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101 Dalmatas
Autor: Walt Disney
Esta historia sucedió hace mucho tiempo en el corazón de la ciudad de Londres, dónde vivían
felices dos preciosos y encantadores dálmatas, Perdita y Pongo, en una casita del centro de la
ciudad, con sus amos, Anita y Roger.
Roger era pianista, y se pasaba el dia sentado al piano componiendo preciosas melodias;
a Anita le gustaba mucho escucharle porque era un excelente músico.
Anita y Roger tenían a su servicio a una dulce señora, ya mayor, llamada Nani. Aquel día, Nani
había limpiado cuidadosamente el sótano Perdita estaba a punto de dar a luz. Pongo y Roger
esperaron en el salón, llenos de impaciencia, el gran acontecimiento. Por fin se abrió la puerta del
sótano y apareció Nani.
-¡Son nueve! -anunció
-¡Once! -gritó Anita desde abajo-.
-¡No, trece!
Poco después, se enteraron del número definitivo: ¡Quince!
¡Quince cachorros! Pongo se sintió orgullosísimo... y completamente feliz.
-¿Qué vamos a hacer con tantos? -preguntó Roger, al verlos.
-¡Quedarnos con ellos, naturalmente -respondió Nani, meciendo a los tiernos
cachorritos.
Precisamente esa noche, la malvada Cruella de Vil fue a visitar a Anita, su antigua amiga
del colegio. Cuando vio los cachorros, quiso comprarlos todos.
-Os pagaré lo que me pidáis -dijo
-No están en venta -respondió Roger señalando la puerta.
Pongo empezó a gruñir y a enseñarle los dientes. Entonces Cruella, furiosa, se fue dando un
portazo.
-¡Quiero esos cachorros! -murmuró Cruella al salir-. ¡Y los tendré!
Entonces se dirigió a casa de sus esbirros, Horacio y Gaspar, y les expuso su malvado
plan.
-Esperaremos a que les salgan las malditas manchas en la piel -les dijo-. Y entonces,
aprovechando el paseo nocturno de Pongo y Perdita con sus amos, actuaremos. Aquella noche,
como siempre, Roger y Anita fueron a dar un paseo por el parque, después de dejar a los
cachorros dormidos y al cuidado de Nani.
En cuanto Horacio y Gaspar les vieron alejarse entraron en la casa, encerraron a Nani y
metieron en un saco a los perritos.
Cuando regresaron Roger llamó a la policía, los cachorros habían desaparecido. Pero
Pongo y Perdita pensaron que la "llamada del crepúsculo", el teléfono perruno, sería de mayor
ayuda.
-¡GUAU! ¡GUAUUUU! -ladró Pongo, con todas sus fuerza.
Sus mensaje acabó siendo escuchado por un gran danés, que vivía en las afueras, y se
encargó de pasarlo de esta manera a otros perros, y así llegó a todos los rincones del país.
-¡QUINCE CACHORROS DÁLMATAS DESAPARECIDOS!
Por fin la noticia llegó hasta el Coronel de la granja junto a la mansión de Vil.
-Quizás estén allí -dijo el gato Tibbs.
-¿Dónde? -preguntó el Coronel.
-Esta noche he oído ruido en la mansión. Me dio la impresión de que había muchos
cachorros, porque no paraban de ladrar.
-Vamos a echar un vistazo! -ordenó el Coronel.
-¡Por mis bigote! -exclamó asombrado a asomarse por la ventana -¡Son muchísimos!
¡Tendremos que comunicarlo a Londres rápidamente.
Pongo llevaba toda la noche junto a la ventana.
-Escucha...¡GUAU, GUAU, GUAU! Los han encontrado en una antigua casa de campo
-dijo a Perdita.
Los dos perros se pusieron en marcha y corrieron hasta que por fin llegaron a la granja
del Coronel y sus compañeros.
Allí les pusieron al corriente de lo que habían visto.
Cuando llegaron a la casa, los esbirros de Cruella estaban viendo la televisión. Aún no había
llegado el terrible momento: tenían que matar a los cachorros.
-Son muchos... -dijo Perdita, contando los perritos-. 1,2,3,4..., 65...,98... ¡Pongo, son 99!
-No te preocupes -murmuró Pongo-, Los llevaremos a todos.
Y sigilosamente por un agujero fueron saliendo uno a uno sin que Horacio y Gaspar se dieran
cuenta.
Pero al acabar el programa de TV que estaban viendo comenzaron a buscar por todos los
rincones.
-¡Allí están! -gritó Cruella que llegaba en ese momento.
-Se dirigen a la vieja granja
Los perritos asustados echaron a correr mientras el gato y el caballo amigos del Coronel les daban
su merecido.
-Tenemos que buscar un lugar donde refugiarnos -dijo Perdita en voz baja-. Los cachorros
no resistirán mucho tiempo. Tienen hambre, frío y están muy cansados.
-Venid a mi granja -les dijo un elegante collie, saliendo a su encuentro-. Pasaréis la noche en
el establo con las vacas, ellas darán leche a los cachorros
Después de llenar el estómago, los cachorros agotados, se quedaron dormidos sobre la suave y
perfumada paja.
Mientras el collie comunicó su plan a Pongo y Perdita.
-Mañana iréis al pueblo.
Los amos de mi amigo tienen un almacén y ante la puerta estará aparcado un camión de
mudanzas. Os meteréis en él y os llevará a vuestra casa.
-Pero los esbirros de Cruella nos perseguirán -dijo Perdita
-Todo irá bien -respondió Pongo para tranquilizarla.
Al día siguiente se dirigieron al almacén pero a pesar de los esfuerzos de Pongo por borrar
sus huellas de la nieve, sus enemigos las encontraron.
¡Cruella y sus hombres sabían la dirección que habían tomado!
Cuando los perros se disponían a subir al camión, vieron llegar el coche de Cruella.
-¡Rápido! -dijo el labrador-, escondeos en el sótano.
A través de la ventan, Pongo, Perdita y el labrador vieron cómo Cruella, furiosa, bajaba del
coche:
-¡Sois unos ineptos! - gritaba
Los cachorros ajenos al peligro se pusieron a jugar con el carbón.
-¡Oh, no! -les dijo Perdita
-¡No te preocupes! -dijo Pongo, revolcándose él también.
-Se me ha ocurrido una idea.
-Ya lo entiendo -dijo el labrador-, ahora podréis pasar por perros labradores y escapar. Y así
fueron saliendo del almacén y subiendo al camión ante los ojos de Cruella y sus esbirros. Pero de
repente, a uno de los cachorros le cayó un copo de nieve, se le quitó el hollín y volvió a ser ¡un
dálmata!
