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1
2
NEFER WILLIAMS
PANTHĔON SACRĀTUS
3
Hechos históricos
Me queda muy poco tiempo para escribir este relato, muy poco
tiempo. Incluso mientras se seca la tinta en mi pergamino, siento
que se aproxima el destino que se cierne sobre nosotros y, aunque
no poseo la visión de un dios ni de un alto hechicero, sé que no
confundo su causa ni propósito. Es mí deber legar a la posteridad
todo lo que pueda sobre los sucesos que ocasionarán nuestro más
que posible final: la muerte del Dragón Real Salmanasar y la
extinción de la Edad de Fuego. No eludiré este deber, si los dioses de
Fuego me conceden el tiempo necesario para llevar a cabo mis
deseos.
El poder del Panthéon Sacrátus, se está derrumbando. Cuando
vuelvan a salir las dos lunas, veremos la horda en nuestro portal,
vociferando por el triunfo del Poder Negro, y un presentimiento me
dice que muy pronto veremos la maldita cara de Apofis y
moriremos.
Nuestra lealtad ha sido siempre para los dragones Salmanasar,
a los que hemos servido fielmente durante generaciones; pero ahora
ni siquiera estos tres grandes dioses de fuego pueden salvarnos,
pues su poder se ha debilitado al morir el Dragón Real. Merced a la
traición de aquellos a quienes gobernamos, el dios Apofis y sus
secuaces han roto el destierro y han vuelto al mundo; el eterno
enemigo, las Tinieblas han desafiado a los dragones y han ganado.
Nuestros dioses se están retirando y no pueden hacer nada por
nosotros. Hemos apelado a las más poderosas fuerzas ocultas que
conoce nuestra raza, pero no hay solución; no pueden ayudarnos.
4
Y así nos prepararemos para abandonar este mundo y afrontar
el destino que nos depare la vida futura. Los que vendrán,
inmortales y humanos; partidarios del cambio de Era, unos y de la
oscuridad, otros; destruirán el arte y la sabiduría que nuestra
cultura nos ha concedido y que hemos acumulado durante muchos
siglos de nuestro gobierno en Antiguo Mundo. Se regocijaran con
la destrucción de nuestra hechicería, celebraran la aniquilación de
nuestros sacros conocimientos arcanos. Morarán en nuestro
Templo y se considerarán libres. Nosotros, que situamos orígenes
por encima y más allá de su inmortalidad, casi podríamos sentir
compasión por ellos. Pero no puede haber compasión para esos
inmortales y humanos traidores que han vuelto la espalda a las
verdaderas sendas para seguir a otros dioses. Lo vaticino, habrá
derramamiento de sangre; instauración de profecías; terror… Pero
nuestra hechicería y poder no puede hacer frente por sí sola a los
falsos dioses del Poder Negro, invocados por necios humanos
oscuros para que abandonen el destierro impuesto por nuestro
ancestro, el Dragón Real Salmanasar y desafíen nuestro orden.
Prevalecerán; y nuestro tiempo habrá llegado a su fin.
Los dioses Salmanasar sobrevivientes y sus siervos se
encaminan hacia el exilio; nosotros, vamos hacia la destrucción.
Aunque nos consuela el hecho de que el reinado de los oscuros y sus
vasallos, los humanos, no puede durar siempre. Pasarán milenios,
pero el círculo se cerrará una vez más. Los dioses de fuego son
pacientes, y a su debido tiempo se lanzará el desafío. La Era del
Dragón volverá.
Firmo este documento de mi puño y letra antes de la caída…
Barac, primer Gran Maestre del Panthéon Sacrátus.
Este manuscrito es unos de los pocos fragmentos que se
salvaron de la destrucción, en la Gran Guerra de Fuego, hace
5547 años, después de la caída y destierro definitivo de los
dioses dragones.
5
6
En tierras lejanas, más allá de la mítica, mágica y sagrada Jhodam,
se mantiene una encarnizada disputa por heredar el pequeño reino
de Esdras…
7
8
Introducción
Después de la muerte de su esposa en una triste noche, al dar a luz
a su primogénito, el rey Ciro de Esdras se sumió en las
profundidades de una gran depresión. Una agonía lenta que acabó
con su fortaleza física.
Al llegar el frío y crudo invierno, cayó enfermo de pulmonía y
murió presa de altísimas fiebres, poco después. En aquellos tristes
momentos, no se había encendido la columnata de humo, en lo alto
de la torre, por el alma del difunto, cuando el ambicioso hermano
del rey, el conde Nabuc, un joven de veintidós años, que no deseaba
manchar sus manos, contrató los servicios extraoficiales de dos
sanguinarios sicarios para eliminar al heredero del trono de Esdras,
una criatura de tan sólo seis meses que tenía que crecer, antes de
comprender lo que significaba ser príncipe heredero. Una infancia
que el conde Nabuc no estaba dispuesto a que tuviera lugar. Su
ciega ambición por reinar en Esdras, la pequeña ciudad amurallada
al norte de Haraney, no tenía límites y el príncipe era un serio
obstáculo que podría disparatar sus planes en un plazo de tiempo
muy corto. Gracias a varios personajes del clero, que ambicionaban
una posición importante dentro del poder y a una legión importante
de la milicia, se propuso llevar a cabo sus planes.
Finalizado el Funeral de Estado, la muchedumbre se dispersó y dos
figuras que habían permanecido ocultas en un callejón, echaron a
caminar en dirección al castillo. Los dos hombres iban vestidos con
túnicas negras y capuchones que les caían sobre sus ojos.
Su presencia no había sido detectada por la muchedumbre,
porque ambos, por orden de Nabuc, estaban obligados a pasar
9
inadvertidos, permaneciendo allí de pie, observando en silencio el
transcurrir de la procesión fúnebre. Luego, sin mirar atrás
ascendieron la empinada callejuela de resquebrajadas losas.
La muralla defensiva de la ciudad se extendía a lo largo de todo el
perímetro de Esdras y se accedía al castillo cruzando el torreón que
custodiaba el portón principal y el puente levadizo. Los dos sicarios
cruzaron la entrada, y ante ellos la vasta silueta de un edificio,
silencioso y helado, se erguía dominante.
Les envolvió un silencio sepulcral.
El cortejo fúnebre aún no había regresado.
En lo alto de la rampa, el conde Nabuc les esperaba
acompañado de su gato. Un extraño animal dotado de aptitudes
telepáticas, regalo del hechicero Aquís. Uno de los sicarios, Enós,
notó como la criatura felina le sondeaba la mente; éste miró al
animal.
⎯¿Podéis decirle a vuestro gato que deje de mirarme?
Nabuc entornó las cejas.
⎯¿Acaso le tenéis miedo?
⎯Miedo, no. Pero tengo la impresión de que trata de
desnudarme con su mirada.
Nabuc se echó a reír. Luego, miró a su gato; éste vaciló y
entornando su fino cuerpo y rabo bien alzado, se adentró en el
interior del castillo, ronroneando.
El conde saludó con cortesía al segundo sicario, éste se
presentó.
⎯Mi señor, soy Gamaliel, para servirle.
Nabuc lo miró con arrogancia. Su rostro aguileño, de ojos
verdes y cabellos negros como el azabache, no infundía confianza.
Gamaliel se dio cuenta de ello nada más verle. A una seña del
conde, los dos sicarios entraron en el interior.
⎯Seguidme ⎯les dijo.
Después de cruzar la sala hipóstila, llegaron a un amplió salón
rodeado, a ambos lados con grandes columnas dotadas de bellos y
ornamentados capiteles campaniformes. Al fondo, el trono vacío.
10
Nabuc se acercó al estrado y se retrepó en el sillón tapizado en oro;
luego los contempló, por unos instantes, en silencio. A la débil luz
de la sala, Enós pensó que parecía tenso.
⎯No hace falta que os diga lo importante que es el trabajo que
tenéis que llevar a cabo. La discreción es primordial.
Gamaliel sonrió débilmente.
⎯Desde luego ⎯respondió Enós⎯. ¿Quién es la víctima?
⎯Un niño.
Gamaliel se escandalizó al oír aquellas secas dos palabras. Él
no se consideraba un asesino de niños.
⎯¿No hablará en serio, Nabuc?
El conde se levantó del trono y echó a caminar alrededor de
ellos, los miró y su amplia sonrisa resultó súbitamente
amenazadora.
⎯Muy en serio.
Enós, que le importaba muy poco el tamaño de sus víctimas, le
preguntó:
⎯¿De quién se trata?
⎯Del príncipe heredero ⎯les respondió, pero al ver las caras
de pasmo que tenía frente a él, se aventuró a ofrecerles algo que
sabía, no rechazarían⎯. No temáis. Os pagaré con monedas de oro.
⎯El trabajo comporta sus riesgos y por eso me veo obligado a
solicitar el cobro por anticipado.
⎯No ⎯la voz firme de Nabuc no aceptaba réplicas⎯. Ahora
cobraréis la mitad, y cuando hayáis acabado con vuestro trabajo os
daré el resto. ¿Estamos de acuerdo, señores?
⎯Sí, pero ¿qué dirá el clero…? ⎯preguntó Enós.
Nabuc lo interrumpió.
⎯Lo que opine el clero y la milicia me trae sin cuidado.
Además, los tengo a casi todos en el bolsillo ⎯hizo una pausa⎯. El
pueblo es quién debe importarnos, a ellos no será fácil ocultarles la
verdad. Culparemos de la muerte del príncipe a su nodriza Maia,
así se disiparan los posibles rumores que pueda fomentar la
desaparición del niño.
Mientras los tres hombres maquinaban; en la oscuridad de una
esquina, una joven cubierta con una capa tan negra como el carbón
11
y que se confundía con las sombras, escuchó todo cuanto se dijo en
el salón del trono. Ella al asimilar las palabras y comprobar que era
el objetivo, junto al niño, de los tres hombres se quedó confusa y
alarmada. Se llevó una mano a la boca para ahogar el grito que su
garganta trataba de emitir. Ya no tenía dudas, se había convertido
en el blanco de la conspiración de aquellos tres hombres y el
nerviosismo se cebó en ella.
⎯¡Ra, te lo suplico, ayúdame! ¡Dame valor para salvar al
niño! ⎯rezó una súplica a la deidad viviente que veneraba.
Maia, la nodriza de la criatura, nació en Jhodam pero sus
padres emigraron a Esdras en los tiempos en que ser un forjador de
armas era considerado un trabajo privilegiado. En la actualidad, los
herreros, para ganarse el sustento, ya no suelen buscar empleo en
otros lugares, pues son necesarios en sus ciudades de origen. La
nueva era instaurada por el rey-dios trajo profundos cambios
políticos, y los levantamientos de proscritos estaban a la orden del
día. El mal no había desaparecido totalmente, pues ahora éste no
estaba promovido por dioses, sino por hombres. Fueron ellos, los
proscritos, quienes tomaron el testigo dejado por las fuerzas del
oscuras. Sin embargo, estos grupos armados, al carecer de poder, no
podían enfrentarse al rey-dios ni a los inmortales, y se dedicaban a
causar alborotos de más o menos importancia a lo largo y ancho de
Nuevo Mundo. En algunos territorios, los saqueos y las violaciones
ocurrían casi a diario y Jhodam no pudiendo abarcarlo todo, delegó
a muchos núcleos habitados todo el control de sus tierras. De esta
forma nacieron pequeñas ciudades amuralladas, como Esdras en el
norte y Bilsán en el sur, que con un gobierno independiente
trataban de luchar por sobrevivir en un mundo cada vez más
complicado.
Maia, totalmente asustada, giró sobre sus talones y salió corriendo
de la estancia. Al girar, apresurada, la esquina, tropezó, y esto
alertó a los tres conspiradores. Desviaron la mirada hacia el lugar
de dónde provenía el sonido y Gamaliel avanzó unos pasos; no vio
nada. La joven desapareció antes de que ellos pudieran averiguar de
12
quién se trataba.
⎯El gato, supongo ⎯dijo el sicario Gamaliel.
Nabuc y Enós se miraron en silencio.
⎯¡Acabemos de una vez! ⎯El conde les hizo entrega de una
bolsita de terciopelo rojo con las monedas de oro pactadas en su
interior.
Enós y Gamaliel lo miraron sorprendidos. El primero
carraspeó, antes de preguntarle:
⎯¿Ahora, Señor?
⎯¡Sí, ahora! ⎯El conocimiento de que estaba haciendo algo
cruel y traicionando los principios morales de las leyes de Esdras no
pareció importarle. La existencia del niño era como un grano en el
culo y tenía que hacerlo desaparecer antes de que fuera demasiado
tarde.
En esos momentos, Maia sólo tenía un objetivo y era sacar a
escondidas al niño y huir al bosque. El infortunio acechaba a la
criatura y como si de un presentimiento se tratase, comenzó a
berrear a pleno pulmón. La nodriza que corría por el corredor oyó el
llanto del niño y aceleró con el corazón en el puño. Tras ella, a
cierta distancia, los sicarios que con un cuchillo en mano se
dirigían al aposento del niño para cometer el más vil y cruel acto: el
asesinato de una criatura inocente.
«No hay tiempo», pensó.
Maia entró en el aposento. Sin verlo, ella podía sentir como el
diminuto cuerpo se estremecía cada vez que un débil sollozo lo
sacudía.
Rápidamente, apartó el dosel que protegía la cuna, contempló
al niño, unos instantes, y luego, lo cogió entre sus brazos,
acunándole. Al sentir el calor de su madre adoptiva, el príncipe
emitió un profundo y entrecortado suspiro, dejando de llorar. Lo
cubrió con una mantita negra y salió del aposento. Una vez en el
pasillo, tuvo miedo; oyó voces, alguien se acercaba. Cuando llegó al
final del vestíbulo, se detuvo y pudo vislumbrar a lo lejos a dos
figuras negras encapuchadas: eran los sicarios que estaban a sólo
13
unos metros del aposento.
Maia sintió un escalofrío y, dando media vuelta, echó a
caminar deprisa en dirección opuesta.
«Te pondré a salvo, mi niño», dijo mentalmente.
Atravesó corriendo el último corredor y salió por una puerta
trasera, al exterior. Los rayos solares se habían perdido y una
neblina gris y espesa se cernió sobre la ciudad como un manto,
acompañando a las primeras sombras de la oscuridad. Maia,
totalmente encapuchada, se adentró en las lúgubres callejuelas,
ocultándose de un grupo de guardias que conversaba en corrillo
antes de realizar la ronda por la ciudad. Por lo demás, las calles
estaban silenciosas y vacías. Cuando cruzó la torreta de la entrada a
la ciudad, Maia, cegada por el hecho de conseguir poner a salvo al
niño, echó a correr ladera abajo sin mirar atrás. Sentía pánico sólo
con pensar que los sicarios irían tras ella para cazarla como a un
animal salvaje.
Enós apoyó su mano en la cerradura y ésta chirrió, se entreabrió la
puerta, los dos sicarios se encontraron con una estancia a oscuras;
al fondo, junto a la ventana: una cunita oculta bajo un traslucido y
sedoso dosel.
Se quedaron inmóviles en el umbral. Gamaliel empujó la
puerta con decisión, que se abrió del todo dando un portazo contra
la pared. La evidencia de que el heredero del trono de Esdras no
estaba en su cunita les abofeteó bruscamente.
⎯Se lo han llevado… ⎯murmuró Gamaliel.
⎯¡Silencio! Puede haber otra explicación ¡No te pongas
nervioso!
Entraron en el aposento, cautelosamente, sin ruido y
avanzaron hacia la cuna. Enós apartó con brusquedad el dosel y
efectivamente el niño no estaba allí.
Gamaliel miró a su compañero, preocupado.
⎯¿Y ahora, qué hacemos?
Enós iba a responderle, cuando la puerta se cerró a sus
espaldas, con un ruido que puso los pelos de punta a los dos.
14
Ambos se dieron la vuelta en redondo. El conde Nabuc estaba
entre ellos y la puerta. Sonrió, sin humor.
⎯¿No me digáis que se os ha perdido?
Gamaliel palideció. A Nabuc le desconcertaba el hecho de que
los dos sicarios no hubieran conseguido impedir la huida de Maia
con el niño, pues él no tenía ninguna duda. Sólo ella, podía hacer
algo así. El supuesto gato del salón no era tal.
⎯Mi señor, no sé cómo ha podido pasar. Nunca antes…
Nabuc, enfurecido, lo interrumpió.
⎯Enós, encontrad a la joven y al niño; ¡matadlos! Bajo
ningún concepto deben llegar a Jhodam. Si ella consigue llegar
hasta el Rey emperador, la ira de Nathan caerá sobre todos
nosotros.
⎯Pero desconocemos cómo es ella, mi señor.
⎯El bosque no es un lugar adecuado para una mujer y menos
aún, si ésta va acompañada de un bebe. ¡Quiero resultados! ⎯los
miró con ojos glaciales⎯. No regreséis a Esdras sin haber cumplido
con vuestra parte del trato.
⎯¿Qué hacemos con los cuerpos? Supongo que no los querrá
aquí.
⎯Entregádselos a los leones —les dijo con expresión
desdeñosa—. Por una vez, comerán algo suculento.
Nabuc pensaba amargadamente en una posibilidad, remota,
pero que cobraba fuerza a medida que pasaban los minutos; un niño
perdido en las montañas, difícilmente podría sobrevivir…
⎯¡Largaros! ⎯les gritó.
Después de una hora corriendo por el bosque, Maia no podía más.
El agotamiento se había ensañado con ella y el niño empezó a llorar
de hambre. No le quedó más remedio que buscar un escondrijo,
cobijarse en el y amamantar al niño.
Hacía frío, mucho frío…
A la mañana siguiente, Maia despertó sobresaltada. El niño
aún seguía cogido a su pecho, profundamente dormido. Suavemente
lo apartó y arrebujándose bien con la capa, tapó al niño y se
15
levantó. Echó a correr a través del claro, pero pronto se quedó sin
aliento.
Algo jadeante, se acercó a una roca de bordes contorneados y se
apoyó en ella un instante, tratando de contener los dolorosos latidos
del corazón. En ese momento algo llamó su atención.
Había sido localizada.
Cascos de caballos. El terror se apoderó de ella. Tuvo el fatal
presentimiento de que iba a morir. No tenía elección, debía buscar
un lugar donde esconder el niño, pero no tuvo tiempo.
Una flecha le atravesó la espalda y el niño cayó de sus brazos.
Su cuerpecito empezó a rodar por la ladera hasta caer, a muchos
metros de allí, en un foso de pocos centímetros de profundidad.
Maia se tambaleó y apoyó su mano sobre un viejo tronco. Su
rostro había palidecido por el dolor. Vio la sangre brotar; después,
cayó de rodillas, sus ojos entreabiertos consiguieron vislumbrar
brevemente a dos jinetes negros que se acercaban a ella con rapidez,
antes de que la muerte la arrancara del mundo de los vivos.
Los dos sicarios desmontaron de los caballos.
⎯¡Busca al niño! No debe estar muy lejos.
Gamaliel obedeció al instante. Inspeccionó los alrededores y no
encontró nada. Mientras que Enós, había arrastrado el cuerpo de la
mujer hasta un claro, dejándolo allí para que el olor de la sangre
atrajera a los depredadores.
⎯¿Ni rastro del niño? ⎯preguntó Enós.
Gamaliel negó con la cabeza, sin atreverse a pronunciar
palabra alguna.
⎯Bien, no pasa nada. Si está en algún lugar de este bosque no
sobrevivirá ⎯hizo una pausa y miró a su alrededor⎯. Le diremos a
Nabuc, que lo matamos junto a la nodriza.
⎯No colará…
⎯Eso es lo de menos. Dudo que el conde desee cerciorarse, se
pondría en evidencia.
Enós acarició la bolsa de terciopelo. Las apreciadas monedas de
oro tintineaban orgullosas por ser tan nobles, pero sólo en
apariencia. La ambición del hombre por el oro no tenía límites y casi
siempre estaban empañadas de sangre.
16
Horas después…
El llanto de un niño alertó a un jinete que cabalgaba rumbo a
Bilsán y que había optado atajar por el bosque de Esdras, sin saber
muy bien por qué. Detuvo su caballo y desmontó. Él no estaba muy
seguro, pero lo había oído… ¿un sollozo, un gimoteo? Era
consciente de que cerca de él, latía un pequeño corazón humano.
El llanto se hizo más intenso.
Se guió por el desgarrador llanto y pronto dio con él. Debajo de
un matorral, había un pequeño foso cubierto de maleza. El hombre
levantó las hojas y hierbas que cubrían la zanja y, para su sorpresa,
se encontró a una pequeñísima criatura. Era un bebe de unos seis
meses, muy bien arropado, envuelto en una mullida manta negra,
ceñida con un cinturón bajo la barriguita. El foso y las malezas lo
ocultaron tan bien, que había pasado desapercibido durante horas.
Hasta que un joven hechicero inmortal llamado Morpheus, lo
encontró.
17
18
Capítulo 1
Sanctasanctórum
In diebus illis…
Un pórtico con dos columnas papiriformes de capiteles
cerrados, que preceden a la entrada del templo y éste mismo,
es lo único que se mantiene en pie en la Ciudad Perdida, a
dos kilómetros de Bilsán, al sureste de Jhodam.
El Panthĕon Sacrātus es un templo mágico, milenario,
con dos espacios claramente diferenciados; el recinto que
evoca el universo, y cualquiera puede acceder a sus salas
hipóstilas; y el subterráneo, con el espacio sagrado cerrado, el
Sanctasanctórum; un lugar dónde se supone, residen los Seres
y las Dryadis que integran el codex sacrosanctus deus Dracōnis
Salmanasar. En su interior, el mundo sagrado queda aislado
del mundo exterior por un portón sellado, inviolado; es la
entrada al Panthĕon, un ingente mausoleo, suntuoso,
reservado y misterioso que, regido por la Quintus Essentĭa,
oculta un terrible secreto, un velo hermético que sólo puede
ser descubierto invocando al Basilisco.
Con el paso de los siglos el mágico Sanctasanctórum se
ha mantenido milagrosamente en pie. Esto ha contribuido a
que los habitantes de los territorios cercanos idealizaran
multitud de fantasías sobre el Panteón que no estaban
alejadas de la realidad. Había mucho de cierto en aquellas
leyendas.
A pocos metros del templo, una explanada con multitud
de columnas arruinadas se había convertido en la zona de
juegos, por excelencia, de los niños bilsaníes, que utilizaban
19
las ruinas de la Ciudad Perdida para jugar a batallitas entre
inmortales y demonios. No muy lejos de allí, los aldeanos
recogían la cosecha de la semana anterior, mientras sus hijos
se sumergían de lleno en sus juegos infantiles.
Recientemente se había unido a los habitantes de Bilsán,
una gran colonia de agricultores y ganaderos poblando una
buena parte de los territorios de labranza.
Bilsán era una pequeña ciudad relativamente reciente, y
no tenía historia. Su antigüedad se remonta a tan sólo veinte
años y actualmente está bajo la jurisdicción del senescal
jhodamíe Baal Zebub III, cargo otorgado por el Rey
emperador Nathan Falcon-Nekhbet I. La mayor parte de sus
habitantes habían abandonado la urbe de Jhodam para vivir
la tranquila y dura vida del campo, tan poco frecuente en la
ciudad imperial. Otros, eran colonos que no deseaban vivir
en ciudades amuralladas, como Esdras o Rhodes.
En la lejanía, con los ojos puestos en el norte, se podían
vislumbrar grandes montañas; enormes masas de granito
que se elevaban a tremenda altura y sus picos estaban
nevados todo el año, era Haraney.
Los campesinos limpiaban la tierra y luego la sembraban. No
había quejas ni rumores de rebelión, nadie se metía con los
agricultores. El trabajo les gustaba, estaba muy bien pagado y
lo realizaban con entusiasmo. En uno de esos momentos de
arduo trabajo, mientras los niños jugaban en la explanada,
unos campesinos apartaron su atención del campo para
posarla sobre dos figuras que habían aparecido en el camino
que llevaba, a través de los bosques, a las llanuras de
labranza. Al acercarse, los campesinos curiosos observaron
claramente que se trataba de dos hombres de apariencia
joven y elegancia aristocrática; iban lujosamente ataviados y
montados en bellísimos y enjaezados corceles.
El hechicero inmortal Morpheus, capataz de los
campesinos, de aspecto sencillo, pero de constitución fuerte y
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cálidos ojos verdes, los reconoció de lejos y corriendo se abrió
paso entre los trabajadores. No podía creérselo, igualmente
no sabía que hacían Halmir, el padre del rey-dios, y el
alquimista Ishtar en aquellas tierras. Eran los inmortales más
venerados después del Rey de reyes o emperador, Nathan.
⎯¡Por todos los dioses! ¡No me lo puedo creer!
⎯exclamó Morpheus, mostrándose loco de alegría.
Ishtar y Halmir detuvieron sus caballos y desmontaron.
Se saludaron con un buen estrechón de manos y luego, los
tres se alejaron a paso tranquilo de la zona de labranza, en
dirección a las ruinas de la Ciudad Perdida.
⎯Tenéis buen aspecto —dijo Morpheus—. Pero…
parecéis cansados. ¿Qué os trae por aquí?
Halmir caminaba sosegado, con las manos tras la
espalda. Ishtar no se apartaba de su lado, parecía su sombra.
—Cansados —dijo Ishtar, apartándose de Halmir—. Si.
Oh, sí, mucho.
Morpheus vio cómo le cambió el rostro al padre del rey;
éste estaba agotado de reuniones, pero no se había percatado
de ello hasta que Ishtar abrió la boca.
⎯Disturbios en los alrededores de Esdras —respondió—
. Venimos de tratar este asunto con el senescal Baal Zebub.
Morpheus bufó y pensó en el problema de siempre.
⎯¡Baal Zebub! —exclamó Morpheus—. No es de
extrañar que estéis cansados —dijo—. La senescalía al
completo anda reventada tras él.
—El asunto que hemos tratado es de la máxima
prioridad.
Morpheus se apresuró en preguntar.
—¿Bandidos? ⎯preguntó.
⎯Sí ⎯afirmó Halmir⎯. Una escoria difícil de erradicar.
Morpheus miró hacia el grupo de niños y levantó el
brazo, hizo una seña a su hijo para que acudiera ante ellos,
pero éste no lo vio; sin embargo, un amiguito, si. El niño
gritó como si le fuera la vida en ello.
