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Gálatas
                Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
                                    Carl P. Cosaert



                                      CAPÍTULO 2


        La autoridad de Pablo
            y el evangelio

A
       unque, ciertamente, no se puede juzgar un libro por su portada,
       Nancy Pearl, conocida bibliotecaria de Seattle, cree que sus pri-
       meras frases normalmente pueden dar una indicación muy bue-
na de si realmente merece ser leído. En una entrevista realizada hace
años en el programa Morning Edition [Edición matutina] de la red de
emisoras de National Public Radio [Radio pública nacional], llegó a
afirmar: «Creo que cuando lees una buena primera frase es como ena-
morarte de alguien. El corazón te empieza a palpitar [...]. Abre todas las
posibilidades». 1
¿Alguna vez un libro le ha atraído tanto con sus primeras frases que ha
dejado una impronta permanente en usted? Ciertos libros son famosos
por lo memorable de sus primeras frases. Por ejemplo, ¿quién no identi-
ficaría las palabras iniciales de la novela de Charles Dickens Historia de
dos ciudades, todo un clásico: «Era el mejor de los tiempos, era el peor
de los tiempos [...]»? Sin embargo, aunque me he encontrado algunas
frases iniciales ciertamente intrigantes, puedo decir con toda sinceridad
que ninguna novela me ha conmovido de la forma espectacular que des-
cribe Nancy Pearl.
No obstante, hay una frase inicial que me ha sobrecogido con todo tipo
de posibilidades. Y no soy el único que ha sido fascinado por ella. Cau-
tivó el corazón de los primeros cristianos y ha seguido dando esperanza
a una cantidad innumerable de personas desde que se compuso las fra-
ses iniciales del Nuevo Testamento.

1
 Nancy Pearl, «Famous First Words» [Primeras palabras famosas], Morning Edition, National Public Ra-
dio, 8 de septiembre de 2004.
                                  © Recursos Escuela Sabática
Pero antes de que instintivamente usted empiece a pensar en el Evange-
lio de Mateo y en la desconcertante genealogía que lo introduce, permí-
tame que dirija su atención a otro lugar. Aunque Mateo es el primer li-
bro de la actual colocación del Nuevo Testamento, no fue el primer libro
que se escribió. Es importante recordar que los libros y las Cartas que
integran el Nuevo Testamento no están en orden cronológico. Los pri-
meros escritos del Nuevo Testamento fueron las Cartas del apóstol Pa-
blo, aunque también la Epístola de Santiago puede estar entre los pri-
meros. Es probable que los cuatro Evangelios no aparecieran hasta des-
pués de la muerte de Pablo, hacia el año 65 d. C. Así, las frases iniciales
a las que me refiero se encuentran en la Carta de Pablo a los Gálatas.
Los eruditos discrepan en cuanto a si Gálatas precedió a 1 Tesalonicen-
ses o al revés. Personalmente, estoy convencido de que Pablo escribió
Gálatas hacia 48 d. C., después de su primer viaje misionero y antes del
concilio de Jerusalén mencionado en Hechos 15. Una fecha temprana
para Gálatas se corresponde con facilidad con el primer viaje misionero
de Pablo descrito en Hechos y explica varias afirmaciones que hace en
Gálatas en cuanto a sus visitas a Jerusalén. Sin embargo, respecto a
nuestro interés por las frases iniciales del Nuevo Testamento, la data-
ción es en realidad indiferente, porque todas las Cartas de Pablo empie-
zan aproximadamente igual. En este capítulo centraremos nuestra aten-
ción en el significado espiritual del saludo de Pablo a los cristianos de
Ga- lacia, y en cómo nos prepara para el resto de su Carta. Sin embargo,
antes de continuar, es importante que, en primer lugar, consideremos a
Pablo como autor de Epístolas.

Pablo, autor de Epístolas
Al iniciar nuestro estudio de Gálatas, es indispensable que seamos cons-
cientes de que Gálatas es una carta de verdad. Cuando Pablo se dedicaba
a escribir no lo hacía con la intención de producir una especie de obra
maestra literaria que las generaciones posteriores hubieran de admirar
como un clásico de la literatura. Guiado por el Espíritu, Pablo compuso
una carta de verdad que abordaba situaciones concretas que incidían
sobre él y sobre los creyentes de Galacia. Por ello, cuando nos empeña-
mos en entender el mensaje que su Epístola tiene para nosotros en la ac-
tualidad, resulta vital que consideremos, en primer lugar, lo que pudo
significar para los cristianos de Galacia.
Las cartas como la Epístola a los Gálatas desempeñaron un papel esen-
cial en el ministerio apostólico de Pablo. Como misionero al mundo gen-
til, fundó varias iglesias esparcidas en torno al Mediterráneo. Aunque
hacía cuanto estaba en su mano por visitarlas siempre que podía, le re-