-¡Ahí están! -gritó Cruella.
Pero el camión ya había arrancado dirección Londres con los perritos.
Cruella furiosa siguió al vehículo, pero resbaló en una curva y el coche quedó
destrozado en la cuneta.
Mientras en casa, Anita estaba decorando el árbol de Navidad y Roger la miraba triste en su
butaca.
-No puedo creer que Pongo y Perdita nos hayan abandonado -dijo Roger
De pronto
-¡GUAU, GUAU!
-¡Son ellos! -grito Anita
-¡son ellos Roger!
-Mira, ¡hay noventa y nueve cachorros! -No importa -dijo Roger, completamente feliz-.
¡Nos quedamos con todos!
Y como esta casa es muy pequeña, ¡compraremos otra más grande en el campo!
Los cachorritos...
Caperucita Roja
Autor : Charles Perrault
Había una vez una niña muy linda que vivía en el bosque con su mama, que le había hecho
una capa roja para protegerse del frio
y el viento. A la niña le gustaba tanto la capuchita que la llevaba a todas horas, por lo que que
todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su abuelita que vivía al otro lado del bosque se puso malita y su madre le pidió
que le llevase unos pasteles, frutas y miel.
- Querida hijita, llévale estos alimentos a la abuelita y sobre todo no te apartes del camino,
ya que en el bosque hay lobos y es muy peligroso - le dijo
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles. la fruta y la miel y se puso en camino.
Caperucita tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la abuelita, pero no le daba
miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente se encontró al lobo delante de ella, que era muy muy grande y con su voz ronca
y temible le preguntó a Caperucita.
- Caperucita Caperucita ¿ a donde vas tu tan bonita ?
- A casa de mi abuelita- le respondío Caperucita.
- Te reto a una carrera- le dijo el lobo - a ver quien llega antes a casa de tu abuelita. Te
daré ventaja, yo iré por el camino más largo, tu puedes tomar este atajo.
- De acuerdo - dijo Caperucita - sin saber que el atajo era en realidad un camino más
largo
Caperucita se puso en camino atravesando el bosque , no haciendo caso a su mama y en
un momento dado del camino se entretuvo cogiendo flores.
-La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además
de lo que hay en la cesta.- pensó Caperucita
Mientras tanto, el lobo se fue muy rápido y sin perder el tiempo a casa de la abuelita, llamó
a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita.
El lobo feroz devoró a la abuelita y se puso en la cama y se vistió el camisón y el gorro rosa
de la abuela.Caperucita llegó contenta a la casa y al ver la puerta abierta entro y se acercó
a la cama y vio sorprendida que su abuela estaba cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo imitando la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- grito el lobo abalanzándose sobre Caperucita roja.
Caperucita comenzó a correr por la habitación gritando desesperada. Mientras tanto, un
cazador que en ese momento pasaba por allí, escuchó los gritos de Caperucita y fue
corriendo en su ayuda. Entró en la casa y vio al lobo intentando devorarla.
El cazador le dió un golpe fuerte en la cabeza al lobo y cayó al suelo desmayado, sacó su
cuchillo rajó su vientre y saco a la abuelita que aún estaba viva.
Para castigar al lobo malvado, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a
cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a
un estanque
próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se
ahogó.
Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto y Caperucita roja había aprendido
la lección. Prometió a su abuelita no apartarse núnca del camino como le había dicho su
mama y no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino.
Cenicienta
Autor: Charles Perrault
Hubo una vez, hace mucho, mucho tiempo una joven muy bella, tan bella que no hay palabras
para describirla. Se llamaba Cenicienta
Cenicienta era pobre, no tenía padres y vivía con su madrastra, una mujer viuda muy
cascarrabias que siempre estaba enfadada y dando ordenes gritos a todo el mundo.
Con la madrastra tambien vivían su dos hijas, que eran muy feas e insoportables.Cenicienta era
la que hacía los trabajos más duros de la casa, como por ejemplo
limpiar la chimenea cada dia, por lo que sus vestidos siempre estaban sucios o manchados de
ceniza, por eso las personas del lugar la llamaban cenicienta. Cenicienta apenas tenia amigos,
solo a dos ratoncitos muy simpáticos que vivían en un agujero de la casa.
Un buen día, sucedió algo inesperado; el Rey de aquel lugar hizo saber a todos los
habitantes de la región que invitaba a todas las chicas jovenes a un gran baile que se celebraba
en el palacio real.
El motivo del baile era encontrar una esposa para el hijo del rey; el principe! para casarse
con ella y convertirla en princesa.
La notícia llego a los oidos de cenicienta y se puso muy contenta. Por unos instantes soño con
que sería ella, la futura mujer del principe. La princesa!
Pero, por desgracia, las cosas no serían tan faciles para nuestra amiga cenicienta
La madrastra de cenicienta le dijo en un tono malvado y cruel: - Tú Cenicienta, no irás al baile
del principe, porque te quedarás aqui en casa fregando el suelo, limpiando el carbon y ceniza de
la chimenea y preparando la cena para cuando nosotras volvamos.
Cenicienta esa noche lloró en su habitación, estaba muy triste porque ella quería ir al baile y
conocer al príncipe.
Al cabo de unos dias llegó la esperada fecha: el día del baile en palacio
Cenicienta veia como sus hermanastras se arreglaban y se intentaban poner guapas y bonitas, pero
era imposible, porque eran muy feas de tan malas que eranpero sus vestidoseran muy bonitos!
Al llegar la noche, su madrasta y hermanastras partieron hacia el palacio real, y
cenicienta, sola en casa, una vez más se puso a llorar de tristeza.
Entre llanto y llanto, dijo en voz alta: - ¿Por qué seré tan desgraciada? Por favor, si hay algun ser
mágico que pueda ayudarme.. decía cenicienta con desesperación.
De pronto, sucedió algo increible; se le apareció un hada Madrina muy buena y muy
poderosa.
Y con voz suave, tierna y muy agradable le dijo a cenicienta; - No llores más, te ayudaré.
De verdad ? dijo cenicienta un poco incrédulapero como vas a ayudarme ? no tengo ningun
vestido bonito para ir al baile y mis zapatos estan todos rotos!
La hada madrina saco su varita mágica y con ella toco suavemente a cenicienta, y al
momentooh!, que milagro! un maravilloso vestido apareció en el cuerpo de cenicienta, así como
tambien unos preciosos zapatos.
Ahora ya puedes ir al baile de palacio cenicienta, peroten en cuenta una cosa muy importante:
tu vestido a las 12 de la noche volverá a ser los arapos que llevas ahora.