—¡Jadlaaaaaaay! —todos los niños se volvieron hacia él y
21
se echaron a reír—. ¡Te llamaaaaan!
Los inmortales no prestaron atención a los berridos del
chiquillo y continuaron conversando como si nada.
⎯¿A qué se debe el gran crecimiento de estos grupos?
⎯Realmente no lo sabemos —respondió Halmir—. Mi
hijo pretende aniquilarlos, pero yo estoy retrasando
deliberadamente sus decisiones ―suspiró―. La verdad,
Morpheus, estoy harto de tantas muertes.
⎯Por cierto, Halmir ¿cómo está tu hijo? Hace siete años
que no lo veo.
⎯Sufre altibajos, pero por lo general se encuentra bien.
¿Y tú que me cuentas? Me llegaron rumores de que tenías un
hijo ¿Te has casado sin yo saberlo?
Morpheus se detuvo un instante y miró fijamente a los
dos venerables inmortales.
—¿Tu hijo no te ha comentado nada del niño?
Halmir sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro.
—Nathan tiene por costumbre no contarme nada que yo
deba desconocer.
—Qué extraño —dijo Morpheus.
—Mi hijo es un ser insondable; me consta que eso, tú, ya
lo sabes.
Se detuvieron unos instantes.
⎯Bien, pues entonces, te lo diré yo; pero que quede
entre nosotros… ⎯dijo⎯. Tiene siete años y lo encontré
abandonado en el bosque de Esdras cuando tan sólo era un
bebe de unos pocos meses.
Ishtar, como extraordinario psíquico que era, ató cabos
de inmediato e intervino.
⎯¿No será…?
Morpheus le interrumpió.
⎯¿El hijo del rey Ciro? Sí, lo es.
Ishtar se quedó pensativo, y Halmir, sin sorprenderse en
absoluto, le asaltó una duda.
⎯¿El niño lo sabe?
⎯No —respondió tajantemente—. Y la verdad, tal y
22
como están las cosas, con Nabuc en el poder, no me parece
buena idea que lo sepa.
Pese a todo, Halmir creyó conveniente…
⎯Deberías plantearte su educación en Jhodam —dijo—.
Es posible que algún día recupere lo que le pertenece y en ese
caso, debería estar a la altura de las circunstancias.
⎯Sí, eso es algo que he pensado en multitud de
ocasiones, pero no es una opción viable —repuso
Morpheus—. Su mundo es otro, y Jhodam es demasiado
imperial para un príncipe de rango inferior.
⎯¿Qué tontería dices? —espetó a Morpheus. Halmir no
era un hombre que midiera sus palabras y menos aún si las
consideraba injustas—. ¿Rango inferior? ¿Se puede saber a
que te refieres?
⎯Halmir, no nos engañemos —dijo Morpheus—. Esdras
es una ciudad pequeña, Jhodam un vasto imperio gobernado
por una criatura divina… a buen seguro que adquiriría
grandes complejos. Créeme es mejor así. Jadlay será un
guerrero, lo lleva en la sangre.
Aquellas palabras no le gustaron en absoluto, y tuvo que
hacer un esfuerzo para mantener la sonrisa y que no se
notara que estaba tenso.
⎯Supongo que cuando te refieres a una criatura divina
que gobierna un vasto imperio estás hablando de mi hijo —
replicó Halmir, con la sonrisa forzada—, pues bien te
puntualizaré algo, Nathan es más guerrero de lo que crees,
yo le he visto matar a sangre fría y no es nada agradable. Es
cierto, es un dios, pero sabe ser un hombre despiadado
cuando no le queda otra.
⎯Eso es lo que lo hace diferente a todos —dijo
Morpheus—. Si Jadlay creciera bajo su influencia, querría ser
como él y nadie puede ser como él.
Ishtar prestó atención al grupo de niños que jugaba en la
explanada de las columnas. Corrían y gritaban felices, ajenos
a todo el mal que se estaba gestando a su alrededor. En ese
instante se acercó hasta ellos un niño vivaracho, de grandes
23
ojos verdes y cabello negro, muy rizado.
⎯¿Me has mandado llamar, padre? —de tanto correr de
un lado para otro, su rostro estaba rojo como un tomate.
Morpheus se inclinó ligeramente y puso una mano sobre
la cabeza de su hijo, removiendo, a su vez, sus cabellos.
⎯Sí, Jadlay —dijo, mientras señalaba a los dos hombres
que estaban junto a él—. Te he mandado llamar porque
quiero que conozcas a estos dos caballeros.
El niño miró a los dos hombres con curiosidad.
Halmir se inclinó y le ofreció la mano en señal de saludo.
⎯¿Qué tal muchachote?
Jadlay correspondió al saludo y luego hizo lo mismo con
Ishtar.
⎯Muy bien, señor —dijo cortésmente—. Pero ya no soy
un muchachote, he crecido. Ahora soy un hombre —terminó
de decir el niño con mucha expresividad.
Los tres inmortales se echaron a reír.
⎯Mira yo tengo un hijo al que no dejo crecer… Y ¿sabes
por qué?
El niño lo miró con los ojos bien abiertos. Las palabras
del inmortal provocaron su curiosidad. Aquella expresión
era nueva para él. Negó con la cabeza.
⎯Porque un día me dijo lo mismo que tú ⎯le respondió,
Halmir, quedándose con el pequeño⎯. Si te desvelo quién es,
quizá comprendas mis palabras. ¿Deseas saberlo?
Jadlay no supo que responder, miró decidido a su padre,
como queriendo recibir su aprobación. Morpheus miró a su
hijo, sonriente. Finalmente, el niño asintió.
⎯Es Nathan, el indomable, el rey-dios de Jhodam —dijo
sonriente—. Tu emperador.
El niño al oír aquellas palabras, palideció. Miró de nuevo
a su padre.
⎯¿Es cierto, padre?
Morpheus le dedicó a Jadlay su sonrisa más zalamera, y
puso una mano en su hombro.
⎯Sí, hijo.
24
De repente al niño se le ocurrió algo descabellado, o eso
era lo que pensaban los tres inmortales en un principio.
⎯Entonces, si vosotros sois amigos… ¿podré conocerle?
Halmir decidió que tenía que ser él quien respondiera a
la pregunta del niño. Su deseo no era tan fácil de cumplir,
antes…
⎯Para conocer al Rey, debes crecer —le dijo—. Hacerte
un hombre de verdad, sólo así podrás conocerle algún día.
Jadlay dio un brinco y pataleó el suelo, enojado.
⎯¿Acaso los niños…?
Halmir lo interrumpió, obligándole a dejar inconclusa la
frase.
⎯¿Ahora eres un niño?
Jadlay se ruborizó y bajó la cabeza, avergonzado. Se dio
cuenta de que el altivo Halmir lo había desnudado por
completo utilizando un sutil juego de palabras.
Las sonoras carcajadas de su padre y de los dos
inmortales provocaron que el niño huyera corriendo, rumbo
a la aldea.
⎯Espero no haberle ofendido ⎯repuso Halmir.
⎯¡Oh, no…! —dijo Morpheus, sonriendo—. Reconozco
que debe madurar y tú has sido un buen ejemplo. En serio,
creo que esta noche, mi hijo soñará contigo.
Los tres hombres se encaminaron hacia el templo. Una vez
allí, entraron en el interior; Ishtar, miraba a su alrededor,
totalmente sorprendido por el estado del recinto. La estancia
que seguía al pórtico tenía una longitud de veinticinco
metros y en el interior se encontraban cuatro nichos de roca
labrada, vacíos. La entrada subterránea, inviolada. Sellada
desde hace milenios
Halmir que caminaba cabizbajo, alzó la vista. Al
contemplar la bóveda, tan alta y aparentemente lejana, le
invadió el vértigo.
La voz de Morpheus tronó en sonoros ecos.
25
⎯Las inundaciones y las constantes reocupaciones no
han podido con este templo milenario. Realmente, se puede
afirmar que es la casa de los dioses ⎯vio como Halmir no
apartaba la vista de la bóveda, incómodo o asombrado, la
verdad es que no lo supo captar ni adivinar; el padre del rey
se había cerrado en banda. Pero por si acaso, alzó la mirada a
la techumbre⎯. Si os fijáis en el techo, éste es una
representación simbólica del universo conocido y por
conocer. Intrigante, ¿verdad?
—No tengo pensado entretenerme en este lugar —
murmuró Halmir.
«Por lo visto, al padre del rey no le gusta nada este
templo»
Morpheus casi prefirió oportuno dejar de seguir hablando
sobre el Sanctasanctórum.
Halmir se mantuvo en silencio. Él más que nadie sabía lo
que representaba aquel templo, no sólo la bóveda
astronómica sino lo que se ocultaba bajo sus pies. Tenía que
salir de allí, un terrible escalofrío lo inundó de pies a cabeza.
Un presagio, y por unos instantes, recordó el pasado… Su
hijo estaba muy ligado al Sanctasanctórum; pues ese lugar,
prohibido a todo ser viviente que no fuera un dios o tuviera
ascendencia divina, ocultaba algo terrible. Morpheus, como
buen hechicero inmortal que era, no tuvo problemas para
captar los pensamientos de Halmir y le pidió disculpas.
⎯Siento mucho que todo esto te haya hecho recordar los
trágicos momentos vividos con las muertes de los Septĭmus
—dijo—. Perdóname, no era mi intención.
«No es sólo eso… Hay algo más», pensó.
⎯No te preocupes —dijo, aparentemente más
tranquilo—. Pero si no os molesta, prefiero esperaros fuera.
—Morpheus hizo un gesto con la mano, señalándole el
umbral, a lo que Halmir respondió—: Conozco el camino
⎯luego, miró fugazmente a Ishtar⎯. Hemos de regresar
cuanto antes a Jhodam.
Cómo siempre, a Halmir le inquietaba dejar a su hijo
26
solo durante tantos días. Y con el retraso que llevaban no
veía el día de regreso. Ishtar y Morpheus salieron tras él y
regresaron en silencio a los campos; allí les esperaban los
caballos.
⎯¿Nos volveremos a ver? —preguntó Morpheus.
Halmir encajó un pie en el estribo y subió al caballo, asió
la rienda.
⎯Es posible.
Los dos inmortales espolearon los flancos y
emprendieron el galope veloz por las llanuras de Bilsán. El
resonar de los cascos de los caballos fue perdiéndose en la
lejanía. Unos minutos después, habían dejado atrás las aldeas
de los campesinos para adentrarse en los extensos dominios
de Jhodam.
Por delante, más de doce horas de agotador galope.
27
Capítulo 2
El Forjador De Espadas
A los quince años, Jadlay ocupó su lugar en los campos, junto
con los otros hijos de los campesinos. Trabajaba duro. Las
tareas de labranza las realizaba por la mañana y por la tarde
acudía entusiasmado a la herrería del viejo Caleb, donde
aprendía el oficio de forjador de espadas.
Morpheus no veía el momento de iniciarlo en sus artes
hechiceras. Consideraba que aún era demasiado joven y
alocado, y su mortalidad era, realmente, un obstáculo. Su hijo
no sólo era un muchacho inteligente y sociable, sino que
además estaba extraordinariamente dotado para las artes
guerreras. Un líder nato. Su demostrada habilidad para tratar
el hierro y otros metales le impresionaron tanto que,
persuadido por el viejo armero, decidió enviarlo a la herrería.
Con la seguridad de que el viejo forjador de armas Caleb, lo
instruiría correctamente y haría de él un hombre de
provecho.
Así las cosas, la iniciación arcana tendría que esperar.
La forja estaba situada en la Plaza Magna, en el centro de
la ciudad. Y los días que se hacían mercadillos acudía tanta
gente de las comarcas vecinas que el herrero, para trabajar el
exceso de pedidos, se veía obligado a contratar aprendices y
así, poder cumplir con los encargos de cortes, guerreros y
soldados de muy diversas nacionalidades que acudían a él
para que forjara nuevas y robustas espadas, armaduras,
lanzas… o simplemente, las afilaran o repararan las
28
bolladuras. Jadlay disfrutaba como nadie con los encargos
porque eso le permitía aprender más, y más deprisa. Entre
sus objetivos estaba el de ser guerrero del imperio jhodamíe,
pero no uno cualquiera, sino que soñaba con ser uno de los
hombres del Rey Nathan y defender en su nombre a los
oprimidos de déspotas como el rey Nabuc de Esdras, entre
otros.
Tenía en muy alta consideración todo lo referente al Rey
de reyes y su máxima aspiración como persona era parecerse
a él.
Jadlay y sus dos amigos Yejiel y Najat, con su
entusiasmo y trabajo, habían emprendido, sin ser
conscientes, el camino que les conduciría, en un futuro, a
liderar la resistencia.
Aquel invierno fue más frío que ningún otro, la nieve
descendió hasta la costa y el frío penetró en las casas y
cabañas de los campesinos. Todas las mañanas amanecía un
día helado y en los ríos flotaban planchas de hielo.
Al caer la noche…
Morpheus y su hijo cenaban junto al hogar encendido. El
olor a estofado había embriagado toda la casa. Sobre la mesa,
la cazuela, pan, dos platos y dos vasos de arcilla y un buen
vino de Shantany. El inmortal, sentado en la mesa frente a él,
pudo ver en sus ojos el cansancio acumulado después de una
intensa jornada en la forja.
El muchacho trabajaba muy duro y su padre se sentía
muy orgulloso de él, aunque a veces pensaba que se excedía
en el trabajo y tampoco era tan necesario. Vivían bien y no les
faltaba de nada; además, Morpheus estaba emparentado con
la dinastía Nekhbet: él y Halmir eran primos lejanos y en sus
venas corría sangre real. Con una ascendencia tan sugerente
no hacía falta reventarse a trabajar.
A esas horas de la noche, el cansancio se apoderaba del
chico y en su mente no dejaban de sonar los golpes
29
incesantes de la forja. No podía quitárselos de la cabeza, ya
formaban parte de sí mismo. Estaba aprendiendo el arte de
forjar el hierro y cada día que pasaba en la herrería más
enamorado estaba de su trabajo.
Ese ruido… Esos golpes… La herrería.
Gracias a ese duro trabajo, y con tan solo quince años,
había aprendido a dominarse. Había conseguido forjar su
carácter, frío y duro como la piedra.
Sus pensamientos se trasladaban a la forja con relativa
facilidad. Pensaba en la inmensa chimenea que aspiraba los
vapores nocivos y el calor generados por gran cantidad de
carbones incandescentes, depositados en una gran
plataforma de piedra con forma de polígono. Los martilleos,
los siseos y la respiración del aparato que caía sobre la
plataforma lanzando bocanadas de aire sobre los tizones.
Golpear el hierro hasta darle la forma que se desea. Enfriar y
moldear.
Las llameantes sombras.
Una voz lejana lo llamaba.
Estaba tan ensimismado pensando que la voz no era real,
sino fruto de un sueño.
⎯¡Jadlay! ¿Me oyes?
El chico seguía ausente.
Morpheus hizo un chasquido frente al rostro de su hijo.
El joven despertó de su ensueño, sobresaltado.
⎯¿Qué…?
⎯¿Estás bien? —le preguntó—. Te noto extraño.
Vio a su padre como lo miraba fijamente y se ruborizó,
incómodo.
⎯¡Oh, sí…! Lo siento.
El chico tiene quince años, pronto será un hombre
adulto. Morpheus pensó que había llegado el momento de
enseñarle todo lo que necesitaba saber para hacerse un
hombre, incluso que era adoptado. Por un instante se hizo un
silencio, hasta que el inmortal reunió el valor suficiente para
plantear una verdad cuya respuesta y reacción más temía.
30
⎯Hijo, es hora de que hablemos.
Jadlay, con el tenedor en las manos, lo interrumpió.
⎯¿De qué, padre? ¿Un sermón? ⎯dijo con tristeza a la
vez que lo miraba⎯. Es eso, ¿verdad? Me vas a echar un
sermón.
⎯No ⎯respondió Morpheus⎯. Quiero hablarte de mí.
A Jadlay le habían llegado rumores sobre la
inmortalidad de su padre. Pero siempre había aguardado la
esperanza de que esos rumores fueran falsos, porque si eran
ciertos sólo podía significar una cosa: que él no era su padre,
y entonces se tendría que plantear la pregunta que no quería
hacerse: ¿quién era él? Temía no estar preparado para
escuchar la verdad.
Jadlay, en el fondo, lo sabía y aunque no quería
admitirlo, ya sentía el peso de la soledad.
Morpheus abordó el tema directamente, sin rodeos.
Sabía todo sobre los comentarios que le habían llegado a su
hijo y ya no podía ocultarlo por más tiempo.
⎯Los rumores que has estado oyendo por ahí, son
ciertos… —el hombre dejó en suspenso sus palabras y esperó
la reacción de su hijo antes de continuar.
Jadlay miró a su padre con una tristeza que le llegaba a
los pies. En esos momentos su coraza fría y dura se rompió
en múltiples pedazos.
⎯¡No puede ser!
⎯Sí, lo es —afirmó, cabizbajo—. Soy inmortal, y tú…
Jadlay a punto de lagrimar, se levantó y apartó de la
mesa. Se encaminó hacia la ventana y clavó sus ojos en la
oscuridad. Morpheus alzó la mirada, ligeramente hastiado.
Sintió en su ser el sufrimiento del chico.
Cuando por fin se alejó de la ventana, volvió a la mesa.
⎯Escúchame, Jadlay. Para mí tú eres mi hijo. Te
encontré en el bosque, abandonado.
El chico miró a su padre angustiado.
⎯¿Me robaste?
⎯¡No! ⎯Morpheus decidió ocultar el verdadero origen
31
de su hijo y lo hizo por dos motivos: por su propio bien, y
porque el muchacho no estaba preparado para escuchar una
verdad que, seguro, le dolería. Sin embargo, se inventó una
historia con la esperanza de que Jadlay acabara aceptándola.
Tenía que seguir protegiéndole, era su deber⎯. Nadie te
reclamó.
El inmortal no pudo reprimir un escalofrío. Dirigió una
rápida mirada al muchacho, pero Jadlay tenía sus ojos
clavados en el fuego del hogar, pensativo.
Morpheus, abatido, inclinó la cabeza. El cuenco de
comida, medio lleno…
⎯Perdóname por ser tu padre ⎯empezó diciendo⎯.
Pero quiero que sepas que el código ético de los inmortales es
muy estricto y no contempla el hecho de recoger un niño
abandonado y criarlo. Mi raza es nómada. Por nuestra
condición perenne, no podemos atarnos a nada, y sin
embargo, yo lo hice.
Acogerte fue un gran sacrificio, del cual me siento muy
orgulloso ―terminó de decir.
El hombre se levantó de la mesa, muy afligido. No podía
continuar conversando con su hijo, tenía miedo a su rechazo.
Con un lienzo se limpió las manos y luego, se encaminó
hacia su aposento. No había llegado al umbral cuando su hijo
lo detuvo.
Jadlay pensó rápido. Fuera quien fuese su verdadero
padre, ya no le importaba. Sin embargo, la persona que lo
había criado y que se había preocupado por él en todo
momento no podía perderla, lo tenía claro.
⎯Espera, padre.
Morpheus sintió como se le desbocaba el corazón, por un
momento llegó a pensar que perdía a su hijo y eso era difícil
de soportar. Había llegado a querer a Jadlay con todo su
amor de padre, pese a su condición de inmortal nómada. Se
dio la vuelta y miró al muchacho.
⎯Lo siento ⎯Jadlay se acercó a él⎯. Perdóname. No
tengo derecho a renegar de ti y aunque no tengamos la
32
misma sangre, siempre serás mi padre.
Morpheus se emocionó al escuchar las sinceras palabras
de su hijo y alzando la mano, le hizo callar.
⎯No digas nada ⎯le dijo⎯. Ahora, ve a acostarte. Es
tarde.
Un fuerte viento helado procedente del norte atrajo hacia el
sureste tormentosas nubes.
El cielo cubierto por nubes negras de lluvia se volvió
gris y denso. Los relámpagos restallaban erráticos, sin cesar.
Jadlay, en su camino a la forja, se vio envuelto de lleno en la
tormenta. El viento soplaba con mucha fuerza y violencia,
zarandeándole sin piedad. Caleb que miraba, a través de la
ventana de la herrería, con sus ojos color miel y facciones
endurecidas por la edad, vio que el chico tenía apuros para
llegar y salió a su encuentro.
La capucha que cubría la cabeza del viejo cayó hacia
atrás, y la lluvia se precipitó sobre su cabeza como si
repentinamente le hubieran lanzado un cubo de agua fría.
Fría, no… ¡helada! La furia del viento parecía ensañarse con
ellos. Cuando alcanzó al muchacho, lo arrebujó en su capa.
⎯¡Vamos, muchacho, cógete a mí!
⎯Gracias, señor ⎯consiguió decir Jadlay, mientras era
duramente azotado por el vendaval.
Los dos corrieron apresurados hacia la forja y entraron
con precipitación, jadeantes y con los rostros congestionados.
La puerta se cerró de un golpe tras ellos, parecía empujada
por el mismo diablo. El calor interior contrarrestaba con el
frío casi glacial del exterior.
Jadlay bufó y se frotó las manos. Las tenía heladas.
⎯Hoy deberías haberte quedado en casa ―dijo Caleb―.
¿Sabe tu padre qué estás aquí?
El muchacho sacudió la cabeza.
⎯No ―respondió―. Ha salido está mañana temprano y
no regresará hasta dentro de dos días ⎯le respondió, con
33
cierto aire de irritación⎯. ¡Se ha ido a Jhodam y no me ha
querido llevar con él! ―suspiró―. No lo entiendo, siempre
me pone alguna que otra excusa para que no le acompañe.
Caleb echó una mirada furtiva hacia la puerta,
cerciorándose de que estuviera bien cerrada, pues estaba
siendo violentamente azotada por el viento y su rugido
endiablado se colaba a través de los bajos.
⎯¿Excusa? ―preguntó extrañado―. ¿Por qué?
⎯Siempre he deseado conocer al rey-dios y nunca me lo
permite. Nunca.
Caleb lo miró con asombro. No sabía si creerle o pensar
que estaba tomándole el pelo.
―¡Conocer al dios! Jajá jajá… ―estalló en carcajadas y
éstas resonaron en todo el recinto―. Pero, eso es imposible
¡Vaya cosas que se te ocurren, muchacho!
Y más carcajadas.
Aquellas palabras de Caleb consternaron al joven que
soltó una maldición. Jadlay estaba tan furioso que el rostro se
le puso rojo como un tomate.
―¡No es justo! ―exclamó.
―No hay nada justo ―dijo Caleb.
El viejo se acercó al chico y le revolvió el pelo.
⎯Me temo, Jadlay que ese privilegio no está a tu alcance,
ni al mío. Es un ser divino y por tanto, intocable. ¿No te lo ha
dicho tu padre?
⎯La verdad nunca hemos hablado sobre eso ―dijo el
chico con más calma.
⎯Años atrás, era posible. Pero en la actualidad, no
―afirmó Caleb―. Por lo que sé, todas las audiencias recaen
en su padre, y la deidad sólo acude si la situación lo requiere.
Dicen que está totalmente prohibido mirarle a los ojos ⎯hizo
una pausa⎯. Será mejor que lo olvides, muchacho.
Jadlay al oír las palabras de Caleb quedó muy afectado.
Se volvió, y su mirada se dirigió a la ventana.
Caleb siguió con sus ojos al muchacho. Lo vio tomar una
silla y sentarse junto a la tosca ventana, contemplando la
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lluvia que en esos momentos estaba cayendo. Una cortina
inmensa que no dejaba ver casi nada.
⎯¡Jadlay!
El muchacho no se dio la vuelta. Siguió con su mirada
fija, clavada en aquel intenso aguacero. Caleb se acercó a él.
⎯¿Estás decepcionado? ⎯le preguntó.
⎯Es mi ídolo ―murmuró Jadlay.
⎯Él no es humano ―afirmo Caleb, mientras se retorcía
el bigote―. Además, el rey-dios está situado en el puesto
más alto del escalafón divino ―con suavidad, apoyó una
mano en el hombro del chico―. No entiendo… ¿por qué
estás tan cegado en él?
⎯No lo sé ―murmuró―. Es algo que he deseado
siempre.
⎯Escúchame ⎯le dijo, Caleb, apremiante⎯. ¡Olvida
esto! Olvida cualquier idea que tengas de desafiar al rey-dios.
¡Oh, vamos, Jadlay! Estás loco si piensas que…
El chico lo interrumpió directamente.
⎯¿Desafiar, dices? —Jadlay miró a Caleb, sin
comprender sus palabras—. Yo no pretendo desafiarle, sólo
conocerle. ¿Tan difícil es de entender?
⎯¿Difícil? ⎯repitió Caleb, exasperado⎯. ¡Es imposible!
Frunciendo el entrecejo, Jadlay mantuvo la mirada fija en
el maestro forjador de armas.
⎯Me da igual lo que pienses tú y los demás —dijo―.
Algún día, seré guerrero y lucharé en su nombre o quizá,
llegue a tener el privilegio de pertenecer a su guardia
personal. Sí, algún día… lo conseguiré.
―¿Sabías que los seis integrantes de su guardia personal
no tienen esposa ni hijos y que viven sólo para servirle?
―Eso que dices, no es más que una leyenda ―repuso
Jadlay muy convencido porque se sabía de memoria todas
las leyendas; además, desde hacía un año, su padre era uno
de los tres escoltas reales; por esa razón viajaba tan a menudo
a Jhodam―. Él sólo se deja escoltar por inmortales.
―¿Tu crees? ¿No has oído nada sobre los dragones
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negros?
―Buf… Leyendas.
El joven bajó la cabeza, azorado, sintiendo que el corazón
le palpitaba con fuerza. El viejo sacudió la cabeza, con un
suspiro, y concluyó:
⎯Quizá sí, quizá no.
Finalmente, Jadlay, incapaz de controlar su
temperamento, acabó por enfurecerse. No podía entender ni
consentir que todo el mundo a su alrededor le dijera lo
mismo con respecto a la deidad. No podía aceptarlo.
Y dando un sonoro portazo detrás de él, salió de la forja
precipitadamente. El intenso aguacero cayó sobre él como
una losa, aplastante.
Mirando por la ventana, Caleb lo vio alejarse, cabizbajo.