                         © Recursos Escuela Sabática
sultaba sencillamente imposible estar en un lugar durante mucho tiem-
po. Para compensar su ausencia física, Pablo escribía cartas a las diver-
sas congregaciones a fin de darles orientación y dirección. Eran de gran
valor para las iglesias que las recibían, y los creyentes no tardaron en re-
conocer que eran documentos inspirados (2 Pedro 3:15, 16). A medida
que pasaba el tiempo, la gente compartía copias de las mismas con otras
congregaciones. Aunque algunas de las Cartas de Pablo han desapareci-
do (cf. Colosenses 4:16), trece llegaron a formar parte del Nuevo Testa-
mento.
Hubo un tiempo en que algunos cristianos creyeron que el formato de
las Cartas de Pablo era exclusivo: un formato final creado por el Espíritu
Santo para contener la Palabra inspirada de Dios. Aunque esto tenía
sentido para muchos, todo cambió en 1897 cuando dos jóvenes eruditos
de Oxford, Bernard Grenfell y Arthur Hunt, descubrieron accidental-
mente en una ciudad egipcia apartada, llamada Oxirrinco (la actual EL-
Bahnasa), unos quinientos mil fragmentos de papiros, material muy po-
pular en la antigüedad, que se remontaban a varios siglos antes y des-
pués de Cristo. Además de algunas de las copias más antiguas de los es-
critos del Nuevo Testamento, también encontraron antiguas facturas,
declaraciones de impuestos, recibos y hasta cartas personales. Fue una
sorpresa para algunos que el formato básico de las Cartas de Pablo re-
sultó ser idéntico al usado por todos los que escribían cartas en su épo-
ca. Incluía los siguientes elementos: 1) una salutación inicial que men-
cionaba al remitente, el destinatario y luego un saludo; 2) una expresión
de acción de gracias; 3) el cuerpo principal de la carta; y, por último, 4)
una observación final.
Aunque las Cartas de Pablo siguen el patrón básico de las cartas de su
época, les inyecta una perspectiva manifiestamente cristiana. Y, aunque
hacían lo que las demás cartas, la forma en que lo hacían era significati-
va. Teniendo presente lo anterior, consideremos ahora las frases inicia-
les de Gálatas.

Un saludo excepcional
Al considerar las frases iniciales de la Epístola, es preciso que soslaye-
mos los primeros dos versículos, porque no comprenden en realidad lo
que consideraríamos frases iniciales de la Carta. Como ya he menciona-
do, en la antigüedad los autores siempre iniciaban una carta declarando
su propio nombre seguido del nombre de la persona o las personas a las
que se dirigía. Por eso, los versículos 1 y 2 actúan en realidad más como
la portada de un libro moderno.


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En realidad, la frase inicial de la Carta propiamente dicha comienza en
el versículo 3, donde Pablo dice: «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios
Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nues-
tros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la vo-
luntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los
siglos. Amén» (Gálatas 1:3-5).
¿Qué hace que este saludo sea tan significativo? Bien, puede que sean
las primeras palabras del Nuevo Testamento, pero, ¿de verdad son tan
notables? ¿No está Pablo valiéndose simplemente de un típico saludo
amistoso, algo semejante a la forma en que muchas personas empiezan
a menudo una carta hoy, diciendo: «Querido Fulano de Tal»? Todo el
mundo sabe que es simplemente una introducción normal. Muy pocos
pensarían que la palabra «querido» al comienzo de una carta moderna
fuese realmente un término de afecto genuino. Es simplemente una
formalidad.
Sin embargo, el saludo de Pablo no es, ni mucho menos, una mera for-
malidad. Cuando dice «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de
nuestro Señor Jesucristo», no está usando un saludo genérico normal.
Eso precisamente hace que resulte tan sorprendente la declaración del
apóstol. En todos los documentos y las cartas que nos han llegado de to-
dos los siglos, este saludo se da por primera vez en los escritos de Pablo.
Otras cartas judías, por ejemplo, presentan saludos con deseos de salud
y paz, pero nunca encontramos esta combinación de gracia y paz antes
de Pablo. Es más, su uso de «gracia» y «paz» en Gálatas no es simple-
mente una expresión accidental que utilizó solo una vez. Usa exacta-
mente la misma expresión al comienzo de cada una de las Epístolas que
le han sido atribuidas.
Más interesante aún es que su saludo parece ser un juego de palabras.
Típicamente, las cartas antiguas empezaban con la palabra inicial «sa-
ludos». Hechos 23:26 y Santiago 1:1 ofrecen ejemplos. En griego, la pa-
labra española traducida «saludos» es jáirein. Sin embargo, Pablo susti-
tuye la palabra típica de saludo que sus lectores habrían esperado con
una palabra de sonido similar, aunque se trata de un término con con-
notaciones enormemente diferentes. En vez de jáirein, Pablo escribe
járis, traducido «gracia».
A esto añade a continuación el saludo judío típico, «paz». Vemos un
ejemplo del saludo hebreo típico en 1 Samuel 25:5, 6: «Entonces envió
David diez jóvenes y les dijo: "Subid al Carmel e id a Nabal; saludadlo en
mi nombre y decidle: Paz a ti, a tu familia, y paz a todo cuanto tienes'"».



