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VUTE
VUTE
Rolando
Alvarado
Anchisi
Rolando
Alvarado
Anchisi
por:
por:
2020
2020
Prólogo
Prólogo
Querido lector,
Hace unos años co-escribí una obra con un
nombre rimbombante haciendo alusión al punk
rock como forma de innovación. La verdad me
cambió bastante porque, aunque conocía los
clásicos populares del punk, la verdad no sabía
mucho sobre su historia, los grupos menos
sonados, su evolución o la filosofía detrás del
movimiento. Desde entonces, he adquirido un
gusto por las formas de expresión que no son
comerciales, en un mundo cada vez más
i
descaradamente utilitario.
Es por eso que mis obras, hasta la fecha, son de
distribución gratuita, en formato electrónico para
que cualquiera, quien me honre con su tiempo, las
pueda leer. Lo hago porque me produce placer,
porque nadie esperaba que pudiera escribir algo
coherente, porque es una forma de desafiar al
mundo a considerar lo que es arte fuera de lo que
los demás consideran realmente sea arte
ortodoxo y elitista. Esta pasión por expresarme,
me ha sacado de mi zona de comodidad,
llevándome a experimentar en redes sociales con
mi escritura y a compartir las maravillas del arte
urbano que encuentro en mi tierra adoptiva,
Chiriquí.
La temática general de la obra son vidas, muy
variadas, y la muerte. Verán, soy patólogo y todos
los días tengo que pensar en la muerte cuando
tengo un cadáver en la mesa de autopsia y
cuando tengo que dar una mala noticia por una
iii
biopsia. El denominador común es el sufrimiento,
la enfermedad, el envejecimiento y, claro está, la
propia condición humana: la vida como la
conocemos. Esta perspectiva la he intentado
plasmar en esta obra, particularmente con
personajes considerados despreciables por todos.
Despreciables en el sentido que no son personas
con quienes te gustaría compartir un café o un
asiento y, mucho menos, tu vida. Me he tomado el
esfuerzo de describirlos para ocasionar tu
desagrado pero, al mismo tiempo, llevarte por un
relato que te haga sentir empatía por ellos. La
mayoria de los personajes mueren, excepto uno
que vive rodeado de muerte, uno que nunca
realmente estuvo vivo y dos que mueren de una
forma para renacer en otra. Pretendo, a través de
mis palabras, crear empatía por ellos. Verlos
como personas, igual que tu y yo, con virtudes y
defectos, victorias y derrotas, alegrías y tristezas,
placer y sufrimiento.
v
Toda la vida es preciada, pero vivirmos en un
mundo que parece ponerle cifras monetarias a
cada aspecto de nuestras vidas. Alguien decide
cuánto valemos y todos cargamos una etiqueta
con nuestro valor. No estoy de acuerdo con eso,
aún cuando puedo entender esta postura. Sin
embargo, creo que ambos, yo como escritor y tu
como lector, podemos empezar a cambiar el
mundo que nos rodea con algo de pasión y
mucho esfuerzo.
El nombre de la obra es una mezcla de letras
provenientes de las palabras “Vida” y “Muerte”.
Curiosamente, entre ambas palabras se genera la
palabra “Mierda”, hallazgo que me ocasionó
gracia porque la vida o la muerte pueden ser una
mierda en algunos aspectos. La otra palabra que
se genera es “Vute”, que no tiene ningún
significado en castellano. Así que además de
haber escrito una obra que probablemente nadie
leerá, que no me generará ni un céntimo en
vii
ganancia, habré ideado una palabra nueva que
intente englobar los conceptos de vida y muerte.
Espero que, a diferencia de “Mierda”, “Vute” sea
una percepción positiva de vida y muerte.
Te dedido esta obra, querido lector, y espero
desees compartir alguna de tus creaciones
conmigo, empleando las redes sociales o, si
tenemos suerte, en el mundo real.
Sin más,
Rolando Alvarado Anchisi
ix
Índice
Índice
Prólogo i
Índice xi
La “Peke” 1
Troll incendiario 8
Taxista existencial 17
Leña del arbol caído 28
La inmensidad de la nada 39
Una Perra Dulce 47
Sobre los Hombros del Enano 55
Acariciando la Locura 62
Magnífico Perdedor 74
Una Vida de Mentira 82
Mala Leche 95
xi
Salpican tripas, caca y formalina 112
Pide, y Te Será Concedido 140
Vida de Mierda 149
Muertamor 161
xiii
La “Peke”
La “Peke”
Siempre gustó de la vida fácil. Era la niña más
hermosa e inteligente que cualquiera en su barrio
habría podido conocer jamás. Desde muy
pequeña dedujo que trabajar era bueno para los
demás, pero no para ella. Cuando tuvo edad
suficiente para conocer sobre ciertas opciones
que las niñas bonitas tenían para evitar trabajar,
decidió ninguna era para ella. Su determinación e
inteligencia la llevaron por el camino del
carterismo. Tuvo que practicar mucho para
adquirir la agilidad y delicadeza necesarias con
sus manos, complementado, claro está, con cierto
grado de dulzura e ingenuidad en su rostro que
1
ocultaban sus nervios. Su técnica favorita era
hacerse la tonta o la despistada, chocar con las
personas y sustraer lo que sus delgados dedos
podían. Solía vestir discreta y no arreglarse
mucho, pues el mejor disfraz era pasar
desapercibida.
Su madre no entendía ninguno de los enredos en
los que se metía, creyendo siempre sus versiones
y defendiendo a su niña. Ella la crió con firmes
valores religiosos, para admirar el trabajo duro y
honesto, el cultivo de virtudes a través del camino
de la adversidad... Mierdas misceláneas que a
nuestra protagonista nunca la convencieron. A
diferencia de otros en situaciones similares, ella
nunca tuvo aspiraciones adicionales a disfrutar
una vida anónima con el menor esfuerzo, por lo
que el trabajo honesto y duro no tenía incentivo.
Su verdadera vocación empezó en la escuela,
probándose a sí misma que sus manos podían
ser más rápidas que el ojo. Estudió todo cuanto
2
pudo encontrar sobre cómo los magos hacían su
trabajo, llegando a considerar en algún momento
que también podría ganarse la vida en el mundo
del espectáculo o en los casinos, pero ello
requeriría algún grado de disciplina.
Pronto empezó a meterse en problemas, y su
madre se desesperaba con tantas acusaciones
sin pruebas. No tenían pruebas porque ella
escondía lo robado en algún lugar hasta sentirse
segura de poder salirse con la suya, a la mejor
forma de cualquier agente de inteligencia, pero
eso nunca le atrajo. La charada, el juego del gato
y el ratón... Eso no era para ella. Ella solo quería
vivir y se deleitaba con cosas pequeñas,
momentos más que pertenencias, porque en su
cabeza se cocía el concepto de impermanencia,
no porque hubiese leído algún texto budista, sino
porque sabía que cualquiera se lo podría quitar en
cualquier momento. ...Pero empezaba a sentirse
atrapada e ideó un plan para escapar con su botín
3
a otro lugar donde pudiera reinventarse y
continuar saliéndose con la suya.
Aquella mañana se hizo con su botín, llevaba solo
lo esencial para continuar con su vida y lo demás
lo compraría con sus ganancias. Se sintió un poco
ligera, y pensó en darse una vuelta por el parque
para terminar de completar. Hasta entonces, la
vida era dulce y la vida era fácil, hasta aquel
momento en que robó a la persona equivocada.
Aquel hombre tenía una "vibra" extraña. Todo
sobre él estaba mal y sin embargo ello no motivó
disuasión. La promesa del botín era demasiada
tentación. Se tropezó con él, disculpándose
mientras se hacía de un fajo de dinero que
rápidamente metió en su bolsillo. Ella no lo pudo
ver, pero sí lo sintió como una pausa al respirar.
Aquel hombre la veía venir a kilómetros, pudiendo
evitarla sin hacerlo, solo para tener el pretexto de
hacer las cosas que deseaba hacerle a aquella
niña linda. Se dio la vuelta y empezó a seguirla.
4
Ella no podía verlo y sabía que algo estaba mal,
pero no podía perder la calma. Sencillamente
continuaría deambulando hasta perderle. Si se
acercaba mucho, podría armar un escándalo,
acusándolo de haberla manoseado o sugerido
alguna propuesta indecorosa. Pero aquel hombre
mantuvo la distancia, como un gato viejo cazando
a un ratón ingenuo.
Ella creyó haberlo perdido cerca de una quebrada
cuando la sorprendió. El pánico se apoderó de
ella, impidiendo que gritara o huyera. No tuvo
mucho tiempo cuando el hombre empezó a
estrangularla, sometiéndola con facilidad. Él
disfrutó de cada momento, viéndola intentar
pelear sin éxito. Ella sufrió cada momento, sin
arrepentirse de cada robo y mentira. Los vecinos
la encontraron en la noche, cuando algunos
pasaban por aquella quebrada para cortar camino
de vuelta a sus casas. Curiosamente encontraron
sobre ella todo su botín e incluso el fajo de billetes
5
que robó a su asesino, lo que rápidamente
condujo a especulaciones que se regaron como
pólvora. La única en llorarla fue su madre a quien
le informaron de los hechos cuando salía cansada
de su trabajo. Llegó al lugar desconfiando de lo
que decían las personas que encontraba en su
camino, negando que algo como eso pudiera
pasar. Ella sabía en su corazón que su hija no era
perfecta, y ella se culpaba de las fallas de
carácter de su hija por sus largas horas alejada de
su hogar, trabajando. Durante años había
defendido a su hija y tolerado los chismes que la
tildaban de ratera. Quizás pudo cometer un error
o dos, pero no era mala.
Sentía su corazón retumbar en el pecho a medida
que se acercaba al lugar, ahora iluminado por las
luces policíacas. No pudo continuar negándolo
cuando encontró a su pequeña muerta, tendida a
la orilla de la quebrada. Un extraño ofreció un
abrazo de empatía en medio de curiosos
6
morbosos. Los periódicos del día siguiente le
dedicaron a penas un párrafo, sin fotos, a esta
historia insignificante. Esto no impidió a las
personas del barrio continuar especulando sobre
el botín que encontraron en la Peke y los motivos
que habría tenido el asesino, un justiciero
anónimo que se hartó de ser víctima de los
maleantes. Lo cierto es que su asesino había
regresado al lugar de los hechos, en medio de la
multitud de curiosos, deleitándose de su hazaña.
Un trofeo más en una lista larga de presas.
Quizás podría duplicar su placer si encontraba
acercarse a la dolida madre. Con un abrazo
bastaría para ir satisfecho con su victoria a casa.
7
Troll Incendiario
Troll Incendiario
Desde niño, gustaba de ver el mundo arder.
Disfrutaba de las discusiones entre otros, de
verlos desesperarse y terminar en el piso
moliéndose a golpes por algún argumento
emocional. Era su fetiche presenciarlo y
ocasionarlo luego se convertiría en su vocación.
Al igual que para los artistas y pensadores, o los
inventores y empresarios, vivir el Renacimiento o
la Revolución Industrial, respectivamente, nuestro
protagonista villano se maravilló con el
advenimiento del Internet. Sus numerosos foros le
permitieron canalizar aquella hostilidad reprimida,
esparcirla por el mundo y luego de algún
8
comentario incendiario, ver el mundo digital arder
hasta altas horas de la madrugada.
Era un devoto hijo, quien cuidaba de una madre
enferma, un empleado puntual y responsable, un
hombre tímido y respetuoso, invisible para la
mayoría. Se sentía impotente, mudo, desechable.
Pero cuando se sentaba en su teclado, luego de
un largo día de trabajo duro, liberaba todas esas
frustraciones criticando publicaciones ajenas,
hipotetizando conspiraciones, sustentando
mundos imaginarios y alimentando argumentos
fantásticos, extremistas. Lo que más disfrutaba de
todo era lanzar comentarios hostiles, ofensivos y
destructivos, para luego leer las reacciones de
indignación de miles de internauta, mientras él
gozaba a carcajadas, deglutiendo alguna comida
chatarra. Esperaba que las aguas se calmaran y
repetía el proceso. Insultaba a personas
vulnerable, se burlaba de las minorías,
malinterpretaba argumentos de debate que
9
sacaba de contexto. A diferencia de otros,
honestos buscadores del conocimiento,
emocionados debatientes, nuestro villano solo
deseaba ver el mundo arder. Quizás su verdadera
vocación era la piromanía, pues ciertamente
disfrutaba de ver el fuego, fascinación que lo
atrajo a fumar. Poco sabía él que estos defectos
conducirían a su muerte.
No era del todo un monstruo. Quería mucho...
Quizás esto sea una exageración no sustentada.
Respetaba mucho a su madre y su sentido de
responsabilidad con ella era muy fuerte. No iba a
fiestas, no salía a tomar o levantarse mujeres.
Todo sus recursos estaban destinados a ella.
Verán, como muchos hogares, este fue uno
levantado del piso por una madre soltera cuando
el padre de nuestro ahora villano, entonces tan
solo un niño, se fue dejándolos sin nada. Su
madre trabajó dos y hasta tres trabajos para
mantenerlo, educarlo e incluso complacerlo en lo
10
que ella podía. Él aún recordaba ir del colegio al
primer trabajo de ella, donde trabajaba limpiando
una farmacia, para empezar a hacer tareas y
luego ir en bus con ella al segundo trabajo, donde
limpiaba unas oficinas. Él solía quedarse dormido
en un sillón y ella lo despertaba para regresar a
casa tomando dos buses. Se juró que en cuanto
trabajara, ella no tendría que hacerlo. Ahora,
demente, ella dependía de todos sus cuidados y
de la auxiliar que la cuidaba en las mañanas
mientras él trabajaba.
Una mañana, la primera de unas necesitadas
vacaciones, se levantó apesadumbrado, luego de
un sueño intranquilo. De esos en los que se
duerme, pero uno se levanta cansado. Le pareció
raro que la casa estuviera en silencio. Salió al
patio a fumar, y le llamó la atención que el tiempo
le alcanzara para terminar su cigarrillo, pues su
madre siempre despertaba a esta hora,
ocasionando cierto escándalo y requiriendo
11
mucho trabajo para alimentarla, porque a pesar
de sus años solía comportarse como una niña
malcriada que aventaba los platos a la pared,
regaba el contenido de las tazas e incluso mordía
si resultaba ser un mal día. Pero él lo toleraba,
más que gustoso, consciente de sus deudas. Esta
mañana algo estaba mal. Apagó el cigarrillo sobre
la grama y entró a casa, tocando ansioso la
puerta del cuarto de su madre. Sin esperar
respuesta abrió, para encontrar a su madre
pacífica, acostada con ambas manos sobre su
abdomen. Permaneció ahí al pie de la cama,
esperando ver el pecho moverse con la
respiración. Pasaron algunos minutos y su
corazón le jugaba el truco de verla respirar,
mientras su cerebro le confirmaba que en efecto
estaba muerta.
Se acercó, y la sintió fría, pesada y un poco
rígida. Se aproximó más para cerciorarse y no
pudo contener el llanto cuando sus emociones no
12
podían contenerse más. Tuvo que sorberse los
mocos y restregar sus lágrimas en su rostro antes
de reunir el valor de llamar a la auxiliar que
cuidaba de su madre durante las mañanas. Luego
llamó a la doctora que la atendía ocasionalmente
en casa, que era la única que venía a casa a
atenderla. Finalmente tuvo que llamar a la
funeraria, número que tenía en la “refri”, cuando
se creyó fuerte como para prepararse, pero en
secreto pensando no lo usaría. Pasó aquel día
firmando papeles, dando explicaciones y haciendo
llamadas incómodas. Esa noche no pudo dormir
bien por pesadillas de una madre iracunda que
reclamaba atenciones no brindadas o de él
exigiendo estas atenciones a ella. Despertó luego
de un interrumpido sueño, volviendo en
automático a su rutina solo para percatarse que
ya no existía dicha rutina. Se armó de valor,
escogiendo entre pocos vestidos para vestir a su
madre para el velorio. Poco sabía él que casi
13
nadie, salvo familiares lejanos, asistió. Al entierro
asistieron el sacerdote, él y la occisa. Tres gansos
solitarios una mañana nublada. El sacerdote
parecía inquieto y hasta los enterradores parecían
apurados en irse.
Toda esa semana vacacional transcurrió de forma
extraña. Al principio no sintió el impulso de
conectarse para verter su hostilidad, pero entre
más pensaba y se sentía ignorado por todos en
su vida real, incluso compañeros de trabajo,
vecinos y otros conocidos, empezaba a bullir
aquel deseo de ver el mundo arder. Empezó
publicando sobre su dolor y fue recibido por
silencio e indiferencia. No pudo mantenerse en su
sitio, iracundo, caminando de un lado a otro, cual
pantera enjaulada. Intentó tomar algo, pero
terminó lanzando el vaso a la pared, creando un
desastre. Finalmente decidió salir a la calle,
estirar las piernas, tomar aire fresco, despejar la
mente. Pero el destino tenía otros planes,
14
cruzando su camino con el de agitadores,
dementes y borrachos, encontrándose pronto en
discusiones in crescendo hasta llegar a los
golpes.
Una parte de él estaba disfrutando esta
experiencia. Sentía liberarse de toda la culpa,
frustración e ira, y se preguntó por qué pensó en
esta solución antes, en lugar de pasar tantas
noches sentado frente a su computadora,
mientras su madre dormía en la habitación
contigua. Sin mediar palabras lanzaba golpes, e
intentaba esquivarlos, intoxicado por esta
experiencia casi espiritual. Luego de liberarse de
una pelea a puños sintió un dolor intenso en el
costado. Se tocó y se sintió mojado, pero estaba
oscuro y no entendía qué sucedía. Caminó con
dificultad, pero luego sintió un terrible dolor
punzante en la espalda, y luego otro, y otro.
Empezó a sentir que le faltaba el aire, mareado,
empezó a tambalearse hasta no se pudo mover.
15
Las sirenas de policía podían verse reflejadas
negras y amarillas sobre el charco de sangre
donde quedó tendido con una cara de agonía que
luego, con la rigidez cadavérica, desde cierto
ángulo, parecía gracioso, sacado de contexto. Las
redes sociales se encendieron aquella mañana
con una foto del hombre tendido en el charco de
sangre. Una vez recortado el charco de sangre,
un usuario lo enmarcó para que encajara en un
gracioso meme que rezaba algo cruel, reduciendo
a esta persona a un mal chiste. Todos
compartieron por morbo, por venganza, por
aburrimiento, buscando un sentimiento de ironía y
nihilismo.
16
Taxista Existencial
Taxista Existencial
Fue, quizás, el hombre más lujurioso de la historia
moderna líquida. Para pesar de todos, uno de los
más obscenos también. En su trabajo de taxista,
empleaba ambos dones a diario. Era realmente
bueno en ello y lo disfrutaba. Muchos filósofos
podrían concluir que se trataba de una existencia
verdaderamente auténtica. Todos cuanto lo
escuchaban hablar quedaban mudos. Él
consideraba que era por impresión, pero era más
bien algo postraumático. El evento más
memorable de todos los tiempos fue cuando
detuvo el taxi frente a unas monjas, bajó el vidrio,
las miró de abajo a arriba, se bajó los lentes
17
oscuros mientras sonreía un juego de dientes de
oro, sugiriendo algo en el orden de una orgía
incestuosa. La madre superiora sufrió un infarto
masivo y, gracias a nuestro protagonista, llegaron
en menos de cinco minutos al cuarto de urgencias
más cercano. Las esperó y cuando las demás
salieron para regresar al convento. No ofreció
disculpas y las monjas no las pidieron. El viaje
trascurrió sin palabras y al llegar al convento, él
no cobró y las monjas no pagaron. Debo aclarar
que ninguna de las partes involucradas sentía
culpa porque él consideraba debía ser honesto
consigo mismo y los demás todo el tiempo, de
modo que no mentía ni fingía que era, quizás, su
peor defecto. Ellas, profundamente ofendidas por
palabras y no actos, consideraban que todos los
problemas fueron ocasionados, en primer lugar,
por este mugroso taxista y su perversión, de
formal tal que haberlas llevado al cuarto de
urgencias, esperarlas y luego llevarlas al convento
18
era penitencia suficiente y justa.
Creo que en este momento debo aclarar el
adjetivo de "mugroso" para nuestro héroe. Verán,
en su corazón era algo como una estrella porno
de los 70's y toda su apariencia estaba cultivada
de acuerdo con esta filosofía. Llevaba cuantas
cadenas de oro toleraba, en peso y fricción, su
cuello. Los dos tercios superiores de botones en
la camisa nunca encontraron sus respectivos
ojales, exponiendo un mundo de vello corporal.
Portaba un bigote ancho y grueso, que peinaba
cuando lo veía desarreglado en el espejo y bajo el
cual se escondían los labios que pronunciaban las
cosas más descabelladas para sus levantes o
clientes. Siempre estaba ojeroso y cubría sus ojos
con unas anchas gafas de sol que reflejaban los
ojos de con quienes hablaba, una forma de
máscara bajo la cual ocultaba su soledad y
timidez.
19
Uno de sus mejores amigos era un viejo borracho
quien ostentaba el título de padre ausente durante
los últimos 60 años consecutivos. Bebía por
culpa, para sentirse mejor, para olvidar, para
hacer algo y no llamar a las mujeres e hijos que
abandonó, ahora en el crepúsculo de su vida,
lleno de sabiduría de errores cometidos y
omisiones no enmendadas. Ambos se sentían
bien en la compañía del otro, intentando encontrar
significado, orden y propósito en sus caóticas
experiencias. Curando en la compañía del otro su
propia soledad. Se les podía ver tambalearse en
las madrugadas mientras recitaban sonetos
ingleses mal traducidos al castellano, modificados
a su antojo, o hécticas discusiones sobre sus
respectivos códigos de ética bajo la sombra de un
árbol o el haz de alguna luminaria. Sombras en la
pista sonora de fondo de aquel barrio.
El día en cuestión para nuestro relato partía con el
taxista, engomado, luego de un par de horas de
20
estar sentado en el inodoro con una terrible
diarrea, estar de pie con las nalgas apoyadas en
su "nave", afuera de la casa de su madre,
esperando que la anciana abriera la puerta, pero
no sonó el claxon, llamó en voz alta o tocó la
puerta. No después del incidente hace unos años
atrás. La vieja salió arreglada, perfumada, pero
volvió a entrar a casa. Este ritual se repitió varias
veces, porque era olvidadiza y debía regresar
sobre sus pasos para recordar qué era lo que
olvidaba. Aquella mañana su hijo, el taxista, debía
llevarla a cobrar y cambiar su cheque de
jubilación, luego llevarla y esperarla mientras
hacía mandados, y regresarla a casa para discutir
en el camino sobre por qué seguía soltero y
cuándo le daría nietos, a lo que él respondía con
algún comentario cínico y defensivo, para luego
permanecer ambos en un silencio incómodo y
enmendar las cosas al final con una invitación a
comer comida fresca hecha en casa.
21
Almorzaron y, a pesar que estaba agotado y
somnoliento, se excusó y partió para empezar la
jornada. Antes de salir, inusual en él, le plantó un
beso a la vieja en el cachete, pidiendo perdón por
no ser el hombre que ella esperaba que fuera,
creyendo podrían enmendar su relación la
próxima quincena, cuando volvieran a verse.
Salió, trepó en su "nave" y condujo a la huida,
viendo en el retrovisor a la anciana alzar la mano
para despedirse, cosa que le recordó tiempos en
los que hizo lo mismo cuando iba a la escuela.
Manejó un rato, pero cabeceó en un semáforo,
despertando asustado por el claxon del conductor
atrás. Pensó tendría un accidente así que se
detuvo por una taza de café en una gasolinera.
Curiosamente ese era el primer día de un chica
educada que, en franca rebeldía, abandonaba los
estudios en medicina para dedicarse a vender
números de lotería, despachar café y comida
chatarra, limpiar baños y pisos, y vender
22
cantidades industriales de alcohol a los motoristas
que paraban.
Desde que la vio quedó prendado de ella, y por un
momento se ensordeció con sus latidos cuando
intercambiaron un chiste bastante sofisticado.
¿sería esta "la" indicada? Continuó ahí hasta que
anocheció, comprando una salchicha reseca,
luego un empanada agria, una chicha
empalagosa, otro café amargo, unos chicles
mentolados... Todo, mientras tenían la
conversación más inteligente que cualquiera de
los dos hubiera tenido en su vida. Ella se sentía
emocionada porque era algo inesperado. Él tenía
una buena estructura y lo único que requería eran
retoques para resultar un hombre bastante
apuesto... A pesar de los dientes de oro. Ella era
joven, delgada y elegante. Aquel delantal,
uniforme y gorra no le hacían justicia. Portaba un
corazón roto por desilusión, pero poseía una
naturaleza maternal que encontraba más atractiva
23
que tetas y culos.