Hay algo más que debes saber, delante de la casa te espera un carruaje que te llevará al gran baile
en palacio, pero a las 12 de la noche, se transformará en una calabaza!. Bien, dijo cenicienta, ya
soy feliz, solo por poder ir al baile.
Cuando cenicienta llego al palacio, causo mucha impresion a todos los asistentes, nadie nunca
habia visto tanta belleza, cenicienta estaba preciosa!
El principe, no tardo en darse cuenta de la presencia de esa joven tan bonita. Se dirigió hacia ella
y le preguntó si queria bailar.
Cenicienta, dijo si!, claro que sí! Y estuvieron bailando durante horas y horas
Las hermanastras de cenicienta no la reconocieron, debido a que ella siempre iba sucia y llena de
ceniza, incluso se preguntaban quien sería aquella chica tan preciosa.
Pero de repenteoh!, dijo cenicienta, son casi las 12 de la noche, mi vestido esta a punto de
convertirse en una ropa sucia, y el carruaje se transformará en una calabaza!
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! le dijo al príncipe que estaba en sus brazos bailando.
Salió a toda prisa del salon de baile bajó la escalinata hacia la salida de palacio perdiendo
en su huída un zapato, que el príncipe encontró y recogió.
A partir de ese momento, el principe ya sabia quien iba a ser la futura princesa la joven que habia
perdido el zapato!, pero..caramba!, exclamo el principe, pero si no se ni como se llama, y mucho
menos donde vive!
Para encontrar a la bella joven, el principe ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera
calzarse el zapato.
Envió a sus sirvientes a recorrer todo el reino. Todas las jovenes, chicas y mujeres se probaban
el zapato, pero no había ni una a que pudiera calzarse el zapato.
Al cabo de unas semanas, los sirvientes de palacio llegaron a casa de Cenicienta.
La madrastra llamó a sus feas hijas para que probasen el zapato, pero evidentemente no pudieron
calzar el zapato.
Uno de los sirvientes del principe vio a cenicienta en un rincon de la casa, y exclamo: - eh!, tú
también tienes que provarte el zapato!
La madrastra y sus hijas dijeron: -por favor!, como quiere usted que cenicienta sea la chica que
busca el principe?, ella es pobre, siempre esta sucia y no fue a la fiesta de palacio!
Pero cuando cenicienta se puso el zapato y le encajo a la perfecciontodos los presentes se
quedaron de piedra!, -oooh!, es ella! la futura princesa!
Inmediatamente la llevaron a palacio y a los pocos dias se casó con el príncipe, por lo que fue
una princesa!
Nunca más volvió con su madrastra, vivío feliz en palacio hasta el último de sus días.
La lechera
Autor:
Hace mucho tiempo, en una granja rodeada de animales, vivía la joven Elisa. Una mañana
de verano se despertó antes de lo acostumbrado.
¡Felicidades, Elisa! - le dijo su madre -. Espero que hoy las vacas den mucha leche porque
luego irás a venderla al pueblo y todo el dinero que te den por ella será para ti. Ese será mi
regalo de cumpleaños.
¡Aquello sí que era una sorpresa! ¡Con razón pensaba Elisa que algo bueno iba a pasarle! Ella
que nunca había tenido dinero, iba a ser la dueña de todo lo que le dieran por la leche. ¡Y por si
fuera poco, parecía que las vacas se habían puesto también de acuerdo en felicitarla, porque
aquel día daban más leche que nunca!
Cuando tuvo un cántaro grande lleno hasta arriba de rica leche, la lechera se puso en camino.
Había empezado a calcular lo que le darían por la leche cuando oyó un carro del que tiraba un
borriquillo. En él iba Lucia hacia el pueblo para vender sus verduras.
-¿Quieres venir conmigo en el carro? - le preguntó.
- Muchas gracias, pero no subo porque con los baches la leche puede salirse y hoy lo que gane
será para mí.
-¡Fiuuu...! ¡vaya suerte! - exclamó Lucía -. Seguro que ya sabes en lo que te lo vas a gastar.
Cuando se fue Lucía, Elisa se puso a pensar en las cosas que podría comprarse con aquel
dinero.
Ya sé lo que voy a comprar: ¡una cesta llena de huevos! Esperaré a que salgan las pollitos,
los cuidaré y alimentaré muy bien. y cuando crezcan se convertirán en hermosos gallos y
gallinas.
Elisa se imaginaba ya las gallinas crecidas y hermosas y siguió pensando qué haría
después.
- Entonces iré a venderlos al mercado, y con el dinero que gane comprará un cerdito, le daré
muy bien de comer y todo el mundo querrá comprarme el cerdo, así cuando lo venda, con el
dinero que saque, me comprará una ternera que dé mucha leche. ¡Qué maravilla! Será como si
todos los días fuera mi cumpleaños y tuviera dinero para gastar.
Ya se imaginaba Elisa vendiendo su leche en el mercado y comprándose vestidos, zapatos y
otras cosas.
Estaba tan contenta con sus fantasías que tropezó, sin darse cuenta, con una rama que había en
el suelo y el cántaro se rompió.
-¡Adiós a mis pollitos y a mis gallinas y a mi cerdito y a mi ternera! ¡Adiós a mis sueños de
tener una granja! No sólo he perdido la leche sino que el cántaro se ha roto.
¿Qué le voy a decir a mi madre? ¡Todo esto me está bien empleado por ser tan
fantasiosa!
Y así es como acaba el cuento de la lechera. Sin embargo. cuando regresó a la granja
le contó a su madre lo que había pasado. Su madre era una madre muy comprensiva y le habló así:
- No te preocupes, hija, cuando yo tenía tu edad era igual de fantasiosa que tú, pero gracias a
eso empecé a hacer negocios parecidos a los que tú te imaginabas y al final. logré tener esta
granja. La imaginación es buena sí se acompaña de un poco de cuidado con lo que haces.
Elisa aprendió mucho ese día y a partir de entonces tuvo cuidado cuando su madre la mandaba
al mercado.
Los 7 cabritos y el lobo
Autor: Hermanos Grimm
Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería tanto como cualquier madre
puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida, de modo que llamó a
sus siete cabritillos y les dijo:
-Queridos hijos, voy a ir al bosque; tened cuidado con el lobo, porque si entrara en casa os
comería a todos y no dejaría de vosotros ni un pellejito. A veces el malvado se disfraza, pero
podréis reconocerlo por su voz ronca y por sus negras pezuñas.
Los cabritos dijeron:
-Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros sabremos cuidarnos.
Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el camino
hacia el bosque.
No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo:
-Abrid, queridos hijos, que ha llegado vuestra madre y ha traído comida para todos vosotros.
Pero los cabritillos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que era el lobo y
exclamaron:
-No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable y la tuya es ronca.