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Pero para Pablo no se trata solo de gracia y paz, sino de «gracia y paz a
vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo». Hemos estable-
cido, pues, que el saludo del apóstol es excepcional. Sin embargo, ¿qué
significa? ¿Qué es la gracia? ¿Y qué implica la palabra «paz»?

Gracia
«Gracia» es uno de las palabras favoritas de Pablo. Lo usa más que
cualquier otro autor del Nuevo Testamento. De las más de ciento cin-
cuenta veces que aparece la palabra en el Nuevo Testamento, aproxima-
damente cien se dan en las Cartas del apóstol. Aunque, ciertamente, pa-
labras como «justificación» y «cruz» son términos importantes para
Pablo, no están presentes en todas sus Cartas. La palabra «cruz» apare-
ce solo diez veces en las Epístolas de Pablo; no aparece ni una vez en 2
Corintios, 1 o 2Tesalonicenses, 1 o 2 Timoteo, ni siquiera en Tito. Tam-
bién «justificación» la usa con poca frecuencia. Pero la situación es dife-
rente para la palabra «gracia». Aparece en cada una de sus trece Cartas.
Independientemente de los problemas que aborda en cada Epístola, la
gracia es tan medular para su mensaje evangélico que siempre forma
parte de su respuesta.
Sin embargo, ¿qué es esta gracia de la que Pablo habla con tanta fre-
cuencia? Desgraciadamente, nunca da una definición concreta de ella.
Entonces, ¿a dónde podemos acudir para obtener un cuadro coherente
de la gracia? A menudo, resulta útil fijarse en la forma en que Jesús usa
una palabra, pero no en este caso. Aunque Juan 1:14 dice que la vida de
Jesús fue el epítome de la gracia, la palabra «gracia» no aparece ni una
vez en las palabras de Jesús registradas en los Evangelios.
Si queremos comprender a cabalidad lo que la gracia conlleva para Pa-
blo, tenemos que ir al Antiguo Testamento. Recordemos que Pablo era
un israelita que había estudiado para ser rabino. Era muy versado en las
Escrituras hebreas, y justamente en ellas encontramos un cuadro con-
creto de lo que de verdad es la gracia.
La palabra «gracia» parece haberse originado en conexión con el anti-
guo verbo hebreo haná, que literalmente significa «inclinarse o agachar-
se». Transmite la idea de alguien que se inclina para ayudar a alguien
que se ha caído o que está necesitado, especialmente un superior que
ayuda a un inferior. Este concepto verbal de inclinarse acabó convir-
tiéndose en un sustantivo que significaba «favor» o «gracia». Pero no
cualquier tipo de favor; se trata más bien de una respuesta sincera de
amor y bondad incondicionales dada a alguien que es incapaz de valerse
por sí mismo. Y aquí está lo asombroso: en el Antiguo Testamento, Dios
es aquel que extiende el favor o la gracia (Génesis 6:8; 39:21; Éxodo
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33:12; Salmo 51:1). Me gusta la manera de explicarlo que se atribuye al
erudito Donald G. Barnhouse: «El amor que asciende es adoración; el
amor que sale es afecto; pero el amor que se inclina es gracia». 2
Entonces, ¿qué es la gracia para Pablo? Es el acto de extender favor o
atenciones a quien no lo merece y jamás podría ganárselo. La gracia no
es tratar a alguien como merece, sino mostrar atenciones, favor y
perdón a quienes no lo merecen. En último término, para Pablo, es un
favor inmerecido por parte de Dios, quien se inclina para perdonar
nuestros pecados y nos da de forma copiosa su propia justicia.

Paz
¿Qué significa la palabra «paz»? Cuando Pablo habla de paz, no se refie-
re a un cese de actividad o a la quietud, como lo que podríamos imagi-
narnos cuando decimos que el agua está apacible, o hablamos de la paz
antes de la tormenta. No, cuando Pablo habla de paz vuelve a echar ma-
no de su conocimiento de las Escrituras hebreas. La palabra hebrea
normalmente traducida por la palabra española «paz» es salóm. De
hecho, en algunos textos españoles se translitera directamente el voca-
blo hebreo, y suele escribirse shalom. Como hemos mencionado antes,
se trataba del saludo hebreo normal. Cuando alguien se encontraba con
otra persona, lo hacía con la palabra shalom.
Pero shalom es mucho más rico que nuestro saludo moderno «hola».
Shalom y sus palabras afines se encuentran entre los términos teológicos
más importantes del Antiguo Testamento. De hecho, su significado es
tan rico que resulta imposible transmitir todo lo que implica con una so-
la palabra española. No es meramente la ausencia de guerra, sino que
apunta en el sentido positivo de una unidad y una armonía libres de
obstáculos. Tal paz significa estar completo, estar entero, tener plenitud,
prosperar, gozar de buena salud, estar en armonía, estar bien en el ple-
no sentido de la palabra.
2 Crónicas 25:2 ilustra muy bien el significado de shalom. El pasaje pre-
senta una evaluación del reinado del rey Amasias, hijo del rey Joás.
Fijémonos en la descripción que presenta: «Hizo lo que el Señor aprue-
ba, aunque no de todo corazón» (NVI). El hebreo declara literalmente
que Amasias hizo lo recto ante los ojos del Señor, pero no con un co-
razón salem. Aquí vemos que el término salem (estrechamente relacio-
nado con salóm) significa un corazón entero o indiviso.