Él ofreció darle bote luego del trabajo y ella
aceptó. Ninguno pudo contener sus respectivas
sonrisas en medio de miradas coquetas y tímidas.
Todo lo interrumpió la entrada del anciano
borracho buscando una pacha para la velada.
Ambos se saludaron y nuestro protagonista pagó
por la pacha, escoltándolo fuera, súbitamente
incómodo por su vieja amistad ante su nueva
amistad. El viejo, quien no era tonto, se percató
de todo a pesar de su estado etílico y empezó a
reclamarle. Discutieron afuera durante algunos
minutos, dando tiempo a unos adolescentes
armados a entrar para asaltar a la chica. Cuando
regresó adentro, se encontró con la chica
paralizada por el pánico, mientras estos mocosos
le apuntaban con un arma. Empleando un
despliegue de sus mejores habilidades, empezó a
hablar con los chicos, convenciéndolos de
permitirle dar la vuelta y abrir él mismo la caja.
24
Para ganar tiempo, empezó a darles ideas sobre
tomar botellas de guaro que luego podrían vender,
idea que les gustó. Una vez bajo el mostrador
abrió la caja y sacó el dinero, metiéndolo en una
bolsa. Los chicos amenazaron, mientras se
retiraban aún apuntándoles. En cuando salieron,
ambos respiraron profundamente, mientras
temblaban. Ella se desplomó, contemplando la
posibilidad de morir por primera vez en su vida,
mientras irrumpía en llanto mientras ahora él se
encontraba paralizado por la experiencia.
Ninguno supo que alguien llamó a la policía por la
discusión que él y el anciano. Llegaron los
oficiales, ya alterados por una ola de asaltos y
robos en el área. Estaban presionados por sus
superiores a capturar a los perpetradores, por lo
que entraron con sus armas desenfundadas, con
dedos sudorosos, temblorosos, ya enganchados
en los gatillos. El taxista no tuvo oportunidad de
explicar nada, estando ahí de pie, con la caja
25
registradora abierta y la chica sentada llorando en
el piso. Una bala se escapó y lo impactó en el
pecho, tumbándolo hacia atrás y estrellándolo con
un anaquel lleno de botellas de vidrio. No
permitieron a la chica brindar primeros auxilios o
detener el sangrado, creyendo ellos que este era
el asaltante. Los nervios los hicieron titubear y
cuando llamaron la ambulancia, nuestro
protagonista se encontraba en el punto de no
retorno hacia la vida. En aquellos últimos
instantes, pensaba en lo preciado que era el
tiempo, el único bien del que los mortales no
podemos abastecernos. El tiempo se acababa,
sorprendiendo el día menos pensado, cuando
creyó podría encontrar una nueva vida, tan solo
para perder la que ya tenía.
Los periódicos sensacionalistas encontraron
juegos graciosos de palabras, y las fotos menos
halagadoras, queriendo ser jueces en la portada a
pocos minutos de cerrar la tirada en la imprenta. A
26
la mañana siguiente los gerentes de aquellos
periódicos quedarían complacidos con las ventas
de sos ejemplares, indicando a sus reporteros
enterrar los detalles que luego resultarían de las
investigaciones en artículos más modestos en la
página ocho o doce, sin fotos. Nunca, nadie
ofreció una disculpa o una corrección, y nuestro
protagonista fue enterrado sin ritos días después
en honras a las que asistieron su madre, el viejo
borracho, ahora sobrio, la dependiente, ahora de
vuelta a ser una estudiante de medicina, y la
madre superiora ya plenamente recuperada.
27
Leña del Árbol Caído
Leña del Árbol Caído
Desde niña, ella y todos, sabían que era diferente.
Siempre fue "marimacha" como decían sus
compañeros de la escuela, pero siempre estuvo
cómoda con eso. Se enorgullecía de correr más
rápido y trepar más alto. Nadie osaba en burlarse
de ella, porque varias veces ganó peleas con
niños y niñas, pero todos lo decían a sus
espaldas. A medida que crecía, se revelaba su
belleza, por lo que tenía admiradores que no se
acercaban por miedo a ser también objeto de
burla, pero si muchísimos amigos. Ella también
gustaba de algunos chicos, pero no sabía cómo
ser algo más que una amiga. Con el tiempo
28
empezó a aceptar estaría sola y que eso de tener
novios no era para ella. Ella, a pesar de su
agilidad física, se mantenía muy femenina,
dedicando el tiempo usual que una chica emplea
en perfeccionar cada facción y corregir cada
espinilla.
En su hogar eran devotos creyentes y ella sentía
paz cuando estaba en actividades juveniles de su
iglesia, ascendiendo pronto a ser una líder, hecho
que complacía mucho a sus padres. En secreto,
ella dedicaba tantos esfuerzos porque eran
actividades desprovistas de sexualidad, en un
momento en el que ella solo pensaba en sexo.
Pasaba noches enteras fantaseando ser besada y
besar, en pasar tardes enfrascada entre otras
manos que la acariciaban y no la dejaban ir, con
una nariz metida en su cabello, enajenada ella
misma con el aroma ajeno. A pesar que en estos
grupos juveniles prometían castidad, en secreto
deseaba perder su virginidad. Mientras eso
29
sucedía, casi sin quererlo, se convertía en un pilar
para su iglesia. Llevaba ropa y comida a los
ancianos, entretenía a los niños, ayudaba a
construir viviendas para los necesitados...
Un día llegaron al grupo unos mellizos de los que
quedó prendada desde el momento en que los
vio. El varón era alto y fuerte, delgado, magro y
muy coqueto, mientras que su hermana era
delicada, hermosa, de mirada penetrante y
seductora. Sintió electricidad al momento de
estrechar sus manos, y desde ese momento sus
deseos más profundos quedaron encarnados en
estos hermanos. Hasta ese momento, aunque ella
sabía era una "marimacha", no tenía dudas de
querer tener un novio. La chica le hacía sentir de
un modo que ella desconocía era posible y esto le
ocasionaba mucho conflicto. ...pero se sentía
atraída como una polilla a la flama, así que
pasaba cada momento que podía con ella.
30
En uno de tantos retiros espirituales, en lo que
iban a algún paraje rural lejano para reflexionar,
aceptó la invitación de compartir la tienda de
acampar con la chica. Esa noche hablarían,
reirían y comerían de un botín de chocolates,
malvas y demás golosinas que ambas traían a
escondidas. Se sentía intoxicada de emoción y su
corazón, le parecía a ella, se le saldría del pecho.
Llegaron, acomodaron sus pertenencias, hicieron
todas las actividades que su iglesia tenía
organizadas y luego quedaron libres de pasear
antes de la cena. Las chicas optaron por recorrer
un sendero largo con el pretexto de encontrar la
toma perfecta del atardecer. Cuando estuvieron
lejos, le extendió la mano a su amiga para subir
un cerro, pero no se soltaron una de la otra,
haciendo el recorrido tomadas de las manos.
Se sentía en el cielo, pero al regresar al
campamento su amiga le soltó la mano tan pronto
escucharon las voces de los demás chicos. Su
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amiga aceleró el paso y la dejó atrás sin mayor
explicación, dejándola sola, sintiéndose
miserable. Cuando llegó al campamento, el mello
la abrazó fuerte, como quien abraza a alguien a
quien no ha visto en mucho tiempo, y ella le
correspondió, apoyando su rostro sobre su pecho
y sintiendo una masiva erección que, sin duda, le
complacía también a ella. Aquella noche, luego de
bañarse en unas duchas improvisadas con agua
fría, llegó a la tienda de acampar algo tímida,
ahora que debía pasar la noche con la mella. No
sabía si había hecho algo mal y debía ofrecer
disculpas, o si era la mella quien había hecho algo
mal y debía pedir disculpas. La chica estaba ahí,
como si nada hubiera pasado y continuaron
hablando de los temas usuales, y esto la alivió
muchísimo.
Pasaron aquella noche tendidas sobre sus sacos
de dormir hasta que volvieron a tomarse de las
manos, lo que condujo a acariciarse e incluso un
32
beso. Durmieron en los brazos de la otra sin
dejarse ir y nuestra protagonista se encontraba
enfrascada en lo que siempre deseó, cosa que
aliviaba muchas de sus penas, pero ocasionaba
muchas más. A la mañana siguiente, entendiendo
un poco la dinámica, se levantaron, aflojaron su
agarre y salieron de la tienda para dedicarse a las
actividades organizadas. La mella no estaba ni
cerca, y sentía celos de todo con quien ella
interactuara, pero no podía ir a correrlos a todos,
ocupada ella misma en otras cosas. No obstante,
pasó el día con el mello quien le coqueteaba y
tocaba en cada oportunidad, halagándole y
sonrojándola. Ella se preguntaba si era que lo que
sentía por la chica se debía a cómo la hacía sentir
el chico, así que ella también le correspondía el
coqueteo, tocándolo cada vez que se acercaba.
Terminaron las actividades, y decidieron charlar
junto a una quebrada. Pronto quedaron
besándose y volvió a sentir aquella erección que
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la excitaba. No opuso resistencia cuando él
sugirió ir a algún lugar más apartado. No
importaron los bichos ni la maleza cuando
finalmente perdió su virginidad. Sin embargo,
igual que como pasó el día anterior, volvían
tomados de las manos, pero él la soltó en cuando
se acercaban y escucharon las voces de los
demás campistas, él aceleró el paso, dejándola
atrás. Cenaron, se volvió a duchar y volvió a su
tienda de acampar, donde la esperaba la mella.
Aquella noche se besaron y manosearon de
formas que la complacían, pero hacían sentir
culpable.
A la mañana siguiente, despertó sola y cuando
salió de la tienda de acampar encontró a los otros
campistas cuchicheando en pequeños grupos,
quitando el rostro mientras ella pasaba. Ninguno
de los mellos estaba cerca y nadie se sentó junto
a ella al desayuno. Sabía que algo sucedía y que
los grupos rumoreaban sobre ella. ¿sabrían de
34
sus aventuras del día y noche anteriores? Uno de
los instructores se le acercó y pidió charlar con
ella, lo que empeoró los cuchicheos de los demás.
El mello la acusaba de haberle transmitido
gonorrea, por lo que tuvo que ser llevado a una
clínica cercana para tratamiento, mientras que la
mella de haberla manoseado de formas
inapropiadas, aprovechándose que era uno de los
nuevos miembros del grupo juvenil. El instructor
no preguntó su versión, solo le informó de sus
cargos, transformándola ante los ojos de todos
una paria. Viajó sola en el bus de regreso a casa,
pues nadie quería sentarse con ella, y de regreso
a casa sus padres le gritaron y acusaron de un
sinnúmero de pecados, por lo que decidió huir.
Aquella noche durmió en casa de su abuela, pero
en la mañana empezó a sentirse dolorida y tuvo
que acudir a una clínica donde la enfermera le
preguntó por qué acudía, tensando la mandíbula
cuando relató lo acontecido. Se sentía al borde
35
del llanto, pero solo lloró cuando el doctor hizo el
examen pélvico. No brindó apoyo, consuelo o
consejos, y la registró en una lista de otras
pacientes con enfermedades venéreas. Tuvo que
ir varios días para recibir unas inyecciones muy
dolorosas. Su abuela parecía incómoda por la
situación y también huyó de ahí. La primera noche
que tuvo que dormir fuera, fue por agotamiento
luego de deambular todo el día para finalmente
cabecear en una banca, pero despertó asustada
cuando unos guardias alumbraron su rostro,
preguntando en tono alto qué hacía ahí a esas
horas. La detuvieron y llevaron a una celda,
donde tuvo que pasar el resto de la noche entre
prostitutas, ladronas y ebrias.
A la mañana siguiente, su padre la sacó, pero
notó una calma extraña en él mientras conducía
en una dirección que ella no conocía. Ella estaba
muy asustada para preguntar algo y cuando el
auto se detuvo en la estación de buses, se bajó
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con el corazón en la garganta cuando su padre le
dio un fajo de dinero, pidiéndole que no regresara
jamás. Ella permaneció ahí viendo cómo el carro
se iba, ansiando se detuviera o diera la vuelta.
Pasó dos días en aquella estación y se hizo con
unos chicos que también estaban ahí. Parecían
aceptarla y ella no tenía a dónde ir. Por primera
vez libó cuando uno le pasó una pacha que
compartían, y aquel gesto, más que la
intoxicación, aliviaron muchos de sus pesares. A
la mañana siguiente se descubrió sola, con una
pacha a la mitad, sin un céntimo. No sabía si hubo
regalado o perdido el dinero, o si le robaron. Sintió
lástima de si misma, y decidió tomarse el resto del
contenido de la pacha.
Los noticieros aquella noche anunciaban de la
borracha atropellada por un bus en la estación y
cómo sus reporteros descubrieron que se trataba
de una chica problemática que huyó de casa. Sus
padres, desconsolados, parecían hinchados de
37
llorar cuando las cámaras los enfocaron saliendo
de la morgue, mientras sus muchos compañeros
compartían un montón de cuentos sobre ella con
una temática común: la degenerada corruptora
que se escondía en el grupo juvenil. La lesbiana
pervertida, la marimacha borracha, la transmisora
de enfermedades, la mentirosa manipuladora...
Pasaron los años y se convirtió en leyenda
urbana, un cuento de inmoralidad que parecía
crecer de narrador a narrador.
38
La Inmensidad de la
La Inmensidad de la
Nada
Nada
Lo tenía todo. Cada capricho que pudiera
concebir, cada vacación llena de emociones,
viajes a lugares lejanos y exóticos, fiestas de
ensueño, matices y paletas de colores apropiadas
para cada ocasión, el perfume perfecto para cada
estado de humor, los platos más suculentos y
curiosidades de cada rincón del globo. ...Y, sin
embargo, el mundo entero no parecía ser
suficiente. Vivía rodeada de gente dispuesta a
complacerla, pero se sentía desdichada y sola.
Este terrible sentimiento de abandono la condujo
a comer de forma compulsiva, mientras
empezaba a emplear ropa cada vez más holgada
39
y gruesa para ocultar su cuerpo. Su cuerpo le
producía mucha ansiedad, lo que remediaba con
comida.
Para su familia, ella era motivo de vergüenza,
puesto que todo en su vida era fácil, privilegiado,
hermoso... y no comprendían por qué optaba por
verse de ese modo, ser... Fea, cosa que no
censuraban durante reuniones familiares, luego
de un par de tragos, haciéndole sentir incluso más
desdichada de lo que ya se sentía. Optaron por
ocultarla, como un sucio secreto familiar del que
nadie debe nunca saber nada. Ella no comprendía
nada, porque se portaba bien, era una buena
estudiante y toda la humillación que recibía de
ellos y sus compañeros de colegio la hacía gentil
y empática con otros menos privilegiados. Llegó a
sentirse nada, lo que empeoraba su sentimiento
de soledad. Inclusive, una vez permaneció horas
en el estudio de su padre, contemplando una
colección de armas de fuego que tenía,
40
contemplando ideas suicidas.
No todo era bondad, porque llegó a ser muy
obesa, vivía sudada todo el tiempo, y resoplaba,
falta de aire, al caminar. No se peinaba y muchas
semanas no se bañaba y solía andar con las
mejillas y los dedos sucios, pegajosos. algunas
noches mojaba la cama, cosa que remediaba
cambiando las sábanas y su ropa, pero no se
bañaba, por lo que su olor corporal pronto se
volvió objeto de comparaciones porcinas que,
más allá de las burlas, ocasionaba repudio. Nadie
la deseaba cerca, pero a medida que fueron
creciendo, los chicos se tornaban más hostiles
hacia ella, con golpes, insultos y risitas burlonas.
En respuesta, ella también empezó a ser hostil
con todos, haciendo los comentarios más
denigrantes posibles. Se convirtió en la abusiva
del colegio, ofendiendo a todos antes que
pudieran ofenderla, atacando para no tener que
defenderse.
41
Un día agredió a una compañera, de quien fue
amiga cuando fueron niñas, y quien nunca se
burló de ella o trató de forma irrespetuosa. Muy
profundo en su corazón se sentía abandonada por
todos pero, sobre todo, por su antigua amiga. Su
antigua amiga, se cansó de defenderla cuando
eran más jóvenes, toleraba sus pedos y mal olor
corporal, los abrazos sudorosos y el aislamiento
del resto de sus compañeros. Nunca escuchaba
sus consejos o sugerencias, y la culpó incluso de
su suerte, así que un día sencillamente se dio por
vencida. Ambas continuaron sus vidas separadas,
hasta el día de hoy. Hoy no se sentía solidaria, y
no sentía debía tolerar agresiones de alguien que
le debía tanto, de modo que respondió y pronto
hubo una escalada de palabras cada vez más
duras hasta que la discusión acabó con la
revelación del secreto que mojaba la cama. Esto
la silenció en medio de las carcajadas de sus
otros compañeros. El profesor, afónico de intentar
42
calmar los ánimos y voces elevadas, le pidió a
nuestra protagonista y amiga ir a la oficina del
director.
Cada una expuso su caso, pero nuestra
protagonista era reincidente y la suspendieron
una semana en casa, cosa que no ocasionó la
más mínima reacción en sus padres. Ella
esperaba un regaño, a su madre exasperada, a
su padre empático intentando entender la
suspensión, pero ni siquiera a las empleadas
domésticas pareció importarles. Estuvo en casa,
hirviendo en sus jugos, formulando juegos de
palabras para contraatacar a su antigua amiga.
Pasó la semana, enfriando los ánimos,
reflexionando y retornando a clases la semana
siguiente. El tiempo fuera la hizo recapacitar,
cambiando su forma de vestir, aseada y dispuesta
a poner de su parte para mejorar, pero en su
ausencia muchos compañeros descontentos con
pasadas agresiones, se armaron de valor para
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devolverle su poca gentileza durante estos últimos
años.
Cuando volvió, todos, absolutamente todos, le
parecía a ella que incluso sus profesores,
parecían hartos, descontentos de volverla a ver.
Esto era peor aún, porque empezaba a sentirse
nada una vez más. Cuando intentaba defenderse,
era recibida con comentarios abrasivos u
ofensivos. Cuando atacaba, era recibida con
indiferencia. Esa semana fue terrible para ella, y
la semana siguiente decidió quedarse en casa,
embarcándose en un maratón de comer y dormir,
ante lo cual nadie demostró el más mínimo
interés, lo que la hizo sentir culpable.
Decidió tomar una de las armas de la colección de
su padre para acabar con todo. Aquella mañana
se bañó, se peinó, se perfumó, vistió sus mejores
ropas, hizo la cama, e incluso terminó algunas
tareas del colegio pendientes. Escribió una carta
amorosa a sus padres y disparó un proyectil en su
44
cabeza, mientras sus padres estaban fuera en
una fiesta y las empleadas estaban libres. Intentó
llamar a su amiga de la niñez, pero nadie contestó
en casa. Sus padres, horrorizados, descubrieron
el cuerpo aquella noche y pronto expresaron sus
muchos sentimientos de culpa. Pensaban que se
trataba de una fase y, para no hacerla sentir mal,
decidieron darle un espacio. Notaron se sentía
incómoda en eventos sociales y familiares, por lo
que no la forzaban a atenderlos. Se preocuparon
por los últimos incidentes en el colegio y las
suspensiones, pero se dijeron que era una fase
de la adolescencia. La lloraron, impotentes,
intoxicados en su culpa y ceguera.
Nadie, salvo su familia, asistió al entierro. algunos
compañeros sintieron vergüenza y culpa, mientras
otros celebraron el deceso. Nadie tenía una foto
de chica gorda, nadie recordaba su nombre, o si
tenía algún pasatiempo, o albergaban algún
momento compartido. La chica solitaria, obesa,
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enojada con el mundo, que llegó a sentirse como
nada, finalmente se unió a la inmensidad de la
nada, lejos del mundo que no la deseaba en él.
46
Una Perra Dulce
Una Perra Dulce
Todos sabían ella era una perra. Actuaba como
perra, vestía como perra y entre los niños del
barrio solía ser casi un rito de paso retarse a verla
para saber lo que era una perra, cuando no se
entendía el concepto. Entre adultos se rumoreaba
entre risitas y morbo los relatos, reales o no,
sobre ella. La drogadicta que salía medio
deslumbrada, taciturna cuando anochecía y que
regresaba tropezándose a casa durante el
amanecer. Se veía sucia, con la piel opaca y el
cabello anudado, particularmente en las mañanas
cuando todos salían bañados, planchados y
perfumados a sus trabajos. Las cosas
47
empeoraron cuando empezó a estrenar ojos
morados y dientes flojos. Verán, nuestra prostituta
drogadicta había encontrado un sector
demográfico de hombres adinerados que pagaban
muy bien por golpearla hasta la inconsciencia,
luego o durante penetrarla por cuantos orificios
naturales fuera posible y luego desecharla como
una basura a quien pagaban bien por su silencio,
más que por sus servicios. Las drogas ayudaban
mucho a lidiar con el dolor y olvidar los horrores
vividos.
¿Y por qué cualquiera toleraría semejante
maltrato, humillación y rechazo? Verán, queridos
lectores, nuestra protagonista... Nuestra heroína
era madre soltera. Siendo ella aún una niña tonta,
que no pensaba en las cosas serias del mundo, y
cuando parió esta hermosa criatura se propuso
hacer lo que fuera por ella, ahora al cuidado de su
abuela. Curiosamente su hija sentía una terrible
vergüenza de ella, al igual que su madre, y ambas
48
toleraban sus visitas semanales, muy puntuales,
por cierto, ansiosas de volver a sus vidas una vez
nuestra perra se fuera. Irónicamente, nunca
rechazaron los rollos de dinero que traía, a pesar
de su superioridad moral.
Llegó el día en que a su clientela se añadió el
peor de sus clientes, un hombre tenso, pulcro,
bien vestido, violento hasta la médula, quien
gustaba de apretarla por el cuello, mientras la
penetraba con violencia. Todo a cambio del precio
correcto. Durante la semana, era un empresario
respetado en su comunidad, galardonado con
numerosos premios inventados por sus amigos
acaudalados con la excusa de reunirse para
comer, beber y posar para las fotos de la sección
de sociales en el periódico. Durante la mayoría de
los fines de semana, salía con mujeres hermosas,
iba a pescar en su yate e incluso le alcanzaba el
tiempo para apoyar alguna actividad cívica o
fundación sin fines de lucro de sus amigos
49
acaudalados. Otros fines de semana la llamaba,
la pasaba a buscar por una calle poco transitada y
la llevaba a un apartamento en un edificio
desocupado, en reparaciones que parecían
prolongarse, donde le hacía cosas terribles que
producen malestar solo con describirlas. Pero la
perra lo toleraba a punta de droga, ansiosa por
acabar para volver a casa, colocar su cuerpo en
remojo en una manchada tina en el baño, como si
eso fuera una forma de bautismo que borraría sus
penas y culpas.
A ella solo le interesaba el dinero. Toleraba los
desgarros, los golpes, los correazos y varillazos,
los ojos morados y el sabor metálico de su sangre
en el interior de la boca, las marcas de
estrangulación en su cuello y los surcos de
ataduras en manos y pies. Este cliente pagaba
bien y a ella le producía un orgullo particular todo
lo que su sucio dinero compraba para su hermosa
hija, ahora casi una señorita. El único recuerdo de
50
su nena era una foto arrugada de cuando cumplió
seis años y ocupó un puesto en la escuela por sus
buenas calificaciones. La llevaba en la cartera y
atesoraba como si se tratara de su propia nena.
Todas las burlas, humillaciones, lágrimas y sangre
eran tolerables por el sueño de que algún día, ya
grande, podría valerse por si misma y la querría
por todos sus sacrificios.
Llegó por ella un día, pero algo no se sentía bien
para ella. Pensó en alguna excusa, pero al final la
idea del dinero la hizo capitular. Poco sabía ella
que aquel día las cosas tomarían un giro fatal.
Nuestro cliente había decidido que necesitaba
algo más en su vida: torturarla y luego asesinarla,
solo para saber qué se sentía. Ella se dejó
amarrar, quemar con cigarrillos, golpear, cortar y
asfixiar, pensando en aquel baño en la tina, el
dinero que negociaría y la próxima visita a su
nena. ...Pero este castigo fue demasiado y su
corazón sencillamente se detuvo. Al cliente le
51
sorprendió también la muerte cooperadora de su
dulce perra, dispuesta a complacerlo por el precio
correcto. La desató, enrolló en un plástico y la
arrastró hasta una fosa que luego esa semana
sería aplanada por los trabajadores para verter
concreto para terminar el área de
estacionamientos.