Suspiró profundamente; luego, se sumergió en el silencio con
la mirada fija en la lluvia y expresión meditabunda.
En la taberna, el ambiente era agobiante. El humo de los
puros formaba una capa neblinosa que se alzaba por encima
de las cabezas de los clientes.
Jadlay irrumpió con brusquedad y al abrir la puerta,
entró en el interior una ráfaga de viento helado que enfrió el
local de repente. Por un instante, aquel espacio envenenado
de humo y alcohol se refrescó con aire nuevo. El tabernero,
un pelirrojo cuadrado de ojos azules y cejas bien pobladas,
cuando vio entrar a un chiquillo en su taberna, no le dio
opciones.
⎯Muchacho será mejor que salgas de aquí y regreses a
tu casa ―dijo con voz tajante―. Este no es un lugar para
niños.
El muchacho lo miró a medio camino entre la cólera y la
frustración. Pero se contuvo, el hombre era demasiado fuerte
para él y podría estamparlo contra el suelo en menos que
canta un gallo.
⎯Sólo quiero resguardarme del aguacero ―dijo―.
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Prometo irme en cuanto cese la lluvia.
El tabernero lo miró con extrañeza. Se preguntó cómo
era posible que su padre le permitiese salir de casa con el
temporal que estaba cayendo. Definitivamente, aquél no era
un lugar para un niño.
⎯De acuerdo ―consintió―. Pero una vez deje de llover,
te vas.
El muchacho asintió, y sin hacer ruido se sentó
acurrucado en el suelo, en una esquina, muy cerca de la
chimenea. En su mente bullía un torbellino de pensamientos.
En ese momento, empapado hasta los huesos, era incapaz de
enfrentarse a la negativa de todo el mundo. Pensó que nadie
tenía autoridad para impedirle ver al rey-dios, sólo la deidad
podía negarse.
«¿Por qué es todo tan difícil?», se preguntó.
El humo penetró en sus ojos, se los frotó. Sintió como si
tuviera arenilla, le escocían.
Suspiró.
Cerró sus ojos y dejó que su mente vagara y se inundara
de pensamientos regocijantes. El corazón se le aceleró. Se
veía a sí mismo frente al mismísimo rey-dios Nathan…
Sonrió en sueños.
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Capítulo 3
¿Crees qué me conoces, ínfima criatura humana?
Nathan est Imperare Orbi Universo
La cabellera de Nathan era la gran belleza que le había
legado su herencia Falcon. Su hermosura no tenía igual. Sus
cabellos eran tan rubios que parecían plateados.
En su infancia, su madre, la reina Nora, jamás había
permitido que le cortaran la melena a su hijo; osar hacerlo era
lo mismo que cometer un sacrilegio. Pero al llegar a la
adolescencia, la reina permitió que se la cortaran, pero sólo
las puntas y sólo cuando la enmarañada mata de pelo
superaba cierta longitud. Su cabellera, una masa de rizos
enmarañados, era la admiración de todos aquellos que tenían
la oportunidad de conocerle en persona.
En la calidez de los aposentos reales, Kali, la prometida
del rey, se dedicaba a peinarle la hermosa cabellera todas las
noches y la impregnaba en aceites aromáticos, luego la
adornaba con hilillos de oro, siguiendo un ritual ancestral.
Los largos cabellos le llegaban más allá de la cintura y le
caían en largos zarcillos rubios sobre los hombros desnudos.
Aunque Nathan no lo admitía, su cabellera era uno de
sus grandes orgullos y en ocasiones la llevaba peinada en
una trenza gruesa, adornada con una cinta de oro, que le
colgaba por la espalda.
Nathan era una criatura, no humana, hermosa. Rodeada
siempre de un aura que muy pocos ojos mortales podían
tener el lujo de observar; ese hecho en particular estaba
reservado a unos pocos. Sus ojos, intensamente azules y con
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ribetes violetas, eran grandes y expresivos, otorgándole una
mirada profunda y enigmática. Su aire meditabundo y
severo contrarrestaba con su porte eternamente juvenil.
Halmir Nekhbet, su padre, se sentía extremadamente
orgulloso de la inteligencia y belleza de su hijo divino. Con el
paso de los años, Nathan había adquirido ese aire misterioso,
que pese a su edad indefinida, causaba una profunda
veneración entre todos los cortesanos. A Halmir se le
iluminaba el rostro cada vez que hablaba de su hijo. Era su
mayor obra, sangre de su sangre. Lo admitía sin ningún tipo
de reparo. Sin embargo, además de la extraordinaria belleza
de su hijo, Halmir no dejaba de sorprenderse cada vez que le
miraba fijamente a los ojos. Aquellos enormes y relucientes
ojos, rodeados de espesas y largas pestañas, que no
mostraban temor y que eran capaces de matar… Lo que sí
veía en ellos, era una sombra de dolor que Nathan nunca
había conseguido paliar. Halmir era consciente de que para
su hijo, la divinidad era una pesada carga que a buen seguro
no hubiera deseado para sí. Pero el destino lo eligió y contra
eso nada se pudo hacer.
En muchas ocasiones, Nathan observaba a su alrededor
con la mirada extraviada, sintiendo cómo le invadía un gran
alivio al poder encontrar un refugio seguro en sí mismo y en
otras, perdía su confianza y caía en una extraña oscuridad
que le duraba días. Esa era su herencia divina, sus estigmas.
Iba a tener siglos de existencia a menos, que por alguna
razón, él decidiera poner fin a su eterna vida.
Atrás quedaron sus lamentos, aquellos sollozos que le
invadían cada vez que sufría un zarpazo violento de su
esencia divina. A partir del momento en que se convirtió en
el último dios, si Nathan lloró alguna vez, nadie vio nunca
sus lágrimas.
Tal día como hoy, hace veinte años, Morpheus encontró a un
bebe de apenas unos meses de edad. Desde el mismo instante
39
que vio al niño supo de quién se trataba. No tuvo dudas. El
tatuaje del tobillo se lo confirmó de inmediato. Una señal de
identidad que sólo conocían los allegados a la familia real de
Esdras y por supuesto, los inmortales. Le puso de nombre el
mismo que su padre, el rey Ciro, le dio al nacer: Jadlay.
El inmortal Morpheus después de considerar que su hijo
estaba preparado para conocer la estirpe inmortal de la que
era originario, decidido hacerle el más deseado de los
regalos: Llevárselo consigo a Jhodam, para que conociera al
mismísimo rey-dios. Era un regalo que no tenía precio. La
ilusión de un joven que veneraba a la divinidad por encima
de todas las cosas, se iba a ver, por fin, recompensada.
Después de años anhelando ese momento.
⎯¿Podré mirarle a los ojos? ⎯preguntó Jadlay, mientras
ensillaba la montura sobre el caballo.
En ese momento, Morpheus recogía su capa que colgaba
de un gancho, cerca de la puerta del establo, y se volvió hacia
su hijo.
⎯Sólo si él te lo permite —dijo—. De lo contrario,
deberás mostrarte ante él con la cabeza inclinada.
A Jadlay le parecía excesivo. No era de extrañar que la
gente se inventara leyendas.
⎯Ese protocolo, ¿es necesario?
Morpheus se detuvo ante su caballo y escudriñó el rostro
de su hijo. Sólo esperaba que Jadlay actuara frente al rey con
la misma nobleza con la que había sido educado. Eso era
todo lo que quería. Pero algo en su interior le decía que no
iba a ser así.
⎯En principio, sí.
Jadlay era un muchacho muy corpulento y
excesivamente enérgico. De carácter pendenciero. La
simpatía que mostraba cuando era niño y adolescente fue
desapareciendo a medida que pasaron los años. Ahora, con
veinte años, miraba las cosas desde otro prisma y los juegos
de niños de su infancia iban camino de convertirse en
realidad.
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Él y un grupo de jóvenes habían formado una pequeña
milicia que se dedicaba, después de sus jornadas de trabajo, a
proteger a las víctimas de cualquier tipo de asalto, por parte
de bandidos o proscritos. Eran conocidos como los Héroes de
Bilsán y su éxito entre las gentes de aquellas tierras era
arrollador.
Morpheus no veía con buenos ojos que su hijo fuese uno
de los integrantes de los héroes de Bilsán. La batalla que
libraban no les conduciría a ninguna parte, más que para
irritar al senescal Baal Zebub III. Pero por mucho que lo
intentaba no conseguía inculcarle nada bueno. Jadlay había
elegido su destino y éste era ser un héroe para los oprimidos,
un guerrero al fin y al cabo, pero no el tipo de guerrero que
Morpheus hubiese deseado para su hijo, sino otro menos
noble. Forjaba espadas con una maestría extraordinaria, pero
su destino era otro. Esperaba, o más bien confiaba, en que la
visita al rey-dios fuese de lo más instructiva posible. Pues sí
había alguien que podía inculcarle los valores correctos de la
vida, ese alguien era Nathan. La cuestión era sí la deidad
estaría dispuesta a ayudarle.
Últimamente, Jadlay no aceptaba de buen agrado las
normas y solía enfrentarse a todo aquel que tuviera más
estrellas que él. Era cómo si su herencia monárquica, surgiese
de lo más profundo de su ser, revelando la sangre real que
corría por sus venas.
⎯Creo que no cumpliré el protocolo ⎯dijo⎯. Considero
que es una falta de respeto no mirarle a los ojos cuando él te
está hablando.
⎯¿Cómo puedes decir eso, Jadlay? ⎯replicó Morpheus,
molestó por la actitud de su hijo⎯. Sí lo haces, puedes recibir
un golpe que lamentarás toda tu vida.
⎯Los golpes forman parte de la vida, padre ⎯respondió
Jadlay con una madurez que dejó pasmado a su padre⎯.
Aprenderé a recibirlos o a evitarlos.
Morpheus se quedó sin palabras y volvió su atención al
caballo, aunque parecía preocupado. Mientras que Jadlay,
41
una vez acabado de ensillar la montura, encajó un pie en el
estribo y saltó sobre el caballo.
El inmortal elevó la vista al cielo.
En un día claro habrían podido ver frente a ellos, una
enorme extensión de tierras de labranza, pero en aquel
momento, aunque se había despejado la niebla, apenas
podían distinguir el cercano lindero del bosque, hacia el este,
y las llanuras de Jhodam.
⎯Pongámonos en marcha ⎯dijo Morpheus a la vez que
saltaba sobre la montura⎯. Halmir nos espera pasado
mañana.
Espolearon los caballos y emprendieron el viaje.
Pasaron las horas y la mañana se hizo cada vez más gris
y caía una llovizna persistente. Morpheus y Jadlay
cabalgaron a buena marcha durante los primeros kilómetros,
pero luego disminuyeron el ritmo para no cansar a los
caballos.
El rey Nabuc de Esdras estaba seguro de lograr el apoyo de
sus ministros para que le apoyaran en su indignante
proyecto: subir los impuestos y ahogar a los habitantes de la
ciudad y de los poblados vecinos, aunque éstos perteneciesen
a Jhodam. Pero si conseguía el apoyo no era porque
simpatizaran con sus ideas, sino porque le tenían pánico. Eso
es lo que había conseguido Nabuc, que todos sus súbditos le
tuvieran un miedo atroz. Él era el amo y señor de Esdras; y
hacia cuanto quería, donde quería y como quería. Los
aldeanos le tenían miedo y pagaban los altos tributos que
exigía; estaban amenazados de muerte y el temor les impedía
informar al rey de Jhodam del abuso al que estaban
expuestos. Pero el rey-dios sabía más de lo que ellos
pensaban y sólo esperaba el momento adecuado para exigirle
las cuentas a Nabuc, éste que nunca había sido querido por
su pueblo, lo sabía y no le importaba.
Esdras se había convertido en una urbe acaudalada,
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gracias a la opresión económica que obligaba a los habitantes
a pagar cuatro veces más impuestos que el resto de las
poblaciones. Y ahora, Nabuc quería añadir un impuesto más.
Lo quería todo, tierras, habitantes, rebaños, minas… todo.
¡Era indignante! Eso es lo que pensaban algunos de los
integrantes del clero, pero poco podían hacer contra su
creciente poder. La tiranía del rey no tenía precedentes en
todo el Nuevo Mundo.
Incluso le había puesto el ojo a la bella hija de un levita
del Templo de Esdras, Aby. Quería desposar a la joven, pero
de ella no había recibido más que negativas. Los repetidos
rechazos de la joven le enfurecían de tal forma que su ira
acababa estallando sobre sus arruinados súbditos,
imponiéndoles más cargas y gravámenes y adueñándose de
esta forma, de todas sus cosechas o ganados. Los altos
sacerdotes del clero que, eran conocedores de sus intenciones
de contraer matrimonio con la hija de un integrante de la
orden, no dejaban de pensar, ¿qué nueva maldad estará
concibiendo? ¿Qué gana con ese matrimonio? ¿Lo hace por
despecho al verse rechazado?
Lo cierto es que no podían hacer nada. La mayoría de los
integrantes eran cómplices, con su silencio, de la muerte del
príncipe heredero hacía unos veinte años. No podían
confesar la verdad al pueblo sin delatarse, pues ellos
estuvieron gravemente implicados en la conspiración. Eran
tan culpables como él.
Aparte de los impuestos, Nabuc quería los condados de
los alrededores. Pequeñas aldeas de ganaderos que
disfrutaban de una cantera y un gran bosque, del cual sus
maderas eran muy apreciadas por Jhodam. El rey Nabuc,
quería esas maderas y el granito para construirse un nuevo
palacio, fuera de la ciudad amurallada. Estaba dispuesto a
incendiar esas aldeas con todos sus habitantes sí no le
entregaban lo que él pedía. Pero conseguirlo no era tan fácil,
la cantera y los bosques pertenecían a Jhodam, no a Esdras.
Nabuc consciente del gran problema que existiría con el rey
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del imperio jhodamíe, si él osara llevar a cabo sus planes,
decidió actuar con misivas zalameras para convencer al rey
de Jhodam de que le otorgara la concesión de esas tierras.
Pero Nathan que no tenía ni un pelo de tonto, se negó en
rotundo. Nabuc gozaba de una reputación siniestra y el rey-
dios no quería tener nada que ver con él. Ni siquiera se
conocían en persona.
Jadlay apenas podía contener su excitación al aparecer la
mítica Jhodam antes sus ojos.
Él y su padre habían cabalgado, sin prisas, durante casi
dos días, pero Jadlay no estaba cansado. Se sentía tan
exultante como nervioso. Estaba a punto de conocer a
Nathan en persona.
Cuando divisaron el puente fronterizo, redujeron la
marcha a medio galope, luego al trote; al cruzarlo, ya iban al
paso. Cuando llegaron a la encrucijada, tomaron el camino
real que comunicaba directamente con la primera de las
avenidas que conducía al palacio.
Morpheus miró recto, a través de la gran avenida que se
alzaba majestuosa ante ellos. El palacio se encontraba a más
de dos kilómetros de distancia. Los caballos avanzaban al
paso y resoplando, mientras Jadlay observaba los jardines y
las fuentes embelesado por tanta belleza. Justo al acabar la
primera avenida ajardinada se alzaba otra que conducía
directamente al palacio, pero esta no estaba bordeada de
jardines sino de monolitos de más de dos metros de altura.
Esta avenida era de creación reciente y reflejaba la riqueza de
Jhodam en toda su magnitud. Se inauguró hace dos inviernos
y finalizaba en un espectacular ninfeo que iba precedido de
tres estanques circulares, situados estratégicamente en una
perfecta triangulación, con fuentes de luz ornamentadas. El
palacio estaba situado frente a los bellos jardines siguiendo
un orden jerarquizado. La majestuosidad de todo el conjunto
cortó la respiración a Jadlay, que se quedó sin palabras.
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Unos metros antes de llegar a la escalinata principal, un
gran obelisco de más de veinte metros parecía controlar a
todo aquel que iba a poner un pie en el palacio, Jadlay pensó
que iba a desmayarse de la emoción. Acostumbrado a las
rudimentarias casas de las aldeas de Bilsán, el suntuoso
palacio rodeado de inmensos jardines hipóstilos, ninfeo,
pilones, estatuas y obeliscos construidos en granito y
forrados de cristal era una pequeña muestra de la
grandiosidad del imperio de Jhodam.
La esterilizada escalinata de mármol dorado, precedía a
la espectacular fachada de piedra roja cristalina que junto con
las arcadas, columnas, pórticos y estatuas daban al palacio el
aire divino que ostentaba desde hacía unos veinticinco años.
Los capiteles de las columnas eran en su mayoría
campaniformes multilobulados, mientras que en los patios,
los capiteles tenían forma papiriformes. En el ala este, no
muy lejos de las termas y después de los jardines interiores,
había un templo reservado al culto privado del rey y
constaba de un santuario, sin estatuas, sala hipóstila y patio
porticado. Igualmente, las dependencias reales comprendían
varias estancias, todas ellas iluminadas por claraboyas en los
techos abovedados y lámparas tridentes colgadas en
ménsulas de oro en las propias columnas.
La guardia real al verles llegar les detuvo un instante.
Halmir salió a recibirles. Iba vestido con una larga túnica
negra, sin ceñir, bordada en oro. Engarzada en dos broches
situados en cada hombro, portaba una hermosa capa de color
púrpura que llegaba hasta el suelo. Su porte esbelto y
elegante hacía juego con su cabello rubio que caía lacio sobre
los broches dorados de la capa. Sus ojos grises, eran muy
expresivos, casi tanto como los de su hijo. La expresión de su
rostro mostraba a un hombre muy seguro de sí mismo y sus
facciones suaves y dulces contradecían su carácter firme y
autoritario.
Morpheus y Jadlay se apearon de los caballos y se los
entregaron al mozo de las caballerizas.
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Jadlay se quedó muy sorprendido por el aspecto de
Halmir. Su elegancia le causaba fascinación.
⎯¡Morpheus! ¡Amigo mío! —exclamó el padre del rey.
Ambos inmortales se estrecharon las manos y luego, se
abrazaron efusivamente. En esos momentos, apenas
prestaron atención a Jadlay que permanecía detrás de su
padre, más tieso que un palo.
Unas palmadas en las espaldas y Halmir miró por
encima del hombro de Morpheus, quedándose sorprendido.
⎯¿Es…?
El inmortal se apresuró a responderle, interrumpiéndole.
Le presentó nuevamente a su hijo, pues la última vez que
Halmir vio a Jadlay tenía tan solo siete años.
⎯Sí, Halmir. Es mi hijo, Jadlay.
El padre del rey se apartó de Morpheus, deseaba ver al
joven con más perspectiva.
⎯¡Muchacho es increíble lo que has crecido!
Jadlay respondió y le recordó algo…
⎯Ahora ya soy un hombre, mi señor.
Halmir sonrió al comprobar que el joven no había
olvidado el único encuentro que tuvieron hace trece años,
pensó que era porque en esos años, él no había envejecido
nada en absoluto. Jadlay no dejaba de mirar a su alrededor,
asombrado por estar en un palacio de verdad.
⎯¿Te gusta lo que has visto hasta ahora?
Jadlay desvió su mirada hacia Halmir.
⎯Sí ⎯afirmó⎯. Me habían contado muchas cosas sobre
este palacio. Reconozco que tenía una idea preconcebida de
cómo era y ahora puedo asegurar que mis informantes no se
acercaron a la realidad ni en sueños.
El joven dejó escapar un suspiro.
⎯Bueno, lo que ves es la parte externa —repuso
Halmir—. El interior es mucho más espectacular, ya lo verás.
Los tres accedieron al interior del recinto.
Un laberinto de corredores se abrió frente a ellos y cada
uno conducía a las diferentes dependencias del suntuoso
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edificio. Halmir, independiente de que Morpheus conociese
el palacio, hizo de guía y les enseñó la parte visible del
palacio, excepto la residencia real. A ella, se accedía a través
de una suave rampa, cerca de los jardines interiores.
⎯Este lado del palacio esta compuesto de cámaras
ministeriales y estudios de la administración ⎯alzó la mano
y señaló una gran doble puerta en forma de arco⎯. Allí está
la biblioteca. Tiene un patio interior ajardinado y acristalado
para facilitar la concentración y la lectura.
Morpheus conocía muy bien el palacio, pero su hijo, no;
éste tenía los ojos abiertos como platos. Toda aquella
arquitectura y suntuosidad le habían dejado tan fascinado,
que no se atrevía a pronunciar palabra alguna. Envuelto en la
magia de aquel lugar, miraba, asombrado, sin perder detalle
y escuchaba a Halmir con mucha atención.
⎯En el sector norte, a la altura de la sala hipóstila, cerca
de la escalera caracol que conduce a la torre, se encuentra la
entrada al complejo residencial de mi hijo. Abarca desde el
norte hasta el sector este, incluye biblioteca privada, jardines,
lago, termas… Todo para un descanso optimo. El lado sur
conduce al Salón del Trono, Audiencias y Cónclave.
Siguieron avanzando a través de los iluminados
corredores. Mientras Halmir seguía con su exposición.
⎯En este palacio hay nueve salas hipóstilas y cada una
de ellas tiene seis anexos. La mayoría están destinados al
culto de los Iniciados y los inmortales.
Llegaron al suntuoso y muy iluminado Salón del Trono.
Halmir se detuvo en el estrado, junto al trono de su hijo; alzó
la mirada y señalo al techo. Jadlay miró, embelesado, el sillón
de oro macizo y luego, desvió la mirada a lo alto y se quedó
perplejo: el techo estaba decorado con un espectacular cielo
astronómico.
⎯El Universo conocido y por conocer ⎯afirmó
Halmir⎯. A continuación de esta estancia está el vestíbulo,
con la Sala de los Cónclaves a la izquierda. No os lo puedo
enseñar, es un lugar sacro. A parte de todo esto, tenemos
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varios templos con criptas en su interior. Y por supuesto, el
mausoleo.
⎯¡Es increíble! ⎯exclamó Jadlay.
Halmir siguió hablando.
⎯Después de la cruel masacre que infligió Apofis en
Jhodam, hace veinticinco años, se tuvieron que reconstruir
muchas salas que los rebeldes destruyeron totalmente. Ya no
queda nada de todo aquello, sólo el mal recuerdo de aquellos
días.
Y de entre todo aquello, de entre toda aquella singular
belleza arquitectónica y fantasía, lo único que realmente le
interesaba a Jadlay era el rey-dios. Halmir estaba allí,
guiando y controlando, dueño de sí mismo. Pero en ningún
momento le había insinuado que iba a presentarles. Jadlay
estaba que se moría de impaciencia y no deseaba que a
Halmir se le olvidara algo tan importante.
⎯Perdonad que os interrumpa, mi señor, pero mi padre
me ha traído aquí para conocer al dios —dijo sin titubear—.
La verdad me gustaría verle cuando os parezca oportuno.
A Morpheus se le subieron los colores a las mejillas, un
poco avergonzado por las palabras de su hijo. Halmir ni se
inmutó.
⎯Sí. Pero no tendréis la oportunidad de conocerle hasta
la cena, jovencito. En estos momentos, mi hijo tiene
demasiadas cosas de las que preocuparse ⎯refunfuñó
Halmir⎯. Cosas tales como gobernar un país.
Jadlay estaba dispuesto a decir algo, pero se tragó la
lengua.
Halmir le dirigió una rápida mirada a Morpheus, éste se
sintió un poco incómodo por la insistencia de su hijo.
⎯Será una cena privada ⎯repuso Halmir—. Aparte de
vosotros acudirán Ishtar, su hija Kali y por supuesto, Nathan.
Jadlay frunció el entrecejo y su padre, bajó la mirada.
Notó a su hijo, impaciente y temió que Halmir se diera
cuenta de ello. Pero el padre del rey no le prestó atención.
⎯Mi hijo se siente muy honrado de estar aquí, ¿verdad
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Jadlay? ⎯dijo Morpheus, mirando a su hijo por el rabillo del
ojo.
El joven al sentir los ojos de su padre clavados en él,
desvió la mirada hacia otro lado.
Durante un buen rato, los tres permanecieron allí, en el
umbral del Salón del Trono, conversando hasta que Halmir
tuvo la necesidad de seguir con el trabajo que había dejado
aparcado y que no era otro que continuar la conversación
que tenía con su hijo, sobre Esdras. Tenía muy claras sus
prioridades.
⎯Jadlay te permitiré que vaguéis por el palacio. Espero
que no os perdáis ⎯le dijo, sonriendo⎯. O sí lo preferís un
guardia os llevará hasta vuestros aposentos —desvió la
mirada hacia Morpheus—. Debéis estar cansados del viaje.
A Morpheus le pareció bien la idea de descansar unas
horas. Miró a su hijo y por la expresión de su rostro
comprendió que éste no estaba dispuesto a descansar.
⎯No te preocupes por nosotros, estaremos bien.
El venerable inmortal decidió dejarles solos para que
descubrieran el resto del palacio. Sus gentes. Su decoración
más profunda. Con noble educación hizo una ligera
reverencia y se dispuso a marcharse. La larga capa púrpura
era arrastrada por el brillante suelo de mármol. Jadlay le
observaba perplejo. Le gustaba la forma de vestir de Halmir.
Su elegancia aristocrática le fascinaba, sin duda.
El ir y venir de gente era continuo. Un grupo de consejeros,
con carpeta bajo el brazo y vestidos con túnicas drapeadas y
lujosas togas granates, caminaban apresurados hacia algún
lugar del palacio. La servidumbre, limpiando los aposentos.
Los cocineros, atareados en sus quehaceres diarios. Guardias
por todas partes y sobre todo escoltas reales, ataviados con
jubones de cuero negro, capa, botas y espadas colgadas de
vainas en la espalda, vigilaban los corredores, salas y terrazas
de posibles intrusos.
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«Este palacio es tan inmenso que encontrar al dios por
casualidad es totalmente imposible», pensó Jadlay.
Morpheus y su hijo, acompañados de un guardia se
dirigían a los aposentos que Halmir les había concedido,
cuando a lo lejos, Jadlay vislumbró una figura negra, alta y
lúgubre que caminaba muy por delante de ellos, con cierta
rapidez. Palideció de inmediato. No podía creer…
Agarró a su padre por el brazo, obligándole a detenerse.
⎯¿Es quién creo qué es…? ⎯le preguntó excitado.
Morpheus miró al frente, abrió la boca y la volvió a
cerrar de inmediato, cuando el guardia se apresuró a
responder.