Tú eres el lobo.
Entonces el lobo fue en busca de un buhonero y le compró un gran trozo de tiza. Se lo comió y
así logró suavizar la voz. Luego volvió otra vez a la casa de los cabritos y llamó a la puerta,
diciendo:
-Abrid, hijos queridos, que vuestra madre ha llegado y ha traído comida para todos vosotros.
Pero el lobo había apoyado una de sus negras pezuñas en la ventana, por lo cual los pequeños
pudieron darse cuenta de que no era su madre y exclamaron:
-No abriremos; nuestra madre no tiene la pezuña tan negra como tú. Tú eres el lobo. Entonces
el lobo fue a buscar a un panadero y le dijo:
-Me he dado un golpe en la pezuña; úntamela con un poco de masa.
Y cuando el panadero le hubo extendido la masa por la pezuña, se fue corriendo a buscar al
molinero y le dijo:
-Échame harina en la pezuña.
El molinero pensó: «Seguro que el lobo quiere engañar a alguien», y se negó a hacer lo que le
pedía; pero el lobo dijo:
-Si no lo haces, te devoraré.
Entonces el molinero se asustó y le puso la pezuña, y toda la pata, blanca de harina. Sí, así son
las personas.
Por tercera vez fue el malvado lobo hasta la casa de los cabritos, llamó a la puerta y dijo:
-Abridme, hijitos, que vuestra querida mamá ha vuelto y ha traído del bosque comida para
todos vosotros.
Los cabritillos exclamaron:
-Primero enséñanos la pezuña, para asegurarnos de que eres nuestra madre.
Entonces el lobo enseñó su pezuña por la ventana y, cuando los cabritos vieron que era blanca,
creyeron que lo que había dicho era cierto, y abrieron la puerta. Pero quien entró por ella fue el
lobo. Los cabritos se asustaron y corrieron a esconderse. El mayor se metió debajo de la mesa; el
segundo, en la cama; el tercero se escondió en la estufa; el cuarto, en la cocina; el quinto, en el
armario; el sexto, bajo el fregadero, y el séptimo se metió en la caja del reloj de pared. Pero el
lobo los fue encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno detrás de otro.
Pero el pequeño, el que estaba en la caja del reloj, afortunadamente consiguió escapar. Una vez
que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó muy despacio hasta un prado verde, se tendió debajo
de un árbol y se quedó dormido.
Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué escena tan dramática apareció
ante sus ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos,
tirados por el suelo; las mantas y la almohada, arrojadas de la cama, y el fregadero hecho pedazos.
Buscó a sus hijos, pero no pudo encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus
nombres, pero nadie respondió. Hasta que, al acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oir su
melodiosa voz:
Mamaíta, estoy metido en la caja del reloj.
La madre lo sacó de allí, y el pequeño cabrito le contó lo que había sucedido, diciéndole que había
visto todo desde su escondite y que, de milagro, no fue encontrado por el
lobo. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus pobres hijos.
Luego, muy angustiada, salió de la casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado, encontró al
lobo tumbado junto al árbol, roncando tan fuerte que hasta las ramas se estremecían. Lo miró
atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado vientre, algo se movía y pateaba. «¡Oh
Dios mío! -pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía, después de habérselos tragado en la
cena?» Entonces mandó al cabrito que
fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e hilo. Luego ella abrió la barriga al monstruo y, nada
más dar el primer corte, el primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a medida que seguía
cortando, fueron saliendo dando brincos los seis cabritillos, que estaban vivos y no habían sufrido
ningún daño, pues el monstruo, en su excesiva voracidad, se los había tragado enteros. ¡Aquello sí
que fue alegría! Los cabritos se abrazaron a su madre y saltaron y brincaron como un sastre
celebrando sus bodas. Pero la vieja cabra dijo:
-Ahora id a buscar unos buenos pedruscos. Con ellos llenaremos la barriga de este maldito
animal mientras está dormido.
Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se las metieron en la barriga al
lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no
se dio cuenta de nada, y ni siquiera se movió.
Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero, como las piedras que tenía
en la barriga le daban mucha sed, se dirigió hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a
andar y empezó a moverse, las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo
mucho ruido. Entonces el lobo exclamó:
¿Qué es lo que en mi barriga bulle y rebulle? Seis cabritos creí haber comido, y en
piedras se han convertido.
Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras lo arrastraron al fondo,
ahogándose como un miserable. Cuando los siete cabritos lo vieron, fueron hacia allá corriendo,
mientras gritaban:
-¡El lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto!
Y, llenos de alegría, bailaron con su madre alrededor del pozo.
Los tres cerditos
Autor: Anónimo
Había una vez tres cerditos que eran hermanos y se fueron por el mundo a conseguir
fortuna. El más grande les dijo a sus hermanos que sería bueno que se pusieran a
construir sus propias casas para estar protegidos. A los otros dos les pareció una
buena idea, y se pusieron manos a la obra, cada uno construyó su casita.
- La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con
facilidad. Terminaré muy pronto y podré ir a jugar. El hermano mediano decidió que su
casa sería de madera:
- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores - explicó
a sus hermanos, - Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré
también a jugar. El mayor decidió construir su casa con ladrillos. - Aunque me cueste
mucho esfuerzo, será muy fuerte y resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré
una chimenea para asar las bellotas y hacer caldo de zanahorias. Cuando las tres casitas
estuvieron terminadas, los cerditos cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber
acabado con el problema:
-¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo!
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! Detrás de un árbol grande apareció el lobo,
rugiendo de hambre y gritando:
- Cerditos, ¡me los voy a comer! Cada uno se escondió en su casa, pensando que
estaban a salvo, pero el Lobo Feroz se encaminó a la casita de paja del hermano
pequeño y en la puerta aulló:
- ¡Cerdito, ábreme la puerta!
- No, no, no, no te voy a abrir. - Pues si no me abres... ¡Soplaré y soplaré y la
casita derribaré! Y sopló con todas sus fuerzas, sopló y sopló y la casita de paja se
vino abajo. El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de
madera del hermano mediano. - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo!
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro los cerditos. De
nuevo el Lobo, más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó delante de
la puerta y comenzó a soplar y soplar gruñendo: - ¡Cerditos, abridme la puerta! - No,
no, no, no te vamos a abrir. - Pues si no me abrís... ¡Soplaré y soplaré y la casita
derribaré!
La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la
casa de ladrillo de su hermano mayor.
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo!
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro los cerditos. El
lobo estaba realmente enfadado y hambriento, y ahora deseaba comerse a los Tres
Cerditos más que nunca, y frente a la puerta dijo:
- ¡Cerditos, abridme la puerta!