2
   Citado en Charles R. Swindoll, The Grace Awakening [El despertar de la gracia] (Nashville: Word Pub-
lishing, 1990), p. 8. Existe una edición en castellano publicada por Editorial Caribe.
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¿Cómo lograr este tipo de paz, esta plenitud? Las Escrituras hebreas lo
dejan muy claro. La auténtica paz tiene su fuente únicamente en Dios.
Es el que habla paz a su pueblo (Salmo 85:8). No se trata de algo que
podamos conseguir nosotros; es un regalo que solo el Señor puede dar (1
Crónicas 22:9,10; Números 6:24-26).

Una secuencia divina
Gracia y paz. Estas dos palabras no podemos ponerlas en una secuencia
cualquiera. Es un orden divino. Primero la gracia y luego la paz. No
puede suceder de ninguna otra manera. A no ser que Dios derrame en
primer lugar su gracia sobre nosotros, perdonando nuestros pecados y
cubriendo nuestra vida pecaminosa con la vida perfecta de su Hijo, no
podremos tener auténtica paz. Nuestra paz, nuestra plenitud, está arrai-
gada en su gracia, y solo en su gracia.
¡No se me ocurre una mejor forma para dar inicio al Nuevo Testamento!
Con solo dos palabras sencillas, Pablo condensa toda la esencia de lo
que de verdad es el mensaje de la cruz. Dios ofrece gracia y paz a todo
descendiente de Adán y Eva. No está en guerra con la raza humana
(Romanos 5:1), no está contra nosotros. Dios no guarda rencor. Muy al
contrario, ya ha realizado todo lo necesario para nuestro salvación a
través de su Hijo, Jesús, el divino Hijo de Dios, quien se inclinó desde el
cielo para tomar sobre sí nuestra humanidad caída, y quien incluso se
inclinó para ser clavado a una cruz para que, por su muerte, pudiéramos
escuchar esas palabras que tanto necesitábamos: «Gracia y paz sean a
vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo».

Un anticipo del resto de la Carta
El saludo inicial de Gálatas también nos prepara para los temas clave
que Pablo desarrollará en el resto de la Epístola, así como para el reto
específico que afrontaba en Galacia. Como veremos, ciertos alborotado-
res cuestionaban su autoridad y su evangelio. Esos falsos maestros no
estaban satisfechos con su mensaje de que la salvación se basaba úni-
camente en la fe en Cristo. Creían que su enseñanza socavaba la obe-
diencia a la ley. Sin embargo, sus adversarios eran sutiles. Conocedores
de que el fundamento del mensaje evangélico de Pablo estaba directa-
mente unido a la fuente de su autoridad apostólica, decidieron empren-
der un vigoroso ataque contra ella. Dado que la iglesia de la Antioquía
del Orontes había sido la que envió a Pablo y Bernabé como misioneros
(Hechos 13:1-3), los falsos maestros de Galacia afirmaron que aquel era
sencillamente un mensajero de Antioquía, ¡nada más!


                         © Recursos Escuela Sabática
Pablo combate magistralmente ambos retos ya en medio de su saludo
inicial. Consciente del peligro potencial planteado por tales alegatos si
se permitía que quedaran sin oposición, expande su saludo tradicional
(más largo que en cualquiera de sus demás Cartas) afirmando que su
apostolado no tiene su origen en ninguna organización eclesiástica ni en
ninguna persona aislada. Su apostolado es «por Jesucristo y por Dios
Padre» (Gálatas 1:1).
Sin embargo, no se detiene ahí. En lugar de comenzar la Carta mera-
mente con su saludo habitual de «gracia y paz», Pablo también expande
su saludo (una vez más, de forma distinta a cualquiera de sus otras Epís-
tolas) para afirmar lo que de verdad es el evangelio de gracia y de paz.
La gracia y la paz que tenemos con Dios no son el resultado de nuestra
obediencia a la ley. Su fundamento entero está en lo que Cristo hizo me-
diante su muerte y su resurrección. Estas lograron algo que jamás podr-
íamos obtener por nosotros mismos: quebrantar el poder del pecado y
de la muerte, librándonos del mal de este siglo, que a tantos mantiene
en temor y servidumbre (versículo 4).
Rara Pablo, la situación de Galacia no era cosa de risa. De hecho, estaba
tan enardecido por el falso retrato de Dios que presentaban a los gálatas
los falsos maestros que hasta se salta la expresión normal de acción de
gracias que forma parte del saludo de todas sus otras Cartas.

Un libro cuya lectura merece la pena
Según la bibliotecaria Nancy Pearl, si la lectura de un libro merece la
pena, tiene que cautivarte con sus frases iniciales. Debe hacer que el co-
razón te lata más fuerte y debe abrirte todo tipo de posibilidades. ¿Qué
mejor ejemplo que lo que encontramos en las frases iniciales de Gála-
tas? Nos invita a experimentar por nosotros mismos la plena riqueza del
don de la gracia y la paz que Dios nos ofrece. Y no tenemos que esperar
a la eternidad para disfrutarlo: es nuestro ahora.