⎯Sí, es Su Majestad.
Jadlay se detuvo. Era un acontecimiento tan inesperado
que su mente se bloqueó por completo. Lo reconoció al
instante de verlo. Su larga cabellera rubia con sus rizos
pendientes en espiral contrastaba con sus negros atuendos.
De repente, supo que iba a hacer una locura y no hizo nada
para contenerse, era superior a sus fuerzas.
Gritó, reclamando la atención del rey.
⎯¡Majestad…!
En ese instante, Morpheus y el guardia se abalanzaron
sobre él para tratar de hacerle callar, tapándole la boca. Pero
Nathan ya lo había oído. Se detuvo, levantó la vista y se
volvió hacia ellos.
Jadlay estaba hecho un flan.
El rey se encaminó hacia ellos con parsimonia.
Morpheus, ruborizado, puso una rodilla en el suelo y obligó
a su hijo a hacer lo mismo. El guardia hizo una profunda
reverencia y se disculpó por la actuación del joven.
⎯Majestad, siento mucho…
Nathan con firmeza glacial, alzó una mano e interrumpió
al guardia. Inmediatamente después, miró a los dos hombres
que seguían con una pierna arrodillada en el suelo,
cabizbajos.
⎯¡Retírate! ⎯le ordenó al guardia.
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El guardia hizo otra reverencia y se alejó sin dar la
espalda al rey.
Morpheus que no se atrevía a levantar la cabeza, sintió
como una mano delgada y enguantada le tocaba el hombro.
⎯Hola, Morpheus —dijo—. Mi padre me ha informado
de vuestra visita ⎯entonces, Nathan desvió fugazmente la
mirada hacia el joven, que parecía estar besando el suelo⎯.
Por favor, levantaros. Los dos.
Aliviados, el padre y el hijo obedecieron, en silencio. Al
enderezarse, Jadlay se atrevió a mirar al rey a los ojos,
fijamente. Quería comprobar por sí mismo si todo lo que
decían de él era cierto.
⎯Perdonad a mi hijo —se disculpó Morpheus—. Se ha
dejado llevar por sus arrebatos impulsivos. Os venera,
majestad.
Nathan sonrió ligeramente. Miró al joven, exploró su
mente con la velocidad del pensamiento, y captó todas sus
inquietudes. Jadlay ante él, estaba completamente desnudo.
El rey, con sus casi dos metros de estatura, se inclinó
ligeramente, susurrando al oído del inmortal:
⎯Quisiera compartir con vos una confidencia…
El corazón de Morpheus palpitó. No se atrevía a
imaginar las palabras que el rey iba a pronunciar. Notó como
su hijo le clavaba la mirada, celoso.
Lo miró.
⎯Yo soy más impulsivo que vuestro hijo.
Morpheus vio a Nathan sonreír, tenso. Aquella sonrisa le
torturó como un relámpago o era su imaginación… Sus
pensamientos se hicieron confusos.
Nathan se enderezó y miró al joven.
⎯No creo haberos concedido audiencia.
Jadlay tragó saliva. Se dio cuenta de que era él quien
tenía que disculparse, no su padre.
⎯Perdonar por haberos llamado a gritos ⎯se excusó⎯,
pero deseaba conoceros. Llevo esperando este momento
mucho tiempo.
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Nathan alzó la mano, con expresión despreocupada.
⎯No te preocupes —dijo—. No tiene importancia. Sin
embargo, debéis aprender a esperar. La paciencia es una
virtud y por lo que veo, careces de ella.
Morpheus escuchó en silencio las palabras de Nathan y
presintió una tormenta. Y no estaba equivocado. Unas
palabras que, Jadlay, no aceptó de ningún modo. Sin
embargo, pensó que la reprimenda a su hijo era la adecuada
dadas las circunstancias. De eso, no tenía dudas.
Jadlay notó que le temblaban las piernas y haciendo
acopio de todo su aplomo se enfrentó al rey.
⎯Os conozco bien —dijo sin pensárselo dos veces—. No
creo que exista un ser más insondable que vos, Majestad.
Nathan se sintió agraviado por aquellas palabras, pero
no lo demostró. ¿Cómo pretendía conocerle un desconocido,
aunque éste fuese el hijo del rey Ciro, si él a veces dudaba
hasta de su identidad?
Morpheus no daba crédito a lo que habían escuchado sus
oídos, incómodo, bajó la vista de nuevo. Si no iba con
cuidado acabaría pagando él, los platos rotos.
La deidad clavó la vista en Jadlay hasta que él comenzó a
sentirse molesto.
⎯¿Crees qué me conoces, ínfima criatura humana?
El tono de Nathan se hizo muy severo. Jadlay se inquietó
al mismo tiempo que se llenaba de ira. Ambos se fulminaron
mutuamente con la mirada.
⎯¡No creo merecer vuestras crueles palabras!
⎯masculló Jadlay, desafiante.
Nathan no aceptó que cuestionaran su autoridad.
⎯¡Vuestra insolencia merece un castigo! ⎯replicó el
dios.
Morpheus miró a su hijo, preocupado. El fuerte carácter
de Jadlay había sido aplacado de forma arrolladora.
Reconoció que el trato de inferioridad que le había aplicado
Nathan, destruyó, por algunos momentos, la coraza
pendenciera de su hijo.
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En ese momento, Nathan decidió no seguir con su juego
y les dio la espalda. Antes de irse les dijo:
⎯Os espero a los dos en la cena de esta noche.
Morpheus, aprovechando ese instante en que Nathan
seguía aún allí…
⎯Mi hijo es muy joven —dijo—. Es fogoso e intolerante
y sólo piensa en ponerse de relieve y esto le ha hecho
cometer una grave imprudencia.
A lo que Nathan respondió:
⎯Sin duda tenéis razón, Morpheus. A vuestro lado y
bajo vuestra responsabilidad, tales incidentes no pueden
producirse. Os hago personalmente responsable. Sin
embargo y puesto que estás emparentado con mi padre, seré
transigente y olvidaré lo ocurrido ⎯miró fugazmente al
joven⎯. Pero os lo advierto, haced que vuestro hijo aprenda
que la autoridad se respeta o de lo contrario tomaré cartas en
el asunto.
Dichas estas palabras, Nathan se alejó de ellos y
desapareció al girar una esquina.
Con la rabia en el corazón, Morpheus le propinó a su hijo
un bofetón. Jadlay sorprendido se llevó las manos a la mejilla
golpeada. Nunca antes, le habían pegado.
⎯Lo siento, padre ⎯se excusó, cabizbajo.
Morpheus apretó los dientes.
⎯No vuelvas a ponerme en evidencia.
Jadlay dejó fluir su carácter pendenciero, sintió un
arrebato de furia y se enfrentó a su padre.
⎯¡Él me ha depreciado! ⎯masculló.
⎯No, hijo. El rey te ha puesto en tu sitio. ¡No lo olvides!
Las palabras de Morpheus hicieron efecto en el arrogante
joven y sobre ellos se abatió un silencio abominable, una
sensación casi apática, de derrota que Jadlay no pudo
controlar.
Era una noche especial. El vasto salón de banquetes y sus
53
terrazas estaban perfectamente iluminados con bellas
lámparas tridentes de cristal encrustradas en las columnas.
Había música y vino, y el relato de la antigua profecía
contado por Halmir; y más vino, afrutado, ácido, seco…,
para todos los gustos. Sin embargo, en aquel salón faltaban
dos personas: Kali y Nathan, aún no habían hecho acto de
presencia. Ishtar supuso que la tardanza era debida a algún
arrumaco de la pareja en la intimidad de sus aposentos.
Sonrió sólo con pensar en ello.
La música sonaba suave y lenta, con el sólo propósito de
amenizar el ambiente. Era una cena íntima, sin protocolo y
por supuesto, sin heraldo. Nathan lo había decidido así. No
deseaba que pronunciaran sus títulos entre los que él
consideraba su familia.
Morpheus, en pie junto a su hijo, conversaba
animadamente con Ishtar y Halmir. Mientras que Jadlay
permanecía ajeno, ensimismado, sin prestarles atención.
Sabía que había hecho el ridículo frente al rey y no
encontraba la forma de disculparse. Es más, eso de
disculparse no iba con él; el sólo hecho de tener que rebajarse
ante alguien tan poderoso le provocaba dolor de estómago.
Es cierto, no podía negar que lo admiraba y en el fondo hasta
lo envidiaba; quería ser como él y tener su poder.
En ese instante, una punzada de remordimiento lo atacó
en los más recóndito de su ser y por un momento tuvo unas
ganas…
«¿Debería escabullirme y huir del palacio? No, seré
realista y trataré de sobrevivir a la tormenta», se dijo con aire
sombrío.
Deseaba poder confiar en alguien. Pensó en su padre, él
era la mejor opción que tenía, pero Morpheus, era un
inmortal y no podía esperar que le defendiese siempre. Tenía
que ser él y sólo él, quien se rebajara ante el rey. Temía el
momento que Nathan hiciera su aparición, realmente lo
temía.
Sólo pasaron unos minutos cuando Nathan y Kali
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entraron en el salón de banquetes amorosamente cogidos de
la mano. El rey iba majestuosamente vestido. Su aspecto era
impresionante. Llevaba un jubón de cuero negro, con el
blasón real bordado en oro sobre su pecho y una capa
granate de terciopelo sujetada en sendos broches, de los
hombros. Los tres inmortales al verles llegar se volvieron
hacia ellos.
⎯¡Por fin podremos cenar! ⎯exclamó Halmir.
Nathan se excusó rápidamente.
⎯Perdonad mi retraso, pero tenía asuntos urgentes que
tratar.
Halmir miró a su hijo con expresión pícara. Sabía muy
bien lo que significaban esos asuntos urgentes. Con
contemplarla a ella bastaba para adivinarlo. Ningún hombre
en su sano juicio podría desperdiciar un momento de placer
con una mujer tan hermosa.
⎯Ya, ¿con qué asunto urgentes, eh? ⎯bromeó Halmir.
⎯Sí, padre. Asuntos que no podían demorarse.
Halmir no pudo contener la carcajada.
⎯¿De veras? ¡No me digas!
Está vez Nathan no le respondió; le miró con el ceño
fruncido y regresó junto a Kali. Ella se había alejado unos
metros de él y estaba conversando con su padre; sin ser ajena
a la mirada ardiente que Jadlay le dispensaba.
El joven nunca había visto una mujer tan hermosa.
Kali estaba bellísima con su larga cabellera rubia cobriza,
recogida hacia atrás y sujeta con un prendedor de oro. Sus
ojos de un azul clarísimo, casi albinos, brillaban con una
intensidad hipnótica. Nadie de los allí presentes era
indiferente a tanta hermosura. Vestía una túnica de seda azul
celeste que le llegaba hasta los pies; éstos, enfundados en
unas sandalias bordadas con hilo de oro, estaban
delicadamente enjoyados. En los tobillos, unas tobilleras
portaban unos pequeños cascabeles, con forma de
campanillas, de oro, plata y pequeños diamantes, que al
caminar tintineaban perfectamente acompasados. Jadlay,
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nada más verla se enamoró de ella, la contemplaba fascinado,
con la respiración acelerada y los ojos brillantes por el deseo.
Se le olvidó que tenía que disculparse ante Nathan por su
comportamiento, en esos momentos sólo tenía ojos para ella.
Morpheus se dio cuenta y se apresuró a susurrarle al
oído:
⎯La dama es inaccesible, Jadlay.
El joven al escuchar las palabras de su padre sintió una
oleada de rabia y admiración hacia Nathan.
«Debería contentarme con amarla platónicamente, pero
es difícil… ¡Es una diosa!», pensó.
Cada uno de ellos tomó su asiento en la mesa redonda,
ricamente decorada. Kali se sentó junto al rey, ambos estaban
flanqueados por Ishtar y Halmir; frente a ellos, Jadlay y su
padre. Unos escanciadores se acercaron a la mesa y
ofrecieron los mejores caldos provenientes de los viñedos de
Shantany, que sirvieron con precaución en copas de cristal.
Las fuentes de alabastro estaban repletas de ricos
manjares, su presencia invitaba a probar de todo: pepinos
rellenos, pato asado, carne asada con nueces y confitura, uva
y pasas amenizadas con ambrosía, manjar especial para
Nathan, y todo tipo de frutas caramelizadas.
El rey levantó su copa.
⎯Bebed ahora, amigos míos ⎯les dijo a los presentes
con una sonrisa. Vació su copa y volvió a colocarla sobre la
mesa con un golpe. Se volvió hacia el joven que tenía en
frente⎯. Y bien, Jadlay, por lo que me ha comentado tu
padre, deseas ser guerrero e incluso, me ha llegado a mis
oídos que aspiras a algo más, como ser rey… ¿no es así?
⎯No se trata sólo de lo que desee, Majestad
⎯respondió⎯. Creo que Bilsán necesita un rey, no un
senescal como Baal Zebub, y yo deseo ser ese rey.
⎯¿De veras? Jadlay, no puedes reclamar lo que no es
tuyo. Bilsán es mía por derecho ⎯Nathan no salía de su
asombro. Bilsán pertenecía a Jhodam y él era el rey de
Jhodam. Realmente el muchacho tenía carácter, igual que su
56
verdadero padre, el rey Ciro. Pues Nathan era quién más
informado estaba sobre los orígenes del joven, pero él al
igual que Morpheus y el resto de los inmortales no
consideraban que fuera el momento adecuado para decírselo.
Esa verdad, tendría que esperar⎯. Sin embargo, si es eso lo
que quieres… Bien, ¡gánatelo! Pero si te ofrezco un reino,
puedes estar seguro de que no será Bilsán.
Morpheus, que no perdía detalle, tenía tensos todos los
músculos del cuerpo. Al escuchar que su hijo quería ser rey
le cogió totalmente desprevenido. No tenía ni idea. «¿Quién
le habrá inculcado esa idea en la cabeza?», se preguntó.
Halmir le hizo una seña para que se calmase. Sabía cuales
eran las intenciones de su hijo y el asunto no iría a más.
⎯¿En serio? ⎯preguntó Jadlay casi sin creérselo⎯. En
las pocas horas que llevo aquí, jamás hemos estado de
acuerdo con nada.
⎯Ya, pero tal vez podamos trabajar juntos por una causa
común.
⎯¿Una causa común? ¿A qué os referís, Majestad?
⎯Si deseas ser rey, primero has de derrotar al rey
Nabuc. Tiene oprimido a todo su pueblo. Concédeles la
libertad y yo bendeciré tu coronación.
Jadlay no podía dar crédito a sus oídos. ¿Acaso Nathan
estaba hablando de una declaración de guerra oculta?
—¿Me ofrecéis Esdras? —preguntó asombrado—. ¿Sin
presentar batalla? Lo veo un poco difícil, Majestad. Dudo que
Nabuc se quede de manos cruzadas
Sin duda, Nathan jugaba fuerte; más fuerte de lo que
jamás hubiera pensado Jadlay.
⎯¿Batalla? Es posible… Sin embargo, si se hace bien, no
creo que sea necesario declarar la guerra —dijo el rey—.
¿Estás de acuerdo conmigo? —preguntó—. ¿Acaso no
puedes abordar la responsabilidad que se te ofrece?
¡Demuéstrame que vales!
Jadlay tragó saliva, carraspeó.
⎯Debo pensar qué me estáis ofreciendo una alianza, ¿es
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así?
⎯Por supuesto que sí ⎯respondió Nathan⎯. A ninguno
de los dos le queda otra alternativa. Tú quieres ser rey, y yo
quiero el derrocamiento de Nabuc.
Jadlay levantó la copa, aceptando el pacto.
—No os fallaré, Majestad.
—Eso espero, Jadlay —respondió el rey—. Tengo
puestas todas mis esperanzas en ti, no me defraudes.
Nathan satisfecho recorrió con la mirada a los que
habían mantenido silencio, éstos lo miraban atónitos.
⎯Ahora bebed y comed todos conmigo.
Morpheus suspiró, aliviado.
Un rato después de firmar la alianza…
Nathan, como era costumbre en él, no tenía hambre. La
comida de su plato se enfrió, y lo hizo a un lado. Ligeramente
embriagado por el vino blanco que tanto apreciaba,
observaba. En un determinado momento creyó captar una
mirada intencionada y fugaz entre Kali y Jadlay y algo se
encendió en su interior. De repente, sus pensamientos se
volvieron tan sombríos como la oscuridad de la noche.
Nathan sintió que faltaba mucho para que él perdiera el
dominio en sí mismo. No era celoso, pero temía perderla.
A pesar de que no faltaban los ingredientes
indispensables para el buen transcurrir de la velada; aunque
la conversación no decaía y se había sellado una alianza entre
Nathan y Jadlay, Halmir percibió cierto malestar entre
ambos. Por un momento, creyó que eran imaginaciones
suyas, pero pronto se dio cuenta de que no, efectivamente
ambos estaban afectados por algo. Y ese algo no tenía
relación con la reprimenda anterior, ni con el pacto, sino con
Kali. Si su intuición no le fallaba auguraba una fuerte
tormenta.
Sin embargo, ocurrió lo inesperado.
Kali, al sentirse deseada por el joven mortal, se dio
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cuenta de lo mucho que amaba a Nathan. Porque de pronto,
deseó su cuerpo casi con voracidad. Aquél joven había
despertado la fiera que ella llevaba en su interior y el disfrute
era exclusivo para su dios, al que amaba con una pasión
incontrolable.
Se acercó al oído de Nathan, susurrándole:
⎯Vayámonos ⎯le susurró al oído⎯. No puedo contener
mis deseos de amarte.
Nathan, azorado, dejó el vino y se puso de pie.
Los demás comensales alzaron la vista, extrañados.
Jadlay apretó la mandíbula, tenso.
⎯¡Quedaos, comed, bebed y disfrutad de la velada! ⎯les
dijo a los presentes.
Y, mientras todos caían de bruces, sorprendidos; Nathan
se encontró arrastrado hacia la puerta, y luego por el
vestíbulo, por una hermosa mujer que le susurraba cosas que
lo excitaban más y más. Kali no deseaba ir al aposento sino
que lo condujo al jardín, junto al lago, y fue allí mismo, a la
luz de las dos lunas, donde la poseyó por segunda vez en
unas horas, con delicadeza.
Satisfecho sus deseos, ambos permanecieron un rato
juntos sobre el suave césped, jadeando, mientras en el gélido
aire de la noche resonaban los ecos suaves de la música
inspiradora que amenizaba el salón de banquetes.
⎯Te amo, Nathan —dijo—. Sólo deseo ser tuya. Mi
cuerpo te desea y sabes que me humillo ante ti, buscando
encontrar tu amor o tu total indiferencia. ¡Abrázame!
Nathan la atrajo hacia sí, susurrándole palabras llenas de
pasión.
⎯Kali, no dejes de amarme. No sé que sería de mí si te
perdiera.
Ella le miró extrañada.
⎯¿Por qué dices eso? ⎯preguntó.
Nathan inclinó la cabeza. Tenía tanto miedo de perderla,
que sería capaz de matar por ella.
⎯Jadlay ⎯dijo⎯. He visto como te miraba…
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Ella no le dejó seguir. Puso su dedo índice sobre sus
labios y le obligó a mantener silencio. Luego, le besó con
voracidad.
Nathan totalmente encendido de pasión, la depositó
sobre el fresco manto verde, sosteniendo con un gozo tan
intenso que hasta sintió dolor, ese cuerpo aterciopelado que
se le brindaba; olvidó su naturaleza divina, olvidó su linaje
real, lo único que deseaba era amarla durante toda la
eternidad. La poseyó, de nuevo, con actitud insaciable; con
los ojos fijos en su rostro, observando cómo sus facciones
hermosas se transfiguraban con el éxtasis. Después
permanecieron tendidos, sonriendo, la brisa gélida de la
noche secándoles la transpiración del cuerpo, abrazados,
pensando ambos en el mañana.
⎯Deseo tanto tener un hijo tuyo… ⎯confesó ella, con
voz melosa.
Nathan sonrió, cansado.
«Un hijo…», pensó.
Tenía miedo de ser padre. Hace años, casado con Selen,
apunto estuvo de serlo. Pero el destino hizo que la muerte, en
forma del perverso hechicero Odin, se llevara a su esposa y al
hijo que ésta esperaba. Nunca se ha recuperado de aquello,
nunca.
Nathan se puso las calzas, el jubón y se colocó la capa.
Un cansancio extremo le amenazaba con hacerlo dormir
varios días seguidos. Ella se dio cuenta de su temor y no
insistió, lo besó en los labios antes de levantarse y recorrer
vacilantes el sendero de regreso al aposento.
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Capítulo 4
Los Sicarios de Nabuc
Enós y Gamaliel eran muy buenos en su trabajo. Sicarios,
asesinos sin remordimientos, que seguían después de casi
veinte años a las órdenes de Nabuc. El rey les dio aposento
en el castillo y trato preferente.
Desde el asesinato de la joven nodriza Maia y también,
supuestamente, del príncipe heredero no habían vuelto a
matar a cambio de oro. Después de aquel incidente, el rey
usurpador les cedió el control de las recaudaciones de
impuestos y eran ellos, junto con un grupo de soldados, los
encargados de cobrar a los ganaderos y agricultores.
Eran la extensión del rey. A dónde no llegaba Nabuc,
llegaban ellos.
Ante los agobiados súbditos, los sicarios se mostraban
implacables. Cuando los campesinos y ganaderos advertían
su presencia se apresuraban en proteger sus pocas
propiedades, ocultando en algún lugar seguro objetos
personales o el poco dinero que disponían. A veces, éstas
pobres gentes conseguían sus propósitos y con lo poco que
tenían guardado subsistían el duro invierno; pero en otras
ocasiones, los sicarios, que eran muy astutos, descubrían en
las inspecciones el dinero escondido en cualquier bote, caja o
bajo las baldosas de piedra que adornaban el suelo.
Sin dinero, los campesinos se enfrentaban a la hambruna
y eso en los tiempos que corrían era lamentable. El rey de
Jhodam era muy consciente de lo que ocurría, pero no podía
intervenir. Si quería actuar, debía hacerlo oculto bajo la
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máscara de alguien dispuesto a servirle y ese alguien, era
Jadlay.
La represión había llegado a los límites soportables. Una
situación que amenazaba a todos los trabajadores del campo;
éstos sin medios para subsistir, se veían obligados a suplicar
ayuda a los monjes del Monasterio de Hermes, un lugar
donde se adoraba el culto a Ra.
En medio del patio porticado y junto al pozo había dos
grandes sacas cargadas de patatas, nabos y zanahorias, a la
espera de que dos fornidos monjes las trasladaran a la cocina
del monasterio. Aprovechando que el portón del muro
estaba abierto y no había vigilancia, dos hombres, vestidos
con ropas andrajosas y capas grises, entraron apresurados en
el recinto monacal y cruzaron el patio en dirección a las
escaleras que conducían a la cocina.
La atmósfera en la cocina era densa. Hacía calor y el olor
a guiso de ganso invadía todos los rincones. Se escuchaba el
sonido estridente de los cucharones cuando los monjes
cocineros removían los sabrosos guisos que se cocían muy
lentamente en las cacerolas. Dos cocineros, con los rostros
sudados por el calor, estaban preparando la comida con la
ayuda de cinco mozos aprendices. Había tres grandes
hornos, dos en los extremos y el otro con una gran chimenea,
en el centro de la cocina. Uno de ellos lo usaban
exclusivamente para hornear el pan y los otros dos, para
carnes y pescados. En uno de aquellos hornos, estaban
asando un cordero ensartado en un espetón al que daba
vueltas sin cesar uno de los aprendices. En unas grandes
ollas de hierro, llenas de agua, hervían zanahorias y patatas.
El pan ya horneado era sacado del horno por dos jóvenes,
que luego cortaban sobre un tajo de mármol rebanadas que
colocaban sobre unos cestos de mimbre. El Abad Tadeo, que
tenía fama de ser un gran cocinero, supervisaba todo aquel
trabajo mientras afilaba su cuchillo favorito. Observaba la
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frenética actividad, envuelta en un caos aparente cuando
irrumpieron en la densa cocina dos hombres harapientos.
Estaban hambrientos y venían a suplicar comida para sus
familias.
Tadeo se acercó a ellos, estaba afilando el cuchillo del
queso. Era un hombre corpulento y activo, de ojos grandes y
cabellos oscuros, vestido con atuendos monacales.
⎯No les preguntaré cómo han entrado en el monasterio
―dijo―, pero el hecho de que estén aquí es por algo, y
espero que ese algo sea importante. ¿Puedo ayudarles en
algo?
Los ganaderos Isacar y Onán, le dedicaron al abad una
profunda reverencia; éste les hizo una seña con el cuchillo
para que se dejaran de formalidades.
⎯Los secuaces de Nabuc nos han dejado sin cosechas ni
ganado, ni dinero… ―dijo Isacar―. Y no tenemos con qué
alimentar a nuestras familias, nos presentamos ante vos para
suplicarle algo de alimento.
Tadeo frunció el entrecejo. El problema de siempre.
Estaba harto de Nabuc y sus impuestos. El monasterio, para
conservar su integridad, también se veía sujeto a parte de
esos gravámenes, pero no les molestaban tanto porque el rey
de Esdras sabía que Jhodam estaba detrás. Reconoció que a
los pobres trabajadores del campo, no sólo los explotaban a
trabajar, sino que encima, luego, les robaban el dinero,
alegando pago de impuestos. Una deuda ilegal que, bajo
serias amenazas, se veían obligados a saldar. Aquella
situación era insostenible.
⎯Mi primera preocupación es sobrevivir en este
monasterio con el resto de mis hermanos y conservar nuestro
edificio. Pero, en ciertos casos es prioritario el bienestar de
los aldeanos y por tanto suplir la falta de alimentos es una
obligación moral que nosotros podemos satisfacer.
⎯Agradecemos su ayuda. Pero sabe Ra que esto no
puede seguir así. ¡Nos están matando de hambre! ⎯dijo
Isacar.
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Onán escuchó a su compañero, en silencio. En las
callejuelas de la ciudad amurallada escuchaba a las gentes
hablar sobre levantamientos contra la monarquía, pero de
eso hacía mucho tiempo. Conspiraban, pero no servía para
nada, el temor los echaba para atrás. Y aún, en los tiempos
aciagos que corren, siguen hablando. Es un problema de
difícil solución, pues están solos ante el enemigo y éste es
muy poderoso. Decidió exponer su punto de vista al monje,
pues éste parecía muy interesado en la situación que estaba
viviendo Esdras.