Terminó su pequeño proyecto y se sintió agotado
por la experiencia. Se bañó, durmió
profundamente y luego limpió todo en aquel
apartamento que probablemente, al terminar las
reparaciones, sería alquilado a alguna familia.
Encontró en el baño las pertenencias de la perra
que colocó en una bolsa de basura que
desecharía luego, pero no pudo hacerlo y las llevó
a casa, quemando todo, excepto por la foto de la
nena. Decidió conservarla como un trofeo, en
alguna gaveta de su escritorio en el estudio
majestuoso en el que planificaba los proyectos en
su vida. El resto del mundo siguió su rutina,
52
ignorante de la ausencia de aquella perra hasta
pasadas un par de semanas. Su madre y su hija,
esperaban incómodas la próxima visita de la
perra, invadiéndoles un sentimiento de alivio
cuando no se presentó y luego de recriminación
cuando les empezó a escasear el dinero. La
maldijeron, pero nunca interpusieron una
denuncia ante la policía porque sentían una
terrible vergüenza de nuestra dulce perra.
Al final, lo último en la mente de nuestra heroína,
en aquellos instantes en que su cuerpo se
apagaba, atenuando el dolor, fue cuánto cobraría
por este fino trabajo de tolerar los abusos en
silencio y la idea de una sonrisa de
agradecimiento de su madre y su hija. La semana
después de su muerte, los trabajadores nivelaron
el terreno con una aplanadora y vertieron el
concreto para los estacionamientos. Pocos meses
después, una familia clase media se mudaría a
aquel apartamento, ignorantes de los horrores
53
que ahí sucedieron poco tiempo antes. Las
personas camino al trabajo agradecieron no
toparse con la perra que se tambaleaba de
regreso a casa y las personas en el barrio ahora
se entretenían pensando en lo que pudo ser de la
perra. algunos decían que estaba en
rehabilitación, otros que contrajo una enfermedad
venérea y otros que estaba juntada con algún
hombre en otro lado. Todos ignorantes de los
detalles de la vida de la dulce perra, sus motivos y
pesares, sus penas y remordimientos, su destino
final.
54
Sobre los Hombros
Sobre los Hombros
del Enano
del Enano
Era un hombre insoportable. Le restregaba a
todos sus victorias en la cara y los difamaba
cuando lo confrontaban con sus errores. Lo cierto
es que contaba con una lengua bastante
poderosa, a diferencia del resto de su descuidado
cuerpo que parecía más una bolsa de comida
para perros propulsada por dos muñones con
pies, que un ser humano, producto del gusto de
los excesos. En esta etapa de su vida parecía
vivir más de glorias del pasado que eran
adornadas y mejoradas para converterlo en el
héroe de sus propias historias que,
desesperadamente, contaba a quien le prestara
55
atención, en su mayoría personas de menor
educación, antigüedad o jerarquía en aquella
universidad. Lograba marear a las estudiantes
jóvenes con sus anécdotas, pero en cuanto
avanzaban los semestres y se enteraban de los
horrores que ocasionaba, pasaba a ser un
personaje repudiado, ignorado por las nuevas
generaciones.
Nuestra historia, comienza una mañana en la que
otros profesores, hartos de la dinámica de poder,
empezaron a rebelarse. Nadie toleraría sus
historias y, es más, muchos pretendían
desenmascarar sus decoraciones y francas
fantasías en su cara. Muchos deseaban escalar
en jerarquía y salario, y nuestro protagonista era
la piedra en sus zapatos. "Aquel mugroso enano",
era una expresión que se solía expectorar. Ahora
estaban en pie de guerra, listos para pisotear su
ascenso. Nuestro protagonista sería el cordero de
sacrificio a los dioses académicos, y con justa
56
razón, puesto que muchos fueron en algún
momento de sus carreras difamados o
ridiculizados por algo sacado de contexto.
El primero fue uno de los profesores de español
que se tropezó en el pasillo de la facultad con
nuestro protagonista quien, como era costumbre,
perdía el tiempo discutiendo quejas de actualidad
con algunos ingenuos estudiantes. Dirigió algún
comentario incendiario en dirección de nuestro
profesor de español. Aquel hombre, muy alto, por
cierto, se regresó sobre sus pasos para confrontar
a nuestro enano protagonista, corrigiendo no solo
la forma, sino el contenido de su comentario
incendiario, y continuando su camino. Nuestro
protagonista, sorprendido, por primera vez en
mucho tiempo, quedó en silencio y solitario,
cuando los estudiantes ingenuos salpicaron en
todas direcciones durante la confrontación. Aquel
incidente le ocasionó una punzada en la sien, y el
resto del día permaneció taciturno.
57
Durmió profundo, y se levantó aún con un leve
dolor, que se agudizaría cuando llegó a la oficina
de la facultad portando una falsa sonrisa airosa.
Le dirigió un piropo de saludo a una de las
secretarias, aprovechando el momento para tirar
uno de sus viperinos comentarios. Tres profesores
jóvenes se limitaron a verlo, y soltar unas risitas
burlonas mientras hablaban entre ellos. Nuestro
enano se propuso hacer una demostración de
poder, acercándose para retarlos con su usual
noción delirante de superioridad. Los tres lo
rodearlo, en actitud desafiante, mirándolo
directamente a los ojos. Fue entonces cuando
alguno soltó un comentario sobre su estatura,
haciendo reír a los otros dos y algunos más en la
oficina. El viejo enano no pudo hacer más que
insultarlos y darse a la retirada. El dolor se
agudizaba en su sien y decidió tomar una
medicina para ello. El resto del día lo pasó
receloso de las miradas y cualquiera señal de
58
peligro en el lenguaje corporal de los profesores
más jóvenes.
Al día siguiente se reportó enfermo, diciéndose a
sí mismo que debía poner a los insurgentes en su
sitio. No podría retroceder ni sucumbir, pero
estaba seguro de poder lograrlo. Pasó todo el día
en su patio, atendiendo del jardín, mientras
pensaba en todas cosas que diría, los trapos
sucios que sacaría a relucir, y los
contraargumentos que emplearía cuando le
refutaran algo. El dolor se sentía peor e incluso
tuvo que acostarse temprano, sin cenar, porque
no se sentía bien. Nada mejoró a la mañana
siguiente, pero dispuso ir a la facultad de todos
modos. Quizás la interacción con los estudiantes
más jóvenes le haría sentir mejor, pero en su
lugar propició varios enfrentamientos verbales con
otros docentes, todos hostiles, con sus
comentarios burlones. Repetían una y otra vez "el
enano", apodo que lo hacía enojar incluso más,
59
empeorando su dolor en la sien.
Permaneció en su escritorio, hirviendo de rabia,
luego que muchos lo hubieran confrontado,
reclamando detalles o contenido de sus
difamaciones y la veracidad de anécdotas del
pasado. Se convirtió en un paria de un momento
para otro, inspirando repulsión entre todos en la
facultad. Nadie se percató de su desmayo en un
pasillo, en la tarde. Cuando lo encontraron,
llamaron a los paramédicos, y llamó la atención
de todos lo pequeño e indefenso que se veía
ahora, como un niño disfrazado de adulto o un
muñeco de trapo, respirando con dificultad bajo la
máscara de oxígeno, mientras lo sacaban por los
pasillos de la facultad. Hubo un silencio que
parecía pararle los corazones y la respiración a
los testigos, y muchos se sintieron mal de las
burlas y confrontaciones. Mientras estuvo en el
hospital, algunos empezaron colectas para
comprar flores, canastas o detalles.
60
No tenía familiares, y muchos profesores sintieron
mucha pena al verlo tendido en la cama del
hospital conectado a todos esos aparatos. Los
médicos decían que se trataba de un aneurisma
cerebral que le ocasionó una hemorragia, y que
no sabían cuánto tiempo permanecería en ese
estado o si saldría de él alguna vez. Finalmente,
luego de dos meses, falleció durante una
madrugada sin penas ni glorias. Su ausencia
previa reveló el papel que jugaba en la facultad, y
su muerte catalizaba cambios en el cuerpo
docente que mejorarían la calidad de la
enseñanza. Todos estarían más contentos sin el
enano y, se podría decir, que todo cuando se
logró posteriormente se lo debían a nuestro
protagonista.
61
Acariciando la Locura
Acariciando la Locura
Se sentía atrapado en aquel bus abarrotado, en
medio de otras personas sudadas, algunas con
cuestionable higiene corporal y oral, todos
resignados a sus rutinas matutinas hacia sus
respectivos trabajos, colegios o escuelas. Solo
toleraba estas malditas condiciones gracias a las
bocanas de aire fresco que entraba por la ventana
y ocasionalmente le refrescaban el rostro. Algo en
él seguía dormido y continuaría así hasta
mediados de la mañana cuando el movimiento y
ajetreos diarios lo harían despertar por completo.
62
Aquella mañana, en el cuarto de alquiler que
llamaba "hogar", sorbiendo aquel café amargo
que compraba por sobres individuales en la tienda
"del chino", enumeraba una lista de posibles
excusas que podría usar para ausentarse ese día
del trabajo. Descartaba las que ya hubo empleado
y las que serían difíciles de sustentar, pero no
terminaba de reunir el valor para disuadir
cualquier cuestionamiento. Regañadientes, se
lavó la cara, se mojó el cabello y se lavó los
dientes con enjuague bucal. Planchó una camisa
bajo un solitario foco que alumbraba aquel penoso
cuarto. Poco sabía él que los sucesos de esta
mañana serían el conato de una nueva vida.
Salió, cerrando la puerta con un candado, pero
recordó la taza de café huérfana sobre la mesa, y
algo más que debía hacer pero que, en este
momento, no recordaba. Pensó en regresar para
acabar su café, ahora frío, pero sabía que si no
llegaba a tiempo a la parada, volvería a llegar
63
tarde, y no toleraría otro regaño más de su infame
jefa, una anciana con ideas delirantes que la tenía
con él desde el primer día. Ella solía guardar
papeles de regalos, recelosa, como si fueran un
bien codiciado que alguien osara a robar. Era
estricta con el tiempo y alegaba no cometer
errores, de modo que nunca se podía discutir
sobre algo, porque ella siempre tendría la razón.
Pasó frente a la casa del vecino del frente, con
quien no se hablaba luego que le irrespetara
cobrándole un dinero que le hubo prestado hacía
unos meses. Él le explicó que no tenía el dinero
aún y en cuanto lo tuviera le pagaría. No obstante,
lo cierto era que no tenía ninguna intención de
pagarle, era una práctica que perfeccionó con los
años, eso de sentirse profundamente ofendido
como estrategia de defensa. Por ahora pasaba e
intercambiaban miradas, porque creía que de
demostrar vergüenza o miedo, el vecino habría
ganado. Después de todo, las cosas son de quien
64
las necesita, no de quien las tiene.
Muchas veces quiso reunir el valor para mandar a
su jefa para la mierda, y resignarse a buscar un
nuevo empleo... Pero en este lugar debía hacer
poco, casi sin responsabilidades, y con suficientes
oportunidades para vaguear o ir a una fonda
cercana a consumir frituras de maíz procesado,
empacadas en los envases más coloridos, que
deglutía con alguna bebida carbonatada de
colores, y luego se quitaba el sabor de aquella
mezcla con alguna menta o chicle mentolado.
Todo, vastamente surtido con su droga favorita:
¡AZÚCAR! ...o más bien jarabe de maíz rico en
fructosa, si queremos ser fieles a los detalles de
los hechos.
Llegó acalorado, sudado y algo fatigado, y su
barriga empezaba a salirse, empujándole los
botones de la camisa, evertiendo el borde del
pantalón. Pensó en desayunar más frituras y
bebidas carbonatadas, pero su jefa insufrible se
65
encontraba hoy en uno de sus peores días: el
cierre de trimestre. Llegó escupiendo veneno,
demandando informes, cuadros y gráficos, copias
y una engrapadora, llamadas y que revisaran el
correo electrónicos. Para su mala suerte, la
asistente de la jefa iniciaba hoy una licencia por
maternidad, y aquel espacio sería llenado por
nuestro vulgar protagonista, quien pasó toda la
mañana corriendo de un lugar a otro, haciendo
copias y contestando llamadas, sin un momento
para recibir su dosis diaria, hacer un poco de su
usual turismo local o jugar aquel juego en su
teléfono celular. Para las tres de la tarde se sentía
mareado, con ardor estomacal y un dolor de
espalda y pies que, estaba seguro, no toleraría
otro día. Estaba tan cansado que no solo no
reuniría el valor para protestar, mucho menos
renunciar, sino que pasó toda la jornada sin
revisar sus mensajes en el teléfono celular.
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Aquel día tuvo que hacer, por primera vez en su
vida, horas extra, y cuando salió tarde, esperando
el bus en la para, recordó su celular en el que se
registraban 56 llamadas perdidas, 12 mensajes de
voz y 37 mensajes de texto, cosa que lo emocionó
por un momento hasta que empezó a leer y
escuchar los mensajes. Resulta que nunca
desconectó la plancha, lo que ocasionó un
incendio, quemando gran parte de sus
pertenencias y el cuarto. El resto de sus cosas se
había echado a perder por el agua de los
bomberos. Este sería un viaje muy largo, porque
se enteraba de lo acontecido, escuchaba las
versiones de diferentes vecinos, algunos
festejando y burlándose, enterándose que el
casero le pedía desalojar lo más pronto posible y
pagar las rentas atrasadas, y que su jefa lo
esperaba temprano en la mañana o atenerse a las
consecuencias.
67
Llegó y se percató de la poca utilidad de tener un
candado al ver que los bomberos destrozaron la
puerta. Entró en medio de una multitud que no
ayudaba o daba voz de aliento, para descubrir
que lo poco que tenía en este mundo eran un par
de camisas y pantalones, ahora empapados, un
calzoncillo con un hueco entre las piernas, dos
medias de diferentes pares y una chancleta.
Recogió todo bajo la agitación del casero que
había dado un giro a los eventos para convertirlo
en un infame incendiario. Todo este día estaba
probando su cordura. Recogió lo poco que le
quedaba y tomó otro bus para gastar lo poco que
tenía para pasar la noche en una pensión.
Para su suerte, justo al lado, encontró un
lavamático donde lavó y secó lo poco que tenía.
Aquella noche estaba agotado, pero durmió muy
inquieto, levantándose temprano y caminando
hasta el trabajo. Recordó que el día anterior no
comió nada y ahora con el dinero justo solo le
68
alcanzaba para una ensalada de frutas del puesto
de la esquina. Deglutió esas frutas insípidas, casi
sin masticar y se dispuso a pasar el día
trabajando solo para mantener la mente ocupada.
Puso su mejor rostro, pensando en la quincena,
próxima a llegar, y aquel día probó ser largo y
duro. No estaba listo para volver a aquella
mugrosa pensión, así que no opuso resistencia
cuando le pidieron hacer horas extra nuevamente.
...pero se sentía acariciar la locura con estas
pruebas duras. Sentía el peso acumularse sobre
sus hombros cada mañana temprano al quitar las
cadenas y candados de la reja en la entrada, y
peor aún en las noches cuando debía cerrarlas
cuando ya todos estaban en casa descansando.
Pasaron un par de días, y llegó la quincena, con
lo que pagó la pensión. Aquella mañana, apareció
en el trabajo el antiguo vecino a quien aún le
debía el dinero. El hombre vino con una cara de
poca simpatía, listo para empezar a discutir frente
69
a todos para incomodarlo y obligarlo a pagar, así
que se metió la mano al bolsillo y le dio todo lo
que tenía, prometiendo terminar de pagarle la
siguiente quincena. Agradeció el préstamo y entró
al trabajo. Esto fue particularmente difícil, porque
aún no le pagan las horas extra trabajadas
arduamente durante la última semana. Durante
estos días solo comía ensaladas de frutas del
puesto de la esquina, que era lo único que podía
pagar. Por esto, había perdido su barriga y se
empezaba a ver mejor, porque caminaba de la
pensión al trabajo para disminuir los gastos...
Pero esto tenía un costo mental, porque aunque
se manifestaba sumiso, por dentro una ira y
locura estaban en cocción lenta, listas para bullir.
Llegó la siguiente quincena, pensando cobraría
finalmente las horas extra, pero no se las
pagaron. La mayor parte de su paga se las
llevaron la pensión y el antiguo vecino, y la jefa
decía que ese dinero llegaría en la siguiente
70
quincena. Ya había perdido bastante peso y se
empezaba a ver flaco. Había optado por dejarse
la barba para ahorrar el dinero, cualidad que lo
hacía ver envejecido. Estaba cada vez más
cansado y la jefa insistía en que trabajara horas
extra, insinuando que podría despedirlo si se
rehusaba. Pronto llegó la siguiente quincena y la
jefa aún no le pagaba por su notable esfuerzo. De
hecho, le gritaba cuando él reclamaba su pago.
Casi todo lo que ganaba, lo debía y uno de sus
conocidos de aquel quemado cuarto de alquiler lo
llamó para avisarle que el casero lo buscaba para
cobrarle las reparaciones. Cuando le pagó a su
antiguo vecino lo último que adeudaba, pensó que
sería como una bocanada de aire fresco, pero en
su lugar fue como recibir un puntapié en los
testículos cuando el vecino adujo que la deuda
era mayor de lo que era, amenazándolo con
formar un escándalo ahí mismo de no pagarle. El
detonante fue la sonrisa burlona del vecino,
71
aprovechándose de verlo ahora vencido.
Tomó las pesadas cadenas y candados que
acababa de quitar de la reja y molió aquel hombre
a golpes hasta romperle el cráneo. algunos
compañeros de trabajo lo detuvieron a la fuerza
mientras otros llamaban una ambulancia y a la
policía. Todo quedó registrado por la cámara del
teléfono celular de un testigo. Lo echaron en
prisión, mientras todos sus conocidos hablaban
del monstruo que era, y las señales que cada uno
hubo presenciado antes de este brutal incidente.
Los medios lo condenaron desde el principio y
esto solo fue formalizado por la fiscal y el juez.
Una noche, intentando dormir en aquella celda
abarrotada, en medio del nauseabundo aroma de
heces fecales y orine, las cosas se tornaron
violentas cuando otros hombres intentaron
violarlo. Él estaba preparado para cualquier cosa
y apuñaló a uno en el ojo con un mango de cepillo
de dientes, mientras le arrancaba con los dientes
72
la nariz a otro. Una serie de eventos
desafortunados, malas decisiones y la mala fe de
algunas personas en su vida lo redujeron a este
animal rabioso, inmisericorde y, ahora, sin
compasión o remordimiento.
Nadie sabe qué pasó cuando lo llevaron a una
confinada celda oscura donde lo encerraron solo,
pero se le escuchaba reír, cantar y discutir, hasta
aquella mañana en la que lo encontraron muerto.
73
Magnífico Perdedor
Magnífico Perdedor
Se encontraba ahí, de pie en aquella iglesia
abarrotada, sudado de pies a cabeza, pensando
en la mejor forma aprovechar esta oportunidad
para avanzar su carrera. Había sido un parásito
oportunista toda su vida, quien encontró su
verdadera vocación como joven revolucionario,
evolucionando a dirigente gremialista, político
populista y ahora, en su involución, como
oficinista en alguna entidad gubernamental.
Era un hombre obeso, flácido, a quién le
empezaba a escasear cabello. El poco que le
quedaba, estaba mal teñido y desteñido en
74
parches creando una mezcla de colores que él
creía disimulaban su envejecimiento. Se
encontraba ahí, acomodando y peinándose con la
mano para ocultar su calvicie, sintiéndose mal
desde la noche anterior, pero supuso se trataba,
como siempre, del producto de varios días de
guaro y comida chatarra.
Aquella mañana calurosa decidió vestir su mejor
traje, una pieza desteñida a la que le faltaba un
botón y empezaba a descoserse hacia la espalda.
Se aflojó la corbata cuándo empezó a sentir el
cuello apretado. No pensó mucho en ello,
creyendo sería un malestar pasajero. A sus
cincuenta y tantos años se consideraba a sí
mismo aún galán, a pesar que su apariencia dijera
lo contrario. Sus estándares eran ya bastante
bajos, y por costumbre empezó a pasear su
mirada entre los dolientes, buscando alguna mujer
joven, de quién aprovecharse luego del entierro.
75
Se frotó la mano en el pecho, sintiendo algo
apretad en su interior, pero no prestó atención
porque encontró un par de ojos en una hermosa y
joven mujer que lo miraban coqueta al otro
extremo de aquella iglesia. Se escurrió el sudor
de la frente con una mano, secándola en su
pantalón, intentando acomodarse aquel bizarro
peinado, cómo alistándose para caza, mientras
aquella mujer se desplazaba entre los dolientes
acercándose a él.
Su lujuria se relamía en su mente, creyendo éste
sería su día de suerte. Ya había olvidado las
redundantes palabras y analogías que solía decir
cuando invitaban a decir algunas palabras de
consuelo para los familiares al final de las
ceremonias. Intentaba fingir un rostro de empatía
y conflicto, cuando en realidad lo que quería era
vomitarlas lo más rápido posible para retornar a
su patética existencia que solo él consideraba
gloriosa.
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Perdió de vista por un momento a aquella mujer,
quien lo sorprendió apareciendo, de pronto, a su
lado. Empezó, por primera vez en mucho tiempo,
a sentirse nervioso. Verán, muy en lo profundo de
si mismo, era un soñador. Algo se corrompió en el
camino, dando espacio a este oportunismo
decadente que lo personificaba ahora, pero la
semilla era buena. Quizás era eso lo que
inspiraba a otros a seguirlo. Ahora, junto a esta
mujer, empezaba a sentirse optimista. Su corazón
palpitaba con fuerza cuando sintió sus dedos
rozarse.
Normalmente él habría fingido empatía para
consolarla, solo como excusa para manosearla un
poco y empezar a hacer que los fluidos se
movieran. Todo esto duraba más que sus
erecciones y eyaculaciones precoces. A lo mejor,
si le hubiera dedicado más tiempo y cariño a
alguna sola mujer en su vida, no viviría con esta
constante ansiedad de desempeño.
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Curiosamente, no había sentido ni la más mínima
cosquilla sexual junto a esta mujer, llevándolo a
pensar, con ingenuidad, se trataba de amor
verdadero.
Estuvieron ahí de pie uno junto al otro, hasta el
momento de darse la paz, cuando aprovechó para
darle un abrazo en lugar de estrechar su mano.
Pudo sentir en su cabello el aroma de una flor que
su madre plantó junto a su ventana, el Galán de
Noche, cuyo perfume lo acompañó durante largas
noches de estudio en soledad e iguales largas
noches de masturbación compulsiva. Este aroma
le trajo muchos recuerdos. Apretó de forma
incómoda a aquella mujer, intentando sentir sus
pechos con disimulo y se llenó de entusiasmo
cuando, al separarse, ella le sonrió. Este sería el
día de suerte.
Esperó ansioso a que terminara la ceremonia y
hasta olvidó dar sus palabras usuales a loa
familiares. Pensó que en cuanto empezara a
78
socializar con otros aquella mujer se aportaría
pero, para su sorpresa, permaneció a su lado.
Hicieron un poco de charla, y quedó prendado de
aquellos ojos coquetos que definitivamente lo
invitaban a algo. Empezó a sentir la opresión en el
cuello y el pecho ceder, pero la mano le temblaba
un poco y no pudo firmar el libro de registro.
Supuso serían nervios.
Charlaron un poco más afuera de la iglesia,
mientras veía el féretro desplazarse hasta la
carroza, quedando libre de hacer lo que deseara
sin tener que volver a la oficina. La invitó a comer
algo, suponiendo que ese gesto la impresionaría,
pero resultó él el impresionado cuando ella le
susurró al oído que deseaba la llevara en su carro
a algún lugar más privado para hablar. Esto le
produjo una erección y una sonrisa al instante,
pero hizo su mejor esfuerzo para disimular
ambas. Condujo hasta las afueras del pueblo,
encontrando un árbol frondoso bajo cual
79
estacionar su carro.
En todo el camino, no se atrevió a manosearla y,
para su sorpresa, en cuanto apagó el motor sintió
sus manos sobre sus brazos y rostro. Antes que
pudiera hacer algo, la tenía sobre él, besándolo y
desabrochando su pantalón. Ella parecía estar en
control y se sintió emocionado cuando la penetró,
pero entonces la opresión en su cuello y pecho
volvieron, y empezó a sentir un dolor punzante
que ignoró persiguiendo esta fugaz victoria. Aquel
momento parecía extenderse una eternidad y se
sorprendió a sí mismo con su desempeño
inusualmente vigoroso y duradero.
