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Las Ecoaldeas, Semilleros de Innovación Social
Por Anamaria Aristizabal, Abril 2013
Mi abuela Julia, señora que cumple 80 años en unos meses, después de 30 años
de gerenciar su empresa de comercio internacional de insumos para la minería y
las industrias extractivas, decidió que su proyecto de vida es ahora crear una
ecoaldea. No nos imaginamos este escenario cuando pasaron varios años en que
ella nada que se retiraba de la empresa a hacer otra cosa. El problema es que no
encontraba algo que convocara su gran capacidad ejecutiva. El detonante fue
Toti.
Toti, hijo de ella con una discapacidad mental desde niño, se enamoró de la
ecoaldea “Aldeafeliz”. No hizo sino hablar de esta al regresar a su casa, luego de
sus visitas a la ecoaldea. En ese momento, mi abuela empezó a investigar qué es
lo que son las ecoaldeas, un concepto que le sonaba medio loco, medio hippie,
pero que claramente estaba llenando una necesidad profunda de su hijo.
Aunque Toti tenía todo lo que necesita a nivel material, se sentía muy solo y
aburrido. Estaba necesitando el sentirse parte de algo, el participar en co-
creación con otros, el sentirse útil e importante, el aprender en colectivo, el estar
más cerca de la naturaleza. En realidad, lo que estamos necesitando muchas
personas en este mundo “moderno” de gran desconexión, consumismo y vacío.
En esta investigación, Julia vio que las ecoaldeas son solución para muchas
necesidades insatisfechas de personas de cualquier característica, como también
para abordar la actual crisis planetaria.
Julia decidió entonces meterse de cabeza en el tema de las ecoaldeas. Se inscribió
al curso de diseño de ecoaldeas, EDE (Ecovillage Design Education), de 3
semanas de duración. Se armó de botas machita, cantimplora y sleeping bag, lista
para recorrer las ecoaldeas de Colombia. Lo que más le preocupaba, a pesar de
que estábamos en época de paro cafetero y todo tipo de amenazas en zonas
calientes del país por donde estaríamos, era que no hubiera agua caliente. No
reconocíamos a Julia, quien se lee todas las noticias y está al tanto de los peligros
y los canta a cuatro vientos. Esta vez, Julia no iba a dejar que nada la detuviera-
estaba determinada a lograr su fin.
En el EDE, Julia aprendió que el diseño de las ecoaldeas tienen 4 dimensiones: la
social, la ecológica, la económica y la visión de mundo (o espiritual). En su
cuaderno nuevo que compró para este curso tomó notas juiciosa de todas las
herramientas que existen en cada dimensión para lograr la sostenibilidad de las
ecoaldeas. En paralelo, Julia y su nuevo equipo, empezaron a diseñar esta
ecoaldea, que sería para personas con discapacidades, para que estas personas
tengan una vida empoderada y de gran crecimiento y contribución.
Julia aprendió muchos modelos y teorías sobre ecoaldeas, que nutrieron sus
diseños en todas las dimensiones. Por ejemplo, a nivel social, tomó nota del
modelo de comunicación no violenta, para lograr relaciones más armoniosas,
como también de la holocracia, una esquema de organización basada en la
democracia profunda. Tomó nota de los principios de permacultura para el
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diseño ecológico y de infraestructura. Tomó nota de las nuevas formas de
economía e intercambio que están surgiendo para desatar mayor abundancia en
las comunidades (como el trueque y las monedas alternativas). Tomó nota de las
visiones de mundo del modelo de espiral dinámica para explicar los distintos
niveles de consciencia que ayudan o impiden el trabajo colectivo.
Por mucha teoría, las ecoaldeas en realidad se diseñan sobre la marcha. La
experiencia de Aldeafeliz, de la que soy miembra, ha sido un conjunto de
lecciones en la práctica, resultado de conflictos y sus resoluciones que han ido
revelando el camino. Todo comenzó con un sueño de un grupo de amigos
seguido de una invitación de Carlos Rojas, convocándonos a materializar nuestra
aspiración. Podemos ver que muchos sueños e iniciativas se quedan en el aire,
pero esta no. Esta echo raíz.
En los siete años que llevamos en nuestro terreno de 3.4 hectáreas en San
Francisco Cundinamarca, nos ha caracterizado una dinámica de experimentación
y ajuste constante. De ahí han salido prototipos de organización colectiva que
nos permiten cada día crear más confianza y agilidad en las decisiones. Estos
prototipos son nuestra Visión y Misión, nuestro Manual de Convivencia, nuestro
Manual de Construcciones, y nuestro Manual de Voluntarios. En todos estos
documentos vivos y en evolución, buscamos crear protocolos justos, que aclaren
roles y procedimientos y que prevengan o nos ayuden a manejar los conflictos,
los cuales son inevitables.
Ha habido innumerables aprendizajes en nuestra aventura juntos. El valor de la
diversidad es el primero. Haber creado un esquema con diferentes tipos de
miembros nos ha ayudado a sostener los altibajos del proceso con la riqueza de
aportes de cada uno. Tenemos: Las tortugas (residentes del terreno), escarabajos
(socios no residentes), aspirantes (en proceso de volverse tortugas), micos
(niños), libélulas (donantes), colibrís (mentores de conocimiento), palomas
(personas que se han retirado). También tenemos una gran diversidad de
caminos espirituales, que nos enseñan a respetar y valorar la validez de cada
uno: el catolicismo, el judaísmo, el sufismo, el budismo, el chamanismo y lo
ancestral, la Universidad de la Luz, lo esotérico y muchos más.
Vale la pena mencionar otros descubrimientos. Aprendimos que aunque
queremos crear un modelo horizontal y participativo, es importante reconocer y
darle un lugar al liderazgo de ciertas personas. Aprendimos que nuestro
esquema de propiedad colectiva de la tierra ayuda a no tener desequilibrios en el
poder dentro de la comunidad.
Aprendimos que debemos cuidar nuestro fuego interno colectivo, creando
espacios de gestión emocional continuos de forma a no acumular resentimientos.
En esto hemos experimentado con varias técnicas (círculos de palabra, Grupos
“E”, ProcessWork, etc), y hemos sido reconocidos por otras ecoaldeas por
nuestros avances. Aprendimos lo importante que es mantener confidencialidad
con ciertos temas. Seguimos aprendiendo como balancear lo individual y lo
colectivo.
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A mi modo de ver, las ecoaldeas intentan responder una gran pregunta que nos
planteamos los que cuestionamos el sistema actual: ¿Cuál es el contexto que
permite a que los humanos florezcan a todo nivel? Por su carácter medio
subversivo, las ecoaldeas están inventándose la organización del futuro, donde
se evoca lo mejor de cada uno, sin importar sus capacidades, dinero, linaje u otro.
Es un semillero de innovaciones sociales a todo nivel que pueden luego ir a
transformar el sistema convencional.
Al final del EDE, mi abuela fue invitada a ser parte de un panel de empresarios,
ya que las ecoaldeas también son empresas, de cierto modo. Ella compartió
orgullosamente sus aprendizajes como CEO de su empresa, sintiéndose valorada
y viendo que el mundo que queremos crear necesita de todos los aportes de
todas las generaciones. Yo le hice la pregunta: “Y qué cambiarías de tu empresa a
raíz de este curso de ecoaldeas?” Su respuesta: “veo una nueva forma de resolver
los conflictos entre las personas y también veo necesario que empecemos a
reciclar”. Estos son ejemplos simples, pero que demuestran que si todos
hiciéramos esos pequeños cambios en nuestros contextos, el efecto cumulativo
cambiará el mundo.