2. Comenzamos hoy leyendo el evangelio correspondiente
a este domingo, según el evangelista san Mateo.
3. En aquel tiempo exclamó Jesús: «Te doy gracias,
Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha
parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y
nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar. Venid a mi todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con
mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Mateo 11,25-30
4. En este evangelio de
hoy encontramos
dos partes bien
diferenciadas,
aunque tienen
mucha relación. La
1ª es una oración de
Jesús a su Padre
celestial dando
gracias, porque,
aunque los «sabios»
no quieran
entenderlo, sí lo
entiende la gente
sencilla.
5. En la segunda parte Jesús invita, especialmente a esa gente
sencilla, a que acuda a Él, pues es «manso y humilde de
corazón».
6. Veamos primero la oración de Jesucristo dando
gracias a su Padre celestial.
7. Muchas veces oraba
Jesús, hasta pasaba
noches enteras en
oración; pero pocas
veces se nos
presenta una oración
en concreto. Hoy se
nos presenta
agradeciendo, que
significa el
reconocer que todo
lo bueno viene de
Dios.
8. Y esta es la primera lección que hoy nos da Jesús: Dar
gracias a Dios.
Es cierto que
debemos hablar
mucho con Dios,
especialmente
con Dios-Padre,
como nos enseñó
Jesús. Es mucho
lo que debemos
agradecer. Por
eso una de las
oraciones más
hermosas es dar
gracias a Dios. ¡Y
tenemos que dar
gracias a Dios
por tantas cosas!
20. Por ejemplo, respiramos tranquilamente sin ser dueños
del aire y no pensamos en Quien nos lo ha dado. Y así
tantas y tantas cosas.
21. Cuando uno entra
en la dinámica del
progreso material,
fácilmente cree que
puede vivir
independientemente
de Dios, como si el
desarrollo fuese el
fruto total del ser
humano, sin pensar
que nuestra
inteligencia y las
materias primas
provienen de la
bondad de Dios.
22. En otros
momentos nos
presenta el
evangelio a
Jesucristo dando
gracias al Padre,
como cuando iba
a resucitar a
Lázaro o en la
Institución de la
Eucaristía.
23. Porque, habiendo muchos que teniéndose por “sabios y
entendidos” sin entender verdaderamente los mensajes
de Dios, hay otras personas sencillas y humildes que,
con la gracia de Dios, son capaces de llegar al
conocimiento de estas grandes verdades de Dios.
¿Por qué da
gracias
Jesús en
aquel
momento?
24. El evangelio dice que Dios ha escondido estas cosas a
los sabios y entendidos y las ha revelado a la gente
sencilla. Es una forma de hablar adaptada a aquel
tiempo. No es que Dios cierre el entendimiento a los
sabios y se lo revele sólo a los sencillos.
Es que éstos
abren el
corazón a
Dios,
mientras que
los “sabios”
muchas
veces lo
cierran.
25. Para poder dar gracias a Dios de verdad, debemos
ser sencillos, humildes y mansos.
26. En otras ocasiones dirá Jesús que nosotros ante Dios
debemos ser como niños. Es reconocer que ante Dios
somos muy poca cosa y que, si algo tenemos, es porque
Dios nos lo ha dado para poder ser felices con Él.
Por eso
muchas
veces le
tenemos
que pedir
que nos
dé un
corazón
de niño.
31. En la vida de Jesús encontramos que los que se tenían
por especialistas en religión le rechazaron, le calumnia-
ron, desconfiaban de él y le procuraron la muerte.
32. Sin embargo los sencillos, los que se sentían excluidos
por aquellos sacerdotes y “teólogos”, que se creían
saberlo todo, acogieron las palabras de Jesús.
33. Entre estos sencillos estaban también los apóstoles y
otros discípulos (no todos) que habían ido adoptando
en su vida las vivencias de Jesús.
34. A estos sencillos es a quienes Jesús les dice: “Venid a mi
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os
aliviaré”.
35. De hecho Jesús llamaba a todos, también a los que se
creían “superdotados”.
Lo que
pasaba es
que éstos no
se sentían
“cansados y
agobiados”.
36. A veces en el sentido material y muchas veces en el
sentido espiritual o psicológico. Por eso debemos
escuchar en el fondo del corazón este clamor de Jesús
que nos dice:
Muchas
veces
nosotros
nos
podemos
sentir
cansados y
agobiados.
40. Venid a mi, si
estáis
cansados.
Venid a mi,
que yo os
aliviaré.
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41. Esta postura de Jesús es muy diferente de muchos que
se llaman “grandes de la tierra”, que dicen no tener
tiempo para atender a los necesitados. Jesús está
accesible a todos, no sólo en el sagrario, que es verdad,
sino que toma la iniciativa para que vayamos a Él.
Y en esta
vida
¡cuántas
tribulacio-
nes
tenemos!
Vayamos a
Él.
42. ¿Cuál es la solución que
les da Jesús a aquellas
personas? “Cargad con
mi yugo y aprended de
mi”. El evangelista san
Mateo es quien más se
fija en la posición de
Jesús en contra de la de
los fariseos. Éstos
tomaban la religión como
una carga pesada y así la
querían poner sobre los
demás. Jesús quiere
cambiar la carga pesada
por algo más llevadero.