Los vidrios estaban ya empañados cuando sintió
eyacular, con agotamiento genuino de todo este
evento, con aquel dolor punzante en su pecho, el
palpitar intenso pero enlentecido de su corazón y
un terrible sofoco que lo ahogaba. Quiso colocar a
la mujer de vuelta en su asiento o abrir la ventana,
pero ella continuaba presionando sobre su pelvis.
80
Sus delgadas manos apretaban sus hombros
mientras su largo cabello lacio caía sobre su
rostro. Se sentía ahogado, pero emocionado y
satisfecho con este giro de eventos.
Cuando su corazón empezó a latir errático y su
respiración se tornaba débil y superficial, ella lo
liberó, retornando a su asiento, acomodando su
ropa y saliendo del carro. Él la pudo ver alejarse
por el retrovisor. Sus últimos momentos de esta
vida, endulzados por este baile con la muerte,
habían sido un sueño hecho realidad, partiendo
de este mundo con un rostro sereno. Al día
siguiente, unos trabajadores reportaron el carro,
su ocupante y el terrible olor a las autoridades.
Nunca se supo de aquella mujer, la muerte, o de
los detalles de aquella calurosa, última mañana,
en la vida de este magnífico perdedor.
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Una Vida de Mentira
Una Vida de Mentira
No lo sospeché, pero mi vecina se parió en su
casa aquella tarde, a las tres de la tarde, cuando
yo salía del trabajo, de vuelta a mi penosa
miseria. Nada me atraía ya. La comida había
perdido su sabor, y hasta perdí el gusto por los
placeres más mundanos de la vida. Era muy
bueno para la bebida y trabajaba solo lo suficiente
para llegar al final del día y beber hasta el estupor.
Mi vecina, por el contrario, era muy guapa, mucho
más joven que yo. Era la única hija de una pareja
ya muerta. Siempre fue una buena chica, la
codicia de muchos en el barrio pero, desde hace
unos meses, tres creo, se había quedado sola
82
pues su marido la abandonó por otra más guapa,
más joven y menos preñada. Hacíamos pequeña
conversación, ahora con mayor frecuencia,
cuando la ayudaba con algunas cosas como traer
las bolsas de la tienda e incluso guindar algunas
macetas pesadas. No sentía lujuria por ella, pero
no me podía quejar por las atenciones con las que
me correspondía. Aún recuerdo un arroz con ajíes
y un pollo que una vez me hizo. Dejé caer todo en
cuanto la escuché pedir ayuda. Cuando por fin
entré a su pequeña casa, ya todo había
terminado. Sangre y líquido por todos lados, la
mujer tendida en el piso con su niño en brazos.
Salí corriendo buscando ayuda, y resultó que
unas hermanas ancianas, al final de la calle, eran
parteras. Intenté traer solo a una, pero no se
separaban una de las otras dos por más de unos
pocos pasos. Cuando finalmente llegamos, la
mujer estaba muerta, desangrada, con su niño
aún en brazos. Las ancianas lo limpiaron,
83
contándole el cordón umbilical luego de atarlo con
hiladillo. Una de ellas apareció con una taza de
leche tibia y empezó a darle con la punta de su
robusto dedo la leche a aquel niño. Me causó
gracia ver que se alternaban unas gafas para
poder ver lo que sea que fuera. Me las imaginé
compartiendo una sola buena chapa para
masticar la comida y tuve que apagar una
carcajada inapropiada para el momento. De pie,
frente a este caos, lo único que supe hacer fue
limpiar y acomodar lo mejor que pude. Lavé platos
en la cocina y hasta recogí unas ropas del
tendedero.
Me sentí muy extraño, casi lascivo, cuando
empecé a estirar las sábanas de la cama,
pasando mis dedos por los surcos que su preñado
cuerpo había formado ahí tendido cada noche.
Empecé a imaginarla desnuda, cubierta por una
delgada capa de sudor por debajo de uno de los
camisones que acababa de quitar del tendedero.
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Pasaba mis manos sintiendo el espacio ahora frío,
imaginándome enredado entre sus piernas y
brazos, intoxicado por aquella fragancia floral y
dulce que usaba. Tuve que despertar de aquel
sueño lúcido cuando encontré a una de las
hermanas ancianas viéndome con una bocacha
sonrisa burlona. Salí de la habitación,
encontrando a las hermanas con el niño envuelto.
Aquel niño era la criatura más extraña que he
presenciado en mi vida, porque miraba todo con
los ojos bien abiertos, en una calma interrumpida
por llantos de hambre. Cuando llegaron a retirar el
cuerpo de mi vecina, encontrándome en ese
momento con el niño en brazos, no corregí a
nadie cuando todos adujeron que la muerta era mi
mujer y que este niño era mío, parados todos en
mi casa. Sabía que lo que sucedía estaba mal,
pero no podía confesar la verdad o, peor aún,
regresar a mi solitaria vida de comidas para uno,
con tragos para cinco. De repente, ya no era el
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solterón del número cuatro b, sino el dolido viudo
con un hermoso niño, el centro de atención de
todo el barrio.
Pasaron algunas semanas hasta decidir terminar
de mudarme del todo a aquella casa y terminar de
asumir mi papel. Desde aquel día no probé guaro
y honestamente me dediqué de lleno a la crianza
de aquel niño, ahora legalmente mi hijo. Enderecé
mis pasos e incluso compré un cochecito para
pasear en las tardes. Las ancianas me ayudaban
a cuidarlo mientras iba al trabajo y no pasó mucho
tiempo antes de formar una rutina como si ellas
fueran las legítimas abuelas. Pero llegó el día en
que una de ellas me ofreciera una predicción que
me helaría la sangre, luego de soñar que aquel
niño crecería para ser un hombre reconocido en
todo el país, progenitor de muchos descendientes,
amo de tierras y riquezas. Todo sonaba bien hasta
que una de ellas, tejiendo un sombrerito de lana
azul, advirtió que todo estaría teñido por mi
86
asesinato a mano de este niño, mientras cortaba
un largo hilo azul.
Sentí un frío recorrerme la espalda, negando esta
horrible visión del futuro. Había sido gentil con
este niño y suponía que de continuar siendo gentil
no debería temer. No obstante, aquella noche me
mantuve en desvelo, llegando a la conclusión que
no podría nunca confesar que realmente él no era
mi hijo, que su madre no había sido mi mujer y
que no era más que un impostor en esta casa.
Temía que decir la verdad ocasionaría su rencor y
mi posible muerte.
Debo decir que pasamos años de dicha solo
nosotros dos. Estuve ahí para él con cada raspón
y gripe, en cada acto escolar y en vacaciones que
pasamos en el río o la playa. Las ancianas
vivieron muchos años, y cargué cada uno de sus
féretros cuando murieron una tras otra. Los años
también llovieron sobre mi y llegó la víspera de la
muerte de su madre. Era ya una tradición
87
preparar una cena y encender esa noche del año
una vela en su memoria. Aquella noche tuve un
sueño vívido que me hizo despertar empapado en
sudor, con mis latidos retumbando mis oídos y las
manos temblorosas. Aquella noche vi a su madre,
la verdadera dueña de esta casa, de pie a un lado
de su cama, ahora mía, reclamando mi intrusión
en su vida, agrediendo a puños mientras
reclamaba a su hijo. Juro que desperté sintiendo
el rostro rojo, adolorido.
A la mañana siguiente mi hijo, ahora casi un
hombre anunciaba se mudaría fuera de casa,
para experimentar, probar suerte, crear su propio
camino. Sentí el corazón hundirse en mi pecho,
con un nudo en la garganta y una punzada en las
tripas. Lo ayudé a empacar algunas cosas,
incluyendo un retrato de su madre, y lo despedí
resistiendo las lágrimas. Desde aquella noche no
pude tener paz, mortificado por sueños vívidos de
su madre golpeándome, arañándome el rostro,
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abofeteando mis mejillas, golpeando mi pecho,
alternadas con pesadillas en las que mi hijo volvía
a casa, armado, asesinándome en mi lecho.
Pensé perdería la cordura, pero me resistí a
dejarme caer en ese abismo. Me dispuse a
arreglar la casa, repararla y retornarla al
esplendor que tenía cuando su dueña vivía,
pensado dejársela a su verdadero heredero, para
poder descansar de este martirio.
Una mañana tocó a la puerta un hombre que me
pareció familiar, preguntando por la difunta. Le
conté lo acontecido, pensando se trataba de algún
familiar lejano o una vieja amistad. El hombre no
dijo más y se retiró sin oponer mucha resistencia.
Sabía que me parecía conocido y no lograba
identificarlo, pero algo en mí sabía que
representaba peligro. Pasaron las semanas y
finalmente tuve la casa en su mejor estado en
años, lista para la visita de mi hijo. Aquel día
comimos y le presenté la propuesta de mudarse a
89
esta casa, como herencia de su madre, para yo
mudarme a una casa que requiriera menos
trabajo, en secreto ansiando escapar de esta
celda de tortura. Para mi sorpresa, aceptó,
confesando que estaba juntado con una chica y
deseaban pronto empezar una familia. Ya tenía un
trabajo y le estaba yendo bien, quizás
considerado para una promoción.
...pero aquella tarde volvió aquel hombre, esta vez
con aliento alcohólico, tocando a la puerta y
explicando que buscaba al hijo de la mujer dueña
de la casa. El muchacho quedó muy confundido
cuando tuve que confesar que él no era mi hijo, y
que este extraño probablemente lo era. Me atoré
con las palabras cuando salieron de mis labios sin
poder controlarme, pero finalmente me sentí
tranquilo, dispuesto a aceptar mi suerte,
bautizándome con lágrimas, suponiendo la
profecía de las ancianas se haría realidad. Aquel
hombre traía una bolsa llena de dinero,
90
prometiendo más si tan solo su hijo lo
acompañaba luego de tantos años de ausencia.
Habló de su madre y lo arrepentido que estaba de
haberla abandonado. Me miró fijamente y me
acusó de usurpar su lugar...
El muchacho explotó en ira, tomando una navaja
que traía en el cinturón, apuñalando a aquel
hombre sin que yo pudiera hacer algo para
remediarlo. Por segunda vez, el piso de esta casa
quedó teñido en sangre, mientras el hombre se
desangraba ante nuestros pies. El muchacho
rompió en llanto, temiendo tendría que huir o
pagar por su crimen. Con más calma, le dije que
cavaríamos un hueco en el patio y enterraríamos
al hombre en la noche para que nadie nos pudiera
vez. Yo limpiaría todo, él se asearía y volvería con
su mujer como si nada hubiera pasado. Hicimos
cuanto dispuse y le pedí estuviera calmado, que
confiara en mí.
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Me tomó varios días limpiar todo, quemando las
ropas del hombre y la bolsa, pero no el dinero.
Permanecí tranquilo, aliviado pensando que la
anciana se había equivocado en su sueño y que
el muchacho asesinaría a su verdadero padre, no
a mi. Dispuse lo mejor como padre y enterré aquel
dinero en jarrones de arcilla sellados, bajo unos
papos cerca de la casa. Con todo el ajetreo,
olvidé por completo mi tortura y creo que el
muchacho perdió la noción de las cosas, porque
no pidió explicaciones de nada, al menos por un
tiempo. Hizo como le indiqué y a las semanas
volvió a casa con su mujer, y yo me mudé a un
rancho que construí en la parte más lejana del
patio. Con el tiempo pensé en el dinero y un día
decidí sacar una pequeña parte para comprar
unos animales de cría. Los atendía y sembraba
en el patio, y todo cuando producía lo llevaba a
casa de mi hijo y su mujer. En otra ocasión,
tuvieron problemas y saqué otra parte del botín
92
enterrado. Pronto la mujer empezó a pedirme
dinero para otras cosas, como cuando nació su
primer hijo, luego cuando añadieron un cuarto a la
casa y cuando decidieron comprar un carro pero
no les alcanzaban los ahorros.
Nunca tomé una parte para mí, y me esforcé por
darles todo cuando aquel dinero podía
comprarles, pero enfermé y llegó el día en que no
pude trabajar más. Pensando sucedería lo peor, le
confesé a mi hijo dónde estaba aquel dinero
enterrado, pidiéndole lo usara con mesura, solo
para emergencias. Aquella noche charlamos
sobre el hombre y su madre, y confesé todo,
pidiendo perdón por mis omisiones y mentiras. El
muchacho ahora era un hombre importante, con
dos hijos y otro más en camino. Me preocupó la
calma en su mirada cuando sentí la punzada en
mi espalda, tosiendo sangre sobre él. Verán, mi
hermoso hijo ajeno quedó con un gusto por la
sangre que decidió compartir con su mujer quien,
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a la espera de mi confesión me atravesó con un
cuchillo por la espalda, mientras él me hacía
confesar.
No estaba del todo muerto, pero si frío, cuando
me pusieron en aquel hoyo. Los escuché hablar
sobre sus planes y qué dirían sobre mí a los del
barrio mientras empezaban a taparme con tierra
mientras agonizaba en silencio. Sabía la muerte
llegaría pronto cuando pude ver claramente a sus
padres orgullosos, en la gloria de sus mejores
tiempos, de pie junto a su hijo. Muy tarde entendí
mi faltas y cómo este sería un fin apropiado para
quien quiso con una mentira iniciar una nueva
vida.
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Mala Leche
Mala Leche
Dicen que era un hombre de extraordinarias
virtudes e innumerables talentos. Sin embargo, en
todos los años que lo conocieron en aquella
ciudad, nadie logró comprobarlo. Para todos, era
un hombre sin gracia, sin nobleza y sin cariño,
que parecía tener un único don: el de engendrar
hijos a diestra y siniestra. Muchas mujeres
cayeron víctimas en sus momentos más
vulnerables, creyendo sería una noche que pronto
olvidarían, solo para descubrir que tendrían que
llevar el recuerdo el resto de sus vidas.
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Para colmo de males, cada cría que engendraba
heredaba sus dos peores defectos: un muy mal
genio y una miopía que los acompañaba desde la
juventud. Al igual que su padre, no eran malos o
malintencionados. Sencillamente nacieron
cabreados con la vida, como si existir los hubiera
alejado de algún otro, mejor compromiso. Otro
curioso dato de esta historia es que, a pesar de
ser un hombre en apariencia despreciable,
ocasionaba suficiente impresión en las madres de
sus hijos como para nombrarlos a todos con
alguna variante de su nombre. Él se llama José
María, de modo que casi todos sus hijos se
llamaron con alguna variante de "Jóse": "Juan
José", "Josecito", "Josefo", "María José",
"Josefina"... Y la lista pudiera seguir, excepto por
una singular excepción. Una de sus tantas hijas,
Linda, quien, curiosamente, no estaba afligida por
mal carácter o miopía. Habría podido ser
descartada como un pie de página en esta cruel
96
historia, pero su papel sería muchísimo más
importante de lo que todos pudimos anticipar.
Quizás debamos volver más tarde a este tópico.
Algunos de sus otros hijos se convirtieron
accidentalmente en criminales, al meterse en
situaciones hostiles, rozando a las personas de
mala manera. Este es el caso de Josefo Del
Carmen, quien entró a una cantina un día
particularmente caluroso, luego de largas horas
de tráfico, tras haber sido despedido de una forma
cruel e inusual, el mismo día que su esposa le
confesó le era infiel. Cansado, solo quería una
cerveza. Se acercó a la barra en el momento
preciso en que bullía una pelea en la que quedó
involucrado sin ningún deseo de hacerlo. Tal vez
todo habría resultado distinto, de no haber
intercambiado miradas y palabras hostiles con el
cantinero, retrasando el despacho de tan deseada
y merecida cerveza fría. En cuánto percibió el
primer codazo, sus frustraciones afloraron en ese
97
preciso instante, enviando a varios comensales al
hospital, a unos cuantos a la tumba y al resto de
los espectadores ese día a terapia por estrés
postraumático.
Otros pocos se convirtieron en personas
ejemplares que, sencillamente, vivían
malhumorados. El caso más prominente es el de
María José quien, desde niña se forjó una imagen
de recta y estricta, cuando en realidad no era más
que una malcriada insufrible que tenía por meta
joder a todo quien pudiera a su alrededor. Se
esforzaba por estudiar duro, solo para encontrar
algún detalle que se le hubiera pasado por alto a
la maestra. Planchaba hasta su ropa interior para
atormentar a las demás chicas con su perfección
extrema. Entonaba los más hermosos himnos en
el coro de la Iglesia una clave más alta, solo para
opacar al resto del coro. A nadie le sorprendió
cuando sr hizo millonaria antes de cumplir treinta,
billonaria antes de los treinta y cinco, y donarlo
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todo para vivir en voto de silencio y pobreza en un
cerro, lejos de toda comodidad.
La inmensa mayoría de su vasta descendencia
resultaron ser personas promedio, que solo vivían
más cabreados que el setenta por ciento de la
población y fastidiaban más que el ochenta y
cinco por ciento que el ciudadano promedio.
Vivían sus vidas, encontraron el amor y pagaban
sus cuentas. No obstante, debo aclarar, que
todos, absolutamente todos, estaban resentidos.
El padre porque ninguno de sus tantos hijos lo
buscaba, las madres porque el padre nunca más
apareció, los hijos porque su padre nunca los
visitó o llamó, y el resto de los ciudadanos porque
gozaban de la mala leche de tolerar esta retorcida
dinámica familiar.
Todo cambió el día que Linda conoció a su padre.
Era una mañana húmeda, de esas en las que uno
se siente pegajoso y sudado justo después de
bañarse, sin importar lo que se haga. Aquella
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mañana, Linda llegaba tarde a la escuela. Se
detuvo a ayudar a un viejecillo a encontrar sus
anteojos. Este evento plantó la semilla de lo que
habría de acontecer luego. Apurada, se tropezó
con un hombre al que reconoció de inmediato por
una foto que su madre escondía y que encontró
buscando una muñeca. El miope no la reconoció,
pero ese día se encontraba de menos mal humor
que otros días, por lo que no vociferó un insulto o
hizo un mal gesto. Linda, quien era
probablemente su opuesto, pensó que quizás él
no la reconocería, primero por miope y segundo
porque nunca se conocieron antes. Pidió perdón y
permiso, como su madre y maestras le
enseñaron, empleando su mejor tono de voz, muy
segura de si misma, reconociendo la importancia
de este momento. El hombre la miró directo a los
ojos, sin una pizca de emoción, mientras ella
extendía su mano, presentándose como su hija.
Algo lo invadió en ese preciso momento, una
100
emoción que nunca antes experimentó. Le
estrechó la mano por un instante y antes que ella
pudiera reaccionar, él se arrodilló, abrazándola
con su otro brazo, aún estrechando su mano. Esto
era aquello que siempre hubo deseado, ser
reconocido por algunos de sus numerosos hijos.
Curiosamente esta no era la primera ocasión en la
que se topaba con algunos, pero la mutua
extrema miopía les impedía reconocerse o
siquiera reaccionar de la forma apropiada
creando, incluso, más resentimientos mutuos. En
justicia a la verdad, todas estas situaciones se
originaban con el progenitor, quien bien pudo
remediarlas, pero cabe mencionar que su miopía
lo hacía propenso a malinterpretar las reacciones
de las futuras madres de sus numerosos hijos,
obligándose a huir sin mirar atrás. Las madres, a
su vez, experimentaban un profundo sentimiento
de abandono, que inculcaban a sus hijos,
participando en este aparente interminable ciclo
101
de recriminaciones.
...pero en este momento, en esta pausa,
paréntesis en la vida del miserable José nada de
eso importaba. Encontró el reconocimiento que
tanto hubo esperado, de la mano de esta niña tan
bien balanceada. Charlaron poco y la acompañó a
la escuela, sintiendo que el corazón se saltaba
uno que otro latido, como quien camina dando
pequeños saltos de alegría. Una vez que ella
entró, no supo qué hacer, ahora que sabía no
estaba solo en este mundo, tan solo por un
instante, pero volviéndose a sentir vacío.
Aquel día, José, sintiéndose algo vulnerable,
miedoso de perder algo preciado que acababa de
encontrar, permaneció afuera de la escuela,
caminando de un extremo a otro, inquieto,
esperando la hora de salida. Tenían mucho de
qué hablar. Años de conversaciones pospuestas
con aquella persona a quien ahora ansiaba
conocer. Se preguntaba si le agradaría él a ella, y
102
empezó a sentirse nervioso. Pero por primera vez
en toda su vida, su subconsciente le rogaba se
quedara. Se preguntó si esto era lo que llamaban
instinto paternal y supuso que esta clase de cosas
que sentía eran naturales. Durante su espera la
cabreación crónica que sentía empezó a
disiparse, y lo haría en el futuro siempre que
pensara en su hija Linda.
Al sonar el timbre de salida, las calles se
inundaron con niños que salían como bólidos en
todas las direcciones, como frenéticos, hablando,
un mar de cabezas, cada una un mundo de
sueños. Se sintió invadido, contagiado por este
entusiasmo, olvidando por un instante el rostro de
su hija, en este nuevo borroso mundo de
emociones nuevas, pero eso no importó porque
sin percatarse, ella estaba a su lado. Ella tomó su
mano, y eso fue una sorpresa interesante para
ambos. Se saludaron y caminaron de regreso a
casa, charlando como viejos amigos que se
103
distanciaron por circunstancias ajenas a sus
voluntades. Al llegar a casa de Linda, su madre y
abuela no se veían del todo complacidas. Verán,
Linda tenía la tendencia de traer a casa animales
extraviados o heridos, y José, para ellas, era
como haber traído a casa un talingo con serios
problemas emocionales. No obstante, ambas
pusieron su mejor rostro cuando Linda y José
intercambiaron números de teléfono y acordaron,
sin consentimiento de ninguna de ellas dos, volver
a encontrarse la semana siguiente.
Este fue un nuevo capítulo en la vida de aquel
insípido-amargo hombre, ingrato en apariencia,
hostil ante un mundo que consideraba igualmente
hostil. Durante las semanas siguientes hablaron
por teléfono casi todos los días como dos
adolescentes enamorados, excepto por los fines
de semana, y se reunían para comer un helado de
chocolate Belga los viernes. Pasaron los años y
ambos se hicieron más viejos, pero conservaron
104
su preciada relación hasta el día en que Linda
sugirió ir al optometrista. Según José eso de los
anteojos era cosa de ancianos, y tenía una
profunda convicción en que ¡JAMÁS! los usaría.
Todo sucedió cuando, años tras año, Linda notaba
le costaba a su padre ver las cosas,
malinterpretando las situaciones y reaccionando
de forma adversa, exagerada, a vivencias
ordinarias. Ahorró lo suficiente, y le entregó un
viernes antes del día del padre, una tarjeta en un
sobre con humildes ahorros. Aquel hombre se
sintió ofendido y ambos partieron por caminos
separados aquella tarde. Linda ya no era una
niña, pero José ya acariciaba la vejez. Pasaron
unas semanas sin hablarse, pero el tiempo lo hizo
doblegar.
Una mañana, carcomido por la culpa y la soledad,
José decidió hacer caso a su hija y se dirigió al
optometrista, un hombre paciente y amable, que
se sorprendió verlo entrar por la puerta, al sonar
105
de unas campanas colocadas para saber cuándo
entraban o salían clientes. El tiempo parecía
conspirar con nuestra historia, porque llovía, no
furiosa, a cántaros, sino suave, sin pausa, como
un llanto. Se sentó regañadiente, tolerando todas
las estúpidas pruebas con letras y símbolos,
colores y puntos, leyendo cosas sin mucho
sentido, sin alegrarse mucho por poder leer sin
problemas o percatarse de todos los detalles que
usualmente pasaba por alto, como las manchas
hepáticas en la frente del optometrista, o unos
dedos sucios, dejados por algún niño, impresos
en la pared. Salió de aquella clínica y se pasó la
mano por la quijada, sintiendo una barba crecida
durante estas semanas distanciado de Linda.
Decidió ir por un corte de pelo pero no una
afeitada. Algo estaba cambiando en él y esta era
una señal que deseaba conservar. Aquel día
continuó lloviendo, y en la noche se dispuso a
enmendar su distanciamiento. Buscó entre todas
106
sus pertenencias, desechando la basura y
rescatando aquellas reliquias familiares que
nunca le importaron mucho. Su intención era
empeñarlas para comprar un enorme regalo para
Linda, pero algo lo detuvo. Encontró una caja de
madera, enchapada en bronce, con el barniz aún
bueno, tapizada en el interior con terciopelo rojo.