- No, no, no, no te vamos a abrir.
- Pues si no me abrís... ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!
Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno. Sopló y sopló, pero la casita de
ladrillos era muy resistente y no conseguía derribarla. Decidió trepar por la pared y entrar
por la chimenea. Se deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor
estaba hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia
el lago. Los cerditos no lo volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por
haber sido tan perezosos y poner en peligro sus propias vidas, y si algún día vais por el
bosque y veis tres cerdos, sabréis que son los Tres Cerditos porque les gusta cantar:
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo!
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz!

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  • 1. 101 Dalmatas Autor: Walt Disney Esta historia sucedió hace mucho tiempo en el corazón de la ciudad de Londres, dónde vivían felices dos preciosos y encantadores dálmatas, Perdita y Pongo, en una casita del centro de la ciudad, con sus amos, Anita y Roger. Roger era pianista, y se pasaba el dia sentado al piano componiendo preciosas melodias; a Anita le gustaba mucho escucharle porque era un excelente músico. Anita y Roger tenían a su servicio a una dulce señora, ya mayor, llamada Nani. Aquel día, Nani había limpiado cuidadosamente el sótano Perdita estaba a punto de dar a luz. Pongo y Roger esperaron en el salón, llenos de impaciencia, el gran acontecimiento. Por fin se abrió la puerta del sótano y apareció Nani. -¡Son nueve! -anunció -¡Once! -gritó Anita desde abajo-. -¡No, trece! Poco después, se enteraron del número definitivo: ¡Quince! ¡Quince cachorros! Pongo se sintió orgullosísimo... y completamente feliz. -¿Qué vamos a hacer con tantos? -preguntó Roger, al verlos. -¡Quedarnos con ellos, naturalmente -respondió Nani, meciendo a los tiernos cachorritos. Precisamente esa noche, la malvada Cruella de Vil fue a visitar a Anita, su antigua amiga del colegio. Cuando vio los cachorros, quiso comprarlos todos. -Os pagaré lo que me pidáis -dijo -No están en venta -respondió Roger señalando la puerta. Pongo empezó a gruñir y a enseñarle los dientes. Entonces Cruella, furiosa, se fue dando un portazo. -¡Quiero esos cachorros! -murmuró Cruella al salir-. ¡Y los tendré! Entonces se dirigió a casa de sus esbirros, Horacio y Gaspar, y les expuso su malvado plan. -Esperaremos a que les salgan las malditas manchas en la piel -les dijo-. Y entonces, aprovechando el paseo nocturno de Pongo y Perdita con sus amos, actuaremos. Aquella noche, como siempre, Roger y Anita fueron a dar un paseo por el parque, después de dejar a los cachorros dormidos y al cuidado de Nani. En cuanto Horacio y Gaspar les vieron alejarse entraron en la casa, encerraron a Nani y metieron en un saco a los perritos. Cuando regresaron Roger llamó a la policía, los cachorros habían desaparecido. Pero Pongo y Perdita pensaron que la "llamada del crepúsculo", el teléfono perruno, sería de mayor ayuda. -¡GUAU! ¡GUAUUUU! -ladró Pongo, con todas sus fuerza. Sus mensaje acabó siendo escuchado por un gran danés, que vivía en las afueras, y se encargó de pasarlo de esta manera a otros perros, y así llegó a todos los rincones del país. -¡QUINCE CACHORROS DÁLMATAS DESAPARECIDOS! Por fin la noticia llegó hasta el Coronel de la granja junto a la mansión de Vil. -Quizás estén allí -dijo el gato Tibbs. -¿Dónde? -preguntó el Coronel. -Esta noche he oído ruido en la mansión. Me dio la impresión de que había muchos cachorros, porque no paraban de ladrar. -Vamos a echar un vistazo! -ordenó el Coronel. -¡Por mis bigote! -exclamó asombrado a asomarse por la ventana -¡Son muchísimos! ¡Tendremos que comunicarlo a Londres rápidamente. Pongo llevaba toda la noche junto a la ventana. -Escucha...¡GUAU, GUAU, GUAU! Los han encontrado en una antigua casa de campo -dijo a Perdita. Los dos perros se pusieron en marcha y corrieron hasta que por fin llegaron a la granja del Coronel y sus compañeros. Allí les pusieron al corriente de lo que habían visto.
  • 2. Cuando llegaron a la casa, los esbirros de Cruella estaban viendo la televisión. Aún no había llegado el terrible momento: tenían que matar a los cachorros. -Son muchos... -dijo Perdita, contando los perritos-. 1,2,3,4..., 65...,98... ¡Pongo, son 99! -No te preocupes -murmuró Pongo-, Los llevaremos a todos. Y sigilosamente por un agujero fueron saliendo uno a uno sin que Horacio y Gaspar se dieran cuenta. Pero al acabar el programa de TV que estaban viendo comenzaron a buscar por todos los rincones. -¡Allí están! -gritó Cruella que llegaba en ese momento. -Se dirigen a la vieja granja Los perritos asustados echaron a correr mientras el gato y el caballo amigos del Coronel les daban su merecido. -Tenemos que buscar un lugar donde refugiarnos -dijo Perdita en voz baja-. Los cachorros no resistirán mucho tiempo. Tienen hambre, frío y están muy cansados. -Venid a mi granja -les dijo un elegante collie, saliendo a su encuentro-. Pasaréis la noche en el establo con las vacas, ellas darán leche a los cachorros Después de llenar el estómago, los cachorros agotados, se quedaron dormidos sobre la suave y perfumada paja. Mientras el collie comunicó su plan a Pongo y Perdita. -Mañana iréis al pueblo. Los amos de mi amigo tienen un almacén y ante la puerta estará aparcado un camión de mudanzas. Os meteréis en él y os llevará a vuestra casa. -Pero los esbirros de Cruella nos perseguirán -dijo Perdita -Todo irá bien -respondió Pongo para tranquilizarla. Al día siguiente se dirigieron al almacén pero a pesar de los esfuerzos de Pongo por borrar sus huellas de la nieve, sus enemigos las encontraron. ¡Cruella y sus hombres sabían la dirección que habían tomado! Cuando los perros se disponían a subir al camión, vieron llegar el coche de Cruella. -¡Rápido! -dijo el labrador-, escondeos en el sótano. A través de la ventan, Pongo, Perdita y el labrador vieron cómo Cruella, furiosa, bajaba del coche: -¡Sois unos ineptos! - gritaba Los cachorros ajenos al peligro se pusieron a jugar con el carbón. -¡Oh, no! -les dijo Perdita -¡No te preocupes! -dijo Pongo, revolcándose él también. -Se me ha ocurrido una idea. -Ya lo entiendo -dijo el labrador-, ahora podréis pasar por perros labradores y escapar. Y así fueron saliendo del almacén y subiendo al camión ante los ojos de Cruella y sus esbirros. Pero de repente, a uno de los cachorros le cayó un copo de nieve, se le quitó el hollín y volvió a ser ¡un dálmata! -¡Ahí están! -gritó Cruella. Pero el camión ya había arrancado dirección Londres con los perritos. Cruella furiosa siguió al vehículo, pero resbaló en una curva y el coche quedó destrozado en la cuneta. Mientras en casa, Anita estaba decorando el árbol de Navidad y Roger la miraba triste en su butaca. -No puedo creer que Pongo y Perdita nos hayan abandonado -dijo Roger De pronto -¡GUAU, GUAU! -¡Son ellos! -grito Anita -¡son ellos Roger! -Mira, ¡hay noventa y nueve cachorros! -No importa -dijo Roger, completamente feliz-. ¡Nos quedamos con todos! Y como esta casa es muy pequeña, ¡compraremos otra más grande en el campo! Los cachorritos...