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2011 04-02 complemenatario

  • 1. Gálatas Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas Carl P. Cosaert CAPÍTULO 2 La autoridad de Pablo y el evangelio A unque, ciertamente, no se puede juzgar un libro por su portada, Nancy Pearl, conocida bibliotecaria de Seattle, cree que sus pri- meras frases normalmente pueden dar una indicación muy bue- na de si realmente merece ser leído. En una entrevista realizada hace años en el programa Morning Edition [Edición matutina] de la red de emisoras de National Public Radio [Radio pública nacional], llegó a afirmar: «Creo que cuando lees una buena primera frase es como ena- morarte de alguien. El corazón te empieza a palpitar [...]. Abre todas las posibilidades». 1 ¿Alguna vez un libro le ha atraído tanto con sus primeras frases que ha dejado una impronta permanente en usted? Ciertos libros son famosos por lo memorable de sus primeras frases. Por ejemplo, ¿quién no identi- ficaría las palabras iniciales de la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades, todo un clásico: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos [...]»? Sin embargo, aunque me he encontrado algunas frases iniciales ciertamente intrigantes, puedo decir con toda sinceridad que ninguna novela me ha conmovido de la forma espectacular que des- cribe Nancy Pearl. No obstante, hay una frase inicial que me ha sobrecogido con todo tipo de posibilidades. Y no soy el único que ha sido fascinado por ella. Cau- tivó el corazón de los primeros cristianos y ha seguido dando esperanza a una cantidad innumerable de personas desde que se compuso las fra- ses iniciales del Nuevo Testamento. 1 Nancy Pearl, «Famous First Words» [Primeras palabras famosas], Morning Edition, National Public Ra- dio, 8 de septiembre de 2004. © Recursos Escuela Sabática
  • 2. Pero antes de que instintivamente usted empiece a pensar en el Evange- lio de Mateo y en la desconcertante genealogía que lo introduce, permí- tame que dirija su atención a otro lugar. Aunque Mateo es el primer li- bro de la actual colocación del Nuevo Testamento, no fue el primer libro que se escribió. Es importante recordar que los libros y las Cartas que integran el Nuevo Testamento no están en orden cronológico. Los pri- meros escritos del Nuevo Testamento fueron las Cartas del apóstol Pa- blo, aunque también la Epístola de Santiago puede estar entre los pri- meros. Es probable que los cuatro Evangelios no aparecieran hasta des- pués de la muerte de Pablo, hacia el año 65 d. C. Así, las frases iniciales a las que me refiero se encuentran en la Carta de Pablo a los Gálatas. Los eruditos discrepan en cuanto a si Gálatas precedió a 1 Tesalonicen- ses o al revés. Personalmente, estoy convencido de que Pablo escribió Gálatas hacia 48 d. C., después de su primer viaje misionero y antes del concilio de Jerusalén mencionado en Hechos 15. Una fecha temprana para Gálatas se corresponde con facilidad con el primer viaje misionero de Pablo descrito en Hechos y explica varias afirmaciones que hace en Gálatas en cuanto a sus visitas a Jerusalén. Sin embargo, respecto a nuestro interés por las frases iniciales del Nuevo Testamento, la data- ción es en realidad indiferente, porque todas las Cartas de Pablo empie- zan aproximadamente igual. En este capítulo centraremos nuestra aten- ción en el significado espiritual del saludo de Pablo a los cristianos de Ga- lacia, y en cómo nos prepara para el resto de su Carta. Sin embargo, antes de continuar, es importante que, en primer lugar, consideremos a Pablo como autor de Epístolas. Pablo, autor de Epístolas Al iniciar nuestro estudio de Gálatas, es indispensable que seamos cons- cientes de que Gálatas es una carta de verdad. Cuando Pablo se dedicaba a escribir no lo hacía con la intención de producir una especie de obra maestra literaria que las generaciones posteriores hubieran de admirar como un clásico de la literatura. Guiado por el Espíritu, Pablo compuso una carta de verdad que abordaba situaciones concretas que incidían sobre él y sobre los creyentes de Galacia. Por ello, cuando nos empeña- mos en entender el mensaje que su Epístola tiene para nosotros en la ac- tualidad, resulta vital que consideremos, en primer lugar, lo que pudo significar para los cristianos de Galacia. Las cartas como la Epístola a los Gálatas desempeñaron un papel esen- cial en el ministerio apostólico de Pablo. Como misionero al mundo gen- til, fundó varias iglesias esparcidas en torno al Mediterráneo. Aunque hacía cuanto estaba en su mano por visitarlas siempre que podía, le re- © Recursos Escuela Sabática