Era la caja donde su propia abuela guardaba sus
pocas joyas. En el interior permanecía un collar
de perlas que recordaba haber visto alrededor del
cuello de su abuela y de su madre, ambas ya
fallecidas. Limpió ambas cosas lo mejor que pudo,
y las envolvió con un lazo rojo de seda. Decidió
conservarlo para el día en que retiraría sus
nuevos anteojos.
Llegó el día y salió con su pelo sal y pimienta
peinado a un lado, en lugar del desorden usual,
una nueva barba algo larga, más sal que
pimienta, y asustó a todos en la clínica cuando
saludó al entrar y, peor aún, dar las gracias con
107
una sonrisa luego de probarse sus nuevos
anteojos. La asistente del optometrista pensó que
preparaba algún comentario abrasivo, disparado
en el momento más inesperado, pero se
equivocó. Todos en la ciudad pensaban se trataba
de un estado de locura extrema, mientras lo veían
rumbo a casa de Linda, con su nuevo peinado,
nueva barba, nuevos anteojos y aquella caja
envuelta en seda roja bajo el brazo. A la pobre
abuela de Linda casi le da un infarto cuando abrió
la puerta aquel día, teniendo al temido villano
sonreído ante ella. Lo dejó pasar, pero se
persignó a sus espaldas en cuanto pudo. Linda
se encontraba en el patio atendiendo un gato
sucio con una pata herida y un ojo lechoso,
probablemente de alguna pelea de callejón. Entró
a casa e hizo una pausa al ver a su padre de pie
en la sala. No dijo nada. Su padre cancaneó y
carraspeó al entonar una sincera disculpa,
asombrado por ver claramente el rostro de su hija
108
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Vute 2020 por r alvarado anchisi

  • 2. Prólogo Prólogo Querido lector, Hace unos años co-escribí una obra con un nombre rimbombante haciendo alusión al punk rock como forma de innovación. La verdad me cambió bastante porque, aunque conocía los clásicos populares del punk, la verdad no sabía mucho sobre su historia, los grupos menos sonados, su evolución o la filosofía detrás del movimiento. Desde entonces, he adquirido un gusto por las formas de expresión que no son comerciales, en un mundo cada vez más i
  • 3. descaradamente utilitario. Es por eso que mis obras, hasta la fecha, son de distribución gratuita, en formato electrónico para que cualquiera, quien me honre con su tiempo, las pueda leer. Lo hago porque me produce placer, porque nadie esperaba que pudiera escribir algo coherente, porque es una forma de desafiar al mundo a considerar lo que es arte fuera de lo que los demás consideran realmente sea arte ortodoxo y elitista. Esta pasión por expresarme, me ha sacado de mi zona de comodidad, llevándome a experimentar en redes sociales con mi escritura y a compartir las maravillas del arte urbano que encuentro en mi tierra adoptiva, Chiriquí. La temática general de la obra son vidas, muy variadas, y la muerte. Verán, soy patólogo y todos los días tengo que pensar en la muerte cuando tengo un cadáver en la mesa de autopsia y cuando tengo que dar una mala noticia por una iii
  • 4. biopsia. El denominador común es el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y, claro está, la propia condición humana: la vida como la conocemos. Esta perspectiva la he intentado plasmar en esta obra, particularmente con personajes considerados despreciables por todos. Despreciables en el sentido que no son personas con quienes te gustaría compartir un café o un asiento y, mucho menos, tu vida. Me he tomado el esfuerzo de describirlos para ocasionar tu desagrado pero, al mismo tiempo, llevarte por un relato que te haga sentir empatía por ellos. La mayoria de los personajes mueren, excepto uno que vive rodeado de muerte, uno que nunca realmente estuvo vivo y dos que mueren de una forma para renacer en otra. Pretendo, a través de mis palabras, crear empatía por ellos. Verlos como personas, igual que tu y yo, con virtudes y defectos, victorias y derrotas, alegrías y tristezas, placer y sufrimiento. v
  • 5. Toda la vida es preciada, pero vivirmos en un mundo que parece ponerle cifras monetarias a cada aspecto de nuestras vidas. Alguien decide cuánto valemos y todos cargamos una etiqueta con nuestro valor. No estoy de acuerdo con eso, aún cuando puedo entender esta postura. Sin embargo, creo que ambos, yo como escritor y tu como lector, podemos empezar a cambiar el mundo que nos rodea con algo de pasión y mucho esfuerzo. El nombre de la obra es una mezcla de letras provenientes de las palabras “Vida” y “Muerte”. Curiosamente, entre ambas palabras se genera la palabra “Mierda”, hallazgo que me ocasionó gracia porque la vida o la muerte pueden ser una mierda en algunos aspectos. La otra palabra que se genera es “Vute”, que no tiene ningún significado en castellano. Así que además de haber escrito una obra que probablemente nadie leerá, que no me generará ni un céntimo en vii
  • 6. ganancia, habré ideado una palabra nueva que intente englobar los conceptos de vida y muerte. Espero que, a diferencia de “Mierda”, “Vute” sea una percepción positiva de vida y muerte. Te dedido esta obra, querido lector, y espero desees compartir alguna de tus creaciones conmigo, empleando las redes sociales o, si tenemos suerte, en el mundo real. Sin más, Rolando Alvarado Anchisi ix
  • 7. Índice Índice Prólogo i Índice xi La “Peke” 1 Troll incendiario 8 Taxista existencial 17 Leña del arbol caído 28 La inmensidad de la nada 39 Una Perra Dulce 47 Sobre los Hombros del Enano 55 Acariciando la Locura 62 Magnífico Perdedor 74 Una Vida de Mentira 82 Mala Leche 95 xi
  • 8. Salpican tripas, caca y formalina 112 Pide, y Te Será Concedido 140 Vida de Mierda 149 Muertamor 161 xiii
  • 9. La “Peke” La “Peke” Siempre gustó de la vida fácil. Era la niña más hermosa e inteligente que cualquiera en su barrio habría podido conocer jamás. Desde muy pequeña dedujo que trabajar era bueno para los demás, pero no para ella. Cuando tuvo edad suficiente para conocer sobre ciertas opciones que las niñas bonitas tenían para evitar trabajar, decidió ninguna era para ella. Su determinación e inteligencia la llevaron por el camino del carterismo. Tuvo que practicar mucho para adquirir la agilidad y delicadeza necesarias con sus manos, complementado, claro está, con cierto grado de dulzura e ingenuidad en su rostro que 1
  • 10. ocultaban sus nervios. Su técnica favorita era hacerse la tonta o la despistada, chocar con las personas y sustraer lo que sus delgados dedos podían. Solía vestir discreta y no arreglarse mucho, pues el mejor disfraz era pasar desapercibida. Su madre no entendía ninguno de los enredos en los que se metía, creyendo siempre sus versiones y defendiendo a su niña. Ella la crió con firmes valores religiosos, para admirar el trabajo duro y honesto, el cultivo de virtudes a través del camino de la adversidad... Mierdas misceláneas que a nuestra protagonista nunca la convencieron. A diferencia de otros en situaciones similares, ella nunca tuvo aspiraciones adicionales a disfrutar una vida anónima con el menor esfuerzo, por lo que el trabajo honesto y duro no tenía incentivo. Su verdadera vocación empezó en la escuela, probándose a sí misma que sus manos podían ser más rápidas que el ojo. Estudió todo cuanto 2
  • 11. pudo encontrar sobre cómo los magos hacían su trabajo, llegando a considerar en algún momento que también podría ganarse la vida en el mundo del espectáculo o en los casinos, pero ello requeriría algún grado de disciplina. Pronto empezó a meterse en problemas, y su madre se desesperaba con tantas acusaciones sin pruebas. No tenían pruebas porque ella escondía lo robado en algún lugar hasta sentirse segura de poder salirse con la suya, a la mejor forma de cualquier agente de inteligencia, pero eso nunca le atrajo. La charada, el juego del gato y el ratón... Eso no era para ella. Ella solo quería vivir y se deleitaba con cosas pequeñas, momentos más que pertenencias, porque en su cabeza se cocía el concepto de impermanencia, no porque hubiese leído algún texto budista, sino porque sabía que cualquiera se lo podría quitar en cualquier momento. ...Pero empezaba a sentirse atrapada e ideó un plan para escapar con su botín 3
  • 12. a otro lugar donde pudiera reinventarse y continuar saliéndose con la suya. Aquella mañana se hizo con su botín, llevaba solo lo esencial para continuar con su vida y lo demás lo compraría con sus ganancias. Se sintió un poco ligera, y pensó en darse una vuelta por el parque para terminar de completar. Hasta entonces, la vida era dulce y la vida era fácil, hasta aquel momento en que robó a la persona equivocada. Aquel hombre tenía una "vibra" extraña. Todo sobre él estaba mal y sin embargo ello no motivó disuasión. La promesa del botín era demasiada tentación. Se tropezó con él, disculpándose mientras se hacía de un fajo de dinero que rápidamente metió en su bolsillo. Ella no lo pudo ver, pero sí lo sintió como una pausa al respirar. Aquel hombre la veía venir a kilómetros, pudiendo evitarla sin hacerlo, solo para tener el pretexto de hacer las cosas que deseaba hacerle a aquella niña linda. Se dio la vuelta y empezó a seguirla. 4
  • 13. Ella no podía verlo y sabía que algo estaba mal, pero no podía perder la calma. Sencillamente continuaría deambulando hasta perderle. Si se acercaba mucho, podría armar un escándalo, acusándolo de haberla manoseado o sugerido alguna propuesta indecorosa. Pero aquel hombre mantuvo la distancia, como un gato viejo cazando a un ratón ingenuo. Ella creyó haberlo perdido cerca de una quebrada cuando la sorprendió. El pánico se apoderó de ella, impidiendo que gritara o huyera. No tuvo mucho tiempo cuando el hombre empezó a estrangularla, sometiéndola con facilidad. Él disfrutó de cada momento, viéndola intentar pelear sin éxito. Ella sufrió cada momento, sin arrepentirse de cada robo y mentira. Los vecinos la encontraron en la noche, cuando algunos pasaban por aquella quebrada para cortar camino de vuelta a sus casas. Curiosamente encontraron sobre ella todo su botín e incluso el fajo de billetes 5
  • 14. que robó a su asesino, lo que rápidamente condujo a especulaciones que se regaron como pólvora. La única en llorarla fue su madre a quien le informaron de los hechos cuando salía cansada de su trabajo. Llegó al lugar desconfiando de lo que decían las personas que encontraba en su camino, negando que algo como eso pudiera pasar. Ella sabía en su corazón que su hija no era perfecta, y ella se culpaba de las fallas de carácter de su hija por sus largas horas alejada de su hogar, trabajando. Durante años había defendido a su hija y tolerado los chismes que la tildaban de ratera. Quizás pudo cometer un error o dos, pero no era mala. Sentía su corazón retumbar en el pecho a medida que se acercaba al lugar, ahora iluminado por las luces policíacas. No pudo continuar negándolo cuando encontró a su pequeña muerta, tendida a la orilla de la quebrada. Un extraño ofreció un abrazo de empatía en medio de curiosos 6
  • 15. morbosos. Los periódicos del día siguiente le dedicaron a penas un párrafo, sin fotos, a esta historia insignificante. Esto no impidió a las personas del barrio continuar especulando sobre el botín que encontraron en la Peke y los motivos que habría tenido el asesino, un justiciero anónimo que se hartó de ser víctima de los maleantes. Lo cierto es que su asesino había regresado al lugar de los hechos, en medio de la multitud de curiosos, deleitándose de su hazaña. Un trofeo más en una lista larga de presas. Quizás podría duplicar su placer si encontraba acercarse a la dolida madre. Con un abrazo bastaría para ir satisfecho con su victoria a casa. 7
  • 16. Troll Incendiario Troll Incendiario Desde niño, gustaba de ver el mundo arder. Disfrutaba de las discusiones entre otros, de verlos desesperarse y terminar en el piso moliéndose a golpes por algún argumento emocional. Era su fetiche presenciarlo y ocasionarlo luego se convertiría en su vocación. Al igual que para los artistas y pensadores, o los inventores y empresarios, vivir el Renacimiento o la Revolución Industrial, respectivamente, nuestro protagonista villano se maravilló con el advenimiento del Internet. Sus numerosos foros le permitieron canalizar aquella hostilidad reprimida, esparcirla por el mundo y luego de algún 8
  • 17. comentario incendiario, ver el mundo digital arder hasta altas horas de la madrugada. Era un devoto hijo, quien cuidaba de una madre enferma, un empleado puntual y responsable, un hombre tímido y respetuoso, invisible para la mayoría. Se sentía impotente, mudo, desechable. Pero cuando se sentaba en su teclado, luego de un largo día de trabajo duro, liberaba todas esas frustraciones criticando publicaciones ajenas, hipotetizando conspiraciones, sustentando mundos imaginarios y alimentando argumentos fantásticos, extremistas. Lo que más disfrutaba de todo era lanzar comentarios hostiles, ofensivos y destructivos, para luego leer las reacciones de indignación de miles de internauta, mientras él gozaba a carcajadas, deglutiendo alguna comida chatarra. Esperaba que las aguas se calmaran y repetía el proceso. Insultaba a personas vulnerable, se burlaba de las minorías, malinterpretaba argumentos de debate que 9
  • 18. sacaba de contexto. A diferencia de otros, honestos buscadores del conocimiento, emocionados debatientes, nuestro villano solo deseaba ver el mundo arder. Quizás su verdadera vocación era la piromanía, pues ciertamente disfrutaba de ver el fuego, fascinación que lo atrajo a fumar. Poco sabía él que estos defectos conducirían a su muerte. No era del todo un monstruo. Quería mucho... Quizás esto sea una exageración no sustentada. Respetaba mucho a su madre y su sentido de responsabilidad con ella era muy fuerte. No iba a fiestas, no salía a tomar o levantarse mujeres. Todo sus recursos estaban destinados a ella. Verán, como muchos hogares, este fue uno levantado del piso por una madre soltera cuando el padre de nuestro ahora villano, entonces tan solo un niño, se fue dejándolos sin nada. Su madre trabajó dos y hasta tres trabajos para mantenerlo, educarlo e incluso complacerlo en lo 10
  • 19. que ella podía. Él aún recordaba ir del colegio al primer trabajo de ella, donde trabajaba limpiando una farmacia, para empezar a hacer tareas y luego ir en bus con ella al segundo trabajo, donde limpiaba unas oficinas. Él solía quedarse dormido en un sillón y ella lo despertaba para regresar a casa tomando dos buses. Se juró que en cuanto trabajara, ella no tendría que hacerlo. Ahora, demente, ella dependía de todos sus cuidados y de la auxiliar que la cuidaba en las mañanas mientras él trabajaba. Una mañana, la primera de unas necesitadas vacaciones, se levantó apesadumbrado, luego de un sueño intranquilo. De esos en los que se duerme, pero uno se levanta cansado. Le pareció raro que la casa estuviera en silencio. Salió al patio a fumar, y le llamó la atención que el tiempo le alcanzara para terminar su cigarrillo, pues su madre siempre despertaba a esta hora, ocasionando cierto escándalo y requiriendo 11
  • 20. mucho trabajo para alimentarla, porque a pesar de sus años solía comportarse como una niña malcriada que aventaba los platos a la pared, regaba el contenido de las tazas e incluso mordía si resultaba ser un mal día. Pero él lo toleraba, más que gustoso, consciente de sus deudas. Esta mañana algo estaba mal. Apagó el cigarrillo sobre la grama y entró a casa, tocando ansioso la puerta del cuarto de su madre. Sin esperar respuesta abrió, para encontrar a su madre pacífica, acostada con ambas manos sobre su abdomen. Permaneció ahí al pie de la cama, esperando ver el pecho moverse con la respiración. Pasaron algunos minutos y su corazón le jugaba el truco de verla respirar, mientras su cerebro le confirmaba que en efecto estaba muerta. Se acercó, y la sintió fría, pesada y un poco rígida. Se aproximó más para cerciorarse y no pudo contener el llanto cuando sus emociones no 12
  • 21. podían contenerse más. Tuvo que sorberse los mocos y restregar sus lágrimas en su rostro antes de reunir el valor de llamar a la auxiliar que cuidaba de su madre durante las mañanas. Luego llamó a la doctora que la atendía ocasionalmente en casa, que era la única que venía a casa a atenderla. Finalmente tuvo que llamar a la funeraria, número que tenía en la “refri”, cuando se creyó fuerte como para prepararse, pero en secreto pensando no lo usaría. Pasó aquel día firmando papeles, dando explicaciones y haciendo llamadas incómodas. Esa noche no pudo dormir bien por pesadillas de una madre iracunda que reclamaba atenciones no brindadas o de él exigiendo estas atenciones a ella. Despertó luego de un interrumpido sueño, volviendo en automático a su rutina solo para percatarse que ya no existía dicha rutina. Se armó de valor, escogiendo entre pocos vestidos para vestir a su madre para el velorio. Poco sabía él que casi 13
  • 22. nadie, salvo familiares lejanos, asistió. Al entierro asistieron el sacerdote, él y la occisa. Tres gansos solitarios una mañana nublada. El sacerdote parecía inquieto y hasta los enterradores parecían apurados en irse. Toda esa semana vacacional transcurrió de forma extraña. Al principio no sintió el impulso de conectarse para verter su hostilidad, pero entre más pensaba y se sentía ignorado por todos en su vida real, incluso compañeros de trabajo, vecinos y otros conocidos, empezaba a bullir aquel deseo de ver el mundo arder. Empezó publicando sobre su dolor y fue recibido por silencio e indiferencia. No pudo mantenerse en su sitio, iracundo, caminando de un lado a otro, cual pantera enjaulada. Intentó tomar algo, pero terminó lanzando el vaso a la pared, creando un desastre. Finalmente decidió salir a la calle, estirar las piernas, tomar aire fresco, despejar la mente. Pero el destino tenía otros planes, 14
  • 23. cruzando su camino con el de agitadores, dementes y borrachos, encontrándose pronto en discusiones in crescendo hasta llegar a los golpes. Una parte de él estaba disfrutando esta experiencia. Sentía liberarse de toda la culpa, frustración e ira, y se preguntó por qué pensó en esta solución antes, en lugar de pasar tantas noches sentado frente a su computadora, mientras su madre dormía en la habitación contigua. Sin mediar palabras lanzaba golpes, e intentaba esquivarlos, intoxicado por esta experiencia casi espiritual. Luego de liberarse de una pelea a puños sintió un dolor intenso en el costado. Se tocó y se sintió mojado, pero estaba oscuro y no entendía qué sucedía. Caminó con dificultad, pero luego sintió un terrible dolor punzante en la espalda, y luego otro, y otro. Empezó a sentir que le faltaba el aire, mareado, empezó a tambalearse hasta no se pudo mover. 15
  • 24. Las sirenas de policía podían verse reflejadas negras y amarillas sobre el charco de sangre donde quedó tendido con una cara de agonía que luego, con la rigidez cadavérica, desde cierto ángulo, parecía gracioso, sacado de contexto. Las redes sociales se encendieron aquella mañana con una foto del hombre tendido en el charco de sangre. Una vez recortado el charco de sangre, un usuario lo enmarcó para que encajara en un gracioso meme que rezaba algo cruel, reduciendo a esta persona a un mal chiste. Todos compartieron por morbo, por venganza, por aburrimiento, buscando un sentimiento de ironía y nihilismo. 16
  • 25. Taxista Existencial Taxista Existencial Fue, quizás, el hombre más lujurioso de la historia moderna líquida. Para pesar de todos, uno de los más obscenos también. En su trabajo de taxista, empleaba ambos dones a diario. Era realmente bueno en ello y lo disfrutaba. Muchos filósofos podrían concluir que se trataba de una existencia verdaderamente auténtica. Todos cuanto lo escuchaban hablar quedaban mudos. Él consideraba que era por impresión, pero era más bien algo postraumático. El evento más memorable de todos los tiempos fue cuando detuvo el taxi frente a unas monjas, bajó el vidrio, las miró de abajo a arriba, se bajó los lentes 17
  • 26. oscuros mientras sonreía un juego de dientes de oro, sugiriendo algo en el orden de una orgía incestuosa. La madre superiora sufrió un infarto masivo y, gracias a nuestro protagonista, llegaron en menos de cinco minutos al cuarto de urgencias más cercano. Las esperó y cuando las demás salieron para regresar al convento. No ofreció disculpas y las monjas no las pidieron. El viaje trascurrió sin palabras y al llegar al convento, él no cobró y las monjas no pagaron. Debo aclarar que ninguna de las partes involucradas sentía culpa porque él consideraba debía ser honesto consigo mismo y los demás todo el tiempo, de modo que no mentía ni fingía que era, quizás, su peor defecto. Ellas, profundamente ofendidas por palabras y no actos, consideraban que todos los problemas fueron ocasionados, en primer lugar, por este mugroso taxista y su perversión, de formal tal que haberlas llevado al cuarto de urgencias, esperarlas y luego llevarlas al convento 18
  • 27. era penitencia suficiente y justa. Creo que en este momento debo aclarar el adjetivo de "mugroso" para nuestro héroe. Verán, en su corazón era algo como una estrella porno de los 70's y toda su apariencia estaba cultivada de acuerdo con esta filosofía. Llevaba cuantas cadenas de oro toleraba, en peso y fricción, su cuello. Los dos tercios superiores de botones en la camisa nunca encontraron sus respectivos ojales, exponiendo un mundo de vello corporal. Portaba un bigote ancho y grueso, que peinaba cuando lo veía desarreglado en el espejo y bajo el cual se escondían los labios que pronunciaban las cosas más descabelladas para sus levantes o clientes. Siempre estaba ojeroso y cubría sus ojos con unas anchas gafas de sol que reflejaban los ojos de con quienes hablaba, una forma de máscara bajo la cual ocultaba su soledad y timidez. 19
  • 28. Uno de sus mejores amigos era un viejo borracho quien ostentaba el título de padre ausente durante los últimos 60 años consecutivos. Bebía por culpa, para sentirse mejor, para olvidar, para hacer algo y no llamar a las mujeres e hijos que abandonó, ahora en el crepúsculo de su vida, lleno de sabiduría de errores cometidos y omisiones no enmendadas. Ambos se sentían bien en la compañía del otro, intentando encontrar significado, orden y propósito en sus caóticas experiencias. Curando en la compañía del otro su propia soledad. Se les podía ver tambalearse en las madrugadas mientras recitaban sonetos ingleses mal traducidos al castellano, modificados a su antojo, o hécticas discusiones sobre sus respectivos códigos de ética bajo la sombra de un árbol o el haz de alguna luminaria. Sombras en la pista sonora de fondo de aquel barrio. El día en cuestión para nuestro relato partía con el taxista, engomado, luego de un par de horas de 20
  • 29. estar sentado en el inodoro con una terrible diarrea, estar de pie con las nalgas apoyadas en su "nave", afuera de la casa de su madre, esperando que la anciana abriera la puerta, pero no sonó el claxon, llamó en voz alta o tocó la puerta. No después del incidente hace unos años atrás. La vieja salió arreglada, perfumada, pero volvió a entrar a casa. Este ritual se repitió varias veces, porque era olvidadiza y debía regresar sobre sus pasos para recordar qué era lo que olvidaba. Aquella mañana su hijo, el taxista, debía llevarla a cobrar y cambiar su cheque de jubilación, luego llevarla y esperarla mientras hacía mandados, y regresarla a casa para discutir en el camino sobre por qué seguía soltero y cuándo le daría nietos, a lo que él respondía con algún comentario cínico y defensivo, para luego permanecer ambos en un silencio incómodo y enmendar las cosas al final con una invitación a comer comida fresca hecha en casa. 21
  • 30. Almorzaron y, a pesar que estaba agotado y somnoliento, se excusó y partió para empezar la jornada. Antes de salir, inusual en él, le plantó un beso a la vieja en el cachete, pidiendo perdón por no ser el hombre que ella esperaba que fuera, creyendo podrían enmendar su relación la próxima quincena, cuando volvieran a verse. Salió, trepó en su "nave" y condujo a la huida, viendo en el retrovisor a la anciana alzar la mano para despedirse, cosa que le recordó tiempos en los que hizo lo mismo cuando iba a la escuela. Manejó un rato, pero cabeceó en un semáforo, despertando asustado por el claxon del conductor atrás. Pensó tendría un accidente así que se detuvo por una taza de café en una gasolinera. Curiosamente ese era el primer día de un chica educada que, en franca rebeldía, abandonaba los estudios en medicina para dedicarse a vender números de lotería, despachar café y comida chatarra, limpiar baños y pisos, y vender 22