⎯El problema es que nadie levanta la voz ―dijo―.
Nabuc ha de ser derrocado y pronto. Me parece una
hipocresía como la gente habla a diario de enfrentarse al rey
y al clero y luego, cuando llega el momento de la verdad
nadie hace nada.
Tadeo escuchó a los dos hombres. Por un momento,
quedó desconcertado. La situación, en las proximidades de
Esdras, era peor de lo que esperaba. Cómo siervos de Ra, los
monjes del monasterio no podían dejarles morir de hambre.
Iba contra las leyes arcanas. Sin embargo, comprendió que
aunque diesen de comer a esas gentes el problema seguiría
existiendo.
⎯En cualquier caso, no ganamos nada lamentándonos
―dijo Tadeo―. La cuestión es conocer nuestras limitaciones.
Podemos seguir aguantando, o revelarnos y provocar un
estado de guerra.
Isacar se quedó perplejo. ¡Un monje hablando de
provocar una guerra!
⎯¿Un estado de guerra? ―Isacar preguntó con
celeridad―. ¿Y cómo cree que vamos a defendernos? No
tenemos armas y nuestros jóvenes ni siquiera saben empuñar
una espada.
Tadeo trató desesperadamente de encontrar algo que
decir. Los ganaderos tenían razón. Estaban siendo matados
de hambre y todo para que un rey usurpador acaudalara más
y más dinero para construir su nuevo palacio. Era un acto
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Panthĕon sacrātus

  • 1. 1
  • 3. 3 Hechos históricos Me queda muy poco tiempo para escribir este relato, muy poco tiempo. Incluso mientras se seca la tinta en mi pergamino, siento que se aproxima el destino que se cierne sobre nosotros y, aunque no poseo la visión de un dios ni de un alto hechicero, sé que no confundo su causa ni propósito. Es mí deber legar a la posteridad todo lo que pueda sobre los sucesos que ocasionarán nuestro más que posible final: la muerte del Dragón Real Salmanasar y la extinción de la Edad de Fuego. No eludiré este deber, si los dioses de Fuego me conceden el tiempo necesario para llevar a cabo mis deseos. El poder del Panthéon Sacrátus, se está derrumbando. Cuando vuelvan a salir las dos lunas, veremos la horda en nuestro portal, vociferando por el triunfo del Poder Negro, y un presentimiento me dice que muy pronto veremos la maldita cara de Apofis y moriremos. Nuestra lealtad ha sido siempre para los dragones Salmanasar, a los que hemos servido fielmente durante generaciones; pero ahora ni siquiera estos tres grandes dioses de fuego pueden salvarnos, pues su poder se ha debilitado al morir el Dragón Real. Merced a la traición de aquellos a quienes gobernamos, el dios Apofis y sus secuaces han roto el destierro y han vuelto al mundo; el eterno enemigo, las Tinieblas han desafiado a los dragones y han ganado. Nuestros dioses se están retirando y no pueden hacer nada por nosotros. Hemos apelado a las más poderosas fuerzas ocultas que conoce nuestra raza, pero no hay solución; no pueden ayudarnos.
  • 4. 4 Y así nos prepararemos para abandonar este mundo y afrontar el destino que nos depare la vida futura. Los que vendrán, inmortales y humanos; partidarios del cambio de Era, unos y de la oscuridad, otros; destruirán el arte y la sabiduría que nuestra cultura nos ha concedido y que hemos acumulado durante muchos siglos de nuestro gobierno en Antiguo Mundo. Se regocijaran con la destrucción de nuestra hechicería, celebraran la aniquilación de nuestros sacros conocimientos arcanos. Morarán en nuestro Templo y se considerarán libres. Nosotros, que situamos orígenes por encima y más allá de su inmortalidad, casi podríamos sentir compasión por ellos. Pero no puede haber compasión para esos inmortales y humanos traidores que han vuelto la espalda a las verdaderas sendas para seguir a otros dioses. Lo vaticino, habrá derramamiento de sangre; instauración de profecías; terror… Pero nuestra hechicería y poder no puede hacer frente por sí sola a los falsos dioses del Poder Negro, invocados por necios humanos oscuros para que abandonen el destierro impuesto por nuestro ancestro, el Dragón Real Salmanasar y desafíen nuestro orden. Prevalecerán; y nuestro tiempo habrá llegado a su fin. Los dioses Salmanasar sobrevivientes y sus siervos se encaminan hacia el exilio; nosotros, vamos hacia la destrucción. Aunque nos consuela el hecho de que el reinado de los oscuros y sus vasallos, los humanos, no puede durar siempre. Pasarán milenios, pero el círculo se cerrará una vez más. Los dioses de fuego son pacientes, y a su debido tiempo se lanzará el desafío. La Era del Dragón volverá. Firmo este documento de mi puño y letra antes de la caída… Barac, primer Gran Maestre del Panthéon Sacrátus. Este manuscrito es unos de los pocos fragmentos que se salvaron de la destrucción, en la Gran Guerra de Fuego, hace 5547 años, después de la caída y destierro definitivo de los dioses dragones.
  • 5. 5
  • 6. 6 En tierras lejanas, más allá de la mítica, mágica y sagrada Jhodam, se mantiene una encarnizada disputa por heredar el pequeño reino de Esdras…
  • 7. 7
  • 8. 8 Introducción Después de la muerte de su esposa en una triste noche, al dar a luz a su primogénito, el rey Ciro de Esdras se sumió en las profundidades de una gran depresión. Una agonía lenta que acabó con su fortaleza física. Al llegar el frío y crudo invierno, cayó enfermo de pulmonía y murió presa de altísimas fiebres, poco después. En aquellos tristes momentos, no se había encendido la columnata de humo, en lo alto de la torre, por el alma del difunto, cuando el ambicioso hermano del rey, el conde Nabuc, un joven de veintidós años, que no deseaba manchar sus manos, contrató los servicios extraoficiales de dos sanguinarios sicarios para eliminar al heredero del trono de Esdras, una criatura de tan sólo seis meses que tenía que crecer, antes de comprender lo que significaba ser príncipe heredero. Una infancia que el conde Nabuc no estaba dispuesto a que tuviera lugar. Su ciega ambición por reinar en Esdras, la pequeña ciudad amurallada al norte de Haraney, no tenía límites y el príncipe era un serio obstáculo que podría disparatar sus planes en un plazo de tiempo muy corto. Gracias a varios personajes del clero, que ambicionaban una posición importante dentro del poder y a una legión importante de la milicia, se propuso llevar a cabo sus planes. Finalizado el Funeral de Estado, la muchedumbre se dispersó y dos figuras que habían permanecido ocultas en un callejón, echaron a caminar en dirección al castillo. Los dos hombres iban vestidos con túnicas negras y capuchones que les caían sobre sus ojos. Su presencia no había sido detectada por la muchedumbre, porque ambos, por orden de Nabuc, estaban obligados a pasar
  • 9. 9 inadvertidos, permaneciendo allí de pie, observando en silencio el transcurrir de la procesión fúnebre. Luego, sin mirar atrás ascendieron la empinada callejuela de resquebrajadas losas. La muralla defensiva de la ciudad se extendía a lo largo de todo el perímetro de Esdras y se accedía al castillo cruzando el torreón que custodiaba el portón principal y el puente levadizo. Los dos sicarios cruzaron la entrada, y ante ellos la vasta silueta de un edificio, silencioso y helado, se erguía dominante. Les envolvió un silencio sepulcral. El cortejo fúnebre aún no había regresado. En lo alto de la rampa, el conde Nabuc les esperaba acompañado de su gato. Un extraño animal dotado de aptitudes telepáticas, regalo del hechicero Aquís. Uno de los sicarios, Enós, notó como la criatura felina le sondeaba la mente; éste miró al animal. ⎯¿Podéis decirle a vuestro gato que deje de mirarme? Nabuc entornó las cejas. ⎯¿Acaso le tenéis miedo? ⎯Miedo, no. Pero tengo la impresión de que trata de desnudarme con su mirada. Nabuc se echó a reír. Luego, miró a su gato; éste vaciló y entornando su fino cuerpo y rabo bien alzado, se adentró en el interior del castillo, ronroneando. El conde saludó con cortesía al segundo sicario, éste se presentó. ⎯Mi señor, soy Gamaliel, para servirle. Nabuc lo miró con arrogancia. Su rostro aguileño, de ojos verdes y cabellos negros como el azabache, no infundía confianza. Gamaliel se dio cuenta de ello nada más verle. A una seña del conde, los dos sicarios entraron en el interior. ⎯Seguidme ⎯les dijo. Después de cruzar la sala hipóstila, llegaron a un amplió salón rodeado, a ambos lados con grandes columnas dotadas de bellos y ornamentados capiteles campaniformes. Al fondo, el trono vacío.
  • 10. 10 Nabuc se acercó al estrado y se retrepó en el sillón tapizado en oro; luego los contempló, por unos instantes, en silencio. A la débil luz de la sala, Enós pensó que parecía tenso. ⎯No hace falta que os diga lo importante que es el trabajo que tenéis que llevar a cabo. La discreción es primordial. Gamaliel sonrió débilmente. ⎯Desde luego ⎯respondió Enós⎯. ¿Quién es la víctima? ⎯Un niño. Gamaliel se escandalizó al oír aquellas secas dos palabras. Él no se consideraba un asesino de niños. ⎯¿No hablará en serio, Nabuc? El conde se levantó del trono y echó a caminar alrededor de ellos, los miró y su amplia sonrisa resultó súbitamente amenazadora. ⎯Muy en serio. Enós, que le importaba muy poco el tamaño de sus víctimas, le preguntó: ⎯¿De quién se trata? ⎯Del príncipe heredero ⎯les respondió, pero al ver las caras de pasmo que tenía frente a él, se aventuró a ofrecerles algo que sabía, no rechazarían⎯. No temáis. Os pagaré con monedas de oro. ⎯El trabajo comporta sus riesgos y por eso me veo obligado a solicitar el cobro por anticipado. ⎯No ⎯la voz firme de Nabuc no aceptaba réplicas⎯. Ahora cobraréis la mitad, y cuando hayáis acabado con vuestro trabajo os daré el resto. ¿Estamos de acuerdo, señores? ⎯Sí, pero ¿qué dirá el clero…? ⎯preguntó Enós. Nabuc lo interrumpió. ⎯Lo que opine el clero y la milicia me trae sin cuidado. Además, los tengo a casi todos en el bolsillo ⎯hizo una pausa⎯. El pueblo es quién debe importarnos, a ellos no será fácil ocultarles la verdad. Culparemos de la muerte del príncipe a su nodriza Maia, así se disiparan los posibles rumores que pueda fomentar la desaparición del niño. Mientras los tres hombres maquinaban; en la oscuridad de una esquina, una joven cubierta con una capa tan negra como el carbón
  • 11. 11 y que se confundía con las sombras, escuchó todo cuanto se dijo en el salón del trono. Ella al asimilar las palabras y comprobar que era el objetivo, junto al niño, de los tres hombres se quedó confusa y alarmada. Se llevó una mano a la boca para ahogar el grito que su garganta trataba de emitir. Ya no tenía dudas, se había convertido en el blanco de la conspiración de aquellos tres hombres y el nerviosismo se cebó en ella. ⎯¡Ra, te lo suplico, ayúdame! ¡Dame valor para salvar al niño! ⎯rezó una súplica a la deidad viviente que veneraba. Maia, la nodriza de la criatura, nació en Jhodam pero sus padres emigraron a Esdras en los tiempos en que ser un forjador de armas era considerado un trabajo privilegiado. En la actualidad, los herreros, para ganarse el sustento, ya no suelen buscar empleo en otros lugares, pues son necesarios en sus ciudades de origen. La nueva era instaurada por el rey-dios trajo profundos cambios políticos, y los levantamientos de proscritos estaban a la orden del día. El mal no había desaparecido totalmente, pues ahora éste no estaba promovido por dioses, sino por hombres. Fueron ellos, los proscritos, quienes tomaron el testigo dejado por las fuerzas del oscuras. Sin embargo, estos grupos armados, al carecer de poder, no podían enfrentarse al rey-dios ni a los inmortales, y se dedicaban a causar alborotos de más o menos importancia a lo largo y ancho de Nuevo Mundo. En algunos territorios, los saqueos y las violaciones ocurrían casi a diario y Jhodam no pudiendo abarcarlo todo, delegó a muchos núcleos habitados todo el control de sus tierras. De esta forma nacieron pequeñas ciudades amuralladas, como Esdras en el norte y Bilsán en el sur, que con un gobierno independiente trataban de luchar por sobrevivir en un mundo cada vez más complicado. Maia, totalmente asustada, giró sobre sus talones y salió corriendo de la estancia. Al girar, apresurada, la esquina, tropezó, y esto alertó a los tres conspiradores. Desviaron la mirada hacia el lugar de dónde provenía el sonido y Gamaliel avanzó unos pasos; no vio nada. La joven desapareció antes de que ellos pudieran averiguar de
  • 12. 12 quién se trataba. ⎯El gato, supongo ⎯dijo el sicario Gamaliel. Nabuc y Enós se miraron en silencio. ⎯¡Acabemos de una vez! ⎯El conde les hizo entrega de una bolsita de terciopelo rojo con las monedas de oro pactadas en su interior. Enós y Gamaliel lo miraron sorprendidos. El primero carraspeó, antes de preguntarle: ⎯¿Ahora, Señor? ⎯¡Sí, ahora! ⎯El conocimiento de que estaba haciendo algo cruel y traicionando los principios morales de las leyes de Esdras no pareció importarle. La existencia del niño era como un grano en el culo y tenía que hacerlo desaparecer antes de que fuera demasiado tarde. En esos momentos, Maia sólo tenía un objetivo y era sacar a escondidas al niño y huir al bosque. El infortunio acechaba a la criatura y como si de un presentimiento se tratase, comenzó a berrear a pleno pulmón. La nodriza que corría por el corredor oyó el llanto del niño y aceleró con el corazón en el puño. Tras ella, a cierta distancia, los sicarios que con un cuchillo en mano se dirigían al aposento del niño para cometer el más vil y cruel acto: el asesinato de una criatura inocente. «No hay tiempo», pensó. Maia entró en el aposento. Sin verlo, ella podía sentir como el diminuto cuerpo se estremecía cada vez que un débil sollozo lo sacudía. Rápidamente, apartó el dosel que protegía la cuna, contempló al niño, unos instantes, y luego, lo cogió entre sus brazos, acunándole. Al sentir el calor de su madre adoptiva, el príncipe emitió un profundo y entrecortado suspiro, dejando de llorar. Lo cubrió con una mantita negra y salió del aposento. Una vez en el pasillo, tuvo miedo; oyó voces, alguien se acercaba. Cuando llegó al final del vestíbulo, se detuvo y pudo vislumbrar a lo lejos a dos figuras negras encapuchadas: eran los sicarios que estaban a sólo
  • 13. 13 unos metros del aposento. Maia sintió un escalofrío y, dando media vuelta, echó a caminar deprisa en dirección opuesta. «Te pondré a salvo, mi niño», dijo mentalmente. Atravesó corriendo el último corredor y salió por una puerta trasera, al exterior. Los rayos solares se habían perdido y una neblina gris y espesa se cernió sobre la ciudad como un manto, acompañando a las primeras sombras de la oscuridad. Maia, totalmente encapuchada, se adentró en las lúgubres callejuelas, ocultándose de un grupo de guardias que conversaba en corrillo antes de realizar la ronda por la ciudad. Por lo demás, las calles estaban silenciosas y vacías. Cuando cruzó la torreta de la entrada a la ciudad, Maia, cegada por el hecho de conseguir poner a salvo al niño, echó a correr ladera abajo sin mirar atrás. Sentía pánico sólo con pensar que los sicarios irían tras ella para cazarla como a un animal salvaje. Enós apoyó su mano en la cerradura y ésta chirrió, se entreabrió la puerta, los dos sicarios se encontraron con una estancia a oscuras; al fondo, junto a la ventana: una cunita oculta bajo un traslucido y sedoso dosel. Se quedaron inmóviles en el umbral. Gamaliel empujó la puerta con decisión, que se abrió del todo dando un portazo contra la pared. La evidencia de que el heredero del trono de Esdras no estaba en su cunita les abofeteó bruscamente. ⎯Se lo han llevado… ⎯murmuró Gamaliel. ⎯¡Silencio! Puede haber otra explicación ¡No te pongas nervioso! Entraron en el aposento, cautelosamente, sin ruido y avanzaron hacia la cuna. Enós apartó con brusquedad el dosel y efectivamente el niño no estaba allí. Gamaliel miró a su compañero, preocupado. ⎯¿Y ahora, qué hacemos? Enós iba a responderle, cuando la puerta se cerró a sus espaldas, con un ruido que puso los pelos de punta a los dos.
  • 14. 14 Ambos se dieron la vuelta en redondo. El conde Nabuc estaba entre ellos y la puerta. Sonrió, sin humor. ⎯¿No me digáis que se os ha perdido? Gamaliel palideció. A Nabuc le desconcertaba el hecho de que los dos sicarios no hubieran conseguido impedir la huida de Maia con el niño, pues él no tenía ninguna duda. Sólo ella, podía hacer algo así. El supuesto gato del salón no era tal. ⎯Mi señor, no sé cómo ha podido pasar. Nunca antes… Nabuc, enfurecido, lo interrumpió. ⎯Enós, encontrad a la joven y al niño; ¡matadlos! Bajo ningún concepto deben llegar a Jhodam. Si ella consigue llegar hasta el Rey emperador, la ira de Nathan caerá sobre todos nosotros. ⎯Pero desconocemos cómo es ella, mi señor. ⎯El bosque no es un lugar adecuado para una mujer y menos aún, si ésta va acompañada de un bebe. ¡Quiero resultados! ⎯los miró con ojos glaciales⎯. No regreséis a Esdras sin haber cumplido con vuestra parte del trato. ⎯¿Qué hacemos con los cuerpos? Supongo que no los querrá aquí. ⎯Entregádselos a los leones —les dijo con expresión desdeñosa—. Por una vez, comerán algo suculento. Nabuc pensaba amargadamente en una posibilidad, remota, pero que cobraba fuerza a medida que pasaban los minutos; un niño perdido en las montañas, difícilmente podría sobrevivir… ⎯¡Largaros! ⎯les gritó. Después de una hora corriendo por el bosque, Maia no podía más. El agotamiento se había ensañado con ella y el niño empezó a llorar de hambre. No le quedó más remedio que buscar un escondrijo, cobijarse en el y amamantar al niño. Hacía frío, mucho frío… A la mañana siguiente, Maia despertó sobresaltada. El niño aún seguía cogido a su pecho, profundamente dormido. Suavemente lo apartó y arrebujándose bien con la capa, tapó al niño y se
  • 15. 15 levantó. Echó a correr a través del claro, pero pronto se quedó sin aliento. Algo jadeante, se acercó a una roca de bordes contorneados y se apoyó en ella un instante, tratando de contener los dolorosos latidos del corazón. En ese momento algo llamó su atención. Había sido localizada. Cascos de caballos. El terror se apoderó de ella. Tuvo el fatal presentimiento de que iba a morir. No tenía elección, debía buscar un lugar donde esconder el niño, pero no tuvo tiempo. Una flecha le atravesó la espalda y el niño cayó de sus brazos. Su cuerpecito empezó a rodar por la ladera hasta caer, a muchos metros de allí, en un foso de pocos centímetros de profundidad. Maia se tambaleó y apoyó su mano sobre un viejo tronco. Su rostro había palidecido por el dolor. Vio la sangre brotar; después, cayó de rodillas, sus ojos entreabiertos consiguieron vislumbrar brevemente a dos jinetes negros que se acercaban a ella con rapidez, antes de que la muerte la arrancara del mundo de los vivos. Los dos sicarios desmontaron de los caballos. ⎯¡Busca al niño! No debe estar muy lejos. Gamaliel obedeció al instante. Inspeccionó los alrededores y no encontró nada. Mientras que Enós, había arrastrado el cuerpo de la mujer hasta un claro, dejándolo allí para que el olor de la sangre atrajera a los depredadores. ⎯¿Ni rastro del niño? ⎯preguntó Enós. Gamaliel negó con la cabeza, sin atreverse a pronunciar palabra alguna. ⎯Bien, no pasa nada. Si está en algún lugar de este bosque no sobrevivirá ⎯hizo una pausa y miró a su alrededor⎯. Le diremos a Nabuc, que lo matamos junto a la nodriza. ⎯No colará… ⎯Eso es lo de menos. Dudo que el conde desee cerciorarse, se pondría en evidencia. Enós acarició la bolsa de terciopelo. Las apreciadas monedas de oro tintineaban orgullosas por ser tan nobles, pero sólo en apariencia. La ambición del hombre por el oro no tenía límites y casi siempre estaban empañadas de sangre.
  • 16. 16 Horas después… El llanto de un niño alertó a un jinete que cabalgaba rumbo a Bilsán y que había optado atajar por el bosque de Esdras, sin saber muy bien por qué. Detuvo su caballo y desmontó. Él no estaba muy seguro, pero lo había oído… ¿un sollozo, un gimoteo? Era consciente de que cerca de él, latía un pequeño corazón humano. El llanto se hizo más intenso. Se guió por el desgarrador llanto y pronto dio con él. Debajo de un matorral, había un pequeño foso cubierto de maleza. El hombre levantó las hojas y hierbas que cubrían la zanja y, para su sorpresa, se encontró a una pequeñísima criatura. Era un bebe de unos seis meses, muy bien arropado, envuelto en una mullida manta negra, ceñida con un cinturón bajo la barriguita. El foso y las malezas lo ocultaron tan bien, que había pasado desapercibido durante horas. Hasta que un joven hechicero inmortal llamado Morpheus, lo encontró.