  • 3. sultaba sencillamente imposible estar en un lugar durante mucho tiem- po. Para compensar su ausencia física, Pablo escribía cartas a las diver- sas congregaciones a fin de darles orientación y dirección. Eran de gran valor para las iglesias que las recibían, y los creyentes no tardaron en re- conocer que eran documentos inspirados (2 Pedro 3:15, 16). A medida que pasaba el tiempo, la gente compartía copias de las mismas con otras congregaciones. Aunque algunas de las Cartas de Pablo han desapareci- do (cf. Colosenses 4:16), trece llegaron a formar parte del Nuevo Testa- mento. Hubo un tiempo en que algunos cristianos creyeron que el formato de las Cartas de Pablo era exclusivo: un formato final creado por el Espíritu Santo para contener la Palabra inspirada de Dios. Aunque esto tenía sentido para muchos, todo cambió en 1897 cuando dos jóvenes eruditos de Oxford, Bernard Grenfell y Arthur Hunt, descubrieron accidental- mente en una ciudad egipcia apartada, llamada Oxirrinco (la actual EL- Bahnasa), unos quinientos mil fragmentos de papiros, material muy po- pular en la antigüedad, que se remontaban a varios siglos antes y des- pués de Cristo. Además de algunas de las copias más antiguas de los es- critos del Nuevo Testamento, también encontraron antiguas facturas, declaraciones de impuestos, recibos y hasta cartas personales. Fue una sorpresa para algunos que el formato básico de las Cartas de Pablo re- sultó ser idéntico al usado por todos los que escribían cartas en su épo- ca. Incluía los siguientes elementos: 1) una salutación inicial que men- cionaba al remitente, el destinatario y luego un saludo; 2) una expresión de acción de gracias; 3) el cuerpo principal de la carta; y, por último, 4) una observación final. Aunque las Cartas de Pablo siguen el patrón básico de las cartas de su época, les inyecta una perspectiva manifiestamente cristiana. Y, aunque hacían lo que las demás cartas, la forma en que lo hacían era significati- va. Teniendo presente lo anterior, consideremos ahora las frases inicia- les de Gálatas. Un saludo excepcional Al considerar las frases iniciales de la Epístola, es preciso que soslaye- mos los primeros dos versículos, porque no comprenden en realidad lo que consideraríamos frases iniciales de la Carta. Como ya he menciona- do, en la antigüedad los autores siempre iniciaban una carta declarando su propio nombre seguido del nombre de la persona o las personas a las que se dirigía. Por eso, los versículos 1 y 2 actúan en realidad más como la portada de un libro moderno. © Recursos Escuela Sabática
  • 4. En realidad, la frase inicial de la Carta propiamente dicha comienza en el versículo 3, donde Pablo dice: «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nues- tros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la vo- luntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Gálatas 1:3-5). ¿Qué hace que este saludo sea tan significativo? Bien, puede que sean las primeras palabras del Nuevo Testamento, pero, ¿de verdad son tan notables? ¿No está Pablo valiéndose simplemente de un típico saludo amistoso, algo semejante a la forma en que muchas personas empiezan a menudo una carta hoy, diciendo: «Querido Fulano de Tal»? Todo el mundo sabe que es simplemente una introducción normal. Muy pocos pensarían que la palabra «querido» al comienzo de una carta moderna fuese realmente un término de afecto genuino. Es simplemente una formalidad. Sin embargo, el saludo de Pablo no es, ni mucho menos, una mera for- malidad. Cuando dice «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo», no está usando un saludo genérico normal. Eso precisamente hace que resulte tan sorprendente la declaración del apóstol. En todos los documentos y las cartas que nos han llegado de to- dos los siglos, este saludo se da por primera vez en los escritos de Pablo. Otras cartas judías, por ejemplo, presentan saludos con deseos de salud y paz, pero nunca encontramos esta combinación de gracia y paz antes de Pablo. Es más, su uso de «gracia» y «paz» en Gálatas no es simple- mente una expresión accidental que utilizó solo una vez. Usa exacta- mente la misma expresión al comienzo de cada una de las Epístolas que le han sido atribuidas. Más interesante aún es que su saludo parece ser un juego de palabras. Típicamente, las cartas antiguas empezaban con la palabra inicial «sa- ludos». Hechos 23:26 y Santiago 1:1 ofrecen ejemplos. En griego, la pa- labra española traducida «saludos» es jáirein. Sin embargo, Pablo susti- tuye la palabra típica de saludo que sus lectores habrían esperado con una palabra de sonido similar, aunque se trata de un término con con- notaciones enormemente diferentes. En vez de jáirein, Pablo escribe járis, traducido «gracia». A esto añade a continuación el saludo judío típico, «paz». Vemos un ejemplo del saludo hebreo típico en 1 Samuel 25:5, 6: «Entonces envió David diez jóvenes y les dijo: "Subid al Carmel e id a Nabal; saludadlo en mi nombre y decidle: Paz a ti, a tu familia, y paz a todo cuanto tienes'"». © Recursos Escuela Sabática
