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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. Episodio 1.

Por Ellie Debyk

Disclaimer:Los personajes de "Xena Warrior Princess" pertenecen a MCA/Universal y Renaissance Pictures, y a todos los que
se apuntan al carro. No se pretende infringir ningún derecho de autor ni existe ánimo de lucro, ni el Pontevedra va a ganar
la liga.
Agradecimientos a la factoría igYrek por ser una fuente constante de inspiración y enseñanzas, a Gandarela 11 Produccións
por tener fe donde a mí me falta, y a mis dos inseparables miembros del trío La-La-Lá por tocarme la... moral.

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Violencia: La Primera Guerra Mundial.

El Soldado Desconocido.

Prefacio.

– Je peux vous aider, madame?

Mi nombre es Xena Amphipolis, aunque llevo tiempo siendo conocida como Xena Poteidia.
Guerrera. Nací para serlo. Lo he sido siempre.
– Pardon?

Hija de Cyrene.

Hija de Ares, dios de la guerra.
– Vous allez bien?
Madre de Solan.
Madre de Eve.

Madre de Galia.

Madre de Tristan.

– Je devrais retourner, c'est l'heure de la fermeture du tunnel...
Princesa Guerrera, Destructora de Naciones.
– Vous m'entendez ou...?

Amiga de Gabrielle Poteidia.

Amante de Gabrielle Poteidia.

Alma gemela de Gabrielle Poteidia.
Esposa de Gabrielle Poteidia...

– Oui, oui. Excusez–moi. J'étais... absorte en regardant la flamme. Excusez–moi... je pars tout de suite.
...viuda de Gabrielle Poteidia.

La mujer alta morena, escondida en su chaqueta de cuero, se dio la vuelta rápidamente y se perdió en la oscuridad del túnel
que llevaba a la salida. El guarda se quedó perplejo. Miró a su alrededor para comprobar si había alguien más, y con un
gesto despectivo abandonó la tumba del Soldado Desconocido, en el corazón del Arco del Triunfo. En París. En los Campos
Elíseos.
 
 
I.
Frontera Lituania–Rusia, madrugada del 18 de septiembre de 1915 .
– Nunca había visto nada igual, señora. Estas bombas son como... como rayos...
Liev se revolvió un poco en su sucio uniforme buscando una posición cómoda entre las trincheras. No era más que un
muchacho, acababa de cumplir 17 años y ante él se descubría un futuro laborioso como campesino, seguir los pasos de su
padres en una sacrificada lucha por la vida. Aunque sus expectativas no habían contado con una guerra mundial de por
medio. Ni en las de él, ni en las de la convulsionada Rusia que se debatía por encontrar su sitio en el turbulento futuro.
A su lado, la mujer griega que había sido su teniente en los últimos dos meses, como mandato directo de Moscú, del
mismísimo Nicolás II, observaba distante cómo caían las bombas sobre el extenso campo de batalla que era ahora la
frontera lituano–rusa.
Xena miró al soldado con seriedad indicándole que se preparara. No hacía falta mediar demasiadas palabras con sus
subordinados, irónicamente, al igual que en su lejana época como Señor de la Guerra.

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Tantos recuerdos.

La mujer vio en el muchacho un atisbo de terror.
– Todos tenemos miedo. –dijo ella.

El muchacho asintió con ojos tristes y desapareció entre la apretada marea de soldados para buscar su posición. 
Xena se apoyó sobre el borde de la trinchera y siguió mirando cómo caían los obuses sobre la tierra.
– Yo sí he visto algo igual.

Los recuerdos de lejanos tiempos pasados la invadieron. Los recuerdos de rayos casi tan iguales a estos que ahora caían de
manos de los hombres. Sólo que, los que ella tenía en mente, eran enviados por dos diosas encolerizadas.
– ¿Una Reina Amazona puede con una Princesa Guerrera?
– ¿De verdad quieres comprobarlo?

Cuando pensaba que estaban condenadas por los dioses, Gabrielle se sentía llena de razón. Si no era Ares, era Morfeo, si no
era Morfeo, era Baco, si no era Baco, Hera o cualquier otro les saldría al paso. Tenía mucho de ironía que incluso sus
enemigas se convirtieran en diosas...
Lo que sintió el corazón de Gabrielle cuando vio a Velasca tambaleándose, con el trozo de ambrosía en la mano, fueron
ganas de gritar. O de suicidarse allí mismo antes de que la matara con sus propias manos: no pensaba darle esa
satisfacción. Pero cuando Xena le dijo que tenían que liberar a Callisto, aquello fue peor que si lo hubiera hecho: que si la
hubiera desintegrado en uno de aquellos rayos que casi habían acabado con la propia Xena.
– No es justo que nos pase esto... precisamente ahora –Gabrielle murmuraba mientras caminaban en silencio hacia la prisión
de Callisto.
Entonces notó unos brazos alrededor de ella, un abrazo dulce que la hizo temblar. Le encantaba no haberse acostumbrado,
porque así cada vez era como la primera.
– Lo sé... –un beso en el pelo rubio– Pero no nos queda otro remedio. Si hubiera otra manera de no enfrentarnos a ella,
salir de aquí y poner rumbo a ninguna parte, sabes que lo haría...
– No. No lo harías, Xena. Tú no eres así. Tú nunca huyes.

– Huí de ti durante tres años. Que la muerte misma haya venido para abrirme los ojos es algo que no juega mucho en mi
favor, ¿no crees?
– Eso es distinto. Te recuerdo que yo también tuve algo que ver en no reconocer lo que sentía antes de que... –la joven
colapsó en lágrimas en los brazos de su guerrera.
– Shhh... ya está, ya está... Ahora estoy aquí y no pienso dejarte marchar.

Xena irguió el rostro de Gabrielle entre sus manos, sonriendo, para hacer que la bardo se tranquilizara.
– ¿Necesitas otro beso? –preguntó la guerrera–
Gabrielle sonrió tímidamente.

– Oh, sí, por favor. Me encantan los besos sin el maldito bigote de Autolycus...

Xena rió antes de fundir sus labios con los de Gabrielle en un profundo beso lleno de buenas expectativas.
– ¡Noooooooooo!

Gabrielle no podía creerlo. Vio a Xena caer al vacío junto con Velasca y Callisto y gritó, su corazón se desangró allí mismo.
Su mente repetía que no podía ser. Pero cuando se encontró sola, con tan sólo el murmullo del río de lava como fondo,
comprendió que era verdad. Xena se había sacrificado por ella una vez más. Acababa de recuperarla de la muerte, de
confesarle que la amaba, de descubrir que aquellos sentimientos eran correspondidos, y por sus incompetentes decisiones, la
había perdido de nuevo. Para siempre. Gabrielle estaba llorando sobre el borde del acantilado cuando Ephiny y el resto de las
amazonas la encontraron.

*

– ¿Cómo lo lleva? –Solari preguntó cuando vio salir a Ephiny de la cabaña.
La nueva reina amazona parecía desorientada y dolida.
– No sé cómo... consolarla. Ha estado llorando todo el día.

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– Y seguirá llorando toda la noche –apuntó su amiga.

– Escúchame: quiero que tú y las demás os quedéis aquí, si ocurriera algo, lo más mínimo, entrad ahí dentro. No quiero que
cometa ninguna locura...
– ¿Crees que sería capaz?

Ephiny miró por encima de su hombro para observar la puerta cerrada de la cabaña, antes de emprender su marcha hacia el
norte.
– Muy capaz. –contestó.

*

– ¡Ares! Sé que estás aquí, vamos, muéstrate...

– ¿Pero a que se debe este placer...? ¡La mismísima Reina Amazona haciéndome una visita personal en el Salón de la
Guerra! Bueno, tengo entendido que la reina es la rubita irritante, pero te ha pasado el puesto, ¿no? Vaya, ¿no os trata bien
Artemisa, pequeña Ephiny?
Ephiny suspiró y trató de mantenerse firme ante el Dios de la Guerra.
– No he venido por Artemisa. Sino por Xena.

– ¿Xena? Ah, mi gran orgullo. ¿En qué lío se ha metido esta vez?

– Lo sabes perfectamente. ¿No lo sabéis todo los dioses? Xena ha muerto...

Dicho esto, Ares rompió en una tétrica carcajada que hizo estremecer cada poro de la piel de Ephiny.

– No sé qué tiene tanta gracia... pensé que te apenarías bastante, a decir verdad. –Ephiny confesó con desprecio–

– Bueno, sí, me apeno por vosotras, pobres ignorantes. Mi pequeña Xena debe ser un fenómeno, sobretodo ahora que ha
probado la ambrosía...
– ¿Qué? –Ephiny frunció el ceño confusa– Escucha, he venido a pedirte que la traigas de vuelta. Tú la quieres, digas lo que
digas, y la quieres viva. Con ella muerta no hay ninguna posibilidad de que algún día regrese a tu causa. Pero viva...
– Pero viva, esa mocosa acaparará toda su atención. ¡No, gracias! Además, Ephiny, ¿sabes lo peligroso que es venirle a pedir
un favor al Dios de la Guerra?
Ares salió de su trono para adelantarse y acercarse peligrosamente a Ephiny. Acarició el pelo rizado de la amazona, y llevó
su boca al lóbulo de su oreja.
– Puedo ser demasiado peligroso... ¡ouf!

Ares recibió un rodillazo en la entrepierna que lo hizo encogerse. Sonrió complacido.

– Bien, me gustan las peleonas... –dijo mientras se levantaba– Pero insisto, no hay nada que yo pueda hacer por Xena...
Ares volvió a su trono sin más, y Ephiny suspiró con frustración.

– Entonces es verdad lo que dicen. El Dios de la Guerra no conoce la compasión –Ephiny atacó– Qué pena.
Ares sonrió y asintió orgulloso. La amazona volteó y se encaminó hacia la salida.
– ¡Ella no está muerta! –gritó el dios.
Ephiny se giró sobre sus pies con lentitud. Sus ojos sorprendidos, el resto de su cuerpo, inmovilizado.
– Gabrielle la vio caer a ese foso de lava. Nadie resiste eso. Ni siquiera Xena.
– Nadie que no haya probado la ambrosía... y que sea hija de un dios.
Ephiny avanzó dos pasos, con el temor de caerse.
– No puede ser...
– Sí puede. Es curioso cómo el concebirlos no significa que nos pertenezcan... en ningún sentido. Mi pequeña Xena me ha
dado muchas alegrías, pero últimamente... No, su cambio de bando no me ha hecho sentir orgulloso. ¿Sabes lo que ocurre si
un semi–dios prueba la ambrosía? ¿Lo sabes Ephiny?
– Se vuelve inmortal –Ephiny susurró más para sí misma que como respuesta.
Ares se levantó de nuevo, desempeñando su papel de anfitrión dominador de la situación.
– ¡Ah, inmortal, qué bien suena dicho en boca de un ser como vosotros, con una vida limitada! Se expresa toda vuestra
envidia. La inmortalidad, ¡ja! Todo lo que vosotros ansiáis y no podéis tener.
– Xena es inmortal... –Ephiny se repetía.

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– Tan inmortal como que lleva la sangre del Dios de la Guerra –Ares afirmó en una mezcla de egoísmo, fascinación, y
orgullo.
Ephiny salió de su atontamiento con dificultad, Ares seguía frente a ella, expectante, de brazos cruzados.
– Pero no lo sabe.

– Oh, tranquila. Con el tiempo llegaremos a eso. Se enterará, sí.
– Eres un cerdo –Ephiny dijo entre dientes.
Ares alzó una ceja fingiendo indignación.

– ¡Hey, ¿por qué?! ¿Incesto? ¡Oh, por favor, qué hay de malo en pasárselo bien con mis propias creaciones! Papá Zeus lo
hace y nadie se mete con él...
– ¡No, maldito imbécil! ¡Durante todo este tiempo Xena ha estado luchando contra su lado oscuro, creyendo que era su
culpa, y no es más que tu sangre! –Ephiny gritó con la ira en sus ojos.
– Algo de lo que estoy muy orgulloso, si me lo preguntas. Tienes razón, puede que Xena haya querido reformarse, pero la
oscuridad seguirá estando en su sangre y en su carne por siempre jamás, porque lo ha heredado de su padre.
– Pues ya eres un padre descubierto.

Ephiny se dio la vuelta y no volvió a mirar atrás.

– No les dirás nada, y lo sabes... ¡no te atreverás a romperles el corazón!

*

Gabrielle rodó en la cama por sexta vez y despertó gritando. Las pulsaciones comenzaron a bajar lentamente, pero el intenso
agitar de su pecho parecía no detenerse. El sudor resbalaba por su frente, por sus manos, por su espalda. Volvió lentamente
a la almohada al darse cuenta, de nuevo, de todo lo que había transcurrido durante el día. Al darse cuenta de que Xena
estaba muerta.
Comenzó a llorar, una vez más.
– ¿Gabrielle?

La bardo alzó la mirada en la oscuridad al oír su nombre.
– ¿Xena?
– No...

Ephiny se mostró, sentándose sobre la cama, con una sonrisa triste.
– Soy yo.

La regente amazona alcanzó la mano de su reina y la cubrió con las suyas. Gabrielle giró la vista como disculpa. De todas
formas, no deseaba que viera sus lágrimas.
– Tengo que dejarla marchar, sé que tengo que hacerlo. Es sólo que... se había ido, y me había dado cuenta de lo
importante que era para mí. Y después me prometí no volver a separarme de ella jamás. Y ahora ya no está. Se ha ido de
mi lado para siempre.
Gabrielle volvió a sollozar y quiso enterrar todo su cuerpo bajo las sábanas, quiso esconderse de su amiga, o de que su
amiga contemplara su dolor. Pero Ephiny tenía más voluntad que ella en aquel momento y la atrajo hasta su pecho dejando
que llorara, acunándola, acariciando su pelo y susurrando.
– Gabrielle. Sé que... duele... y no puedo decirte porqué lo sé o porqué estoy tan segura, pero ella está viva. Está viva y
regresará a ti. Ya lo verás.
Ephiny empujó a Gabrielle con delicadeza para que volviera a dormir. Pero en la mente de la bardo había un cruce infinito de
preguntas.
– ¿Cómo...? –Gabrielle comenzó confundida.
Una mano tranquilizadora de Ephiny se alzó y negó en el aire.
– Ahora duerme. –dijo.
La regente amazona besó en la frente a su reina y se alejó hábilmente sin mostrar su conmoción. Por lo menos, esperaba
que sus propias palabras fuesen ciertas.

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*

Gabrielle rodó en la cama por séptima vez.

No hacía ni dos horas que había logrado dormirse. Pero las pesadillas siempre regresaban. En esta ocasión, había sudor y
lágrimas, pero unos segundos después de haber gritado en la oscuridad, se encontró arropada por unos brazos fuertes y una
melodía suave en una voz que la tranquilizaba.
– ¿Ephiny? No tenías... no tenías porqué haberte quedado...

Gabrielle quiso dar la vuelta para ver a su amiga, pero los brazos no la dejaron. En vez de eso, sintió un beso suave sobre su
cabello y su corazón comenzó a saltar en su pecho.
– ¿Necesitas otro beso? –preguntó la voz seductora tras ella.
– ¡¿Xena?!

La fuerza de los brazos protectores fue liberada y Gabrielle se encontró a sí misma encarando a la mujer que había perdido
aquel mismo día. Estuvo un largo rato, parada, mirándola, sin atreverse a recorrerla con las manos. Xena estaba de rodillas
frente a ella con una media sonrisa.
Entonces abrió sus brazos un poco y lo siguiente fue una amazona rubia envuelta alrededor de ella, gritando de júbilo.
Después el júbilo pasó a sollozos. Gabrielle martilleaba el pecho de Xena con los puños cerrados.
– ¡¡Te odio, te odio, te odio!! –gritaba.

Xena se dejó golpear hasta que notó a la mujer sobre ella colapsando, enroscándose en su cuerpo y llorando sobre su pecho,
colocando besos allí donde antes había puesto coléricos puñetazos.
– Está bien, Gabrielle. Estoy aquí, soy yo.

– Lo siento... yo... pensé que... –Gabrielle lloró.
– Pensaste que estaba muerta. Yo también.

Gabrielle alzó la mirada confundida y Xena sostuvo sus manos, instándola a incorporarse. Ahora, con Xena sentada sobre el
borde de la cama, la bardo tuvo la oportunidad de darse cuenta de que Xena no llevaba su armadura, sino una túnica larga
de color pardo.
– ¿Qué le ha pasado a la armadura?
Xena suspiró.

– Se fundió por la lava.

Los ojos de Gabrielle se agrandaron.

– ¿Y por qué tú no...? –la bardo fue incapaz de acabar la frase.

Xena todavía sostenía sus manos, y obligó a la joven a mirarla alzando su mentón con su mano, aprovechando para hacer
una caricia.
– Creo que fue la ambrosía. No estoy segura. Hay mucha gente a la que debería preguntar por esto.
– ¿Eres una diosa, entonces?

La voz de Gabrielle parecía fascinada y asustada a la vez por su pregunta.
– No lo sé. Ahora mismo... no sé lo que soy, Gabrielle, sólo sé que... he sobrevivido.
La bardo pudo ver lágrimas en los ojos de su guerrera y la atrajo hasta ella, conmovida.
– Oh, mi amor, siento no haber estado allí. Debí esperar en vez de rendirme sin más.
– No... –Xena rió tristemente– ¿Cómo ibas a saberlo?
En raras, rarísimas ocasiones Gabrielle había visto llorar a Xena. Marcus, por ejemplo. Así que si ahora mismo estaba
permitiéndole tenerla entre sus brazos, acunarla, mostrarse débil, entonces, lo que había pasado debía haber sido emocional
y físicamente un auténtico calvario para Xena, uno al que probablemente sólo alguien como ella habría podido sobrevivir.
Gabrielle dejó que el momento se fuera disipando en largos minutos en los que ambas compartieron sus miedos, ahora
momentáneamente ahuyentados por el calor del cuerpo de la otra.
– ¿Hace cuánto tiempo que estás aquí? –Gabrielle preguntó mientras levantaba la cabeza de Xena.
– Dos horas, creo... Llegué y hablé con Ephiny, que se alegró de verme, aunque no pareció muy sorprendida. Quedamos en
que no avisara a nadie. Entré aquí y me senté en la silla para contemplar cómo dormías.
 Gabrielle sonrió pese a sí misma.
– Mal hecho, mi amada guerrera –dijo.
– ¿Qué? –Xena preguntó confusa.

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– Esta Reina ordena que a partir de esta noche no habrá un sólo día en el que no duerma con su Campeona en la misma
cama. ¿Queda claro?
Xena sonrió y asintió con solemnidad.
– Sí, mi Reina.

Entonces el silencio se hizo y las palabras dejaron de tener valor. Ahora adoptarían otro lenguaje para decirse todas las
cosas que no habían sido capaces de afrontar hasta entonces. Gabrielle comenzó aquella conversación de sentimientos sin
palabras tirando de la túnica de Xena. Nunca perdieron el contacto visual mientras se quitaban la ropa la una a la otra, y en
el primer beso hubo ternura. En el segundo, deseo. En el tercero, amor.
En lo que quedaba de la noche, todo ello a la vez.
 
 

II.

Frontera Lituania–Rusia, 18 de septiembre de 1915.

– ¡¡No!! Por favor, no... ¡la pierna no! ¡¡No quiero que me la cortéis!! ¡¡Por favor!!
– Si no lo hacemos morirás, Oleg.

– ¡No quiero ser un inútil, no quiero regresar así!

– Escúchame... sé que tienes miedo. Yo también... Pero piensa en tu hija, Oleg, y en tu mujer. Ellas te necesitan. Te
necesitan vivo...
– ¡¿Y yo qué?! ¡Seré un muñón inservible para la patria!

– ¡Esto no es por la patria, maldita sea! ¿Es que no lo entiendes? La patria no llorará por ti si mueres hoy, tu patria no será
huérfana de padre si no te amputo la pierna... La patria no te llevará flores a la tumba, ni se preguntará porqué la has
abandonado...
El soldado lloroso y desangrado que yacía sobre la camilla miró a la joven y reluciente enfermera, de luminosos ojos verdes,
de dorados cabellos que iluminaban la sombría enfermería de aquel batallón. A pesar de estar sucia y ensangrentada por
otros, la mujer permanecía radiante, angelical en medio de toda aquella oscuridad.
Oleg la miró dudoso. Luego, a su pierna, que comenzaba a volverse de putrefactos tonos amarillos. Analizó cada palabra de
la mujer, y asintió dolorosamente dando su permiso para ser salvado.
En medio de las bombas y la artillería se oyó un grito de dolor. Luego, la morfina hizo efecto, el miembro fue cosido, y la
vida de un padre salvada. Aunque ya no volvería a ser un soldado de la patria nunca más.

*

Gabrielle limpiaba bisturís y cuchillos, trapos y prendas. Se encontraba sola. Miraba sus manos mientras trabajaban bajo el
agua de la palangana, sus manos que habían sido encallecidas y maduradas por el trabajo del frente.
– Ey, Elle... hoy has hecho un buen trabajo...

La voz que llamó detrás fue acompañada de un caluroso abrazo que hizo aparecer unas manos firmes alrededor de su
cintura.
– ¿Tú crees? No sé si he cosido bien, quizá debiera echarle un vistazo...
La rubia recostó la cabeza sobre el hombro de su compañera. Xena plantó un beso en el cuello descubierto.
– No me refiero a eso. Le has dado la razón para vivir. No es que creyera todo eso que dijo de la patria, ya lo sabes.
– Está cansado de luchar. Es eso. Es increíble que estos hombres prefieran la muerte a seguir viviendo. Las consecuencias
del horror de la guerra.
Xena dejó descansar su mejilla contra la de su mujer, mientras ambas bailaban suavemente al ritmo de ninguna melodía
– El precio.
– Sí, el precio.
– Pues no sé lo que habrían hecho de haber estado en todas las guerras en las que nosotras hemos luchado.
– Mejor no preguntes.
Gabrielle encaró a Xena y colocó sus brazos alrededor del cuello de la guerrera. Se fundieron en un beso profundo.
– ¿Qué tal ahí delante? –preguntó la rubia cuando finalizó el beso.
– Mal, muy mal. Como siempre. –Xena resopló.

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– Oh, mi amor, yo debería estar ahí contigo. –Gabrielle descansó su frente sobre la de su amante.
– No. Ni hablar. Aquí te necesitan más.
– Sabes que no me ocurrirá nada.

– No me importa. –Xena advirtió con una mirada férrea– No quiero que a tus viejas pesadillas se les añadan otras nuevas.
– Xena, puede que tú veas el horror en acción en las trincheras, pero yo aquí veo sus consecuencias y me toca luchar contra
él. No tendré más pesadillas por los obuses cayendo como por las piernas amputadas.
– Bueno, pues entonces cada cual se queda dónde está. Fin del tema.

Gabrielle asintió con una media sonrisa, sabiendo que no era momento de mantener una discusión.

La Xena de la guerra era una que Gabrielle conocía  a la perfección. Al principio, en las guerras en las que se veían
mezcladas, Xena mantenía aquella determinación de Señor de la Guerra, aquella postura infranqueable que la hacía ser
temida tanto por sus subordinados, como por su mujer. Pero Gabrielle, cuanto más conocía a aquel Señor imponente, más
miedo le perdía, hasta que Xena fue incapaz de intimidarla y mostrarse igual de insensible con ella como con el resto de los
soldados. Así, a través del paso de los siglos y los momentos feroces de la Historia, Xena había logrado purgar su presencia
en la batalla, había abandonado el talante de dictador, y se había convertido en una líder seria y única, pero también en una
superior comprensiva y sabia, que impregnaba sobre sus soldados, ya no miedo, sino confianza, fe y esperanza.
A veces, esa líder perfecta se venía abajo, y entonces era cuando Xena se escabullía de aquella fachada para correr a los
brazos de Gabrielle y permanecer allí durante horas, sin nada más que su bardo abrazándola, diciéndole que todo iba a salir
bien: entonces Xena regresaba a la batalla, resurgida de sus cenizas con nuevas energías y su decisión renovada.
La bardo vio a Xena necesitando uno de aquellos momentos y la presionó contra ella rogándole que se abandonara allí, que
dejase volar la tensión y el odio. Xena aceptó la invitación. Gabrielle se sentó sobre la pequeña camilla que había junto la
pared y pidió a su guerrera que cerrase la puerta.
La puerta de la sala de limpieza se cerró por dentro. Xena se echó sobre los brazos de Gabrielle y permaneció allí hasta que
la siguiente batalla se lo permitiera.
– Hoy he recordado el día. –Xena miraba al vacío.