  • 17. 17
  • 18. 18 Capítulo 1 Sanctasanctórum In diebus illis… Un pórtico con dos columnas papiriformes de capiteles cerrados, que preceden a la entrada del templo y éste mismo, es lo único que se mantiene en pie en la Ciudad Perdida, a dos kilómetros de Bilsán, al sureste de Jhodam. El Panthĕon Sacrātus es un templo mágico, milenario, con dos espacios claramente diferenciados; el recinto que evoca el universo, y cualquiera puede acceder a sus salas hipóstilas; y el subterráneo, con el espacio sagrado cerrado, el Sanctasanctórum; un lugar dónde se supone, residen los Seres y las Dryadis que integran el codex sacrosanctus deus Dracōnis Salmanasar. En su interior, el mundo sagrado queda aislado del mundo exterior por un portón sellado, inviolado; es la entrada al Panthĕon, un ingente mausoleo, suntuoso, reservado y misterioso que, regido por la Quintus Essentĭa, oculta un terrible secreto, un velo hermético que sólo puede ser descubierto invocando al Basilisco. Con el paso de los siglos el mágico Sanctasanctórum se ha mantenido milagrosamente en pie. Esto ha contribuido a que los habitantes de los territorios cercanos idealizaran multitud de fantasías sobre el Panteón que no estaban alejadas de la realidad. Había mucho de cierto en aquellas leyendas. A pocos metros del templo, una explanada con multitud de columnas arruinadas se había convertido en la zona de juegos, por excelencia, de los niños bilsaníes, que utilizaban
  • 19. 19 las ruinas de la Ciudad Perdida para jugar a batallitas entre inmortales y demonios. No muy lejos de allí, los aldeanos recogían la cosecha de la semana anterior, mientras sus hijos se sumergían de lleno en sus juegos infantiles. Recientemente se había unido a los habitantes de Bilsán, una gran colonia de agricultores y ganaderos poblando una buena parte de los territorios de labranza. Bilsán era una pequeña ciudad relativamente reciente, y no tenía historia. Su antigüedad se remonta a tan sólo veinte años y actualmente está bajo la jurisdicción del senescal jhodamíe Baal Zebub III, cargo otorgado por el Rey emperador Nathan Falcon-Nekhbet I. La mayor parte de sus habitantes habían abandonado la urbe de Jhodam para vivir la tranquila y dura vida del campo, tan poco frecuente en la ciudad imperial. Otros, eran colonos que no deseaban vivir en ciudades amuralladas, como Esdras o Rhodes. En la lejanía, con los ojos puestos en el norte, se podían vislumbrar grandes montañas; enormes masas de granito que se elevaban a tremenda altura y sus picos estaban nevados todo el año, era Haraney. Los campesinos limpiaban la tierra y luego la sembraban. No había quejas ni rumores de rebelión, nadie se metía con los agricultores. El trabajo les gustaba, estaba muy bien pagado y lo realizaban con entusiasmo. En uno de esos momentos de arduo trabajo, mientras los niños jugaban en la explanada, unos campesinos apartaron su atención del campo para posarla sobre dos figuras que habían aparecido en el camino que llevaba, a través de los bosques, a las llanuras de labranza. Al acercarse, los campesinos curiosos observaron claramente que se trataba de dos hombres de apariencia joven y elegancia aristocrática; iban lujosamente ataviados y montados en bellísimos y enjaezados corceles. El hechicero inmortal Morpheus, capataz de los campesinos, de aspecto sencillo, pero de constitución fuerte y
  • 20. 20 cálidos ojos verdes, los reconoció de lejos y corriendo se abrió paso entre los trabajadores. No podía creérselo, igualmente no sabía que hacían Halmir, el padre del rey-dios, y el alquimista Ishtar en aquellas tierras. Eran los inmortales más venerados después del Rey de reyes o emperador, Nathan. ⎯¡Por todos los dioses! ¡No me lo puedo creer! ⎯exclamó Morpheus, mostrándose loco de alegría. Ishtar y Halmir detuvieron sus caballos y desmontaron. Se saludaron con un buen estrechón de manos y luego, los tres se alejaron a paso tranquilo de la zona de labranza, en dirección a las ruinas de la Ciudad Perdida. ⎯Tenéis buen aspecto —dijo Morpheus—. Pero… parecéis cansados. ¿Qué os trae por aquí? Halmir caminaba sosegado, con las manos tras la espalda. Ishtar no se apartaba de su lado, parecía su sombra. —Cansados —dijo Ishtar, apartándose de Halmir—. Si. Oh, sí, mucho. Morpheus vio cómo le cambió el rostro al padre del rey; éste estaba agotado de reuniones, pero no se había percatado de ello hasta que Ishtar abrió la boca. ⎯Disturbios en los alrededores de Esdras —respondió— . Venimos de tratar este asunto con el senescal Baal Zebub. Morpheus bufó y pensó en el problema de siempre. ⎯¡Baal Zebub! —exclamó Morpheus—. No es de extrañar que estéis cansados —dijo—. La senescalía al completo anda reventada tras él. —El asunto que hemos tratado es de la máxima prioridad. Morpheus se apresuró en preguntar. —¿Bandidos? ⎯preguntó. ⎯Sí ⎯afirmó Halmir⎯. Una escoria difícil de erradicar. Morpheus miró hacia el grupo de niños y levantó el brazo, hizo una seña a su hijo para que acudiera ante ellos, pero éste no lo vio; sin embargo, un amiguito, si. El niño gritó como si le fuera la vida en ello. —¡Jadlaaaaaaay! —todos los niños se volvieron hacia él y
  • 21. 21 se echaron a reír—. ¡Te llamaaaaan! Los inmortales no prestaron atención a los berridos del chiquillo y continuaron conversando como si nada. ⎯¿A qué se debe el gran crecimiento de estos grupos? ⎯Realmente no lo sabemos —respondió Halmir—. Mi hijo pretende aniquilarlos, pero yo estoy retrasando deliberadamente sus decisiones ―suspiró―. La verdad, Morpheus, estoy harto de tantas muertes. ⎯Por cierto, Halmir ¿cómo está tu hijo? Hace siete años que no lo veo. ⎯Sufre altibajos, pero por lo general se encuentra bien. ¿Y tú que me cuentas? Me llegaron rumores de que tenías un hijo ¿Te has casado sin yo saberlo? Morpheus se detuvo un instante y miró fijamente a los dos venerables inmortales. —¿Tu hijo no te ha comentado nada del niño? Halmir sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro. —Nathan tiene por costumbre no contarme nada que yo deba desconocer. —Qué extraño —dijo Morpheus. —Mi hijo es un ser insondable; me consta que eso, tú, ya lo sabes. Se detuvieron unos instantes. ⎯Bien, pues entonces, te lo diré yo; pero que quede entre nosotros… ⎯dijo⎯. Tiene siete años y lo encontré abandonado en el bosque de Esdras cuando tan sólo era un bebe de unos pocos meses. Ishtar, como extraordinario psíquico que era, ató cabos de inmediato e intervino. ⎯¿No será…? Morpheus le interrumpió. ⎯¿El hijo del rey Ciro? Sí, lo es. Ishtar se quedó pensativo, y Halmir, sin sorprenderse en absoluto, le asaltó una duda. ⎯¿El niño lo sabe? ⎯No —respondió tajantemente—. Y la verdad, tal y
  • 22. 22 como están las cosas, con Nabuc en el poder, no me parece buena idea que lo sepa. Pese a todo, Halmir creyó conveniente… ⎯Deberías plantearte su educación en Jhodam —dijo—. Es posible que algún día recupere lo que le pertenece y en ese caso, debería estar a la altura de las circunstancias. ⎯Sí, eso es algo que he pensado en multitud de ocasiones, pero no es una opción viable —repuso Morpheus—. Su mundo es otro, y Jhodam es demasiado imperial para un príncipe de rango inferior. ⎯¿Qué tontería dices? —espetó a Morpheus. Halmir no era un hombre que midiera sus palabras y menos aún si las consideraba injustas—. ¿Rango inferior? ¿Se puede saber a que te refieres? ⎯Halmir, no nos engañemos —dijo Morpheus—. Esdras es una ciudad pequeña, Jhodam un vasto imperio gobernado por una criatura divina… a buen seguro que adquiriría grandes complejos. Créeme es mejor así. Jadlay será un guerrero, lo lleva en la sangre. Aquellas palabras no le gustaron en absoluto, y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la sonrisa y que no se notara que estaba tenso. ⎯Supongo que cuando te refieres a una criatura divina que gobierna un vasto imperio estás hablando de mi hijo — replicó Halmir, con la sonrisa forzada—, pues bien te puntualizaré algo, Nathan es más guerrero de lo que crees, yo le he visto matar a sangre fría y no es nada agradable. Es cierto, es un dios, pero sabe ser un hombre despiadado cuando no le queda otra. ⎯Eso es lo que lo hace diferente a todos —dijo Morpheus—. Si Jadlay creciera bajo su influencia, querría ser como él y nadie puede ser como él. Ishtar prestó atención al grupo de niños que jugaba en la explanada de las columnas. Corrían y gritaban felices, ajenos a todo el mal que se estaba gestando a su alrededor. En ese instante se acercó hasta ellos un niño vivaracho, de grandes
  • 23. 23 ojos verdes y cabello negro, muy rizado. ⎯¿Me has mandado llamar, padre? —de tanto correr de un lado para otro, su rostro estaba rojo como un tomate. Morpheus se inclinó ligeramente y puso una mano sobre la cabeza de su hijo, removiendo, a su vez, sus cabellos. ⎯Sí, Jadlay —dijo, mientras señalaba a los dos hombres que estaban junto a él—. Te he mandado llamar porque quiero que conozcas a estos dos caballeros. El niño miró a los dos hombres con curiosidad. Halmir se inclinó y le ofreció la mano en señal de saludo. ⎯¿Qué tal muchachote? Jadlay correspondió al saludo y luego hizo lo mismo con Ishtar. ⎯Muy bien, señor —dijo cortésmente—. Pero ya no soy un muchachote, he crecido. Ahora soy un hombre —terminó de decir el niño con mucha expresividad. Los tres inmortales se echaron a reír. ⎯Mira yo tengo un hijo al que no dejo crecer… Y ¿sabes por qué? El niño lo miró con los ojos bien abiertos. Las palabras del inmortal provocaron su curiosidad. Aquella expresión era nueva para él. Negó con la cabeza. ⎯Porque un día me dijo lo mismo que tú ⎯le respondió, Halmir, quedándose con el pequeño⎯. Si te desvelo quién es, quizá comprendas mis palabras. ¿Deseas saberlo? Jadlay no supo que responder, miró decidido a su padre, como queriendo recibir su aprobación. Morpheus miró a su hijo, sonriente. Finalmente, el niño asintió. ⎯Es Nathan, el indomable, el rey-dios de Jhodam —dijo sonriente—. Tu emperador. El niño al oír aquellas palabras, palideció. Miró de nuevo a su padre. ⎯¿Es cierto, padre? Morpheus le dedicó a Jadlay su sonrisa más zalamera, y puso una mano en su hombro. ⎯Sí, hijo.
  • 24. 24 De repente al niño se le ocurrió algo descabellado, o eso era lo que pensaban los tres inmortales en un principio. ⎯Entonces, si vosotros sois amigos… ¿podré conocerle? Halmir decidió que tenía que ser él quien respondiera a la pregunta del niño. Su deseo no era tan fácil de cumplir, antes… ⎯Para conocer al Rey, debes crecer —le dijo—. Hacerte un hombre de verdad, sólo así podrás conocerle algún día. Jadlay dio un brinco y pataleó el suelo, enojado. ⎯¿Acaso los niños…? Halmir lo interrumpió, obligándole a dejar inconclusa la frase. ⎯¿Ahora eres un niño? Jadlay se ruborizó y bajó la cabeza, avergonzado. Se dio cuenta de que el altivo Halmir lo había desnudado por completo utilizando un sutil juego de palabras. Las sonoras carcajadas de su padre y de los dos inmortales provocaron que el niño huyera corriendo, rumbo a la aldea. ⎯Espero no haberle ofendido ⎯repuso Halmir. ⎯¡Oh, no…! —dijo Morpheus, sonriendo—. Reconozco que debe madurar y tú has sido un buen ejemplo. En serio, creo que esta noche, mi hijo soñará contigo. Los tres hombres se encaminaron hacia el templo. Una vez allí, entraron en el interior; Ishtar, miraba a su alrededor, totalmente sorprendido por el estado del recinto. La estancia que seguía al pórtico tenía una longitud de veinticinco metros y en el interior se encontraban cuatro nichos de roca labrada, vacíos. La entrada subterránea, inviolada. Sellada desde hace milenios Halmir que caminaba cabizbajo, alzó la vista. Al contemplar la bóveda, tan alta y aparentemente lejana, le invadió el vértigo. La voz de Morpheus tronó en sonoros ecos.
  • 25. 25 ⎯Las inundaciones y las constantes reocupaciones no han podido con este templo milenario. Realmente, se puede afirmar que es la casa de los dioses ⎯vio como Halmir no apartaba la vista de la bóveda, incómodo o asombrado, la verdad es que no lo supo captar ni adivinar; el padre del rey se había cerrado en banda. Pero por si acaso, alzó la mirada a la techumbre⎯. Si os fijáis en el techo, éste es una representación simbólica del universo conocido y por conocer. Intrigante, ¿verdad? —No tengo pensado entretenerme en este lugar — murmuró Halmir. «Por lo visto, al padre del rey no le gusta nada este templo» Morpheus casi prefirió oportuno dejar de seguir hablando sobre el Sanctasanctórum. Halmir se mantuvo en silencio. Él más que nadie sabía lo que representaba aquel templo, no sólo la bóveda astronómica sino lo que se ocultaba bajo sus pies. Tenía que salir de allí, un terrible escalofrío lo inundó de pies a cabeza. Un presagio, y por unos instantes, recordó el pasado… Su hijo estaba muy ligado al Sanctasanctórum; pues ese lugar, prohibido a todo ser viviente que no fuera un dios o tuviera ascendencia divina, ocultaba algo terrible. Morpheus, como buen hechicero inmortal que era, no tuvo problemas para captar los pensamientos de Halmir y le pidió disculpas. ⎯Siento mucho que todo esto te haya hecho recordar los trágicos momentos vividos con las muertes de los Septĭmus —dijo—. Perdóname, no era mi intención. «No es sólo eso… Hay algo más», pensó. ⎯No te preocupes —dijo, aparentemente más tranquilo—. Pero si no os molesta, prefiero esperaros fuera. —Morpheus hizo un gesto con la mano, señalándole el umbral, a lo que Halmir respondió—: Conozco el camino ⎯luego, miró fugazmente a Ishtar⎯. Hemos de regresar cuanto antes a Jhodam. Cómo siempre, a Halmir le inquietaba dejar a su hijo
  • 26. 26 solo durante tantos días. Y con el retraso que llevaban no veía el día de regreso. Ishtar y Morpheus salieron tras él y regresaron en silencio a los campos; allí les esperaban los caballos. ⎯¿Nos volveremos a ver? —preguntó Morpheus. Halmir encajó un pie en el estribo y subió al caballo, asió la rienda. ⎯Es posible. Los dos inmortales espolearon los flancos y emprendieron el galope veloz por las llanuras de Bilsán. El resonar de los cascos de los caballos fue perdiéndose en la lejanía. Unos minutos después, habían dejado atrás las aldeas de los campesinos para adentrarse en los extensos dominios de Jhodam. Por delante, más de doce horas de agotador galope.
  • 27. 27 Capítulo 2 El Forjador De Espadas A los quince años, Jadlay ocupó su lugar en los campos, junto con los otros hijos de los campesinos. Trabajaba duro. Las tareas de labranza las realizaba por la mañana y por la tarde acudía entusiasmado a la herrería del viejo Caleb, donde aprendía el oficio de forjador de espadas. Morpheus no veía el momento de iniciarlo en sus artes hechiceras. Consideraba que aún era demasiado joven y alocado, y su mortalidad era, realmente, un obstáculo. Su hijo no sólo era un muchacho inteligente y sociable, sino que además estaba extraordinariamente dotado para las artes guerreras. Un líder nato. Su demostrada habilidad para tratar el hierro y otros metales le impresionaron tanto que, persuadido por el viejo armero, decidió enviarlo a la herrería. Con la seguridad de que el viejo forjador de armas Caleb, lo instruiría correctamente y haría de él un hombre de provecho. Así las cosas, la iniciación arcana tendría que esperar. La forja estaba situada en la Plaza Magna, en el centro de la ciudad. Y los días que se hacían mercadillos acudía tanta gente de las comarcas vecinas que el herrero, para trabajar el exceso de pedidos, se veía obligado a contratar aprendices y así, poder cumplir con los encargos de cortes, guerreros y soldados de muy diversas nacionalidades que acudían a él para que forjara nuevas y robustas espadas, armaduras, lanzas… o simplemente, las afilaran o repararan las
  • 28. 28 bolladuras. Jadlay disfrutaba como nadie con los encargos porque eso le permitía aprender más, y más deprisa. Entre sus objetivos estaba el de ser guerrero del imperio jhodamíe, pero no uno cualquiera, sino que soñaba con ser uno de los hombres del Rey Nathan y defender en su nombre a los oprimidos de déspotas como el rey Nabuc de Esdras, entre otros. Tenía en muy alta consideración todo lo referente al Rey de reyes y su máxima aspiración como persona era parecerse a él. Jadlay y sus dos amigos Yejiel y Najat, con su entusiasmo y trabajo, habían emprendido, sin ser conscientes, el camino que les conduciría, en un futuro, a liderar la resistencia. Aquel invierno fue más frío que ningún otro, la nieve descendió hasta la costa y el frío penetró en las casas y cabañas de los campesinos. Todas las mañanas amanecía un día helado y en los ríos flotaban planchas de hielo. Al caer la noche… Morpheus y su hijo cenaban junto al hogar encendido. El olor a estofado había embriagado toda la casa. Sobre la mesa, la cazuela, pan, dos platos y dos vasos de arcilla y un buen vino de Shantany. El inmortal, sentado en la mesa frente a él, pudo ver en sus ojos el cansancio acumulado después de una intensa jornada en la forja. El muchacho trabajaba muy duro y su padre se sentía muy orgulloso de él, aunque a veces pensaba que se excedía en el trabajo y tampoco era tan necesario. Vivían bien y no les faltaba de nada; además, Morpheus estaba emparentado con la dinastía Nekhbet: él y Halmir eran primos lejanos y en sus venas corría sangre real. Con una ascendencia tan sugerente no hacía falta reventarse a trabajar. A esas horas de la noche, el cansancio se apoderaba del chico y en su mente no dejaban de sonar los golpes
  • 29. 29 incesantes de la forja. No podía quitárselos de la cabeza, ya formaban parte de sí mismo. Estaba aprendiendo el arte de forjar el hierro y cada día que pasaba en la herrería más enamorado estaba de su trabajo. Ese ruido… Esos golpes… La herrería. Gracias a ese duro trabajo, y con tan solo quince años, había aprendido a dominarse. Había conseguido forjar su carácter, frío y duro como la piedra. Sus pensamientos se trasladaban a la forja con relativa facilidad. Pensaba en la inmensa chimenea que aspiraba los vapores nocivos y el calor generados por gran cantidad de carbones incandescentes, depositados en una gran plataforma de piedra con forma de polígono. Los martilleos, los siseos y la respiración del aparato que caía sobre la plataforma lanzando bocanadas de aire sobre los tizones. Golpear el hierro hasta darle la forma que se desea. Enfriar y moldear. Las llameantes sombras. Una voz lejana lo llamaba. Estaba tan ensimismado pensando que la voz no era real, sino fruto de un sueño. ⎯¡Jadlay! ¿Me oyes? El chico seguía ausente. Morpheus hizo un chasquido frente al rostro de su hijo. El joven despertó de su ensueño, sobresaltado. ⎯¿Qué…? ⎯¿Estás bien? —le preguntó—. Te noto extraño. Vio a su padre como lo miraba fijamente y se ruborizó, incómodo. ⎯¡Oh, sí…! Lo siento. El chico tiene quince años, pronto será un hombre adulto. Morpheus pensó que había llegado el momento de enseñarle todo lo que necesitaba saber para hacerse un hombre, incluso que era adoptado. Por un instante se hizo un silencio, hasta que el inmortal reunió el valor suficiente para plantear una verdad cuya respuesta y reacción más temía.
  • 30. 30 ⎯Hijo, es hora de que hablemos. Jadlay, con el tenedor en las manos, lo interrumpió. ⎯¿De qué, padre? ¿Un sermón? ⎯dijo con tristeza a la vez que lo miraba⎯. Es eso, ¿verdad? Me vas a echar un sermón. ⎯No ⎯respondió Morpheus⎯. Quiero hablarte de mí. A Jadlay le habían llegado rumores sobre la inmortalidad de su padre. Pero siempre había aguardado la esperanza de que esos rumores fueran falsos, porque si eran ciertos sólo podía significar una cosa: que él no era su padre, y entonces se tendría que plantear la pregunta que no quería hacerse: ¿quién era él? Temía no estar preparado para escuchar la verdad. Jadlay, en el fondo, lo sabía y aunque no quería admitirlo, ya sentía el peso de la soledad. Morpheus abordó el tema directamente, sin rodeos. Sabía todo sobre los comentarios que le habían llegado a su hijo y ya no podía ocultarlo por más tiempo. ⎯Los rumores que has estado oyendo por ahí, son ciertos… —el hombre dejó en suspenso sus palabras y esperó la reacción de su hijo antes de continuar. Jadlay miró a su padre con una tristeza que le llegaba a los pies. En esos momentos su coraza fría y dura se rompió en múltiples pedazos. ⎯¡No puede ser! ⎯Sí, lo es —afirmó, cabizbajo—. Soy inmortal, y tú… Jadlay a punto de lagrimar, se levantó y apartó de la mesa. Se encaminó hacia la ventana y clavó sus ojos en la oscuridad. Morpheus alzó la mirada, ligeramente hastiado. Sintió en su ser el sufrimiento del chico. Cuando por fin se alejó de la ventana, volvió a la mesa. ⎯Escúchame, Jadlay. Para mí tú eres mi hijo. Te encontré en el bosque, abandonado. El chico miró a su padre angustiado. ⎯¿Me robaste? ⎯¡No! ⎯Morpheus decidió ocultar el verdadero origen
  • 31. 31 de su hijo y lo hizo por dos motivos: por su propio bien, y porque el muchacho no estaba preparado para escuchar una verdad que, seguro, le dolería. Sin embargo, se inventó una historia con la esperanza de que Jadlay acabara aceptándola. Tenía que seguir protegiéndole, era su deber⎯. Nadie te reclamó. El inmortal no pudo reprimir un escalofrío. Dirigió una rápida mirada al muchacho, pero Jadlay tenía sus ojos clavados en el fuego del hogar, pensativo. Morpheus, abatido, inclinó la cabeza. El cuenco de comida, medio lleno… ⎯Perdóname por ser tu padre ⎯empezó diciendo⎯. Pero quiero que sepas que el código ético de los inmortales es muy estricto y no contempla el hecho de recoger un niño abandonado y criarlo. Mi raza es nómada. Por nuestra condición perenne, no podemos atarnos a nada, y sin embargo, yo lo hice. Acogerte fue un gran sacrificio, del cual me siento muy orgulloso ―terminó de decir. El hombre se levantó de la mesa, muy afligido. No podía continuar conversando con su hijo, tenía miedo a su rechazo. Con un lienzo se limpió las manos y luego, se encaminó hacia su aposento. No había llegado al umbral cuando su hijo lo detuvo. Jadlay pensó rápido. Fuera quien fuese su verdadero padre, ya no le importaba. Sin embargo, la persona que lo había criado y que se había preocupado por él en todo momento no podía perderla, lo tenía claro. ⎯Espera, padre. Morpheus sintió como se le desbocaba el corazón, por un momento llegó a pensar que perdía a su hijo y eso era difícil de soportar. Había llegado a querer a Jadlay con todo su amor de padre, pese a su condición de inmortal nómada. Se dio la vuelta y miró al muchacho. ⎯Lo siento ⎯Jadlay se acercó a él⎯. Perdóname. No tengo derecho a renegar de ti y aunque no tengamos la
  • 32. 32 misma sangre, siempre serás mi padre. Morpheus se emocionó al escuchar las sinceras palabras de su hijo y alzando la mano, le hizo callar. ⎯No digas nada ⎯le dijo⎯. Ahora, ve a acostarte. Es tarde. Un fuerte viento helado procedente del norte atrajo hacia el sureste tormentosas nubes. El cielo cubierto por nubes negras de lluvia se volvió gris y denso. Los relámpagos restallaban erráticos, sin cesar. Jadlay, en su camino a la forja, se vio envuelto de lleno en la tormenta. El viento soplaba con mucha fuerza y violencia, zarandeándole sin piedad. Caleb que miraba, a través de la ventana de la herrería, con sus ojos color miel y facciones endurecidas por la edad, vio que el chico tenía apuros para llegar y salió a su encuentro. La capucha que cubría la cabeza del viejo cayó hacia atrás, y la lluvia se precipitó sobre su cabeza como si repentinamente le hubieran lanzado un cubo de agua fría. Fría, no… ¡helada! La furia del viento parecía ensañarse con ellos. Cuando alcanzó al muchacho, lo arrebujó en su capa. ⎯¡Vamos, muchacho, cógete a mí! ⎯Gracias, señor ⎯consiguió decir Jadlay, mientras era duramente azotado por el vendaval. Los dos corrieron apresurados hacia la forja y entraron con precipitación, jadeantes y con los rostros congestionados. La puerta se cerró de un golpe tras ellos, parecía empujada por el mismo diablo. El calor interior contrarrestaba con el frío casi glacial del exterior. Jadlay bufó y se frotó las manos. Las tenía heladas. ⎯Hoy deberías haberte quedado en casa ―dijo Caleb―. ¿Sabe tu padre qué estás aquí? El muchacho sacudió la cabeza. ⎯No ―respondió―. Ha salido está mañana temprano y no regresará hasta dentro de dos días ⎯le respondió, con
  • 33. 33 cierto aire de irritación⎯. ¡Se ha ido a Jhodam y no me ha querido llevar con él! ―suspiró―. No lo entiendo, siempre me pone alguna que otra excusa para que no le acompañe. Caleb echó una mirada furtiva hacia la puerta, cerciorándose de que estuviera bien cerrada, pues estaba siendo violentamente azotada por el viento y su rugido endiablado se colaba a través de los bajos. ⎯¿Excusa? ―preguntó extrañado―. ¿Por qué? ⎯Siempre he deseado conocer al rey-dios y nunca me lo permite. Nunca. Caleb lo miró con asombro. No sabía si creerle o pensar que estaba tomándole el pelo. ―¡Conocer al dios! Jajá jajá… ―estalló en carcajadas y éstas resonaron en todo el recinto―. Pero, eso es imposible ¡Vaya cosas que se te ocurren, muchacho! Y más carcajadas. Aquellas palabras de Caleb consternaron al joven que soltó una maldición. Jadlay estaba tan furioso que el rostro se le puso rojo como un tomate. ―¡No es justo! ―exclamó. ―No hay nada justo ―dijo Caleb. El viejo se acercó al chico y le revolvió el pelo. ⎯Me temo, Jadlay que ese privilegio no está a tu alcance, ni al mío. Es un ser divino y por tanto, intocable. ¿No te lo ha dicho tu padre? ⎯La verdad nunca hemos hablado sobre eso ―dijo el chico con más calma. ⎯Años atrás, era posible. Pero en la actualidad, no ―afirmó Caleb―. Por lo que sé, todas las audiencias recaen en su padre, y la deidad sólo acude si la situación lo requiere. Dicen que está totalmente prohibido mirarle a los ojos ⎯hizo una pausa⎯. Será mejor que lo olvides, muchacho. Jadlay al oír las palabras de Caleb quedó muy afectado. Se volvió, y su mirada se dirigió a la ventana. Caleb siguió con sus ojos al muchacho. Lo vio tomar una silla y sentarse junto a la tosca ventana, contemplando la
  • 34. 34 lluvia que en esos momentos estaba cayendo. Una cortina inmensa que no dejaba ver casi nada. ⎯¡Jadlay! El muchacho no se dio la vuelta. Siguió con su mirada fija, clavada en aquel intenso aguacero. Caleb se acercó a él. ⎯¿Estás decepcionado? ⎯le preguntó. ⎯Es mi ídolo ―murmuró Jadlay. ⎯Él no es humano ―afirmo Caleb, mientras se retorcía el bigote―. Además, el rey-dios está situado en el puesto más alto del escalafón divino ―con suavidad, apoyó una mano en el hombro del chico―. No entiendo… ¿por qué estás tan cegado en él? ⎯No lo sé ―murmuró―. Es algo que he deseado siempre. ⎯Escúchame ⎯le dijo, Caleb, apremiante⎯. ¡Olvida esto! Olvida cualquier idea que tengas de desafiar al rey-dios. ¡Oh, vamos, Jadlay! Estás loco si piensas que… El chico lo interrumpió directamente. ⎯¿Desafiar, dices? —Jadlay miró a Caleb, sin comprender sus palabras—. Yo no pretendo desafiarle, sólo conocerle. ¿Tan difícil es de entender? ⎯¿Difícil? ⎯repitió Caleb, exasperado⎯. ¡Es imposible! Frunciendo el entrecejo, Jadlay mantuvo la mirada fija en el maestro forjador de armas. ⎯Me da igual lo que pienses tú y los demás —dijo―. Algún día, seré guerrero y lucharé en su nombre o quizá, llegue a tener el privilegio de pertenecer a su guardia personal. Sí, algún día… lo conseguiré. ―¿Sabías que los seis integrantes de su guardia personal no tienen esposa ni hijos y que viven sólo para servirle? ―Eso que dices, no es más que una leyenda ―repuso Jadlay muy convencido porque se sabía de memoria todas las leyendas; además, desde hacía un año, su padre era uno de los tres escoltas reales; por esa razón viajaba tan a menudo a Jhodam―. Él sólo se deja escoltar por inmortales. ―¿Tu crees? ¿No has oído nada sobre los dragones
  • 35. 35 negros? ―Buf… Leyendas. El joven bajó la cabeza, azorado, sintiendo que el corazón le palpitaba con fuerza. El viejo sacudió la cabeza, con un suspiro, y concluyó: ⎯Quizá sí, quizá no. Finalmente, Jadlay, incapaz de controlar su temperamento, acabó por enfurecerse. No podía entender ni consentir que todo el mundo a su alrededor le dijera lo mismo con respecto a la deidad. No podía aceptarlo. Y dando un sonoro portazo detrás de él, salió de la forja precipitadamente. El intenso aguacero cayó sobre él como una losa, aplastante. Mirando por la ventana, Caleb lo vio alejarse, cabizbajo. Suspiró profundamente; luego, se sumergió en el silencio con la mirada fija en la lluvia y expresión meditabunda. En la taberna, el ambiente era agobiante. El humo de los puros formaba una capa neblinosa que se alzaba por encima de las cabezas de los clientes. Jadlay irrumpió con brusquedad y al abrir la puerta, entró en el interior una ráfaga de viento helado que enfrió el local de repente. Por un instante, aquel espacio envenenado de humo y alcohol se refrescó con aire nuevo. El tabernero, un pelirrojo cuadrado de ojos azules y cejas bien pobladas, cuando vio entrar a un chiquillo en su taberna, no le dio opciones. ⎯Muchacho será mejor que salgas de aquí y regreses a tu casa ―dijo con voz tajante―. Este no es un lugar para niños. El muchacho lo miró a medio camino entre la cólera y la frustración. Pero se contuvo, el hombre era demasiado fuerte para él y podría estamparlo contra el suelo en menos que canta un gallo. ⎯Sólo quiero resguardarme del aguacero ―dijo―.
