Después de un servicio dominical, el sacerdote preguntó a la congregación quiénes habían perdonado a sus enemigos. Todos respondieron excepto una anciana de 101 años, quien dijo que no tenía enemigos. Cuando le preguntaron cómo había llegado a los 101 años sin enemigos, la anciana respondió que se habían muerto todos esos "hijos de puta".