Mientras, una mano cálida subía y bajaba de su pelo a su mejilla, en una danza celestial, en un gesto sencillo que la hacía
sentirse protegida, incluso si en la distancia se oían los aviones flanqueando la zona, los gritos, o las bombas.
– ¿Qué? –preguntó Gabrielle.

– El bombardeo me recordó aquel rayo que me envió Velasca. El que me dislocó el brazo. El resto de los recuerdos vinieron
solos...
La guerrera pudo oír una risa sofocada tras ella. Gabrielle también recordaba con ternura aquellos sucesos.
– Yo también me he acordado de cierto día...
– ¿Ah, sí?

Xena se giró en la camilla para ver la cara sonriente de su bardo, que jugaba con su otra mano sobre la alianza que iba
colgando de su cuello en una cadena dorada.
– Me he acordado de esto. –Gabrielle señaló el anillo.

Xena asintió, adelantando su cabeza para besar el objeto, y con ello el cuello descubierto de Gabrielle.

La bardo sonrió y devolvió el gesto, besando la alianza idéntica que colgaba del cuello de su guerrera, escondida tras la
camisa de oficial.
– A pesar de que han pasado casi dos mil años, creo que aún no me lo creo... –Gabrielle enunció con reflexión.
– ¿El qué? –Xena preguntó divertida.
– Que te pusieras aquel vestido verde...
– Ah, ya... bueno. Dicen que cuando te casas es para toda la vida, así que si sólo tenía que ponérmelo una vez en toda mi
vida inmortal...
– Deberíamos hacerlo otra vez... –Gabrielle comentó pensativa.
– ¿Casarnos? ¿Otra vez?
– Sí, quiero... volver a sentirlo, ¿sabes?
– Pero Elle, ahora es distinto. Ya nadie oficia ceremonias como la nuestra.
– Ya lo sé, ya lo sé... Y es triste. Pensar que siempre hemos luchado por la libertad y la justicia, y que ni una ni otra
sobrevivan hoy en día...
– Está bien, mi vida... no importa, sabes que esa unión amazona seguirá teniendo validez para siempre y que contigo cada
noche es como la noche de bodas.
Gabrielle asintió con una renovada mirada de admiración, poniendo sus brillantes ojos verdes sobre su amor.

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– Xen, creo que tengo que decirte algo muy importante que nace de lo más profundo de mi corazón... –Gabrielle dijo con la
seriedad de cualquier afirmación casi poética, preocupando a la mujer frente a ella.
– ¿Qué pasa? –preguntó una Xena angustiada por la profundidad de las palabras.

– Yo... –dijo alzando un dedo que se encajó en su propia alianza, señalándose a sí misma– ...te... –el dedo salió de allí para
repetir la acción en la alianza de Xena– ...quiero... –el dedo dibujó un corazón sobre el pecho de su mujer, mientras sus
labios bajaron para juntarse en un merecido beso.

*

Habían sido días duros. Días sin descanso, días de presión, días en los que Gabrielle hubiera querido desfallecer allí mismo y
abandonarse a los brazos de la nada. Evaporarse. Como cada dios que había caído y muerto, quizá ella también debiera
desaparecer de la vida de Xena, dejar que ella e Eve siguieran su camino... Hacer algo. Algo que la librase del vacío.
Gabrielle miró el fuego perdida, mientras Xena iba de un lado a otro en busca de cualquier cosa.

– Es estúpido. Durante todo este tiempo has tenido el poder para matar a los dioses. Tú, que eres una semi–diosa. Eso me
hace sentir que no existo.
La guerrera se paró en su camino, de pie, mirando a la Gabrielle inmóvil frente a ella.
– ¿Qué?

– Digo, Xena, que estoy harta. Me siento... ¡vacía! No queda nada dentro de mí... todo esto.. la muerte de Joxer, Eve... ¡tu
inmortalidad! –Gabrielle se levantó yendo de un lado a otro. Xena no se movió– Tengo... tengo cansada el alma, tengo
cansado el corazón... y no creo que pueda volver a recuperar el ritmo de antes. Sólo quiero volver con las amazonas y
quedarme allí. Nada más.
Xena vio dolor. No sabía cómo no lo había observado antes, pero en toda la mujer que permanecía de pie frente a ella,
habían surcos y cicatrices de dolor que la estaban comiendo.
– Estás hablando en serio. –Xena enunció tranquila, sin mostrar preocupación.
– Sí. –Gabrielle dio un paso atrás, asustada, rota de dolor– Y no te importa...

Ante la realización de la última frase que acababa de pronunciar, Gabrielle lloró.

Xena quería consolarla, decirle que no era cierto, que le importaba, que no la quería yéndose de su lado, pero por alguna
razón, no lo hizo. Ni se movió.
En su cara, únicamente estaban los signos de la sorpresa, de la conmoción. Esto era un cisma verdadero. No había vuelta a
atrás.
Cuando Xena volvió a la realidad, Gabrielle estaba recogiendo sus cosas, mirando en todas direcciones, como si buscase un
destino, aún con los surcos de las lágrimas sobre su rostro partido.
– Es lo mejor, Xena... –Gabrielle decía, casi como si estuviese hablando sola– Yo moriré algún día y tú seguirás sobre la
tierra. Dioses, si ni siquiera envejeces...
Xena siguió sin mover un músculo, únicamente seguía a Gabrielle con la mirada.

– Bueno... –la rubia limpiaba sus lágrimas mientras avanzaba– ...simplemente... simplemente recuerda que te quise, y que
te quiero.
Gabrielle vio en la distancia a la madrugada levantándose, el sol naciendo, y cerró los ojos antes de pronunciar su última
frase, su despedida.
– Y que siempre te querré.
Xena se quedó allí, incapaz de descifrar lo que acababa de ocurrir ante sus ojos, sintiéndose sólo como una espectadora que
no tenía poder para evitar el triste desenlace final. Una lágrima rodó por su rostro, y después se rindió sobre la hierba,
totalmente perdida.

*

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sigue -->
CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk.
continuación...:

Habían pasado dos largos meses. Y sin embargo se sentía igual de perdida que antes. Incluso más. Por las noches,
acostumbraba a llorar y rodar en la cama como en aquella ocasión en que la había creído muerta. Después, se calmaba
hasta que amanecía, escribiendo sus pensamientos en un pergamino o contemplando la llama de una vela, deseando
apagarse con ella. ¿Tenía la esperanza de que volviera a buscarla? Sí. La había tenido. Durante los primeros días. Pero si
tuviera esa intención, no habría tardado tanto. Ya estaba. Había sido demasiado bonito para durar. La había perdido. Su
mortalidad y su falta de fe la habían separado de ella para siempre.

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Gabrielle bajó por la orilla del lago sin demasiada admiración hacia la grandiosa catarata que moría sobre él. Los árboles
verdes que flanqueaban el campamento se extendían a lo largo de la orilla, e iba jugando a ponerles caras o a describir
cosas, como haría un niño tumbado sobre la hierba que observa las nubes para encontrar formas. Curiosamente, todas las
formas que vio en las hojas resultaban diabólicas y fantasmagóricas. Todo resulta tenebroso cuando se está sola.
Deslizó su cuerpo desnudo en el agua y se dejó llevar. Se colocó en el centro del lago, flotando, dando la espalda al fondo, y
las nubes pasaban sobre su cabeza. Comenzó a reflexionar sobre ello, divertida, y pensó en alto lo que vio en una nube
blanca y redondeada.
– Umm... aquella de allí parece un chakram...

Hubo un silencio muy raro. Luego una voz se quejó:
– Pues a mí me parece un huevo...

Gabrielle se revolvió en el agua sobresaltada por la figura que se cruzó en su dirección. No tocaba fondo así que le iba a ser
bastante difícil correr...
Le fue bastante difícil mantenerse a flote cuando la vio allí, mirándola, sonriendo con la boca cerrada, jugando en el agua.
– ¿Qué... qué... qué estás haciendo aquí?

– He venido a por ti –la respuesta fue automática.

Gabrielle fue acercándose a la orilla lentamente, pero se quedó inmovilizada por algo superior a ella, y cuando Xena presionó
su cuerpo contra el suyo, agarrándola por la cintura, pidiendo un beso, no fue capaz de negarse. Tampoco quería.
La lengua de Xena llevó un regalo a su boca.
– ¿Qué...?

– Traga. –dijo Xena.

Gabrielle notó la textura en su boca y abrió los ojos asustada y asombrada.
– ¡¿Ambrosía?! ¿Por qué?

– ¿Por qué...? –Xena repitió– Porque te fuiste y quise creerme que podía vivir sin ti, que había estado ignorándote porque
quería que te fueras de mi lado. Luego me di cuenta de que eso era un juego de niños, o peor aún, algo para cobardes, que
lo que quería es que no te ocurriera nada, que no murieras por mi culpa en la siguiente pelea o que te volviera a hacer
daño. Pero también me equivoqué. Ya te estaba haciendo daño negándome a ti y a mí misma. ¿No te seguí en la muerte,
Elle? Si fue mi elección o la de cualquier otro dios es algo que no me importa, pero creo que fue mía. ¿No saqueé el Cielo
para encontrarte, para llevarte conmigo incluso si significaba vivir en el Infierno? Elle, si prefiero la vida en el Infierno
contigo, antes que el Cielo sin ti, ¿cómo voy a vivir en la tierra si no estás a mi lado? Estos dos meses han sido los peores
de toda mi vida, y ahora sé lo que quiero. Te quiero a ti, y no puedo caminar por la eternidad sola, Elle, no puedo...
Gabrielle juntó su frente con la de una Xena que lloraba en sus propios miedos. La bardo asintió lentamente y ofreció sus
labios para un beso, en medio del cual, tragó la ambrosía, negándose a abandonar a Xena por el camino de la soledad.
Cuando ambas se miraron a los ojos para ver un destino sellado, Xena hincó una rodilla en el agua y tomó una mano entre
las suyas.
– Cásate conmigo –Xena pidió en un tono de miedo contenido.
Gabrielle abrió la boca. Pero no salió ninguna palabra.

Se había ido porque sabía que ella era mortal, que Xena la vería morir y que tendría que seguir sobre la tierra, amando y
odiando, luchando y llorando, y no soportaba la idea de no poder acompañarla.
Ahora podía sentir los halos de la inmortalidad bañando todo su cuerpo y flotando en sus venas. La respuesta no necesitó
más razones para salir por su propio peso:
– Sí.
Aquella noche, hubo fiesta en la aldea amazona. Se forjaron dos anillos de oro y se confeccionaron dos vestidos. Uno rojo; el
otro, de un verde oscuro que Xena se negó a reconocer que le gustaba. Pero se lo puso el día de la ceremonia.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk.
Y Gabrielle no volvió a sentirse vacía jamás.
 

III.
En el límite de nuestras fronteras, 19 de septiembre de 1915.
"Su Alteza:

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No sé cómo puedo comenzar a decirle esto, mi señor. Hasta aquí apenas llegan noticias de Moscú y no me puedo fiar de los
rumores que se extienden entre los soldados. Mi cada vez más débil lealtad hacia vos es lo único que tomo en cuenta al
oírlos...
Como me pedisteis, he comandado vuestro ejército hasta esta guerra atroz, pero los hombres están cansados. Llegan ya los
ecos de los rebeldes a nuestros oídos.
Pero le he escrito para advertirle, como lo he hecho tantas veces cara a cara, de lo que se avecina: nuestros batallones no
tienen armas, ni comida, y mi compañera, que os debe tanta lealtad como yo, apenas es capaz de desenvolverse en nuestras
rudimentarias enfermerías. Habéis tomado el mando del ejército, pero vuestras decisiones han sido incomprensibles: ¿qué
sentido tiene que dejéis morir a casi veinte mil de vuestros hombres, en un sacrificio vano que ni siquiera va a encauzarnos
hacia la paz? Como os dije, hasta aquí llegan rumores, y sólo pensar que os habéis convertido en el tirano que los soldados
afirman, en lo que yo advertí ya hace muchos años, me produce congoja y desasosiego, pues me resulta difícil creer que el
zar de Rusia, el hombre a cuya familia he protegido durante años, y que amaba a su pueblo por encima de todas las cosas,
se esté convirtiendo en lo que muchos ya bautizan como Nicolás el Sanguinario."
– ¿Qué haces? –preguntó Gabrielle desde la puerta.

Xena, en el escritorio viejo, a la luz de una vela tenue, dejó la pluma y se giró para encararla.
– Estoy escribiendo una carta al zar –dijo fríamente.
Gabrielle asintió y entró cerrando la puerta.
– ¿La has terminado?
– No, todavía no.

Gabrielle se acercó hasta ella y colocó sus manos sobre los hombros de Xena.
– No es como antes. Nicolás es... –dijo con tristeza.

– ...despiadado. –finalizó Xena– Pero esto tiene que acabar... –Se levantó bruscamente y se vistió la chaqueta de oficial–
Ahora debo volver. –dijo con ojos distantes.
Gabrielle volvió a asentir algo extrañada, sin decir nada.

Xena le dio la espalda y se dirigió a la puerta con rapidez. Gabrielle giró su cabeza, observando las primeras líneas de la
carta que reposaba sobre la mesa. Oyó cómo la puerta se abría. Se volvió a cerrar de repente. Xena apareció a su lado al
momento, la agarró por la cintura y la besó sin darle opciones.
Cuando el apasionado encuentro concluyó, Gabrielle tenía una mueca rara en el rostro. Xena sonrió con dulzura.
– Era todo lo que necesitaba. –dijo.
Entonces sí salió por la puerta.

*

Frontera Lituania–Rusia, mañana del 19 de septiembre de 1915 .
– ¡Aguante, teniente, ya llegamos!
Xena comenzó a perder el conocimiento, el dolor crecía en su brazo izquierdo, en sus piernas, en su cara. Las balas habían

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk.
barrido la parte izquierda de su cuerpo. Tenía impactos en la rodilla, en el brazo, y en el costado. Liev se preguntaba cómo
demonios seguía viva.
Él y cuatro soldados más portaban la camilla hacia la enfermería con toda la rapidez de la que eran capaces. Era insólito que
una mujer estuviese al mando. Era insólito, siquiera, que una mujer estuviese en la guerra, y la conociese tan bien. Hablaban
de ella, pero nadie se atrevía a entablar una conversación a no ser que ella la comenzase. Era una líder respetada, una líder
que se hacía respetar y querer, alejada de los distantes y encolerizados comandantes rusos... Por todas estas razones y
muchas otras, ninguno quería que muriese.
– ¡¡Gabrielle...!! –gritó Xena.
– Está aquí... –Liev luchaba por tranquilizarla.
Llegaron a la enfermería y la cambiaron a una de las escasas camillas vacías.
– ¡Dios santo! ¿Qué ha ocurrido?
Gabrielle llegó a la camilla rodeada de soldados y Liev vio no sólo la sombra de la preocupación en sus ojos, sino la del
horror.

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El muchacho apenas fue capaz de hablar mientras recuperaba el aliento.

– Llegó una orden de Moscú. Kerenski nota los síntomas de la revolución y sabe que hemos perdido Polonia. Quiere que nos
repleguemos hacia Galitzia para poder contraatacar, pero hacerlo ahora significaría dejar morir a las tropas que tenemos en
Lituania. Xena se negó. Así que organizó un destacamento para internarse en la frontera y avisar a los otros.
– ¿Y qué hay de la radio? –Gabrielle preguntó mientras acariciaba el rostro de Xena y miraba en todas direcciones
demandando ayuda.

– Comunicaciones cortadas. Los alemanes las controlan. No hay forma de salvar a los nuestros, es imposible... ¡Se lo dije a
Xena, le insistí, pero ella no me escuchó! –el muchacho notaba casi sus propios sollozos y la culpa arremetiendo contra él.
Gabrielle lo agarró por los hombros y lo obligó a mirarla.

– Escúchame. Tú no has tenido la culpa de nada. Xena sabía lo que hacía. Y además, se va a poner bien.
– ¿Bien? ¡¿Has visto las heridas?!

– No me discutas. Ahora vuelve al frente y no te preocupes más por ella.

El muchacho acató la orden confuso y corrió hacia su puesto, empleando todas sus fuerzas para evitar mirar a atrás.

– ¡Todo el que no sea ayudante o enfermero que se largue de aquí ahora mismo y que vuelva a su puesto! –Gabrielle gritó–
Dimitri, tú y Andrei traedme los instrumentos para operar a Xena, ¡ahora! Yevgueni, avisa al subcomandante y dile que es
orden directa de Xena preparar otro destacamento.
– Pero... pero Xena no ha dicho nada de...

– ¡Cierra la boca y haz lo que digo, maldita sea!

Nadie se atrevió a dirigir la palabra a Gabrielle en la media hora siguiente, mientras extraía cada bala del cuerpo de Xena,
casi con sus propias manos, casi como si fuese su propio cuerpo.

*

– Ha perdido mucha sangre. –comentó Gabrielle.

– Es... imposible... Le hemos extraído... siete balas... –Andrei sostenía el cubo con las balas y lo miraba una y otra vez
asombrado.
– Ha tenido suerte. –murmuró Gabrielle– Pero la fiebre es irremediable. Necesitaremos todo el hielo posible, y morfina para
el dolor.
– Nunca pensé que el mejor soldado que he conocido fuera a ser una mujer –Dimitri dijo mientras recogía los instrumentos.
– Hay muchas cosas para las que lo mejor es siempre una mujer... –Gabrielle alzó una ceja mientras se quitaba los guantes.
Dimitri y Andrei supieron que era el momento de irse. Salieron de la sala y cerraron la puerta tras ellos. Dimitri codeó a
Andrei con complicidad y sonrió mientras señalaba con la cabeza la puerta tras ellos.
– No hace falta que lo jure, eh... –rió el muchacho.

*

Gabrielle rodó en la cama por sexta vez y despertó gritando. Las pulsaciones comenzaron a bajar lentamente, pero el intenso

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agitar de su pecho parecía no detenerse. El sudor resbalaba por su frente, por sus manos, por su espalda. Volvió lentamente
a la almohada al darse cuenta, de nuevo, de todo lo que había transcurrido durante el día. Al darse cuenta de que Xena
estaba muerta.
Comenzó a llorar, una vez más.
– ¿Gabrielle?
La bardo alzó la mirada en la oscuridad al oír su nombre.
– ¿Xena?
– No...
Ephiny se mostró, sentándose sobre la cama, con una sonrisa triste.
– Soy yo.

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La regente amazona alcanzó la mano de su reina y la cubrió con las suyas. Gabrielle giró la vista como disculpa. De todas
formas, no deseaba que viera sus lágrimas.
– Tengo que dejarla marchar, sé que tengo que hacerlo. Es sólo que... se había ido, y me había dado cuenta de lo
importante que era para mí. Y después me prometí no volver a separarme de ella jamás. Y ahora ya no está. Se ha ido de
mi lado para siempre.
Gabrielle volvió a sollozar y quiso enterrar todo su cuerpo bajo las sábanas, quiso esconderse de su amiga, o de que su
amiga contemplara su dolor. Pero Ephiny tenía más voluntad que ella en aquel momento y la atrajo hasta su pecho dejando
que llorara, acunándola, acariciando su pelo y susurrando.
– Gabrielle. Sé que... duele... y no puedo decirte porqué lo sé o porqué estoy tan segura, pero ella está viva. Está viva y
regresará a ti. Ya lo verás.
Ephiny empujó a Gabrielle con delicadeza para que volviera a dormir. Pero en la mente de la bardo había un cruce infinito de
preguntas.
– ¿Cómo...? –Gabrielle comenzó confundida.

Una mano tranquilizadora de Ephiny se alzó y negó en el aire.
– Ahora duerme. –dijo.

La regente amazona besó en la frente a su reina y se alejó hábilmente sin mostrar su conmoción. Por lo menos, esperaba
que sus propias palabras fuesen ciertas.

*

En el interior de la estancia, una paciente comenzaba a despertar.
– ¿Elle...?

Xena vio una sombra levantarse y acercarse a ella. Luego notó una exquisita presión sobre sus labios y unas manos cálidas
que arropaban la suya.
– Bienvenida.

– ¿Estás... bien...?

– Uh, no. Aterrada. Me has tenido atemorizada todo el rato. Ya sé que no tengo porqué preocuparme, pero aún así verte
sufrir... es...
Una mano débil subió hasta su mejilla. Xena descansó el pulgar sobre los labios y repitió una caricia allí una y otra vez.
– Te... quiero –la voz queda de Xena pronunció.

– Y yo a ti, teniente... Ahora descansa, pronto he de administrarte la medicina...
– La medicina que yo necesito... no se da... con jeringuilla...

Gabrielle sonrió, y en parte por callarla para que no gastara fuerzas, en parte por complacer un deseo común, bajó sus
labios hasta Xena y esta vez permitió que el beso fuese más largo. Mucho más largo.
Xena comenzó a deslizarse de nuevo hacia el sueño y fue despedida del mundo real con otro beso suave.

*

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk.
Estuvo saliendo de la inconsciencia continuamente en la hora siguiente. A veces, los recuerdos se mezclaban, las formas del
pasado se tornaban las del presente y en un momento tenía frente a ella a una bardo escribiendo sobre un pergamino, como
en otro a una enfermera administrándole droga. En cualquier caso, sabía que ambas eran la misma persona y que no tenía
porqué preocuparse. Sólo el dolor era el corazón del problema. Eso, y dieciocho mil soldados indefensos atrapados en las
líneas enemigas, abandonados por sus superiores, caminando hacia una muerte segura.
La oscuridad fue volviéndose luz tenue y al final de las sombras, Gabrielle estaba sobre una silla, contemplando la nada; su
mentón sobre las rodillas recogidas, sus brazos abrazando a éstas. Se mecía como una niña rota, triste y sola, abandonada
en el patio de un colegio en pleno otoño.
Xena quiso girar su cuerpo para verla mejor, pero el dolor le impidió moverse. En vez de eso, su voz, apenas presente, luchó
por tratar de llamar a la mujer frente a ella, por cambiar aquel panorama triste por algo que no la hiciese romper a llorar,
como esto.
– ¿Elle?

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La mujer paró su movimiento de repente. Alzó la vista y su cabeza se ladeó, ya no sólo con la ternura de una esposa, o de
una amante, sino la de una madre. Ser enfermera la hacía ser maternal. No sensual, o erótica. Curioso como soldados que
no han visto a una mujer de carne y hueso en meses, en la hora de la muerte, en una enfermería sombría, se acuerdan
únicamente de llamar por sus madres.
Gabrielle sonreía a su ahora despierta paciente. Pero no se movió de su sitio.

– ¿Ya estás despierta? –dijo susurrando, como si no quisiese alzar más la voz– Bien. En un par de días estarás recuperada
del todo.
– Lo sé.

Xena, sin embargo, no parecía tragar en aquella muestra insólita de distanciamiento por parte de su bardo. Abandonó por un
momento las fronteras del dolor para tratar de averiguar qué estaba pasando realmente.
– ¿Qué... te ocurre? –preguntó Xena en un esfuerzo vocálico.

Gabrielle comenzó a mecerse a sí misma de nuevo y se encogió de hombros mientras volvía a mirar la nada.
– Nada. Nada. Eso es lo que ocurre, Xena. Que no siento nada.

La rubia liberó sus piernas y se sentó sobre la silla. Dejó descansar sus manos agotadas sobre su regazo, y alzó la mirada
perdida para contemplar a su amante.
– Xena, ¿recuerdas cómo decíamos que no teníamos que perder la integridad ante los sucesos, que... si íbamos a ser
testigos etéreos de la Historia debíamos ser capaces de no decaer ante las situaciones, pero tampoco dejar que la
insensibilidad nos hiciera inhumanas? ¿Lo recuerdas, Xen? ¿Lo recuerdas cada día con la misma intensidad que yo?
Xena, con cada palabra, comenzaba a temer lo que a ella misma la había acechado durante siglos. Sólo asintió.
– Pues... creo que he perdido todo. La integridad... la fe... y la esperanza.