  • 31. cantidades industriales de alcohol a los motoristas que paraban. Desde que la vio quedó prendado de ella, y por un momento se ensordeció con sus latidos cuando intercambiaron un chiste bastante sofisticado. ¿sería esta "la" indicada? Continuó ahí hasta que anocheció, comprando una salchicha reseca, luego un empanada agria, una chicha empalagosa, otro café amargo, unos chicles mentolados... Todo, mientras tenían la conversación más inteligente que cualquiera de los dos hubiera tenido en su vida. Ella se sentía emocionada porque era algo inesperado. Él tenía una buena estructura y lo único que requería eran retoques para resultar un hombre bastante apuesto... A pesar de los dientes de oro. Ella era joven, delgada y elegante. Aquel delantal, uniforme y gorra no le hacían justicia. Portaba un corazón roto por desilusión, pero poseía una naturaleza maternal que encontraba más atractiva 23
  • 32. que tetas y culos. Él ofreció darle bote luego del trabajo y ella aceptó. Ninguno pudo contener sus respectivas sonrisas en medio de miradas coquetas y tímidas. Todo lo interrumpió la entrada del anciano borracho buscando una pacha para la velada. Ambos se saludaron y nuestro protagonista pagó por la pacha, escoltándolo fuera, súbitamente incómodo por su vieja amistad ante su nueva amistad. El viejo, quien no era tonto, se percató de todo a pesar de su estado etílico y empezó a reclamarle. Discutieron afuera durante algunos minutos, dando tiempo a unos adolescentes armados a entrar para asaltar a la chica. Cuando regresó adentro, se encontró con la chica paralizada por el pánico, mientras estos mocosos le apuntaban con un arma. Empleando un despliegue de sus mejores habilidades, empezó a hablar con los chicos, convenciéndolos de permitirle dar la vuelta y abrir él mismo la caja. 24
  • 33. Para ganar tiempo, empezó a darles ideas sobre tomar botellas de guaro que luego podrían vender, idea que les gustó. Una vez bajo el mostrador abrió la caja y sacó el dinero, metiéndolo en una bolsa. Los chicos amenazaron, mientras se retiraban aún apuntándoles. En cuando salieron, ambos respiraron profundamente, mientras temblaban. Ella se desplomó, contemplando la posibilidad de morir por primera vez en su vida, mientras irrumpía en llanto mientras ahora él se encontraba paralizado por la experiencia. Ninguno supo que alguien llamó a la policía por la discusión que él y el anciano. Llegaron los oficiales, ya alterados por una ola de asaltos y robos en el área. Estaban presionados por sus superiores a capturar a los perpetradores, por lo que entraron con sus armas desenfundadas, con dedos sudorosos, temblorosos, ya enganchados en los gatillos. El taxista no tuvo oportunidad de explicar nada, estando ahí de pie, con la caja 25
  • 34. registradora abierta y la chica sentada llorando en el piso. Una bala se escapó y lo impactó en el pecho, tumbándolo hacia atrás y estrellándolo con un anaquel lleno de botellas de vidrio. No permitieron a la chica brindar primeros auxilios o detener el sangrado, creyendo ellos que este era el asaltante. Los nervios los hicieron titubear y cuando llamaron la ambulancia, nuestro protagonista se encontraba en el punto de no retorno hacia la vida. En aquellos últimos instantes, pensaba en lo preciado que era el tiempo, el único bien del que los mortales no podemos abastecernos. El tiempo se acababa, sorprendiendo el día menos pensado, cuando creyó podría encontrar una nueva vida, tan solo para perder la que ya tenía. Los periódicos sensacionalistas encontraron juegos graciosos de palabras, y las fotos menos halagadoras, queriendo ser jueces en la portada a pocos minutos de cerrar la tirada en la imprenta. A 26
  • 35. la mañana siguiente los gerentes de aquellos periódicos quedarían complacidos con las ventas de sos ejemplares, indicando a sus reporteros enterrar los detalles que luego resultarían de las investigaciones en artículos más modestos en la página ocho o doce, sin fotos. Nunca, nadie ofreció una disculpa o una corrección, y nuestro protagonista fue enterrado sin ritos días después en honras a las que asistieron su madre, el viejo borracho, ahora sobrio, la dependiente, ahora de vuelta a ser una estudiante de medicina, y la madre superiora ya plenamente recuperada. 27
  • 36. Leña del Árbol Caído Leña del Árbol Caído Desde niña, ella y todos, sabían que era diferente. Siempre fue "marimacha" como decían sus compañeros de la escuela, pero siempre estuvo cómoda con eso. Se enorgullecía de correr más rápido y trepar más alto. Nadie osaba en burlarse de ella, porque varias veces ganó peleas con niños y niñas, pero todos lo decían a sus espaldas. A medida que crecía, se revelaba su belleza, por lo que tenía admiradores que no se acercaban por miedo a ser también objeto de burla, pero si muchísimos amigos. Ella también gustaba de algunos chicos, pero no sabía cómo ser algo más que una amiga. Con el tiempo 28
  • 37. empezó a aceptar estaría sola y que eso de tener novios no era para ella. Ella, a pesar de su agilidad física, se mantenía muy femenina, dedicando el tiempo usual que una chica emplea en perfeccionar cada facción y corregir cada espinilla. En su hogar eran devotos creyentes y ella sentía paz cuando estaba en actividades juveniles de su iglesia, ascendiendo pronto a ser una líder, hecho que complacía mucho a sus padres. En secreto, ella dedicaba tantos esfuerzos porque eran actividades desprovistas de sexualidad, en un momento en el que ella solo pensaba en sexo. Pasaba noches enteras fantaseando ser besada y besar, en pasar tardes enfrascada entre otras manos que la acariciaban y no la dejaban ir, con una nariz metida en su cabello, enajenada ella misma con el aroma ajeno. A pesar que en estos grupos juveniles prometían castidad, en secreto deseaba perder su virginidad. Mientras eso 29
  • 38. sucedía, casi sin quererlo, se convertía en un pilar para su iglesia. Llevaba ropa y comida a los ancianos, entretenía a los niños, ayudaba a construir viviendas para los necesitados... Un día llegaron al grupo unos mellizos de los que quedó prendada desde el momento en que los vio. El varón era alto y fuerte, delgado, magro y muy coqueto, mientras que su hermana era delicada, hermosa, de mirada penetrante y seductora. Sintió electricidad al momento de estrechar sus manos, y desde ese momento sus deseos más profundos quedaron encarnados en estos hermanos. Hasta ese momento, aunque ella sabía era una "marimacha", no tenía dudas de querer tener un novio. La chica le hacía sentir de un modo que ella desconocía era posible y esto le ocasionaba mucho conflicto. ...pero se sentía atraída como una polilla a la flama, así que pasaba cada momento que podía con ella. 30
  • 39. En uno de tantos retiros espirituales, en lo que iban a algún paraje rural lejano para reflexionar, aceptó la invitación de compartir la tienda de acampar con la chica. Esa noche hablarían, reirían y comerían de un botín de chocolates, malvas y demás golosinas que ambas traían a escondidas. Se sentía intoxicada de emoción y su corazón, le parecía a ella, se le saldría del pecho. Llegaron, acomodaron sus pertenencias, hicieron todas las actividades que su iglesia tenía organizadas y luego quedaron libres de pasear antes de la cena. Las chicas optaron por recorrer un sendero largo con el pretexto de encontrar la toma perfecta del atardecer. Cuando estuvieron lejos, le extendió la mano a su amiga para subir un cerro, pero no se soltaron una de la otra, haciendo el recorrido tomadas de las manos. Se sentía en el cielo, pero al regresar al campamento su amiga le soltó la mano tan pronto escucharon las voces de los demás chicos. Su 31
  • 40. amiga aceleró el paso y la dejó atrás sin mayor explicación, dejándola sola, sintiéndose miserable. Cuando llegó al campamento, el mello la abrazó fuerte, como quien abraza a alguien a quien no ha visto en mucho tiempo, y ella le correspondió, apoyando su rostro sobre su pecho y sintiendo una masiva erección que, sin duda, le complacía también a ella. Aquella noche, luego de bañarse en unas duchas improvisadas con agua fría, llegó a la tienda de acampar algo tímida, ahora que debía pasar la noche con la mella. No sabía si había hecho algo mal y debía ofrecer disculpas, o si era la mella quien había hecho algo mal y debía pedir disculpas. La chica estaba ahí, como si nada hubiera pasado y continuaron hablando de los temas usuales, y esto la alivió muchísimo. Pasaron aquella noche tendidas sobre sus sacos de dormir hasta que volvieron a tomarse de las manos, lo que condujo a acariciarse e incluso un 32
  • 41. beso. Durmieron en los brazos de la otra sin dejarse ir y nuestra protagonista se encontraba enfrascada en lo que siempre deseó, cosa que aliviaba muchas de sus penas, pero ocasionaba muchas más. A la mañana siguiente, entendiendo un poco la dinámica, se levantaron, aflojaron su agarre y salieron de la tienda para dedicarse a las actividades organizadas. La mella no estaba ni cerca, y sentía celos de todo con quien ella interactuara, pero no podía ir a correrlos a todos, ocupada ella misma en otras cosas. No obstante, pasó el día con el mello quien le coqueteaba y tocaba en cada oportunidad, halagándole y sonrojándola. Ella se preguntaba si era que lo que sentía por la chica se debía a cómo la hacía sentir el chico, así que ella también le correspondía el coqueteo, tocándolo cada vez que se acercaba. Terminaron las actividades, y decidieron charlar junto a una quebrada. Pronto quedaron besándose y volvió a sentir aquella erección que 33
  • 42. la excitaba. No opuso resistencia cuando él sugirió ir a algún lugar más apartado. No importaron los bichos ni la maleza cuando finalmente perdió su virginidad. Sin embargo, igual que como pasó el día anterior, volvían tomados de las manos, pero él la soltó en cuando se acercaban y escucharon las voces de los demás campistas, él aceleró el paso, dejándola atrás. Cenaron, se volvió a duchar y volvió a su tienda de acampar, donde la esperaba la mella. Aquella noche se besaron y manosearon de formas que la complacían, pero hacían sentir culpable. A la mañana siguiente, despertó sola y cuando salió de la tienda de acampar encontró a los otros campistas cuchicheando en pequeños grupos, quitando el rostro mientras ella pasaba. Ninguno de los mellos estaba cerca y nadie se sentó junto a ella al desayuno. Sabía que algo sucedía y que los grupos rumoreaban sobre ella. ¿sabrían de 34
  • 43. sus aventuras del día y noche anteriores? Uno de los instructores se le acercó y pidió charlar con ella, lo que empeoró los cuchicheos de los demás. El mello la acusaba de haberle transmitido gonorrea, por lo que tuvo que ser llevado a una clínica cercana para tratamiento, mientras que la mella de haberla manoseado de formas inapropiadas, aprovechándose que era uno de los nuevos miembros del grupo juvenil. El instructor no preguntó su versión, solo le informó de sus cargos, transformándola ante los ojos de todos una paria. Viajó sola en el bus de regreso a casa, pues nadie quería sentarse con ella, y de regreso a casa sus padres le gritaron y acusaron de un sinnúmero de pecados, por lo que decidió huir. Aquella noche durmió en casa de su abuela, pero en la mañana empezó a sentirse dolorida y tuvo que acudir a una clínica donde la enfermera le preguntó por qué acudía, tensando la mandíbula cuando relató lo acontecido. Se sentía al borde 35
  • 44. del llanto, pero solo lloró cuando el doctor hizo el examen pélvico. No brindó apoyo, consuelo o consejos, y la registró en una lista de otras pacientes con enfermedades venéreas. Tuvo que ir varios días para recibir unas inyecciones muy dolorosas. Su abuela parecía incómoda por la situación y también huyó de ahí. La primera noche que tuvo que dormir fuera, fue por agotamiento luego de deambular todo el día para finalmente cabecear en una banca, pero despertó asustada cuando unos guardias alumbraron su rostro, preguntando en tono alto qué hacía ahí a esas horas. La detuvieron y llevaron a una celda, donde tuvo que pasar el resto de la noche entre prostitutas, ladronas y ebrias. A la mañana siguiente, su padre la sacó, pero notó una calma extraña en él mientras conducía en una dirección que ella no conocía. Ella estaba muy asustada para preguntar algo y cuando el auto se detuvo en la estación de buses, se bajó 36
  • 45. con el corazón en la garganta cuando su padre le dio un fajo de dinero, pidiéndole que no regresara jamás. Ella permaneció ahí viendo cómo el carro se iba, ansiando se detuviera o diera la vuelta. Pasó dos días en aquella estación y se hizo con unos chicos que también estaban ahí. Parecían aceptarla y ella no tenía a dónde ir. Por primera vez libó cuando uno le pasó una pacha que compartían, y aquel gesto, más que la intoxicación, aliviaron muchos de sus pesares. A la mañana siguiente se descubrió sola, con una pacha a la mitad, sin un céntimo. No sabía si hubo regalado o perdido el dinero, o si le robaron. Sintió lástima de si misma, y decidió tomarse el resto del contenido de la pacha. Los noticieros aquella noche anunciaban de la borracha atropellada por un bus en la estación y cómo sus reporteros descubrieron que se trataba de una chica problemática que huyó de casa. Sus padres, desconsolados, parecían hinchados de 37
  • 46. llorar cuando las cámaras los enfocaron saliendo de la morgue, mientras sus muchos compañeros compartían un montón de cuentos sobre ella con una temática común: la degenerada corruptora que se escondía en el grupo juvenil. La lesbiana pervertida, la marimacha borracha, la transmisora de enfermedades, la mentirosa manipuladora... Pasaron los años y se convirtió en leyenda urbana, un cuento de inmoralidad que parecía crecer de narrador a narrador. 38
  • 47. La Inmensidad de la La Inmensidad de la Nada Nada Lo tenía todo. Cada capricho que pudiera concebir, cada vacación llena de emociones, viajes a lugares lejanos y exóticos, fiestas de ensueño, matices y paletas de colores apropiadas para cada ocasión, el perfume perfecto para cada estado de humor, los platos más suculentos y curiosidades de cada rincón del globo. ...Y, sin embargo, el mundo entero no parecía ser suficiente. Vivía rodeada de gente dispuesta a complacerla, pero se sentía desdichada y sola. Este terrible sentimiento de abandono la condujo a comer de forma compulsiva, mientras empezaba a emplear ropa cada vez más holgada 39
  • 48. y gruesa para ocultar su cuerpo. Su cuerpo le producía mucha ansiedad, lo que remediaba con comida. Para su familia, ella era motivo de vergüenza, puesto que todo en su vida era fácil, privilegiado, hermoso... y no comprendían por qué optaba por verse de ese modo, ser... Fea, cosa que no censuraban durante reuniones familiares, luego de un par de tragos, haciéndole sentir incluso más desdichada de lo que ya se sentía. Optaron por ocultarla, como un sucio secreto familiar del que nadie debe nunca saber nada. Ella no comprendía nada, porque se portaba bien, era una buena estudiante y toda la humillación que recibía de ellos y sus compañeros de colegio la hacía gentil y empática con otros menos privilegiados. Llegó a sentirse nada, lo que empeoraba su sentimiento de soledad. Inclusive, una vez permaneció horas en el estudio de su padre, contemplando una colección de armas de fuego que tenía, 40
  • 49. contemplando ideas suicidas. No todo era bondad, porque llegó a ser muy obesa, vivía sudada todo el tiempo, y resoplaba, falta de aire, al caminar. No se peinaba y muchas semanas no se bañaba y solía andar con las mejillas y los dedos sucios, pegajosos. algunas noches mojaba la cama, cosa que remediaba cambiando las sábanas y su ropa, pero no se bañaba, por lo que su olor corporal pronto se volvió objeto de comparaciones porcinas que, más allá de las burlas, ocasionaba repudio. Nadie la deseaba cerca, pero a medida que fueron creciendo, los chicos se tornaban más hostiles hacia ella, con golpes, insultos y risitas burlonas. En respuesta, ella también empezó a ser hostil con todos, haciendo los comentarios más denigrantes posibles. Se convirtió en la abusiva del colegio, ofendiendo a todos antes que pudieran ofenderla, atacando para no tener que defenderse. 41
  • 50. Un día agredió a una compañera, de quien fue amiga cuando fueron niñas, y quien nunca se burló de ella o trató de forma irrespetuosa. Muy profundo en su corazón se sentía abandonada por todos pero, sobre todo, por su antigua amiga. Su antigua amiga, se cansó de defenderla cuando eran más jóvenes, toleraba sus pedos y mal olor corporal, los abrazos sudorosos y el aislamiento del resto de sus compañeros. Nunca escuchaba sus consejos o sugerencias, y la culpó incluso de su suerte, así que un día sencillamente se dio por vencida. Ambas continuaron sus vidas separadas, hasta el día de hoy. Hoy no se sentía solidaria, y no sentía debía tolerar agresiones de alguien que le debía tanto, de modo que respondió y pronto hubo una escalada de palabras cada vez más duras hasta que la discusión acabó con la revelación del secreto que mojaba la cama. Esto la silenció en medio de las carcajadas de sus otros compañeros. El profesor, afónico de intentar 42
  • 51. calmar los ánimos y voces elevadas, le pidió a nuestra protagonista y amiga ir a la oficina del director. Cada una expuso su caso, pero nuestra protagonista era reincidente y la suspendieron una semana en casa, cosa que no ocasionó la más mínima reacción en sus padres. Ella esperaba un regaño, a su madre exasperada, a su padre empático intentando entender la suspensión, pero ni siquiera a las empleadas domésticas pareció importarles. Estuvo en casa, hirviendo en sus jugos, formulando juegos de palabras para contraatacar a su antigua amiga. Pasó la semana, enfriando los ánimos, reflexionando y retornando a clases la semana siguiente. El tiempo fuera la hizo recapacitar, cambiando su forma de vestir, aseada y dispuesta a poner de su parte para mejorar, pero en su ausencia muchos compañeros descontentos con pasadas agresiones, se armaron de valor para 43
  • 52. devolverle su poca gentileza durante estos últimos años. Cuando volvió, todos, absolutamente todos, le parecía a ella que incluso sus profesores, parecían hartos, descontentos de volverla a ver. Esto era peor aún, porque empezaba a sentirse nada una vez más. Cuando intentaba defenderse, era recibida con comentarios abrasivos u ofensivos. Cuando atacaba, era recibida con indiferencia. Esa semana fue terrible para ella, y la semana siguiente decidió quedarse en casa, embarcándose en un maratón de comer y dormir, ante lo cual nadie demostró el más mínimo interés, lo que la hizo sentir culpable. Decidió tomar una de las armas de la colección de su padre para acabar con todo. Aquella mañana se bañó, se peinó, se perfumó, vistió sus mejores ropas, hizo la cama, e incluso terminó algunas tareas del colegio pendientes. Escribió una carta amorosa a sus padres y disparó un proyectil en su 44
  • 53. cabeza, mientras sus padres estaban fuera en una fiesta y las empleadas estaban libres. Intentó llamar a su amiga de la niñez, pero nadie contestó en casa. Sus padres, horrorizados, descubrieron el cuerpo aquella noche y pronto expresaron sus muchos sentimientos de culpa. Pensaban que se trataba de una fase y, para no hacerla sentir mal, decidieron darle un espacio. Notaron se sentía incómoda en eventos sociales y familiares, por lo que no la forzaban a atenderlos. Se preocuparon por los últimos incidentes en el colegio y las suspensiones, pero se dijeron que era una fase de la adolescencia. La lloraron, impotentes, intoxicados en su culpa y ceguera. Nadie, salvo su familia, asistió al entierro. algunos compañeros sintieron vergüenza y culpa, mientras otros celebraron el deceso. Nadie tenía una foto de chica gorda, nadie recordaba su nombre, o si tenía algún pasatiempo, o albergaban algún momento compartido. La chica solitaria, obesa, 45
  • 54. enojada con el mundo, que llegó a sentirse como nada, finalmente se unió a la inmensidad de la nada, lejos del mundo que no la deseaba en él. 46
  • 55. Una Perra Dulce Una Perra Dulce Todos sabían ella era una perra. Actuaba como perra, vestía como perra y entre los niños del barrio solía ser casi un rito de paso retarse a verla para saber lo que era una perra, cuando no se entendía el concepto. Entre adultos se rumoreaba entre risitas y morbo los relatos, reales o no, sobre ella. La drogadicta que salía medio deslumbrada, taciturna cuando anochecía y que regresaba tropezándose a casa durante el amanecer. Se veía sucia, con la piel opaca y el cabello anudado, particularmente en las mañanas cuando todos salían bañados, planchados y perfumados a sus trabajos. Las cosas 47
  • 56. empeoraron cuando empezó a estrenar ojos morados y dientes flojos. Verán, nuestra prostituta drogadicta había encontrado un sector demográfico de hombres adinerados que pagaban muy bien por golpearla hasta la inconsciencia, luego o durante penetrarla por cuantos orificios naturales fuera posible y luego desecharla como una basura a quien pagaban bien por su silencio, más que por sus servicios. Las drogas ayudaban mucho a lidiar con el dolor y olvidar los horrores vividos. ¿Y por qué cualquiera toleraría semejante maltrato, humillación y rechazo? Verán, queridos lectores, nuestra protagonista... Nuestra heroína era madre soltera. Siendo ella aún una niña tonta, que no pensaba en las cosas serias del mundo, y cuando parió esta hermosa criatura se propuso hacer lo que fuera por ella, ahora al cuidado de su abuela. Curiosamente su hija sentía una terrible vergüenza de ella, al igual que su madre, y ambas 48
  • 57. toleraban sus visitas semanales, muy puntuales, por cierto, ansiosas de volver a sus vidas una vez nuestra perra se fuera. Irónicamente, nunca rechazaron los rollos de dinero que traía, a pesar de su superioridad moral. Llegó el día en que a su clientela se añadió el peor de sus clientes, un hombre tenso, pulcro, bien vestido, violento hasta la médula, quien gustaba de apretarla por el cuello, mientras la penetraba con violencia. Todo a cambio del precio correcto. Durante la semana, era un empresario respetado en su comunidad, galardonado con numerosos premios inventados por sus amigos acaudalados con la excusa de reunirse para comer, beber y posar para las fotos de la sección de sociales en el periódico. Durante la mayoría de los fines de semana, salía con mujeres hermosas, iba a pescar en su yate e incluso le alcanzaba el tiempo para apoyar alguna actividad cívica o fundación sin fines de lucro de sus amigos 49
  • 58. acaudalados. Otros fines de semana la llamaba, la pasaba a buscar por una calle poco transitada y la llevaba a un apartamento en un edificio desocupado, en reparaciones que parecían prolongarse, donde le hacía cosas terribles que producen malestar solo con describirlas. Pero la perra lo toleraba a punta de droga, ansiosa por acabar para volver a casa, colocar su cuerpo en remojo en una manchada tina en el baño, como si eso fuera una forma de bautismo que borraría sus penas y culpas. A ella solo le interesaba el dinero. Toleraba los desgarros, los golpes, los correazos y varillazos, los ojos morados y el sabor metálico de su sangre en el interior de la boca, las marcas de estrangulación en su cuello y los surcos de ataduras en manos y pies. Este cliente pagaba bien y a ella le producía un orgullo particular todo lo que su sucio dinero compraba para su hermosa hija, ahora casi una señorita. El único recuerdo de 50
  • 59. su nena era una foto arrugada de cuando cumplió seis años y ocupó un puesto en la escuela por sus buenas calificaciones. La llevaba en la cartera y atesoraba como si se tratara de su propia nena. Todas las burlas, humillaciones, lágrimas y sangre eran tolerables por el sueño de que algún día, ya grande, podría valerse por si misma y la querría por todos sus sacrificios. Llegó por ella un día, pero algo no se sentía bien para ella. Pensó en alguna excusa, pero al final la idea del dinero la hizo capitular. Poco sabía ella que aquel día las cosas tomarían un giro fatal. Nuestro cliente había decidido que necesitaba algo más en su vida: torturarla y luego asesinarla, solo para saber qué se sentía. Ella se dejó amarrar, quemar con cigarrillos, golpear, cortar y asfixiar, pensando en aquel baño en la tina, el dinero que negociaría y la próxima visita a su nena. ...Pero este castigo fue demasiado y su corazón sencillamente se detuvo. Al cliente le 51