  • 3. Caperucita Roja Autor : Charles Perrault Había una vez una niña muy linda que vivía en el bosque con su mama, que le había hecho una capa roja para protegerse del frio y el viento. A la niña le gustaba tanto la capuchita que la llevaba a todas horas, por lo que que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja. Un día, su abuelita que vivía al otro lado del bosque se puso malita y su madre le pidió que le llevase unos pasteles, frutas y miel. - Querida hijita, llévale estos alimentos a la abuelita y sobre todo no te apartes del camino, ya que en el bosque hay lobos y es muy peligroso - le dijo Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles. la fruta y la miel y se puso en camino. Caperucita tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas... De repente se encontró al lobo delante de ella, que era muy muy grande y con su voz ronca y temible le preguntó a Caperucita. - Caperucita Caperucita ¿ a donde vas tu tan bonita ? - A casa de mi abuelita- le respondío Caperucita. - Te reto a una carrera- le dijo el lobo - a ver quien llega antes a casa de tu abuelita. Te daré ventaja, yo iré por el camino más largo, tu puedes tomar este atajo. - De acuerdo - dijo Caperucita - sin saber que el atajo era en realidad un camino más largo Caperucita se puso en camino atravesando el bosque , no haciendo caso a su mama y en un momento dado del camino se entretuvo cogiendo flores. -La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de lo que hay en la cesta.- pensó Caperucita Mientras tanto, el lobo se fue muy rápido y sin perder el tiempo a casa de la abuelita, llamó a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. El lobo feroz devoró a la abuelita y se puso en la cama y se vistió el camisón y el gorro rosa de la abuela.Caperucita llegó contenta a la casa y al ver la puerta abierta entro y se acercó a la cama y vio sorprendida que su abuela estaba cambiada. - Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes! - Son para verte mejor- dijo el lobo imitando la voz de la abuela. - Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes! - Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo. - Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes! - Son para...¡comerte mejoooor!- grito el lobo abalanzándose sobre Caperucita roja. Caperucita comenzó a correr por la habitación gritando desesperada. Mientras tanto, un cazador que en ese momento pasaba por allí, escuchó los gritos de Caperucita y fue corriendo en su ayuda. Entró en la casa y vio al lobo intentando devorarla. El cazador le dió un golpe fuerte en la cabeza al lobo y cayó al suelo desmayado, sacó su cuchillo rajó su vientre y saco a la abuelita que aún estaba viva. Para castigar al lobo malvado, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó. Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto y Caperucita roja había aprendido la lección. Prometió a su abuelita no apartarse núnca del camino como le había dicho su mama y no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino.
  • 4. Cenicienta Autor: Charles Perrault Hubo una vez, hace mucho, mucho tiempo una joven muy bella, tan bella que no hay palabras para describirla. Se llamaba Cenicienta Cenicienta era pobre, no tenía padres y vivía con su madrastra, una mujer viuda muy cascarrabias que siempre estaba enfadada y dando ordenes gritos a todo el mundo. Con la madrastra tambien vivían su dos hijas, que eran muy feas e insoportables.Cenicienta era la que hacía los trabajos más duros de la casa, como por ejemplo limpiar la chimenea cada dia, por lo que sus vestidos siempre estaban sucios o manchados de ceniza, por eso las personas del lugar la llamaban cenicienta. Cenicienta apenas tenia amigos, solo a dos ratoncitos muy simpáticos que vivían en un agujero de la casa. Un buen día, sucedió algo inesperado; el Rey de aquel lugar hizo saber a todos los habitantes de la región que invitaba a todas las chicas jovenes a un gran baile que se celebraba en el palacio real. El motivo del baile era encontrar una esposa para el hijo del rey; el principe! para casarse con ella y convertirla en princesa. La notícia llego a los oidos de cenicienta y se puso muy contenta. Por unos instantes soño con que sería ella, la futura mujer del principe. La princesa! Pero, por desgracia, las cosas no serían tan faciles para nuestra amiga cenicienta La madrastra de cenicienta le dijo en un tono malvado y cruel: - Tú Cenicienta, no irás al baile del principe, porque te quedarás aqui en casa fregando el suelo, limpiando el carbon y ceniza de la chimenea y preparando la cena para cuando nosotras volvamos. Cenicienta esa noche lloró en su habitación, estaba muy triste porque ella quería ir al baile y conocer al príncipe. Al cabo de unos dias llegó la esperada fecha: el día del baile en palacio Cenicienta veia como sus hermanastras se arreglaban y se intentaban poner guapas y bonitas, pero era imposible, porque eran muy feas de tan malas que eranpero sus vestidoseran muy bonitos! Al llegar la noche, su madrasta y hermanastras partieron hacia el palacio real, y cenicienta, sola en casa, una vez más se puso a llorar de tristeza. Entre llanto y llanto, dijo en voz alta: - ¿Por qué seré tan desgraciada? Por favor, si hay algun ser mágico que pueda ayudarme.. decía cenicienta con desesperación. De pronto, sucedió algo increible; se le apareció un hada Madrina muy buena y muy poderosa. Y con voz suave, tierna y muy agradable le dijo a cenicienta; - No llores más, te ayudaré. De verdad ? dijo cenicienta un poco incrédulapero como vas a ayudarme ? no tengo ningun vestido bonito para ir al baile y mis zapatos estan todos rotos! La hada madrina saco su varita mágica y con ella toco suavemente a cenicienta, y al momentooh!, que milagro! un maravilloso vestido apareció en el cuerpo de cenicienta, así como tambien unos preciosos zapatos. Ahora ya puedes ir al baile de palacio cenicienta, peroten en cuenta una cosa muy importante: tu vestido a las 12 de la noche volverá a ser los arapos que llevas ahora. Hay algo más que debes saber, delante de la casa te espera un carruaje que te llevará al gran baile en palacio, pero a las 12 de la noche, se transformará en una calabaza!. Bien, dijo cenicienta, ya soy feliz, solo por poder ir al baile. Cuando cenicienta llego al palacio, causo mucha impresion a todos los asistentes, nadie nunca habia visto tanta belleza, cenicienta estaba preciosa! El principe, no tardo en darse cuenta de la presencia de esa joven tan bonita. Se dirigió hacia ella y le preguntó si queria bailar. Cenicienta, dijo si!, claro que sí! Y estuvieron bailando durante horas y horas Las hermanastras de cenicienta no la reconocieron, debido a que ella siempre iba sucia y llena de ceniza, incluso se preguntaban quien sería aquella chica tan preciosa. Pero de repenteoh!, dijo cenicienta, son casi las 12 de la noche, mi vestido esta a punto de convertirse en una ropa sucia, y el carruaje se transformará en una calabaza! - ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! le dijo al príncipe que estaba en sus brazos bailando.