Gabrielle se levantó para dar un paseo corto y nervioso. Xena la recorrió con la mirada analizando cada pista que su
expresión corporal pudiera darle.

– Gabrielle... recuerda también que no es... culpa nuestra. Sólo porque nos fuera entregado esto, no quiere... no quiere decir
que todo el peso de los problemas del mundo descansen... sobre nuestros hombros.
Gabrielle paró de girar y descansó sus manos sobre la cintura.

– Sé que tienes razón. Pero no puedo evitar la rabia, Xen –ojos doloridos miraron en un azul conmovido– No puedo evitar
sentirme harta. Harta del aire que respiro, de... de la muerte en el aire, de los gritos fluyendo en él, del gas y del polvo... –
Gabrielle se detuvo para canalizar esa rabia en palabras, para no dejarla escapar en forma de ira u odio– Sabes, a pesar...
de que las armas y los uniformes cambian, de que los países no son los mismos, y de que las contiendas se forman por
motivos distintos... el olor a muerte sigue siendo el mismo y el terror de la gente no cambia nunca de rostro.
Gabrielle finalizó mirando en su propio reflejo, la expresión de Xena igual a la de ella, recordando guerras, amigos, y sangre.
La bardo volvió a su posición inicial en la silla y enterró su cabeza en las rodillas.
– Te abrazaría si pudiera, ¿lo sabes? –dijo Xena.

Una respuesta afirmativa casi imperceptible fue pronunciada al otro lado de la habitación. Compartieron el silencio unos
instantes. Entonces, Gabrielle murmuró algo.
– ¿Qué? –preguntó Xena.

– Alguien tiene que avisarlos.
– Liev... –dijo Xena.

– Morirá. –la respuesta fue automática.
Xena formó los primeros atisbos de una idea loca en su cabeza. La disipó con un pensamiento de esperanza. Rusia se
retiraría de la guerra. Aunque eso no significaba que el resto del mundo fuese a hacerlo. Ni que aquellos dieciocho mil
soldados no fuesen a morir. Odiaba que Gabrielle tuviese razón, porque aunque su visión del mundo siempre había sido la de
la esperanza, la del optimismo, la del beneficio de la duda, a través de los siglos Xena había sido testigo de la destrucción
emocional de su bardo, de la pérdida de fe, de las cadenas de desilusiones ramificadas en aquella rabia contenida. Nunca
abandonaría, desde luego. Nunca perdería su coraje. Pero aún así, Xena sabía que Gabrielle habría obrado distinto si no

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk.
hubiese estado con ella, y se preguntaba, con algo de recelo, qué haría su bardo si se perdieran la una a la otra, si algo
sucediese y pudiera volver a nacer o borrar el pasado.
Xena sólo tenía una cosa clara: en cualquier forma, en cualquier vida, o en cualquier época, Gabrielle daría todo por salvar a
otros y luchar por aquella libertad y justicia de la que hablaba.
Consideraba que la inmortalidad era un don que debían utilizar en el beneficio del bien supremo. Aquella conversación tantas
veces repetida daba siempre a lo mismo: ni la una ni la otra eran más importantes que el bienestar general, que la lucha
contra los ignorantes violentos o los opresores. Esa era la misión que les había sido encomendada.
Para Gabrielle, no había dudas. Para Xena, no obstante, el cansancio dejaba unas cuantas cuestiones en el aire...
– Xena...
Los colores comenzaron a convertirse en sombras de nuevo. Las sensaciones, sin embargo, todavía se reflejaban en la piel
de Xena, y podía notar cómo Gabrielle estaba quitándole la ropa, comenzando por los pantalones.
– ¿Qué... vas a hacer? –la guerrera preguntó confusa.

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– Tienes que quitarte este maldito uniforme –Gabrielle no alzó la vista.
Xena estaba solapando con los límites del sueño cuando Gabrielle la cubrió con una manta y la besó en la frente. Apenas
podía verla, y sabía que algo iba mal. Sobretodo cuando por su condición de inmortal, la inconsciencia debería haberse
disipado. Debería estar ya curada y fresca. Algo iba mal, de hecho, algo iba muy mal.
– ¿Elle...? –Xena dijo resistiéndose a Morfeo.

– Sshhh... duerme –una mano recorrió la frente sudorosa, y luego sólo se detuvo– Te quiero.
Xena no tuvo ocasión de dar su respuesta.

Gabrielle la besó con serenidad en los labios. Permaneció unos minutos, allí de pie, contemplando cómo dormía su mujer.
Unos instantes después, Xena se revolvió débilmente, como asustada. Entonces la bardo se dio permiso para repetir el gesto
infalible. Su mano subió al pelo de Xena y recorrió la línea de su rostro. Así una y otra vez hasta que la paz volvió a
encontrarla en medio de sus sueños. Gabrielle la contempló por última vez y se dio la vuelta.
La rubia rodeó la camilla donde su paciente descansaba y se dirigió a otra de las esquinas de la sala, más oscurecida que el
resto. Allí había una silla de madera destrozada, el escritorio ínfimo, y un espejo. No era tal espejo, sino un cacho de cristal.
Pero allí estaba.
Gabrielle se sentó con cuidado en la silla. Tomó el cristal entre sus manos, contemplando un rostro que aparentaba la belleza
de la juventud, aún escondiendo dos mil años de vivencias. Volvió a posar el espejo contra la pared, con desprecio, negando
los pensamientos de la frivolidad, y abrió el único cajón de aquel escritorio. Allí había unas tijeras toscas, grandes, de cocina.
Contemplando de nuevo su reflejo, serio y desgastado, tomó uno de sus largos mechones en una mano, alzándolo por
encima de su cabeza, y cortó. Poco a poco, el resto de los cabellos comenzaron a caer, hasta que al pie de aquella silla
destartalada no había más que una alfombra desordenada de hilos dorados. Gabrielle dejó las tijeras sobre la mesa, y se
contempló. Parecía un auténtico soldadito de aquellos que morían en primera línea. Su mirada se perdió en su propio reflejo,
mientras inconscientemente acariciaba el anillo colgado a su cuello. Con una negación de su cabeza y un suspiro rápido, se
levantó y alcanzó un viejo recogedor en el que colocó sus cabellos. En la guerra todo era viejo.
Cuando se disponía a desechar los restos de su pelo en un cubo sucio, lleno de barro, sangre, e instrumentos de medicina
usados, dudó un instante y tomó un mechón largo en su mano. Lo miró como quien mira una foto vieja de un amigo perdido.
Después, lo guardó en su bolsillo. El resto fue tirado a la basura.
 
 

IV.

Frontera Lituania–Rusia, anochecer del 19 de septiembre de 1915.

Gabrielle colocó su casco bien para poder seguir avanzando, mientras observaba el horizonte borroso. Agarró la cartera a su
hombro y se deslizó hacia uno de los hoyos en la tierra con rapidez, siglos de práctica jugaban en su favor. En contra, toda
la artillería alemana.
Su cuerpo golpeó con brusquedad tierra y barro mientras caía en el agujero para resguardarse de las bombas. Miró a su
alrededor para contemplar que estaba sola. Otro obús cayó a su lado.
– ¡Gabrielle!

Liev se tiró sin aliento en el hoyo, cayendo al lado de la rubia.
– Estamos listos. –dijo.

Gabrielle asintió y reptó hacia adelante para poder ver el paisaje frente a ellos. La línea de alambradas se fundía en la lejanía
con el polvo y la niebla. El sol ya había bajado por completo, y sólo quedaba un resquicio anaranjado en el cielo que teñía
de sepia el terreno, mezclado con las nubes grises que comenzaban a llegar del norte, con la misma planta tenebrosa con la
que avanzaba el ejército alemán. Gabrielle se volvió al joven Liev.
– Bien. Es el momento. –la mujer colocó una mano sobre el hombro del muchacho.
Un soldado ruso salió corriendo de otro hoyo próximo, driblando bombas y balas, en un intento vano por retroceder hacia la
línea de defensa. Un proyectil cayó en su camino.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk.
La sangre saltó en todas direcciones y Gabrielle, por puro instinto, cubrió al muchacho con su cuerpo. Cuando se irguió pare
ver el estado de Liev, el joven temblaba bajo ella, sonrojado, quizá por el hecho de ser protegido por una mujer, quizá por
no ser capaz de protegerla. Gabrielle rodó para quitar su peso del muchacho, de forma que se quedó dándole la espalda. El
joven notó que la mujer se tensaba.
– No mires. –dijo Gabrielle.
El mandato sonó serio. Liev giró sobre sí mismo en la tierra y miró hacia adelante, de reojo, hacia Gabrielle. Ella se giró
lentamente sin dejar ver lo que había frente a su cuerpo, y se colocó al lado del joven, mirándolo a los ojos.
En los ojos de la mujer había una media sonrisa tranquilizadora. El muchacho parecía ir a romper a llorar en cualquier
instante. Pero tenía coraje. Gabrielle vio aquel coraje en los ojos del chico, que asentían y daban a entender que estaba
preparado.
– Ahora. –Gabrielle ordenó.

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Al instante, el muchacho reptó hacia atrás y sacó una pelota de fútbol de su cartera. Se puso de pie en el centro del hoyo,
alzó la pelota en el aire, y la golpeó con su pierna enviándola hacia las líneas enemigas. En el momento en que la pelota
surcó el cielo y pareció perderse en suelo del ejército alemán, la línea de defensa rusa comenzó a disparar sin descanso,
cada soldado agachado derrochando toda su munición, y cada ametralladora sin descanso. El sonido se hizo ensordecedor.
Gabrielle no tuvo tiempo de volver a mirar hacia Liev. Comenzó despacio, saliendo del hoyo agachada y sigilosa, pero cuando
las balas comenzaron a salir también de las trincheras alemanas, corrió con todas sus fuerzas, dibujando eses en la tierra,
driblando proyectiles y balas, teniendo que saltar y bordear alambradas. Un obús abrió otro hoyo delante de ella y se tiró con
la brusquedad de la ocasión anterior. Su cuerpo agotado y nervioso golpeó la tierra, y se dio un momento para recuperar el
aliento.
Entonces oyó un grito.

Incorporó medio cuerpo, intentando evitar que una bala enemiga la encontrara, y allí vio el hoyo donde había dejado a Liev,
cincuenta metros atrás. No podía ver al chico, pero veía los cascos acabados en aquel pico horrible de los soldados alemanes.
– No... –susurró.

Gabrielle corrió de nuevo. Corrió en dirección contraria buscando su pistola en la cintura. Una línea de balas alemanas la
siguió, pero ella corrió más. Saltó una valla, otra más, casi resbaló con el barro y hubo un momento en que la onda
expansiva de un obús tras su espalda la hizo caerse de rodillas. Pero retomó la carrera con rabia al oír de nuevo un grito de
Liev... luego un disparo. Le habían disparado. Los gritos de dolor del muchacho resonaban en todo el campo.
Gabrielle llegó por detrás. Los cogió a todos por sorpresa.

Eran siete. Tres estaban de espaldas, y los disparó sin meditación. Cuatro balas salieron en la dirección de aquellos soldados.
A los dos primeros, los mató al instante, por la espalda. El otro se había girado ya, pero dos balas impactaron en su pecho,
que explotó en sangre y carne convirtiéndose en una mancha roja.
Los otros cuatro, frente a ella, se miraron los unos a los otros con sorpresa. Todos dudaron. Gabrielle aprovechó para tirarse
en el hoyo, descargando otras cuatro balas. Las dos primeras impactaron en la cabeza de uno de ellos. Las otras dos, en el
estómago de otro.
Sólo quedaban dos.

En la tierra, Liev se retorcía con el hombro destrozado en sangre. Rodaba por el suelo revolviéndose en el dolor. Gabrielle
estaba ahora de pie, frente a ella los dos soldados restantes, a sus pies, el muchacho herido. Liev abrió los ojos un instante
para ver lo que ocurría, aunque en vez de eso encontró frente a él, en el suelo, lo que Gabrielle le había prohibido ver antes.
La pierna del soldado ruso que había intentado escapar yacía muerta, inerte, sangrante, separada del resto del cuerpo, y
aterradoramente macabra sobre la tierra negra y fangosa. Entre su propia sangre, y la de aquella visión, el muchacho se
volvió de un color grisáceo y vomitó allí mismo.
Mientras tanto, Gabrielle había sido distraída por el malestar del chico. Uno de los soldados gritó algo y sacó su arma sin
vacilar. Le disparó en el corazón. Gabrielle salió disparada unos cuantos metros y se golpeó contra la tierra. Los soldados
sonrieron y mascullaron algo entre dientes.
Gabrielle perdió la vida. La nada se irguió ante ella.

*

sigue -->

file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk.
continuación...:

Xena despertó sola.
– ¿Elle...?
Sus ojos soñolientos se abrieron y se irguió con demasiada rapidez, provocándose un amago de mareo, teniendo que llevar
su mano a la frente para disipar el malestar que su cabeza sentía. Era extraño todo esto. Muy extraño. La inmortalidad tenía
las consecuencias de poder sentir dolor, pero no las de que el dolor de una herida permaneciese tanto tiempo, o que fuese
curada tan lentamente.
Xena analizó la habitación, allí sentada, sobre la camilla. La manta con la que Gabrielle la había cubierto estaba sobre sus
piernas. Estaba casi desnuda, apenas en ropa interior. Las marcas de las balas habían desaparecido. Xena se giró en la
camilla poniendo sus pies descalzos sobre el frío suelo. Frente a ella, la estantería que contenía medicamentos e
instrumentos. A su derecha, la silla en la que Gabrielle había estado recogida como una niña asustada. Giró la cabeza para
ver, en el otro lado, el pequeño escritorio con la silla carcomida. Sobre él, estaba el cristal que hacía de espejo. Y las tijeras.

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Xena se levantó hacia él con el ceño fruncido, sintiendo el frío, rodeándose con la manta por encima de su cuello. Las
piernas estaban dormidas y sentía el cosquilleo molesto del cansancio sobre ellas. Llegó al escritorio para tomar en una
mano el trozo de cristal. Contempló su reflejo y encontró a unos ojos azules que se miraban a sí mismos con algo de...
diversión. Comenzaba a cansarse de que siempre fuesen los mismos, contando con que así había sido durante dos mil años.
No así los de Gabrielle. No, esos podía estar mirándolos de aquí a la eternidad.
Xena posó con delicadeza el espejo, como depositando un objeto precioso. En cierto modo lo era, pues podía ver las huellas
de los dedos de Gabrielle marcadas sobre el cristal, y aquello lo hacía cobrar valor, mucho valor.
Tomó las tijeras en su mano, y las alzó, para observar la punta minuciosamente, con un gesto muy similar al que antaño
había hecho al analizar el filo de su espada. El objeto fue devuelto al escritorio sin otras preocupaciones.
Entonces Xena se preguntó qué había pasado. Simplemente, Gabrielle no estaba. Buscó pistas en la habitación de nuevo, y
sus ojos se agrandaron cuando se dio cuenta de que su uniforme no estaba allí. En ningún sitio de la estancia. No estaba, al
igual que Gabrielle, y el temor de que de hecho se hubieran ido juntos la hacía sopesar en su mente aquella posibilidad loca
que había pensado antes de caer de nuevo en el sueño, cuando su mujer estaba pensativa y triste sobre aquella silla...
Alguien tiene que avisarlos. Las palabras regresaron a su mente, y la idea se conjugó con ellas: Gabrielle había decidido
tomar su lugar en el frente. Había decidido ser la mensajera.
– Oh, mi amor, ¿qué has hecho?

El llanto de Xena sonó en la estancia vacía como un eco ínfimo que se perdió en la nada. Como si nunca lo hubiera dicho.
Eso es lo que ocurre con las palabras cuando nadie más está allí para escucharlas.
Xena se acercó medio cojeando de nuevo al armario de las medicinas. Abrió un cajón. Nada. Luego otro, y luego el siguiente,
y después comenzó a revolver de un lado a otro hasta que vio una jeringuilla igual a la que Gabrielle había usado. Pero no
encontró lo que buscaba. Volvió de nuevo hacia la parte del escritorio, y allí vio el cubo de la basura, ensangrentado y lleno
de barro. Miró en el interior, y se le partió el corazón.
Los cabellos dorados se mezclaban con el barro y la porquería, con las medicinas usadas y las jeringuillas. La visión más
aterradora que había visto nunca, quizá, pues el pelo brillante de su amor se fundía con aquel rastro de guerra como un
nido de manzanas maduras, cuando en su interior se instala la podrida e infecta a las demás. Quizá, porque aquello era una
representación plástica de lo que Gabrielle estaba dispuesta a sacrificar por el bien supremo.
Xena se agachó despacio, como si doliera, y metió la mano en el cubo para sacar el frasco de lo que Gabrielle le había
suministrado. Leyó la etiqueta con temor: estazolam. Era un somnífero. Uno que en las cantidades adecuadas podía provocar
aquella fusión de consciencia e inconsciencia que había sufrido.
Todo lo que había pensado se cumplió.

Con todas sus fuerzas, tiró el frasco contra el estante de las medicinas frente a ella. Los cristales se rompieron y el sonido
resonó en la habitación. Comenzó a sentirse incompetente, como siempre, por no haber tenido los ojos abiertos y haber sido
capaz de prevenir esto. La manta cayó de sus hombros. Su mente comenzó a pensar en una salida.
Xena posó ambas manos sobre el escritorio y de nuevo estaba dándose la cara, frente a frente.

– La has dejado marchar, imbécil. –se dijo a sí misma con el desprecio de un señor de la guerra.
Reparó en el cajón entreabierto. Llevó su mano allí y lo abrió.

Un sobre blanco, arrugado, estaba dentro. Lo cogió entre sus manos para comprobar el escaso peso. Lo abrió, y en su
interior descansaba, ajeno a sus penas, un mechón largo, dorado como el sol, limpio y bello, que Xena estrechó entre sus
manos y guardó en su camisa, cerca del corazón, cuando salió hacia el frente en busca de Gabrielle.

*

Abrió los ojos y su vista borrosa se centró con extraordinaria rapidez. Los vio. Los dos soldados alemanes hablaban entre
ellos ajenos a su recuperación. Uno de ellos asintió al otro, sonriendo. La miraron, pero cerró los ojos con anticipación para
que no se dieran cuenta.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk.
Entonces uno de ellos comenzó a desabrocharse el cinturón. No tardó mucho en comenzar a hacer lo propio con el de ella,
podía sentir sus manos sudorosas de deseo y rabia, temblando, luchando con el cinturón alrededor de su cintura.
Pero desafortunadamente para él, Gabrielle estaba tumbada sobre su propia mano, que fue arrastrando lentamente hacia
abajo, hasta dar con la navaja metida entre su espalda y el pantalón. El soldado dio el primer tirón para deshacerla de sus
pantalones, pero su expresión viciosa cambió a sorpresa, luego a dolor. La mujer que acababa de matar estaba mirándolo a
los ojos, mientras notaba el filo incrustado en su cuello revolviéndose en su interior. El filo fue extraído. Él cayó.
El cadáver fue retirado a un lado bruscamente, y el fango comenzó a fundirse con un charco de sangre.
Gabrielle miró con serenidad al otro soldado. Él permanecía inmóvil, pálido, asustado. Pero no vio en Gabrielle una marca de
frialdad, y por su mente pasó la posibilidad de salir vivo.
– Por favor, no me mates –dijo en alemán.
Su súplica era un último intento de supervivencia, no tenía ni siquiera la esperanza de que esta mujer supiese hablar alemán.
– Vete a casa. No eres más que un crío. Es tu segunda oportunidad –contestó Gabrielle sin expresar nada en su rostro.

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El soldado asintió sorprendido y salió de allí corriendo, sin mirar atrás, sin querer mirar, y sin saber todavía lo que había
ocurrido. Y aún así la seguía odiando, puede que sólo por estar en el bando contrario.
Gabrielle oyó un gemido. Liev se moría.

El chico deliraba. Gabrielle se acercó hasta él, y lo tomó en brazos, acunándolo. El muchacho creyó estar con su madre, y se
acurrucó contra ella, llorando en su pecho, en una mezcla de sangre y lágrimas, preguntándole a su madre qué había
pasado... por qué le dolía tanto todo el cuerpo.
Gabrielle, sabiendo que el chico se iba, agradeciendo los años de viaje, comenzó a murmurar una pequeña nana rusa
aprendida hacía siglos, que contaba un cuento, uno de un joven campesino y un zar con una hija muy hermosa... El
muchacho miró a los ojos de Gabrielle mientras ella lo serenaba con aquel murmullo cálido. De fondo, obuses y balas
seguían cayendo, gritos, y ametralladoras.
– Mamá... –susurró Liev– ...tengo mucho sueño...
– Entonces duerme, mi vida, duerme.

Gabrielle lo besó en la frente, instándolo a cerrar los ojos. El muchacho volvió a acurrucarse en el cuello de su madre. Los
ojos le pesaban pero se resistía a abandonar la mirada del cielo. El cielo que parecía no estar tan lejos de casa, el cielo que
quizá podría estar contemplando, ahora mismo, desde el campo de su casa, allí donde su familia lo esperaba.
– ¿Por qué?

La mirada apenada de Gabrielle se centró en el muchacho en su pecho. La pregunta no había sido dirigida a ella, no
obstante. Gabrielle vio que el muchacho se había quedado frío, con la mirada en algún punto del cielo. Y el cielo no parecía
poder contestar la pregunta.
Una mano inmortal y temblorosa cubrió inmóviles ojos azules, cerrándolos para siempre. 
– ¡Ahí está!

Gabrielle oyó un grito cercano en alemán, una voz familiar... pero no lograba reconocerla.

Sus ojos llorosos alzaron la vista para encontrar al soldado que había dejado vivir, señalándola. A su lado, apareció un
oficial, seguido de una veintena de soldados. Su vista se cruzó sin querer con un delgado chico pelirrojo al que parecía
quedarle grande el casco: lo encontró con sus pequeños ojos verdes fijos en el anillo que colgaba de su cuello. El chico se
dio cuenta y volvió la vista avergonzado.
El oficial al mando miró a Gabrielle a los ojos, luego al muchacho muerto que yacía en sus brazos. Gabrielle no se movió, y
mantuvo con dignidad la mirada de unos vacíos ojos grises.
El oficial, quizá no queriendo tener pesadillas con aquellos ojos verdes,  volvió la mirada hacia los cadáveres de sus soldados
muertos.
– Maldita puta rusa... –murmuró.

Sacó su pistola de la cintura, y disparó en la cabeza a aquella mujer que no soltó el cuerpo del chico ni un sólo instante. Ella
y Liev yacieron juntos formando una cruz sobre la tierra que hacía las veces de epitafio para un campo extenso lleno de
bajas, de soldados que servían a sus patrias.
Gabrielle perdió la vida. La nada se irguió ante ella.

*

Frontera Lituania–Rusia, amanecer del 20 de septiembre de 1915. Xena corrió por entre las alambradas y se tiró en
uno de los hoyos. Con el cuerpo tumbado, se asomó ligeramente sobre la tierra. Hubo un momento en que la artillería cesó.
El campo se quedó en silencio.
– ¡¡Gabrielle!! –llamó.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk.
Nada.
– ¡¡Gabrielle, contesta!!
Nada.
Con la desesperación en sus ojos azules, ahora puro hielo, avanzó de nuevo por el campo con una rapidez extenuante. Sabía
que debía calmarse, Gabrielle no podía morir. Pero eso no implicaba que no pudiera ser herida, o violada, o torturada, o
separada de su lado. Todas las razones anteriores eran adversidades con las que tuvieron que enfrentarse a lo largo de los
siglos. La última, sin embargo, era la que haría de Xena una inmortal muerta.
El cuerpo de Xena volvió a golpear el barro con furia. Entonces se dio cuenta de dónde había ido a parar.
Contó ocho cadáveres en aquel agujero. Siete cascos alemanes. No así el octavo.
– Liev...

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Xena se acercó al centro del hoyo donde yacía el muchacho frágil, pero valiente, que había mandado hasta hacía unas horas.
La mujer acarició con sus manos el sucio y triste rostro del cadáver del chico. Su corazón pegó un salto dentro del pecho y
comenzó a consumirse en la ira. Allí, sobre el barro, vio la navaja que Gabrielle solía llevar con ella en la enfermería. Estaba
llena de sangre. La tomó en sus manos.
Un ruido a sus espaldas interrumpió a las lágrimas que pedían salir.
– ¡No dispares!