  • 60. sorprendió también la muerte cooperadora de su dulce perra, dispuesta a complacerlo por el precio correcto. La desató, enrolló en un plástico y la arrastró hasta una fosa que luego esa semana sería aplanada por los trabajadores para verter concreto para terminar el área de estacionamientos. Terminó su pequeño proyecto y se sintió agotado por la experiencia. Se bañó, durmió profundamente y luego limpió todo en aquel apartamento que probablemente, al terminar las reparaciones, sería alquilado a alguna familia. Encontró en el baño las pertenencias de la perra que colocó en una bolsa de basura que desecharía luego, pero no pudo hacerlo y las llevó a casa, quemando todo, excepto por la foto de la nena. Decidió conservarla como un trofeo, en alguna gaveta de su escritorio en el estudio majestuoso en el que planificaba los proyectos en su vida. El resto del mundo siguió su rutina, 52
  • 61. ignorante de la ausencia de aquella perra hasta pasadas un par de semanas. Su madre y su hija, esperaban incómodas la próxima visita de la perra, invadiéndoles un sentimiento de alivio cuando no se presentó y luego de recriminación cuando les empezó a escasear el dinero. La maldijeron, pero nunca interpusieron una denuncia ante la policía porque sentían una terrible vergüenza de nuestra dulce perra. Al final, lo último en la mente de nuestra heroína, en aquellos instantes en que su cuerpo se apagaba, atenuando el dolor, fue cuánto cobraría por este fino trabajo de tolerar los abusos en silencio y la idea de una sonrisa de agradecimiento de su madre y su hija. La semana después de su muerte, los trabajadores nivelaron el terreno con una aplanadora y vertieron el concreto para los estacionamientos. Pocos meses después, una familia clase media se mudaría a aquel apartamento, ignorantes de los horrores 53
  • 62. que ahí sucedieron poco tiempo antes. Las personas camino al trabajo agradecieron no toparse con la perra que se tambaleaba de regreso a casa y las personas en el barrio ahora se entretenían pensando en lo que pudo ser de la perra. algunos decían que estaba en rehabilitación, otros que contrajo una enfermedad venérea y otros que estaba juntada con algún hombre en otro lado. Todos ignorantes de los detalles de la vida de la dulce perra, sus motivos y pesares, sus penas y remordimientos, su destino final. 54
  • 63. Sobre los Hombros Sobre los Hombros del Enano del Enano Era un hombre insoportable. Le restregaba a todos sus victorias en la cara y los difamaba cuando lo confrontaban con sus errores. Lo cierto es que contaba con una lengua bastante poderosa, a diferencia del resto de su descuidado cuerpo que parecía más una bolsa de comida para perros propulsada por dos muñones con pies, que un ser humano, producto del gusto de los excesos. En esta etapa de su vida parecía vivir más de glorias del pasado que eran adornadas y mejoradas para converterlo en el héroe de sus propias historias que, desesperadamente, contaba a quien le prestara 55
  • 64. atención, en su mayoría personas de menor educación, antigüedad o jerarquía en aquella universidad. Lograba marear a las estudiantes jóvenes con sus anécdotas, pero en cuanto avanzaban los semestres y se enteraban de los horrores que ocasionaba, pasaba a ser un personaje repudiado, ignorado por las nuevas generaciones. Nuestra historia, comienza una mañana en la que otros profesores, hartos de la dinámica de poder, empezaron a rebelarse. Nadie toleraría sus historias y, es más, muchos pretendían desenmascarar sus decoraciones y francas fantasías en su cara. Muchos deseaban escalar en jerarquía y salario, y nuestro protagonista era la piedra en sus zapatos. "Aquel mugroso enano", era una expresión que se solía expectorar. Ahora estaban en pie de guerra, listos para pisotear su ascenso. Nuestro protagonista sería el cordero de sacrificio a los dioses académicos, y con justa 56
  • 65. razón, puesto que muchos fueron en algún momento de sus carreras difamados o ridiculizados por algo sacado de contexto. El primero fue uno de los profesores de español que se tropezó en el pasillo de la facultad con nuestro protagonista quien, como era costumbre, perdía el tiempo discutiendo quejas de actualidad con algunos ingenuos estudiantes. Dirigió algún comentario incendiario en dirección de nuestro profesor de español. Aquel hombre, muy alto, por cierto, se regresó sobre sus pasos para confrontar a nuestro enano protagonista, corrigiendo no solo la forma, sino el contenido de su comentario incendiario, y continuando su camino. Nuestro protagonista, sorprendido, por primera vez en mucho tiempo, quedó en silencio y solitario, cuando los estudiantes ingenuos salpicaron en todas direcciones durante la confrontación. Aquel incidente le ocasionó una punzada en la sien, y el resto del día permaneció taciturno. 57
  • 66. Durmió profundo, y se levantó aún con un leve dolor, que se agudizaría cuando llegó a la oficina de la facultad portando una falsa sonrisa airosa. Le dirigió un piropo de saludo a una de las secretarias, aprovechando el momento para tirar uno de sus viperinos comentarios. Tres profesores jóvenes se limitaron a verlo, y soltar unas risitas burlonas mientras hablaban entre ellos. Nuestro enano se propuso hacer una demostración de poder, acercándose para retarlos con su usual noción delirante de superioridad. Los tres lo rodearlo, en actitud desafiante, mirándolo directamente a los ojos. Fue entonces cuando alguno soltó un comentario sobre su estatura, haciendo reír a los otros dos y algunos más en la oficina. El viejo enano no pudo hacer más que insultarlos y darse a la retirada. El dolor se agudizaba en su sien y decidió tomar una medicina para ello. El resto del día lo pasó receloso de las miradas y cualquiera señal de 58
  • 67. peligro en el lenguaje corporal de los profesores más jóvenes. Al día siguiente se reportó enfermo, diciéndose a sí mismo que debía poner a los insurgentes en su sitio. No podría retroceder ni sucumbir, pero estaba seguro de poder lograrlo. Pasó todo el día en su patio, atendiendo del jardín, mientras pensaba en todas cosas que diría, los trapos sucios que sacaría a relucir, y los contraargumentos que emplearía cuando le refutaran algo. El dolor se sentía peor e incluso tuvo que acostarse temprano, sin cenar, porque no se sentía bien. Nada mejoró a la mañana siguiente, pero dispuso ir a la facultad de todos modos. Quizás la interacción con los estudiantes más jóvenes le haría sentir mejor, pero en su lugar propició varios enfrentamientos verbales con otros docentes, todos hostiles, con sus comentarios burlones. Repetían una y otra vez "el enano", apodo que lo hacía enojar incluso más, 59
  • 68. empeorando su dolor en la sien. Permaneció en su escritorio, hirviendo de rabia, luego que muchos lo hubieran confrontado, reclamando detalles o contenido de sus difamaciones y la veracidad de anécdotas del pasado. Se convirtió en un paria de un momento para otro, inspirando repulsión entre todos en la facultad. Nadie se percató de su desmayo en un pasillo, en la tarde. Cuando lo encontraron, llamaron a los paramédicos, y llamó la atención de todos lo pequeño e indefenso que se veía ahora, como un niño disfrazado de adulto o un muñeco de trapo, respirando con dificultad bajo la máscara de oxígeno, mientras lo sacaban por los pasillos de la facultad. Hubo un silencio que parecía pararle los corazones y la respiración a los testigos, y muchos se sintieron mal de las burlas y confrontaciones. Mientras estuvo en el hospital, algunos empezaron colectas para comprar flores, canastas o detalles. 60
  • 69. No tenía familiares, y muchos profesores sintieron mucha pena al verlo tendido en la cama del hospital conectado a todos esos aparatos. Los médicos decían que se trataba de un aneurisma cerebral que le ocasionó una hemorragia, y que no sabían cuánto tiempo permanecería en ese estado o si saldría de él alguna vez. Finalmente, luego de dos meses, falleció durante una madrugada sin penas ni glorias. Su ausencia previa reveló el papel que jugaba en la facultad, y su muerte catalizaba cambios en el cuerpo docente que mejorarían la calidad de la enseñanza. Todos estarían más contentos sin el enano y, se podría decir, que todo cuando se logró posteriormente se lo debían a nuestro protagonista. 61
  • 70. Acariciando la Locura Acariciando la Locura Se sentía atrapado en aquel bus abarrotado, en medio de otras personas sudadas, algunas con cuestionable higiene corporal y oral, todos resignados a sus rutinas matutinas hacia sus respectivos trabajos, colegios o escuelas. Solo toleraba estas malditas condiciones gracias a las bocanas de aire fresco que entraba por la ventana y ocasionalmente le refrescaban el rostro. Algo en él seguía dormido y continuaría así hasta mediados de la mañana cuando el movimiento y ajetreos diarios lo harían despertar por completo. 62
  • 71. Aquella mañana, en el cuarto de alquiler que llamaba "hogar", sorbiendo aquel café amargo que compraba por sobres individuales en la tienda "del chino", enumeraba una lista de posibles excusas que podría usar para ausentarse ese día del trabajo. Descartaba las que ya hubo empleado y las que serían difíciles de sustentar, pero no terminaba de reunir el valor para disuadir cualquier cuestionamiento. Regañadientes, se lavó la cara, se mojó el cabello y se lavó los dientes con enjuague bucal. Planchó una camisa bajo un solitario foco que alumbraba aquel penoso cuarto. Poco sabía él que los sucesos de esta mañana serían el conato de una nueva vida. Salió, cerrando la puerta con un candado, pero recordó la taza de café huérfana sobre la mesa, y algo más que debía hacer pero que, en este momento, no recordaba. Pensó en regresar para acabar su café, ahora frío, pero sabía que si no llegaba a tiempo a la parada, volvería a llegar 63
  • 72. tarde, y no toleraría otro regaño más de su infame jefa, una anciana con ideas delirantes que la tenía con él desde el primer día. Ella solía guardar papeles de regalos, recelosa, como si fueran un bien codiciado que alguien osara a robar. Era estricta con el tiempo y alegaba no cometer errores, de modo que nunca se podía discutir sobre algo, porque ella siempre tendría la razón. Pasó frente a la casa del vecino del frente, con quien no se hablaba luego que le irrespetara cobrándole un dinero que le hubo prestado hacía unos meses. Él le explicó que no tenía el dinero aún y en cuanto lo tuviera le pagaría. No obstante, lo cierto era que no tenía ninguna intención de pagarle, era una práctica que perfeccionó con los años, eso de sentirse profundamente ofendido como estrategia de defensa. Por ahora pasaba e intercambiaban miradas, porque creía que de demostrar vergüenza o miedo, el vecino habría ganado. Después de todo, las cosas son de quien 64
  • 73. las necesita, no de quien las tiene. Muchas veces quiso reunir el valor para mandar a su jefa para la mierda, y resignarse a buscar un nuevo empleo... Pero en este lugar debía hacer poco, casi sin responsabilidades, y con suficientes oportunidades para vaguear o ir a una fonda cercana a consumir frituras de maíz procesado, empacadas en los envases más coloridos, que deglutía con alguna bebida carbonatada de colores, y luego se quitaba el sabor de aquella mezcla con alguna menta o chicle mentolado. Todo, vastamente surtido con su droga favorita: ¡AZÚCAR! ...o más bien jarabe de maíz rico en fructosa, si queremos ser fieles a los detalles de los hechos. Llegó acalorado, sudado y algo fatigado, y su barriga empezaba a salirse, empujándole los botones de la camisa, evertiendo el borde del pantalón. Pensó en desayunar más frituras y bebidas carbonatadas, pero su jefa insufrible se 65
  • 74. encontraba hoy en uno de sus peores días: el cierre de trimestre. Llegó escupiendo veneno, demandando informes, cuadros y gráficos, copias y una engrapadora, llamadas y que revisaran el correo electrónicos. Para su mala suerte, la asistente de la jefa iniciaba hoy una licencia por maternidad, y aquel espacio sería llenado por nuestro vulgar protagonista, quien pasó toda la mañana corriendo de un lugar a otro, haciendo copias y contestando llamadas, sin un momento para recibir su dosis diaria, hacer un poco de su usual turismo local o jugar aquel juego en su teléfono celular. Para las tres de la tarde se sentía mareado, con ardor estomacal y un dolor de espalda y pies que, estaba seguro, no toleraría otro día. Estaba tan cansado que no solo no reuniría el valor para protestar, mucho menos renunciar, sino que pasó toda la jornada sin revisar sus mensajes en el teléfono celular. 66
  • 75. Aquel día tuvo que hacer, por primera vez en su vida, horas extra, y cuando salió tarde, esperando el bus en la para, recordó su celular en el que se registraban 56 llamadas perdidas, 12 mensajes de voz y 37 mensajes de texto, cosa que lo emocionó por un momento hasta que empezó a leer y escuchar los mensajes. Resulta que nunca desconectó la plancha, lo que ocasionó un incendio, quemando gran parte de sus pertenencias y el cuarto. El resto de sus cosas se había echado a perder por el agua de los bomberos. Este sería un viaje muy largo, porque se enteraba de lo acontecido, escuchaba las versiones de diferentes vecinos, algunos festejando y burlándose, enterándose que el casero le pedía desalojar lo más pronto posible y pagar las rentas atrasadas, y que su jefa lo esperaba temprano en la mañana o atenerse a las consecuencias. 67
  • 76. Llegó y se percató de la poca utilidad de tener un candado al ver que los bomberos destrozaron la puerta. Entró en medio de una multitud que no ayudaba o daba voz de aliento, para descubrir que lo poco que tenía en este mundo eran un par de camisas y pantalones, ahora empapados, un calzoncillo con un hueco entre las piernas, dos medias de diferentes pares y una chancleta. Recogió todo bajo la agitación del casero que había dado un giro a los eventos para convertirlo en un infame incendiario. Todo este día estaba probando su cordura. Recogió lo poco que le quedaba y tomó otro bus para gastar lo poco que tenía para pasar la noche en una pensión. Para su suerte, justo al lado, encontró un lavamático donde lavó y secó lo poco que tenía. Aquella noche estaba agotado, pero durmió muy inquieto, levantándose temprano y caminando hasta el trabajo. Recordó que el día anterior no comió nada y ahora con el dinero justo solo le 68
  • 77. alcanzaba para una ensalada de frutas del puesto de la esquina. Deglutió esas frutas insípidas, casi sin masticar y se dispuso a pasar el día trabajando solo para mantener la mente ocupada. Puso su mejor rostro, pensando en la quincena, próxima a llegar, y aquel día probó ser largo y duro. No estaba listo para volver a aquella mugrosa pensión, así que no opuso resistencia cuando le pidieron hacer horas extra nuevamente. ...pero se sentía acariciar la locura con estas pruebas duras. Sentía el peso acumularse sobre sus hombros cada mañana temprano al quitar las cadenas y candados de la reja en la entrada, y peor aún en las noches cuando debía cerrarlas cuando ya todos estaban en casa descansando. Pasaron un par de días, y llegó la quincena, con lo que pagó la pensión. Aquella mañana, apareció en el trabajo el antiguo vecino a quien aún le debía el dinero. El hombre vino con una cara de poca simpatía, listo para empezar a discutir frente 69
  • 78. a todos para incomodarlo y obligarlo a pagar, así que se metió la mano al bolsillo y le dio todo lo que tenía, prometiendo terminar de pagarle la siguiente quincena. Agradeció el préstamo y entró al trabajo. Esto fue particularmente difícil, porque aún no le pagan las horas extra trabajadas arduamente durante la última semana. Durante estos días solo comía ensaladas de frutas del puesto de la esquina, que era lo único que podía pagar. Por esto, había perdido su barriga y se empezaba a ver mejor, porque caminaba de la pensión al trabajo para disminuir los gastos... Pero esto tenía un costo mental, porque aunque se manifestaba sumiso, por dentro una ira y locura estaban en cocción lenta, listas para bullir. Llegó la siguiente quincena, pensando cobraría finalmente las horas extra, pero no se las pagaron. La mayor parte de su paga se las llevaron la pensión y el antiguo vecino, y la jefa decía que ese dinero llegaría en la siguiente 70
  • 79. quincena. Ya había perdido bastante peso y se empezaba a ver flaco. Había optado por dejarse la barba para ahorrar el dinero, cualidad que lo hacía ver envejecido. Estaba cada vez más cansado y la jefa insistía en que trabajara horas extra, insinuando que podría despedirlo si se rehusaba. Pronto llegó la siguiente quincena y la jefa aún no le pagaba por su notable esfuerzo. De hecho, le gritaba cuando él reclamaba su pago. Casi todo lo que ganaba, lo debía y uno de sus conocidos de aquel quemado cuarto de alquiler lo llamó para avisarle que el casero lo buscaba para cobrarle las reparaciones. Cuando le pagó a su antiguo vecino lo último que adeudaba, pensó que sería como una bocanada de aire fresco, pero en su lugar fue como recibir un puntapié en los testículos cuando el vecino adujo que la deuda era mayor de lo que era, amenazándolo con formar un escándalo ahí mismo de no pagarle. El detonante fue la sonrisa burlona del vecino, 71
  • 80. aprovechándose de verlo ahora vencido. Tomó las pesadas cadenas y candados que acababa de quitar de la reja y molió aquel hombre a golpes hasta romperle el cráneo. algunos compañeros de trabajo lo detuvieron a la fuerza mientras otros llamaban una ambulancia y a la policía. Todo quedó registrado por la cámara del teléfono celular de un testigo. Lo echaron en prisión, mientras todos sus conocidos hablaban del monstruo que era, y las señales que cada uno hubo presenciado antes de este brutal incidente. Los medios lo condenaron desde el principio y esto solo fue formalizado por la fiscal y el juez. Una noche, intentando dormir en aquella celda abarrotada, en medio del nauseabundo aroma de heces fecales y orine, las cosas se tornaron violentas cuando otros hombres intentaron violarlo. Él estaba preparado para cualquier cosa y apuñaló a uno en el ojo con un mango de cepillo de dientes, mientras le arrancaba con los dientes 72
  • 81. la nariz a otro. Una serie de eventos desafortunados, malas decisiones y la mala fe de algunas personas en su vida lo redujeron a este animal rabioso, inmisericorde y, ahora, sin compasión o remordimiento. Nadie sabe qué pasó cuando lo llevaron a una confinada celda oscura donde lo encerraron solo, pero se le escuchaba reír, cantar y discutir, hasta aquella mañana en la que lo encontraron muerto. 73
  • 82. Magnífico Perdedor Magnífico Perdedor Se encontraba ahí, de pie en aquella iglesia abarrotada, sudado de pies a cabeza, pensando en la mejor forma aprovechar esta oportunidad para avanzar su carrera. Había sido un parásito oportunista toda su vida, quien encontró su verdadera vocación como joven revolucionario, evolucionando a dirigente gremialista, político populista y ahora, en su involución, como oficinista en alguna entidad gubernamental. Era un hombre obeso, flácido, a quién le empezaba a escasear cabello. El poco que le quedaba, estaba mal teñido y desteñido en 74
  • 83. parches creando una mezcla de colores que él creía disimulaban su envejecimiento. Se encontraba ahí, acomodando y peinándose con la mano para ocultar su calvicie, sintiéndose mal desde la noche anterior, pero supuso se trataba, como siempre, del producto de varios días de guaro y comida chatarra. Aquella mañana calurosa decidió vestir su mejor traje, una pieza desteñida a la que le faltaba un botón y empezaba a descoserse hacia la espalda. Se aflojó la corbata cuándo empezó a sentir el cuello apretado. No pensó mucho en ello, creyendo sería un malestar pasajero. A sus cincuenta y tantos años se consideraba a sí mismo aún galán, a pesar que su apariencia dijera lo contrario. Sus estándares eran ya bastante bajos, y por costumbre empezó a pasear su mirada entre los dolientes, buscando alguna mujer joven, de quién aprovecharse luego del entierro. 75
  • 84. Se frotó la mano en el pecho, sintiendo algo apretad en su interior, pero no prestó atención porque encontró un par de ojos en una hermosa y joven mujer que lo miraban coqueta al otro extremo de aquella iglesia. Se escurrió el sudor de la frente con una mano, secándola en su pantalón, intentando acomodarse aquel bizarro peinado, cómo alistándose para caza, mientras aquella mujer se desplazaba entre los dolientes acercándose a él. Su lujuria se relamía en su mente, creyendo éste sería su día de suerte. Ya había olvidado las redundantes palabras y analogías que solía decir cuando invitaban a decir algunas palabras de consuelo para los familiares al final de las ceremonias. Intentaba fingir un rostro de empatía y conflicto, cuando en realidad lo que quería era vomitarlas lo más rápido posible para retornar a su patética existencia que solo él consideraba gloriosa. 76
  • 85. Perdió de vista por un momento a aquella mujer, quien lo sorprendió apareciendo, de pronto, a su lado. Empezó, por primera vez en mucho tiempo, a sentirse nervioso. Verán, muy en lo profundo de si mismo, era un soñador. Algo se corrompió en el camino, dando espacio a este oportunismo decadente que lo personificaba ahora, pero la semilla era buena. Quizás era eso lo que inspiraba a otros a seguirlo. Ahora, junto a esta mujer, empezaba a sentirse optimista. Su corazón palpitaba con fuerza cuando sintió sus dedos rozarse. Normalmente él habría fingido empatía para consolarla, solo como excusa para manosearla un poco y empezar a hacer que los fluidos se movieran. Todo esto duraba más que sus erecciones y eyaculaciones precoces. A lo mejor, si le hubiera dedicado más tiempo y cariño a alguna sola mujer en su vida, no viviría con esta constante ansiedad de desempeño. 77
  • 86. Curiosamente, no había sentido ni la más mínima cosquilla sexual junto a esta mujer, llevándolo a pensar, con ingenuidad, se trataba de amor verdadero. Estuvieron ahí de pie uno junto al otro, hasta el momento de darse la paz, cuando aprovechó para darle un abrazo en lugar de estrechar su mano. Pudo sentir en su cabello el aroma de una flor que su madre plantó junto a su ventana, el Galán de Noche, cuyo perfume lo acompañó durante largas noches de estudio en soledad e iguales largas noches de masturbación compulsiva. Este aroma le trajo muchos recuerdos. Apretó de forma incómoda a aquella mujer, intentando sentir sus pechos con disimulo y se llenó de entusiasmo cuando, al separarse, ella le sonrió. Este sería el día de suerte. Esperó ansioso a que terminara la ceremonia y hasta olvidó dar sus palabras usuales a loa familiares. Pensó que en cuanto empezara a 78
  • 87. socializar con otros aquella mujer se aportaría pero, para su sorpresa, permaneció a su lado. Hicieron un poco de charla, y quedó prendado de aquellos ojos coquetos que definitivamente lo invitaban a algo. Empezó a sentir la opresión en el cuello y el pecho ceder, pero la mano le temblaba un poco y no pudo firmar el libro de registro. Supuso serían nervios. Charlaron un poco más afuera de la iglesia, mientras veía el féretro desplazarse hasta la carroza, quedando libre de hacer lo que deseara sin tener que volver a la oficina. La invitó a comer algo, suponiendo que ese gesto la impresionaría, pero resultó él el impresionado cuando ella le susurró al oído que deseaba la llevara en su carro a algún lugar más privado para hablar. Esto le produjo una erección y una sonrisa al instante, pero hizo su mejor esfuerzo para disimular ambas. Condujo hasta las afueras del pueblo, encontrando un árbol frondoso bajo cual 79
  • 88. estacionar su carro. En todo el camino, no se atrevió a manosearla y, para su sorpresa, en cuanto apagó el motor sintió sus manos sobre sus brazos y rostro. Antes que pudiera hacer algo, la tenía sobre él, besándolo y desabrochando su pantalón. Ella parecía estar en control y se sintió emocionado cuando la penetró, pero entonces la opresión en su cuello y pecho volvieron, y empezó a sentir un dolor punzante que ignoró persiguiendo esta fugaz victoria. Aquel momento parecía extenderse una eternidad y se sorprendió a sí mismo con su desempeño inusualmente vigoroso y duradero. Los vidrios estaban ya empañados cuando sintió eyacular, con agotamiento genuino de todo este evento, con aquel dolor punzante en su pecho, el palpitar intenso pero enlentecido de su corazón y un terrible sofoco que lo ahogaba. Quiso colocar a la mujer de vuelta en su asiento o abrir la ventana, pero ella continuaba presionando sobre su pelvis. 80