  • 5. Pero para Pablo no se trata solo de gracia y paz, sino de «gracia y paz a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo». Hemos estable- cido, pues, que el saludo del apóstol es excepcional. Sin embargo, ¿qué significa? ¿Qué es la gracia? ¿Y qué implica la palabra «paz»? Gracia «Gracia» es uno de las palabras favoritas de Pablo. Lo usa más que cualquier otro autor del Nuevo Testamento. De las más de ciento cin- cuenta veces que aparece la palabra en el Nuevo Testamento, aproxima- damente cien se dan en las Cartas del apóstol. Aunque, ciertamente, pa- labras como «justificación» y «cruz» son términos importantes para Pablo, no están presentes en todas sus Cartas. La palabra «cruz» apare- ce solo diez veces en las Epístolas de Pablo; no aparece ni una vez en 2 Corintios, 1 o 2Tesalonicenses, 1 o 2 Timoteo, ni siquiera en Tito. Tam- bién «justificación» la usa con poca frecuencia. Pero la situación es dife- rente para la palabra «gracia». Aparece en cada una de sus trece Cartas. Independientemente de los problemas que aborda en cada Epístola, la gracia es tan medular para su mensaje evangélico que siempre forma parte de su respuesta. Sin embargo, ¿qué es esta gracia de la que Pablo habla con tanta fre- cuencia? Desgraciadamente, nunca da una definición concreta de ella. Entonces, ¿a dónde podemos acudir para obtener un cuadro coherente de la gracia? A menudo, resulta útil fijarse en la forma en que Jesús usa una palabra, pero no en este caso. Aunque Juan 1:14 dice que la vida de Jesús fue el epítome de la gracia, la palabra «gracia» no aparece ni una vez en las palabras de Jesús registradas en los Evangelios. Si queremos comprender a cabalidad lo que la gracia conlleva para Pa- blo, tenemos que ir al Antiguo Testamento. Recordemos que Pablo era un israelita que había estudiado para ser rabino. Era muy versado en las Escrituras hebreas, y justamente en ellas encontramos un cuadro con- creto de lo que de verdad es la gracia. La palabra «gracia» parece haberse originado en conexión con el anti- guo verbo hebreo haná, que literalmente significa «inclinarse o agachar- se». Transmite la idea de alguien que se inclina para ayudar a alguien que se ha caído o que está necesitado, especialmente un superior que ayuda a un inferior. Este concepto verbal de inclinarse acabó convir- tiéndose en un sustantivo que significaba «favor» o «gracia». Pero no cualquier tipo de favor; se trata más bien de una respuesta sincera de amor y bondad incondicionales dada a alguien que es incapaz de valerse por sí mismo. Y aquí está lo asombroso: en el Antiguo Testamento, Dios es aquel que extiende el favor o la gracia (Génesis 6:8; 39:21; Éxodo © Recursos Escuela Sabática
  • 6. 33:12; Salmo 51:1). Me gusta la manera de explicarlo que se atribuye al erudito Donald G. Barnhouse: «El amor que asciende es adoración; el amor que sale es afecto; pero el amor que se inclina es gracia». 2 Entonces, ¿qué es la gracia para Pablo? Es el acto de extender favor o atenciones a quien no lo merece y jamás podría ganárselo. La gracia no es tratar a alguien como merece, sino mostrar atenciones, favor y perdón a quienes no lo merecen. En último término, para Pablo, es un favor inmerecido por parte de Dios, quien se inclina para perdonar nuestros pecados y nos da de forma copiosa su propia justicia. Paz ¿Qué significa la palabra «paz»? Cuando Pablo habla de paz, no se refie- re a un cese de actividad o a la quietud, como lo que podríamos imagi- narnos cuando decimos que el agua está apacible, o hablamos de la paz antes de la tormenta. No, cuando Pablo habla de paz vuelve a echar ma- no de su conocimiento de las Escrituras hebreas. La palabra hebrea normalmente traducida por la palabra española «paz» es salóm. De hecho, en algunos textos españoles se translitera directamente el voca- blo hebreo, y suele escribirse shalom. Como hemos mencionado antes, se trataba del saludo hebreo normal. Cuando alguien se encontraba con otra persona, lo hacía con la palabra shalom. Pero shalom es mucho más rico que nuestro saludo moderno «hola». Shalom y sus palabras afines se encuentran entre los términos teológicos más importantes del Antiguo Testamento. De hecho, su significado es tan rico que resulta imposible transmitir todo lo que implica con una so- la palabra española. No es meramente la ausencia de guerra, sino que apunta en el sentido positivo de una unidad y una armonía libres de obstáculos. Tal paz significa estar completo, estar entero, tener plenitud, prosperar, gozar de buena salud, estar en armonía, estar bien en el ple- no sentido de la palabra. 2 Crónicas 25:2 ilustra muy bien el significado de shalom. El pasaje pre- senta una evaluación del reinado del rey Amasias, hijo del rey Joás. Fijémonos en la descripción que presenta: «Hizo lo que el Señor aprue- ba, aunque no de todo corazón» (NVI). El hebreo declara literalmente que Amasias hizo lo recto ante los ojos del Señor, pero no con un co- razón salem. Aquí vemos que el término salem (estrechamente relacio- nado con salóm) significa un corazón entero o indiviso. 2 Citado en Charles R. Swindoll, The Grace Awakening [El despertar de la gracia] (Nashville: Word Pub- lishing, 1990), p. 8. Existe una edición en castellano publicada por Editorial Caribe. © Recursos Escuela Sabática