– ¡Dame una buena razón!

– ¿Buscas a la chica rubia?

Xena bajó el arma. Salió del hoyo con rapidez y observó al alemán amedrentado frente a ella. Un chico pelirrojo y delgado
de ojos verdes, no tan bellos como los de Gabrielle. El señor de la guerra había vuelto de nuevo.
– ¿Dónde está? –aquel tono podría haber helado el infierno.

– No lo sé... ¡en serio! Yo sólo vi cómo le disparaban... –el joven soldado estaba temeroso de que aquella revelación le
costara la vida, así que se apresuró a alzar sus brazos y confesar el resto con rapidez– ¡Pero ella no murió! ¡Ninguna de las
veces!
Xena no mostró ni el más mínimo atisbo de sorpresa, o alegría, o dolor. Simplemente estaba allí, inmóvil.
– ¿Por qué sabes que la conozco?

El muchacho cerró los ojos un instante, tratando de evadir aquella voz penetrante llena de cólera contenida. Su dedo índice
se alzó tembloroso en el aire para señalar un círculo brillante en el cuello de Xena.
– Ella... tenía uno igual...

Xena asintió apenas perceptiblemente. Su rostro se relajó involuntariamente. El chico hubiera jurado que había líneas rojas
en sus ojos, que iba a decirle una palabra de agradecimiento. Pero en ese instante, sintió algo atravesando su espalda, y su
pecho explotó.
Xena sintió la bala que acababa de atravesar al muchacho entrando en ella. El cuerpo del chico cayó sobre ella y ambos
golpearon el suelo. La bala la había impactado en el hombro, y Xena supo que no la iba a hacer morir. Pero sí sentiría el
dolor mientras la herida no curase.
Apenas pudo levantar la cabeza por encima del hombro del muchacho sobre ella. Vio a un oficial sonriente sosteniendo una
pistola.
Con la corazonada anunciante de que estaba en el transcurso de una tragedia, Xena sacó fuerzas para sacarse de encima el
cadáver del soldado. El oficial frente a ella no pareció sorprendido, pero sí asustado.
– ¡Ayayayayayayaya!

Ni siquiera supo cómo interpretar aquello. Sólo vio algo cayendo frente a él y luego una navaja atravesándolo.

Y Xena mantuvo su mirada fija en unos vacíos ojos grises para que él supiera que estaba disfrutando cada momento de su
muerte.
El sonido del cuerpo cayendo sobre el barro hizo un pequeño eco en el campo de batalla.

Xena se fue de sí misma, con la navaja sangrante en su mano, abandonada, sintiéndose como una niña pequeña fuera de
lugar. Por primera vez, se dio cuenta de la quietud del campo. El bombardeo había cesado. Los gritos también. En el aire
sólo quedaba el olor de la pólvora, la sangre, y la muerte. Y Gabrielle tenía razón: las épocas cambiaban... pero la esencia
de la guerra era la misma.
Su mano cubrió sus ojos, llorando. Dobló sus rodillas y se acurrucó sobre sí misma, en el barro. El silencio sólo contribuía al
dolor.
– ¡¡Gabrielle!! –gritó.
Ni siquiera en medio de aquella batalla hubo un disparo o un grito que le respondiera. Su propio eco sin contestación dolió
más.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk.
El sol comenzó a salir. Amanecía en la frontera. Las tropas pronto llevarían acabo la retirada.
Una voz dentro de Xena, aquella que siempre conocía la verdad, dijo que este era su primer amanecer en la eternidad sin
Gabrielle. También añadió que quizá podría ser el primero de muchos. Y como tenía otra parte heredada de su lado oscuro
que siempre negaba la realidad, deseando moldearla a su gusto, corrió hacia el frente gritando, con la navaja en su mano,
en busca de Gabrielle, en busca de sangre alemana. Acabaría con todos hasta encontrarla y si no lo lograba, haría que la
tierra se estremeciese ante la Destructora de Naciones para hacer regresar a su bardo.
 
 
V.
París, Francia. 20 de septiembre de 1965.
Hoy hace cincuenta años. Hoy hace cincuenta años que perdió a su amor.
El Arco del Triunfo comunica con las aceras mediante unas escaleras subterráneas que llevan hasta su centro, bajo la
carretera. El túnel es largo y oscuro, con formas que recuerdan a largas cavernas que podrían haber sido situadas en la
Grecia de hace dos mil años. Y eso no resulta casual, quizá.

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Quizá no sea casual tampoco que aquella larga calle que atraviesa París se llame los Campos Elíseos.

Quizá era un juego sucio y cruel del destino, como tantos otros había vivido, así que no importaba ya saber si esto era una
casualidad o no.
No le importaba.

En el centro del Arco del Triunfo permanece una llama encendida y un perpetuo ramo de flores frescas sobre la tumba del
Soldado Desconocido. ¿Era eso acaso una casualidad?
Ella no lo creía.

Por eso, tras cincuenta años de búsqueda, tras llorar cada noche por la pérdida y la soledad, venía a renovar su promesa de
lealtad y amor eternos. Por eso estaba allí. Porque sabía que ella estaba viva en alguna parte, y que la encontraría, pero
mientras tanto, si Gabrielle y ella tenían un lugar en común al que regresar, al que recordar, porque allí permanecían todos
los que alguna vez habían significado algo para ellas, ese lugar eran los Campos Elíseos.

*

Llamaba la atención entre los turistas. No llevaba una cámara de fotos, ni iba acompañada, ni sonreía y señalaba todo lo que
llamaba la atención. Era sólo una sombra impresionante vestida en una larga chaqueta negra, escondida tras unas gafas de
sol. Y eso no era muy apropiado para una mujer en los tiempos que corrían, entre otras cosas...
Xena notaba las miradas sobre ella. Había realizado este ritual muchas veces antes, pero ahora tenía un símbolo mayor.
Simplemente salió de la oscuridad del túnel y se dirigió a la tumba. Permaneció allí, contemplando la llama. Algunas de
aquellas miradas la vieron posar una rosa sobre la tumba. Advirtieron que si hubieran podido ver sus ojos habrían notado la
única lágrima que salía de ellos. Así que todos volvieron la vista con un nudo en la garganta y trataron de no caer en la
tentación de la compasión por la pérdida que intuían, pero ya era demasiado tarde.
El sol comenzó a cansarse de su baile con la sombra enorme del Arco, proyectada sobre la carretera. Sin embargo, aquella
figura no se movió de su lugar, ni perdió su mirada de aquel símbolo: una tumba anónima que, al mismo tiempo, llevaba el
nombre de todos los soldados de las dos peores guerras que había conocido la Humanidad.
En la primera, Xena había perdido lo mejor de su vida y su razón para permanecer en la tierra. En la segunda, había
encontrado la esperanza de volver a recuperarla...
Así que, con aquel tributo a todos los que habían perecido, a todos los que había visto morir, intentó no volver a recordar el
rostro de Liev, sobre la tierra, sin vida... quiso recordarlo fascinado y sonriente cuando Gabrielle contaba alguna historia en
los barracones... quiso no volver a llamarse viuda a sí misma, y que la Gabrielle que permanecía con ella a pesar de la
distancia no fuera aquella niña perdida deseosa de salvar al mundo que se había mecido en una vieja habitación de
enfermería, durante una vieja guerra. Mejor conservar en el recuerdo a una radiante Reina Amazona el día de su unión en
una ceremonia eterna.
El aire vagaba sobre una tenue luz azulada que iba dejando la lenta desaparición del sol. Los ruidos de los coches eran lo
único que quedaban mientras toda Francia se disponía a dar sus buenas noches al resto del mundo.
Sólo quedaban ella y la llama. Hizo su único movimiento en toda aquella tarde bajo una extrañada mirada, aunque no quiso
notarla. Metió la mano en su chaqueta, y allí, una pequeña cajita de metal, cuadrada y vieja, portaba en su interior un
mechón rubio que brillaba con la misma intensidad de aquel primer día. No el día en que la perdió, ni el de su enlace. Sino
aquel día en que cruzó su mirada por primera vez con una muchacha aldeana e inocente que sabiéndolo todo sobre ella y
nada sobre el mundo, rehusó abandonarla y se instaló en su corazón de por vida. Aunque ya estaban destinadas. Se habían
encontrado en el pasado, y permanecieron juntas en el futuro, hasta que su instinto para protegerla falló, y la perdió.
Gabrielle... mi esposa, mi alma gemela... Hoy hace cincuenta años. Hoy hace cincuenta años que te perdí, amor mío.
La rosa que había depositado dejó escapar un único pétalo que se escapó en el viento. En el viento, por Liev, o por el chico
pelirrojo, o por todos los que se habían ido que alguna vez había valido la pena. Los que quedaban en la flor, sin embargo,
eran para ella.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk.
La hora de cerrar se acercaba. Lo sabía. Pero no pudo evitar que su mente se sintiese de nuevo culpable y comenzase a
preguntarse quién era, de dónde venía o a dónde iba... sin ella.
El guarda se acercó a ella.
– Je peux vous aider, madame?
Ya era tarde. Su mente ya volaba en busca de respuestas que traían recuerdos. Todos los recuerdos.
Mi nombre es Xena Amphipolis, aunque llevo tiempo siendo conocida como Xena Poteidia.
Guerrera. Nací para serlo. Lo he sido siempre.
El poder. La pasión. El peligro.
– Pardon? –El guarda frunció el ceño esperado una respuesta.
Infancia... sufrimiento...
Hija de Cyrene.

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Hija de Ares, dios de la guerra.
– Vous allez bien?

Sus niños. La maternidad.
Madre de Solan.
Madre de Eve.

Madre de Galia.

Madre de Tristan.

– Je devrais retourner, c'est l'heure de la fermeture du tunnel...
M'Lila, César, Lao Ma, Alti, Borias, Hércules... todos...
Princesa Guerrera, Destructora de Naciones.

El hombre se acercó un poco más muy extrañado.
–Vous m'entendez ou...?

Momentos felices. Ambrosía, anillos, besos...
Amiga de Gabrielle Poteidia.

Amante de Gabrielle Poteidia.

Alma gemela de Gabrielle Poteidia.
Esposa de Gabrielle Poteidia...

Su mente volvió. Pretendió parecer avergonzada.

– Oui, oui. Excusez–moi. J'étais... absorte en regardant la flamme. Excusez–moi... je pars tout de suite.
La había perdido. Perdida... ¿perdida para siempre?
...viuda de Gabrielle Poteidia.

Se escondió en su chaqueta y desapareció de allí.
 
 

Epílogo.

Washington D.C.  26 de agosto de 1963.

La muchacha se abrió paso entre la multitud como pudo. Las trenzas rubias jugaban sobre sus hombros, y deslumbraba en
aquella camisa hippie blanca. Los pantalones vaqueros se ceñían a su cuerpo para acabar con aquella forma de campana.
Trató de escuchar la megafonía pero era casi imposible entre las ovaciones de la gente cada vez que el orador acababa un
párrafo. Se acercó más, colándose entre hombres, mujeres y niños, tanto blancos como negros.
Entonces, se acomodó en un lugar donde alcanzaba a ver el palco, y sonriente por su logro, puso atención a las palabras.
– Hoy tengo un sueño. –comenzó el orador– ¡Tengo un sueño en el que algún día, abajo, en Alabama, con sus crueles
racistas, con su gobernador teniendo sus labios goteando las palabras de la interposición y la anulación; que algún día allí
mismo, en Alabama, los niños negros y las niñas negras podrán dar la mano a los niños blancos y a las niñas blancas como
hermanos y hermanas!

El público estalló de júbilo, y ella hizo lo mismo, aplaudiendo con rabia e incluso silbando con fuerza. A su lado, una atractiva
muchacha negra la miró de reojo sonriente. Ella hizo como que no se daba cuenta, pero casi no pudo evitar un sonrojo.

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CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk.
– Hoy tengo un sueño. Tengo un sueño en el que algún día cada valle será erguido, cada colina será remarcada y cada
montaña será reducida, los sitios vastos se harán pequeños, y los lugares corruptos se harán justos y la gloria del Señor
será revelada y todos lo veremos juntos.
De nuevo, la multitud rugió con alegría y fervor por su predicador.
– ¿Lo habías visto antes?
Una voz dulce, sensual, susurró en su oído. Ojos verdes esmeralda se mezclaron con unos marrones brillantes.
– No, nunca en directo. –la chica rubia sonrió– Y tenía muchas ganas...
– Yo sí. Es fantástico. –la muchacha, de pelo negro exuberante, en una camiseta anaranjada y unos pantalones anchos
azules, se llevó las manos a la cintura y volvió la vista al orador, pensativa– Va a hacer grandes cosas por este país... ¿no
crees?
La chica rubia no había apartado su mirada de su nueva compañera y asintió.
– Sí, creo que sí.

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Deseaba calmarse a sí misma, pero comenzó a darse cuenta de que quizá por primera vez estaba experimentando la
atracción. Esta muchacha negra bellísima parecía encender todos sus sentidos, y no recordaba haberlo sentido nunca. Ni
siquiera con el único hombre con el que había estado desde que apareció en medio de ninguna parte en el viejo continente...
Miró detenidamente a su nuevo objetivo y reparó en que la chica no debía tener más de veinte años. Eso es una miseria
comparada contigo, encanto... aunque, en realidad, ni siquiera sabes cuántos años tienes. Bueno, qué más da, si siempre
aparento... ¿cuántos?¿25? La chica rubia fue sorprendida en sus pensamientos por una mano que apareció agitando la suya.
– Soy Rachel... y soy de Florida.

El caluroso apretón fue un intercambio alegre de presentaciones.
– Elle... Elle Jamison, de Alabama.

– Guau... ¡qué nombre! Bueno, no me malinterpretes, es muy bonito. Pero extraño. De todas formas, Elle suena bien –la
chica guardó silencio y luego pareció reparar en algo–¡Ey, entonces eres casi paisana suya! –y señaló con la cabeza al
palco–
– Sí, supongo que sí... al igual que tú.

Las manos se sostuvieron mutuamente más tiempo del necesario, y finalmente Rachel concluyó con otra blanca y contagiosa
sonrisa.
– Pues encantada, Elle.

– Lo mismo digo, Rachel.

Ambas se volvieron al palco de nuevo. La gente seguía gritando a su alrededor.
– ¿Eres nueva aquí? –Rachel preguntó con cierto disimulo.
– No, exactamente. Bueno... sí, soy nueva.

– Ah. En realidad yo llevo tres años viviendo aquí, con mi madre y mi hermano. Washington tiene muchos taxis y nunca los
encuentras cuando llueve, pero aún así es una ciudad estupenda.
La rubia rió con gusto ante la ocurrencia. Comenzaba a sentirse muy cómoda.

– Entonces supongo que podrías enseñarme la ciudad, ¿no? –preguntó Elle con más de una insinuación en el tono–
– Por supuesto. –y el de Rachel era pura aceptación.

Gabrielle rezó porque sus años de preguntas y ninguna respuesta se calmasen con la llegada de la joven que ahora tomaba
su mano en la suya. Sonrió ante el gesto, y lo aceptó con una pequeña caricia de sus dedos.
Ambas volvieron la vista al palco.

– Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que volveré al Sur. Con esta fe seremos capaces de excavar la montaña de
la desesperación y hacer de ella la piedra de la esperanza.
La multitud cerró el final del discurso clamando en la admiración por las palabras de Martin Luther King.

· FUNDIDO EN NEGRO ·

Gabrielle fue perdida durante la producción de este relato.

CONTINÚA EN EL EPISODIO 2

file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. Episodio 2.

Por Ellie Debyk

Disclaimer de marras: Los personajes de "Xena Warrior Princess" se pertenecen a sí mismos, aunque en lo legal
MCA/Universal y Renaissance Pictures dicen lo contrario. La Historia a la Humanidad, "Lucy in the Sky with Diamonds" a The
Beatles, y yo, a mi mamá. En ninguno de los casos se pretende violar los derechos de autor, ni existe ánimo de lucro, ni se
ha echado azúcar al café.
Otros: Amnistía Internacional, Peter Benenson, Timothy Leary, Allen Ginsberg, Lyndon B. Johnson y el resto de instituciones
y personajes históricos que aparecen en la historia, son ajenos a ella y sus retratos, aunque documentados en la realidad, no
dejan de ser ficticios.

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Agradecimientos: A la Factoría igYrek, a Paxi y a Yaku.
Iba a darme por vencida tras la fechoría de mister Tapert, pero creo que la experiencia me ha merecido la pena. Así que,
mientras mi mente se ha curado, ahora a este señor sólo tengo que decirle, como diría Víctor, que "usté, no es ná, no es
chicha ni limoná..." A mí que me quiten lo bailao, si se atreven.
En definitiva, a Víctor Jara, a John Lennon, a Xena y Gabrielle; a todos nosotros.
Aclaraciones: Los nombres (y su pronunciación) juegan un pequeño papel en la historia. Pero se deberá tener en cuenta
que todos ellos son pronunciados desde la fonética inglesa. ¿Y por qué? Bueno, entre otras cosas, porque en la propia serie
acostumbran a mezclar nombres de etimologías antiguas con otros propios del inglés, empezando por Gabrielle, por ejemplo.
Además, hay que tener en cuenta que aquí Xena y Gabrielle han estado vagando por la tierra dos milenios y que hablan casi
todos los idiomas conocidos prácticamente a la perfección (la pasta que me tendría que gastar yo en diccionarios).
"Living is easy with eyes closed
misunderstanding all you see
it's getting hard to be someone but it all works out
it doesn't matter much to me..."
Strawberry Fields Forever  - The Beatles - 1967

En el Cielo.

Prefacio.

Vietnam, a 16 kilómetros de la frontera con China, agosto de 1967.

Jeremiah cerró los ojos con todas sus fuerzas. Aunque temía que se fuera a esforzar demasiado en eso, y que luego, cuando
llegara allá abajo, no le quedaran energías.
Energías para correr.

El ruido atronador del helicóptero en el que viajaba no era nada comparado con las bombas y mísiles cayendo sobre las
casas en la playa. Podía ver aquellos gorros redondos y puntiagudos corriendo hacia la jungla. A espaldas de cada mujer
vietnamita había un niño, agarrado al cuello de la madre. Jeremiah podía verlos como puntos difusos en el suelo, como
insectos, como seres inferiores, corriendo hacia los árboles, luchando por sus vidas. Y ellos eran dioses enviando rayos a la
tierra.
Dios...

Miró sus fuertes manos, negras, y sintió el deseo irrefrenable de desaparecer. De olvidar. De aferrarse a algo, y de abrazar a
alguien. No tenía a nadie a quién abrazar, así que se abrazó a su ametralladora. Volvió a cerrar los ojos deseando que la
tierra que ahora ardía desapareciese bajo los pies del helicóptero.
Con aquella oscuridad oyó al general gritando. Abajo, iban a abajo. El helicóptero se posó sobre la plaza de la villa. Sus
compañeros comenzaron a bajar. Pero Jeremiah seguía amarrado a su ametralladora. Qué curioso para él, que amaba tanto
la paz, que al final, para permanecer en la cordura, tuviera que abandonarse a aquello que cargaba el diablo. Con estos
pensamientos se dio cuenta de que no tenía que estar allí. Él no pertenecía a Vietnam, ni a ninguna guerra. Ni a ninguna
ideología, ni a ningún hombre, ni a ningún pensamiento, ni a ningún ejército, ni a ninguna época. Él pertenecía a sí mismo.
Por eso no quería bajar del helicóptero.
Su compañero, uno de sus pocos amigos, un muchacho rubio y bajito, de apellido Berger, lo agarró por el brazo.
– ¡¡Vamos!!
Jeremiah siguió agarrado a la ametralladora, con los ojos cerrados, sin mirarlo.
– ¡¡Vamos, joder, maldita sea!!
Berger vio acercarse a dos mujeres vietnamitas. Por su mente pasó un destello de admiración por aquella valentía. Luego,
sólo sintió el miedo. Pegó su rostro al oído de Jeremiah y gritó como no lo había hecho nunca:
– ¡¡Nos van a matar, maldito negro de mierda!!
Jeremiah abrió los ojos ante aquella frase. Los abrió mucho, fijos en Berger, que tenía en el rostro la mezcla agria del sudor,
las lágrimas, la ira y el miedo. Hubo un perdón no pronunciado entre ellos dos, y lo último de lo que Jeremiah fue
consciente, era que había abandonado su cuerpo para observarse a sí mismo volviéndose con brusquedad, acobardado, y con
aquella cobardía, matando a dos mujeres vietnamitas armadas con sartenes.
– ¡¡Arrasad la aldea!!
Después ya no fue dueño de sí mismo. Ahora pertenecía a Vietnam. A la guerra. A la época que le había tocado vivir.
A todas las ideologías vastas y a todos los hombres que las mandaban.– ¡¡Arrasad la aldea!! –el general gritó, de nuevo.
 
 

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I.

San Francisco, USA. 10 de noviembre de 1967.

Rachel notó cómo la mujer en la que estaba envuelta se retorcía débilmente, en sueños. Levantó su mirada para ver las
facciones de su amante asustadas, retorcidas, miedosas.
– Elle... –llamó Rachel, suavemente.

Pero Gabrielle no le contestó. Sólo musitó algo en sueños. Rachel no pudo comprender lo que era. Juraría que era otro
idioma, uno muy distinto. Acostumbrada como estaba a lo que la faceta de inmortal de su amante conllevaba, le resultó
inaudito el extrañarse, al creer notar entre aquellas palabras el segundo nombre de su propia compañera. Y le resultaron tan
raras que con facilidad se le quedaron grabadas para poder preguntarle qué significaban. La joven frunció el ceño un poco,
mirando al vacío y preguntándose qué ocurría. Cuando volvió la mirada a la mujer que dormía con ella, sólo notó cómo el
frío invadía los brazos que antes habían estado arropados por el calor del torso de Gabrielle.
La rubia se levantó con rapidez evitando cruzar su mirada con la de su amante, dándole la espalda con el cuerpo desnudo,
directa a buscar una llamativa blusa de motivos caribeños colgada sobre la silla del escritorio. Gabrielle se cubrió con ella y
rebuscó un cacho de papel de fumar en el cajón, y un mechero. Salió al porche sin mediar palabra ni volver la vista.
Rachel se quedó allí, inmóvil, mirando cómo la puerta de la caravana rebotaba un poco. Luego sólo suspiró con un aire
mezcla de confusión e indignación, y se cubrió la cabeza con la almohada.

*

El sol estaba regateando con el Golden Gate, comenzando a volverlo engañosamente anaranjado con sus primeros rayos,
cuando Gabrielle salía bruscamente de la caravana dejando a Rachel en la cama.
Tiró de mala manera todas las botellas de cerveza y los ejemplares de la Biblia que había sobre la tumbona... tendría que
tener una conversación seria con Spike más tarde.
Se sentó sobre la tumbona, estiró las piernas y extrajo del bolsillo de su blusa una bolsita de la que extrajo un puñado de
hierba. La envolvió en el papel, colocó el filtro, y usó el mechero para encenderlo. El humo salió lentamente de su boca.
Dibujó "os" en el aire. Y simplemente se quedó allí contemplando cómo San Francisco despertaba. Pensando el problema que
tenía. El vacío que vivía.
La descripción de Gabrielle en esos momentos probablemente asustaría. Coincidiría con la de millones de jóvenes que como
ella se buscaban a sí mismos, pero había una enorme diferencia.
Y es que Gabrielle ya no era Gabrielle. O por lo menos ella no lo sabía. La diferencia principal radicaba en que llevaba más
de cincuenta años en aquella búsqueda. Ya no su inmortalidad, de la cual apenas tenía conocimiento, sino de su cruzada: de
la certeza de la soledad.
Ahora era sólo Elle, la "bardo", como Timothy Leary la llamaba. Si esto se parecía o no a su vida anterior, sería una
coincidencia.
Hizo salir el humo despacio, llenando la boca.

