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¿Estandarización en sostenibilidad o justo
lo contrario?
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Albert Vilariño
@albertvilarino | 7 febrero 2017
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A través de un interesante debate en Linkedin sobre este tema descubrí que la “oferta”
de estándares era más grande todavía de lo que yo creía y conocía.
Sin ir más lejos, el International Trade Centre a través de su herramienta Standars Map
dedicada a proporcionar información completa, verificada y transparente sobre las
normas voluntarias de sostenibilidad y otras iniciativas similares que abarcan cuestiones
como la calidad y la seguridad de los alimentos, indica que sólo en esos ámbitos el
número de estándares es de más de 210.
Si optamos por buscar información sobre ecoetiquetas, el Ecolabel Index tiene en su
base de datos nada más y nada menos que 465 etiquetas ecológicas en 25 sectores
industriales de 199 países.
Si nos fuéramos al ámbito de la construcción también nos encontraríamos con un alto
número de estándares de sostenibilidad, certificaciones y demás, y lo mismo pasaría si
nos fijáramos en otros muchos sectores, industrias o actividades.
¿Qué problemas acarrea tanta oferta?
El lector podrá señalar, acertadamente, que existen diferencias conceptuales entre
normas, guías, certificaciones, etiquetas, etc., pero para este artículo he preferido no
entrar en distinciones, ya que en mayor o menor medida hay mucha (¿demasiada?)
variedad dentro de cada clase, y es esa gran variedad la que vengo a comentar.
A priori se podría pensar que poder elegir entre muchos productos siempre es mejor que
entre unos pocos, pero en el tema que nos ocupa no tiene porqué ser así.
Haciendo una comparación un tanto sui generis, quizá los principales problemas de
tanta oferta son los mismos que provocan las decenas o centenares de emojis de los que
disponemos en nuestros ordenadores y dispositivos móviles: hay muchos que no
sabemos qué significan realmente y también ante tantos similares a veces no sabemos
cuál elegir.
Disponer de demasiados estándares y etiquetas crea confusión, tanto a las
propias empresas y organizaciones que quieren acogerse a ellos como a los grupos de
interés de éstas.
Para el caso de las ecoetiquetas, el artículo Are consumers growing weary of eco-labels?
confirma que la proliferación de etiquetas confunde a los consumidores y hace que los
productores de alimentos se distancien de dichas etiquetas porque el coste de ser
certificado en muchas de ellas a la vez es abrumador.
Por otro lado jugamos con otro conjunto de posibles respuestas a la variable de qué
estándar, certificación, etc. implantar o certificar en una organización.
Posibles razones para resolver la anterior pregunta pueden basarse en escoger el
estándar menos restrictivo y más fácil de cumplir, el más económico de implementar y
mantener, el que recomiende la empresa consultora de turno (que puede estar movida
por unos intereses concretos en lugar de por el bien final de la organización cliente), etc.
En otras ocasiones, y aún con un buen proceder por parte del consultor o empresa
consultora, conocer qué estándar es el más relevante o creíble para un sector
o industria concreto puede ser bastante complicado, lo cual resulta en más dificultades
en su tarea de asesoramiento y acompañamiento a las organizaciones.
Además, quién o qué organización esté detrás de cada estándar, etiqueta, sello o lo que
corresponda también tiene mucha importancia. Seguro que todos conocemos “sellitos” o
certificaciones de chichinabo, que no llegan a ser estándar de nada y que se otorgan a
clientes de empresas de consultoría, a asociados de entidades que las promueven, etc..
Unas certificaciones que apenas tienen requisitos, que además no se comprueban
ni se auditan (ni antes de concederlas ni a posteriori periódicamente) puesto que quien
la otorga se cree a pies juntillas la información que el cliente o asociado proporciona, sin
el menor ojo crítico e incluso mirando para otro lado cuando se sabe que la información
entregada no es cierta (en parte o del todo).
Este tipo de productos se encuadran más en lo que sería greenwashing que en otra
cosa, pero existen y de alguna manera forman parte de la oferta y del, por qué no decirlo,
ruido alrededor de la sostenibilidad.
La existencia de un gran número de estándares, guías, normas y etiquetas disponibles
puede incluso llevar a una absurda situación en la que se consiga lo contrario a lo
supuestamente deseado.