  • 36. 36 Prometo irme en cuanto cese la lluvia. El tabernero lo miró con extrañeza. Se preguntó cómo era posible que su padre le permitiese salir de casa con el temporal que estaba cayendo. Definitivamente, aquél no era un lugar para un niño. ⎯De acuerdo ―consintió―. Pero una vez deje de llover, te vas. El muchacho asintió, y sin hacer ruido se sentó acurrucado en el suelo, en una esquina, muy cerca de la chimenea. En su mente bullía un torbellino de pensamientos. En ese momento, empapado hasta los huesos, era incapaz de enfrentarse a la negativa de todo el mundo. Pensó que nadie tenía autoridad para impedirle ver al rey-dios, sólo la deidad podía negarse. «¿Por qué es todo tan difícil?», se preguntó. El humo penetró en sus ojos, se los frotó. Sintió como si tuviera arenilla, le escocían. Suspiró. Cerró sus ojos y dejó que su mente vagara y se inundara de pensamientos regocijantes. El corazón se le aceleró. Se veía a sí mismo frente al mismísimo rey-dios Nathan… Sonrió en sueños.
  • 37. 37 Capítulo 3 ¿Crees qué me conoces, ínfima criatura humana? Nathan est Imperare Orbi Universo La cabellera de Nathan era la gran belleza que le había legado su herencia Falcon. Su hermosura no tenía igual. Sus cabellos eran tan rubios que parecían plateados. En su infancia, su madre, la reina Nora, jamás había permitido que le cortaran la melena a su hijo; osar hacerlo era lo mismo que cometer un sacrilegio. Pero al llegar a la adolescencia, la reina permitió que se la cortaran, pero sólo las puntas y sólo cuando la enmarañada mata de pelo superaba cierta longitud. Su cabellera, una masa de rizos enmarañados, era la admiración de todos aquellos que tenían la oportunidad de conocerle en persona. En la calidez de los aposentos reales, Kali, la prometida del rey, se dedicaba a peinarle la hermosa cabellera todas las noches y la impregnaba en aceites aromáticos, luego la adornaba con hilillos de oro, siguiendo un ritual ancestral. Los largos cabellos le llegaban más allá de la cintura y le caían en largos zarcillos rubios sobre los hombros desnudos. Aunque Nathan no lo admitía, su cabellera era uno de sus grandes orgullos y en ocasiones la llevaba peinada en una trenza gruesa, adornada con una cinta de oro, que le colgaba por la espalda. Nathan era una criatura, no humana, hermosa. Rodeada siempre de un aura que muy pocos ojos mortales podían tener el lujo de observar; ese hecho en particular estaba reservado a unos pocos. Sus ojos, intensamente azules y con
  • 38. 38 ribetes violetas, eran grandes y expresivos, otorgándole una mirada profunda y enigmática. Su aire meditabundo y severo contrarrestaba con su porte eternamente juvenil. Halmir Nekhbet, su padre, se sentía extremadamente orgulloso de la inteligencia y belleza de su hijo divino. Con el paso de los años, Nathan había adquirido ese aire misterioso, que pese a su edad indefinida, causaba una profunda veneración entre todos los cortesanos. A Halmir se le iluminaba el rostro cada vez que hablaba de su hijo. Era su mayor obra, sangre de su sangre. Lo admitía sin ningún tipo de reparo. Sin embargo, además de la extraordinaria belleza de su hijo, Halmir no dejaba de sorprenderse cada vez que le miraba fijamente a los ojos. Aquellos enormes y relucientes ojos, rodeados de espesas y largas pestañas, que no mostraban temor y que eran capaces de matar… Lo que sí veía en ellos, era una sombra de dolor que Nathan nunca había conseguido paliar. Halmir era consciente de que para su hijo, la divinidad era una pesada carga que a buen seguro no hubiera deseado para sí. Pero el destino lo eligió y contra eso nada se pudo hacer. En muchas ocasiones, Nathan observaba a su alrededor con la mirada extraviada, sintiendo cómo le invadía un gran alivio al poder encontrar un refugio seguro en sí mismo y en otras, perdía su confianza y caía en una extraña oscuridad que le duraba días. Esa era su herencia divina, sus estigmas. Iba a tener siglos de existencia a menos, que por alguna razón, él decidiera poner fin a su eterna vida. Atrás quedaron sus lamentos, aquellos sollozos que le invadían cada vez que sufría un zarpazo violento de su esencia divina. A partir del momento en que se convirtió en el último dios, si Nathan lloró alguna vez, nadie vio nunca sus lágrimas. Tal día como hoy, hace veinte años, Morpheus encontró a un bebe de apenas unos meses de edad. Desde el mismo instante
  • 39. 39 que vio al niño supo de quién se trataba. No tuvo dudas. El tatuaje del tobillo se lo confirmó de inmediato. Una señal de identidad que sólo conocían los allegados a la familia real de Esdras y por supuesto, los inmortales. Le puso de nombre el mismo que su padre, el rey Ciro, le dio al nacer: Jadlay. El inmortal Morpheus después de considerar que su hijo estaba preparado para conocer la estirpe inmortal de la que era originario, decidido hacerle el más deseado de los regalos: Llevárselo consigo a Jhodam, para que conociera al mismísimo rey-dios. Era un regalo que no tenía precio. La ilusión de un joven que veneraba a la divinidad por encima de todas las cosas, se iba a ver, por fin, recompensada. Después de años anhelando ese momento. ⎯¿Podré mirarle a los ojos? ⎯preguntó Jadlay, mientras ensillaba la montura sobre el caballo. En ese momento, Morpheus recogía su capa que colgaba de un gancho, cerca de la puerta del establo, y se volvió hacia su hijo. ⎯Sólo si él te lo permite —dijo—. De lo contrario, deberás mostrarte ante él con la cabeza inclinada. A Jadlay le parecía excesivo. No era de extrañar que la gente se inventara leyendas. ⎯Ese protocolo, ¿es necesario? Morpheus se detuvo ante su caballo y escudriñó el rostro de su hijo. Sólo esperaba que Jadlay actuara frente al rey con la misma nobleza con la que había sido educado. Eso era todo lo que quería. Pero algo en su interior le decía que no iba a ser así. ⎯En principio, sí. Jadlay era un muchacho muy corpulento y excesivamente enérgico. De carácter pendenciero. La simpatía que mostraba cuando era niño y adolescente fue desapareciendo a medida que pasaron los años. Ahora, con veinte años, miraba las cosas desde otro prisma y los juegos de niños de su infancia iban camino de convertirse en realidad.
  • 40. 40 Él y un grupo de jóvenes habían formado una pequeña milicia que se dedicaba, después de sus jornadas de trabajo, a proteger a las víctimas de cualquier tipo de asalto, por parte de bandidos o proscritos. Eran conocidos como los Héroes de Bilsán y su éxito entre las gentes de aquellas tierras era arrollador. Morpheus no veía con buenos ojos que su hijo fuese uno de los integrantes de los héroes de Bilsán. La batalla que libraban no les conduciría a ninguna parte, más que para irritar al senescal Baal Zebub III. Pero por mucho que lo intentaba no conseguía inculcarle nada bueno. Jadlay había elegido su destino y éste era ser un héroe para los oprimidos, un guerrero al fin y al cabo, pero no el tipo de guerrero que Morpheus hubiese deseado para su hijo, sino otro menos noble. Forjaba espadas con una maestría extraordinaria, pero su destino era otro. Esperaba, o más bien confiaba, en que la visita al rey-dios fuese de lo más instructiva posible. Pues sí había alguien que podía inculcarle los valores correctos de la vida, ese alguien era Nathan. La cuestión era sí la deidad estaría dispuesta a ayudarle. Últimamente, Jadlay no aceptaba de buen agrado las normas y solía enfrentarse a todo aquel que tuviera más estrellas que él. Era cómo si su herencia monárquica, surgiese de lo más profundo de su ser, revelando la sangre real que corría por sus venas. ⎯Creo que no cumpliré el protocolo ⎯dijo⎯. Considero que es una falta de respeto no mirarle a los ojos cuando él te está hablando. ⎯¿Cómo puedes decir eso, Jadlay? ⎯replicó Morpheus, molestó por la actitud de su hijo⎯. Sí lo haces, puedes recibir un golpe que lamentarás toda tu vida. ⎯Los golpes forman parte de la vida, padre ⎯respondió Jadlay con una madurez que dejó pasmado a su padre⎯. Aprenderé a recibirlos o a evitarlos. Morpheus se quedó sin palabras y volvió su atención al caballo, aunque parecía preocupado. Mientras que Jadlay,
  • 41. 41 una vez acabado de ensillar la montura, encajó un pie en el estribo y saltó sobre el caballo. El inmortal elevó la vista al cielo. En un día claro habrían podido ver frente a ellos, una enorme extensión de tierras de labranza, pero en aquel momento, aunque se había despejado la niebla, apenas podían distinguir el cercano lindero del bosque, hacia el este, y las llanuras de Jhodam. ⎯Pongámonos en marcha ⎯dijo Morpheus a la vez que saltaba sobre la montura⎯. Halmir nos espera pasado mañana. Espolearon los caballos y emprendieron el viaje. Pasaron las horas y la mañana se hizo cada vez más gris y caía una llovizna persistente. Morpheus y Jadlay cabalgaron a buena marcha durante los primeros kilómetros, pero luego disminuyeron el ritmo para no cansar a los caballos. El rey Nabuc de Esdras estaba seguro de lograr el apoyo de sus ministros para que le apoyaran en su indignante proyecto: subir los impuestos y ahogar a los habitantes de la ciudad y de los poblados vecinos, aunque éstos perteneciesen a Jhodam. Pero si conseguía el apoyo no era porque simpatizaran con sus ideas, sino porque le tenían pánico. Eso es lo que había conseguido Nabuc, que todos sus súbditos le tuvieran un miedo atroz. Él era el amo y señor de Esdras; y hacia cuanto quería, donde quería y como quería. Los aldeanos le tenían miedo y pagaban los altos tributos que exigía; estaban amenazados de muerte y el temor les impedía informar al rey de Jhodam del abuso al que estaban expuestos. Pero el rey-dios sabía más de lo que ellos pensaban y sólo esperaba el momento adecuado para exigirle las cuentas a Nabuc, éste que nunca había sido querido por su pueblo, lo sabía y no le importaba. Esdras se había convertido en una urbe acaudalada,
  • 42. 42 gracias a la opresión económica que obligaba a los habitantes a pagar cuatro veces más impuestos que el resto de las poblaciones. Y ahora, Nabuc quería añadir un impuesto más. Lo quería todo, tierras, habitantes, rebaños, minas… todo. ¡Era indignante! Eso es lo que pensaban algunos de los integrantes del clero, pero poco podían hacer contra su creciente poder. La tiranía del rey no tenía precedentes en todo el Nuevo Mundo. Incluso le había puesto el ojo a la bella hija de un levita del Templo de Esdras, Aby. Quería desposar a la joven, pero de ella no había recibido más que negativas. Los repetidos rechazos de la joven le enfurecían de tal forma que su ira acababa estallando sobre sus arruinados súbditos, imponiéndoles más cargas y gravámenes y adueñándose de esta forma, de todas sus cosechas o ganados. Los altos sacerdotes del clero que, eran conocedores de sus intenciones de contraer matrimonio con la hija de un integrante de la orden, no dejaban de pensar, ¿qué nueva maldad estará concibiendo? ¿Qué gana con ese matrimonio? ¿Lo hace por despecho al verse rechazado? Lo cierto es que no podían hacer nada. La mayoría de los integrantes eran cómplices, con su silencio, de la muerte del príncipe heredero hacía unos veinte años. No podían confesar la verdad al pueblo sin delatarse, pues ellos estuvieron gravemente implicados en la conspiración. Eran tan culpables como él. Aparte de los impuestos, Nabuc quería los condados de los alrededores. Pequeñas aldeas de ganaderos que disfrutaban de una cantera y un gran bosque, del cual sus maderas eran muy apreciadas por Jhodam. El rey Nabuc, quería esas maderas y el granito para construirse un nuevo palacio, fuera de la ciudad amurallada. Estaba dispuesto a incendiar esas aldeas con todos sus habitantes sí no le entregaban lo que él pedía. Pero conseguirlo no era tan fácil, la cantera y los bosques pertenecían a Jhodam, no a Esdras. Nabuc consciente del gran problema que existiría con el rey
  • 43. 43 del imperio jhodamíe, si él osara llevar a cabo sus planes, decidió actuar con misivas zalameras para convencer al rey de Jhodam de que le otorgara la concesión de esas tierras. Pero Nathan que no tenía ni un pelo de tonto, se negó en rotundo. Nabuc gozaba de una reputación siniestra y el rey- dios no quería tener nada que ver con él. Ni siquiera se conocían en persona. Jadlay apenas podía contener su excitación al aparecer la mítica Jhodam antes sus ojos. Él y su padre habían cabalgado, sin prisas, durante casi dos días, pero Jadlay no estaba cansado. Se sentía tan exultante como nervioso. Estaba a punto de conocer a Nathan en persona. Cuando divisaron el puente fronterizo, redujeron la marcha a medio galope, luego al trote; al cruzarlo, ya iban al paso. Cuando llegaron a la encrucijada, tomaron el camino real que comunicaba directamente con la primera de las avenidas que conducía al palacio. Morpheus miró recto, a través de la gran avenida que se alzaba majestuosa ante ellos. El palacio se encontraba a más de dos kilómetros de distancia. Los caballos avanzaban al paso y resoplando, mientras Jadlay observaba los jardines y las fuentes embelesado por tanta belleza. Justo al acabar la primera avenida ajardinada se alzaba otra que conducía directamente al palacio, pero esta no estaba bordeada de jardines sino de monolitos de más de dos metros de altura. Esta avenida era de creación reciente y reflejaba la riqueza de Jhodam en toda su magnitud. Se inauguró hace dos inviernos y finalizaba en un espectacular ninfeo que iba precedido de tres estanques circulares, situados estratégicamente en una perfecta triangulación, con fuentes de luz ornamentadas. El palacio estaba situado frente a los bellos jardines siguiendo un orden jerarquizado. La majestuosidad de todo el conjunto cortó la respiración a Jadlay, que se quedó sin palabras.
  • 44. 44 Unos metros antes de llegar a la escalinata principal, un gran obelisco de más de veinte metros parecía controlar a todo aquel que iba a poner un pie en el palacio, Jadlay pensó que iba a desmayarse de la emoción. Acostumbrado a las rudimentarias casas de las aldeas de Bilsán, el suntuoso palacio rodeado de inmensos jardines hipóstilos, ninfeo, pilones, estatuas y obeliscos construidos en granito y forrados de cristal era una pequeña muestra de la grandiosidad del imperio de Jhodam. La esterilizada escalinata de mármol dorado, precedía a la espectacular fachada de piedra roja cristalina que junto con las arcadas, columnas, pórticos y estatuas daban al palacio el aire divino que ostentaba desde hacía unos veinticinco años. Los capiteles de las columnas eran en su mayoría campaniformes multilobulados, mientras que en los patios, los capiteles tenían forma papiriformes. En el ala este, no muy lejos de las termas y después de los jardines interiores, había un templo reservado al culto privado del rey y constaba de un santuario, sin estatuas, sala hipóstila y patio porticado. Igualmente, las dependencias reales comprendían varias estancias, todas ellas iluminadas por claraboyas en los techos abovedados y lámparas tridentes colgadas en ménsulas de oro en las propias columnas. La guardia real al verles llegar les detuvo un instante. Halmir salió a recibirles. Iba vestido con una larga túnica negra, sin ceñir, bordada en oro. Engarzada en dos broches situados en cada hombro, portaba una hermosa capa de color púrpura que llegaba hasta el suelo. Su porte esbelto y elegante hacía juego con su cabello rubio que caía lacio sobre los broches dorados de la capa. Sus ojos grises, eran muy expresivos, casi tanto como los de su hijo. La expresión de su rostro mostraba a un hombre muy seguro de sí mismo y sus facciones suaves y dulces contradecían su carácter firme y autoritario. Morpheus y Jadlay se apearon de los caballos y se los entregaron al mozo de las caballerizas.
  • 45. 45 Jadlay se quedó muy sorprendido por el aspecto de Halmir. Su elegancia le causaba fascinación. ⎯¡Morpheus! ¡Amigo mío! —exclamó el padre del rey. Ambos inmortales se estrecharon las manos y luego, se abrazaron efusivamente. En esos momentos, apenas prestaron atención a Jadlay que permanecía detrás de su padre, más tieso que un palo. Unas palmadas en las espaldas y Halmir miró por encima del hombro de Morpheus, quedándose sorprendido. ⎯¿Es…? El inmortal se apresuró a responderle, interrumpiéndole. Le presentó nuevamente a su hijo, pues la última vez que Halmir vio a Jadlay tenía tan solo siete años. ⎯Sí, Halmir. Es mi hijo, Jadlay. El padre del rey se apartó de Morpheus, deseaba ver al joven con más perspectiva. ⎯¡Muchacho es increíble lo que has crecido! Jadlay respondió y le recordó algo… ⎯Ahora ya soy un hombre, mi señor. Halmir sonrió al comprobar que el joven no había olvidado el único encuentro que tuvieron hace trece años, pensó que era porque en esos años, él no había envejecido nada en absoluto. Jadlay no dejaba de mirar a su alrededor, asombrado por estar en un palacio de verdad. ⎯¿Te gusta lo que has visto hasta ahora? Jadlay desvió su mirada hacia Halmir. ⎯Sí ⎯afirmó⎯. Me habían contado muchas cosas sobre este palacio. Reconozco que tenía una idea preconcebida de cómo era y ahora puedo asegurar que mis informantes no se acercaron a la realidad ni en sueños. El joven dejó escapar un suspiro. ⎯Bueno, lo que ves es la parte externa —repuso Halmir—. El interior es mucho más espectacular, ya lo verás. Los tres accedieron al interior del recinto. Un laberinto de corredores se abrió frente a ellos y cada uno conducía a las diferentes dependencias del suntuoso
  • 46. 46 edificio. Halmir, independiente de que Morpheus conociese el palacio, hizo de guía y les enseñó la parte visible del palacio, excepto la residencia real. A ella, se accedía a través de una suave rampa, cerca de los jardines interiores. ⎯Este lado del palacio esta compuesto de cámaras ministeriales y estudios de la administración ⎯alzó la mano y señaló una gran doble puerta en forma de arco⎯. Allí está la biblioteca. Tiene un patio interior ajardinado y acristalado para facilitar la concentración y la lectura. Morpheus conocía muy bien el palacio, pero su hijo, no; éste tenía los ojos abiertos como platos. Toda aquella arquitectura y suntuosidad le habían dejado tan fascinado, que no se atrevía a pronunciar palabra alguna. Envuelto en la magia de aquel lugar, miraba, asombrado, sin perder detalle y escuchaba a Halmir con mucha atención. ⎯En el sector norte, a la altura de la sala hipóstila, cerca de la escalera caracol que conduce a la torre, se encuentra la entrada al complejo residencial de mi hijo. Abarca desde el norte hasta el sector este, incluye biblioteca privada, jardines, lago, termas… Todo para un descanso optimo. El lado sur conduce al Salón del Trono, Audiencias y Cónclave. Siguieron avanzando a través de los iluminados corredores. Mientras Halmir seguía con su exposición. ⎯En este palacio hay nueve salas hipóstilas y cada una de ellas tiene seis anexos. La mayoría están destinados al culto de los Iniciados y los inmortales. Llegaron al suntuoso y muy iluminado Salón del Trono. Halmir se detuvo en el estrado, junto al trono de su hijo; alzó la mirada y señalo al techo. Jadlay miró, embelesado, el sillón de oro macizo y luego, desvió la mirada a lo alto y se quedó perplejo: el techo estaba decorado con un espectacular cielo astronómico. ⎯El Universo conocido y por conocer ⎯afirmó Halmir⎯. A continuación de esta estancia está el vestíbulo, con la Sala de los Cónclaves a la izquierda. No os lo puedo enseñar, es un lugar sacro. A parte de todo esto, tenemos
  • 47. 47 varios templos con criptas en su interior. Y por supuesto, el mausoleo. ⎯¡Es increíble! ⎯exclamó Jadlay. Halmir siguió hablando. ⎯Después de la cruel masacre que infligió Apofis en Jhodam, hace veinticinco años, se tuvieron que reconstruir muchas salas que los rebeldes destruyeron totalmente. Ya no queda nada de todo aquello, sólo el mal recuerdo de aquellos días. Y de entre todo aquello, de entre toda aquella singular belleza arquitectónica y fantasía, lo único que realmente le interesaba a Jadlay era el rey-dios. Halmir estaba allí, guiando y controlando, dueño de sí mismo. Pero en ningún momento le había insinuado que iba a presentarles. Jadlay estaba que se moría de impaciencia y no deseaba que a Halmir se le olvidara algo tan importante. ⎯Perdonad que os interrumpa, mi señor, pero mi padre me ha traído aquí para conocer al dios —dijo sin titubear—. La verdad me gustaría verle cuando os parezca oportuno. A Morpheus se le subieron los colores a las mejillas, un poco avergonzado por las palabras de su hijo. Halmir ni se inmutó. ⎯Sí. Pero no tendréis la oportunidad de conocerle hasta la cena, jovencito. En estos momentos, mi hijo tiene demasiadas cosas de las que preocuparse ⎯refunfuñó Halmir⎯. Cosas tales como gobernar un país. Jadlay estaba dispuesto a decir algo, pero se tragó la lengua. Halmir le dirigió una rápida mirada a Morpheus, éste se sintió un poco incómodo por la insistencia de su hijo. ⎯Será una cena privada ⎯repuso Halmir—. Aparte de vosotros acudirán Ishtar, su hija Kali y por supuesto, Nathan. Jadlay frunció el entrecejo y su padre, bajó la mirada. Notó a su hijo, impaciente y temió que Halmir se diera cuenta de ello. Pero el padre del rey no le prestó atención. ⎯Mi hijo se siente muy honrado de estar aquí, ¿verdad
  • 48. 48 Jadlay? ⎯dijo Morpheus, mirando a su hijo por el rabillo del ojo. El joven al sentir los ojos de su padre clavados en él, desvió la mirada hacia otro lado. Durante un buen rato, los tres permanecieron allí, en el umbral del Salón del Trono, conversando hasta que Halmir tuvo la necesidad de seguir con el trabajo que había dejado aparcado y que no era otro que continuar la conversación que tenía con su hijo, sobre Esdras. Tenía muy claras sus prioridades. ⎯Jadlay te permitiré que vaguéis por el palacio. Espero que no os perdáis ⎯le dijo, sonriendo⎯. O sí lo preferís un guardia os llevará hasta vuestros aposentos —desvió la mirada hacia Morpheus—. Debéis estar cansados del viaje. A Morpheus le pareció bien la idea de descansar unas horas. Miró a su hijo y por la expresión de su rostro comprendió que éste no estaba dispuesto a descansar. ⎯No te preocupes por nosotros, estaremos bien. El venerable inmortal decidió dejarles solos para que descubrieran el resto del palacio. Sus gentes. Su decoración más profunda. Con noble educación hizo una ligera reverencia y se dispuso a marcharse. La larga capa púrpura era arrastrada por el brillante suelo de mármol. Jadlay le observaba perplejo. Le gustaba la forma de vestir de Halmir. Su elegancia aristocrática le fascinaba, sin duda. El ir y venir de gente era continuo. Un grupo de consejeros, con carpeta bajo el brazo y vestidos con túnicas drapeadas y lujosas togas granates, caminaban apresurados hacia algún lugar del palacio. La servidumbre, limpiando los aposentos. Los cocineros, atareados en sus quehaceres diarios. Guardias por todas partes y sobre todo escoltas reales, ataviados con jubones de cuero negro, capa, botas y espadas colgadas de vainas en la espalda, vigilaban los corredores, salas y terrazas de posibles intrusos.
  • 49. 49 «Este palacio es tan inmenso que encontrar al dios por casualidad es totalmente imposible», pensó Jadlay. Morpheus y su hijo, acompañados de un guardia se dirigían a los aposentos que Halmir les había concedido, cuando a lo lejos, Jadlay vislumbró una figura negra, alta y lúgubre que caminaba muy por delante de ellos, con cierta rapidez. Palideció de inmediato. No podía creer… Agarró a su padre por el brazo, obligándole a detenerse. ⎯¿Es quién creo qué es…? ⎯le preguntó excitado. Morpheus miró al frente, abrió la boca y la volvió a cerrar de inmediato, cuando el guardia se apresuró a responder. ⎯Sí, es Su Majestad. Jadlay se detuvo. Era un acontecimiento tan inesperado que su mente se bloqueó por completo. Lo reconoció al instante de verlo. Su larga cabellera rubia con sus rizos pendientes en espiral contrastaba con sus negros atuendos. De repente, supo que iba a hacer una locura y no hizo nada para contenerse, era superior a sus fuerzas. Gritó, reclamando la atención del rey. ⎯¡Majestad…! En ese instante, Morpheus y el guardia se abalanzaron sobre él para tratar de hacerle callar, tapándole la boca. Pero Nathan ya lo había oído. Se detuvo, levantó la vista y se volvió hacia ellos. Jadlay estaba hecho un flan. El rey se encaminó hacia ellos con parsimonia. Morpheus, ruborizado, puso una rodilla en el suelo y obligó a su hijo a hacer lo mismo. El guardia hizo una profunda reverencia y se disculpó por la actuación del joven. ⎯Majestad, siento mucho… Nathan con firmeza glacial, alzó una mano e interrumpió al guardia. Inmediatamente después, miró a los dos hombres que seguían con una pierna arrodillada en el suelo, cabizbajos. ⎯¡Retírate! ⎯le ordenó al guardia.