Al principio, había vivido sin identidad. O quizá tratando de buscarse una. Como una niña. Dejándose llevar por él, por él
que la había querido tanto y al que ella no había podido querer igual. Pero estaba agradecida a su familia, por haberla
ayudado a encontrarse... seguía sintiéndose con una identidad prestada, no suya, pero tampoco de nadie más. Se sentía
más parte de la nada, que del mundo. Sin memoria, sin recuerdos, sin saber por qué no envejecía o porqué no moría.
Y ahora, la pregunta era de dónde salían aquellos sueños. Estaba segura de que era su vida, no tenía la menor duda. Aunque
puede que fueran las vidas de otros... No. Siempre había una pauta en sus sueños, que habían comenzado hacía poco.
Desde que había aparecido en medio de la nada, en el corazón del viejo continente, no había soñado jamás. Pero desde que
conoció a Rachel y comenzó a probar drogas, se habían ido intensificando sueños extraños en los que siempre aparecía una
mujer alta, de pelo negro. Todo era muy borroso, pero le daba miedo pensar que los sueños se situaban en épocas muy
distantes unas de otras, con sucesos de los que ni siquiera había oído hablar. Solía despertarse y tratar de recordar los más
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  • 1. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. Episodio 1. Por Ellie Debyk Disclaimer:Los personajes de "Xena Warrior Princess" pertenecen a MCA/Universal y Renaissance Pictures, y a todos los que se apuntan al carro. No se pretende infringir ningún derecho de autor ni existe ánimo de lucro, ni el Pontevedra va a ganar la liga. Agradecimientos a la factoría igYrek por ser una fuente constante de inspiración y enseñanzas, a Gandarela 11 Produccións por tener fe donde a mí me falta, y a mis dos inseparables miembros del trío La-La-Lá por tocarme la... moral. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Violencia: La Primera Guerra Mundial. El Soldado Desconocido. Prefacio. – Je peux vous aider, madame? Mi nombre es Xena Amphipolis, aunque llevo tiempo siendo conocida como Xena Poteidia. Guerrera. Nací para serlo. Lo he sido siempre. – Pardon? Hija de Cyrene. Hija de Ares, dios de la guerra. – Vous allez bien? Madre de Solan. Madre de Eve. Madre de Galia. Madre de Tristan. – Je devrais retourner, c'est l'heure de la fermeture du tunnel... Princesa Guerrera, Destructora de Naciones. – Vous m'entendez ou...? Amiga de Gabrielle Poteidia. Amante de Gabrielle Poteidia. Alma gemela de Gabrielle Poteidia. Esposa de Gabrielle Poteidia... – Oui, oui. Excusez–moi. J'étais... absorte en regardant la flamme. Excusez–moi... je pars tout de suite. ...viuda de Gabrielle Poteidia. La mujer alta morena, escondida en su chaqueta de cuero, se dio la vuelta rápidamente y se perdió en la oscuridad del túnel que llevaba a la salida. El guarda se quedó perplejo. Miró a su alrededor para comprobar si había alguien más, y con un gesto despectivo abandonó la tumba del Soldado Desconocido, en el corazón del Arco del Triunfo. En París. En los Campos Elíseos.    
  • 2. I. Frontera Lituania–Rusia, madrugada del 18 de septiembre de 1915 . – Nunca había visto nada igual, señora. Estas bombas son como... como rayos... Liev se revolvió un poco en su sucio uniforme buscando una posición cómoda entre las trincheras. No era más que un muchacho, acababa de cumplir 17 años y ante él se descubría un futuro laborioso como campesino, seguir los pasos de su padres en una sacrificada lucha por la vida. Aunque sus expectativas no habían contado con una guerra mundial de por medio. Ni en las de él, ni en las de la convulsionada Rusia que se debatía por encontrar su sitio en el turbulento futuro. A su lado, la mujer griega que había sido su teniente en los últimos dos meses, como mandato directo de Moscú, del mismísimo Nicolás II, observaba distante cómo caían las bombas sobre el extenso campo de batalla que era ahora la frontera lituano–rusa. Xena miró al soldado con seriedad indicándole que se preparara. No hacía falta mediar demasiadas palabras con sus subordinados, irónicamente, al igual que en su lejana época como Señor de la Guerra. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Tantos recuerdos. La mujer vio en el muchacho un atisbo de terror. – Todos tenemos miedo. –dijo ella. El muchacho asintió con ojos tristes y desapareció entre la apretada marea de soldados para buscar su posición.  Xena se apoyó sobre el borde de la trinchera y siguió mirando cómo caían los obuses sobre la tierra. – Yo sí he visto algo igual. Los recuerdos de lejanos tiempos pasados la invadieron. Los recuerdos de rayos casi tan iguales a estos que ahora caían de manos de los hombres. Sólo que, los que ella tenía en mente, eran enviados por dos diosas encolerizadas. – ¿Una Reina Amazona puede con una Princesa Guerrera? – ¿De verdad quieres comprobarlo? Cuando pensaba que estaban condenadas por los dioses, Gabrielle se sentía llena de razón. Si no era Ares, era Morfeo, si no era Morfeo, era Baco, si no era Baco, Hera o cualquier otro les saldría al paso. Tenía mucho de ironía que incluso sus enemigas se convirtieran en diosas... Lo que sintió el corazón de Gabrielle cuando vio a Velasca tambaleándose, con el trozo de ambrosía en la mano, fueron ganas de gritar. O de suicidarse allí mismo antes de que la matara con sus propias manos: no pensaba darle esa satisfacción. Pero cuando Xena le dijo que tenían que liberar a Callisto, aquello fue peor que si lo hubiera hecho: que si la hubiera desintegrado en uno de aquellos rayos que casi habían acabado con la propia Xena. – No es justo que nos pase esto... precisamente ahora –Gabrielle murmuraba mientras caminaban en silencio hacia la prisión de Callisto. Entonces notó unos brazos alrededor de ella, un abrazo dulce que la hizo temblar. Le encantaba no haberse acostumbrado, porque así cada vez era como la primera. – Lo sé... –un beso en el pelo rubio– Pero no nos queda otro remedio. Si hubiera otra manera de no enfrentarnos a ella, salir de aquí y poner rumbo a ninguna parte, sabes que lo haría... – No. No lo harías, Xena. Tú no eres así. Tú nunca huyes. – Huí de ti durante tres años. Que la muerte misma haya venido para abrirme los ojos es algo que no juega mucho en mi favor, ¿no crees? – Eso es distinto. Te recuerdo que yo también tuve algo que ver en no reconocer lo que sentía antes de que... –la joven colapsó en lágrimas en los brazos de su guerrera. – Shhh... ya está, ya está... Ahora estoy aquí y no pienso dejarte marchar. Xena irguió el rostro de Gabrielle entre sus manos, sonriendo, para hacer que la bardo se tranquilizara. – ¿Necesitas otro beso? –preguntó la guerrera– Gabrielle sonrió tímidamente. – Oh, sí, por favor. Me encantan los besos sin el maldito bigote de Autolycus... Xena rió antes de fundir sus labios con los de Gabrielle en un profundo beso lleno de buenas expectativas. – ¡Noooooooooo! Gabrielle no podía creerlo. Vio a Xena caer al vacío junto con Velasca y Callisto y gritó, su corazón se desangró allí mismo. Su mente repetía que no podía ser. Pero cuando se encontró sola, con tan sólo el murmullo del río de lava como fondo, comprendió que era verdad. Xena se había sacrificado por ella una vez más. Acababa de recuperarla de la muerte, de confesarle que la amaba, de descubrir que aquellos sentimientos eran correspondidos, y por sus incompetentes decisiones, la había perdido de nuevo. Para siempre. Gabrielle estaba llorando sobre el borde del acantilado cuando Ephiny y el resto de las
  • 3. amazonas la encontraron. * – ¿Cómo lo lleva? –Solari preguntó cuando vio salir a Ephiny de la cabaña. La nueva reina amazona parecía desorientada y dolida. – No sé cómo... consolarla. Ha estado llorando todo el día. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Y seguirá llorando toda la noche –apuntó su amiga. – Escúchame: quiero que tú y las demás os quedéis aquí, si ocurriera algo, lo más mínimo, entrad ahí dentro. No quiero que cometa ninguna locura... – ¿Crees que sería capaz? Ephiny miró por encima de su hombro para observar la puerta cerrada de la cabaña, antes de emprender su marcha hacia el norte. – Muy capaz. –contestó. * – ¡Ares! Sé que estás aquí, vamos, muéstrate... – ¿Pero a que se debe este placer...? ¡La mismísima Reina Amazona haciéndome una visita personal en el Salón de la Guerra! Bueno, tengo entendido que la reina es la rubita irritante, pero te ha pasado el puesto, ¿no? Vaya, ¿no os trata bien Artemisa, pequeña Ephiny? Ephiny suspiró y trató de mantenerse firme ante el Dios de la Guerra. – No he venido por Artemisa. Sino por Xena. – ¿Xena? Ah, mi gran orgullo. ¿En qué lío se ha metido esta vez? – Lo sabes perfectamente. ¿No lo sabéis todo los dioses? Xena ha muerto... Dicho esto, Ares rompió en una tétrica carcajada que hizo estremecer cada poro de la piel de Ephiny. – No sé qué tiene tanta gracia... pensé que te apenarías bastante, a decir verdad. –Ephiny confesó con desprecio– – Bueno, sí, me apeno por vosotras, pobres ignorantes. Mi pequeña Xena debe ser un fenómeno, sobretodo ahora que ha probado la ambrosía... – ¿Qué? –Ephiny frunció el ceño confusa– Escucha, he venido a pedirte que la traigas de vuelta. Tú la quieres, digas lo que digas, y la quieres viva. Con ella muerta no hay ninguna posibilidad de que algún día regrese a tu causa. Pero viva... – Pero viva, esa mocosa acaparará toda su atención. ¡No, gracias! Además, Ephiny, ¿sabes lo peligroso que es venirle a pedir un favor al Dios de la Guerra? Ares salió de su trono para adelantarse y acercarse peligrosamente a Ephiny. Acarició el pelo rizado de la amazona, y llevó su boca al lóbulo de su oreja. – Puedo ser demasiado peligroso... ¡ouf! Ares recibió un rodillazo en la entrepierna que lo hizo encogerse. Sonrió complacido. – Bien, me gustan las peleonas... –dijo mientras se levantaba– Pero insisto, no hay nada que yo pueda hacer por Xena... Ares volvió a su trono sin más, y Ephiny suspiró con frustración. – Entonces es verdad lo que dicen. El Dios de la Guerra no conoce la compasión –Ephiny atacó– Qué pena. Ares sonrió y asintió orgulloso. La amazona volteó y se encaminó hacia la salida. – ¡Ella no está muerta! –gritó el dios. Ephiny se giró sobre sus pies con lentitud. Sus ojos sorprendidos, el resto de su cuerpo, inmovilizado. – Gabrielle la vio caer a ese foso de lava. Nadie resiste eso. Ni siquiera Xena.
  • 4. – Nadie que no haya probado la ambrosía... y que sea hija de un dios. Ephiny avanzó dos pasos, con el temor de caerse. – No puede ser... – Sí puede. Es curioso cómo el concebirlos no significa que nos pertenezcan... en ningún sentido. Mi pequeña Xena me ha dado muchas alegrías, pero últimamente... No, su cambio de bando no me ha hecho sentir orgulloso. ¿Sabes lo que ocurre si un semi–dios prueba la ambrosía? ¿Lo sabes Ephiny? – Se vuelve inmortal –Ephiny susurró más para sí misma que como respuesta. Ares se levantó de nuevo, desempeñando su papel de anfitrión dominador de la situación. – ¡Ah, inmortal, qué bien suena dicho en boca de un ser como vosotros, con una vida limitada! Se expresa toda vuestra envidia. La inmortalidad, ¡ja! Todo lo que vosotros ansiáis y no podéis tener. – Xena es inmortal... –Ephiny se repetía. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Tan inmortal como que lleva la sangre del Dios de la Guerra –Ares afirmó en una mezcla de egoísmo, fascinación, y orgullo. Ephiny salió de su atontamiento con dificultad, Ares seguía frente a ella, expectante, de brazos cruzados. – Pero no lo sabe. – Oh, tranquila. Con el tiempo llegaremos a eso. Se enterará, sí. – Eres un cerdo –Ephiny dijo entre dientes. Ares alzó una ceja fingiendo indignación. – ¡Hey, ¿por qué?! ¿Incesto? ¡Oh, por favor, qué hay de malo en pasárselo bien con mis propias creaciones! Papá Zeus lo hace y nadie se mete con él... – ¡No, maldito imbécil! ¡Durante todo este tiempo Xena ha estado luchando contra su lado oscuro, creyendo que era su culpa, y no es más que tu sangre! –Ephiny gritó con la ira en sus ojos. – Algo de lo que estoy muy orgulloso, si me lo preguntas. Tienes razón, puede que Xena haya querido reformarse, pero la oscuridad seguirá estando en su sangre y en su carne por siempre jamás, porque lo ha heredado de su padre. – Pues ya eres un padre descubierto. Ephiny se dio la vuelta y no volvió a mirar atrás. – No les dirás nada, y lo sabes... ¡no te atreverás a romperles el corazón! * Gabrielle rodó en la cama por sexta vez y despertó gritando. Las pulsaciones comenzaron a bajar lentamente, pero el intenso agitar de su pecho parecía no detenerse. El sudor resbalaba por su frente, por sus manos, por su espalda. Volvió lentamente a la almohada al darse cuenta, de nuevo, de todo lo que había transcurrido durante el día. Al darse cuenta de que Xena estaba muerta. Comenzó a llorar, una vez más. – ¿Gabrielle? La bardo alzó la mirada en la oscuridad al oír su nombre. – ¿Xena? – No... Ephiny se mostró, sentándose sobre la cama, con una sonrisa triste. – Soy yo. La regente amazona alcanzó la mano de su reina y la cubrió con las suyas. Gabrielle giró la vista como disculpa. De todas formas, no deseaba que viera sus lágrimas. – Tengo que dejarla marchar, sé que tengo que hacerlo. Es sólo que... se había ido, y me había dado cuenta de lo importante que era para mí. Y después me prometí no volver a separarme de ella jamás. Y ahora ya no está. Se ha ido de mi lado para siempre. Gabrielle volvió a sollozar y quiso enterrar todo su cuerpo bajo las sábanas, quiso esconderse de su amiga, o de que su amiga contemplara su dolor. Pero Ephiny tenía más voluntad que ella en aquel momento y la atrajo hasta su pecho dejando que llorara, acunándola, acariciando su pelo y susurrando.
  • 5. – Gabrielle. Sé que... duele... y no puedo decirte porqué lo sé o porqué estoy tan segura, pero ella está viva. Está viva y regresará a ti. Ya lo verás. Ephiny empujó a Gabrielle con delicadeza para que volviera a dormir. Pero en la mente de la bardo había un cruce infinito de preguntas. – ¿Cómo...? –Gabrielle comenzó confundida. Una mano tranquilizadora de Ephiny se alzó y negó en el aire. – Ahora duerme. –dijo. La regente amazona besó en la frente a su reina y se alejó hábilmente sin mostrar su conmoción. Por lo menos, esperaba que sus propias palabras fuesen ciertas. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m * Gabrielle rodó en la cama por séptima vez. No hacía ni dos horas que había logrado dormirse. Pero las pesadillas siempre regresaban. En esta ocasión, había sudor y lágrimas, pero unos segundos después de haber gritado en la oscuridad, se encontró arropada por unos brazos fuertes y una melodía suave en una voz que la tranquilizaba. – ¿Ephiny? No tenías... no tenías porqué haberte quedado... Gabrielle quiso dar la vuelta para ver a su amiga, pero los brazos no la dejaron. En vez de eso, sintió un beso suave sobre su cabello y su corazón comenzó a saltar en su pecho. – ¿Necesitas otro beso? –preguntó la voz seductora tras ella. – ¡¿Xena?! La fuerza de los brazos protectores fue liberada y Gabrielle se encontró a sí misma encarando a la mujer que había perdido aquel mismo día. Estuvo un largo rato, parada, mirándola, sin atreverse a recorrerla con las manos. Xena estaba de rodillas frente a ella con una media sonrisa. Entonces abrió sus brazos un poco y lo siguiente fue una amazona rubia envuelta alrededor de ella, gritando de júbilo. Después el júbilo pasó a sollozos. Gabrielle martilleaba el pecho de Xena con los puños cerrados. – ¡¡Te odio, te odio, te odio!! –gritaba. Xena se dejó golpear hasta que notó a la mujer sobre ella colapsando, enroscándose en su cuerpo y llorando sobre su pecho, colocando besos allí donde antes había puesto coléricos puñetazos. – Está bien, Gabrielle. Estoy aquí, soy yo. – Lo siento... yo... pensé que... –Gabrielle lloró. – Pensaste que estaba muerta. Yo también. Gabrielle alzó la mirada confundida y Xena sostuvo sus manos, instándola a incorporarse. Ahora, con Xena sentada sobre el borde de la cama, la bardo tuvo la oportunidad de darse cuenta de que Xena no llevaba su armadura, sino una túnica larga de color pardo. – ¿Qué le ha pasado a la armadura? Xena suspiró. – Se fundió por la lava. Los ojos de Gabrielle se agrandaron. – ¿Y por qué tú no...? –la bardo fue incapaz de acabar la frase. Xena todavía sostenía sus manos, y obligó a la joven a mirarla alzando su mentón con su mano, aprovechando para hacer una caricia. – Creo que fue la ambrosía. No estoy segura. Hay mucha gente a la que debería preguntar por esto. – ¿Eres una diosa, entonces? La voz de Gabrielle parecía fascinada y asustada a la vez por su pregunta. – No lo sé. Ahora mismo... no sé lo que soy, Gabrielle, sólo sé que... he sobrevivido. La bardo pudo ver lágrimas en los ojos de su guerrera y la atrajo hasta ella, conmovida. – Oh, mi amor, siento no haber estado allí. Debí esperar en vez de rendirme sin más.
  • 6. – No... –Xena rió tristemente– ¿Cómo ibas a saberlo? En raras, rarísimas ocasiones Gabrielle había visto llorar a Xena. Marcus, por ejemplo. Así que si ahora mismo estaba permitiéndole tenerla entre sus brazos, acunarla, mostrarse débil, entonces, lo que había pasado debía haber sido emocional y físicamente un auténtico calvario para Xena, uno al que probablemente sólo alguien como ella habría podido sobrevivir. Gabrielle dejó que el momento se fuera disipando en largos minutos en los que ambas compartieron sus miedos, ahora momentáneamente ahuyentados por el calor del cuerpo de la otra. – ¿Hace cuánto tiempo que estás aquí? –Gabrielle preguntó mientras levantaba la cabeza de Xena. – Dos horas, creo... Llegué y hablé con Ephiny, que se alegró de verme, aunque no pareció muy sorprendida. Quedamos en que no avisara a nadie. Entré aquí y me senté en la silla para contemplar cómo dormías.  Gabrielle sonrió pese a sí misma. – Mal hecho, mi amada guerrera –dijo. – ¿Qué? –Xena preguntó confusa. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Esta Reina ordena que a partir de esta noche no habrá un sólo día en el que no duerma con su Campeona en la misma cama. ¿Queda claro? Xena sonrió y asintió con solemnidad. – Sí, mi Reina. Entonces el silencio se hizo y las palabras dejaron de tener valor. Ahora adoptarían otro lenguaje para decirse todas las cosas que no habían sido capaces de afrontar hasta entonces. Gabrielle comenzó aquella conversación de sentimientos sin palabras tirando de la túnica de Xena. Nunca perdieron el contacto visual mientras se quitaban la ropa la una a la otra, y en el primer beso hubo ternura. En el segundo, deseo. En el tercero, amor. En lo que quedaba de la noche, todo ello a la vez.     II. Frontera Lituania–Rusia, 18 de septiembre de 1915. – ¡¡No!! Por favor, no... ¡la pierna no! ¡¡No quiero que me la cortéis!! ¡¡Por favor!! – Si no lo hacemos morirás, Oleg. – ¡No quiero ser un inútil, no quiero regresar así! – Escúchame... sé que tienes miedo. Yo también... Pero piensa en tu hija, Oleg, y en tu mujer. Ellas te necesitan. Te necesitan vivo... – ¡¿Y yo qué?! ¡Seré un muñón inservible para la patria! – ¡Esto no es por la patria, maldita sea! ¿Es que no lo entiendes? La patria no llorará por ti si mueres hoy, tu patria no será huérfana de padre si no te amputo la pierna... La patria no te llevará flores a la tumba, ni se preguntará porqué la has abandonado... El soldado lloroso y desangrado que yacía sobre la camilla miró a la joven y reluciente enfermera, de luminosos ojos verdes, de dorados cabellos que iluminaban la sombría enfermería de aquel batallón. A pesar de estar sucia y ensangrentada por otros, la mujer permanecía radiante, angelical en medio de toda aquella oscuridad. Oleg la miró dudoso. Luego, a su pierna, que comenzaba a volverse de putrefactos tonos amarillos. Analizó cada palabra de la mujer, y asintió dolorosamente dando su permiso para ser salvado. En medio de las bombas y la artillería se oyó un grito de dolor. Luego, la morfina hizo efecto, el miembro fue cosido, y la vida de un padre salvada. Aunque ya no volvería a ser un soldado de la patria nunca más. * Gabrielle limpiaba bisturís y cuchillos, trapos y prendas. Se encontraba sola. Miraba sus manos mientras trabajaban bajo el agua de la palangana, sus manos que habían sido encallecidas y maduradas por el trabajo del frente. – Ey, Elle... hoy has hecho un buen trabajo... La voz que llamó detrás fue acompañada de un caluroso abrazo que hizo aparecer unas manos firmes alrededor de su cintura. – ¿Tú crees? No sé si he cosido bien, quizá debiera echarle un vistazo... La rubia recostó la cabeza sobre el hombro de su compañera. Xena plantó un beso en el cuello descubierto. – No me refiero a eso. Le has dado la razón para vivir. No es que creyera todo eso que dijo de la patria, ya lo sabes.
  • 7. – Está cansado de luchar. Es eso. Es increíble que estos hombres prefieran la muerte a seguir viviendo. Las consecuencias del horror de la guerra. Xena dejó descansar su mejilla contra la de su mujer, mientras ambas bailaban suavemente al ritmo de ninguna melodía – El precio. – Sí, el precio. – Pues no sé lo que habrían hecho de haber estado en todas las guerras en las que nosotras hemos luchado. – Mejor no preguntes. Gabrielle encaró a Xena y colocó sus brazos alrededor del cuello de la guerrera. Se fundieron en un beso profundo. – ¿Qué tal ahí delante? –preguntó la rubia cuando finalizó el beso. – Mal, muy mal. Como siempre. –Xena resopló. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Oh, mi amor, yo debería estar ahí contigo. –Gabrielle descansó su frente sobre la de su amante. – No. Ni hablar. Aquí te necesitan más. – Sabes que no me ocurrirá nada. – No me importa. –Xena advirtió con una mirada férrea– No quiero que a tus viejas pesadillas se les añadan otras nuevas. – Xena, puede que tú veas el horror en acción en las trincheras, pero yo aquí veo sus consecuencias y me toca luchar contra él. No tendré más pesadillas por los obuses cayendo como por las piernas amputadas. – Bueno, pues entonces cada cual se queda dónde está. Fin del tema. Gabrielle asintió con una media sonrisa, sabiendo que no era momento de mantener una discusión. La Xena de la guerra era una que Gabrielle conocía  a la perfección. Al principio, en las guerras en las que se veían mezcladas, Xena mantenía aquella determinación de Señor de la Guerra, aquella postura infranqueable que la hacía ser temida tanto por sus subordinados, como por su mujer. Pero Gabrielle, cuanto más conocía a aquel Señor imponente, más miedo le perdía, hasta que Xena fue incapaz de intimidarla y mostrarse igual de insensible con ella como con el resto de los soldados. Así, a través del paso de los siglos y los momentos feroces de la Historia, Xena había logrado purgar su presencia en la batalla, había abandonado el talante de dictador, y se había convertido en una líder seria y única, pero también en una superior comprensiva y sabia, que impregnaba sobre sus soldados, ya no miedo, sino confianza, fe y esperanza. A veces, esa líder perfecta se venía abajo, y entonces era cuando Xena se escabullía de aquella fachada para correr a los brazos de Gabrielle y permanecer allí durante horas, sin nada más que su bardo abrazándola, diciéndole que todo iba a salir bien: entonces Xena regresaba a la batalla, resurgida de sus cenizas con nuevas energías y su decisión renovada. La bardo vio a Xena necesitando uno de aquellos momentos y la presionó contra ella rogándole que se abandonara allí, que dejase volar la tensión y el odio. Xena aceptó la invitación. Gabrielle se sentó sobre la pequeña camilla que había junto la pared y pidió a su guerrera que cerrase la puerta. La puerta de la sala de limpieza se cerró por dentro. Xena se echó sobre los brazos de Gabrielle y permaneció allí hasta que la siguiente batalla se lo permitiera. – Hoy he recordado el día. –Xena miraba al vacío. Mientras, una mano cálida subía y bajaba de su pelo a su mejilla, en una danza celestial, en un gesto sencillo que la hacía sentirse protegida, incluso si en la distancia se oían los aviones flanqueando la zona, los gritos, o las bombas. – ¿Qué? –preguntó Gabrielle. – El bombardeo me recordó aquel rayo que me envió Velasca. El que me dislocó el brazo. El resto de los recuerdos vinieron solos... La guerrera pudo oír una risa sofocada tras ella. Gabrielle también recordaba con ternura aquellos sucesos. – Yo también me he acordado de cierto día... – ¿Ah, sí? Xena se giró en la camilla para ver la cara sonriente de su bardo, que jugaba con su otra mano sobre la alianza que iba colgando de su cuello en una cadena dorada. – Me he acordado de esto. –Gabrielle señaló el anillo. Xena asintió, adelantando su cabeza para besar el objeto, y con ello el cuello descubierto de Gabrielle. La bardo sonrió y devolvió el gesto, besando la alianza idéntica que colgaba del cuello de su guerrera, escondida tras la camisa de oficial. – A pesar de que han pasado casi dos mil años, creo que aún no me lo creo... –Gabrielle enunció con reflexión. – ¿El qué? –Xena preguntó divertida. – Que te pusieras aquel vestido verde...
