1. ¡Dichosa tú que has creído!
Lc 1,45
María, ¿no se confundiría tu prima Isabel al
decirte esto de "dichosa porque has creído"?
¿No se equivocaría al darte la enhorabuena por
tu fe? Ya sabes, la gente da la enhorabuena a
quien tiene suerte, le toca la lotería, se casa,
tiene salud, o le sale todo a pedir de boca. Pero
nadie felicita a otro por ser una persona de fe,
por creer. Sin embargo, pensándolo bien, es
cierto, se es feliz cuando se cree. Quizá, por
eso hoy se ven tan pocas personas felices,
porque hay poca fe.
Recuerdo, a propósito de esto, esas palabras
de la santa de Ávila: "Quien a Dios tiene nada le
falta, sólo Dios basta». Tú sólo tenías a Jesús
yeso era suficiente, eso te dio la felicidad. Tu fe
y no otra cosa, es quien te hizo Madre de Dios.
Tu fe te mantuvo firme y serena frente a las dificultades de la vida. Tu fe te sostuvo
siempre en medio del dolor y del sufrimiento, sin que estos pudieran quitarte la alegría.
Tú, María, creíste con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser y tu felicidad
fue lo mismo de grande en corazón, alma y ser. Qué bien supo dar con la clave de la
perfecta alegría tu prima:¡Dichosa tú, que has creído!
Quizá, Madre, aquí esté nuestro fallo, no terminamos de creernos que Dios es la única
causa de nuestra alegría. No creemos y por eso no somos felices. Creemos, sí, pero
no del todo. No con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, como tú. Y por
eso nuestra felicidad no es plena. Siempre hay como una sombra que la empaña,
incluso en los momentos más felices. Yo diría que nuestra fe es muy intelectual y por
eso nuestra felicidad es de cabeza. Nos decimos que tenemos que ser felices y nos
esforzamos por serio con la mente; pero no llegamos a serio con el corazón.
Nuestra fe es de parcelas, de aspectos de nuestra vida, no total; y nuestra felicidad no
es en todo nuestro ser. Nuestra fe es de momentos, de instantes y nuestra felicidad es
igual, de segundos fugaces que pronto se van. No sabemos creer con el alma, con el
espíritu, con el afecto, con el corazón..., como hiciste tú, María.
¿Qué podríamos hacer, Madre, para creer como tú y ser felices? ¿Será suficiente con
rezar más, con amar más, con ser mejores? Pienso que no. Nosotros, cuando
tenemos una deficiencia o notamos una carencia, solemos aumentar la cantidad, tú
por el contrario creces en calidad.
Con Jesús dentro de ti, no rezaste más; tenías dentro de ti la oración. No amaste más,
tenías al Amor. No fuiste mejor, ya lo eras al tener al «fruto bendito de tu vientre». No
hiciste más cosas, ni mejores, simplemente dejaste que Dios te llenara de Él. Te
pusiste en sus manos con todo lo que eras y tenías, sabiendo que Él no iba a
defraudarte.
Esto es lo que nos falta a nosotros, dejar que Dios nos llene por dentro y por fuera.
Que Dios sea lo único en lo que somos y tenemos. Vamos, que Dios no sea un
huésped en nuestra vida; sino un residente fijo. y esto no es rezar más o mejor, esto
no es amar más, o hacer las cosas mejor. Esto es sencillamente tener tu misma fe,
María.
Santa María de la Felicidad por creer, ayuda a tus hijos a ser felices en Dios, el único
que sabe saciar el inquieto corazón humano.
Juan Jauregui