  • 5. Salió a toda prisa del salon de baile bajó la escalinata hacia la salida de palacio perdiendo en su huída un zapato, que el príncipe encontró y recogió. A partir de ese momento, el principe ya sabia quien iba a ser la futura princesa la joven que habia perdido el zapato!, pero..caramba!, exclamo el principe, pero si no se ni como se llama, y mucho menos donde vive! Para encontrar a la bella joven, el principe ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus sirvientes a recorrer todo el reino. Todas las jovenes, chicas y mujeres se probaban el zapato, pero no había ni una a que pudiera calzarse el zapato. Al cabo de unas semanas, los sirvientes de palacio llegaron a casa de Cenicienta. La madrastra llamó a sus feas hijas para que probasen el zapato, pero evidentemente no pudieron calzar el zapato. Uno de los sirvientes del principe vio a cenicienta en un rincon de la casa, y exclamo: - eh!, tú también tienes que provarte el zapato! La madrastra y sus hijas dijeron: -por favor!, como quiere usted que cenicienta sea la chica que busca el principe?, ella es pobre, siempre esta sucia y no fue a la fiesta de palacio! Pero cuando cenicienta se puso el zapato y le encajo a la perfecciontodos los presentes se quedaron de piedra!, -oooh!, es ella! la futura princesa! Inmediatamente la llevaron a palacio y a los pocos dias se casó con el príncipe, por lo que fue una princesa! Nunca más volvió con su madrastra, vivío feliz en palacio hasta el último de sus días.
  • 6. La lechera Autor: Hace mucho tiempo, en una granja rodeada de animales, vivía la joven Elisa. Una mañana de verano se despertó antes de lo acostumbrado. ¡Felicidades, Elisa! - le dijo su madre -. Espero que hoy las vacas den mucha leche porque luego irás a venderla al pueblo y todo el dinero que te den por ella será para ti. Ese será mi regalo de cumpleaños. ¡Aquello sí que era una sorpresa! ¡Con razón pensaba Elisa que algo bueno iba a pasarle! Ella que nunca había tenido dinero, iba a ser la dueña de todo lo que le dieran por la leche. ¡Y por si fuera poco, parecía que las vacas se habían puesto también de acuerdo en felicitarla, porque aquel día daban más leche que nunca! Cuando tuvo un cántaro grande lleno hasta arriba de rica leche, la lechera se puso en camino. Había empezado a calcular lo que le darían por la leche cuando oyó un carro del que tiraba un borriquillo. En él iba Lucia hacia el pueblo para vender sus verduras. -¿Quieres venir conmigo en el carro? - le preguntó. - Muchas gracias, pero no subo porque con los baches la leche puede salirse y hoy lo que gane será para mí. -¡Fiuuu...! ¡vaya suerte! - exclamó Lucía -. Seguro que ya sabes en lo que te lo vas a gastar. Cuando se fue Lucía, Elisa se puso a pensar en las cosas que podría comprarse con aquel dinero. Ya sé lo que voy a comprar: ¡una cesta llena de huevos! Esperaré a que salgan las pollitos, los cuidaré y alimentaré muy bien. y cuando crezcan se convertirán en hermosos gallos y gallinas. Elisa se imaginaba ya las gallinas crecidas y hermosas y siguió pensando qué haría después. - Entonces iré a venderlos al mercado, y con el dinero que gane comprará un cerdito, le daré muy bien de comer y todo el mundo querrá comprarme el cerdo, así cuando lo venda, con el dinero que saque, me comprará una ternera que dé mucha leche. ¡Qué maravilla! Será como si todos los días fuera mi cumpleaños y tuviera dinero para gastar. Ya se imaginaba Elisa vendiendo su leche en el mercado y comprándose vestidos, zapatos y otras cosas. Estaba tan contenta con sus fantasías que tropezó, sin darse cuenta, con una rama que había en el suelo y el cántaro se rompió. -¡Adiós a mis pollitos y a mis gallinas y a mi cerdito y a mi ternera! ¡Adiós a mis sueños de tener una granja! No sólo he perdido la leche sino que el cántaro se ha roto. ¿Qué le voy a decir a mi madre? ¡Todo esto me está bien empleado por ser tan fantasiosa! Y así es como acaba el cuento de la lechera. Sin embargo. cuando regresó a la granja le contó a su madre lo que había pasado. Su madre era una madre muy comprensiva y le habló así: - No te preocupes, hija, cuando yo tenía tu edad era igual de fantasiosa que tú, pero gracias a eso empecé a hacer negocios parecidos a los que tú te imaginabas y al final. logré tener esta granja. La imaginación es buena sí se acompaña de un poco de cuidado con lo que haces. Elisa aprendió mucho ese día y a partir de entonces tuvo cuidado cuando su madre la mandaba al mercado.
