de White notó esto: “Muchos se sienten perplejos por la duda, cargados de
flaquezas, débiles en la fe e incapaces de comprender lo invisible; pero un
amigo al cual pueden ver, que venga a ellos en lugar de Cristo, puede ser
un eslabón que asegure su temblorosa fe en Dios”. 2
La responsabilidad significa permitir que otras personas nos ayuden a
vigilarnos a nosotros mismos. Hay muchas maneras en que puedes aprove-
charte de esto. Una manera es por medio de grupos que comparten temas,
como los Alcohólicos Anónimos, donde se penaliza a las personas solo por
la falta de autenticidad, o esconder quién eres realmente. A todos se les re-
quiere que cuenten la verdad acerca de sí mismos, y son aceptados cuando
lo expresan. Al escuchar a otras personas mencionar la verdad acerca de sí
mismas, uno se reconoce en sus confesiones.
Tengo una sugerencia aún más amedrentadora para unos pocos va-
lientes. Encuentra a un amigo, de mente severa, que se preocupa mucho por
ti; alguien que nunca quisiera verte herido. Ve a ese amigo y cuéntale: “Si
supieras que no me voy a enojar por lo que digas, ni lo contaré a otros más
tarde, ¿qué hay acerca de mí que me contarías? ¿Qué problemas ves en mi
relación con Dios? ¿Cómo ves que llego a otras personas?” La revelación
que sigue puede ser dolorosa, pero es sumamente útil.
¿Qué pasa si no tienes ningún amigo tan íntimo? ¿Qué pasa si no cono-
ces a nadie a quien podrías confiar lo que estuvieras dispuesto a revelar
acerca de la profunda angustia de tu corazón? Entonces, encuentra a un
buen consejero cristiano para ayudarte. Los consejeros son personas adies-
tradas a fin de ayudar a la gente a abrirse y a descubrir las verdades más
profundas acerca de sí mismas. Están adiestrados para ser buenos oyentes.
A menudo, pueden detectar cuando estás jugando con el engaño propio.
Aunque el asesoramiento psicológico puede ser útil para todos, es espe-
*
Para una descripción detallada de diferentes tipos de diarios, ver mi libro Knowing
God in the Real World: How to Have Faith in a Faithless Society (Nampa, Idaho: Pa-
cific Pres, 2000).
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- 11. cialmente crítico para quienes no tienen otro lugar a donde recurrir. La vida
es demasiado corta para perder tiempo en vivir sin autenticidad.
En 1 Tesalonicenses 2:1 al 12, captamos una vislumbre de la vida inte-
rior del apóstol, que es muy rara en el Nuevo Testamento. Inspira un nivel
de autenticidad que raramente enfatizamos. Es una de las características de
las cartas a los tesalonicenses que las hace guías valiosas y singulares para
la vida que vivimos hoy.
Referencias
1
Elena de White, Joyas de los testimonios (Florida, Bs. As.: Asoc. Casa Editora Sud-
americana, 1975), tomo 1, pp. 436–438.
2
White, Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 87.
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