  • 7. ¿Cómo lograr este tipo de paz, esta plenitud? Las Escrituras hebreas lo dejan muy claro. La auténtica paz tiene su fuente únicamente en Dios. Es el que habla paz a su pueblo (Salmo 85:8). No se trata de algo que podamos conseguir nosotros; es un regalo que solo el Señor puede dar (1 Crónicas 22:9,10; Números 6:24-26). Una secuencia divina Gracia y paz. Estas dos palabras no podemos ponerlas en una secuencia cualquiera. Es un orden divino. Primero la gracia y luego la paz. No puede suceder de ninguna otra manera. A no ser que Dios derrame en primer lugar su gracia sobre nosotros, perdonando nuestros pecados y cubriendo nuestra vida pecaminosa con la vida perfecta de su Hijo, no podremos tener auténtica paz. Nuestra paz, nuestra plenitud, está arrai- gada en su gracia, y solo en su gracia. ¡No se me ocurre una mejor forma para dar inicio al Nuevo Testamento! Con solo dos palabras sencillas, Pablo condensa toda la esencia de lo que de verdad es el mensaje de la cruz. Dios ofrece gracia y paz a todo descendiente de Adán y Eva. No está en guerra con la raza humana (Romanos 5:1), no está contra nosotros. Dios no guarda rencor. Muy al contrario, ya ha realizado todo lo necesario para nuestro salvación a través de su Hijo, Jesús, el divino Hijo de Dios, quien se inclinó desde el cielo para tomar sobre sí nuestra humanidad caída, y quien incluso se inclinó para ser clavado a una cruz para que, por su muerte, pudiéramos escuchar esas palabras que tanto necesitábamos: «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo». Un anticipo del resto de la Carta El saludo inicial de Gálatas también nos prepara para los temas clave que Pablo desarrollará en el resto de la Epístola, así como para el reto específico que afrontaba en Galacia. Como veremos, ciertos alborotado- res cuestionaban su autoridad y su evangelio. Esos falsos maestros no estaban satisfechos con su mensaje de que la salvación se basaba úni- camente en la fe en Cristo. Creían que su enseñanza socavaba la obe- diencia a la ley. Sin embargo, sus adversarios eran sutiles. Conocedores de que el fundamento del mensaje evangélico de Pablo estaba directa- mente unido a la fuente de su autoridad apostólica, decidieron empren- der un vigoroso ataque contra ella. Dado que la iglesia de la Antioquía del Orontes había sido la que envió a Pablo y Bernabé como misioneros (Hechos 13:1-3), los falsos maestros de Galacia afirmaron que aquel era sencillamente un mensajero de Antioquía, ¡nada más! © Recursos Escuela Sabática
  • 8. Pablo combate magistralmente ambos retos ya en medio de su saludo inicial. Consciente del peligro potencial planteado por tales alegatos si se permitía que quedaran sin oposición, expande su saludo tradicional (más largo que en cualquiera de sus demás Cartas) afirmando que su apostolado no tiene su origen en ninguna organización eclesiástica ni en ninguna persona aislada. Su apostolado es «por Jesucristo y por Dios Padre» (Gálatas 1:1). Sin embargo, no se detiene ahí. En lugar de comenzar la Carta mera- mente con su saludo habitual de «gracia y paz», Pablo también expande su saludo (una vez más, de forma distinta a cualquiera de sus otras Epís- tolas) para afirmar lo que de verdad es el evangelio de gracia y de paz. La gracia y la paz que tenemos con Dios no son el resultado de nuestra obediencia a la ley. Su fundamento entero está en lo que Cristo hizo me- diante su muerte y su resurrección. Estas lograron algo que jamás podr- íamos obtener por nosotros mismos: quebrantar el poder del pecado y de la muerte, librándonos del mal de este siglo, que a tantos mantiene en temor y servidumbre (versículo 4). Rara Pablo, la situación de Galacia no era cosa de risa. De hecho, estaba tan enardecido por el falso retrato de Dios que presentaban a los gálatas los falsos maestros que hasta se salta la expresión normal de acción de gracias que forma parte del saludo de todas sus otras Cartas. Un libro cuya lectura merece la pena Según la bibliotecaria Nancy Pearl, si la lectura de un libro merece la pena, tiene que cautivarte con sus frases iniciales. Debe hacer que el co- razón te lata más fuerte y debe abrirte todo tipo de posibilidades. ¿Qué mejor ejemplo que lo que encontramos en las frases iniciales de Gála- tas? Nos invita a experimentar por nosotros mismos la plena riqueza del don de la gracia y la paz que Dios nos ofrece. Y no tenemos que esperar a la eternidad para disfrutarlo: es nuestro ahora. Material provisto por RECURSOS ESCUELA SABATICA © http://ar.groups.yahoo.com/group/Comentarios_EscuelaSabatica http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática © Recursos Escuela Sabática