  • 8. – Ah, ya... bueno. Dicen que cuando te casas es para toda la vida, así que si sólo tenía que ponérmelo una vez en toda mi vida inmortal... – Deberíamos hacerlo otra vez... –Gabrielle comentó pensativa. – ¿Casarnos? ¿Otra vez? – Sí, quiero... volver a sentirlo, ¿sabes? – Pero Elle, ahora es distinto. Ya nadie oficia ceremonias como la nuestra. – Ya lo sé, ya lo sé... Y es triste. Pensar que siempre hemos luchado por la libertad y la justicia, y que ni una ni otra sobrevivan hoy en día... – Está bien, mi vida... no importa, sabes que esa unión amazona seguirá teniendo validez para siempre y que contigo cada noche es como la noche de bodas. Gabrielle asintió con una renovada mirada de admiración, poniendo sus brillantes ojos verdes sobre su amor. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Xen, creo que tengo que decirte algo muy importante que nace de lo más profundo de mi corazón... –Gabrielle dijo con la seriedad de cualquier afirmación casi poética, preocupando a la mujer frente a ella. – ¿Qué pasa? –preguntó una Xena angustiada por la profundidad de las palabras. – Yo... –dijo alzando un dedo que se encajó en su propia alianza, señalándose a sí misma– ...te... –el dedo salió de allí para repetir la acción en la alianza de Xena– ...quiero... –el dedo dibujó un corazón sobre el pecho de su mujer, mientras sus labios bajaron para juntarse en un merecido beso. * Habían sido días duros. Días sin descanso, días de presión, días en los que Gabrielle hubiera querido desfallecer allí mismo y abandonarse a los brazos de la nada. Evaporarse. Como cada dios que había caído y muerto, quizá ella también debiera desaparecer de la vida de Xena, dejar que ella e Eve siguieran su camino... Hacer algo. Algo que la librase del vacío. Gabrielle miró el fuego perdida, mientras Xena iba de un lado a otro en busca de cualquier cosa. – Es estúpido. Durante todo este tiempo has tenido el poder para matar a los dioses. Tú, que eres una semi–diosa. Eso me hace sentir que no existo. La guerrera se paró en su camino, de pie, mirando a la Gabrielle inmóvil frente a ella. – ¿Qué? – Digo, Xena, que estoy harta. Me siento... ¡vacía! No queda nada dentro de mí... todo esto.. la muerte de Joxer, Eve... ¡tu inmortalidad! –Gabrielle se levantó yendo de un lado a otro. Xena no se movió– Tengo... tengo cansada el alma, tengo cansado el corazón... y no creo que pueda volver a recuperar el ritmo de antes. Sólo quiero volver con las amazonas y quedarme allí. Nada más. Xena vio dolor. No sabía cómo no lo había observado antes, pero en toda la mujer que permanecía de pie frente a ella, habían surcos y cicatrices de dolor que la estaban comiendo. – Estás hablando en serio. –Xena enunció tranquila, sin mostrar preocupación. – Sí. –Gabrielle dio un paso atrás, asustada, rota de dolor– Y no te importa... Ante la realización de la última frase que acababa de pronunciar, Gabrielle lloró. Xena quería consolarla, decirle que no era cierto, que le importaba, que no la quería yéndose de su lado, pero por alguna razón, no lo hizo. Ni se movió. En su cara, únicamente estaban los signos de la sorpresa, de la conmoción. Esto era un cisma verdadero. No había vuelta a atrás. Cuando Xena volvió a la realidad, Gabrielle estaba recogiendo sus cosas, mirando en todas direcciones, como si buscase un destino, aún con los surcos de las lágrimas sobre su rostro partido. – Es lo mejor, Xena... –Gabrielle decía, casi como si estuviese hablando sola– Yo moriré algún día y tú seguirás sobre la tierra. Dioses, si ni siquiera envejeces... Xena siguió sin mover un músculo, únicamente seguía a Gabrielle con la mirada. – Bueno... –la rubia limpiaba sus lágrimas mientras avanzaba– ...simplemente... simplemente recuerda que te quise, y que te quiero. Gabrielle vio en la distancia a la madrugada levantándose, el sol naciendo, y cerró los ojos antes de pronunciar su última frase, su despedida. – Y que siempre te querré. Xena se quedó allí, incapaz de descifrar lo que acababa de ocurrir ante sus ojos, sintiéndose sólo como una espectadora que
  • 9. no tenía poder para evitar el triste desenlace final. Una lágrima rodó por su rostro, y después se rindió sobre la hierba, totalmente perdida. * V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m sigue -->
  • 10. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. continuación...: Habían pasado dos largos meses. Y sin embargo se sentía igual de perdida que antes. Incluso más. Por las noches, acostumbraba a llorar y rodar en la cama como en aquella ocasión en que la había creído muerta. Después, se calmaba hasta que amanecía, escribiendo sus pensamientos en un pergamino o contemplando la llama de una vela, deseando apagarse con ella. ¿Tenía la esperanza de que volviera a buscarla? Sí. La había tenido. Durante los primeros días. Pero si tuviera esa intención, no habría tardado tanto. Ya estaba. Había sido demasiado bonito para durar. La había perdido. Su mortalidad y su falta de fe la habían separado de ella para siempre. * V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Gabrielle bajó por la orilla del lago sin demasiada admiración hacia la grandiosa catarata que moría sobre él. Los árboles verdes que flanqueaban el campamento se extendían a lo largo de la orilla, e iba jugando a ponerles caras o a describir cosas, como haría un niño tumbado sobre la hierba que observa las nubes para encontrar formas. Curiosamente, todas las formas que vio en las hojas resultaban diabólicas y fantasmagóricas. Todo resulta tenebroso cuando se está sola. Deslizó su cuerpo desnudo en el agua y se dejó llevar. Se colocó en el centro del lago, flotando, dando la espalda al fondo, y las nubes pasaban sobre su cabeza. Comenzó a reflexionar sobre ello, divertida, y pensó en alto lo que vio en una nube blanca y redondeada. – Umm... aquella de allí parece un chakram... Hubo un silencio muy raro. Luego una voz se quejó: – Pues a mí me parece un huevo... Gabrielle se revolvió en el agua sobresaltada por la figura que se cruzó en su dirección. No tocaba fondo así que le iba a ser bastante difícil correr... Le fue bastante difícil mantenerse a flote cuando la vio allí, mirándola, sonriendo con la boca cerrada, jugando en el agua. – ¿Qué... qué... qué estás haciendo aquí? – He venido a por ti –la respuesta fue automática. Gabrielle fue acercándose a la orilla lentamente, pero se quedó inmovilizada por algo superior a ella, y cuando Xena presionó su cuerpo contra el suyo, agarrándola por la cintura, pidiendo un beso, no fue capaz de negarse. Tampoco quería. La lengua de Xena llevó un regalo a su boca. – ¿Qué...? – Traga. –dijo Xena. Gabrielle notó la textura en su boca y abrió los ojos asustada y asombrada. – ¡¿Ambrosía?! ¿Por qué? – ¿Por qué...? –Xena repitió– Porque te fuiste y quise creerme que podía vivir sin ti, que había estado ignorándote porque quería que te fueras de mi lado. Luego me di cuenta de que eso era un juego de niños, o peor aún, algo para cobardes, que lo que quería es que no te ocurriera nada, que no murieras por mi culpa en la siguiente pelea o que te volviera a hacer daño. Pero también me equivoqué. Ya te estaba haciendo daño negándome a ti y a mí misma. ¿No te seguí en la muerte, Elle? Si fue mi elección o la de cualquier otro dios es algo que no me importa, pero creo que fue mía. ¿No saqueé el Cielo para encontrarte, para llevarte conmigo incluso si significaba vivir en el Infierno? Elle, si prefiero la vida en el Infierno contigo, antes que el Cielo sin ti, ¿cómo voy a vivir en la tierra si no estás a mi lado? Estos dos meses han sido los peores de toda mi vida, y ahora sé lo que quiero. Te quiero a ti, y no puedo caminar por la eternidad sola, Elle, no puedo... Gabrielle juntó su frente con la de una Xena que lloraba en sus propios miedos. La bardo asintió lentamente y ofreció sus labios para un beso, en medio del cual, tragó la ambrosía, negándose a abandonar a Xena por el camino de la soledad. Cuando ambas se miraron a los ojos para ver un destino sellado, Xena hincó una rodilla en el agua y tomó una mano entre las suyas. – Cásate conmigo –Xena pidió en un tono de miedo contenido. Gabrielle abrió la boca. Pero no salió ninguna palabra. Se había ido porque sabía que ella era mortal, que Xena la vería morir y que tendría que seguir sobre la tierra, amando y odiando, luchando y llorando, y no soportaba la idea de no poder acompañarla. Ahora podía sentir los halos de la inmortalidad bañando todo su cuerpo y flotando en sus venas. La respuesta no necesitó más razones para salir por su propio peso: – Sí. Aquella noche, hubo fiesta en la aldea amazona. Se forjaron dos anillos de oro y se confeccionaron dos vestidos. Uno rojo; el otro, de un verde oscuro que Xena se negó a reconocer que le gustaba. Pero se lo puso el día de la ceremonia. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 11. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. Y Gabrielle no volvió a sentirse vacía jamás.   III. En el límite de nuestras fronteras, 19 de septiembre de 1915. "Su Alteza: V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m No sé cómo puedo comenzar a decirle esto, mi señor. Hasta aquí apenas llegan noticias de Moscú y no me puedo fiar de los rumores que se extienden entre los soldados. Mi cada vez más débil lealtad hacia vos es lo único que tomo en cuenta al oírlos... Como me pedisteis, he comandado vuestro ejército hasta esta guerra atroz, pero los hombres están cansados. Llegan ya los ecos de los rebeldes a nuestros oídos. Pero le he escrito para advertirle, como lo he hecho tantas veces cara a cara, de lo que se avecina: nuestros batallones no tienen armas, ni comida, y mi compañera, que os debe tanta lealtad como yo, apenas es capaz de desenvolverse en nuestras rudimentarias enfermerías. Habéis tomado el mando del ejército, pero vuestras decisiones han sido incomprensibles: ¿qué sentido tiene que dejéis morir a casi veinte mil de vuestros hombres, en un sacrificio vano que ni siquiera va a encauzarnos hacia la paz? Como os dije, hasta aquí llegan rumores, y sólo pensar que os habéis convertido en el tirano que los soldados afirman, en lo que yo advertí ya hace muchos años, me produce congoja y desasosiego, pues me resulta difícil creer que el zar de Rusia, el hombre a cuya familia he protegido durante años, y que amaba a su pueblo por encima de todas las cosas, se esté convirtiendo en lo que muchos ya bautizan como Nicolás el Sanguinario." – ¿Qué haces? –preguntó Gabrielle desde la puerta. Xena, en el escritorio viejo, a la luz de una vela tenue, dejó la pluma y se giró para encararla. – Estoy escribiendo una carta al zar –dijo fríamente. Gabrielle asintió y entró cerrando la puerta. – ¿La has terminado? – No, todavía no. Gabrielle se acercó hasta ella y colocó sus manos sobre los hombros de Xena. – No es como antes. Nicolás es... –dijo con tristeza. – ...despiadado. –finalizó Xena– Pero esto tiene que acabar... –Se levantó bruscamente y se vistió la chaqueta de oficial– Ahora debo volver. –dijo con ojos distantes. Gabrielle volvió a asentir algo extrañada, sin decir nada. Xena le dio la espalda y se dirigió a la puerta con rapidez. Gabrielle giró su cabeza, observando las primeras líneas de la carta que reposaba sobre la mesa. Oyó cómo la puerta se abría. Se volvió a cerrar de repente. Xena apareció a su lado al momento, la agarró por la cintura y la besó sin darle opciones. Cuando el apasionado encuentro concluyó, Gabrielle tenía una mueca rara en el rostro. Xena sonrió con dulzura. – Era todo lo que necesitaba. –dijo. Entonces sí salió por la puerta. * Frontera Lituania–Rusia, mañana del 19 de septiembre de 1915 . – ¡Aguante, teniente, ya llegamos! Xena comenzó a perder el conocimiento, el dolor crecía en su brazo izquierdo, en sus piernas, en su cara. Las balas habían file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 12. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. barrido la parte izquierda de su cuerpo. Tenía impactos en la rodilla, en el brazo, y en el costado. Liev se preguntaba cómo demonios seguía viva. Él y cuatro soldados más portaban la camilla hacia la enfermería con toda la rapidez de la que eran capaces. Era insólito que una mujer estuviese al mando. Era insólito, siquiera, que una mujer estuviese en la guerra, y la conociese tan bien. Hablaban de ella, pero nadie se atrevía a entablar una conversación a no ser que ella la comenzase. Era una líder respetada, una líder que se hacía respetar y querer, alejada de los distantes y encolerizados comandantes rusos... Por todas estas razones y muchas otras, ninguno quería que muriese. – ¡¡Gabrielle...!! –gritó Xena. – Está aquí... –Liev luchaba por tranquilizarla. Llegaron a la enfermería y la cambiaron a una de las escasas camillas vacías. – ¡Dios santo! ¿Qué ha ocurrido? Gabrielle llegó a la camilla rodeada de soldados y Liev vio no sólo la sombra de la preocupación en sus ojos, sino la del horror. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m El muchacho apenas fue capaz de hablar mientras recuperaba el aliento. – Llegó una orden de Moscú. Kerenski nota los síntomas de la revolución y sabe que hemos perdido Polonia. Quiere que nos repleguemos hacia Galitzia para poder contraatacar, pero hacerlo ahora significaría dejar morir a las tropas que tenemos en Lituania. Xena se negó. Así que organizó un destacamento para internarse en la frontera y avisar a los otros. – ¿Y qué hay de la radio? –Gabrielle preguntó mientras acariciaba el rostro de Xena y miraba en todas direcciones demandando ayuda. – Comunicaciones cortadas. Los alemanes las controlan. No hay forma de salvar a los nuestros, es imposible... ¡Se lo dije a Xena, le insistí, pero ella no me escuchó! –el muchacho notaba casi sus propios sollozos y la culpa arremetiendo contra él. Gabrielle lo agarró por los hombros y lo obligó a mirarla. – Escúchame. Tú no has tenido la culpa de nada. Xena sabía lo que hacía. Y además, se va a poner bien. – ¿Bien? ¡¿Has visto las heridas?! – No me discutas. Ahora vuelve al frente y no te preocupes más por ella. El muchacho acató la orden confuso y corrió hacia su puesto, empleando todas sus fuerzas para evitar mirar a atrás. – ¡Todo el que no sea ayudante o enfermero que se largue de aquí ahora mismo y que vuelva a su puesto! –Gabrielle gritó– Dimitri, tú y Andrei traedme los instrumentos para operar a Xena, ¡ahora! Yevgueni, avisa al subcomandante y dile que es orden directa de Xena preparar otro destacamento. – Pero... pero Xena no ha dicho nada de... – ¡Cierra la boca y haz lo que digo, maldita sea! Nadie se atrevió a dirigir la palabra a Gabrielle en la media hora siguiente, mientras extraía cada bala del cuerpo de Xena, casi con sus propias manos, casi como si fuese su propio cuerpo. * – Ha perdido mucha sangre. –comentó Gabrielle. – Es... imposible... Le hemos extraído... siete balas... –Andrei sostenía el cubo con las balas y lo miraba una y otra vez asombrado. – Ha tenido suerte. –murmuró Gabrielle– Pero la fiebre es irremediable. Necesitaremos todo el hielo posible, y morfina para el dolor. – Nunca pensé que el mejor soldado que he conocido fuera a ser una mujer –Dimitri dijo mientras recogía los instrumentos. – Hay muchas cosas para las que lo mejor es siempre una mujer... –Gabrielle alzó una ceja mientras se quitaba los guantes. Dimitri y Andrei supieron que era el momento de irse. Salieron de la sala y cerraron la puerta tras ellos. Dimitri codeó a Andrei con complicidad y sonrió mientras señalaba con la cabeza la puerta tras ellos. – No hace falta que lo jure, eh... –rió el muchacho. * Gabrielle rodó en la cama por sexta vez y despertó gritando. Las pulsaciones comenzaron a bajar lentamente, pero el intenso file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 13. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. agitar de su pecho parecía no detenerse. El sudor resbalaba por su frente, por sus manos, por su espalda. Volvió lentamente a la almohada al darse cuenta, de nuevo, de todo lo que había transcurrido durante el día. Al darse cuenta de que Xena estaba muerta. Comenzó a llorar, una vez más. – ¿Gabrielle? La bardo alzó la mirada en la oscuridad al oír su nombre. – ¿Xena? – No... Ephiny se mostró, sentándose sobre la cama, con una sonrisa triste. – Soy yo. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m La regente amazona alcanzó la mano de su reina y la cubrió con las suyas. Gabrielle giró la vista como disculpa. De todas formas, no deseaba que viera sus lágrimas. – Tengo que dejarla marchar, sé que tengo que hacerlo. Es sólo que... se había ido, y me había dado cuenta de lo importante que era para mí. Y después me prometí no volver a separarme de ella jamás. Y ahora ya no está. Se ha ido de mi lado para siempre. Gabrielle volvió a sollozar y quiso enterrar todo su cuerpo bajo las sábanas, quiso esconderse de su amiga, o de que su amiga contemplara su dolor. Pero Ephiny tenía más voluntad que ella en aquel momento y la atrajo hasta su pecho dejando que llorara, acunándola, acariciando su pelo y susurrando. – Gabrielle. Sé que... duele... y no puedo decirte porqué lo sé o porqué estoy tan segura, pero ella está viva. Está viva y regresará a ti. Ya lo verás. Ephiny empujó a Gabrielle con delicadeza para que volviera a dormir. Pero en la mente de la bardo había un cruce infinito de preguntas. – ¿Cómo...? –Gabrielle comenzó confundida. Una mano tranquilizadora de Ephiny se alzó y negó en el aire. – Ahora duerme. –dijo. La regente amazona besó en la frente a su reina y se alejó hábilmente sin mostrar su conmoción. Por lo menos, esperaba que sus propias palabras fuesen ciertas. * En el interior de la estancia, una paciente comenzaba a despertar. – ¿Elle...? Xena vio una sombra levantarse y acercarse a ella. Luego notó una exquisita presión sobre sus labios y unas manos cálidas que arropaban la suya. – Bienvenida. – ¿Estás... bien...? – Uh, no. Aterrada. Me has tenido atemorizada todo el rato. Ya sé que no tengo porqué preocuparme, pero aún así verte sufrir... es... Una mano débil subió hasta su mejilla. Xena descansó el pulgar sobre los labios y repitió una caricia allí una y otra vez. – Te... quiero –la voz queda de Xena pronunció. – Y yo a ti, teniente... Ahora descansa, pronto he de administrarte la medicina... – La medicina que yo necesito... no se da... con jeringuilla... Gabrielle sonrió, y en parte por callarla para que no gastara fuerzas, en parte por complacer un deseo común, bajó sus labios hasta Xena y esta vez permitió que el beso fuese más largo. Mucho más largo. Xena comenzó a deslizarse de nuevo hacia el sueño y fue despedida del mundo real con otro beso suave. * file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 14. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. Estuvo saliendo de la inconsciencia continuamente en la hora siguiente. A veces, los recuerdos se mezclaban, las formas del pasado se tornaban las del presente y en un momento tenía frente a ella a una bardo escribiendo sobre un pergamino, como en otro a una enfermera administrándole droga. En cualquier caso, sabía que ambas eran la misma persona y que no tenía porqué preocuparse. Sólo el dolor era el corazón del problema. Eso, y dieciocho mil soldados indefensos atrapados en las líneas enemigas, abandonados por sus superiores, caminando hacia una muerte segura. La oscuridad fue volviéndose luz tenue y al final de las sombras, Gabrielle estaba sobre una silla, contemplando la nada; su mentón sobre las rodillas recogidas, sus brazos abrazando a éstas. Se mecía como una niña rota, triste y sola, abandonada en el patio de un colegio en pleno otoño. Xena quiso girar su cuerpo para verla mejor, pero el dolor le impidió moverse. En vez de eso, su voz, apenas presente, luchó por tratar de llamar a la mujer frente a ella, por cambiar aquel panorama triste por algo que no la hiciese romper a llorar, como esto. – ¿Elle? V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m La mujer paró su movimiento de repente. Alzó la vista y su cabeza se ladeó, ya no sólo con la ternura de una esposa, o de una amante, sino la de una madre. Ser enfermera la hacía ser maternal. No sensual, o erótica. Curioso como soldados que no han visto a una mujer de carne y hueso en meses, en la hora de la muerte, en una enfermería sombría, se acuerdan únicamente de llamar por sus madres. Gabrielle sonreía a su ahora despierta paciente. Pero no se movió de su sitio. – ¿Ya estás despierta? –dijo susurrando, como si no quisiese alzar más la voz– Bien. En un par de días estarás recuperada del todo. – Lo sé. Xena, sin embargo, no parecía tragar en aquella muestra insólita de distanciamiento por parte de su bardo. Abandonó por un momento las fronteras del dolor para tratar de averiguar qué estaba pasando realmente. – ¿Qué... te ocurre? –preguntó Xena en un esfuerzo vocálico. Gabrielle comenzó a mecerse a sí misma de nuevo y se encogió de hombros mientras volvía a mirar la nada. – Nada. Nada. Eso es lo que ocurre, Xena. Que no siento nada. La rubia liberó sus piernas y se sentó sobre la silla. Dejó descansar sus manos agotadas sobre su regazo, y alzó la mirada perdida para contemplar a su amante. – Xena, ¿recuerdas cómo decíamos que no teníamos que perder la integridad ante los sucesos, que... si íbamos a ser testigos etéreos de la Historia debíamos ser capaces de no decaer ante las situaciones, pero tampoco dejar que la insensibilidad nos hiciera inhumanas? ¿Lo recuerdas, Xen? ¿Lo recuerdas cada día con la misma intensidad que yo? Xena, con cada palabra, comenzaba a temer lo que a ella misma la había acechado durante siglos. Sólo asintió. – Pues... creo que he perdido todo. La integridad... la fe... y la esperanza. Gabrielle se levantó para dar un paseo corto y nervioso. Xena la recorrió con la mirada analizando cada pista que su expresión corporal pudiera darle. – Gabrielle... recuerda también que no es... culpa nuestra. Sólo porque nos fuera entregado esto, no quiere... no quiere decir que todo el peso de los problemas del mundo descansen... sobre nuestros hombros. Gabrielle paró de girar y descansó sus manos sobre la cintura. – Sé que tienes razón. Pero no puedo evitar la rabia, Xen –ojos doloridos miraron en un azul conmovido– No puedo evitar sentirme harta. Harta del aire que respiro, de... de la muerte en el aire, de los gritos fluyendo en él, del gas y del polvo... – Gabrielle se detuvo para canalizar esa rabia en palabras, para no dejarla escapar en forma de ira u odio– Sabes, a pesar... de que las armas y los uniformes cambian, de que los países no son los mismos, y de que las contiendas se forman por motivos distintos... el olor a muerte sigue siendo el mismo y el terror de la gente no cambia nunca de rostro. Gabrielle finalizó mirando en su propio reflejo, la expresión de Xena igual a la de ella, recordando guerras, amigos, y sangre. La bardo volvió a su posición inicial en la silla y enterró su cabeza en las rodillas. – Te abrazaría si pudiera, ¿lo sabes? –dijo Xena. Una respuesta afirmativa casi imperceptible fue pronunciada al otro lado de la habitación. Compartieron el silencio unos instantes. Entonces, Gabrielle murmuró algo. – ¿Qué? –preguntó Xena. – Alguien tiene que avisarlos. – Liev... –dijo Xena. – Morirá. –la respuesta fue automática. Xena formó los primeros atisbos de una idea loca en su cabeza. La disipó con un pensamiento de esperanza. Rusia se retiraría de la guerra. Aunque eso no significaba que el resto del mundo fuese a hacerlo. Ni que aquellos dieciocho mil soldados no fuesen a morir. Odiaba que Gabrielle tuviese razón, porque aunque su visión del mundo siempre había sido la de la esperanza, la del optimismo, la del beneficio de la duda, a través de los siglos Xena había sido testigo de la destrucción emocional de su bardo, de la pérdida de fe, de las cadenas de desilusiones ramificadas en aquella rabia contenida. Nunca abandonaría, desde luego. Nunca perdería su coraje. Pero aún así, Xena sabía que Gabrielle habría obrado distinto si no file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 15. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. hubiese estado con ella, y se preguntaba, con algo de recelo, qué haría su bardo si se perdieran la una a la otra, si algo sucediese y pudiera volver a nacer o borrar el pasado. Xena sólo tenía una cosa clara: en cualquier forma, en cualquier vida, o en cualquier época, Gabrielle daría todo por salvar a otros y luchar por aquella libertad y justicia de la que hablaba. Consideraba que la inmortalidad era un don que debían utilizar en el beneficio del bien supremo. Aquella conversación tantas veces repetida daba siempre a lo mismo: ni la una ni la otra eran más importantes que el bienestar general, que la lucha contra los ignorantes violentos o los opresores. Esa era la misión que les había sido encomendada. Para Gabrielle, no había dudas. Para Xena, no obstante, el cansancio dejaba unas cuantas cuestiones en el aire... – Xena... Los colores comenzaron a convertirse en sombras de nuevo. Las sensaciones, sin embargo, todavía se reflejaban en la piel de Xena, y podía notar cómo Gabrielle estaba quitándole la ropa, comenzando por los pantalones. – ¿Qué... vas a hacer? –la guerrera preguntó confusa. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Tienes que quitarte este maldito uniforme –Gabrielle no alzó la vista. Xena estaba solapando con los límites del sueño cuando Gabrielle la cubrió con una manta y la besó en la frente. Apenas podía verla, y sabía que algo iba mal. Sobretodo cuando por su condición de inmortal, la inconsciencia debería haberse disipado. Debería estar ya curada y fresca. Algo iba mal, de hecho, algo iba muy mal. – ¿Elle...? –Xena dijo resistiéndose a Morfeo. – Sshhh... duerme –una mano recorrió la frente sudorosa, y luego sólo se detuvo– Te quiero. Xena no tuvo ocasión de dar su respuesta. Gabrielle la besó con serenidad en los labios. Permaneció unos minutos, allí de pie, contemplando cómo dormía su mujer. Unos instantes después, Xena se revolvió débilmente, como asustada. Entonces la bardo se dio permiso para repetir el gesto infalible. Su mano subió al pelo de Xena y recorrió la línea de su rostro. Así una y otra vez hasta que la paz volvió a encontrarla en medio de sus sueños. Gabrielle la contempló por última vez y se dio la vuelta. La rubia rodeó la camilla donde su paciente descansaba y se dirigió a otra de las esquinas de la sala, más oscurecida que el resto. Allí había una silla de madera destrozada, el escritorio ínfimo, y un espejo. No era tal espejo, sino un cacho de cristal. Pero allí estaba. Gabrielle se sentó con cuidado en la silla. Tomó el cristal entre sus manos, contemplando un rostro que aparentaba la belleza de la juventud, aún escondiendo dos mil años de vivencias. Volvió a posar el espejo contra la pared, con desprecio, negando los pensamientos de la frivolidad, y abrió el único cajón de aquel escritorio. Allí había unas tijeras toscas, grandes, de cocina. Contemplando de nuevo su reflejo, serio y desgastado, tomó uno de sus largos mechones en una mano, alzándolo por encima de su cabeza, y cortó. Poco a poco, el resto de los cabellos comenzaron a caer, hasta que al pie de aquella silla destartalada no había más que una alfombra desordenada de hilos dorados. Gabrielle dejó las tijeras sobre la mesa, y se contempló. Parecía un auténtico soldadito de aquellos que morían en primera línea. Su mirada se perdió en su propio reflejo, mientras inconscientemente acariciaba el anillo colgado a su cuello. Con una negación de su cabeza y un suspiro rápido, se levantó y alcanzó un viejo recogedor en el que colocó sus cabellos. En la guerra todo era viejo. Cuando se disponía a desechar los restos de su pelo en un cubo sucio, lleno de barro, sangre, e instrumentos de medicina usados, dudó un instante y tomó un mechón largo en su mano. Lo miró como quien mira una foto vieja de un amigo perdido. Después, lo guardó en su bolsillo. El resto fue tirado a la basura.     IV. Frontera Lituania–Rusia, anochecer del 19 de septiembre de 1915. Gabrielle colocó su casco bien para poder seguir avanzando, mientras observaba el horizonte borroso. Agarró la cartera a su hombro y se deslizó hacia uno de los hoyos en la tierra con rapidez, siglos de práctica jugaban en su favor. En contra, toda la artillería alemana. Su cuerpo golpeó con brusquedad tierra y barro mientras caía en el agujero para resguardarse de las bombas. Miró a su alrededor para contemplar que estaba sola. Otro obús cayó a su lado. – ¡Gabrielle! Liev se tiró sin aliento en el hoyo, cayendo al lado de la rubia. – Estamos listos. –dijo. Gabrielle asintió y reptó hacia adelante para poder ver el paisaje frente a ellos. La línea de alambradas se fundía en la lejanía con el polvo y la niebla. El sol ya había bajado por completo, y sólo quedaba un resquicio anaranjado en el cielo que teñía de sepia el terreno, mezclado con las nubes grises que comenzaban a llegar del norte, con la misma planta tenebrosa con la que avanzaba el ejército alemán. Gabrielle se volvió al joven Liev. – Bien. Es el momento. –la mujer colocó una mano sobre el hombro del muchacho. Un soldado ruso salió corriendo de otro hoyo próximo, driblando bombas y balas, en un intento vano por retroceder hacia la línea de defensa. Un proyectil cayó en su camino. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 16. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. -Episodio 1 -De Ellie Debyk. La sangre saltó en todas direcciones y Gabrielle, por puro instinto, cubrió al muchacho con su cuerpo. Cuando se irguió pare ver el estado de Liev, el joven temblaba bajo ella, sonrojado, quizá por el hecho de ser protegido por una mujer, quizá por no ser capaz de protegerla. Gabrielle rodó para quitar su peso del muchacho, de forma que se quedó dándole la espalda. El joven notó que la mujer se tensaba. – No mires. –dijo Gabrielle. El mandato sonó serio. Liev giró sobre sí mismo en la tierra y miró hacia adelante, de reojo, hacia Gabrielle. Ella se giró lentamente sin dejar ver lo que había frente a su cuerpo, y se colocó al lado del joven, mirándolo a los ojos. En los ojos de la mujer había una media sonrisa tranquilizadora. El muchacho parecía ir a romper a llorar en cualquier instante. Pero tenía coraje. Gabrielle vio aquel coraje en los ojos del chico, que asentían y daban a entender que estaba preparado. – Ahora. –Gabrielle ordenó. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Al instante, el muchacho reptó hacia atrás y sacó una pelota de fútbol de su cartera. Se puso de pie en el centro del hoyo, alzó la pelota en el aire, y la golpeó con su pierna enviándola hacia las líneas enemigas. En el momento en que la pelota surcó el cielo y pareció perderse en suelo del ejército alemán, la línea de defensa rusa comenzó a disparar sin descanso, cada soldado agachado derrochando toda su munición, y cada ametralladora sin descanso. El sonido se hizo ensordecedor. Gabrielle no tuvo tiempo de volver a mirar hacia Liev. Comenzó despacio, saliendo del hoyo agachada y sigilosa, pero cuando las balas comenzaron a salir también de las trincheras alemanas, corrió con todas sus fuerzas, dibujando eses en la tierra, driblando proyectiles y balas, teniendo que saltar y bordear alambradas. Un obús abrió otro hoyo delante de ella y se tiró con la brusquedad de la ocasión anterior. Su cuerpo agotado y nervioso golpeó la tierra, y se dio un momento para recuperar el aliento. Entonces oyó un grito. Incorporó medio cuerpo, intentando evitar que una bala enemiga la encontrara, y allí vio el hoyo donde había dejado a Liev, cincuenta metros atrás. No podía ver al chico, pero veía los cascos acabados en aquel pico horrible de los soldados alemanes. – No... –susurró. Gabrielle corrió de nuevo. Corrió en dirección contraria buscando su pistola en la cintura. Una línea de balas alemanas la siguió, pero ella corrió más. Saltó una valla, otra más, casi resbaló con el barro y hubo un momento en que la onda expansiva de un obús tras su espalda la hizo caerse de rodillas. Pero retomó la carrera con rabia al oír de nuevo un grito de Liev... luego un disparo. Le habían disparado. Los gritos de dolor del muchacho resonaban en todo el campo. Gabrielle llegó por detrás. Los cogió a todos por sorpresa. Eran siete. Tres estaban de espaldas, y los disparó sin meditación. Cuatro balas salieron en la dirección de aquellos soldados. A los dos primeros, los mató al instante, por la espalda. El otro se había girado ya, pero dos balas impactaron en su pecho, que explotó en sangre y carne convirtiéndose en una mancha roja. Los otros cuatro, frente a ella, se miraron los unos a los otros con sorpresa. Todos dudaron. Gabrielle aprovechó para tirarse en el hoyo, descargando otras cuatro balas. Las dos primeras impactaron en la cabeza de uno de ellos. Las otras dos, en el estómago de otro. Sólo quedaban dos. En la tierra, Liev se retorcía con el hombro destrozado en sangre. Rodaba por el suelo revolviéndose en el dolor. Gabrielle estaba ahora de pie, frente a ella los dos soldados restantes, a sus pies, el muchacho herido. Liev abrió los ojos un instante para ver lo que ocurría, aunque en vez de eso encontró frente a él, en el suelo, lo que Gabrielle le había prohibido ver antes. La pierna del soldado ruso que había intentado escapar yacía muerta, inerte, sangrante, separada del resto del cuerpo, y aterradoramente macabra sobre la tierra negra y fangosa. Entre su propia sangre, y la de aquella visión, el muchacho se volvió de un color grisáceo y vomitó allí mismo. Mientras tanto, Gabrielle había sido distraída por el malestar del chico. Uno de los soldados gritó algo y sacó su arma sin vacilar. Le disparó en el corazón. Gabrielle salió disparada unos cuantos metros y se golpeó contra la tierra. Los soldados sonrieron y mascullaron algo entre dientes. Gabrielle perdió la vida. La nada se irguió ante ella. * sigue --> file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/2.htm[20/03/2013 20:36:29]
  • 17. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk. continuación...: Xena despertó sola. – ¿Elle...? Sus ojos soñolientos se abrieron y se irguió con demasiada rapidez, provocándose un amago de mareo, teniendo que llevar su mano a la frente para disipar el malestar que su cabeza sentía. Era extraño todo esto. Muy extraño. La inmortalidad tenía las consecuencias de poder sentir dolor, pero no las de que el dolor de una herida permaneciese tanto tiempo, o que fuese curada tan lentamente. Xena analizó la habitación, allí sentada, sobre la camilla. La manta con la que Gabrielle la había cubierto estaba sobre sus piernas. Estaba casi desnuda, apenas en ropa interior. Las marcas de las balas habían desaparecido. Xena se giró en la camilla poniendo sus pies descalzos sobre el frío suelo. Frente a ella, la estantería que contenía medicamentos e instrumentos. A su derecha, la silla en la que Gabrielle había estado recogida como una niña asustada. Giró la cabeza para ver, en el otro lado, el pequeño escritorio con la silla carcomida. Sobre él, estaba el cristal que hacía de espejo. Y las tijeras. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Xena se levantó hacia él con el ceño fruncido, sintiendo el frío, rodeándose con la manta por encima de su cuello. Las piernas estaban dormidas y sentía el cosquilleo molesto del cansancio sobre ellas. Llegó al escritorio para tomar en una mano el trozo de cristal. Contempló su reflejo y encontró a unos ojos azules que se miraban a sí mismos con algo de... diversión. Comenzaba a cansarse de que siempre fuesen los mismos, contando con que así había sido durante dos mil años. No así los de Gabrielle. No, esos podía estar mirándolos de aquí a la eternidad. Xena posó con delicadeza el espejo, como depositando un objeto precioso. En cierto modo lo era, pues podía ver las huellas de los dedos de Gabrielle marcadas sobre el cristal, y aquello lo hacía cobrar valor, mucho valor. Tomó las tijeras en su mano, y las alzó, para observar la punta minuciosamente, con un gesto muy similar al que antaño había hecho al analizar el filo de su espada. El objeto fue devuelto al escritorio sin otras preocupaciones. Entonces Xena se preguntó qué había pasado. Simplemente, Gabrielle no estaba. Buscó pistas en la habitación de nuevo, y sus ojos se agrandaron cuando se dio cuenta de que su uniforme no estaba allí. En ningún sitio de la estancia. No estaba, al igual que Gabrielle, y el temor de que de hecho se hubieran ido juntos la hacía sopesar en su mente aquella posibilidad loca que había pensado antes de caer de nuevo en el sueño, cuando su mujer estaba pensativa y triste sobre aquella silla... Alguien tiene que avisarlos. Las palabras regresaron a su mente, y la idea se conjugó con ellas: Gabrielle había decidido tomar su lugar en el frente. Había decidido ser la mensajera. – Oh, mi amor, ¿qué has hecho? El llanto de Xena sonó en la estancia vacía como un eco ínfimo que se perdió en la nada. Como si nunca lo hubiera dicho. Eso es lo que ocurre con las palabras cuando nadie más está allí para escucharlas. Xena se acercó medio cojeando de nuevo al armario de las medicinas. Abrió un cajón. Nada. Luego otro, y luego el siguiente, y después comenzó a revolver de un lado a otro hasta que vio una jeringuilla igual a la que Gabrielle había usado. Pero no encontró lo que buscaba. Volvió de nuevo hacia la parte del escritorio, y allí vio el cubo de la basura, ensangrentado y lleno de barro. Miró en el interior, y se le partió el corazón. Los cabellos dorados se mezclaban con el barro y la porquería, con las medicinas usadas y las jeringuillas. La visión más aterradora que había visto nunca, quizá, pues el pelo brillante de su amor se fundía con aquel rastro de guerra como un nido de manzanas maduras, cuando en su interior se instala la podrida e infecta a las demás. Quizá, porque aquello era una representación plástica de lo que Gabrielle estaba dispuesta a sacrificar por el bien supremo. Xena se agachó despacio, como si doliera, y metió la mano en el cubo para sacar el frasco de lo que Gabrielle le había suministrado. Leyó la etiqueta con temor: estazolam. Era un somnífero. Uno que en las cantidades adecuadas podía provocar aquella fusión de consciencia e inconsciencia que había sufrido. Todo lo que había pensado se cumplió. Con todas sus fuerzas, tiró el frasco contra el estante de las medicinas frente a ella. Los cristales se rompieron y el sonido resonó en la habitación. Comenzó a sentirse incompetente, como siempre, por no haber tenido los ojos abiertos y haber sido capaz de prevenir esto. La manta cayó de sus hombros. Su mente comenzó a pensar en una salida. Xena posó ambas manos sobre el escritorio y de nuevo estaba dándose la cara, frente a frente. – La has dejado marchar, imbécil. –se dijo a sí misma con el desprecio de un señor de la guerra. Reparó en el cajón entreabierto. Llevó su mano allí y lo abrió. Un sobre blanco, arrugado, estaba dentro. Lo cogió entre sus manos para comprobar el escaso peso. Lo abrió, y en su interior descansaba, ajeno a sus penas, un mechón largo, dorado como el sol, limpio y bello, que Xena estrechó entre sus manos y guardó en su camisa, cerca del corazón, cuando salió hacia el frente en busca de Gabrielle. * Abrió los ojos y su vista borrosa se centró con extraordinaria rapidez. Los vio. Los dos soldados alemanes hablaban entre ellos ajenos a su recuperación. Uno de ellos asintió al otro, sonriendo. La miraron, pero cerró los ojos con anticipación para que no se dieran cuenta. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
  • 18. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk. Entonces uno de ellos comenzó a desabrocharse el cinturón. No tardó mucho en comenzar a hacer lo propio con el de ella, podía sentir sus manos sudorosas de deseo y rabia, temblando, luchando con el cinturón alrededor de su cintura. Pero desafortunadamente para él, Gabrielle estaba tumbada sobre su propia mano, que fue arrastrando lentamente hacia abajo, hasta dar con la navaja metida entre su espalda y el pantalón. El soldado dio el primer tirón para deshacerla de sus pantalones, pero su expresión viciosa cambió a sorpresa, luego a dolor. La mujer que acababa de matar estaba mirándolo a los ojos, mientras notaba el filo incrustado en su cuello revolviéndose en su interior. El filo fue extraído. Él cayó. El cadáver fue retirado a un lado bruscamente, y el fango comenzó a fundirse con un charco de sangre. Gabrielle miró con serenidad al otro soldado. Él permanecía inmóvil, pálido, asustado. Pero no vio en Gabrielle una marca de frialdad, y por su mente pasó la posibilidad de salir vivo. – Por favor, no me mates –dijo en alemán. Su súplica era un último intento de supervivencia, no tenía ni siquiera la esperanza de que esta mujer supiese hablar alemán. – Vete a casa. No eres más que un crío. Es tu segunda oportunidad –contestó Gabrielle sin expresar nada en su rostro. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m El soldado asintió sorprendido y salió de allí corriendo, sin mirar atrás, sin querer mirar, y sin saber todavía lo que había ocurrido. Y aún así la seguía odiando, puede que sólo por estar en el bando contrario. Gabrielle oyó un gemido. Liev se moría. El chico deliraba. Gabrielle se acercó hasta él, y lo tomó en brazos, acunándolo. El muchacho creyó estar con su madre, y se acurrucó contra ella, llorando en su pecho, en una mezcla de sangre y lágrimas, preguntándole a su madre qué había pasado... por qué le dolía tanto todo el cuerpo. Gabrielle, sabiendo que el chico se iba, agradeciendo los años de viaje, comenzó a murmurar una pequeña nana rusa aprendida hacía siglos, que contaba un cuento, uno de un joven campesino y un zar con una hija muy hermosa... El muchacho miró a los ojos de Gabrielle mientras ella lo serenaba con aquel murmullo cálido. De fondo, obuses y balas seguían cayendo, gritos, y ametralladoras. – Mamá... –susurró Liev– ...tengo mucho sueño... – Entonces duerme, mi vida, duerme. Gabrielle lo besó en la frente, instándolo a cerrar los ojos. El muchacho volvió a acurrucarse en el cuello de su madre. Los ojos le pesaban pero se resistía a abandonar la mirada del cielo. El cielo que parecía no estar tan lejos de casa, el cielo que quizá podría estar contemplando, ahora mismo, desde el campo de su casa, allí donde su familia lo esperaba. – ¿Por qué? La mirada apenada de Gabrielle se centró en el muchacho en su pecho. La pregunta no había sido dirigida a ella, no obstante. Gabrielle vio que el muchacho se había quedado frío, con la mirada en algún punto del cielo. Y el cielo no parecía poder contestar la pregunta. Una mano inmortal y temblorosa cubrió inmóviles ojos azules, cerrándolos para siempre.  – ¡Ahí está! Gabrielle oyó un grito cercano en alemán, una voz familiar... pero no lograba reconocerla. Sus ojos llorosos alzaron la vista para encontrar al soldado que había dejado vivir, señalándola. A su lado, apareció un oficial, seguido de una veintena de soldados. Su vista se cruzó sin querer con un delgado chico pelirrojo al que parecía quedarle grande el casco: lo encontró con sus pequeños ojos verdes fijos en el anillo que colgaba de su cuello. El chico se dio cuenta y volvió la vista avergonzado. El oficial al mando miró a Gabrielle a los ojos, luego al muchacho muerto que yacía en sus brazos. Gabrielle no se movió, y mantuvo con dignidad la mirada de unos vacíos ojos grises. El oficial, quizá no queriendo tener pesadillas con aquellos ojos verdes,  volvió la mirada hacia los cadáveres de sus soldados muertos. – Maldita puta rusa... –murmuró. Sacó su pistola de la cintura, y disparó en la cabeza a aquella mujer que no soltó el cuerpo del chico ni un sólo instante. Ella y Liev yacieron juntos formando una cruz sobre la tierra que hacía las veces de epitafio para un campo extenso lleno de bajas, de soldados que servían a sus patrias. Gabrielle perdió la vida. La nada se irguió ante ella. * Frontera Lituania–Rusia, amanecer del 20 de septiembre de 1915. Xena corrió por entre las alambradas y se tiró en uno de los hoyos. Con el cuerpo tumbado, se asomó ligeramente sobre la tierra. Hubo un momento en que la artillería cesó. El campo se quedó en silencio. – ¡¡Gabrielle!! –llamó. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