43. Jesús nos pone una carga sencilla, aunque es difícil a
veces: es la carga del amor. Si hubiera verdadero amor y
caridad, ¡qué fácil sería llevar las cargas de esta vida!;
las nuestras y las de los demás.
La actitud del
discípulo de
Cristo es ir
quitando
cargas o
ayudando a
sobrellevarlas.
Es la ley del
amor.
44. Y debemos
aprender de Jesús.
El nos dice que es
manso y humilde
de corazón. Hoy en
la 1ª lectura el
profeta Zacarías
nos presenta la
figura del Mesías
que llega no con
prepotencia, sino, a
pesar de ser rey y
muy fuerte, viene
montado en un
asno, en un pollino
de borrica. Dice así:
45. Zacarías 9,9-10
Así dice el Señor: "Alégrate, hija de
Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu
rey que viene a ti justo y victorioso;
modesto y cabalgando en un asno, en
un pollino de borrica. Destruirá los
carros de Efraín, los caballos de
Jerusalén, romperá los arcos guerreros,
dictará la paz a las naciones; dominará
de mar a mar, del Gran Río al confín de
la tierra."
46. Esta figura del Mesías
manso y humilde,
montado sobre un asno,
lo vemos especialmente
el domingo de ramos.
Esto nos indica varias
ideas sobre la
mansedumbre. Una de
ellas es que no es
pasividad. El profeta
habla del Mesías manso
y tierno; pero al mismo
tiempo fuerte, que
destruirá los carros de
Efraín, etc.
47. Así Jesús en el
domingo de
ramos entra
manso y pacífico;
pero ve el ultraje
contra el templo
de su Padre y al
día siguiente
toma el látigo
para echar de allí
a los que lo están
profanando con
sus ventas y
mercancías.
48. Por eso ser manso no
significa ser inútil,
sino que en un
momento
determinado puede
indignarse. El manso
no es un resignado
impotente, o un
incapaz de abordar
los problemas arduos
de la injusticia, de la
mentira o la
hipocresía. El manso
no es débil, sino
fuerte porque ha
sabido vencerse a sí
mismo.
49. Alguno cree que la
mansedumbre es algo
con lo que uno nace,
como si fuese un dato
genético. La
mansedumbre se va
haciendo en cada uno. Y
se hace dominándose a
sí mismo, no dominando
a los demás. Es un don
del espíritu que se debe
conseguir, no para
dominar a los demás,
sino para saber dirigir
mansamente a los otros.
50. Un gran ejemplo fue el
de Moisés. Era un
hombre de un
temperamento fuerte:
Siendo aún joven vio a
un egipcio que
golpeaba brutalmente a
un trabajador israelita.
A Moisés se le subió la
sangre a la cabeza y allí
mismo mató al egipcio
y le enterró en la arena.
Luego se supo el hecho
y Moisés tuvo que huir.
51. Sin embargo, cuando
Moisés era mayor y
conducía al pueblo de
Dios, el autor sagrado
dice de él que era el
hombre “más manso
y sufrido de la tierra”.
Había vencido su
temperamento
fogoso, cargado de
agresividad, por un
corazón lleno de
mansedumbre.
52. Y así ha sido con todos
los santos. Es famoso el
caso de san Francisco de
Sales, hombre fogoso y de
temperamento fuerte que,
siendo obispo, era para
muchos la encarnación de
la mansedumbre. Dicen
que la hiel de su cadáver
era un conjunto de
piedrecitas por el esfuerzo
tan grande que había
hecho para vencer su
temperamento.
53. Otra equivocación que algunos tienen es que creen que
ser manso significa estar triste. El que ha conseguido la
mansedumbre está profundamente alegre, con la alegría
profunda del alma. Es una alegría que es contagiosa. Por
eso el profeta, en la primera lectura, invita a Jerusalén,
Sión, a alegrarse porque llega su rey victorioso, pero
manso de corazón.
54. Esto es porque
estamos metidos
demasiado en la
vida de la carne y
debemos vivir más
la vida del espíritu.
Aunque difícil, con
la gracia de Dios,
debemos ir
quitando la
atracción de la
carne para que viva
la vida del espíritu.
Para poder tener esta mansedumbre, que es una virtud,
debemos pedirla muchas
veces al Señor.
55. Quien es «manso y
humilde de corazón»,
si tiene que discutir,
se muestra sereno y
respetuoso con las
opiniones ajenas,
dispuesto siempre a
escuchar. Quien así
lo hace, si no
demuestra que tiene
toda la razón,
muestra al menos
que tiene más razón
que el otro.
56. La mansedumbre está unida siempre al amor. Por eso
hay que saber ceder, pero ceder con amor, ceder porque
se ama, porque se tiene caridad.
57. Terminamos
proclamando el salmo
131 (o 130), al pedir al
Señor que seamos
como niños, que
escuchemos con
sencillez sus
mensajes, los
llevemos al corazón y,
sin grandes
pretensiones,
sigamos a Jesús con
humildad, pero con
mucho amor.