  • 50. 50 El guardia hizo otra reverencia y se alejó sin dar la espalda al rey. Morpheus que no se atrevía a levantar la cabeza, sintió como una mano delgada y enguantada le tocaba el hombro. ⎯Hola, Morpheus —dijo—. Mi padre me ha informado de vuestra visita ⎯entonces, Nathan desvió fugazmente la mirada hacia el joven, que parecía estar besando el suelo⎯. Por favor, levantaros. Los dos. Aliviados, el padre y el hijo obedecieron, en silencio. Al enderezarse, Jadlay se atrevió a mirar al rey a los ojos, fijamente. Quería comprobar por sí mismo si todo lo que decían de él era cierto. ⎯Perdonad a mi hijo —se disculpó Morpheus—. Se ha dejado llevar por sus arrebatos impulsivos. Os venera, majestad. Nathan sonrió ligeramente. Miró al joven, exploró su mente con la velocidad del pensamiento, y captó todas sus inquietudes. Jadlay ante él, estaba completamente desnudo. El rey, con sus casi dos metros de estatura, se inclinó ligeramente, susurrando al oído del inmortal: ⎯Quisiera compartir con vos una confidencia… El corazón de Morpheus palpitó. No se atrevía a imaginar las palabras que el rey iba a pronunciar. Notó como su hijo le clavaba la mirada, celoso. Lo miró. ⎯Yo soy más impulsivo que vuestro hijo. Morpheus vio a Nathan sonreír, tenso. Aquella sonrisa le torturó como un relámpago o era su imaginación… Sus pensamientos se hicieron confusos. Nathan se enderezó y miró al joven. ⎯No creo haberos concedido audiencia. Jadlay tragó saliva. Se dio cuenta de que era él quien tenía que disculparse, no su padre. ⎯Perdonar por haberos llamado a gritos ⎯se excusó⎯, pero deseaba conoceros. Llevo esperando este momento mucho tiempo.
  • 51. 51 Nathan alzó la mano, con expresión despreocupada. ⎯No te preocupes —dijo—. No tiene importancia. Sin embargo, debéis aprender a esperar. La paciencia es una virtud y por lo que veo, careces de ella. Morpheus escuchó en silencio las palabras de Nathan y presintió una tormenta. Y no estaba equivocado. Unas palabras que, Jadlay, no aceptó de ningún modo. Sin embargo, pensó que la reprimenda a su hijo era la adecuada dadas las circunstancias. De eso, no tenía dudas. Jadlay notó que le temblaban las piernas y haciendo acopio de todo su aplomo se enfrentó al rey. ⎯Os conozco bien —dijo sin pensárselo dos veces—. No creo que exista un ser más insondable que vos, Majestad. Nathan se sintió agraviado por aquellas palabras, pero no lo demostró. ¿Cómo pretendía conocerle un desconocido, aunque éste fuese el hijo del rey Ciro, si él a veces dudaba hasta de su identidad? Morpheus no daba crédito a lo que habían escuchado sus oídos, incómodo, bajó la vista de nuevo. Si no iba con cuidado acabaría pagando él, los platos rotos. La deidad clavó la vista en Jadlay hasta que él comenzó a sentirse molesto. ⎯¿Crees qué me conoces, ínfima criatura humana? El tono de Nathan se hizo muy severo. Jadlay se inquietó al mismo tiempo que se llenaba de ira. Ambos se fulminaron mutuamente con la mirada. ⎯¡No creo merecer vuestras crueles palabras! ⎯masculló Jadlay, desafiante. Nathan no aceptó que cuestionaran su autoridad. ⎯¡Vuestra insolencia merece un castigo! ⎯replicó el dios. Morpheus miró a su hijo, preocupado. El fuerte carácter de Jadlay había sido aplacado de forma arrolladora. Reconoció que el trato de inferioridad que le había aplicado Nathan, destruyó, por algunos momentos, la coraza pendenciera de su hijo.
  • 52. 52 En ese momento, Nathan decidió no seguir con su juego y les dio la espalda. Antes de irse les dijo: ⎯Os espero a los dos en la cena de esta noche. Morpheus, aprovechando ese instante en que Nathan seguía aún allí… ⎯Mi hijo es muy joven —dijo—. Es fogoso e intolerante y sólo piensa en ponerse de relieve y esto le ha hecho cometer una grave imprudencia. A lo que Nathan respondió: ⎯Sin duda tenéis razón, Morpheus. A vuestro lado y bajo vuestra responsabilidad, tales incidentes no pueden producirse. Os hago personalmente responsable. Sin embargo y puesto que estás emparentado con mi padre, seré transigente y olvidaré lo ocurrido ⎯miró fugazmente al joven⎯. Pero os lo advierto, haced que vuestro hijo aprenda que la autoridad se respeta o de lo contrario tomaré cartas en el asunto. Dichas estas palabras, Nathan se alejó de ellos y desapareció al girar una esquina. Con la rabia en el corazón, Morpheus le propinó a su hijo un bofetón. Jadlay sorprendido se llevó las manos a la mejilla golpeada. Nunca antes, le habían pegado. ⎯Lo siento, padre ⎯se excusó, cabizbajo. Morpheus apretó los dientes. ⎯No vuelvas a ponerme en evidencia. Jadlay dejó fluir su carácter pendenciero, sintió un arrebato de furia y se enfrentó a su padre. ⎯¡Él me ha depreciado! ⎯masculló. ⎯No, hijo. El rey te ha puesto en tu sitio. ¡No lo olvides! Las palabras de Morpheus hicieron efecto en el arrogante joven y sobre ellos se abatió un silencio abominable, una sensación casi apática, de derrota que Jadlay no pudo controlar. Era una noche especial. El vasto salón de banquetes y sus
  • 53. 53 terrazas estaban perfectamente iluminados con bellas lámparas tridentes de cristal encrustradas en las columnas. Había música y vino, y el relato de la antigua profecía contado por Halmir; y más vino, afrutado, ácido, seco…, para todos los gustos. Sin embargo, en aquel salón faltaban dos personas: Kali y Nathan, aún no habían hecho acto de presencia. Ishtar supuso que la tardanza era debida a algún arrumaco de la pareja en la intimidad de sus aposentos. Sonrió sólo con pensar en ello. La música sonaba suave y lenta, con el sólo propósito de amenizar el ambiente. Era una cena íntima, sin protocolo y por supuesto, sin heraldo. Nathan lo había decidido así. No deseaba que pronunciaran sus títulos entre los que él consideraba su familia. Morpheus, en pie junto a su hijo, conversaba animadamente con Ishtar y Halmir. Mientras que Jadlay permanecía ajeno, ensimismado, sin prestarles atención. Sabía que había hecho el ridículo frente al rey y no encontraba la forma de disculparse. Es más, eso de disculparse no iba con él; el sólo hecho de tener que rebajarse ante alguien tan poderoso le provocaba dolor de estómago. Es cierto, no podía negar que lo admiraba y en el fondo hasta lo envidiaba; quería ser como él y tener su poder. En ese instante, una punzada de remordimiento lo atacó en los más recóndito de su ser y por un momento tuvo unas ganas… «¿Debería escabullirme y huir del palacio? No, seré realista y trataré de sobrevivir a la tormenta», se dijo con aire sombrío. Deseaba poder confiar en alguien. Pensó en su padre, él era la mejor opción que tenía, pero Morpheus, era un inmortal y no podía esperar que le defendiese siempre. Tenía que ser él y sólo él, quien se rebajara ante el rey. Temía el momento que Nathan hiciera su aparición, realmente lo temía. Sólo pasaron unos minutos cuando Nathan y Kali
  • 54. 54 entraron en el salón de banquetes amorosamente cogidos de la mano. El rey iba majestuosamente vestido. Su aspecto era impresionante. Llevaba un jubón de cuero negro, con el blasón real bordado en oro sobre su pecho y una capa granate de terciopelo sujetada en sendos broches, de los hombros. Los tres inmortales al verles llegar se volvieron hacia ellos. ⎯¡Por fin podremos cenar! ⎯exclamó Halmir. Nathan se excusó rápidamente. ⎯Perdonad mi retraso, pero tenía asuntos urgentes que tratar. Halmir miró a su hijo con expresión pícara. Sabía muy bien lo que significaban esos asuntos urgentes. Con contemplarla a ella bastaba para adivinarlo. Ningún hombre en su sano juicio podría desperdiciar un momento de placer con una mujer tan hermosa. ⎯Ya, ¿con qué asunto urgentes, eh? ⎯bromeó Halmir. ⎯Sí, padre. Asuntos que no podían demorarse. Halmir no pudo contener la carcajada. ⎯¿De veras? ¡No me digas! Está vez Nathan no le respondió; le miró con el ceño fruncido y regresó junto a Kali. Ella se había alejado unos metros de él y estaba conversando con su padre; sin ser ajena a la mirada ardiente que Jadlay le dispensaba. El joven nunca había visto una mujer tan hermosa. Kali estaba bellísima con su larga cabellera rubia cobriza, recogida hacia atrás y sujeta con un prendedor de oro. Sus ojos de un azul clarísimo, casi albinos, brillaban con una intensidad hipnótica. Nadie de los allí presentes era indiferente a tanta hermosura. Vestía una túnica de seda azul celeste que le llegaba hasta los pies; éstos, enfundados en unas sandalias bordadas con hilo de oro, estaban delicadamente enjoyados. En los tobillos, unas tobilleras portaban unos pequeños cascabeles, con forma de campanillas, de oro, plata y pequeños diamantes, que al caminar tintineaban perfectamente acompasados. Jadlay,
  • 55. 55 nada más verla se enamoró de ella, la contemplaba fascinado, con la respiración acelerada y los ojos brillantes por el deseo. Se le olvidó que tenía que disculparse ante Nathan por su comportamiento, en esos momentos sólo tenía ojos para ella. Morpheus se dio cuenta y se apresuró a susurrarle al oído: ⎯La dama es inaccesible, Jadlay. El joven al escuchar las palabras de su padre sintió una oleada de rabia y admiración hacia Nathan. «Debería contentarme con amarla platónicamente, pero es difícil… ¡Es una diosa!», pensó. Cada uno de ellos tomó su asiento en la mesa redonda, ricamente decorada. Kali se sentó junto al rey, ambos estaban flanqueados por Ishtar y Halmir; frente a ellos, Jadlay y su padre. Unos escanciadores se acercaron a la mesa y ofrecieron los mejores caldos provenientes de los viñedos de Shantany, que sirvieron con precaución en copas de cristal. Las fuentes de alabastro estaban repletas de ricos manjares, su presencia invitaba a probar de todo: pepinos rellenos, pato asado, carne asada con nueces y confitura, uva y pasas amenizadas con ambrosía, manjar especial para Nathan, y todo tipo de frutas caramelizadas. El rey levantó su copa. ⎯Bebed ahora, amigos míos ⎯les dijo a los presentes con una sonrisa. Vació su copa y volvió a colocarla sobre la mesa con un golpe. Se volvió hacia el joven que tenía en frente⎯. Y bien, Jadlay, por lo que me ha comentado tu padre, deseas ser guerrero e incluso, me ha llegado a mis oídos que aspiras a algo más, como ser rey… ¿no es así? ⎯No se trata sólo de lo que desee, Majestad ⎯respondió⎯. Creo que Bilsán necesita un rey, no un senescal como Baal Zebub, y yo deseo ser ese rey. ⎯¿De veras? Jadlay, no puedes reclamar lo que no es tuyo. Bilsán es mía por derecho ⎯Nathan no salía de su asombro. Bilsán pertenecía a Jhodam y él era el rey de Jhodam. Realmente el muchacho tenía carácter, igual que su
  • 56. 56 verdadero padre, el rey Ciro. Pues Nathan era quién más informado estaba sobre los orígenes del joven, pero él al igual que Morpheus y el resto de los inmortales no consideraban que fuera el momento adecuado para decírselo. Esa verdad, tendría que esperar⎯. Sin embargo, si es eso lo que quieres… Bien, ¡gánatelo! Pero si te ofrezco un reino, puedes estar seguro de que no será Bilsán. Morpheus, que no perdía detalle, tenía tensos todos los músculos del cuerpo. Al escuchar que su hijo quería ser rey le cogió totalmente desprevenido. No tenía ni idea. «¿Quién le habrá inculcado esa idea en la cabeza?», se preguntó. Halmir le hizo una seña para que se calmase. Sabía cuales eran las intenciones de su hijo y el asunto no iría a más. ⎯¿En serio? ⎯preguntó Jadlay casi sin creérselo⎯. En las pocas horas que llevo aquí, jamás hemos estado de acuerdo con nada. ⎯Ya, pero tal vez podamos trabajar juntos por una causa común. ⎯¿Una causa común? ¿A qué os referís, Majestad? ⎯Si deseas ser rey, primero has de derrotar al rey Nabuc. Tiene oprimido a todo su pueblo. Concédeles la libertad y yo bendeciré tu coronación. Jadlay no podía dar crédito a sus oídos. ¿Acaso Nathan estaba hablando de una declaración de guerra oculta? —¿Me ofrecéis Esdras? —preguntó asombrado—. ¿Sin presentar batalla? Lo veo un poco difícil, Majestad. Dudo que Nabuc se quede de manos cruzadas Sin duda, Nathan jugaba fuerte; más fuerte de lo que jamás hubiera pensado Jadlay. ⎯¿Batalla? Es posible… Sin embargo, si se hace bien, no creo que sea necesario declarar la guerra —dijo el rey—. ¿Estás de acuerdo conmigo? —preguntó—. ¿Acaso no puedes abordar la responsabilidad que se te ofrece? ¡Demuéstrame que vales! Jadlay tragó saliva, carraspeó. ⎯Debo pensar qué me estáis ofreciendo una alianza, ¿es
  • 57. 57 así? ⎯Por supuesto que sí ⎯respondió Nathan⎯. A ninguno de los dos le queda otra alternativa. Tú quieres ser rey, y yo quiero el derrocamiento de Nabuc. Jadlay levantó la copa, aceptando el pacto. —No os fallaré, Majestad. —Eso espero, Jadlay —respondió el rey—. Tengo puestas todas mis esperanzas en ti, no me defraudes. Nathan satisfecho recorrió con la mirada a los que habían mantenido silencio, éstos lo miraban atónitos. ⎯Ahora bebed y comed todos conmigo. Morpheus suspiró, aliviado. Un rato después de firmar la alianza… Nathan, como era costumbre en él, no tenía hambre. La comida de su plato se enfrió, y lo hizo a un lado. Ligeramente embriagado por el vino blanco que tanto apreciaba, observaba. En un determinado momento creyó captar una mirada intencionada y fugaz entre Kali y Jadlay y algo se encendió en su interior. De repente, sus pensamientos se volvieron tan sombríos como la oscuridad de la noche. Nathan sintió que faltaba mucho para que él perdiera el dominio en sí mismo. No era celoso, pero temía perderla. A pesar de que no faltaban los ingredientes indispensables para el buen transcurrir de la velada; aunque la conversación no decaía y se había sellado una alianza entre Nathan y Jadlay, Halmir percibió cierto malestar entre ambos. Por un momento, creyó que eran imaginaciones suyas, pero pronto se dio cuenta de que no, efectivamente ambos estaban afectados por algo. Y ese algo no tenía relación con la reprimenda anterior, ni con el pacto, sino con Kali. Si su intuición no le fallaba auguraba una fuerte tormenta. Sin embargo, ocurrió lo inesperado. Kali, al sentirse deseada por el joven mortal, se dio
  • 58. 58 cuenta de lo mucho que amaba a Nathan. Porque de pronto, deseó su cuerpo casi con voracidad. Aquél joven había despertado la fiera que ella llevaba en su interior y el disfrute era exclusivo para su dios, al que amaba con una pasión incontrolable. Se acercó al oído de Nathan, susurrándole: ⎯Vayámonos ⎯le susurró al oído⎯. No puedo contener mis deseos de amarte. Nathan, azorado, dejó el vino y se puso de pie. Los demás comensales alzaron la vista, extrañados. Jadlay apretó la mandíbula, tenso. ⎯¡Quedaos, comed, bebed y disfrutad de la velada! ⎯les dijo a los presentes. Y, mientras todos caían de bruces, sorprendidos; Nathan se encontró arrastrado hacia la puerta, y luego por el vestíbulo, por una hermosa mujer que le susurraba cosas que lo excitaban más y más. Kali no deseaba ir al aposento sino que lo condujo al jardín, junto al lago, y fue allí mismo, a la luz de las dos lunas, donde la poseyó por segunda vez en unas horas, con delicadeza. Satisfecho sus deseos, ambos permanecieron un rato juntos sobre el suave césped, jadeando, mientras en el gélido aire de la noche resonaban los ecos suaves de la música inspiradora que amenizaba el salón de banquetes. ⎯Te amo, Nathan —dijo—. Sólo deseo ser tuya. Mi cuerpo te desea y sabes que me humillo ante ti, buscando encontrar tu amor o tu total indiferencia. ¡Abrázame! Nathan la atrajo hacia sí, susurrándole palabras llenas de pasión. ⎯Kali, no dejes de amarme. No sé que sería de mí si te perdiera. Ella le miró extrañada. ⎯¿Por qué dices eso? ⎯preguntó. Nathan inclinó la cabeza. Tenía tanto miedo de perderla, que sería capaz de matar por ella. ⎯Jadlay ⎯dijo⎯. He visto como te miraba…
  • 59. 59 Ella no le dejó seguir. Puso su dedo índice sobre sus labios y le obligó a mantener silencio. Luego, le besó con voracidad. Nathan totalmente encendido de pasión, la depositó sobre el fresco manto verde, sosteniendo con un gozo tan intenso que hasta sintió dolor, ese cuerpo aterciopelado que se le brindaba; olvidó su naturaleza divina, olvidó su linaje real, lo único que deseaba era amarla durante toda la eternidad. La poseyó, de nuevo, con actitud insaciable; con los ojos fijos en su rostro, observando cómo sus facciones hermosas se transfiguraban con el éxtasis. Después permanecieron tendidos, sonriendo, la brisa gélida de la noche secándoles la transpiración del cuerpo, abrazados, pensando ambos en el mañana. ⎯Deseo tanto tener un hijo tuyo… ⎯confesó ella, con voz melosa. Nathan sonrió, cansado. «Un hijo…», pensó. Tenía miedo de ser padre. Hace años, casado con Selen, apunto estuvo de serlo. Pero el destino hizo que la muerte, en forma del perverso hechicero Odin, se llevara a su esposa y al hijo que ésta esperaba. Nunca se ha recuperado de aquello, nunca. Nathan se puso las calzas, el jubón y se colocó la capa. Un cansancio extremo le amenazaba con hacerlo dormir varios días seguidos. Ella se dio cuenta de su temor y no insistió, lo besó en los labios antes de levantarse y recorrer vacilantes el sendero de regreso al aposento.
  • 60. 60 Capítulo 4 Los Sicarios de Nabuc Enós y Gamaliel eran muy buenos en su trabajo. Sicarios, asesinos sin remordimientos, que seguían después de casi veinte años a las órdenes de Nabuc. El rey les dio aposento en el castillo y trato preferente. Desde el asesinato de la joven nodriza Maia y también, supuestamente, del príncipe heredero no habían vuelto a matar a cambio de oro. Después de aquel incidente, el rey usurpador les cedió el control de las recaudaciones de impuestos y eran ellos, junto con un grupo de soldados, los encargados de cobrar a los ganaderos y agricultores. Eran la extensión del rey. A dónde no llegaba Nabuc, llegaban ellos. Ante los agobiados súbditos, los sicarios se mostraban implacables. Cuando los campesinos y ganaderos advertían su presencia se apresuraban en proteger sus pocas propiedades, ocultando en algún lugar seguro objetos personales o el poco dinero que disponían. A veces, éstas pobres gentes conseguían sus propósitos y con lo poco que tenían guardado subsistían el duro invierno; pero en otras ocasiones, los sicarios, que eran muy astutos, descubrían en las inspecciones el dinero escondido en cualquier bote, caja o bajo las baldosas de piedra que adornaban el suelo. Sin dinero, los campesinos se enfrentaban a la hambruna y eso en los tiempos que corrían era lamentable. El rey de Jhodam era muy consciente de lo que ocurría, pero no podía intervenir. Si quería actuar, debía hacerlo oculto bajo la
  • 61. 61 máscara de alguien dispuesto a servirle y ese alguien, era Jadlay. La represión había llegado a los límites soportables. Una situación que amenazaba a todos los trabajadores del campo; éstos sin medios para subsistir, se veían obligados a suplicar ayuda a los monjes del Monasterio de Hermes, un lugar donde se adoraba el culto a Ra. En medio del patio porticado y junto al pozo había dos grandes sacas cargadas de patatas, nabos y zanahorias, a la espera de que dos fornidos monjes las trasladaran a la cocina del monasterio. Aprovechando que el portón del muro estaba abierto y no había vigilancia, dos hombres, vestidos con ropas andrajosas y capas grises, entraron apresurados en el recinto monacal y cruzaron el patio en dirección a las escaleras que conducían a la cocina. La atmósfera en la cocina era densa. Hacía calor y el olor a guiso de ganso invadía todos los rincones. Se escuchaba el sonido estridente de los cucharones cuando los monjes cocineros removían los sabrosos guisos que se cocían muy lentamente en las cacerolas. Dos cocineros, con los rostros sudados por el calor, estaban preparando la comida con la ayuda de cinco mozos aprendices. Había tres grandes hornos, dos en los extremos y el otro con una gran chimenea, en el centro de la cocina. Uno de ellos lo usaban exclusivamente para hornear el pan y los otros dos, para carnes y pescados. En uno de aquellos hornos, estaban asando un cordero ensartado en un espetón al que daba vueltas sin cesar uno de los aprendices. En unas grandes ollas de hierro, llenas de agua, hervían zanahorias y patatas. El pan ya horneado era sacado del horno por dos jóvenes, que luego cortaban sobre un tajo de mármol rebanadas que colocaban sobre unos cestos de mimbre. El Abad Tadeo, que tenía fama de ser un gran cocinero, supervisaba todo aquel trabajo mientras afilaba su cuchillo favorito. Observaba la
  • 62. 62 frenética actividad, envuelta en un caos aparente cuando irrumpieron en la densa cocina dos hombres harapientos. Estaban hambrientos y venían a suplicar comida para sus familias. Tadeo se acercó a ellos, estaba afilando el cuchillo del queso. Era un hombre corpulento y activo, de ojos grandes y cabellos oscuros, vestido con atuendos monacales. ⎯No les preguntaré cómo han entrado en el monasterio ―dijo―, pero el hecho de que estén aquí es por algo, y espero que ese algo sea importante. ¿Puedo ayudarles en algo? Los ganaderos Isacar y Onán, le dedicaron al abad una profunda reverencia; éste les hizo una seña con el cuchillo para que se dejaran de formalidades. ⎯Los secuaces de Nabuc nos han dejado sin cosechas ni ganado, ni dinero… ―dijo Isacar―. Y no tenemos con qué alimentar a nuestras familias, nos presentamos ante vos para suplicarle algo de alimento. Tadeo frunció el entrecejo. El problema de siempre. Estaba harto de Nabuc y sus impuestos. El monasterio, para conservar su integridad, también se veía sujeto a parte de esos gravámenes, pero no les molestaban tanto porque el rey de Esdras sabía que Jhodam estaba detrás. Reconoció que a los pobres trabajadores del campo, no sólo los explotaban a trabajar, sino que encima, luego, les robaban el dinero, alegando pago de impuestos. Una deuda ilegal que, bajo serias amenazas, se veían obligados a saldar. Aquella situación era insostenible. ⎯Mi primera preocupación es sobrevivir en este monasterio con el resto de mis hermanos y conservar nuestro edificio. Pero, en ciertos casos es prioritario el bienestar de los aldeanos y por tanto suplir la falta de alimentos es una obligación moral que nosotros podemos satisfacer. ⎯Agradecemos su ayuda. Pero sabe Ra que esto no puede seguir así. ¡Nos están matando de hambre! ⎯dijo Isacar.
  • 63. 63 Onán escuchó a su compañero, en silencio. En las callejuelas de la ciudad amurallada escuchaba a las gentes hablar sobre levantamientos contra la monarquía, pero de eso hacía mucho tiempo. Conspiraban, pero no servía para nada, el temor los echaba para atrás. Y aún, en los tiempos aciagos que corren, siguen hablando. Es un problema de difícil solución, pues están solos ante el enemigo y éste es muy poderoso. Decidió exponer su punto de vista al monje, pues éste parecía muy interesado en la situación que estaba viviendo Esdras. ⎯El problema es que nadie levanta la voz ―dijo―. Nabuc ha de ser derrocado y pronto. Me parece una hipocresía como la gente habla a diario de enfrentarse al rey y al clero y luego, cuando llega el momento de la verdad nadie hace nada. Tadeo escuchó a los dos hombres. Por un momento, quedó desconcertado. La situación, en las proximidades de Esdras, era peor de lo que esperaba. Cómo siervos de Ra, los monjes del monasterio no podían dejarles morir de hambre. Iba contra las leyes arcanas. Sin embargo, comprendió que aunque diesen de comer a esas gentes el problema seguiría existiendo. ⎯En cualquier caso, no ganamos nada lamentándonos ―dijo Tadeo―. La cuestión es conocer nuestras limitaciones. Podemos seguir aguantando, o revelarnos y provocar un estado de guerra. Isacar se quedó perplejo. ¡Un monje hablando de provocar una guerra! ⎯¿Un estado de guerra? ―Isacar preguntó con celeridad―. ¿Y cómo cree que vamos a defendernos? No tenemos armas y nuestros jóvenes ni siquiera saben empuñar una espada. Tadeo trató desesperadamente de encontrar algo que decir. Los ganaderos tenían razón. Estaban siendo matados de hambre y todo para que un rey usurpador acaudalara más y más dinero para construir su nuevo palacio. Era un acto