  • 19. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk. Nada. – ¡¡Gabrielle, contesta!! Nada. Con la desesperación en sus ojos azules, ahora puro hielo, avanzó de nuevo por el campo con una rapidez extenuante. Sabía que debía calmarse, Gabrielle no podía morir. Pero eso no implicaba que no pudiera ser herida, o violada, o torturada, o separada de su lado. Todas las razones anteriores eran adversidades con las que tuvieron que enfrentarse a lo largo de los siglos. La última, sin embargo, era la que haría de Xena una inmortal muerta. El cuerpo de Xena volvió a golpear el barro con furia. Entonces se dio cuenta de dónde había ido a parar. Contó ocho cadáveres en aquel agujero. Siete cascos alemanes. No así el octavo. – Liev... V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Xena se acercó al centro del hoyo donde yacía el muchacho frágil, pero valiente, que había mandado hasta hacía unas horas. La mujer acarició con sus manos el sucio y triste rostro del cadáver del chico. Su corazón pegó un salto dentro del pecho y comenzó a consumirse en la ira. Allí, sobre el barro, vio la navaja que Gabrielle solía llevar con ella en la enfermería. Estaba llena de sangre. La tomó en sus manos. Un ruido a sus espaldas interrumpió a las lágrimas que pedían salir. – ¡No dispares! – ¡Dame una buena razón! – ¿Buscas a la chica rubia? Xena bajó el arma. Salió del hoyo con rapidez y observó al alemán amedrentado frente a ella. Un chico pelirrojo y delgado de ojos verdes, no tan bellos como los de Gabrielle. El señor de la guerra había vuelto de nuevo. – ¿Dónde está? –aquel tono podría haber helado el infierno. – No lo sé... ¡en serio! Yo sólo vi cómo le disparaban... –el joven soldado estaba temeroso de que aquella revelación le costara la vida, así que se apresuró a alzar sus brazos y confesar el resto con rapidez– ¡Pero ella no murió! ¡Ninguna de las veces! Xena no mostró ni el más mínimo atisbo de sorpresa, o alegría, o dolor. Simplemente estaba allí, inmóvil. – ¿Por qué sabes que la conozco? El muchacho cerró los ojos un instante, tratando de evadir aquella voz penetrante llena de cólera contenida. Su dedo índice se alzó tembloroso en el aire para señalar un círculo brillante en el cuello de Xena. – Ella... tenía uno igual... Xena asintió apenas perceptiblemente. Su rostro se relajó involuntariamente. El chico hubiera jurado que había líneas rojas en sus ojos, que iba a decirle una palabra de agradecimiento. Pero en ese instante, sintió algo atravesando su espalda, y su pecho explotó. Xena sintió la bala que acababa de atravesar al muchacho entrando en ella. El cuerpo del chico cayó sobre ella y ambos golpearon el suelo. La bala la había impactado en el hombro, y Xena supo que no la iba a hacer morir. Pero sí sentiría el dolor mientras la herida no curase. Apenas pudo levantar la cabeza por encima del hombro del muchacho sobre ella. Vio a un oficial sonriente sosteniendo una pistola. Con la corazonada anunciante de que estaba en el transcurso de una tragedia, Xena sacó fuerzas para sacarse de encima el cadáver del soldado. El oficial frente a ella no pareció sorprendido, pero sí asustado. – ¡Ayayayayayayaya! Ni siquiera supo cómo interpretar aquello. Sólo vio algo cayendo frente a él y luego una navaja atravesándolo. Y Xena mantuvo su mirada fija en unos vacíos ojos grises para que él supiera que estaba disfrutando cada momento de su muerte. El sonido del cuerpo cayendo sobre el barro hizo un pequeño eco en el campo de batalla. Xena se fue de sí misma, con la navaja sangrante en su mano, abandonada, sintiéndose como una niña pequeña fuera de lugar. Por primera vez, se dio cuenta de la quietud del campo. El bombardeo había cesado. Los gritos también. En el aire sólo quedaba el olor de la pólvora, la sangre, y la muerte. Y Gabrielle tenía razón: las épocas cambiaban... pero la esencia de la guerra era la misma. Su mano cubrió sus ojos, llorando. Dobló sus rodillas y se acurrucó sobre sí misma, en el barro. El silencio sólo contribuía al dolor. – ¡¡Gabrielle!! –gritó. Ni siquiera en medio de aquella batalla hubo un disparo o un grito que le respondiera. Su propio eco sin contestación dolió más. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
  • 20. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk. El sol comenzó a salir. Amanecía en la frontera. Las tropas pronto llevarían acabo la retirada. Una voz dentro de Xena, aquella que siempre conocía la verdad, dijo que este era su primer amanecer en la eternidad sin Gabrielle. También añadió que quizá podría ser el primero de muchos. Y como tenía otra parte heredada de su lado oscuro que siempre negaba la realidad, deseando moldearla a su gusto, corrió hacia el frente gritando, con la navaja en su mano, en busca de Gabrielle, en busca de sangre alemana. Acabaría con todos hasta encontrarla y si no lo lograba, haría que la tierra se estremeciese ante la Destructora de Naciones para hacer regresar a su bardo.     V. París, Francia. 20 de septiembre de 1965. Hoy hace cincuenta años. Hoy hace cincuenta años que perdió a su amor. El Arco del Triunfo comunica con las aceras mediante unas escaleras subterráneas que llevan hasta su centro, bajo la carretera. El túnel es largo y oscuro, con formas que recuerdan a largas cavernas que podrían haber sido situadas en la Grecia de hace dos mil años. Y eso no resulta casual, quizá. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Quizá no sea casual tampoco que aquella larga calle que atraviesa París se llame los Campos Elíseos. Quizá era un juego sucio y cruel del destino, como tantos otros había vivido, así que no importaba ya saber si esto era una casualidad o no. No le importaba. En el centro del Arco del Triunfo permanece una llama encendida y un perpetuo ramo de flores frescas sobre la tumba del Soldado Desconocido. ¿Era eso acaso una casualidad? Ella no lo creía. Por eso, tras cincuenta años de búsqueda, tras llorar cada noche por la pérdida y la soledad, venía a renovar su promesa de lealtad y amor eternos. Por eso estaba allí. Porque sabía que ella estaba viva en alguna parte, y que la encontraría, pero mientras tanto, si Gabrielle y ella tenían un lugar en común al que regresar, al que recordar, porque allí permanecían todos los que alguna vez habían significado algo para ellas, ese lugar eran los Campos Elíseos. * Llamaba la atención entre los turistas. No llevaba una cámara de fotos, ni iba acompañada, ni sonreía y señalaba todo lo que llamaba la atención. Era sólo una sombra impresionante vestida en una larga chaqueta negra, escondida tras unas gafas de sol. Y eso no era muy apropiado para una mujer en los tiempos que corrían, entre otras cosas... Xena notaba las miradas sobre ella. Había realizado este ritual muchas veces antes, pero ahora tenía un símbolo mayor. Simplemente salió de la oscuridad del túnel y se dirigió a la tumba. Permaneció allí, contemplando la llama. Algunas de aquellas miradas la vieron posar una rosa sobre la tumba. Advirtieron que si hubieran podido ver sus ojos habrían notado la única lágrima que salía de ellos. Así que todos volvieron la vista con un nudo en la garganta y trataron de no caer en la tentación de la compasión por la pérdida que intuían, pero ya era demasiado tarde. El sol comenzó a cansarse de su baile con la sombra enorme del Arco, proyectada sobre la carretera. Sin embargo, aquella figura no se movió de su lugar, ni perdió su mirada de aquel símbolo: una tumba anónima que, al mismo tiempo, llevaba el nombre de todos los soldados de las dos peores guerras que había conocido la Humanidad. En la primera, Xena había perdido lo mejor de su vida y su razón para permanecer en la tierra. En la segunda, había encontrado la esperanza de volver a recuperarla... Así que, con aquel tributo a todos los que habían perecido, a todos los que había visto morir, intentó no volver a recordar el rostro de Liev, sobre la tierra, sin vida... quiso recordarlo fascinado y sonriente cuando Gabrielle contaba alguna historia en los barracones... quiso no volver a llamarse viuda a sí misma, y que la Gabrielle que permanecía con ella a pesar de la distancia no fuera aquella niña perdida deseosa de salvar al mundo que se había mecido en una vieja habitación de enfermería, durante una vieja guerra. Mejor conservar en el recuerdo a una radiante Reina Amazona el día de su unión en una ceremonia eterna. El aire vagaba sobre una tenue luz azulada que iba dejando la lenta desaparición del sol. Los ruidos de los coches eran lo único que quedaban mientras toda Francia se disponía a dar sus buenas noches al resto del mundo. Sólo quedaban ella y la llama. Hizo su único movimiento en toda aquella tarde bajo una extrañada mirada, aunque no quiso notarla. Metió la mano en su chaqueta, y allí, una pequeña cajita de metal, cuadrada y vieja, portaba en su interior un mechón rubio que brillaba con la misma intensidad de aquel primer día. No el día en que la perdió, ni el de su enlace. Sino aquel día en que cruzó su mirada por primera vez con una muchacha aldeana e inocente que sabiéndolo todo sobre ella y nada sobre el mundo, rehusó abandonarla y se instaló en su corazón de por vida. Aunque ya estaban destinadas. Se habían encontrado en el pasado, y permanecieron juntas en el futuro, hasta que su instinto para protegerla falló, y la perdió. Gabrielle... mi esposa, mi alma gemela... Hoy hace cincuenta años. Hoy hace cincuenta años que te perdí, amor mío. La rosa que había depositado dejó escapar un único pétalo que se escapó en el viento. En el viento, por Liev, o por el chico pelirrojo, o por todos los que se habían ido que alguna vez había valido la pena. Los que quedaban en la flor, sin embargo, eran para ella. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
  • 21. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk. La hora de cerrar se acercaba. Lo sabía. Pero no pudo evitar que su mente se sintiese de nuevo culpable y comenzase a preguntarse quién era, de dónde venía o a dónde iba... sin ella. El guarda se acercó a ella. – Je peux vous aider, madame? Ya era tarde. Su mente ya volaba en busca de respuestas que traían recuerdos. Todos los recuerdos. Mi nombre es Xena Amphipolis, aunque llevo tiempo siendo conocida como Xena Poteidia. Guerrera. Nací para serlo. Lo he sido siempre. El poder. La pasión. El peligro. – Pardon? –El guarda frunció el ceño esperado una respuesta. Infancia... sufrimiento... Hija de Cyrene. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Hija de Ares, dios de la guerra. – Vous allez bien? Sus niños. La maternidad. Madre de Solan. Madre de Eve. Madre de Galia. Madre de Tristan. – Je devrais retourner, c'est l'heure de la fermeture du tunnel... M'Lila, César, Lao Ma, Alti, Borias, Hércules... todos... Princesa Guerrera, Destructora de Naciones. El hombre se acercó un poco más muy extrañado. –Vous m'entendez ou...? Momentos felices. Ambrosía, anillos, besos... Amiga de Gabrielle Poteidia. Amante de Gabrielle Poteidia. Alma gemela de Gabrielle Poteidia. Esposa de Gabrielle Poteidia... Su mente volvió. Pretendió parecer avergonzada. – Oui, oui. Excusez–moi. J'étais... absorte en regardant la flamme. Excusez–moi... je pars tout de suite. La había perdido. Perdida... ¿perdida para siempre? ...viuda de Gabrielle Poteidia. Se escondió en su chaqueta y desapareció de allí.     Epílogo. Washington D.C.  26 de agosto de 1963. La muchacha se abrió paso entre la multitud como pudo. Las trenzas rubias jugaban sobre sus hombros, y deslumbraba en aquella camisa hippie blanca. Los pantalones vaqueros se ceñían a su cuerpo para acabar con aquella forma de campana. Trató de escuchar la megafonía pero era casi imposible entre las ovaciones de la gente cada vez que el orador acababa un párrafo. Se acercó más, colándose entre hombres, mujeres y niños, tanto blancos como negros. Entonces, se acomodó en un lugar donde alcanzaba a ver el palco, y sonriente por su logro, puso atención a las palabras. – Hoy tengo un sueño. –comenzó el orador– ¡Tengo un sueño en el que algún día, abajo, en Alabama, con sus crueles racistas, con su gobernador teniendo sus labios goteando las palabras de la interposición y la anulación; que algún día allí mismo, en Alabama, los niños negros y las niñas negras podrán dar la mano a los niños blancos y a las niñas blancas como hermanos y hermanas! El público estalló de júbilo, y ella hizo lo mismo, aplaudiendo con rabia e incluso silbando con fuerza. A su lado, una atractiva muchacha negra la miró de reojo sonriente. Ella hizo como que no se daba cuenta, pero casi no pudo evitar un sonrojo. file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
  • 22. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. - Episodio 1 - De Ellie Debyk. – Hoy tengo un sueño. Tengo un sueño en el que algún día cada valle será erguido, cada colina será remarcada y cada montaña será reducida, los sitios vastos se harán pequeños, y los lugares corruptos se harán justos y la gloria del Señor será revelada y todos lo veremos juntos. De nuevo, la multitud rugió con alegría y fervor por su predicador. – ¿Lo habías visto antes? Una voz dulce, sensual, susurró en su oído. Ojos verdes esmeralda se mezclaron con unos marrones brillantes. – No, nunca en directo. –la chica rubia sonrió– Y tenía muchas ganas... – Yo sí. Es fantástico. –la muchacha, de pelo negro exuberante, en una camiseta anaranjada y unos pantalones anchos azules, se llevó las manos a la cintura y volvió la vista al orador, pensativa– Va a hacer grandes cosas por este país... ¿no crees? La chica rubia no había apartado su mirada de su nueva compañera y asintió. – Sí, creo que sí. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Deseaba calmarse a sí misma, pero comenzó a darse cuenta de que quizá por primera vez estaba experimentando la atracción. Esta muchacha negra bellísima parecía encender todos sus sentidos, y no recordaba haberlo sentido nunca. Ni siquiera con el único hombre con el que había estado desde que apareció en medio de ninguna parte en el viejo continente... Miró detenidamente a su nuevo objetivo y reparó en que la chica no debía tener más de veinte años. Eso es una miseria comparada contigo, encanto... aunque, en realidad, ni siquiera sabes cuántos años tienes. Bueno, qué más da, si siempre aparento... ¿cuántos?¿25? La chica rubia fue sorprendida en sus pensamientos por una mano que apareció agitando la suya. – Soy Rachel... y soy de Florida. El caluroso apretón fue un intercambio alegre de presentaciones. – Elle... Elle Jamison, de Alabama. – Guau... ¡qué nombre! Bueno, no me malinterpretes, es muy bonito. Pero extraño. De todas formas, Elle suena bien –la chica guardó silencio y luego pareció reparar en algo–¡Ey, entonces eres casi paisana suya! –y señaló con la cabeza al palco– – Sí, supongo que sí... al igual que tú. Las manos se sostuvieron mutuamente más tiempo del necesario, y finalmente Rachel concluyó con otra blanca y contagiosa sonrisa. – Pues encantada, Elle. – Lo mismo digo, Rachel. Ambas se volvieron al palco de nuevo. La gente seguía gritando a su alrededor. – ¿Eres nueva aquí? –Rachel preguntó con cierto disimulo. – No, exactamente. Bueno... sí, soy nueva. – Ah. En realidad yo llevo tres años viviendo aquí, con mi madre y mi hermano. Washington tiene muchos taxis y nunca los encuentras cuando llueve, pero aún así es una ciudad estupenda. La rubia rió con gusto ante la ocurrencia. Comenzaba a sentirse muy cómoda. – Entonces supongo que podrías enseñarme la ciudad, ¿no? –preguntó Elle con más de una insinuación en el tono– – Por supuesto. –y el de Rachel era pura aceptación. Gabrielle rezó porque sus años de preguntas y ninguna respuesta se calmasen con la llegada de la joven que ahora tomaba su mano en la suya. Sonrió ante el gesto, y lo aceptó con una pequeña caricia de sus dedos. Ambas volvieron la vista al palco. – Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que volveré al Sur. Con esta fe seremos capaces de excavar la montaña de la desesperación y hacer de ella la piedra de la esperanza. La multitud cerró el final del discurso clamando en la admiración por las palabras de Martin Luther King. · FUNDIDO EN NEGRO · Gabrielle fue perdida durante la producción de este relato. CONTINÚA EN EL EPISODIO 2 file:///E|/MisDocumentos/web/VO_v6/fanfics/ffVO/fflargos/chakrams/episodi1/3.htm[20/03/2013 20:36:45]
  • 23. CHAKRAMS PARA LA ETERNIDAD. Episodio 2. Por Ellie Debyk Disclaimer de marras: Los personajes de "Xena Warrior Princess" se pertenecen a sí mismos, aunque en lo legal MCA/Universal y Renaissance Pictures dicen lo contrario. La Historia a la Humanidad, "Lucy in the Sky with Diamonds" a The Beatles, y yo, a mi mamá. En ninguno de los casos se pretende violar los derechos de autor, ni existe ánimo de lucro, ni se ha echado azúcar al café. Otros: Amnistía Internacional, Peter Benenson, Timothy Leary, Allen Ginsberg, Lyndon B. Johnson y el resto de instituciones y personajes históricos que aparecen en la historia, son ajenos a ella y sus retratos, aunque documentados en la realidad, no dejan de ser ficticios. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Agradecimientos: A la Factoría igYrek, a Paxi y a Yaku. Iba a darme por vencida tras la fechoría de mister Tapert, pero creo que la experiencia me ha merecido la pena. Así que, mientras mi mente se ha curado, ahora a este señor sólo tengo que decirle, como diría Víctor, que "usté, no es ná, no es chicha ni limoná..." A mí que me quiten lo bailao, si se atreven. En definitiva, a Víctor Jara, a John Lennon, a Xena y Gabrielle; a todos nosotros. Aclaraciones: Los nombres (y su pronunciación) juegan un pequeño papel en la historia. Pero se deberá tener en cuenta que todos ellos son pronunciados desde la fonética inglesa. ¿Y por qué? Bueno, entre otras cosas, porque en la propia serie acostumbran a mezclar nombres de etimologías antiguas con otros propios del inglés, empezando por Gabrielle, por ejemplo. Además, hay que tener en cuenta que aquí Xena y Gabrielle han estado vagando por la tierra dos milenios y que hablan casi todos los idiomas conocidos prácticamente a la perfección (la pasta que me tendría que gastar yo en diccionarios). "Living is easy with eyes closed misunderstanding all you see it's getting hard to be someone but it all works out it doesn't matter much to me..." Strawberry Fields Forever  - The Beatles - 1967 En el Cielo. Prefacio. Vietnam, a 16 kilómetros de la frontera con China, agosto de 1967. Jeremiah cerró los ojos con todas sus fuerzas. Aunque temía que se fuera a esforzar demasiado en eso, y que luego, cuando llegara allá abajo, no le quedaran energías. Energías para correr. El ruido atronador del helicóptero en el que viajaba no era nada comparado con las bombas y mísiles cayendo sobre las casas en la playa. Podía ver aquellos gorros redondos y puntiagudos corriendo hacia la jungla. A espaldas de cada mujer vietnamita había un niño, agarrado al cuello de la madre. Jeremiah podía verlos como puntos difusos en el suelo, como insectos, como seres inferiores, corriendo hacia los árboles, luchando por sus vidas. Y ellos eran dioses enviando rayos a la tierra. Dios... Miró sus fuertes manos, negras, y sintió el deseo irrefrenable de desaparecer. De olvidar. De aferrarse a algo, y de abrazar a alguien. No tenía a nadie a quién abrazar, así que se abrazó a su ametralladora. Volvió a cerrar los ojos deseando que la tierra que ahora ardía desapareciese bajo los pies del helicóptero. Con aquella oscuridad oyó al general gritando. Abajo, iban a abajo. El helicóptero se posó sobre la plaza de la villa. Sus compañeros comenzaron a bajar. Pero Jeremiah seguía amarrado a su ametralladora. Qué curioso para él, que amaba tanto la paz, que al final, para permanecer en la cordura, tuviera que abandonarse a aquello que cargaba el diablo. Con estos pensamientos se dio cuenta de que no tenía que estar allí. Él no pertenecía a Vietnam, ni a ninguna guerra. Ni a ninguna ideología, ni a ningún hombre, ni a ningún pensamiento, ni a ningún ejército, ni a ninguna época. Él pertenecía a sí mismo. Por eso no quería bajar del helicóptero. Su compañero, uno de sus pocos amigos, un muchacho rubio y bajito, de apellido Berger, lo agarró por el brazo. – ¡¡Vamos!! Jeremiah siguió agarrado a la ametralladora, con los ojos cerrados, sin mirarlo.
  • 24. – ¡¡Vamos, joder, maldita sea!! Berger vio acercarse a dos mujeres vietnamitas. Por su mente pasó un destello de admiración por aquella valentía. Luego, sólo sintió el miedo. Pegó su rostro al oído de Jeremiah y gritó como no lo había hecho nunca: – ¡¡Nos van a matar, maldito negro de mierda!! Jeremiah abrió los ojos ante aquella frase. Los abrió mucho, fijos en Berger, que tenía en el rostro la mezcla agria del sudor, las lágrimas, la ira y el miedo. Hubo un perdón no pronunciado entre ellos dos, y lo último de lo que Jeremiah fue consciente, era que había abandonado su cuerpo para observarse a sí mismo volviéndose con brusquedad, acobardado, y con aquella cobardía, matando a dos mujeres vietnamitas armadas con sartenes. – ¡¡Arrasad la aldea!! Después ya no fue dueño de sí mismo. Ahora pertenecía a Vietnam. A la guerra. A la época que le había tocado vivir. A todas las ideologías vastas y a todos los hombres que las mandaban.– ¡¡Arrasad la aldea!! –el general gritó, de nuevo.     V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m I. San Francisco, USA. 10 de noviembre de 1967. Rachel notó cómo la mujer en la que estaba envuelta se retorcía débilmente, en sueños. Levantó su mirada para ver las facciones de su amante asustadas, retorcidas, miedosas. – Elle... –llamó Rachel, suavemente. Pero Gabrielle no le contestó. Sólo musitó algo en sueños. Rachel no pudo comprender lo que era. Juraría que era otro idioma, uno muy distinto. Acostumbrada como estaba a lo que la faceta de inmortal de su amante conllevaba, le resultó inaudito el extrañarse, al creer notar entre aquellas palabras el segundo nombre de su propia compañera. Y le resultaron tan raras que con facilidad se le quedaron grabadas para poder preguntarle qué significaban. La joven frunció el ceño un poco, mirando al vacío y preguntándose qué ocurría. Cuando volvió la mirada a la mujer que dormía con ella, sólo notó cómo el frío invadía los brazos que antes habían estado arropados por el calor del torso de Gabrielle. La rubia se levantó con rapidez evitando cruzar su mirada con la de su amante, dándole la espalda con el cuerpo desnudo, directa a buscar una llamativa blusa de motivos caribeños colgada sobre la silla del escritorio. Gabrielle se cubrió con ella y rebuscó un cacho de papel de fumar en el cajón, y un mechero. Salió al porche sin mediar palabra ni volver la vista. Rachel se quedó allí, inmóvil, mirando cómo la puerta de la caravana rebotaba un poco. Luego sólo suspiró con un aire mezcla de confusión e indignación, y se cubrió la cabeza con la almohada. * El sol estaba regateando con el Golden Gate, comenzando a volverlo engañosamente anaranjado con sus primeros rayos, cuando Gabrielle salía bruscamente de la caravana dejando a Rachel en la cama. Tiró de mala manera todas las botellas de cerveza y los ejemplares de la Biblia que había sobre la tumbona... tendría que tener una conversación seria con Spike más tarde. Se sentó sobre la tumbona, estiró las piernas y extrajo del bolsillo de su blusa una bolsita de la que extrajo un puñado de hierba. La envolvió en el papel, colocó el filtro, y usó el mechero para encenderlo. El humo salió lentamente de su boca. Dibujó "os" en el aire. Y simplemente se quedó allí contemplando cómo San Francisco despertaba. Pensando el problema que tenía. El vacío que vivía. La descripción de Gabrielle en esos momentos probablemente asustaría. Coincidiría con la de millones de jóvenes que como ella se buscaban a sí mismos, pero había una enorme diferencia. Y es que Gabrielle ya no era Gabrielle. O por lo menos ella no lo sabía. La diferencia principal radicaba en que llevaba más de cincuenta años en aquella búsqueda. Ya no su inmortalidad, de la cual apenas tenía conocimiento, sino de su cruzada: de la certeza de la soledad. Ahora era sólo Elle, la "bardo", como Timothy Leary la llamaba. Si esto se parecía o no a su vida anterior, sería una coincidencia. Hizo salir el humo despacio, llenando la boca. Al principio, había vivido sin identidad. O quizá tratando de buscarse una. Como una niña. Dejándose llevar por él, por él que la había querido tanto y al que ella no había podido querer igual. Pero estaba agradecida a su familia, por haberla ayudado a encontrarse... seguía sintiéndose con una identidad prestada, no suya, pero tampoco de nadie más. Se sentía más parte de la nada, que del mundo. Sin memoria, sin recuerdos, sin saber por qué no envejecía o porqué no moría. Y ahora, la pregunta era de dónde salían aquellos sueños. Estaba segura de que era su vida, no tenía la menor duda. Aunque puede que fueran las vidas de otros... No. Siempre había una pauta en sus sueños, que habían comenzado hacía poco. Desde que había aparecido en medio de la nada, en el corazón del viejo continente, no había soñado jamás. Pero desde que conoció a Rachel y comenzó a probar drogas, se habían ido intensificando sueños extraños en los que siempre aparecía una mujer alta, de pelo negro. Todo era muy borroso, pero le daba miedo pensar que los sueños se situaban en épocas muy distantes unas de otras, con sucesos de los que ni siquiera había oído hablar. Solía despertarse y tratar de recordar los más