  • 89. Sus delgadas manos apretaban sus hombros mientras su largo cabello lacio caía sobre su rostro. Se sentía ahogado, pero emocionado y satisfecho con este giro de eventos. Cuando su corazón empezó a latir errático y su respiración se tornaba débil y superficial, ella lo liberó, retornando a su asiento, acomodando su ropa y saliendo del carro. Él la pudo ver alejarse por el retrovisor. Sus últimos momentos de esta vida, endulzados por este baile con la muerte, habían sido un sueño hecho realidad, partiendo de este mundo con un rostro sereno. Al día siguiente, unos trabajadores reportaron el carro, su ocupante y el terrible olor a las autoridades. Nunca se supo de aquella mujer, la muerte, o de los detalles de aquella calurosa, última mañana, en la vida de este magnífico perdedor. 81
  • 90. Una Vida de Mentira Una Vida de Mentira No lo sospeché, pero mi vecina se parió en su casa aquella tarde, a las tres de la tarde, cuando yo salía del trabajo, de vuelta a mi penosa miseria. Nada me atraía ya. La comida había perdido su sabor, y hasta perdí el gusto por los placeres más mundanos de la vida. Era muy bueno para la bebida y trabajaba solo lo suficiente para llegar al final del día y beber hasta el estupor. Mi vecina, por el contrario, era muy guapa, mucho más joven que yo. Era la única hija de una pareja ya muerta. Siempre fue una buena chica, la codicia de muchos en el barrio pero, desde hace unos meses, tres creo, se había quedado sola 82
  • 91. pues su marido la abandonó por otra más guapa, más joven y menos preñada. Hacíamos pequeña conversación, ahora con mayor frecuencia, cuando la ayudaba con algunas cosas como traer las bolsas de la tienda e incluso guindar algunas macetas pesadas. No sentía lujuria por ella, pero no me podía quejar por las atenciones con las que me correspondía. Aún recuerdo un arroz con ajíes y un pollo que una vez me hizo. Dejé caer todo en cuanto la escuché pedir ayuda. Cuando por fin entré a su pequeña casa, ya todo había terminado. Sangre y líquido por todos lados, la mujer tendida en el piso con su niño en brazos. Salí corriendo buscando ayuda, y resultó que unas hermanas ancianas, al final de la calle, eran parteras. Intenté traer solo a una, pero no se separaban una de las otras dos por más de unos pocos pasos. Cuando finalmente llegamos, la mujer estaba muerta, desangrada, con su niño aún en brazos. Las ancianas lo limpiaron, 83
  • 92. contándole el cordón umbilical luego de atarlo con hiladillo. Una de ellas apareció con una taza de leche tibia y empezó a darle con la punta de su robusto dedo la leche a aquel niño. Me causó gracia ver que se alternaban unas gafas para poder ver lo que sea que fuera. Me las imaginé compartiendo una sola buena chapa para masticar la comida y tuve que apagar una carcajada inapropiada para el momento. De pie, frente a este caos, lo único que supe hacer fue limpiar y acomodar lo mejor que pude. Lavé platos en la cocina y hasta recogí unas ropas del tendedero. Me sentí muy extraño, casi lascivo, cuando empecé a estirar las sábanas de la cama, pasando mis dedos por los surcos que su preñado cuerpo había formado ahí tendido cada noche. Empecé a imaginarla desnuda, cubierta por una delgada capa de sudor por debajo de uno de los camisones que acababa de quitar del tendedero. 84
  • 93. Pasaba mis manos sintiendo el espacio ahora frío, imaginándome enredado entre sus piernas y brazos, intoxicado por aquella fragancia floral y dulce que usaba. Tuve que despertar de aquel sueño lúcido cuando encontré a una de las hermanas ancianas viéndome con una bocacha sonrisa burlona. Salí de la habitación, encontrando a las hermanas con el niño envuelto. Aquel niño era la criatura más extraña que he presenciado en mi vida, porque miraba todo con los ojos bien abiertos, en una calma interrumpida por llantos de hambre. Cuando llegaron a retirar el cuerpo de mi vecina, encontrándome en ese momento con el niño en brazos, no corregí a nadie cuando todos adujeron que la muerta era mi mujer y que este niño era mío, parados todos en mi casa. Sabía que lo que sucedía estaba mal, pero no podía confesar la verdad o, peor aún, regresar a mi solitaria vida de comidas para uno, con tragos para cinco. De repente, ya no era el 85
  • 94. solterón del número cuatro b, sino el dolido viudo con un hermoso niño, el centro de atención de todo el barrio. Pasaron algunas semanas hasta decidir terminar de mudarme del todo a aquella casa y terminar de asumir mi papel. Desde aquel día no probé guaro y honestamente me dediqué de lleno a la crianza de aquel niño, ahora legalmente mi hijo. Enderecé mis pasos e incluso compré un cochecito para pasear en las tardes. Las ancianas me ayudaban a cuidarlo mientras iba al trabajo y no pasó mucho tiempo antes de formar una rutina como si ellas fueran las legítimas abuelas. Pero llegó el día en que una de ellas me ofreciera una predicción que me helaría la sangre, luego de soñar que aquel niño crecería para ser un hombre reconocido en todo el país, progenitor de muchos descendientes, amo de tierras y riquezas. Todo sonaba bien hasta que una de ellas, tejiendo un sombrerito de lana azul, advirtió que todo estaría teñido por mi 86
  • 95. asesinato a mano de este niño, mientras cortaba un largo hilo azul. Sentí un frío recorrerme la espalda, negando esta horrible visión del futuro. Había sido gentil con este niño y suponía que de continuar siendo gentil no debería temer. No obstante, aquella noche me mantuve en desvelo, llegando a la conclusión que no podría nunca confesar que realmente él no era mi hijo, que su madre no había sido mi mujer y que no era más que un impostor en esta casa. Temía que decir la verdad ocasionaría su rencor y mi posible muerte. Debo decir que pasamos años de dicha solo nosotros dos. Estuve ahí para él con cada raspón y gripe, en cada acto escolar y en vacaciones que pasamos en el río o la playa. Las ancianas vivieron muchos años, y cargué cada uno de sus féretros cuando murieron una tras otra. Los años también llovieron sobre mi y llegó la víspera de la muerte de su madre. Era ya una tradición 87
  • 96. preparar una cena y encender esa noche del año una vela en su memoria. Aquella noche tuve un sueño vívido que me hizo despertar empapado en sudor, con mis latidos retumbando mis oídos y las manos temblorosas. Aquella noche vi a su madre, la verdadera dueña de esta casa, de pie a un lado de su cama, ahora mía, reclamando mi intrusión en su vida, agrediendo a puños mientras reclamaba a su hijo. Juro que desperté sintiendo el rostro rojo, adolorido. A la mañana siguiente mi hijo, ahora casi un hombre anunciaba se mudaría fuera de casa, para experimentar, probar suerte, crear su propio camino. Sentí el corazón hundirse en mi pecho, con un nudo en la garganta y una punzada en las tripas. Lo ayudé a empacar algunas cosas, incluyendo un retrato de su madre, y lo despedí resistiendo las lágrimas. Desde aquella noche no pude tener paz, mortificado por sueños vívidos de su madre golpeándome, arañándome el rostro, 88
  • 97. abofeteando mis mejillas, golpeando mi pecho, alternadas con pesadillas en las que mi hijo volvía a casa, armado, asesinándome en mi lecho. Pensé perdería la cordura, pero me resistí a dejarme caer en ese abismo. Me dispuse a arreglar la casa, repararla y retornarla al esplendor que tenía cuando su dueña vivía, pensado dejársela a su verdadero heredero, para poder descansar de este martirio. Una mañana tocó a la puerta un hombre que me pareció familiar, preguntando por la difunta. Le conté lo acontecido, pensando se trataba de algún familiar lejano o una vieja amistad. El hombre no dijo más y se retiró sin oponer mucha resistencia. Sabía que me parecía conocido y no lograba identificarlo, pero algo en mí sabía que representaba peligro. Pasaron las semanas y finalmente tuve la casa en su mejor estado en años, lista para la visita de mi hijo. Aquel día comimos y le presenté la propuesta de mudarse a 89
  • 98. esta casa, como herencia de su madre, para yo mudarme a una casa que requiriera menos trabajo, en secreto ansiando escapar de esta celda de tortura. Para mi sorpresa, aceptó, confesando que estaba juntado con una chica y deseaban pronto empezar una familia. Ya tenía un trabajo y le estaba yendo bien, quizás considerado para una promoción. ...pero aquella tarde volvió aquel hombre, esta vez con aliento alcohólico, tocando a la puerta y explicando que buscaba al hijo de la mujer dueña de la casa. El muchacho quedó muy confundido cuando tuve que confesar que él no era mi hijo, y que este extraño probablemente lo era. Me atoré con las palabras cuando salieron de mis labios sin poder controlarme, pero finalmente me sentí tranquilo, dispuesto a aceptar mi suerte, bautizándome con lágrimas, suponiendo la profecía de las ancianas se haría realidad. Aquel hombre traía una bolsa llena de dinero, 90
  • 99. prometiendo más si tan solo su hijo lo acompañaba luego de tantos años de ausencia. Habló de su madre y lo arrepentido que estaba de haberla abandonado. Me miró fijamente y me acusó de usurpar su lugar... El muchacho explotó en ira, tomando una navaja que traía en el cinturón, apuñalando a aquel hombre sin que yo pudiera hacer algo para remediarlo. Por segunda vez, el piso de esta casa quedó teñido en sangre, mientras el hombre se desangraba ante nuestros pies. El muchacho rompió en llanto, temiendo tendría que huir o pagar por su crimen. Con más calma, le dije que cavaríamos un hueco en el patio y enterraríamos al hombre en la noche para que nadie nos pudiera vez. Yo limpiaría todo, él se asearía y volvería con su mujer como si nada hubiera pasado. Hicimos cuanto dispuse y le pedí estuviera calmado, que confiara en mí. 91
  • 100. Me tomó varios días limpiar todo, quemando las ropas del hombre y la bolsa, pero no el dinero. Permanecí tranquilo, aliviado pensando que la anciana se había equivocado en su sueño y que el muchacho asesinaría a su verdadero padre, no a mi. Dispuse lo mejor como padre y enterré aquel dinero en jarrones de arcilla sellados, bajo unos papos cerca de la casa. Con todo el ajetreo, olvidé por completo mi tortura y creo que el muchacho perdió la noción de las cosas, porque no pidió explicaciones de nada, al menos por un tiempo. Hizo como le indiqué y a las semanas volvió a casa con su mujer, y yo me mudé a un rancho que construí en la parte más lejana del patio. Con el tiempo pensé en el dinero y un día decidí sacar una pequeña parte para comprar unos animales de cría. Los atendía y sembraba en el patio, y todo cuando producía lo llevaba a casa de mi hijo y su mujer. En otra ocasión, tuvieron problemas y saqué otra parte del botín 92
  • 101. enterrado. Pronto la mujer empezó a pedirme dinero para otras cosas, como cuando nació su primer hijo, luego cuando añadieron un cuarto a la casa y cuando decidieron comprar un carro pero no les alcanzaban los ahorros. Nunca tomé una parte para mí, y me esforcé por darles todo cuando aquel dinero podía comprarles, pero enfermé y llegó el día en que no pude trabajar más. Pensando sucedería lo peor, le confesé a mi hijo dónde estaba aquel dinero enterrado, pidiéndole lo usara con mesura, solo para emergencias. Aquella noche charlamos sobre el hombre y su madre, y confesé todo, pidiendo perdón por mis omisiones y mentiras. El muchacho ahora era un hombre importante, con dos hijos y otro más en camino. Me preocupó la calma en su mirada cuando sentí la punzada en mi espalda, tosiendo sangre sobre él. Verán, mi hermoso hijo ajeno quedó con un gusto por la sangre que decidió compartir con su mujer quien, 93
  • 102. a la espera de mi confesión me atravesó con un cuchillo por la espalda, mientras él me hacía confesar. No estaba del todo muerto, pero si frío, cuando me pusieron en aquel hoyo. Los escuché hablar sobre sus planes y qué dirían sobre mí a los del barrio mientras empezaban a taparme con tierra mientras agonizaba en silencio. Sabía la muerte llegaría pronto cuando pude ver claramente a sus padres orgullosos, en la gloria de sus mejores tiempos, de pie junto a su hijo. Muy tarde entendí mi faltas y cómo este sería un fin apropiado para quien quiso con una mentira iniciar una nueva vida. 94
  • 103. Mala Leche Mala Leche Dicen que era un hombre de extraordinarias virtudes e innumerables talentos. Sin embargo, en todos los años que lo conocieron en aquella ciudad, nadie logró comprobarlo. Para todos, era un hombre sin gracia, sin nobleza y sin cariño, que parecía tener un único don: el de engendrar hijos a diestra y siniestra. Muchas mujeres cayeron víctimas en sus momentos más vulnerables, creyendo sería una noche que pronto olvidarían, solo para descubrir que tendrían que llevar el recuerdo el resto de sus vidas. 95
  • 104. Para colmo de males, cada cría que engendraba heredaba sus dos peores defectos: un muy mal genio y una miopía que los acompañaba desde la juventud. Al igual que su padre, no eran malos o malintencionados. Sencillamente nacieron cabreados con la vida, como si existir los hubiera alejado de algún otro, mejor compromiso. Otro curioso dato de esta historia es que, a pesar de ser un hombre en apariencia despreciable, ocasionaba suficiente impresión en las madres de sus hijos como para nombrarlos a todos con alguna variante de su nombre. Él se llama José María, de modo que casi todos sus hijos se llamaron con alguna variante de "Jóse": "Juan José", "Josecito", "Josefo", "María José", "Josefina"... Y la lista pudiera seguir, excepto por una singular excepción. Una de sus tantas hijas, Linda, quien, curiosamente, no estaba afligida por mal carácter o miopía. Habría podido ser descartada como un pie de página en esta cruel 96
  • 105. historia, pero su papel sería muchísimo más importante de lo que todos pudimos anticipar. Quizás debamos volver más tarde a este tópico. Algunos de sus otros hijos se convirtieron accidentalmente en criminales, al meterse en situaciones hostiles, rozando a las personas de mala manera. Este es el caso de Josefo Del Carmen, quien entró a una cantina un día particularmente caluroso, luego de largas horas de tráfico, tras haber sido despedido de una forma cruel e inusual, el mismo día que su esposa le confesó le era infiel. Cansado, solo quería una cerveza. Se acercó a la barra en el momento preciso en que bullía una pelea en la que quedó involucrado sin ningún deseo de hacerlo. Tal vez todo habría resultado distinto, de no haber intercambiado miradas y palabras hostiles con el cantinero, retrasando el despacho de tan deseada y merecida cerveza fría. En cuánto percibió el primer codazo, sus frustraciones afloraron en ese 97
  • 106. preciso instante, enviando a varios comensales al hospital, a unos cuantos a la tumba y al resto de los espectadores ese día a terapia por estrés postraumático. Otros pocos se convirtieron en personas ejemplares que, sencillamente, vivían malhumorados. El caso más prominente es el de María José quien, desde niña se forjó una imagen de recta y estricta, cuando en realidad no era más que una malcriada insufrible que tenía por meta joder a todo quien pudiera a su alrededor. Se esforzaba por estudiar duro, solo para encontrar algún detalle que se le hubiera pasado por alto a la maestra. Planchaba hasta su ropa interior para atormentar a las demás chicas con su perfección extrema. Entonaba los más hermosos himnos en el coro de la Iglesia una clave más alta, solo para opacar al resto del coro. A nadie le sorprendió cuando sr hizo millonaria antes de cumplir treinta, billonaria antes de los treinta y cinco, y donarlo 98
  • 107. todo para vivir en voto de silencio y pobreza en un cerro, lejos de toda comodidad. La inmensa mayoría de su vasta descendencia resultaron ser personas promedio, que solo vivían más cabreados que el setenta por ciento de la población y fastidiaban más que el ochenta y cinco por ciento que el ciudadano promedio. Vivían sus vidas, encontraron el amor y pagaban sus cuentas. No obstante, debo aclarar, que todos, absolutamente todos, estaban resentidos. El padre porque ninguno de sus tantos hijos lo buscaba, las madres porque el padre nunca más apareció, los hijos porque su padre nunca los visitó o llamó, y el resto de los ciudadanos porque gozaban de la mala leche de tolerar esta retorcida dinámica familiar. Todo cambió el día que Linda conoció a su padre. Era una mañana húmeda, de esas en las que uno se siente pegajoso y sudado justo después de bañarse, sin importar lo que se haga. Aquella 99
  • 108. mañana, Linda llegaba tarde a la escuela. Se detuvo a ayudar a un viejecillo a encontrar sus anteojos. Este evento plantó la semilla de lo que habría de acontecer luego. Apurada, se tropezó con un hombre al que reconoció de inmediato por una foto que su madre escondía y que encontró buscando una muñeca. El miope no la reconoció, pero ese día se encontraba de menos mal humor que otros días, por lo que no vociferó un insulto o hizo un mal gesto. Linda, quien era probablemente su opuesto, pensó que quizás él no la reconocería, primero por miope y segundo porque nunca se conocieron antes. Pidió perdón y permiso, como su madre y maestras le enseñaron, empleando su mejor tono de voz, muy segura de si misma, reconociendo la importancia de este momento. El hombre la miró directo a los ojos, sin una pizca de emoción, mientras ella extendía su mano, presentándose como su hija. Algo lo invadió en ese preciso momento, una 100
  • 109. emoción que nunca antes experimentó. Le estrechó la mano por un instante y antes que ella pudiera reaccionar, él se arrodilló, abrazándola con su otro brazo, aún estrechando su mano. Esto era aquello que siempre hubo deseado, ser reconocido por algunos de sus numerosos hijos. Curiosamente esta no era la primera ocasión en la que se topaba con algunos, pero la mutua extrema miopía les impedía reconocerse o siquiera reaccionar de la forma apropiada creando, incluso, más resentimientos mutuos. En justicia a la verdad, todas estas situaciones se originaban con el progenitor, quien bien pudo remediarlas, pero cabe mencionar que su miopía lo hacía propenso a malinterpretar las reacciones de las futuras madres de sus numerosos hijos, obligándose a huir sin mirar atrás. Las madres, a su vez, experimentaban un profundo sentimiento de abandono, que inculcaban a sus hijos, participando en este aparente interminable ciclo 101
  • 110. de recriminaciones. ...pero en este momento, en esta pausa, paréntesis en la vida del miserable José nada de eso importaba. Encontró el reconocimiento que tanto hubo esperado, de la mano de esta niña tan bien balanceada. Charlaron poco y la acompañó a la escuela, sintiendo que el corazón se saltaba uno que otro latido, como quien camina dando pequeños saltos de alegría. Una vez que ella entró, no supo qué hacer, ahora que sabía no estaba solo en este mundo, tan solo por un instante, pero volviéndose a sentir vacío. Aquel día, José, sintiéndose algo vulnerable, miedoso de perder algo preciado que acababa de encontrar, permaneció afuera de la escuela, caminando de un extremo a otro, inquieto, esperando la hora de salida. Tenían mucho de qué hablar. Años de conversaciones pospuestas con aquella persona a quien ahora ansiaba conocer. Se preguntaba si le agradaría él a ella, y 102
  • 111. empezó a sentirse nervioso. Pero por primera vez en toda su vida, su subconsciente le rogaba se quedara. Se preguntó si esto era lo que llamaban instinto paternal y supuso que esta clase de cosas que sentía eran naturales. Durante su espera la cabreación crónica que sentía empezó a disiparse, y lo haría en el futuro siempre que pensara en su hija Linda. Al sonar el timbre de salida, las calles se inundaron con niños que salían como bólidos en todas las direcciones, como frenéticos, hablando, un mar de cabezas, cada una un mundo de sueños. Se sintió invadido, contagiado por este entusiasmo, olvidando por un instante el rostro de su hija, en este nuevo borroso mundo de emociones nuevas, pero eso no importó porque sin percatarse, ella estaba a su lado. Ella tomó su mano, y eso fue una sorpresa interesante para ambos. Se saludaron y caminaron de regreso a casa, charlando como viejos amigos que se 103
  • 112. distanciaron por circunstancias ajenas a sus voluntades. Al llegar a casa de Linda, su madre y abuela no se veían del todo complacidas. Verán, Linda tenía la tendencia de traer a casa animales extraviados o heridos, y José, para ellas, era como haber traído a casa un talingo con serios problemas emocionales. No obstante, ambas pusieron su mejor rostro cuando Linda y José intercambiaron números de teléfono y acordaron, sin consentimiento de ninguna de ellas dos, volver a encontrarse la semana siguiente. Este fue un nuevo capítulo en la vida de aquel insípido-amargo hombre, ingrato en apariencia, hostil ante un mundo que consideraba igualmente hostil. Durante las semanas siguientes hablaron por teléfono casi todos los días como dos adolescentes enamorados, excepto por los fines de semana, y se reunían para comer un helado de chocolate Belga los viernes. Pasaron los años y ambos se hicieron más viejos, pero conservaron 104
  • 113. su preciada relación hasta el día en que Linda sugirió ir al optometrista. Según José eso de los anteojos era cosa de ancianos, y tenía una profunda convicción en que ¡JAMÁS! los usaría. Todo sucedió cuando, años tras año, Linda notaba le costaba a su padre ver las cosas, malinterpretando las situaciones y reaccionando de forma adversa, exagerada, a vivencias ordinarias. Ahorró lo suficiente, y le entregó un viernes antes del día del padre, una tarjeta en un sobre con humildes ahorros. Aquel hombre se sintió ofendido y ambos partieron por caminos separados aquella tarde. Linda ya no era una niña, pero José ya acariciaba la vejez. Pasaron unas semanas sin hablarse, pero el tiempo lo hizo doblegar. Una mañana, carcomido por la culpa y la soledad, José decidió hacer caso a su hija y se dirigió al optometrista, un hombre paciente y amable, que se sorprendió verlo entrar por la puerta, al sonar 105
  • 114. de unas campanas colocadas para saber cuándo entraban o salían clientes. El tiempo parecía conspirar con nuestra historia, porque llovía, no furiosa, a cántaros, sino suave, sin pausa, como un llanto. Se sentó regañadiente, tolerando todas las estúpidas pruebas con letras y símbolos, colores y puntos, leyendo cosas sin mucho sentido, sin alegrarse mucho por poder leer sin problemas o percatarse de todos los detalles que usualmente pasaba por alto, como las manchas hepáticas en la frente del optometrista, o unos dedos sucios, dejados por algún niño, impresos en la pared. Salió de aquella clínica y se pasó la mano por la quijada, sintiendo una barba crecida durante estas semanas distanciado de Linda. Decidió ir por un corte de pelo pero no una afeitada. Algo estaba cambiando en él y esta era una señal que deseaba conservar. Aquel día continuó lloviendo, y en la noche se dispuso a enmendar su distanciamiento. Buscó entre todas 106
  • 115. sus pertenencias, desechando la basura y rescatando aquellas reliquias familiares que nunca le importaron mucho. Su intención era empeñarlas para comprar un enorme regalo para Linda, pero algo lo detuvo. Encontró una caja de madera, enchapada en bronce, con el barniz aún bueno, tapizada en el interior con terciopelo rojo. Era la caja donde su propia abuela guardaba sus pocas joyas. En el interior permanecía un collar de perlas que recordaba haber visto alrededor del cuello de su abuela y de su madre, ambas ya fallecidas. Limpió ambas cosas lo mejor que pudo, y las envolvió con un lazo rojo de seda. Decidió conservarlo para el día en que retiraría sus nuevos anteojos. Llegó el día y salió con su pelo sal y pimienta peinado a un lado, en lugar del desorden usual, una nueva barba algo larga, más sal que pimienta, y asustó a todos en la clínica cuando saludó al entrar y, peor aún, dar las gracias con 107
  • 116. una sonrisa luego de probarse sus nuevos anteojos. La asistente del optometrista pensó que preparaba algún comentario abrasivo, disparado en el momento más inesperado, pero se equivocó. Todos en la ciudad pensaban se trataba de un estado de locura extrema, mientras lo veían rumbo a casa de Linda, con su nuevo peinado, nueva barba, nuevos anteojos y aquella caja envuelta en seda roja bajo el brazo. A la pobre abuela de Linda casi le da un infarto cuando abrió la puerta aquel día, teniendo al temido villano sonreído ante ella. Lo dejó pasar, pero se persignó a sus espaldas en cuanto pudo. Linda se encontraba en el patio atendiendo un gato sucio con una pata herida y un ojo lechoso, probablemente de alguna pelea de callejón. Entró a casa e hizo una pausa al ver a su padre de pie en la sala. No dijo nada. Su padre cancaneó y carraspeó al entonar una sincera disculpa, asombrado por ver claramente el rostro de su hija 108