Parece que el beneficio de los estándares de sostenibilidad se disipa a medida que se
introducen más y más normas competidoras, llegando a la conclusión de que cuantos
más estándares existan, más “desestandarizado” estará todo.
Una consecuencia añadida de la confusión creada por esta miríada de estándares es que
puede incluso contribuir a frenar la transición hacia una economía sostenible,
porque realmente los encargados de la toma de decisiones se acaban centrando más en la
necesidad de estándares que en la necesidad de un cambio de paradigma.
Soluciones deseables, pero ¿posibles?
Tras observar los problemas que provoca el exceso de oferta, quizá se debería abogar por
una consolidación de estándares y similares, añadiendo claridad y facilidad de uso a
éstos.
Hay cabida para múltiples estándares ya que existen muchos puntos de vista
diferenciales y perspectivas para diferentes productos, servicios, sectores, etc. pero la
proliferación ha llegado al punto en que una consolidación no sólo es sensata sino
esencial.
Pero no es desde luego una situación sencilla ni probablemente por todos deseada.
En primer lugar, si se quiere simplificar y hacer converger los estándares actuales a un
número mucho menor nos encontraremos con dificultades como que se corre el riesgo de
que el nuevo estándar sea demasiado genérico, que tenga unas exigencias bastante
suaves, y/o que sea de difícil aplicación a diferentes sectores o industrias.
Tal y como se comentaba en el debate de Linkedin que mencionaba al inicio, todos los
estándares de sostenibilidad, por necesidad, incluyen juicios subjetivos y basados en
valores que tratan de equilibrar los posibles daños a la salud, el medio ambiente y la
sociedad contra los posibles beneficios. Es sumamente complicado (si no imposible)
conseguir que todo el mundo acepte el mismo enfoque para navegar por ese equilibrio.
Las diferencias de opinión sobre factores de riesgo aceptables, por ejemplo, pueden
conducir a resultados muy diferentes dentro de las entidades que crean las normativas.
Es por esto que cuando se crean estándares en ocasiones se llega a soluciones o
propuestas de compromiso que no contentan completamente a ninguna de las partes.
Además, hay que tener en cuenta dentro de la ecuación al ego. No es fácil que muchas
entidades que han desarrollado un estándar, con más o menos cariño e intereses más o
menos “altruistas” (el lector avispado entenderá esas comillas), renieguen de él para
integrarlo dentro de otro más completo a través de un consenso general con otras
organizaciones y con los grupos de interés.
Pero quizá no sea todo una quimera. El Global Reporting Initiative (GRI) y el Integrated
Reporting Council (IIRC) han anunciado la creación de un “grupo de liderazgo
corporativo” (CLGir 2017) que ayudará a las empresas a aclarar cómo pueden utilizar
tanto las Normas GRI como el Marco Internacional <IR> en sus informes integrados,
reconociendo que en muchas ocasiones el reporte corporativo es confuso debido a la
cantidad de marcos y estándares existentes.
Esa colaboración entre dos entes a priori competidores, aunque parece que va a ser única
y puntual, nos indica que quizá no sea tan difícil como mínimo dialogar y colaborar
entre los creadores de estándares, aunque como vemos no se plantee ni de lejos su
integración en uno solo.
Personalmente veo bastante difícil que los estándares actuales sobre los que versa este
artículo se integren en unos nuevos, dando como resultado una oferta más reducida.
Lo más probable es que, a medio o largo plazo, aquellos que no sean usados
mínimamente acaben desapareciendo para dejar vivos a los más útiles y empleados, en
una suerte de selección natural.
Esperemos que, en esta particular teoría darwinista, con el tiempo no acaben surgiendo
unos nuevos estándares que suplan a los desaparecidos, y que como éstos no sirvan para
generar otra cosa más que ruido y confusión.
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La proliferación de etiquetas confunde a los consumidores y hace que los
productores de alimentos se distancien de ellas porque el coste de ser certificado
en muchas de ellas a la vez es abrumador.
Si se quiere hacer converger los estándares actuales a un número mucho menor se
corre el riesgo de que el nuevo estándar sea demasiado genérico, suave y de difícil
aplicación a distintos sectores.
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