  • 7. Los 7 cabritos y el lobo Autor: Hermanos Grimm Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida, de modo que llamó a sus siete cabritillos y les dijo: -Queridos hijos, voy a ir al bosque; tened cuidado con el lobo, porque si entrara en casa os comería a todos y no dejaría de vosotros ni un pellejito. A veces el malvado se disfraza, pero podréis reconocerlo por su voz ronca y por sus negras pezuñas. Los cabritos dijeron: -Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros sabremos cuidarnos. Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el camino hacia el bosque. No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo: -Abrid, queridos hijos, que ha llegado vuestra madre y ha traído comida para todos vosotros. Pero los cabritillos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que era el lobo y exclamaron: -No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable y la tuya es ronca. Tú eres el lobo. Entonces el lobo fue en busca de un buhonero y le compró un gran trozo de tiza. Se lo comió y así logró suavizar la voz. Luego volvió otra vez a la casa de los cabritos y llamó a la puerta, diciendo: -Abrid, hijos queridos, que vuestra madre ha llegado y ha traído comida para todos vosotros. Pero el lobo había apoyado una de sus negras pezuñas en la ventana, por lo cual los pequeños pudieron darse cuenta de que no era su madre y exclamaron: -No abriremos; nuestra madre no tiene la pezuña tan negra como tú. Tú eres el lobo. Entonces el lobo fue a buscar a un panadero y le dijo: -Me he dado un golpe en la pezuña; úntamela con un poco de masa. Y cuando el panadero le hubo extendido la masa por la pezuña, se fue corriendo a buscar al molinero y le dijo: -Échame harina en la pezuña. El molinero pensó: «Seguro que el lobo quiere engañar a alguien», y se negó a hacer lo que le pedía; pero el lobo dijo: -Si no lo haces, te devoraré. Entonces el molinero se asustó y le puso la pezuña, y toda la pata, blanca de harina. Sí, así son las personas. Por tercera vez fue el malvado lobo hasta la casa de los cabritos, llamó a la puerta y dijo: -Abridme, hijitos, que vuestra querida mamá ha vuelto y ha traído del bosque comida para todos vosotros. Los cabritillos exclamaron: -Primero enséñanos la pezuña, para asegurarnos de que eres nuestra madre. Entonces el lobo enseñó su pezuña por la ventana y, cuando los cabritos vieron que era blanca, creyeron que lo que había dicho era cierto, y abrieron la puerta. Pero quien entró por ella fue el lobo. Los cabritos se asustaron y corrieron a esconderse. El mayor se metió debajo de la mesa; el segundo, en la cama; el tercero se escondió en la estufa; el cuarto, en la cocina; el quinto, en el armario; el sexto, bajo el fregadero, y el séptimo se metió en la caja del reloj de pared. Pero el lobo los fue encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno detrás de otro. Pero el pequeño, el que estaba en la caja del reloj, afortunadamente consiguió escapar. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó muy despacio hasta un prado verde, se tendió debajo de un árbol y se quedó dormido. Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué escena tan dramática apareció ante sus ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos, tirados por el suelo; las mantas y la almohada, arrojadas de la cama, y el fregadero hecho pedazos. Buscó a sus hijos, pero no pudo encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus
  • 8. nombres, pero nadie respondió. Hasta que, al acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oir su melodiosa voz: Mamaíta, estoy metido en la caja del reloj. La madre lo sacó de allí, y el pequeño cabrito le contó lo que había sucedido, diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, de milagro, no fue encontrado por el lobo. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus pobres hijos. Luego, muy angustiada, salió de la casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado, encontró al lobo tumbado junto al árbol, roncando tan fuerte que hasta las ramas se estremecían. Lo miró atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado vientre, algo se movía y pateaba. «¡Oh Dios mío! -pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía, después de habérselos tragado en la cena?» Entonces mandó al cabrito que fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e hilo. Luego ella abrió la barriga al monstruo y, nada más dar el primer corte, el primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a medida que seguía cortando, fueron saliendo dando brincos los seis cabritillos, que estaban vivos y no habían sufrido ningún daño, pues el monstruo, en su excesiva voracidad, se los había tragado enteros. ¡Aquello sí que fue alegría! Los cabritos se abrazaron a su madre y saltaron y brincaron como un sastre celebrando sus bodas. Pero la vieja cabra dijo: -Ahora id a buscar unos buenos pedruscos. Con ellos llenaremos la barriga de este maldito animal mientras está dormido. Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada, y ni siquiera se movió. Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero, como las piedras que tenía en la barriga le daban mucha sed, se dirigió hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a andar y empezó a moverse, las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo mucho ruido. Entonces el lobo exclamó: ¿Qué es lo que en mi barriga bulle y rebulle? Seis cabritos creí haber comido, y en piedras se han convertido. Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras lo arrastraron al fondo, ahogándose como un miserable. Cuando los siete cabritos lo vieron, fueron hacia allá corriendo, mientras gritaban: -¡El lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto! Y, llenos de alegría, bailaron con su madre alrededor del pozo.
  • 9. Los tres cerditos Autor: Anónimo Había una vez tres cerditos que eran hermanos y se fueron por el mundo a conseguir fortuna. El más grande les dijo a sus hermanos que sería bueno que se pusieran a construir sus propias casas para estar protegidos. A los otros dos les pareció una buena idea, y se pusieron manos a la obra, cada uno construyó su casita. - La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con facilidad. Terminaré muy pronto y podré ir a jugar. El hermano mediano decidió que su casa sería de madera: - Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores - explicó a sus hermanos, - Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar. El mayor decidió construir su casa con ladrillos. - Aunque me cueste mucho esfuerzo, será muy fuerte y resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré una chimenea para asar las bellotas y hacer caldo de zanahorias. Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los cerditos cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber acabado con el problema: -¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! Detrás de un árbol grande apareció el lobo, rugiendo de hambre y gritando: - Cerditos, ¡me los voy a comer! Cada uno se escondió en su casa, pensando que estaban a salvo, pero el Lobo Feroz se encaminó a la casita de paja del hermano pequeño y en la puerta aulló: - ¡Cerdito, ábreme la puerta! - No, no, no, no te voy a abrir. - Pues si no me abres... ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré! Y sopló con todas sus fuerzas, sopló y sopló y la casita de paja se vino abajo. El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de madera del hermano mediano. - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro los cerditos. De nuevo el Lobo, más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó delante de la puerta y comenzó a soplar y soplar gruñendo: - ¡Cerditos, abridme la puerta! - No, no, no, no te vamos a abrir. - Pues si no me abrís... ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré! La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la casa de ladrillo de su hermano mayor. - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro los cerditos. El lobo estaba realmente enfadado y hambriento, y ahora deseaba comerse a los Tres Cerditos más que nunca, y frente a la puerta dijo: - ¡Cerditos, abridme la puerta! - No, no, no, no te vamos a abrir. - Pues si no me abrís... ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré! Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno. Sopló y sopló, pero la casita de ladrillos era muy resistente y no conseguía derribarla. Decidió trepar por la pared y entrar por la chimenea. Se deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor estaba hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia el lago. Los cerditos no lo volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por haber sido tan perezosos y poner en peligro sus propias vidas, y si algún día vais por el bosque y veis tres cerdos, sabréis que son los Tres Cerditos porque les gusta cantar: - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz!