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Soñar para vivir
Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez
Depósito Legal: 8-4-1091-15
ISBN: 978-99974-46-98-5
Portada: Clara Moreno López
Fotografía de portada: Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez
Primera Edición, abril 2015
Segunda Edición, febrero 2016 – Libro digital
© 2015 Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez
Todos los derechos reservados/All rights reserved
Parador Santa Ana Chiquitos
Calle Libertad entre Sucre y Cochabamba s/n
Teléfono: (591-3) 9622075
e-mail: parador.santaana@gmail.com
www.paradorsantaana.blogspot.com
www.facebook.com/ParadorSantaAna
San Ignacio de Velasco, Santa Cruz-Bolivia
©Imprenta Imago Mundi Srl
Editorial El País es una Marca Registrada de Imago Mundi Srl.
Diseño y diagramación: Preprensa-Imprenta Imago Mundi Srl
Impreso: Imprenta Imago Mundo Srl.
Calle Cronenbold No. 9
imprentaimagomundi@cotas.com.bo
Santa Cruz de la Sierra
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Soñar para vivir
Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez
San Ignacio de Velasco
Santa Cruz-Bolivia
Febrero 2016
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Dedicado a mi hija Laura,
y a mi amigo Jorge Prestel (Puly).
Gracias, estimado Ricardo, por esta obra en la que resaltas el
trabajo fructífero de nuestro querido Puly. Nos honra
representar como familia al reconocerte el mérito de haber
sido junto con él artífice de logros importantes para nuestra
tierra velasquina. Sabemos que Puly como gran amigo tuyo te
agradece desde el sitio que Dios le haya dado al otro lado del
camino… y que su legado nos guíe e inspire para seguir
avanzando, tal como vos lo escuchabas decir: “siempre
tenemos que buscar un equilibrio”
Familia Prestel
“Sueños, coincidencias y realidad. Un libro escrito con la
generosidad de quien expone sus más íntimos sentimientos y
que vive cada historia con amor. Al fin, la serena certeza de
que los sueños son los motores de la vida y las coincidencias
las señales de su realización. Un regalo compartido para
muchos, que aún sueñan y tienen mucho por hacer”
Natasha T. Gil Nunes
“No tengo palabras, ya las encontraré… sólo pido a Dios que
le siga dando más sueños”
Betzi Jaldín Revollo
“Es un honor contar en mi vida con personas tan especiales
como usted”
Carmen Elisa Giraldo
“Profundo, reflexivo y emotivo”
Cecilia Kenning Moreno
“Realmente me emocionó y sorprendió”
Ernst Schlieder
“Gracias por demostrarme siempre que los sueños pueden
hacerse realidad”
Jael Pozo
“Me conmovió muchísimo”
Karen Orellana Ribera
“Lo felicito, de sobremanera”
Lorenzo Ariel Muñoz
“Hermoso libro, llega al alma”
Luis Saavedra Bruno
“Gracias por enseñarnos a soñar y hacer realidad los mismos”
Milena Fernández Roca
“Nossa! Eu nem tenho palabras pra agradecer”
Sueli Nery
"Cuando sueñas solo, sólo es un sueño;
cuando sueñas con otros, es el comienzo de la realidad".
Obispo Hélder Pessoa Câmara
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Contenido
La laguna........................................................................................................................... 7
Mis compañeros................................................................................................................. 10
La Mesita ........................................................................................................................ 12
El reloj............................................................................................................................ 14
La Universidad................................................................................................................... 18
El primer trabajo ................................................................................................................ 24
El Muro de Berlín................................................................................................................ 27
Buena Vista ...................................................................................................................... 31
Registro de Comercio ........................................................................................................... 35
¿Y mi cuento? ................................................................................................................... 38
Chiquitos… otro mundo......................................................................................................... 39
Los sueños en la Chiquitania ................................................................................................... 47
La Camisa Chiquitana ........................................................................................................... 48
Santa Ana de Velasco ........................................................................................................... 50
El Viborón........................................................................................................................ 53
San Antonio de Lomerío ........................................................................................................ 55
La Batalla de Santa Bárbara .................................................................................................... 57
El Parador Santa Ana Chiquitos ................................................................................................ 60
II Encuentro de Municipios de Frontera (Santa Cruz—Mato Grosso)........................................................ 63
Ojos de cocodrilo................................................................................................................ 66
Reencuentro con Dios .......................................................................................................... 68
El Cielo en la Tierra.............................................................................................................. 72
Las XIV Jornadas Internacionales de Misiones Jesuíticas ..................................................................... 75
El violín........................................................................................................................... 81
Los quince años ................................................................................................................. 83
MIT Volunteers.................................................................................................................. 85
Don Jorge Prestel (Puly) ........................................................................................................ 87
Las Brigadas Odontológicas Solidarias ......................................................................................... 89
El Premio Nobel de Literatura .................................................................................................. 90
Brinquito......................................................................................................................... 92
La razón de la felicidad.......................................................................................................... 93
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Prólogo
Este libro está dedicado a mi hija Laura, en ocasión de concluir sus estudios de Bachillerato de Colegio y
comenzar a levantar alas para emprender el vuelo de la vida. Ella ha sido fiel testigo de muchas de las
aventuras relatadas en éste libro, que pretende dejarle un mensaje: “El camino hacia la felicidad pasa por
encontrar nuestra misión de vida y concretar los sueños que resulten de ella”. También está dedicado a mi
amigo Jorge Prestel (Puly), cuyo ejemplo, aún en la peor de las adversidades, es una muestra de cuán lejos
puede llegar el ser humano en lograr hasta lo imposible. De hecho había comenzado a vencer su batalla
contra el cáncer cerebral que lo agobiaba. Había vuelto a caminar. ¡Nunca se rindió!. Unos días antes de
fallecer, decidió no viajar a Santa Cruz de la Sierra a realizar sus controles, porque quería estar en un
Concierto, que era un sueño conjunto: el Ensamble de las tres Orquestas de San Ignacio de Velasco. El
Concierto fue realizado en su honor. Esa noche la música de los violines llegó hasta el cielo, donde él la
escuchó con oídos celestiales.
El lector podrá a lo mejor llegar a la conclusión de que las aventuras de éste libro son meras coincidencia.
¡De hecho, de eso se trata!. En creer tan firmemente, en que paso a paso, lento pero seguro, sin prisa, sin
pausas, visionando siempre el sueño a ser alcanzado, se avanza... y de repente la coincidencia se habrá
dado, en otras palabras el sueño se habrá hecho realidad. Y será entonces sólo visualizando el camino
recorrido, que podremos darnos cuenta de que “esa coincidencia” es nada más ni nada menos que el
resultado final de todas las pequeñas y muchas acciones conscientes o inconscientes que hayamos
emprendido en pro de hacer realidad nuestros sueños. Mi propia vida me ha demostrado que: “el tiempo no
solamente puede ser recordado en relación al pasado sino también en relación al futuro” y para ello no se
necesita ser mago, vidente, ni ilusionista; se necesita creer en nuestros sueños, aspiraciones y en Dios. Por
ello es que discrepo con la teoría de Stephen W. Hawking sobre la Flecha del Tiempo, él propuso que: “la
flecha psicológica está determinada por la flecha termodinámica y que ambas apuntan necesariamente en la
misma dirección, razón por la cual sólo se recuerda el pasado”. Yo contrariamente creo que existe una
relación causa-efecto, una lógica determinística, en cada acción que emprendemos diariamente y su
consecuente efecto en el futuro, y por lo tanto no sólo en nuestras vidas, sino también en todo lo que nos
rodea, el mundo y el universo. Tal como Albert Einstein lo mencionara: ¡Dios no juega a los dados!, de igual
manera nuestra existencia no está lanzada al azar. Existe una razón por la cual cada uno de nosotros
estamos aquí. ¡La aventura de la vida consiste justamente en descubrir esa razón!. Quien la encuentra, y
descubre que en esa misión de vida hay más enterezas que imprudencias, entonces ha encontrado el
camino hacia la felicidad. Por ello, estoy convencido de la importancia del “soñar para vivir”.
Deseo que éste libro impulse a los maestros de las escuelas, a los padres y a los gobiernos a preguntar a los
niños(as) y jóvenes estudiantes: ¿Cuál es tu sueño?. Y que juntos: padres, maestros y gobiernos aúnen
esfuerzos para que ellos, que siempre serán el futuro, aprendan desde temprana edad a convertir esos
sueños buenos en realidad. Si logramos esto, no solamente generaremos una revolución en la educación,
sino que la pobreza comenzará a desaparecer. Los niños(as) y jóvenes al descubrir que pueden ser capaces
de transformar cualquier sueño en realidad, entonces podrán ser también capaces, cuando les toque su
turno, de hacer de éste mundo algo tan digno del cual todos nos sintamos orgullosos. No hay duda que
pasarían a ser la “generación del ensueño”, aquella que cambió la historia. ¡Un mundo mejor es posible sin
duda alguna, ya que para que un sueño se haga realidad, sólo se necesita: voluntad, empeño y pasión. ¡El
cielo es el único límite!. La Responsabilidad Personal Social (RPS), cultural (RPC), educativa (RPE), etc. que
cada uno de nosotros decida llevar adelante por propia iniciativa es el impulso que necesitamos para
erradicar la pobreza. Y éste sueño que aparenta ser eterno e imposible puede llegar a ser el sueño de
millones de personas y transformarse en realidad en pocos años. Es sólo ponerle voluntad, empeño y
pasión.
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La laguna
El pequeño pueblo de La Bélgica tenía en ese entonces unos mil quinientos habitantes. Al llegar
por el camino desde Santa Cruz de la Sierra poco a poco se veía a lo lejos la Fábrica de Azúcar,
base única de la economía del pueblo. Las dos edificaciones que hacían de frontis de bienvenida a
la caravana de camiones cargados de caña que llegaban diariamente en la época de la zafra
azucarera, junto a un frondoso árbol de Ochoó, eran la Asociación y la Cooperativa de Cañeros,
que quedaban una al frente de la otra. Fungían también como restaurantes. La Asociación era la
más concurrida, funcionaba también de noche con el servicio de cena y el juego de cacho. La luz se
apagaba a las diez de la noche. No existía aún la televisión.
La Bélgica era un pequeño paraíso, muy bien organizado por los dueños de la fábrica, unos
alemanes que habían apostado por la industria azucarera de Santa Cruz. En medio del pueblo, una
laguna le daba al lugar un encanto especial. A su alrededor seguían en orden las casas. La primera
de ellas, la de los propietarios de la fábrica, con una cancha privada de tenis. Luego venía el
Templo, la vivienda de los jugadores del Equipo de Fútbol “La Bélgica” que militaba en la Primera A
del fútbol boliviano; y luego la casa asignada a mis padres, que constaba de una sala grande, dos
cuartos, al final la cocina con un pequeño depósito y separado de la casa al frente el baño. Un
pequeño bosque con árboles de pomelo cubría toda el área de la casa. Era una sombra eterna y
agradable. Uno de esos pomelos le servía a mi padre como garaje para su vagoneta Ford color
verde oscuro. Un día de esos, creyendo yo ser un tremendo piloto de autos de carrera, la
desenganché de su primera marcha y la vagoneta fue a dar cuesta abajo conmigo adentro, ante el
grito desesperado de mi madre. Bordeando siempre la laguna seguían las otras casas. Al final se
encontraba el Cine, el Almacén y la Escuela. En la parte alta del pueblo, al lado izquierdo el resto
de las viviendas, y al lado derecho una tremenda bajada imposible de ser franqueada por cualquier
vehículo que daba directo al Mercado. Esa bajada, en la época de lluvias la utilizábamos como
resbalín. Nos resbalábamos hasta quedar totalmente llenos de barro, irreconocibles. De
madrugada, cuando a veces tenía ganas de ir al baño le pedía a mi padre que me acompañara, sin
embargo nunca me llevaba hasta el baño, abría la puerta del fondo de la casa y desde allí me
miraba y esperaba pacientemente.
Mis primeros recuerdos datan desde cuando comencé a ir a la Escuela. Me decían: ¡el mono!. Y no
era para menos ya que tenía una habilidad tremenda en subir los árboles de pomelo, guayabos,
papayos, el árbol que fuera. De hecho un día me encontraba subido en un papayo y de repente
uno de los gajos no aguantó mi peso y de un sopetón me vine abajo. La papaya quedó allá arriba
como diciéndome: "quien quiera celeste que le cueste". El golpe que me di no me dolió tanto
como la sonora risotada que mi vecino junto con sus hijas lanzó al verme tirado en el suelo. Me dio
la impresión de que mi caída era la propaganda graciosa que ellos necesitaban oír, pues al parecer
el partido de futbol que escuchaban en la radio era muy aburrido. Me levanté, esperando todavía
algún comentario gracioso, pero de repente el hombre gritó, ante la interrupción del partido: "El
Presidente Barrientos acaba de morir en un helicóptero". En los días que siguieron a dicha
tragedia me pregunté una y otra vez ¿por qué en el mismo instante en que yo caía de ese árbol, el
helicóptero del Presidente también lo hacía, luego de enredarse en unas líneas eléctricas?. ¡Creía
que alguna razón tenía que existir!. El Presidente Barrientos tenía algo que lo hacía diferente: era
carismático. El carisma es un don que Dios lo da para servir a los demás, aunque muchos lo utilizan
para servirse a sí mismos. Treinta y ocho años después, entendería el verdadero significado del
carisma: “si no vives para servir, entonces no sirves para vivir”.
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Tenía varios amigos de infancia, uno de ellos el hijo de uno de los alemanes, los vecinos que vivían
en la parte de atrás de mi casa. Un gordito muy simpático. Muchas tardes, después de regresar de
la escuela, la pasábamos jugando juntos. A veces sin embargo él era un poco rudo. De hecho un
día de esos mientras jugábamos y yo trataba de empujar su pequeño carrito azul, con él al volante;
el carro se desequilibró y se vino con todo su peso para atrás. Me deshizo una uña. Grité hecho un
loco al ver mi uña deshecha y mi mano ensangrentada. En menos de un minuto mi madre estuvo
allí para llevarme al Hospital. Ese Hospital me traía el recuerdo de lo que me habían contado: que
al yo nacer en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra había estado veintiún días en una incubadora,
dado que nací a los siete meses, pesando mil setecientos gramos, y después de un mes cuando mi
madre luego de ponerme bolsas de agua caliente alrededor del cuerpo logró que mi temperatura
corporal llegue a los 36 grados, entonces nos fuimos a vivir a La Bélgica. El médico del Hospital de
La Bélgica acabó siendo mi médico de cabecera permanente hasta que pude lograr chupar leche,
dado que mi madre se sacaba la leche y me alimentaba con un gotero. Otro de mis amigos, era mi
vecino de al lado. Un día fui a visitarlo después de almorzar y me pidió algo que me acabaría
dejando una lección para el resto de mi vida. Me pidió que le saque algunos cigarros a mi padre.
Entonces mientras mis padres dormían la siesta. Me acerqué de puntillas, temblando de miedo, y
delante de las narices de mi padre que plácidamente dormía, saqué dos cigarros de la cajetilla que
había dejado en el velador de su cama. "Aquí están" -le dije a mi amigo-. "Ven me dijo" y me
arrastró a una pequeña cueva que él y sus hermanos habían hecho en una de la laderas de su casa.
Allí pasamos un buen rato intentando encender los cigarrillos con un encendedor, que imagino
que él, al igual que yo, se lo había sacado a su padre. Nunca pude encender ese cigarrillo. Al final,
me cansé y lo boté. "Me vuelvo a casa" -le dije -. Al regresar a casa mi madre me esperaba en la
puerta y me dijo: "¿Has estado fumando. Verdad?. Ven acá que te voy a oler la boca". Yo negué el
hecho de que haya estado fumando dado que en la realidad no lo había hecho. Fue la primera y
única vez en mi vida que hice el intento de fumar y el intento de hacerme de algo que no me
perteneciera. Las virtudes a ser tomadas en cuenta, comenzaban a sumarse. Este mi amigo de al
lado, era sin embargo algo raro, a los pocos días de la historia de los cigarros, mientras jugábamos,
vimos a su hermana mayor pasar y entrar al baño para bañarse, entonces me pidió que lo siguiera.
Yo sin pensar dos veces en lo que me pedía, lo seguí y subimos por un árbol directo al techo del
baño, allí muy sigilosamente sacamos una teja y pudimos ver a su hermana tomar baño. Fue la
primera vez en mi vida que vi desnuda a una joven mujer. Obviamente, pronto no tardó ella en
darse cuenta de nuestra presencia y ante su grito, en lo menos que canta un gallo yo ya estaba en
el suelo y al otro lado en mi casa.
Habían comenzado nuevamente las clases en la Escuela, y el primer día al salir de ellas, al medio
día, justo en el horario que coincidía con la salida de los trabajadores de la fábrica, se me ocurrió
decirle a otro de mis compañeros: ¿viste el lagarto que se movió allí en la laguna?. Quien creyera
que ésta simple broma, acabaría juntando no sólo a toda la Escuela sino también a la gran mayoría
de los trabajadores, que afanosamente buscaban el lagarto que sólo había existido en mi
imaginación. Esa noche me dije a mi mismo: “si tienes la habilidad para con la mentira hacer creer
a todo un pueblo de que en esa laguna había algo que no existía, entonces cuando seas grande
tienes también que tener la habilidad para con la verdad hacer creer que la fantasía puede ser
convertida en realidad”. No sabía que eso significaría para mi futuro. Estas experiencias me
marcarían el rumbo para siempre. Acabaría dedicando mi vida a ser un “constructor de sueños”,
auto convencido de que: “no hay sueño en el mundo, por más imposible que éste sea que no pueda
llegar a ser trasformado en realidad; si es que le dedicamos voluntad, empeño y mucha pasión, en
su realización”.
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Un fin de semana nos embarcamos en la vagoneta Volkswagen de un tío de mi madre, con la
intención de ir a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra para visitar a nuestros otros familiares. Sin
embargo algo pasó en la mitad del camino. Según mi tío, la arena le quitó la dirección. Lo cierto es,
que de repente todo se puso “pies para arriba” y cuando salí del vehículo lo vi con las llantas
mirando al cielo; mientras mi madre, hermanos y parientes salían como podían de adentro de la
vagoneta. Al caer la tarde de ese día vino el médico a nuestra casa, para ver a mi madre, que tenía
un corte en uno de los brazos, producto del accidente. El médico me agarró la cabeza, según lo
entendí, para ver si es que yo no tenía incrustados algunos pedazos de vidrio. ¡Ese accidente sería
una premonición!. A las semanas siguientes nos tocó viajar nuevamente a Santa Cruz de la Sierra
para el matrimonio de la hermana de mi madre. Mi padre murió justamente en la fiesta del
matrimonio, de la cual él era el padrino. El derramé cerebral que le dio mientras se encontraba en
el baño acabó con su vida y la celebración del matrimonio. Yo era el alzador del velo de la novia, y
de repente en un determinado momento de la fiesta me sacaron a la fuerza y me obligaron a
correr sin rumbo fijo por las calles desiertas de la ciudad. Al día siguiente me despertaron
temprano y me vistieron la misma ropa con la cual me habían trajeado para el matrimonio y me
llevaron al velorio. Al verlo allí a mi padre no sentí nada, pues no entendía lo que pasaba. Entonces
una señora al verme sentado me dijo: "¿Cómo estás hijo? ¿Cómo andan tus padres?. A lo cual sólo
atiné a indicar con el dedo, dejando claro que mi padre estaba allí tendido. La mujer no pudo
aguantar la situación y lloró como si fuera una niña y entonces yo también comencé a llorar, y no
he dejado de hacerlo hasta mis días actuales cada vez que alguna situación de agonía me agobia o
cuando la extrema alegría me invade. Al caer la tarde de ese día volví a llorar nuevamente,
después de regresar del cementerio a la casa de mis abuelos, cuando mi hermano menor
preguntó: ¿Dónde está mi papá?.
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Mis compañeros
Nos trasladamos a vivir con mi madre y mis dos hermanos a la casa de mis abuelos en Santa Cruz
de la Sierra. Para mí era una experiencia nueva. Una ciudad nueva. Una nueva escuela. Nuevos
compañeros y compañeras, tantas caras diferentes. Mis abuelos nos trataban muy bien, aunque
yo sabía que habíamos pasado a ser sin querer una carga para ellos, principalmente por nuestras
travesuras. Una tarde le tumbé un diente a mi hermana. Nos pusimos a pelear y de repente le di
un buen puñete en la boca y un diente saltó. Sin embargo decidimos que teníamos que quedar
como buenos hermanos y guardar el secreto. Menos mal que era una muela y no se veía el hueco
cuando ella sonreía. Otra tarde de esas, mi abuela acabó corriendo atrás de mí para darme con
una escoba. Ella había comprado una escoba nueva y mi hermano menor en una de sus dañineas
le prendió fuego a la escoba. Lo triste del caso es, que cuando yo vi a mi hermano haciendo eso le
quité la escoba para intentar apagarla, justo en el momento en que apareció mi abuela. Así que
quién acabó recibiendo los escobazos inmerecidamente fui yo. Hasta que entonces un día llegó el
límite de las travesuras y fue justamente sin que haya habido una travesura: una noche cuando
nos disponíamos a cenar me comedí para traer la vianda con el arroz desde la cocina. En camino al
comedor, lamentablemente tropecé con una raíz que sobresalía del jardín y nuestra cena acabó
regada en el suelo. Cuando mi madre vio eso, corrió atrás de mí y yo escapé hecho un loco, sin
saber por qué razón corría, corrí despavorido, hasta que ella me alcanzó. Cerré los ojos esperando
recibir la primera palmada, pero mi madre no me golpeó, me abrazó, me besó y ambos nos
confundimos en un llanto muy estremecedor. Esa repentina confianza me permitió preguntarle a
los días siguientes, mientras me cepillaba los dientes antes de ir a dormir: ¿Mamá cómo vine yo al
mundo?. Me miró sorprendida y respondió: "Las mujeres nos tomamos una pastillita y de esa
forma vienen los niños al mundo". Simplemente la miré pues ya había escuchado a mis primos
mayores hablar sobre las historias del amor. De hecho yo comenzaba a notar en mí varios cambios
físicos que no los conseguía explicar. Un día me hice la pregunta: ¿sabes tú lo que es el amor?. No
tengo ni la menor idea, me respondí. Me hacía la pregunta porque me había sorprendido mirando
con la boca casi abierta a una de mis compañeras de clase. Su nombre me traía el recuerdo de una
canción de Leonardo Fabio, un cantautor argentino, que estaba muy de moda por ese entonces.
¡Me propuse entonces aprender la canción para cantársela!. Pasaron los días y llegué a la
conclusión de que mi compañera definitivamente me ignoraba por completo, que era como si yo
no existiera. Yo me había dado miles de formas para mostrarle que realmente ella era una persona
muy importante para mí; sin embargo mis esfuerzos, tan evidentes a los ojos de mis otros
compañeros de curso, habían sido totalmente vanos. Había llegado inclusive hasta cantar a capela
en clases (por supuesto ante la risa burlona de mis compañeros) la canción que lleva su nombre,
sin que con ello haya logrado conmoverla aunque sea por algunos escasos segundos.
Al salir un día de la Escuela, uno de mis compañeros de curso me deshizo mi cubo de papel, que
recién acababa de presentar como tarea de manualidades. Yo me había pasado un buen pedazo
de la noche, ayudado por mi madre, preparando dicho cubo. Pues de repente ¡zas!, al salir me lo
quitó y lo hizo un alfeñique. Y luego burlonamente me lo devolvió.
Una tarde comenzaron a suceder cosas extrañas. Muchas madres llegaban urgidas a recoger a sus
hijos al colegio en un horario que no era el horario habitual de salida. Mi madre hizo también lo
mismo. A todas se las veía asustadas. Hablaban de un Golpe de Estado. Algo que yo no entendía
que era lo que significaba. También hablaban de ráfagas de ametralladora, de bombas que habían
explotado en la plaza principal y de gente muerta. Eso sí lo entendía y me daba mucho miedo.
¿Será que siempre tendremos que estar matándonos los unos a los otros? ¿Acaso Dios no hizo
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éste mundo para que vivamos todos en paz?. A los pocos días de ello le pregunté a mi profesora
de religión: ¿Por qué razón si es verdad que Dios nos quiere tanto, por qué entonces se le ocurrió
la idea de crear los mosquitos?. Mi profesora sonrió y me dio una larga explicación... que no me
convenció mucho.
En algún lado de mi cabeza, mis dos compañeros: la de la canción y el del cubo, se habían quedado
como sueños pendientes por realizar, porque cuarenta y tres años después un día recibí una
llamada en mi celular de un número que no tenía registrado, y una voz de mujer que en principio
no reconocí me dijo: ¿Buen día. Usted se recuerda de mí?. Me tembló la voz, no supe que decir. Era
ella, mi compañera de primaria, a quien tantas veces le había cantado la canción de Leonardo
Fabio. Me emocioné, pues sabía que nuevamente era un sueño más que se hacía realidad, aunque
sólo haya sido por algunos segundos. A los tres meses de dicha llamada, por coincidencia recibí
otra llamada, era mi otro compañero, el del cubo, quien me anunciaba que pronto vendría a
visitarme, y un día así lo hizo. ¡Otro sueño más que se convertía en realidad!. Al verlo entrar por la
puerta de mi casa, después de tantos años, lo abracé con mucha alegría. ¡Hay que soñar para vivir,
porque los sueños sí se hacen realidad!.
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La Mesita
Mi habilidad con el canto pronto se hizo conocida en toda la Escuela, a tal punto que las religiosas
cada vez que llegaba un acto cívico me ponían siempre a cantar la conocida canción “Virgen India”
de Marito y Jorge Cafrune. Una navidad, una de mis tías (quien años después me compararía con
Don Quijote de la Mancha) me regaló su tocadiscos, el cual al encenderlo dio unas cuantas vueltas
y se paró. Tuve entonces que esforzarme y ahorrar del dinero de mis recreos para poder hacerlo
arreglar. Mi madre me había regalado un disco de vinil con la canción Mozart 40. Y éste disco era
justamente mi incentivo, porque yo quería a toda costa escuchar a Amadeus Mozart. Hasta que un
día logré ahorrar la cantidad necesaria de dinero para hacer arreglar el tocadiscos y así me di la
satisfacción de escuchar una y otra vez a Mozart. Entonces vino el segundo incentivo, un tío que
tiene el hobby de hacer aviones de balsa, en escala reducida, incluso hasta con motor incluido, me
dijo: “me he enterado que te gusta el canto, yo te presto uno de mis discos con la condición de
que si te aprendes la canción el disco pasa a ser tuyo, pero además te enseño a hacer aviones de
juguete”. La canción era "va cayendo una lagrima" de los Iracundos del Uruguay. A la semana
siguiente estaba yo cantándole a mi tío la canción de los Iracundos y así obtuve no sólo mi
segundo disco de vinil sino que él me enseñó a armar mi primer y único avión de juguete. Creo
que esas serían las alas que posteriormente me impulsarían a levantar vuelo para gestar cuantos
sueños fueran posibles con el propósito de transformarlos en realidad, razón de ser de éste libro.
¡De hecho, a los pocos meses se haría realidad el primero de mis sueños!. Mi abuelo trabajaba en
ese entonces en la ciudad de Montero, en el Aserradero de su hermano. Se iba siempre los lunes
de madrugada y regresaba los sábados al medio día. Todos los domingos era costumbre el
sentarnos en el comedor, junto a él, mi abuela y la familia entera para compartir el almuerzo. Mi
abuelo me enseñó con su ejemplo que “todos somos capaces de hacer cualquier cosa”. Cada vez
que algo en la casa se estropeaba, sea por algún problema eléctrico, de plomería, cambiar tejas,
arreglar el jardín, cortar algún árbol, el oficio que fuera; él mismo lo hacía y su ayudante era yo.
“Pásame el desatornillador’”, me decía, y como si yo fuera un instrumentista me ponía a buscar en
su caja de fierros viejos. Me imagino que mis travesuras de niño han sido parte de la herencia que
él me legó, aunque nunca llegué sin embargo a los extremos de la aventura tal como él la vivió su
vida. A sus dieciocho años casi lo excomulgaron. Se escapó una noche de su casa para darse unas
copas y al día siguiente en medio de su borrachera acabó entrándose con la Banda de Músicos que
le acompañaban a la Iglesia de San Roque hasta el altar, justo en el momento en que se iniciaba la
primera misa matinal. Otras de sus travesuras: en los fines de semana iba a los potreros a recoger
garrapatillas (ácaros), las cuales juntaba en un pequeño frasco, para luego al llegar la noche
meterse sin ser invitado a cualquiera de las fiestas del entonces pequeño pueblo de Santa Cruz de
la Sierra y comenzaba esparcir las garrapatillas mientras la gente bailaba. La fiesta acababa en una
rasquiña generalizada de todos los danzarines. Estando mi abuelo ya casado, una noche llegó más
tarde de lo acostumbrado de una de sus reuniones del Club Social donde se reunía con sus amigos
a jugar naipes (Loba), y mi abuela molesta por la hora se negó a abrirle la puerta. Es así que él no
tuvo otra opción que la de dormir en el corredor de la calle. Al día siguiente cuando mi bisabuela
abrió temprano la puerta, al verlo le dijo: “¿Hijo que haces ahí?”. Entonces él le respondió: “Estoy
esperándola a usted para ir a misa”. Un día me dijo: “uno se casa y hasta las feas le gustan”. Lo
decía sin embargo en son de broma, porqué junto con mi abuela hicieron un matrimonio ideal,
eran el uno para el otro, al extremo que tal como había sucedido con sus propios padres (mis
bisabuelos), que habiendo muerto mi bisabuelo, dos días después moría también mi bisabuela
sumida en una profunda tristeza. De igual forma, al año siguiente de él fallecer, mi abuela también
se iba, diciéndonos: "...es que me está mandando llamar". En una de mis vacaciones escolares, mi
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abuelo me invitó a acompañarlo a Montero al Aserradero. Allí pasé dos semanas en las cuales
aprendí muchas cosas, entre ellas la canción de Marito y Jorge Cafrune, cuyo disco de vinil lo tenía
mi tío abuelo. Canción que meses después pasaría a ser la sensación de los Actos Cívicos en mi
Escuela. ¡Allí en esa vacación, comenzaría a hacerse realidad mi primer sueño!. Una noche al
cenar, le dije a mi tío abuelo: “me gustaría tener una pequeña mesita con sus asientos parecida a
la del cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanitos”. Al día siguiente mi tío abuelo me puso con
uno de sus trabajadores a armar las tablas de la que llegaría posteriormente y por mucho tiempo a
ser nuestra mesa de almuerzo, bajo la sombra de un frondoso árbol de mango, de una nueva
familia que estaba por formarse. Y que al igual que la historia de Blanca Nieves y los siete enanitos,
seriamos ocho personas. Meses después, mi madre, cuatro años después del fallecimiento de mi
padre, conocería a quien la acompaña hasta hoy en sus días. Era costumbre mía y de mis
hermanos, por lo menos una vez por semana, desmontar los cojines del viejo sofá de mis abuelos,
ya que siempre encontrábamos algunas monedas que se les caían de los bolsillos a los visitantes.
Un día llegó para visitar a mi madre un señor gordo, de lentes gruesos. Nunca se le cayó ninguna
moneda. Tiempo después me daría cuenta del porqué: tenía al igual que nosotros sólo lo
necesario para vivir. Las visitas a mi madre del señor de los lentes gruesos cada vez se hicieron
más frecuentes, hasta que un día se casaron.
Durante ésta etapa de mi vida, hay un lugar especial, que posteriormente me impulsaría hacía el
conocimiento de la ciencia del agua, se llama "Patujú". Una propiedad agrícola-ganadera que
perteneció a quien fuera hermano de mi abuela materna. La propiedad estaba ubicada entre la
ciudad de Montero y el Puente Eisenhower que conduce a la ciudad de Portachuelo. En Patujú
siempre pasé mis vacaciones escolares. Era un lugar mágico. Una vieja casona en forma
rectangular. Al centro tenía la cancha para el secado de los granos, alrededor las habitaciones, los
baños, los graneros, el motor de luz, la cocina, la alacena, el amplio comedor. Un patio posterior
con una pequeña huerta, donde también estaban los gallineros, luego seguía la poza de los patos,
y al otro lado la noria y el abrevadero donde el ganado vacuno tomaba el agua. Al frente de la casa
quedaba el garaje de los camiones cañeros, y al fondo una inmensa huerta con una cantidad
inimaginables de frutas tropicales y silvestres. De una de ellas me recuerdo en especial: el turere
(Rhamnidium alaeocarpus) por el fuerte estreñimiento que me provocó la semilla, ya que la fruta
no es para ser ingerida sino sólo para chupar. El camino que llevaba desde Patujú hasta Montero,
aproximadamente unos siete kilómetros, lo cruzaban dos pequeñas quebradas de aguas
cristalinas, que sólo corrían en época de lluvias. Sin embargo en una de mis vacaciones, luego de
una fuerte lluvia el agua dejó de ser cristalina y comenzó a ser un agua rojiza con mucho
sedimento. Los precarios puentes que permitían el tránsito hasta Montero fueron arrasados. A
partir de esa fecha la situación comenzó cada vez a ser más grave, el agua comenzó a correr a
escasos metros de la casa por "el mataburro" que impedía la salida del ganado vacuno. Años
después se sabría que aguas arriba un agricultor, por hacer un canal para irrigar sus tierras,
acabaría provocando el desvío casi total del río Piraí en dirección hacia la ciudad de Montero.
Estoy convencido de que ver el cómo esa hermosa propiedad era consumida por las aguas y quedar
lentamente sepultada bajo el sedimento, me llevaría posteriormente a decidirme realizar mis
estudios profesionales en la ciencia del agua. Seis años después cuando regresé nuevamente a
Patujú, no lo podía creer: ¡no existía absolutamente más nada, sólo se podía ver un pequeño
pedazo del techo de la casa!.
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El reloj
La nueva familia: mi madre, mi nuevo padre y mis dos hermanos, nos trasladamos entonces a vivir
a una casa alquilada en el barrio Petrolero Norte. Al frente, al otro lado de la plaza de dicho barrio,
vivía un señor que comercializaba cervezas, casado con una joven muy bonita. Este señor, tiempos
después se convertiría en el propietario de la más grande industria cervecera de Bolivia, incluso
llegaría a incursionar en la política, hecho que acabaría cegando su vida a raíz de un accidente de
avioneta, en uno de sus mítines políticos. Meses después de habernos trasladado al barrio, la joven
esposa del cervecero se separó de él y nunca más volvimos a saber de ella. Un día mientras yo
esperaba la llegada del elevador en el edificio donde vivían mis padres, llegó ella también para
subir al elevador. La reconocí de inmediato. Aún mantenía su belleza, a pesar del pasar de los años.
Quien creyera, treinta años después había vuelto a ser vecina nuevamente de mis padres.
En la casa del Barrio Petrolero Norte no vivimos por mucho tiempo, dado los frecuentes problemas
que comenzaron a tener mis padres con los propietarios de la casa, quienes para sorpresa nuestra
acabaron viviendo en la parte de atrás y de repente las facturas de agua, luz y teléfono pasaron a
ser extremadamente elevadas. Finalmente mis padres acabarían comprando una casa en el barrio
de La Máquina Vieja con los recursos económicos que mis tíos, por parte de mi fallecido padre, le
habían entregado a mi madre como herencia. Esa casa tenía un frondoso árbol de mango que nos
brindaba una sombra agradable. Una nueva hermana había nacido, la primera del segundo
matrimonio. Llegaríamos a ser seis hermanos, tres del primer matrimonio y tres del segundo. Mi
nueva hermana marcaría un momento muy especial en mi vida. Una tarde, siendo ella niña, antes
de que llegara la Noche Buena, mientras yo clavaba un adorno en la puerta, escapé el martillo de
mis manos y éste fue a caer directamente en su cabeza. Menudo chichón fue el que le hice.
Entonces con un gran sentimiento de culpa y como tratando de enmendar el accidente, envolví mi
alcancía en un papel de regalos. Contenía todos mis ahorros realizados durante el año y se la
entregué a ella para que se la dé a mis padres: “como regalo de navidad”. Tan pesada estaba la
alcancía, que mientras ella la llevaba se le escapó de las manos y todas las monedas quedaron
esparcidas en la sala de estar. El trabajo de bibliotecario de mi nuevo padre no le daba para mucho
y peor aún con cuatro hijos. Percibí una profunda emoción en los ojos de mi madre al recibir las
monedas de mi alcancía. ¡Esa navidad fue muy especial para mí!. Veinticinco años después, esa
misma emoción la percibiría nuevamente en los ojos de mi hija Laura, el día en que sugerí a mis
hermanos festejar la Navidad con un día de anticipación para poder intercambiar regalos entre los
sobrinos. Había decidido vestirme de Papa Noel, y cuando aparecí luego de golpear la puerta,
Laura que no esperaba esa sorpresa fue a esconderse debajo de su cama. Luego me abrazó
fuertemente y percibí en su mirada llorosa la misma alegría que había sentido en mi madre cuando
le entregué mi alcancía. Desde esa navidad Laura comenzó también a ahorrar en una alcancía, la
cual rompíamos juntos al siguiente año. Todos sus ahorros yo se los cambiaba en billetes y nos
íbamos a alguna tienda de juguetes para que ella comprara, producto de su esfuerzo, lo que le
fuera necesario. Así pudo comprarse: un caballito de goma, una pequeña piscina de plástico y
luego una bicicleta rosada (que me llevaría a vivir meses después uno de los momentos más
dramáticos de mi vida: cuando Laura casi es raptada, mientras jugaba con su bicicleta a plena luz
del día, en la Plaza del Cementerio en Santa Cruz de la Sierra).
Un día me recordé de las tablas de la pequeña mesa que aún se encontraban en la casa de mis
abuelos y le pedí a mi nuevo padre que me ayudara a armarla. Juntos armamos la pequeña mesita
con los siete bancos y efectivamente vi así transformado mi sueño en realidad. Quedó -así yo lo
creía- parecida a la del cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanitos. Mis padres decidieron
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entonces que esa sería nuestra mesa para los almuerzos. Y allí bajo la sombra del frondoso árbol
de mango, nuestros almuerzos diarios pasaron a ser cada día como un cuento de niños. Quien lo
creyera, por iniciativa de Laura, cuando ella tenía seis años de edad, ese cuento de niños se
transformaría en realidad. Se llama ¿Y mi cuento?. Es un libro de cuentos interactivos que tiene
treinta y cuatro cuentos infantiles.
Por ese entonces mi nuevo padre aún no había acabado sus estudios universitarios de veterinaria.
De hecho los concluiría justamente el año en que yo iniciaba mis estudios universitarios en
Brasilia, Brasil. Nunca olvidaré la carta de felicitación que le envié en ocasión de su graduación
universitaria, porque al mismo tiempo era también una carta donde le pedía perdón por haber
hecho de nuestra relación algo muy difícil desde el momento en que él se casó con mi madre. Yo
me había transformado en un rebelde sin causa. Mi primer año de secundaria lo pasé gracias a que
un nuevo dictador decidió que todos los estudiantes aprobaríamos el año escolar por Decreto
Supremo. Si no hubiera sido así yo hubiera reprobado el año escolar. Sin embargo, algo estaba por
ocurrir en mi vida que me dejaría una lección para siempre. Mi nuevo padre me había regalado en
ocasión de mi cumpleaños un reloj de pulsera; pero al ver mis notas y dado que yo estaba por
reprobar el curso, me dijo: “devuélveme el reloj. Lo tendrás de vuelta cuando mejores tus notas”.
El nuevo año escolar comenzó y por alguna razón que desconocía, mis compañeros decidieron
elegirme Presidente del Curso, hecho que luego se repetiría en todos y cada uno de los cursos de
la secundaria, a pesar de pasar por tres colegios diferentes durante ese tiempo. Algo motivaba a
mis compañeros a elegirme el Presidente del Curso. Asumo que el sueño de volver a tener mi reloj
de vuelta fue la razón que me hizo cambiar de actitud, y mis compañeros la percibían, pues
siempre me transformaban en el líder estudiantil. Definitivamente la vivencia del reloj me
impulsaría hasta el presente en todo aquello que emprendo. ¡Lo agradezco infinitamente a mi
nuevo padre!. El hecho es que un día llegó un desfile cívico y se me acercó la Directora del Colegio
Bautista Boliviano Brasileño (cuyo predio quedaba donde está actualmente la Corte
Departamental de Justicia de Santa Cruz) y me dijo: “tienes que ir corriendo al mercado a
comprarte una cinta de nuestra bandera”. Yo tenía el dinero de mi recreo, entonces corrí al
mercado, y por el pequeño monto que disponía sólo logré comprar medio metro de cinta de
nuestra bandera. Cuando llegué con la cinta, le dije a la Directora: “aquí está”. Entonces sucedió
algo que yo no esperaba, ella me puso la cinta y me dijo: “te tienes que ubicar aquí entre los
primeros alumnos”. De repente yo había pasado a ser uno de los abanderados del colegio y no lo
sabía. Ese mismo día, después del desfile, recibí de regreso con mucha alegría mi reloj de
cumpleaños que había sido confiscado por mi padre por mis malas notas. A partir de ese día
pasaría a ser el primer alumno en todos los cursos de la secundaria que aún me faltaban por
cursar. Era como si de repente yo haya comenzado a entender el concepto del carisma bajo una
nueva perspectiva.
Al año siguiente nos trasladamos de casa, por la zona del Barrio La Ramada, para acompañar a mi
abuelo (el padre de mi nuevo padre) quien atravesaba por varios problemas. Es así que el Colegio
Cristo Rey que recién abría sus puertas, cercano a nuestra nueva vivienda pasó a ser mi nuevo
centro de enseñanza. Al año siguiente y dado que por ese entonces el Cristo Rey no disponía de la
infraestructura necesaria y funcionaba sólo hasta cierto grado; nuevamente volví a tener que
cambiarme a otro colegio: al Colegio Berea. La Directora era una americana tan estricta a tal punto
que dividía el predio en dos: la mitad era para las mujeres y la otra mitad para los hombres, en las
salas de aula era igual así. Debo reconocer que cruzar esa línea imaginaria o “Muro de Berlín” era
toda una aventura para mí. Me hacía el desentendido y me pasaba al otro lado a jugar volibol a la
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cancha de mujeres. Obviamente yo tenía una razón para cruzar ese imaginario “Muro de Berlín”:
¡un amor platónico!. Uno de los muchos que a lo largo de mi vida comprimieron mi corazón y que
calladamente en silencio soportaría por causa de mi timidez. Esa línea imaginaria, ese “Muro de
Berlín” me llevaría catorce años después a visitar con mi Profesor de la Universidad Militar de
Múnich, el lugar donde así lo entendí era por donde él y uno de mis amigos habían conseguido
escapar hacía Berlín Occidental. De hecho, mientras yo jugaba en esa cancha de volibol del Colegio
Berea, cruzando ese muro imaginario, no lo sabía aún, sin embargo años después me tocaría vivir
todo el proceso de unión de las Alemania. En esa cancha de volibol sufrí un día una mala caída, la
cual me provocaría con el pasar de los años la atrofia del músculo que permite mover el dedo
gordo de mi mano izquierda, justo la mano con la cual se toca el violín. Treinta y cinco años
después tendría que proponerme superar esa deficiencia para convertir en realidad mi sueño de “El
violín”. A mi nuevo padre se le ocurrió entonces cambiarme de Colegio porque quería que haga los
dos últimos años del bachillerato en el mismo colegio donde él había salido bachiller: el Colegio La
Salle. Esa decisión lo llevaría a tener una fuerte discusión con la Directora del Berea, quien se
opuso tenazmente a que me cambie de Colegio. Es que yo había logrado, sin que fuera mi
propósito un liderazgo entre los estudiantes, no sólo por mis notas sino por mi actitud, al extremo
que cada acto cívico era esperado por todo el Colegio. Con mis compañeros habíamos creado una
especie de Compañía Teatral Estudiantil. Unos cuantos nos encargábamos de escribir las obras
teatrales alusivas a los actos cívicos y luego entre los diferentes estudiantes escogíamos a los
posibles actores. Cada presentación era un tremendo éxito. No olvido sin embargo el final de
dicho año, cuando se me ocurrió la idea de hacer una pieza teatral en la cual criticábamos a los
profesores de: Ciencias Sociales, Física y el de Química. Al profesor de química no le cayó muy en
gracia la crítica y en el penúltimo de los exámenes nos puso una prueba tan difícil que acabaría
reprobando a casi todo el curso. Yo fui uno de los pocos que pude pasar ese examen.
En el Colegio La Salle, mis dos últimos años de secundaria, nuevamente me volvieron a elegir entre
los dirigentes de curso y también uno de los responsables para preparar las diferentes actividades
del bachillerato. Es así que pasé a ser el organizador de las fiestas de confraternización, cada fin de
mes, entre la promoción del Colegio La Salle y el Colegio Santa Ana (que en ese entonces era
exclusivamente para mujeres). Nos reuníamos ambas promociones en la casa de alguno de
nosotros, contratábamos un “Musicón” y bailábamos y nos divertíamos sanamente. Ese año tuve
la oportunidad de conocer a una persona excepcional (en su memoria el Paraninfo Universitario
de la Universidad Gabriel René Moreno de Santa Cruz de la Sierra lleva su nombre), cuando una
noche lo visitamos en su casa para proponerle la idea de hacer una obra de teatro entre ambos
colegios. Fue así que bajo su dirección pusimos en escena la obra de teatro “Los Intereses
Creados” del Premio Nobel Jacinto Benavente. Treinta años después, todas estas experiencias
teatrales estudiantiles me llevarían a gestar la mayor puesta en escena de una obra teatral que
hasta la fecha se haya realizado en la chiquitania boliviana: “El Cielo en la Tierra”.
En los Intereses Creados de Benavente actué en el rol de Arlequín, el poeta enamorado de la
Colombina. Por demás está decir, que en la vida real acabé enamorado de la joven que hizo el
papel de la Colombina. Veintidós años después la volvería a ver en un acto oficial durante una
cena, ella ya estaba casada. Al volvernos a ver, ambos bajamos la mirada. Nos sobraban razones a
ambos para bajar las miradas, ya que como jóvenes, ni mi actitud ni la suya habían sido las
correctas: el día de la Fiesta de Bachillerato me había dejado plantado y tuve que asistir solo al
baile. No tuve con quien bailar. El hecho es que ella sí asistió a la fiesta acompañada y obviamente
pasé a ser el hazme reír de la noche. A los pocos días yo le retribuía el desplante con una carta no
muy diplomática. Veinte años después, cuando yo ya había regresado de hacer mi especialización
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en Alemania y justamente volvía a vivir otra desazón amorosa, aprendería una de las más grandes
lecciones sobre el amor: “nunca se debe tomar decisiones cuando el corazón y la razón no hablan el
mismo idioma”. De hecho, por más herido que haya estado mi corazón por la Colombina aún me
tenía que haber quedado espacio para la razón. Esa noche, durante esa cena, en que la vi por
última vez, no pude sin embargo expresarle mis disculpas por mis desatinadas palabras de esa
carta.
Los viernes de cada semana y dado que siempre salíamos del Colegio La Salle media hora antes
que las estudiantes del Colegio Santa Ana, teníamos la costumbre de ir a esperar la salida de ellas
en el portón del colegio. Le llamábamos el “pirañee del viernes”. De hecho parecíamos pirañas a la
espera de que el timbre anuncie la salida de las jóvenes estudiantes. Recuerdo que un viernes, tal
vez rememorando las aventuras de mi abuelo, fui uno de los propulsores “para que no asistamos a
las dos últimas horas de clases (química y matemáticas) y que nos fuéramos todos en fila india
desde La Salle hasta el Santa Ana”. Y así lo hicimos. Este hecho significó que nos quiten el diez por
ciento de la nota en las dos materias, el que llamen a cada uno de nuestros padres a hablar con el
Director y nos pongan la peor nota en conducta, y que se anulen todos los premios y honores a ser
entregados a los mejores alumnos de la Promoción, entre ellos yo. Me quedé sin mis medallas y
diplomas y lo más irónico fue que sería justo el compañero, a quien nunca le había ido bien en los
estudios, quien “acabaría recibiendo” todas las medallas de honor y excelencia. Sucedió que el día
de la graduación se le cayó la caja de medallas al Hermano Lasallista, quien apurado las llevaba
para hacer las distinciones que siempre se hacían a algunos alumnos, profesores y padres de
familia; y obviamente fue nuestro compañero, el de las malas notas, él que se predispuso a ayudar
al Hermano a recogerlas. Grande fue nuestra sorpresa al verlo luego desfilar: parecía un General
con el pecho lleno de medallas.
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La Universidad
Un nuevo Golpe de Estado, de los muchos que ha tenido la azarosa vida política de Bolivia, había
instaurado un régimen de terror en el País. El Ministro del Interior públicamente había expresado
que “todos los bolivianos teníamos que andar con el testamento bajo el brazo”. De hecho
teníamos que estar en nuestras casas a la media noche. Una noche le pedí prestada su vagoneta
Volkswagen Brasilia a mi padre para pasear con mis amigos. Faltando cinco minutos para que diera
la media noche mientras yo dirigía en dirección a casa, escuché el sonido de un balazo y al instante
el vidrio del vehículo quedó astillado en la esquina superior izquierda. Paré el vehículo y
temblando de miedo descendí alzando los brazos. Sin embargo para mi sorpresa, no había
absolutamente nadie en la calle. Había pisado una fruta, la cual estalló haciendo el ruido que yo
creí haber escuchado y la pulpa era la que se había estrellado contra el vidrio, dejándolo como si
estuviera quebrado. Sin embargo el vidrio estaba totalmente intacto. Lo limpié y corrí aprisa a
casa. Veintitrés años después volvería a sentir el mismo temor, cuando mi vehículo en una de las
curvas, entre las ciudades de Concepción y San Xavier, se salió de la carretera por causa de la lluvia
y a pesar de que frené y frené el vehículo nunca paró por estar en un pastizal mojado. Quedé
entonces horrorizado al ver en mi frente una inmensa roca mientras el vehículo se resbalaba
directamente hacia ella. En ese mismo instante me encomendé a Dios, levante los pies del freno y
alcé las manos del volante... y de repente el vehículo se detuvo a escasos milímetros de estrellarse
contra la roca. Definitivamente la mano de Dios lo jaló desde atrás ya que no tengo ninguna
explicación física que me permita hasta la fecha entender por qué el vehículo se detuvo. Guardé el
vehículo de mi padre en el garaje y me fui a dormir agradeciendo a Dios por no haberme sucedido
nada. Esa noche hice a Dios una promesa que definiría mi carácter para siempre: “Yo te prometo
hacer votos de pobreza. Ayúdame a salir profesional y ayudaré a muchos”. Ese sueño se cumpliría
con creces. A las pocas semanas me embarcaba en un avión con rumbo a San Pablo, Brasil, para
luego dirigirme hacia la ciudad de Londrina, lugar desde donde iniciaría mí aventura universitaria.
Llevaba en mis manos una carta de recomendación de quien había sido electo Rector de la
Universidad Gabriel René Moreno, depuesto por el régimen militar (tiempo después le devolverían
el cargo al caer la dictadura). La carta personal estaba dirigida al Rector de la Universidad de
Arapongas, una ciudad cercana a Londrina, solicitando la colaboración para que yo pudiera hacer
el examen de ingreso a la Universidad. El examen duró tres días y luego emprendí viaje hacia la
ciudad de Brasilia, donde aún vive un hermano de mi madre, quien por ese entonces se había
casado con una joven de Ceará, ambos arquitectos formados en la Universidad de Brasilia (UnB). A
los pocos días supe que no había aprobado el examen de ingreso a la Universidad de Arapongas.
De hecho el examen de portugués lo había escrito íntegramente en español. Ni una sola palabra
en portugués, porque no lo sabía. El relato que plasmé en ese examen de portugués, en español,
tengo seguridad sin embargo que dejó con la boca abierta a quien lo revisó, pues le puse tanta
pasión que posiblemente acabó siendo el primer relato de cuentos que escribí en mi vida, fueron
muchas hojas. Y era eso lo que traté de transmitir en ese examen: "Por favor, tomen en cuenta
que no sé portugués, pero fíjense que soy capaz hasta de hacer una pequeña novela en pocas
horas, por ello simplemente permítanme la oportunidad, con seguridad que el portugués ya
tendré tiempo para aprenderlo". Estando ya en Brasilia, en casa de mis tíos, estos me sugirieron ir
a la Embajada de Bolivia, quien sabe a lo mejor podría allí encontrar la ayuda que necesitaba para
poder estudiar. No hay duda que Dios nuevamente ponía las piezas en el lugar y en el momento
exacto. A los pocos días se daba el cambio de Embajador y de Agregados en la Embajada, entre
ellos fungiría como Embajador quien fuera el fundador de YPFB en Bolivia, con la tarea de negociar
las condiciones para llevar adelante el proyecto del gasoducto Santa Cruz-San Pablo, que años
después se construiría. También fungiría como Ministro Consejero un diplomático de carrera.
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Entonces sucedió que el hermano de dicho diplomático, que era el médico cardiólogo de mi
madre, intercedió ante él a solicitud de mis padres para que él al presentar sus credenciales
diplomáticas ante las autoridades brasileñas me pusiera entre sus dependientes, como si yo fuera
su hijo, dado que por coincidencia ambos tenemos el mismo apellido. Fue de esa forma el cómo
“pasé a ser diplomático” y de esa manera el cómo la República Federativa del Brasil me otorgó “la
vaga” de ingreso a una de las diez mejores universidades del Brasil: la Universidad de Brasilia. De
hecho me las pasé indocumentado durante dos años pues el Ministro Consejero mientras no
comprobó que yo había ido realmente a estudiar no me entregó “la carterinha diplomática”,
documento que obviamente me otorgaba demasiados derechos. Diecisiete años después, un día
mientras yo subía las escaleras del Ministerio de Desarrollo Sostenible en La Paz lo topé
nuevamente al diplomático. Tuve que presentarme dado que de entrada no me reconoció pues yo
ya no tenía la “barba de revolucionario” que siempre había tenido. Le dije: “Gracias a su ayuda soy
profesional”. Me respondió: “Fue tu esfuerzo no el mío. Sigue adelante”. Un fuerte abrazo selló ese
momento que obviamente fue un regalo de Dios.
La Universidad de Brasilia tenía entonces como Rector a un Doctor en Física, un militar que
manejaba la Universidad con mano dura. A pesar de ello, eran sin embargo tiempos de cambios
políticos, no sólo en Brasil sino en toda Latinoamérica. Las dictaduras comenzaban a caerse una
atrás de la otra. Regresaba la democracia. Un día me pidieron ser parte del Centro Académico de
mi Facultad justamente en la cartera de cultura. Yo sabía a lo que me exponía siendo extranjero.
Sin embargo había una razón muy poderosa que me impulsaba a aceptar: en el Centro Académico
había una máquina de escribir. Es que además de un apego hacia las matemáticas también lo tenía
hacia la literatura. Así comencé a escribir mis primeros libros y escritos. Aún guardo de aquellos
tiempos cuatro libros en original. Mi paso por la cartera de cultura en el Centro Académico
generaría un movimiento inusual en la Facultad. Promoví campeonatos de fulbito entre las
promociones, almuerzos de confraternización entre profesores y alumnos de toda la facultad, y
otra serie de actividades. Quien más se destacó en apoyarme con estas actividades fue un amigo
con quien hasta el día de hoy mantengo correspondencia y que la vida quiso que ambos tengamos
la misma suerte: ser papá y mamá. Mis compañeros de Facultad me apodaron con cariño “General
Gutiérrez”. El General Gutiérrez era uno de los personajes de un comediante brasileño que
satirizaba a un ex-militar argentino, supuesto refugiado de incognito en Brasil, a quien siempre se
le escapaba el autoritarismo, el portuñol, y él mismo acababa delatándose. La ironía es que yo en
contradicción al personaje del “General Gutiérrez” acabaría involucrándome en muchas
actividades que se dieron por ese entonces en la Universidad en pro del retorno de la democracia
en Brasil. Y así, a pesar de ser extranjero, pasé a ser uno más de los defensores del sueño
democrático brasileño. Participé en la Universidad de muchas reuniones, manifestaciones y paros.
Y me tocó vivir justamente la primera elección democrática de la Universidad de Brasilia que dio
como resultado la elección como Rector del educador Cristovam Buarque, quien después se
destacaría como Gobernador del Distrito Federal, Ministro de Educación y posterior candidato a la
Presidencia de Brasil. También me tocó vivir la transición del final de la dictadura de João Batista
Figueiredo y la ascensión de Tancredo Neves. Fui uno de aquellos que con el alma totalmente
estremecida y acongojada, en el Planalto de los Ministerios de Brasilia, estuvo entre la multitud el
día que prestó juramento en el Congreso Nacional el Vice-Presidente José Sarney, dado que la
noche anterior lo habían tenido que internar gravemente enfermo al electo Presidente Tancredo
Neves, quien nunca pudo llegar a asumir el cargo ya que murió a los pocos días.
Yo acabaría transformándome en un ratón de biblioteca. Llegaba a la Universidad todos los días a
las 07:45. Mis clases en la Facultad de Ingeniería Civil eran de 08:00 hasta las 12:00 horas. Luego
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me dirigía al Comedor Universitario. Hasta las 13:00 ya había almorzado y luego me dedicaba
todos los días durante una hora a la lectura de la literatura universal. Así me deleité durante todos
esos años con la diversidad del pensamiento de: Sartre, Lenin, Gorki, Nietzsche, Engels,
Schopenhauer, Rousseau, Rostan, Shakespeare, Poe, Camus, Schiller, Aristóteles, Platón, Goethe,
Voltaire, Orwell, y muchos otros. De hecho cada vez que venía a Bolivia de vacaciones a visitar a
mis padres mi maleta rebalsaba de libros. En una de esas ocasiones, unos militares me pidieron
revisar la maleta y que tontería la mía sabiendo que eran tiempos difíciles. La abrieron y el primer
libro que apareció a la vista fue El Libro Rojo de Mao Tse Tung. Tuve que aguantar un
interrogatorio de casi una hora pues ni siquiera mi apariencia me ayudaba: estudiante de barba,
abarcas y con una maleta llena de libros; eran señales que no cuadraban con la dictadura. Este
hecho siempre me trae a la memoria la caricatura de un escritor brasileño en la cual mostraba a un
ciudadano con un puñal atravesado en la cabeza, mientras éste se dirigía a un dictador: "En
realidad me duele sólo cuando pienso". En el horario de las 14:00 a las 18:00 horas nuevamente
volvía a clases. Luego cenaba en el Comedor Universitario y a las 19:00 ingresaba a la Biblioteca de
la Universidad hasta la media noche. A esa hora aún podía coger el último Bus, el de las 00:30 y
llegaba a casa de mis tíos a la 01:00 de la mañana. Los fines de semana no habían clases; sin
embargo a las 08:00 ya estaba nuevamente en la Biblioteca hasta las 18:00 horas. Mi vida estaba
dedicada sólo a los libros y cuando había algo especial en el Teatro Nacional, me ponía mi traje, el
único par de zapatos que tenía y me iba a disfrutar de la música clásica o de alguna ópera.
¿Es que acaso nunca me enamoré de alguna hermosa brasileña?. ¡Claro que sí!. La amistad de tres
jóvenes y hermosas mujeres marcaron mi existencia durante mi vida universitaria en Brasilia. Y si
bien me enamoré, nunca se los hice saber. ¡Sin embargo toda mujer sabe cuándo un hombre está
profundamente enamorado!.
La primera joven fue una estudiante de sociología, quien pasaba por un momento difícil: ella
acababa de concluir la relación con su novio luego de varios años de noviazgo, y para sorpresa de
ella y de toda su familia a las pocas semanas de haberse dado la ruptura, su hermana y el ex-novio
se casaban. Entiendo que nuestra amistad le sirvió como terapia. Compartimos muchos almuerzos
juntos en el Comedor Universitario. Íbamos al Teatro Nacional a escuchar la Orquesta Sinfónica
Nacional y variadas veces me invitó a almorzar a casa de sus padres. Allí pasé varios domingos. Ella
se sentaba a tocar su piano, mientras yo la escuchaba extasiado tocar sólo para mí las
Gymnopedies de Eric Satie. Luego compartíamos charlas interminables que hacían que las horas
del día se fueran rápidamente. Dieciséis años después, yo acababa de dar una conferencia sobre
competitividad en la Cámara de Industrias y Comercio de Santa Cruz y alguien se me acercó para
saludarme. Era ella. Se encontraba en Bolivia cumpliendo funciones diplomáticas. Me hizo saber
que ya estaba casada y que tenía dos niños. Volver a verla fue sin duda un gran regalo de Dios y
con seguridad que fue la forma de ella decirme: “gracias por haberme escuchado cuando necesité
de alguien que me escuche”. Años después, cuando se me había hecho realidad otro de mis sueños:
El violín, en recuerdo de ella toco algunas veces el 1er. Gymnopedie de Eric Satie. Y lo hago con los
ojos cerrados así tengo la sensación de estar a su lado interpretando la misma canción que ella
tocaba para mí en el piano.
La segunda joven fue una compañera de la Facultad de Ingeniería, que me llevaba con unos quince
centímetros de estatura. Fuimos muy buenos amigos. Ella era una persona extraordinaria,
multifacética. Estudiaba dos carreras al mismo tiempo: matemáticas e ingeniería civil; y se daba
tiempo para estudiar piano y participar de un equipo de volibol, etc. Un día le entregué un libro
que yo había escrito inspirado en ella y que se lo había dedicado, una obra de teatro: “La comedia
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del amor”. Tres meses después, antes de yo concluir mis estudios universitarios, se me acercó y me
dijo: “Que pena que usted no haya sido un poco más alto”. ¿Por qué? le pregunté intrigado. Y su
respuesta me dejó sin habla: “Porque me hubiera encantado ser su enamorada”. Ella hablaba muy
en serio, no era ningún acto de comedia. No supe que decir. Era la primera vez en mi vida que una
mujer me declaraba su cariño así tan abiertamente. Con una sonrisa dibujada en los labios y
notoriamente con la piel erizada me dio un beso en la mejilla y se despidió. ¡Fue su forma de
decirme gracias!. El día en que yo regresaba a Bolivia estuvo junto a un grupo de amigos en la
Terminal de Ómnibus de Brasilia para despedirse de mí. Sería la última vez que la volvería a ver. Al
año siguiente recibí una llamada telefónica que me daba a conocer una triste noticia: había
fallecido en un grave accidente automovilístico. Tenía escasamente veintitrés años. El día que
recibí esa noticia fue uno de los días más tristes de mi vida.
“LA COMEDIA DEL AMOR”
Personajes
Corlina Costra: Hija de Don Fenelón, damisela de sociedad
Sonolin Perez: Capataz de Don Fenelón.
Arnaldo Rodriguez: Forastero.
Don Fenelón Costra: Terrateniente. Viudo. Padre de Corlina y enemigo político de Don Joaquin Caleto.
Sabina Caleto: Amiga íntima de Corlina. Hija de Joaquin y Artigide Caleto.
Don Joaquín Caleto: Terrateniente influyente. Padre de Sabina. Esposo de Artígide.
Doña Artigides Caleto: Esposa de Don Joaquín. Madre de Sabina.
Gustavo Reinoso: Enamorado de Sabina.
Don Próspero: Dueño de la Pulpería.
ACTO PRIMERO
Una Pulpería de un poblado. Al fondo una alacena. Al lado dos mesas con sus respectivas sillas. Y dos puertas una a cada
lado. Se levanta telón y Don Próspero acomoda la alacena. Ingresa Doña Artígide.
Doña Artígide: Buenos días Don Próspero. ¿Consiguió las frambuesas que le encomendé?
Don Próspero: Todavía no señora. El camión de carga aún no llega. Parece que ha tenido algún inconveniente.
Doña Artígide (agarrándose la cabeza): Ay mi Dios!. Ojalá llegue a tiempo, ya que esas frambuesas serán el toque de
gracia de la torta, el día de la fiesta.
Don Próspero: No se preocupe, Sus frambuesas llegarán a tiempo. Y dígame Doña Artígide, ¿cómo anda la organización
de su fiesta?, que ya es noticia en todo el pueblo.
Doña Artígide: ¿Cómo pues puede andar?. Muy bien. ¿Dónde se ha visto que una fiesta organizada por los Caleto salga
mal?...
Años después presté una copia de ésta obra de teatro a la directora de una Unidad Educativa en
San Ignacio de Velasco y un día ella me llamó para informarme que había solicitado al Alcalde la
utilización de la Sala de Teatro del Municipio, justamente para poner en escena: la Comedia del
Amor. Fue realmente una gran alegría, presenciar mi propia obra, puesta en escena por un grupo
de jóvenes entusiastas.
La tercera joven, una hermosa rubia alta, entonces secretaria del Seguro Universitario de la
Universidad que después se diplomaría en contabilidad, fue con quien compartí más tiempo de
amistad. Siempre le decía que: “ella era la esencia de la simplicidad complicada”. Mi sala de
estudios quedaba en el mismo edificio del Seguro, por ello todos los días me esperaba para que
almorzáramos juntos en el Comedor Universitario. El día de la fiesta de graduación de la
universidad fue mi pareja de baile. Ella me inspiró aun siendo estudiante universitario un Cuento
que titulé “La última noche”. Un día recibí una solicitud de amistad en una Red Social, ¡era ella, mi
amiga la rubia alta de mis tiempos universitarios!. Mi respuesta fue la cantidad de días, minutos y
segundos desde la última vez en que yo la había visto. Cosas de Ingeniero, me respondió. Tengo
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seguridad que algún día, antes de partir, nos volveremos a ver.
“LA ULTIMA NOCHE”
¿Quién nos dirá si por caso estuvimos allí jugado al amor? … pienso así Manuel… ¿Manuel. Me escuchas?. No
te duermas por favor sin antes permitirme que ahogue mi pena contándote con mis palabras llorosas la historia de
aquella noche. Sin embargo Manuel no lo escuchaba. Ya estaba cansado de escuchar siempre la misma historia todas las
noches… y esa sería la última!.
Romualdo Buendía, conocido como el madrugador, había ingresado en el Manicomio Municipal un lluvioso
martes trece. Constaba en su ficha de internación una hoja de vida impresionante, fiel reflejo de los muchos cursos,
libros y una serie de poemas sin publicar. Manuel Pérez de Oviedo, el compañero de cuarto de Romualdo, dicen, nadie
me lo confirmó, ni siquiera el propio Director del Manicomio, era un viejo comerciante que trastornado por el dinero y el
alcohol acabaría sus días de lucidez luego de que una extraña carta venida de muy lejos le diera a conocer la muerte de
una vieja meretriz, que con el pasar de los años había pasado a ser su concejera.
Y fue así, el cómo sin querer, me encontré de repente con una de las más sensibles historias que me hayan
tocado vivir, justamente en aquel lugar al cual se lleva a los que han perdido el juicio, en aquella pequeña ciudad donde
la necesidad de amor y felicidad vuelve locos incluso a los cuerdos.
Según me pudo contar posteriormente Manuel, Romualdo Buendía siempre fue un hombre tranquilo que la
mayoría del tiempo que estuvo en ese hospicio de menesterosos de la vida siempre se las pasaba mirando al cielo,
imaginando quien sabe que fantasías o tal vez viajando en el pasado del cual nunca logró desprenderse. Me dijo Manuel:
nunca percibí en él algún mal visible, a no ser su obsesión. Era un joven que sabía mucho, parece que había pasado un
largo tiempo de su vida estudiando. Cuando él llegó aquí para compartir éste mísero cuarto conmigo, lo recuerdo bien
como si fuera hoy, se quedó un largo tiempo mirándome y luego me dijo: “tal vez mañana logre olvidar”. Nunca le
presté mucha atención, ni me interesó conversar con él, sin embargo a medida que los días fueron pasando la propia
convivencia nos obligó a comunicarnos, y fue ahí donde realmente lo detesté con toda mi alma.
Romualdo Buendía, hijo de familia de estirpe, había nacido en una cuna demasiado perfumada por la regalías
que su padre había obtenido como gobernador de la provincia. Siendo joven nada le atraía a no ser los libros. Sus padres
se habían preguntado incluso varias veces ¿si habían traído al mundo a un genio o a un farsante?...
Mis gastos por lo tanto se limitaban simplemente a la alimentación, a los libros y a los conciertos
de música clásica. Mis padres me habían entregado una cantidad de dinero que deposité en la
cuenta de un Banco, de donde realizaba retiros mensuales. El dinero me alcanzó exactamente
hasta el último mes de mi estadía en Brasil. Lo que yo no sabía es que ese dinero había sido un
crédito educativo que mis padres habían tomado a mi nombre en una institución de Santa Cruz de
la Sierra que se dedica a apoyar a los estudiantes de pocos recursos. Una vez siendo ya profesional
me enteré de la deuda, la cual acabé saldándola en su totalidad. De hecho no sólo la mía sino
también la de mi hermana. Mi hermana se casó con un brasileño descendiente de polacos y ambos
llegaron a ser profesores universitarios en la ciudad de Florianópolis. La deuda educativa me
llevaría a vivir dos experiencias muy emotivas. La primera ocurrió quince años después de
graduarme de la Universidad cuando un día lo encontré en la calle al presidente vitalicio de la
Institución del Crédito Educativo (quien por coincidencia resulto ser el padre de quien fuera un
compañero de colegio y también de cuarto durante el primer año de mi estadía en Brasil, y
posteriormente años después, sin saberlo, incluso hasta la esposa de mi compañero llegaría a ser
mi colaboradora en proyectos de desarrollo empresarial, antes de que ella decidiera dedicarse a la
política, llegando a ser diputada). Lo vi al presidente de la Institución y me acerqué a él para
agradecerle por su iniciativa, ya que gracias a ese préstamo habíamos logrado ser profesionales yo
y mi hermana. La emoción de orgullo y satisfacción que sentí en él, valieron por todas las palabras
que haya podido expresarme. La segunda experiencia, la viví cuando mi hermana en uno de sus
cortos viajes a Bolivia me pidió hablar y me dijo: “Yo tengo una deuda contigo, quiero por favor
que me digas en que forma puedo ir pagándola”. Entonces le respondí: “La única deuda que tienes
conmigo es que me debes un fuerte abrazo”. Ella no aguantó, rompió en llantos y me dio uno de los
más grandes abrazos que yo haya recibido. Por ese entonces yo ya le había pedido perdón a ella
por nuestras diferencias religiosas que nos habían distanciado un buen tiempo. Posteriormente me
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tocaría también apoyar en sus estudios, con lo que pude, a todos mis hermanos. Simplemente
cumplía la promesa que le había hecho a Dios. Al respecto, un día, unos de mis colegas
universitarios, que siempre se sentaba atrás de mí, quien por ese entonces era un radical
simpatizante del Partido de los Trabajadores del Brasil, me dijo: “quisiera regalarte una camisa, ya
que veo que las que llevas ya están muy remendadas”. Le agradecí el gesto y le expresé que con
gusto recibiría su regalo. Ese hecho me sorprendió y me hizo darme cuenta que mi promesa de
votos de pobreza la venía cumpliendo de una forma tan natural sin que lo haya notado. De hecho,
durante los seis años que estuve en el Brasil estudiando nunca compré una sola mudada de ropa.
Me limité a remendar las que tenía. Siempre calcé abarcas y tuve un solo par de zapatos, que eran
los que utilizaba para ir al Teatro Nacional.
El grupo de bolivianos que estudiamos en Brasilia, en diferentes universidades y que llegamos a
ser una treintena, llegamos a ser casi como hijos adoptivos de quien fungía en ese entonces como
Secretaria de la Embajada de Bolivia. Gracias a las gestiones y ayuda de ella muchos bolivianos
conseguimos ingresar a diferentes universidades. Siempre nos reunía en su casa para
confraternizar en ocasión de las fiestas patrias o cuando la selección boliviana jugaba algún
partido de futbol. Fue sin duda un eslabón de unión entre todos nosotros: “estudiantes exilados
de la dictadura”.
Antes de que yo por motivos económicos tuviera que ir a vivir a la casa de mis tíos, los cuales de
entrada me cobijaron; me tocó compartir vivienda con dos amigos que tienen el mismo nombre:
Jorge. Ambos, que son hoy en día brillantes profesionales, me dieron muchas luces en mi
andadura como estudiante universitario. Con uno de ellos me tocó vivir una experiencia única: por
diferentes razones nos quedamos un día ambos sin dinero. Juntamos entonces nuestros pocos
centavos, lo cual nos dio sólo para comprar un poco de pan y una pasta de hígado, nuestro
almuerzo fue eso: pan y agua. Esta experiencia me enseñaría: que la única forma de entender la
pobreza no es haciendo filosofía o grandes proyectos de lucha contra la pobreza, sino simplemente
sintiéndola en el estómago. El estómago duele insoportablemente. Por ello, propongo al final de
éste libro el cómo creo que la erradicación de la pobreza puede ser lograda, proviniendo del
esfuerzo de todos y cada uno de los seres humanos que vivimos en la tierra.
El último año de la Universidad fue muy atareado. Mi gusto por la ciencia del agua me inclinaría a
realizar mi tesis de grado en dicha rama, tal vez como previendo el futuro: en el área de la
simulación matemática, en la que años después me especializaría en la Universidad Militar de
Múnich y en la que posteriormente llegaría a ser catedrático durante diez años en la Universidad
Privada de Santa Cruz de la Sierra. Al igual como me había ocurrido en la secundaria mis colegas
universitarios de la UnB también me eligieron presidente del grupo de ingenieros civiles que se
graduaban ese año en la Facultad. Y eso me llevaría a realizar una serie de gestiones, desde
preparar el Acto de Graduación hasta la organización de la fiesta. Por ese entonces las
graduaciones se daban por Facultad, ya que no eran un Acto de toda la Universidad como después
al año siguiente pasarían a serlo. Me tocó por lo tanto estar en la testera de las autoridades y dar
el discurso de ocasión. Las sillas de la testera eran tan altas que mis pies quedaron volando al aire
y cuando me tocó dar las palabras a nombre de todos mis colegas salté de la silla y casi me caigo.
El discurso que di en esa oportunidad fue un homenaje a la mujer, pues en medio del discurso, así
yo lo había preparado, aparecieron tres ramos gigantes de rosas para nuestras tres colegas
mujeres. Las lágrimas de emoción de todos quedaron para siempre en mi corazón. A los pocos días
iniciaba mi retorno a Bolivia con el agradecimiento eterno hacia mi tío, su esposa e hijos, quienes
me cobijaron y apoyaron durante todo el tiempo que duró mi formación universitaria.
24
El primer trabajo
Al mes siguiente de haber regresado de Brasilia a Santa Cruz de la Sierra conseguí ocupar un cargo
vacante en una institución pública, que se dedica al Encauzamiento de Aguas y Manejo de la
Cuenca Hidrográfica del Río Piraí, justamente en el área de estudios a la cual yo había volcado mi
formación en la UnB: los recursos hídricos. Requerían de un ingeniero civil con especialidad en
aguas. Fui entonces a la entrevista de rigor y a la semana siguiente me convocaron para ocupar el
cargo. Dado sin embargo que mi título universitario aún no había sido convalidado por una
universidad boliviana fui contratado provisionalmente con el sueldo de peón. Y de entrada pasé a
ser responsable de todo el sistema de recopilación y manejo de la información hidroclimática de
un área que abarcaba unos mil setecientos kilómetros cuadrados, teniendo bajo mi
responsabilidad y dependencia a veintitrés personas y otro tanto de eventuales. Cuando recibí mi
primer sueldo (cien dólares), lo coloqué debajo de la almohada de mi madre. Ella vino y me
agradeció con la misma mirada tal como en esa navidad en la cual yo le había entregado mi
alcancía. Mis estudios universitarios fueran reconocidos oficialmente cuatro meses después y
obtuve el título de ingeniero civil, convalidado por la Universidad Gabriel René Moreno de Santa
Cruz de la Sierra. Muy pronto me gané el respeto de los trabajadores del área de hidrometría y
también de mis colegas de trabajo, a tal punto que dos años después me elegirían presidente de la
Asociación de Profesionales de la Institución. Éramos un equipo de jóvenes profesionales muy
comprometidos con todo lo que allí se hacía. Profesionales brillantes que después destacaron en
varias áreas, dirigidos por una persona excepcional, el Ing. Edgar Claros Mercado, un hombre a
quien la mitad de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra debería erigir en su memoria un
monumento, ya que le deben la tranquilidad de vivir sin la zozobra diaria de que las aguas del río
Piraí puedan inundar las casas a cualquier hora del día o de la noche. Fueron sus gestiones,
realizadas ante la Comunidad Europea y el Gobierno de Alemania, y su excepcional trabajo en
equipo el que minimizó a casi cero el riesgo de que las aguas del Piraí acarreen casas y
pertenencias de más de la mitad de la ciudad. Tal como en una de las inundaciones le había
ocurrido a un tío mío, quien acababa de recibir su indemnización de casi quince años de trabajo,
dinero que en vez de haberlo guardado en un Banco lo había escondido entre unos libros de su
biblioteca. Cuando entró a su casa, luego de la inundación, ésta era un caos total. Sus muebles
estaban regados por todos lados y muchas de sus pertenecías se habían ido con el agua; sin
embargo, admirablemente, para suerte de él y del futuro de sus hijos encontró el libro que
contenía sus ahorros bogando en un charco de agua en su biblioteca, aún con todo su dinero
adentro.
El primer trabajo técnico que se me encargó fue el de realizar una simulación matemática
hidrológica de la Cuenca del Piraí. En mi tesis en la Universidad yo había trabajado con modelos
determinísticos, sin embargo ésta era la primera vez que trabajaba con modelos que
concatenaban diferentes procesos físicos. El Asesor del Director me dijo: “Aquí tiene el Manual
(en inglés) y el Paquete Computacional, me pregunta cualquier duda que tenga”. A las tres
semanas conseguía hacer la primera corrida del modelo matemático, que posteriormente sería
utilizado para comparar otros modelos computacionales a través de los cuales se diseñaron los
diferentes defensivos que existen hoy en el río Piraí, obras que protegen de las inundaciones a la
ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Mi trabajo de control de emergencias me lo tomé tan en serio
que solicité que instalarán una radio portátil de frecuencia en la camioneta de la Sección de
Hidrología para poder controlar las diferentes estaciones hidrométricas distribuidas a lo largo del
río, las mismas que estaban equipadas con radios. Algunas veces llevé la camioneta a mi casa con
el fin de hacer los controles respectivos y en esas ocasiones me levantaba a las 03:00 de la
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madrugada, horario de uno de los contactos programados, para verificar si el trabajo realmente se
hacía. Así pude pronto darme cuenta que el trabajo no sólo que no se lo hacía sino que a medida
que fui haciendo los ajustes necesarios, en una de esas noches pude escuchar incluso el cómo los
trabajadores de campo me sacaban literalmente el cuero: “el nuevo ingeniero nos está exigiendo
demasiado”. Al día siguiente los convoqué a todos y les dije: “el trabajo de medición y control que
ustedes realizan es de extrema responsabilidad porque salva vidas humanas. Ya que gracias a ello
podemos avisar con seis horas de anticipación cualquier evento de peligro para la ciudad, razón
por la cual la Institución les paga a todos ustedes las horas extras nocturnas para realizar las
mediciones y controles respectivos; sin embargo si alguno de ustedes no lo deseara realizar por
favor solicito que me presente su renuncia en éste momento para que la Institución busque a las
personas que deseen hacer el trabajo”. Nadie dijo una sola palabra. A los pocos días comenzaron a
solicitar linternas...y hasta relojes despertadores para hacer el trabajo por el cual se los había
contratado. Esto no limitó sin embargo el hecho de que un día ocurra un evento que puso en
pánico a toda la ciudad ante una inminente inundación extrema. Ocurrió que uno de los
trabajadores me solicitó un permiso por un tema de salud de un familiar, permiso que autoricé
con el debido recaudo de que el trabajador deje a un suplente en su lugar, como siempre sucedía
en esos casos. Resulta que el suplente si apareció, pero apareció con unos tragos encima… y esa
noche hubo una tremenda lluvia torrencial. A las 06:00 de la mañana recibí una llamada que me
daba a conocer un dato de nivel de agua realmente alarmante. Inmediatamente me puse mi ropa
de trabajo y me dirigí a toda prisa por la carretera antigua a Cochabamba, ochenta kilómetros
hacia La Angostura (inicio de las estribaciones de la Cordillera de Los Andes) y allí pude constatar
por las marcas dejadas por el agua lo que realmente había sucedido. El nivel al que había llegado
el agua era a 6.34 metros y el dato que el “suplente borracho” había pasado a la Central era de
9.34 metros. Y ahí radicaba la preocupación, dado que en una de las más graves inundaciones que
habían ocurrido el agua había llegado en ese lugar a 10.12 metros; y más aún porque la noticia: de
que se avecinaba nuevamente una gran inundación ya se había esparcido por toda la ciudad,
poniendo en apronte a todos los bomberos, brigadas de emergencia, hospitales, etc. Finalmente
nada sucedió y el Director de la Institución se encargó de aclarar que se trababa de una crecida
mediana. Al día siguiente presenté mi renuncia, la cual no fue aceptada.
En dicha Institución conocería a dos personas que impactarían mi futuro: el jefe y el experto de la
Misión Técnica Alemana, un alemán y un noruego respectivamente. Conocedores ellos de mi
trabajo, un día me mandaron llamar a su oficina y sabiendo que en alguna reunión yo había
manifestado mi interés en continuar estudios de post-grado me ofrecieron la posibilidad de
hacerlo en Alemania. Dos años y medio después partía rumbo a Alemania a especializarme en el
área de Aguas y Medio Ambiente. Previo a ello el experto noruego concluyó su trabajo en Bolivia y
retornó a Alemania. Lo volvería a encontrar después en la Universidad Militar de Múnich, donde
fue mi tutor. El día en que el noruego concluyó su estadía, el jefe de la Misión Técnica Alemana
decidió asignarme el vehículo que el noruego usaba: un Jeep Mercedes Benz. Me indicaron que
me entregaban ese vehículo debido al hecho de mi trabajo ser permanente en el campo. No había
duda de que dicho vehículo era más cómodo que la camioneta que tenía la Sección de Hidrología.
Se me entregó formalmente las llaves del Mercedes Benz y no supe que decir. En el fondo yo tenía
una razón para quedarme callado, de hecho a los pocos días la vida me tenía preparada la lección.
Y es que en una de las muchas discusiones filosóficas e ideológicas que yo algunas veces generaba
con mis colegas bolivianos, después del almuerzo en el comedor universitario de la Universidad de
Brasilia, acabé un día enfrascado en una discusión con uno de ellos, cuando éste afirmó: "que su
sueño una vez que él llegase a ser profesional sería comprar un auto Mercedes Benz". Mi
respuesta inmediata fue: "¿Cómo es posible que pienses algo así siendo nuestro País un país tan
26
pobre. Yo a lo sumo sólo aspiraré a tener una Peta Volkswagen". Quién diría, a los tres años de
dicha discusión nos encontraríamos uno frente al otro en una de la esquinas de la ciudad de Santa
Cruz de la Sierra, él manejando una Peta Volkswagen y yo el Jeep Mercedes Benz. Esa misma tarde
entré a la oficina del Jefe de la Misión Alemana y le devolví las llaves del vehículo que me había
asignado. Él me miró fijamente, escuchó mi explicación, recibió las llaves e inmediatamente se
ofreció para acercarme a mi casa al momento de salir del trabajo, en su vehículo, el otro Jeep
Mercedes Benz, lo cual agradecí gentilmente. En el trayecto me manifestó que antes de dejarme en
mi casa él necesitaba pasar previamente por la suya. Entonces llegó a su casa, se bajó del
Mercedes que dirigía y me dijo: “¡No es el hábito el que hace al monje sino sus convicciones. Éste es
un vehículo de trabajo!”, y me dejó las llaves de su vehículo tiradas en el asiento del chofer y se
entró a su casa sin despedirse. ¡Yo no podía salir de mi asombro. De hecho no supe que hacer!.
Luego de meditar unos minutos llegué a la conclusión de que él tenía toda la razón. Me costó sin
embargo una infinidad agarrar esas llaves, mudarme al lado del chofer y darle arranque a ese
vehículo. Al día siguiente fui a recogerlo a su casa y cuando llegamos al trabajo entré a su oficina y
le entregué sus llaves, mientras le manifestaba que efectivamente él tenía la razón. Entonces me
dio nuevamente las llaves del Mercedes Benz que me había asignado anteriormente... y lo volví a
usar para el fin que me lo habían entregado. En toda mi vida sólo he tenido dos vehículos propios:
un jeep Suzuki, de tercera mano, que entregue como parte de pago para poder adquirir una
pequeña vagoneta Toyota Rav4, de segunda mano, que aún conservo, la cual está por cumplir
veinte años y que no tengo la más mínima intención en cambiarla, a pesar de que algunos ya han
intentado comprármela.
Previo a realizar mi viaje de estudios a Alemania, tuve la oportunidad de trabajar con un
colombiano, Doctor en Hidrología, que realizó unas simulaciones matemáticas en
hidrosedimentología para el río Piraí. Una noche lo invité a un Restaurante a comer pizzas y
durante la cena luego de una larga charla sobre la “teoría del caos” me dijo algo que impactaría
definitivamente en mis estudios de postgrado en Alemania: “descubrirás con el avance de la
computación que todo aquello que quieras imaginar podrás simularlo matemáticamente”. De
hecho, esa noche nació en mí un nuevo sueño, el cual cuatro años después lo vería transformado
en realidad: “La creación de un sistema matemático computacional de hidrosedimentología que
permita visualizar gráficamente y en forma dinámica toda la hidráulica, sedimentología e
hidromorfología de cualquier río”. Al sistema le puse de nombre SEDIMOD, incluye 32 modelos de
transporte de sedimentos. Entiendo que fue el primer sistema de su tipo en aparecer, ya que
posteriormente la Armada de USA lanzaría el Programa Computacional HEC-RAS en el cual se unía
la hidráulica con la hidrosedimentología bajo la plataforma gráfica de Windows, tal como yo lo
había hecho gráficamente con el SEDIMOD bajo la plataforma del DOS ya que por ese entonces el
desarrollo del Windows era aún muy incipiente. Para lograr hacer realidad ese sueño tuve que
auto-capacitarme en cuatro lenguajes computacionales: Fortran 77, DBasic, Clipper, y C++. Dicho
sistema computacional fue mi trabajo final de especialización que defendí en la Universidad de
Hannover, aplicado a un canal piloto de desvío del rio Piraí, el cual había sido abierto como una
acción de emergencia con el fin de resguardar de las inundaciones a la ciudad de Montero. Mi
estudio mostró que dicho canal había sido correctamente diseñado y que cumpliría su propósito,
tal como ocurrió.
27
El Muro de Berlín
Inicié entonces una nueva etapa de mi vida que la he denominado el “Muro de Berlín” en
homenaje a la reunificación de las Alemania. Mi viaje se inició desde Santa Cruz de la Sierra hacia
La Paz, allí pernocté y al día siguiente a las 10:00 de la mañana partía en Lufthansa rumbo a Lima,
luego a Quito, Bogotá, Caracas y finalmente Frankfurt. Nunca había comido tanta comida de avión
en un solo viaje. En Frankfurt tomé un tren hasta Mannheim, donde pasaría cuatro meses
aprendiendo el idioma alemán en el Instituto Goethe de dicha ciudad. En Mannheim comenzaría a
vivir una etapa que posteriormente me llevaría años después a otra fase de mi vida que la
denomino “Reencuentro con Dios”. En ese tiempo dos experiencias me marcaron religiosamente:
la primera ocurrió durante esos primeros cuatro meses, aprendiendo el alemán, en que me tocó
compartir la vivienda con dos hindús. La experiencia vivida al lado de ellos, por las diferencias en
cultura, hábitos, religión, comidas, etc., me hicieron comenzar a comprender que a pesar de todas
las diferencias lo único que verdaderamente divide a los seres humanos son las ideas, el resto es
superable cuando ponemos paciencia y voluntad. Era el tiempo del Ramadán y dado que por
religión ellos no podían cenar mientras el sol no se haya puesto. Al encontrarnos en pleno verano
europeo donde el sol se ponía a las 22:30 de la noche, recién a esa hora comenzaban ellos a
preparar su cena. Y mi cuarto daba justo con la cocina. Entonces con mucha paciencia yo tenía que
esperar a que concluyeran su cena, casi a la media noche, para recién poder irme a dormir. Cada
día a las 06:20 ya tenía que estar tomando el Bus que me permitía después embarcarme en el
Metro para poder llegar hasta al Instituto Goethe. Un día recibí una tremenda reprimenda de
ambos hindús por no haber lavado bien la sartén. Sin querer había dejado restos de una pequeña
fibra de carne en la sartén. La segunda experiencia la viví tres años después cuando yo sería un
testigo mudo de una desgarradora historia de una joven musulmana, quien espiritualmente había
perdido a toda su familia y en ese momento sólo necesitaba de alguien que simplemente la
escuche. Todas esas vivencias me enseñarían a entender que dado que hay varias formas de
pensar en nuestro mundo, es importante cultivar la paciencia y ante todo aprender “el difícil arte
de saber escuchar”. En ningún lugar del mundo, ya sean escuelas, colegios o universidades, nadie
enseña “a saber escuchar”. “Si los seres humanos aprendiéramos a escucharnos los unos a los
otros, muchos de nuestros problemas diarios los resolviéramos muy fácilmente”.
Entonces un día viajé a Múnich para hablar con mi profesor alemán y con el noruego que había
conocido en Bolivia, quien pasaría a ser mi tutor en los diferentes trabajos de Asistente Científico
que me tocó desarrollar en la Universidad Militar de Múnich. Allí conocí también a un boliviano,
que en unas pocas semanas más concluiría su doctorado y regresaba a Bolivia. De hecho fue su
habitación en la facultad la que llegué a ocupar durante los tres años y nueve meses que duró mi
estadía en Alemania. Un día el boliviano me llamó a Mannheim y me dijo: “he encontrado en el
periódico un anuncio de una familia alemana que está ofreciendo un cuarto en alquiler para una
persona soltera que hable español”. Le agradecí la información e inmediatamente tomé contacto
con el dueño de la vivienda con quien acordé el precio de la habitación y quedamos de que en el
plazo de un mes y medio más yo estaría llegando a Múnich. Me llamó mucho la atención de que no
tuve la necesidad de hacer ningún papeleo para concretar el trato y que ante todo mi palabra y la
de él eran suficientes. El día en que abandonaba Mannheim me sucedió algo muy curioso. Me
había comprado un televisor, que me ayudaba también en aprender el idioma alemán, era un
televisor antiguo, una caja de unos 80 cm x unos 60 cm. Entonces fui al servicio de tren quienes
ofrecían el transporte de carga de encomiendas de puerta a puerta a diferentes ciudades, para
hacer el traslado de mis cosas hacia Múnich. Llegada la fecha las empaqué con días de anticipación
y por la costumbre de ver esas cajas en medio de mi cuarto, me acostumbré a que estén allí, y
28
sucedió que el día en que tenían que llevarse mis cosas, y dado que yo entendí que lo harían en
horas de la tarde, llegué a mi habitación y me puse a esperar la llegada del transporte. El cansancio
acabó venciéndome y me dormí. Una hora más tarde desperté y dado que no llegaban bajé a
preguntar a los dueños de la casa si por acaso habría venido alguien de parte del transporte del
tren para recoger algunas cosas. La señora me miró sorprendida y me dijo: "vinieron ésta
mañana". Subí a toda prisa a mi cuarto y efectivamente mis cosas ya no estaban. Literalmente no
me había dado cuenta de que las cosas ya las habían recogido. ¡En mi inconsciente las seguía
viendo!. Llegué a Múnich y mis cosas se encontraban en mi nuevo cuarto.
En mi nueva vivienda, el cuarto que había alquilado quedaba en el sótano de la casa, con una
entrada independiente, al frente el baño, al lado la cocina y todo lo necesario para iniciar mis
nuevos estudios, mejor no podría ser… y con el pasar de los días descubriría incluso que tenía algo
más: una nueva familia. Con el tiempo pasé a ser el hijo mayor de la familia alemana. La condición
era que en casa deberíamos hablar sólo español para que los hijos recuerden el idioma español,
dado que habían vivido un tiempo en Venezuela. Y así sucedió, todos los fines de semana yo
habría la puerta de mi cuarto y allí estaban al pie de la puerta los dos niños esperando
pacientemente por mí, no sólo para hablar conmigo sino también para generar una linda amistad.
Con ellos construí mi primer iglú de nieve y jugué al futbol con calcetines por primera vez en mi
vida en un patio totalmente nevado. Una tarde de verano la familia me invitó un “barbecue a la
alemana” (carne de cerdo, alas de pollo y pan). En agradecimiento les dije: “si ustedes me lo
permiten el próximo domingo quisiera ser yo el que les invite un churrasco”. Fui al Supermercado
y compré todo lo necesario para preparar una deliciosa parrillada al estilo como lo había visto a mi
padre prepararla varias veces. Desde ese día pasé a ser el parrillero de mi familia alemana. Y las
parrilladas pasaron a ser frecuentes, con abundante carne, buenos vinos y obviamente no podía
faltar en la capital mundial de la cerveza, las cervezas de trigo. Al principio de mi estadía lograr
tomarme medio litro me era difícil, al final tomarme cuatro litros no me era ningún problema. Así
fui aprendiendo el alemán. Mientras con los niños yo hablaba español en el sótano, allá arriba
hablaba en alemán con la familia y con sus vecinos, con los cuales compartimos varias parrilladas.
La señora estudiaba medicina por ese entonces. Cuando los conocí aún le faltaba a ella dos años
para concluir su carrera. Cuando llegó el día en que tenía que dar sus exámenes finales, su marido
decidió apoyarla y acompañarla a la ciudad donde estaba la Universidad, y yo por mi parte me
ofrecí a ayudarles con el cuidado de sus hijos. Fueron cinco días en los cuales no aparecí por la
Universidad. Les expliqué a mi Profesor y a mi Tutor la razón por la cual no iría y ellos
entendieron. Esos cinco días que pasé al cuidado de ambos niños (que tenían seis y nueve años)
fueron un regalo de Dios: comencé a entender la gran responsabilidad de lo que significa la
paternidad. Cinco años después, cuando Laura estaba con diez meses de vida, un día me llevé una
gran sorpresa y fue saber que “mi familia alemana”, todos ellos, vendrían a Santa Cruz de la Sierra
a visitarnos. Estuvieron tres días y obviamente fuimos a comer un buen churrasco. Posteriormente
los volvería a ver nuevamente, dos años después, en Caracas, lugar donde por razones de trabajo
habían nuevamente regresado a Venezuela. Yo había sido invitado por la Fundación para la
Protección de los Arboles de Venezuela a dar una conferencia sobre las experiencias de Manejo de
Cuenca en el río Yapacaní de Bolivia. Después de dar mi conferencia, fui a visitar a mis “padres
alemanes” y pasé la noche en casa de ellos. Al día siguiente cuando la señora me acercaba a la
Estación del Metro, de repente entró a su celular una llamada de una de sus clientes alemanas de
Caracas, era por la gripe de una niña. Ella indicó los remedios que deberían suministrarse y dijo la
hora en que pasaría a ver a su paciente directamente en su domicilio. Me sentí orgulloso de lo poco
que había hecho en ayudarla a concluir su carrera de medicina.
Soñar para vivir
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Soñar para vivir

  • 1. 1
  • 2. 2 Soñar para vivir Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez Depósito Legal: 8-4-1091-15 ISBN: 978-99974-46-98-5 Portada: Clara Moreno López Fotografía de portada: Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez Primera Edición, abril 2015 Segunda Edición, febrero 2016 – Libro digital © 2015 Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez Todos los derechos reservados/All rights reserved Parador Santa Ana Chiquitos Calle Libertad entre Sucre y Cochabamba s/n Teléfono: (591-3) 9622075 e-mail: parador.santaana@gmail.com www.paradorsantaana.blogspot.com www.facebook.com/ParadorSantaAna San Ignacio de Velasco, Santa Cruz-Bolivia ©Imprenta Imago Mundi Srl Editorial El País es una Marca Registrada de Imago Mundi Srl. Diseño y diagramación: Preprensa-Imprenta Imago Mundi Srl Impreso: Imprenta Imago Mundo Srl. Calle Cronenbold No. 9 imprentaimagomundi@cotas.com.bo Santa Cruz de la Sierra
  • 3. 3 Soñar para vivir Ricardo Enrique Ortiz Gutiérrez San Ignacio de Velasco Santa Cruz-Bolivia Febrero 2016
  • 4. 4 Dedicado a mi hija Laura, y a mi amigo Jorge Prestel (Puly). Gracias, estimado Ricardo, por esta obra en la que resaltas el trabajo fructífero de nuestro querido Puly. Nos honra representar como familia al reconocerte el mérito de haber sido junto con él artífice de logros importantes para nuestra tierra velasquina. Sabemos que Puly como gran amigo tuyo te agradece desde el sitio que Dios le haya dado al otro lado del camino… y que su legado nos guíe e inspire para seguir avanzando, tal como vos lo escuchabas decir: “siempre tenemos que buscar un equilibrio” Familia Prestel “Sueños, coincidencias y realidad. Un libro escrito con la generosidad de quien expone sus más íntimos sentimientos y que vive cada historia con amor. Al fin, la serena certeza de que los sueños son los motores de la vida y las coincidencias las señales de su realización. Un regalo compartido para muchos, que aún sueñan y tienen mucho por hacer” Natasha T. Gil Nunes “No tengo palabras, ya las encontraré… sólo pido a Dios que le siga dando más sueños” Betzi Jaldín Revollo “Es un honor contar en mi vida con personas tan especiales como usted” Carmen Elisa Giraldo “Profundo, reflexivo y emotivo” Cecilia Kenning Moreno “Realmente me emocionó y sorprendió” Ernst Schlieder “Gracias por demostrarme siempre que los sueños pueden hacerse realidad” Jael Pozo “Me conmovió muchísimo” Karen Orellana Ribera “Lo felicito, de sobremanera” Lorenzo Ariel Muñoz “Hermoso libro, llega al alma” Luis Saavedra Bruno “Gracias por enseñarnos a soñar y hacer realidad los mismos” Milena Fernández Roca “Nossa! Eu nem tenho palabras pra agradecer” Sueli Nery "Cuando sueñas solo, sólo es un sueño; cuando sueñas con otros, es el comienzo de la realidad". Obispo Hélder Pessoa Câmara
  • 5. 5 Contenido La laguna........................................................................................................................... 7 Mis compañeros................................................................................................................. 10 La Mesita ........................................................................................................................ 12 El reloj............................................................................................................................ 14 La Universidad................................................................................................................... 18 El primer trabajo ................................................................................................................ 24 El Muro de Berlín................................................................................................................ 27 Buena Vista ...................................................................................................................... 31 Registro de Comercio ........................................................................................................... 35 ¿Y mi cuento? ................................................................................................................... 38 Chiquitos… otro mundo......................................................................................................... 39 Los sueños en la Chiquitania ................................................................................................... 47 La Camisa Chiquitana ........................................................................................................... 48 Santa Ana de Velasco ........................................................................................................... 50 El Viborón........................................................................................................................ 53 San Antonio de Lomerío ........................................................................................................ 55 La Batalla de Santa Bárbara .................................................................................................... 57 El Parador Santa Ana Chiquitos ................................................................................................ 60 II Encuentro de Municipios de Frontera (Santa Cruz—Mato Grosso)........................................................ 63 Ojos de cocodrilo................................................................................................................ 66 Reencuentro con Dios .......................................................................................................... 68 El Cielo en la Tierra.............................................................................................................. 72 Las XIV Jornadas Internacionales de Misiones Jesuíticas ..................................................................... 75 El violín........................................................................................................................... 81 Los quince años ................................................................................................................. 83 MIT Volunteers.................................................................................................................. 85 Don Jorge Prestel (Puly) ........................................................................................................ 87 Las Brigadas Odontológicas Solidarias ......................................................................................... 89 El Premio Nobel de Literatura .................................................................................................. 90 Brinquito......................................................................................................................... 92 La razón de la felicidad.......................................................................................................... 93
  • 6. 6 Prólogo Este libro está dedicado a mi hija Laura, en ocasión de concluir sus estudios de Bachillerato de Colegio y comenzar a levantar alas para emprender el vuelo de la vida. Ella ha sido fiel testigo de muchas de las aventuras relatadas en éste libro, que pretende dejarle un mensaje: “El camino hacia la felicidad pasa por encontrar nuestra misión de vida y concretar los sueños que resulten de ella”. También está dedicado a mi amigo Jorge Prestel (Puly), cuyo ejemplo, aún en la peor de las adversidades, es una muestra de cuán lejos puede llegar el ser humano en lograr hasta lo imposible. De hecho había comenzado a vencer su batalla contra el cáncer cerebral que lo agobiaba. Había vuelto a caminar. ¡Nunca se rindió!. Unos días antes de fallecer, decidió no viajar a Santa Cruz de la Sierra a realizar sus controles, porque quería estar en un Concierto, que era un sueño conjunto: el Ensamble de las tres Orquestas de San Ignacio de Velasco. El Concierto fue realizado en su honor. Esa noche la música de los violines llegó hasta el cielo, donde él la escuchó con oídos celestiales. El lector podrá a lo mejor llegar a la conclusión de que las aventuras de éste libro son meras coincidencia. ¡De hecho, de eso se trata!. En creer tan firmemente, en que paso a paso, lento pero seguro, sin prisa, sin pausas, visionando siempre el sueño a ser alcanzado, se avanza... y de repente la coincidencia se habrá dado, en otras palabras el sueño se habrá hecho realidad. Y será entonces sólo visualizando el camino recorrido, que podremos darnos cuenta de que “esa coincidencia” es nada más ni nada menos que el resultado final de todas las pequeñas y muchas acciones conscientes o inconscientes que hayamos emprendido en pro de hacer realidad nuestros sueños. Mi propia vida me ha demostrado que: “el tiempo no solamente puede ser recordado en relación al pasado sino también en relación al futuro” y para ello no se necesita ser mago, vidente, ni ilusionista; se necesita creer en nuestros sueños, aspiraciones y en Dios. Por ello es que discrepo con la teoría de Stephen W. Hawking sobre la Flecha del Tiempo, él propuso que: “la flecha psicológica está determinada por la flecha termodinámica y que ambas apuntan necesariamente en la misma dirección, razón por la cual sólo se recuerda el pasado”. Yo contrariamente creo que existe una relación causa-efecto, una lógica determinística, en cada acción que emprendemos diariamente y su consecuente efecto en el futuro, y por lo tanto no sólo en nuestras vidas, sino también en todo lo que nos rodea, el mundo y el universo. Tal como Albert Einstein lo mencionara: ¡Dios no juega a los dados!, de igual manera nuestra existencia no está lanzada al azar. Existe una razón por la cual cada uno de nosotros estamos aquí. ¡La aventura de la vida consiste justamente en descubrir esa razón!. Quien la encuentra, y descubre que en esa misión de vida hay más enterezas que imprudencias, entonces ha encontrado el camino hacia la felicidad. Por ello, estoy convencido de la importancia del “soñar para vivir”. Deseo que éste libro impulse a los maestros de las escuelas, a los padres y a los gobiernos a preguntar a los niños(as) y jóvenes estudiantes: ¿Cuál es tu sueño?. Y que juntos: padres, maestros y gobiernos aúnen esfuerzos para que ellos, que siempre serán el futuro, aprendan desde temprana edad a convertir esos sueños buenos en realidad. Si logramos esto, no solamente generaremos una revolución en la educación, sino que la pobreza comenzará a desaparecer. Los niños(as) y jóvenes al descubrir que pueden ser capaces de transformar cualquier sueño en realidad, entonces podrán ser también capaces, cuando les toque su turno, de hacer de éste mundo algo tan digno del cual todos nos sintamos orgullosos. No hay duda que pasarían a ser la “generación del ensueño”, aquella que cambió la historia. ¡Un mundo mejor es posible sin duda alguna, ya que para que un sueño se haga realidad, sólo se necesita: voluntad, empeño y pasión. ¡El cielo es el único límite!. La Responsabilidad Personal Social (RPS), cultural (RPC), educativa (RPE), etc. que cada uno de nosotros decida llevar adelante por propia iniciativa es el impulso que necesitamos para erradicar la pobreza. Y éste sueño que aparenta ser eterno e imposible puede llegar a ser el sueño de millones de personas y transformarse en realidad en pocos años. Es sólo ponerle voluntad, empeño y pasión.
  • 7. 7 La laguna El pequeño pueblo de La Bélgica tenía en ese entonces unos mil quinientos habitantes. Al llegar por el camino desde Santa Cruz de la Sierra poco a poco se veía a lo lejos la Fábrica de Azúcar, base única de la economía del pueblo. Las dos edificaciones que hacían de frontis de bienvenida a la caravana de camiones cargados de caña que llegaban diariamente en la época de la zafra azucarera, junto a un frondoso árbol de Ochoó, eran la Asociación y la Cooperativa de Cañeros, que quedaban una al frente de la otra. Fungían también como restaurantes. La Asociación era la más concurrida, funcionaba también de noche con el servicio de cena y el juego de cacho. La luz se apagaba a las diez de la noche. No existía aún la televisión. La Bélgica era un pequeño paraíso, muy bien organizado por los dueños de la fábrica, unos alemanes que habían apostado por la industria azucarera de Santa Cruz. En medio del pueblo, una laguna le daba al lugar un encanto especial. A su alrededor seguían en orden las casas. La primera de ellas, la de los propietarios de la fábrica, con una cancha privada de tenis. Luego venía el Templo, la vivienda de los jugadores del Equipo de Fútbol “La Bélgica” que militaba en la Primera A del fútbol boliviano; y luego la casa asignada a mis padres, que constaba de una sala grande, dos cuartos, al final la cocina con un pequeño depósito y separado de la casa al frente el baño. Un pequeño bosque con árboles de pomelo cubría toda el área de la casa. Era una sombra eterna y agradable. Uno de esos pomelos le servía a mi padre como garaje para su vagoneta Ford color verde oscuro. Un día de esos, creyendo yo ser un tremendo piloto de autos de carrera, la desenganché de su primera marcha y la vagoneta fue a dar cuesta abajo conmigo adentro, ante el grito desesperado de mi madre. Bordeando siempre la laguna seguían las otras casas. Al final se encontraba el Cine, el Almacén y la Escuela. En la parte alta del pueblo, al lado izquierdo el resto de las viviendas, y al lado derecho una tremenda bajada imposible de ser franqueada por cualquier vehículo que daba directo al Mercado. Esa bajada, en la época de lluvias la utilizábamos como resbalín. Nos resbalábamos hasta quedar totalmente llenos de barro, irreconocibles. De madrugada, cuando a veces tenía ganas de ir al baño le pedía a mi padre que me acompañara, sin embargo nunca me llevaba hasta el baño, abría la puerta del fondo de la casa y desde allí me miraba y esperaba pacientemente. Mis primeros recuerdos datan desde cuando comencé a ir a la Escuela. Me decían: ¡el mono!. Y no era para menos ya que tenía una habilidad tremenda en subir los árboles de pomelo, guayabos, papayos, el árbol que fuera. De hecho un día me encontraba subido en un papayo y de repente uno de los gajos no aguantó mi peso y de un sopetón me vine abajo. La papaya quedó allá arriba como diciéndome: "quien quiera celeste que le cueste". El golpe que me di no me dolió tanto como la sonora risotada que mi vecino junto con sus hijas lanzó al verme tirado en el suelo. Me dio la impresión de que mi caída era la propaganda graciosa que ellos necesitaban oír, pues al parecer el partido de futbol que escuchaban en la radio era muy aburrido. Me levanté, esperando todavía algún comentario gracioso, pero de repente el hombre gritó, ante la interrupción del partido: "El Presidente Barrientos acaba de morir en un helicóptero". En los días que siguieron a dicha tragedia me pregunté una y otra vez ¿por qué en el mismo instante en que yo caía de ese árbol, el helicóptero del Presidente también lo hacía, luego de enredarse en unas líneas eléctricas?. ¡Creía que alguna razón tenía que existir!. El Presidente Barrientos tenía algo que lo hacía diferente: era carismático. El carisma es un don que Dios lo da para servir a los demás, aunque muchos lo utilizan para servirse a sí mismos. Treinta y ocho años después, entendería el verdadero significado del carisma: “si no vives para servir, entonces no sirves para vivir”.
  • 8. 8 Tenía varios amigos de infancia, uno de ellos el hijo de uno de los alemanes, los vecinos que vivían en la parte de atrás de mi casa. Un gordito muy simpático. Muchas tardes, después de regresar de la escuela, la pasábamos jugando juntos. A veces sin embargo él era un poco rudo. De hecho un día de esos mientras jugábamos y yo trataba de empujar su pequeño carrito azul, con él al volante; el carro se desequilibró y se vino con todo su peso para atrás. Me deshizo una uña. Grité hecho un loco al ver mi uña deshecha y mi mano ensangrentada. En menos de un minuto mi madre estuvo allí para llevarme al Hospital. Ese Hospital me traía el recuerdo de lo que me habían contado: que al yo nacer en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra había estado veintiún días en una incubadora, dado que nací a los siete meses, pesando mil setecientos gramos, y después de un mes cuando mi madre luego de ponerme bolsas de agua caliente alrededor del cuerpo logró que mi temperatura corporal llegue a los 36 grados, entonces nos fuimos a vivir a La Bélgica. El médico del Hospital de La Bélgica acabó siendo mi médico de cabecera permanente hasta que pude lograr chupar leche, dado que mi madre se sacaba la leche y me alimentaba con un gotero. Otro de mis amigos, era mi vecino de al lado. Un día fui a visitarlo después de almorzar y me pidió algo que me acabaría dejando una lección para el resto de mi vida. Me pidió que le saque algunos cigarros a mi padre. Entonces mientras mis padres dormían la siesta. Me acerqué de puntillas, temblando de miedo, y delante de las narices de mi padre que plácidamente dormía, saqué dos cigarros de la cajetilla que había dejado en el velador de su cama. "Aquí están" -le dije a mi amigo-. "Ven me dijo" y me arrastró a una pequeña cueva que él y sus hermanos habían hecho en una de la laderas de su casa. Allí pasamos un buen rato intentando encender los cigarrillos con un encendedor, que imagino que él, al igual que yo, se lo había sacado a su padre. Nunca pude encender ese cigarrillo. Al final, me cansé y lo boté. "Me vuelvo a casa" -le dije -. Al regresar a casa mi madre me esperaba en la puerta y me dijo: "¿Has estado fumando. Verdad?. Ven acá que te voy a oler la boca". Yo negué el hecho de que haya estado fumando dado que en la realidad no lo había hecho. Fue la primera y única vez en mi vida que hice el intento de fumar y el intento de hacerme de algo que no me perteneciera. Las virtudes a ser tomadas en cuenta, comenzaban a sumarse. Este mi amigo de al lado, era sin embargo algo raro, a los pocos días de la historia de los cigarros, mientras jugábamos, vimos a su hermana mayor pasar y entrar al baño para bañarse, entonces me pidió que lo siguiera. Yo sin pensar dos veces en lo que me pedía, lo seguí y subimos por un árbol directo al techo del baño, allí muy sigilosamente sacamos una teja y pudimos ver a su hermana tomar baño. Fue la primera vez en mi vida que vi desnuda a una joven mujer. Obviamente, pronto no tardó ella en darse cuenta de nuestra presencia y ante su grito, en lo menos que canta un gallo yo ya estaba en el suelo y al otro lado en mi casa. Habían comenzado nuevamente las clases en la Escuela, y el primer día al salir de ellas, al medio día, justo en el horario que coincidía con la salida de los trabajadores de la fábrica, se me ocurrió decirle a otro de mis compañeros: ¿viste el lagarto que se movió allí en la laguna?. Quien creyera que ésta simple broma, acabaría juntando no sólo a toda la Escuela sino también a la gran mayoría de los trabajadores, que afanosamente buscaban el lagarto que sólo había existido en mi imaginación. Esa noche me dije a mi mismo: “si tienes la habilidad para con la mentira hacer creer a todo un pueblo de que en esa laguna había algo que no existía, entonces cuando seas grande tienes también que tener la habilidad para con la verdad hacer creer que la fantasía puede ser convertida en realidad”. No sabía que eso significaría para mi futuro. Estas experiencias me marcarían el rumbo para siempre. Acabaría dedicando mi vida a ser un “constructor de sueños”, auto convencido de que: “no hay sueño en el mundo, por más imposible que éste sea que no pueda llegar a ser trasformado en realidad; si es que le dedicamos voluntad, empeño y mucha pasión, en su realización”.
  • 9. 9 Un fin de semana nos embarcamos en la vagoneta Volkswagen de un tío de mi madre, con la intención de ir a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra para visitar a nuestros otros familiares. Sin embargo algo pasó en la mitad del camino. Según mi tío, la arena le quitó la dirección. Lo cierto es, que de repente todo se puso “pies para arriba” y cuando salí del vehículo lo vi con las llantas mirando al cielo; mientras mi madre, hermanos y parientes salían como podían de adentro de la vagoneta. Al caer la tarde de ese día vino el médico a nuestra casa, para ver a mi madre, que tenía un corte en uno de los brazos, producto del accidente. El médico me agarró la cabeza, según lo entendí, para ver si es que yo no tenía incrustados algunos pedazos de vidrio. ¡Ese accidente sería una premonición!. A las semanas siguientes nos tocó viajar nuevamente a Santa Cruz de la Sierra para el matrimonio de la hermana de mi madre. Mi padre murió justamente en la fiesta del matrimonio, de la cual él era el padrino. El derramé cerebral que le dio mientras se encontraba en el baño acabó con su vida y la celebración del matrimonio. Yo era el alzador del velo de la novia, y de repente en un determinado momento de la fiesta me sacaron a la fuerza y me obligaron a correr sin rumbo fijo por las calles desiertas de la ciudad. Al día siguiente me despertaron temprano y me vistieron la misma ropa con la cual me habían trajeado para el matrimonio y me llevaron al velorio. Al verlo allí a mi padre no sentí nada, pues no entendía lo que pasaba. Entonces una señora al verme sentado me dijo: "¿Cómo estás hijo? ¿Cómo andan tus padres?. A lo cual sólo atiné a indicar con el dedo, dejando claro que mi padre estaba allí tendido. La mujer no pudo aguantar la situación y lloró como si fuera una niña y entonces yo también comencé a llorar, y no he dejado de hacerlo hasta mis días actuales cada vez que alguna situación de agonía me agobia o cuando la extrema alegría me invade. Al caer la tarde de ese día volví a llorar nuevamente, después de regresar del cementerio a la casa de mis abuelos, cuando mi hermano menor preguntó: ¿Dónde está mi papá?.
  • 10. 10 Mis compañeros Nos trasladamos a vivir con mi madre y mis dos hermanos a la casa de mis abuelos en Santa Cruz de la Sierra. Para mí era una experiencia nueva. Una ciudad nueva. Una nueva escuela. Nuevos compañeros y compañeras, tantas caras diferentes. Mis abuelos nos trataban muy bien, aunque yo sabía que habíamos pasado a ser sin querer una carga para ellos, principalmente por nuestras travesuras. Una tarde le tumbé un diente a mi hermana. Nos pusimos a pelear y de repente le di un buen puñete en la boca y un diente saltó. Sin embargo decidimos que teníamos que quedar como buenos hermanos y guardar el secreto. Menos mal que era una muela y no se veía el hueco cuando ella sonreía. Otra tarde de esas, mi abuela acabó corriendo atrás de mí para darme con una escoba. Ella había comprado una escoba nueva y mi hermano menor en una de sus dañineas le prendió fuego a la escoba. Lo triste del caso es, que cuando yo vi a mi hermano haciendo eso le quité la escoba para intentar apagarla, justo en el momento en que apareció mi abuela. Así que quién acabó recibiendo los escobazos inmerecidamente fui yo. Hasta que entonces un día llegó el límite de las travesuras y fue justamente sin que haya habido una travesura: una noche cuando nos disponíamos a cenar me comedí para traer la vianda con el arroz desde la cocina. En camino al comedor, lamentablemente tropecé con una raíz que sobresalía del jardín y nuestra cena acabó regada en el suelo. Cuando mi madre vio eso, corrió atrás de mí y yo escapé hecho un loco, sin saber por qué razón corría, corrí despavorido, hasta que ella me alcanzó. Cerré los ojos esperando recibir la primera palmada, pero mi madre no me golpeó, me abrazó, me besó y ambos nos confundimos en un llanto muy estremecedor. Esa repentina confianza me permitió preguntarle a los días siguientes, mientras me cepillaba los dientes antes de ir a dormir: ¿Mamá cómo vine yo al mundo?. Me miró sorprendida y respondió: "Las mujeres nos tomamos una pastillita y de esa forma vienen los niños al mundo". Simplemente la miré pues ya había escuchado a mis primos mayores hablar sobre las historias del amor. De hecho yo comenzaba a notar en mí varios cambios físicos que no los conseguía explicar. Un día me hice la pregunta: ¿sabes tú lo que es el amor?. No tengo ni la menor idea, me respondí. Me hacía la pregunta porque me había sorprendido mirando con la boca casi abierta a una de mis compañeras de clase. Su nombre me traía el recuerdo de una canción de Leonardo Fabio, un cantautor argentino, que estaba muy de moda por ese entonces. ¡Me propuse entonces aprender la canción para cantársela!. Pasaron los días y llegué a la conclusión de que mi compañera definitivamente me ignoraba por completo, que era como si yo no existiera. Yo me había dado miles de formas para mostrarle que realmente ella era una persona muy importante para mí; sin embargo mis esfuerzos, tan evidentes a los ojos de mis otros compañeros de curso, habían sido totalmente vanos. Había llegado inclusive hasta cantar a capela en clases (por supuesto ante la risa burlona de mis compañeros) la canción que lleva su nombre, sin que con ello haya logrado conmoverla aunque sea por algunos escasos segundos. Al salir un día de la Escuela, uno de mis compañeros de curso me deshizo mi cubo de papel, que recién acababa de presentar como tarea de manualidades. Yo me había pasado un buen pedazo de la noche, ayudado por mi madre, preparando dicho cubo. Pues de repente ¡zas!, al salir me lo quitó y lo hizo un alfeñique. Y luego burlonamente me lo devolvió. Una tarde comenzaron a suceder cosas extrañas. Muchas madres llegaban urgidas a recoger a sus hijos al colegio en un horario que no era el horario habitual de salida. Mi madre hizo también lo mismo. A todas se las veía asustadas. Hablaban de un Golpe de Estado. Algo que yo no entendía que era lo que significaba. También hablaban de ráfagas de ametralladora, de bombas que habían explotado en la plaza principal y de gente muerta. Eso sí lo entendía y me daba mucho miedo. ¿Será que siempre tendremos que estar matándonos los unos a los otros? ¿Acaso Dios no hizo
  • 11. 11 éste mundo para que vivamos todos en paz?. A los pocos días de ello le pregunté a mi profesora de religión: ¿Por qué razón si es verdad que Dios nos quiere tanto, por qué entonces se le ocurrió la idea de crear los mosquitos?. Mi profesora sonrió y me dio una larga explicación... que no me convenció mucho. En algún lado de mi cabeza, mis dos compañeros: la de la canción y el del cubo, se habían quedado como sueños pendientes por realizar, porque cuarenta y tres años después un día recibí una llamada en mi celular de un número que no tenía registrado, y una voz de mujer que en principio no reconocí me dijo: ¿Buen día. Usted se recuerda de mí?. Me tembló la voz, no supe que decir. Era ella, mi compañera de primaria, a quien tantas veces le había cantado la canción de Leonardo Fabio. Me emocioné, pues sabía que nuevamente era un sueño más que se hacía realidad, aunque sólo haya sido por algunos segundos. A los tres meses de dicha llamada, por coincidencia recibí otra llamada, era mi otro compañero, el del cubo, quien me anunciaba que pronto vendría a visitarme, y un día así lo hizo. ¡Otro sueño más que se convertía en realidad!. Al verlo entrar por la puerta de mi casa, después de tantos años, lo abracé con mucha alegría. ¡Hay que soñar para vivir, porque los sueños sí se hacen realidad!.
  • 12. 12 La Mesita Mi habilidad con el canto pronto se hizo conocida en toda la Escuela, a tal punto que las religiosas cada vez que llegaba un acto cívico me ponían siempre a cantar la conocida canción “Virgen India” de Marito y Jorge Cafrune. Una navidad, una de mis tías (quien años después me compararía con Don Quijote de la Mancha) me regaló su tocadiscos, el cual al encenderlo dio unas cuantas vueltas y se paró. Tuve entonces que esforzarme y ahorrar del dinero de mis recreos para poder hacerlo arreglar. Mi madre me había regalado un disco de vinil con la canción Mozart 40. Y éste disco era justamente mi incentivo, porque yo quería a toda costa escuchar a Amadeus Mozart. Hasta que un día logré ahorrar la cantidad necesaria de dinero para hacer arreglar el tocadiscos y así me di la satisfacción de escuchar una y otra vez a Mozart. Entonces vino el segundo incentivo, un tío que tiene el hobby de hacer aviones de balsa, en escala reducida, incluso hasta con motor incluido, me dijo: “me he enterado que te gusta el canto, yo te presto uno de mis discos con la condición de que si te aprendes la canción el disco pasa a ser tuyo, pero además te enseño a hacer aviones de juguete”. La canción era "va cayendo una lagrima" de los Iracundos del Uruguay. A la semana siguiente estaba yo cantándole a mi tío la canción de los Iracundos y así obtuve no sólo mi segundo disco de vinil sino que él me enseñó a armar mi primer y único avión de juguete. Creo que esas serían las alas que posteriormente me impulsarían a levantar vuelo para gestar cuantos sueños fueran posibles con el propósito de transformarlos en realidad, razón de ser de éste libro. ¡De hecho, a los pocos meses se haría realidad el primero de mis sueños!. Mi abuelo trabajaba en ese entonces en la ciudad de Montero, en el Aserradero de su hermano. Se iba siempre los lunes de madrugada y regresaba los sábados al medio día. Todos los domingos era costumbre el sentarnos en el comedor, junto a él, mi abuela y la familia entera para compartir el almuerzo. Mi abuelo me enseñó con su ejemplo que “todos somos capaces de hacer cualquier cosa”. Cada vez que algo en la casa se estropeaba, sea por algún problema eléctrico, de plomería, cambiar tejas, arreglar el jardín, cortar algún árbol, el oficio que fuera; él mismo lo hacía y su ayudante era yo. “Pásame el desatornillador’”, me decía, y como si yo fuera un instrumentista me ponía a buscar en su caja de fierros viejos. Me imagino que mis travesuras de niño han sido parte de la herencia que él me legó, aunque nunca llegué sin embargo a los extremos de la aventura tal como él la vivió su vida. A sus dieciocho años casi lo excomulgaron. Se escapó una noche de su casa para darse unas copas y al día siguiente en medio de su borrachera acabó entrándose con la Banda de Músicos que le acompañaban a la Iglesia de San Roque hasta el altar, justo en el momento en que se iniciaba la primera misa matinal. Otras de sus travesuras: en los fines de semana iba a los potreros a recoger garrapatillas (ácaros), las cuales juntaba en un pequeño frasco, para luego al llegar la noche meterse sin ser invitado a cualquiera de las fiestas del entonces pequeño pueblo de Santa Cruz de la Sierra y comenzaba esparcir las garrapatillas mientras la gente bailaba. La fiesta acababa en una rasquiña generalizada de todos los danzarines. Estando mi abuelo ya casado, una noche llegó más tarde de lo acostumbrado de una de sus reuniones del Club Social donde se reunía con sus amigos a jugar naipes (Loba), y mi abuela molesta por la hora se negó a abrirle la puerta. Es así que él no tuvo otra opción que la de dormir en el corredor de la calle. Al día siguiente cuando mi bisabuela abrió temprano la puerta, al verlo le dijo: “¿Hijo que haces ahí?”. Entonces él le respondió: “Estoy esperándola a usted para ir a misa”. Un día me dijo: “uno se casa y hasta las feas le gustan”. Lo decía sin embargo en son de broma, porqué junto con mi abuela hicieron un matrimonio ideal, eran el uno para el otro, al extremo que tal como había sucedido con sus propios padres (mis bisabuelos), que habiendo muerto mi bisabuelo, dos días después moría también mi bisabuela sumida en una profunda tristeza. De igual forma, al año siguiente de él fallecer, mi abuela también se iba, diciéndonos: "...es que me está mandando llamar". En una de mis vacaciones escolares, mi
  • 13. 13 abuelo me invitó a acompañarlo a Montero al Aserradero. Allí pasé dos semanas en las cuales aprendí muchas cosas, entre ellas la canción de Marito y Jorge Cafrune, cuyo disco de vinil lo tenía mi tío abuelo. Canción que meses después pasaría a ser la sensación de los Actos Cívicos en mi Escuela. ¡Allí en esa vacación, comenzaría a hacerse realidad mi primer sueño!. Una noche al cenar, le dije a mi tío abuelo: “me gustaría tener una pequeña mesita con sus asientos parecida a la del cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanitos”. Al día siguiente mi tío abuelo me puso con uno de sus trabajadores a armar las tablas de la que llegaría posteriormente y por mucho tiempo a ser nuestra mesa de almuerzo, bajo la sombra de un frondoso árbol de mango, de una nueva familia que estaba por formarse. Y que al igual que la historia de Blanca Nieves y los siete enanitos, seriamos ocho personas. Meses después, mi madre, cuatro años después del fallecimiento de mi padre, conocería a quien la acompaña hasta hoy en sus días. Era costumbre mía y de mis hermanos, por lo menos una vez por semana, desmontar los cojines del viejo sofá de mis abuelos, ya que siempre encontrábamos algunas monedas que se les caían de los bolsillos a los visitantes. Un día llegó para visitar a mi madre un señor gordo, de lentes gruesos. Nunca se le cayó ninguna moneda. Tiempo después me daría cuenta del porqué: tenía al igual que nosotros sólo lo necesario para vivir. Las visitas a mi madre del señor de los lentes gruesos cada vez se hicieron más frecuentes, hasta que un día se casaron. Durante ésta etapa de mi vida, hay un lugar especial, que posteriormente me impulsaría hacía el conocimiento de la ciencia del agua, se llama "Patujú". Una propiedad agrícola-ganadera que perteneció a quien fuera hermano de mi abuela materna. La propiedad estaba ubicada entre la ciudad de Montero y el Puente Eisenhower que conduce a la ciudad de Portachuelo. En Patujú siempre pasé mis vacaciones escolares. Era un lugar mágico. Una vieja casona en forma rectangular. Al centro tenía la cancha para el secado de los granos, alrededor las habitaciones, los baños, los graneros, el motor de luz, la cocina, la alacena, el amplio comedor. Un patio posterior con una pequeña huerta, donde también estaban los gallineros, luego seguía la poza de los patos, y al otro lado la noria y el abrevadero donde el ganado vacuno tomaba el agua. Al frente de la casa quedaba el garaje de los camiones cañeros, y al fondo una inmensa huerta con una cantidad inimaginables de frutas tropicales y silvestres. De una de ellas me recuerdo en especial: el turere (Rhamnidium alaeocarpus) por el fuerte estreñimiento que me provocó la semilla, ya que la fruta no es para ser ingerida sino sólo para chupar. El camino que llevaba desde Patujú hasta Montero, aproximadamente unos siete kilómetros, lo cruzaban dos pequeñas quebradas de aguas cristalinas, que sólo corrían en época de lluvias. Sin embargo en una de mis vacaciones, luego de una fuerte lluvia el agua dejó de ser cristalina y comenzó a ser un agua rojiza con mucho sedimento. Los precarios puentes que permitían el tránsito hasta Montero fueron arrasados. A partir de esa fecha la situación comenzó cada vez a ser más grave, el agua comenzó a correr a escasos metros de la casa por "el mataburro" que impedía la salida del ganado vacuno. Años después se sabría que aguas arriba un agricultor, por hacer un canal para irrigar sus tierras, acabaría provocando el desvío casi total del río Piraí en dirección hacia la ciudad de Montero. Estoy convencido de que ver el cómo esa hermosa propiedad era consumida por las aguas y quedar lentamente sepultada bajo el sedimento, me llevaría posteriormente a decidirme realizar mis estudios profesionales en la ciencia del agua. Seis años después cuando regresé nuevamente a Patujú, no lo podía creer: ¡no existía absolutamente más nada, sólo se podía ver un pequeño pedazo del techo de la casa!.
  • 14. 14 El reloj La nueva familia: mi madre, mi nuevo padre y mis dos hermanos, nos trasladamos entonces a vivir a una casa alquilada en el barrio Petrolero Norte. Al frente, al otro lado de la plaza de dicho barrio, vivía un señor que comercializaba cervezas, casado con una joven muy bonita. Este señor, tiempos después se convertiría en el propietario de la más grande industria cervecera de Bolivia, incluso llegaría a incursionar en la política, hecho que acabaría cegando su vida a raíz de un accidente de avioneta, en uno de sus mítines políticos. Meses después de habernos trasladado al barrio, la joven esposa del cervecero se separó de él y nunca más volvimos a saber de ella. Un día mientras yo esperaba la llegada del elevador en el edificio donde vivían mis padres, llegó ella también para subir al elevador. La reconocí de inmediato. Aún mantenía su belleza, a pesar del pasar de los años. Quien creyera, treinta años después había vuelto a ser vecina nuevamente de mis padres. En la casa del Barrio Petrolero Norte no vivimos por mucho tiempo, dado los frecuentes problemas que comenzaron a tener mis padres con los propietarios de la casa, quienes para sorpresa nuestra acabaron viviendo en la parte de atrás y de repente las facturas de agua, luz y teléfono pasaron a ser extremadamente elevadas. Finalmente mis padres acabarían comprando una casa en el barrio de La Máquina Vieja con los recursos económicos que mis tíos, por parte de mi fallecido padre, le habían entregado a mi madre como herencia. Esa casa tenía un frondoso árbol de mango que nos brindaba una sombra agradable. Una nueva hermana había nacido, la primera del segundo matrimonio. Llegaríamos a ser seis hermanos, tres del primer matrimonio y tres del segundo. Mi nueva hermana marcaría un momento muy especial en mi vida. Una tarde, siendo ella niña, antes de que llegara la Noche Buena, mientras yo clavaba un adorno en la puerta, escapé el martillo de mis manos y éste fue a caer directamente en su cabeza. Menudo chichón fue el que le hice. Entonces con un gran sentimiento de culpa y como tratando de enmendar el accidente, envolví mi alcancía en un papel de regalos. Contenía todos mis ahorros realizados durante el año y se la entregué a ella para que se la dé a mis padres: “como regalo de navidad”. Tan pesada estaba la alcancía, que mientras ella la llevaba se le escapó de las manos y todas las monedas quedaron esparcidas en la sala de estar. El trabajo de bibliotecario de mi nuevo padre no le daba para mucho y peor aún con cuatro hijos. Percibí una profunda emoción en los ojos de mi madre al recibir las monedas de mi alcancía. ¡Esa navidad fue muy especial para mí!. Veinticinco años después, esa misma emoción la percibiría nuevamente en los ojos de mi hija Laura, el día en que sugerí a mis hermanos festejar la Navidad con un día de anticipación para poder intercambiar regalos entre los sobrinos. Había decidido vestirme de Papa Noel, y cuando aparecí luego de golpear la puerta, Laura que no esperaba esa sorpresa fue a esconderse debajo de su cama. Luego me abrazó fuertemente y percibí en su mirada llorosa la misma alegría que había sentido en mi madre cuando le entregué mi alcancía. Desde esa navidad Laura comenzó también a ahorrar en una alcancía, la cual rompíamos juntos al siguiente año. Todos sus ahorros yo se los cambiaba en billetes y nos íbamos a alguna tienda de juguetes para que ella comprara, producto de su esfuerzo, lo que le fuera necesario. Así pudo comprarse: un caballito de goma, una pequeña piscina de plástico y luego una bicicleta rosada (que me llevaría a vivir meses después uno de los momentos más dramáticos de mi vida: cuando Laura casi es raptada, mientras jugaba con su bicicleta a plena luz del día, en la Plaza del Cementerio en Santa Cruz de la Sierra). Un día me recordé de las tablas de la pequeña mesa que aún se encontraban en la casa de mis abuelos y le pedí a mi nuevo padre que me ayudara a armarla. Juntos armamos la pequeña mesita con los siete bancos y efectivamente vi así transformado mi sueño en realidad. Quedó -así yo lo creía- parecida a la del cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanitos. Mis padres decidieron
  • 15. 15 entonces que esa sería nuestra mesa para los almuerzos. Y allí bajo la sombra del frondoso árbol de mango, nuestros almuerzos diarios pasaron a ser cada día como un cuento de niños. Quien lo creyera, por iniciativa de Laura, cuando ella tenía seis años de edad, ese cuento de niños se transformaría en realidad. Se llama ¿Y mi cuento?. Es un libro de cuentos interactivos que tiene treinta y cuatro cuentos infantiles. Por ese entonces mi nuevo padre aún no había acabado sus estudios universitarios de veterinaria. De hecho los concluiría justamente el año en que yo iniciaba mis estudios universitarios en Brasilia, Brasil. Nunca olvidaré la carta de felicitación que le envié en ocasión de su graduación universitaria, porque al mismo tiempo era también una carta donde le pedía perdón por haber hecho de nuestra relación algo muy difícil desde el momento en que él se casó con mi madre. Yo me había transformado en un rebelde sin causa. Mi primer año de secundaria lo pasé gracias a que un nuevo dictador decidió que todos los estudiantes aprobaríamos el año escolar por Decreto Supremo. Si no hubiera sido así yo hubiera reprobado el año escolar. Sin embargo, algo estaba por ocurrir en mi vida que me dejaría una lección para siempre. Mi nuevo padre me había regalado en ocasión de mi cumpleaños un reloj de pulsera; pero al ver mis notas y dado que yo estaba por reprobar el curso, me dijo: “devuélveme el reloj. Lo tendrás de vuelta cuando mejores tus notas”. El nuevo año escolar comenzó y por alguna razón que desconocía, mis compañeros decidieron elegirme Presidente del Curso, hecho que luego se repetiría en todos y cada uno de los cursos de la secundaria, a pesar de pasar por tres colegios diferentes durante ese tiempo. Algo motivaba a mis compañeros a elegirme el Presidente del Curso. Asumo que el sueño de volver a tener mi reloj de vuelta fue la razón que me hizo cambiar de actitud, y mis compañeros la percibían, pues siempre me transformaban en el líder estudiantil. Definitivamente la vivencia del reloj me impulsaría hasta el presente en todo aquello que emprendo. ¡Lo agradezco infinitamente a mi nuevo padre!. El hecho es que un día llegó un desfile cívico y se me acercó la Directora del Colegio Bautista Boliviano Brasileño (cuyo predio quedaba donde está actualmente la Corte Departamental de Justicia de Santa Cruz) y me dijo: “tienes que ir corriendo al mercado a comprarte una cinta de nuestra bandera”. Yo tenía el dinero de mi recreo, entonces corrí al mercado, y por el pequeño monto que disponía sólo logré comprar medio metro de cinta de nuestra bandera. Cuando llegué con la cinta, le dije a la Directora: “aquí está”. Entonces sucedió algo que yo no esperaba, ella me puso la cinta y me dijo: “te tienes que ubicar aquí entre los primeros alumnos”. De repente yo había pasado a ser uno de los abanderados del colegio y no lo sabía. Ese mismo día, después del desfile, recibí de regreso con mucha alegría mi reloj de cumpleaños que había sido confiscado por mi padre por mis malas notas. A partir de ese día pasaría a ser el primer alumno en todos los cursos de la secundaria que aún me faltaban por cursar. Era como si de repente yo haya comenzado a entender el concepto del carisma bajo una nueva perspectiva. Al año siguiente nos trasladamos de casa, por la zona del Barrio La Ramada, para acompañar a mi abuelo (el padre de mi nuevo padre) quien atravesaba por varios problemas. Es así que el Colegio Cristo Rey que recién abría sus puertas, cercano a nuestra nueva vivienda pasó a ser mi nuevo centro de enseñanza. Al año siguiente y dado que por ese entonces el Cristo Rey no disponía de la infraestructura necesaria y funcionaba sólo hasta cierto grado; nuevamente volví a tener que cambiarme a otro colegio: al Colegio Berea. La Directora era una americana tan estricta a tal punto que dividía el predio en dos: la mitad era para las mujeres y la otra mitad para los hombres, en las salas de aula era igual así. Debo reconocer que cruzar esa línea imaginaria o “Muro de Berlín” era toda una aventura para mí. Me hacía el desentendido y me pasaba al otro lado a jugar volibol a la
  • 16. 16 cancha de mujeres. Obviamente yo tenía una razón para cruzar ese imaginario “Muro de Berlín”: ¡un amor platónico!. Uno de los muchos que a lo largo de mi vida comprimieron mi corazón y que calladamente en silencio soportaría por causa de mi timidez. Esa línea imaginaria, ese “Muro de Berlín” me llevaría catorce años después a visitar con mi Profesor de la Universidad Militar de Múnich, el lugar donde así lo entendí era por donde él y uno de mis amigos habían conseguido escapar hacía Berlín Occidental. De hecho, mientras yo jugaba en esa cancha de volibol del Colegio Berea, cruzando ese muro imaginario, no lo sabía aún, sin embargo años después me tocaría vivir todo el proceso de unión de las Alemania. En esa cancha de volibol sufrí un día una mala caída, la cual me provocaría con el pasar de los años la atrofia del músculo que permite mover el dedo gordo de mi mano izquierda, justo la mano con la cual se toca el violín. Treinta y cinco años después tendría que proponerme superar esa deficiencia para convertir en realidad mi sueño de “El violín”. A mi nuevo padre se le ocurrió entonces cambiarme de Colegio porque quería que haga los dos últimos años del bachillerato en el mismo colegio donde él había salido bachiller: el Colegio La Salle. Esa decisión lo llevaría a tener una fuerte discusión con la Directora del Berea, quien se opuso tenazmente a que me cambie de Colegio. Es que yo había logrado, sin que fuera mi propósito un liderazgo entre los estudiantes, no sólo por mis notas sino por mi actitud, al extremo que cada acto cívico era esperado por todo el Colegio. Con mis compañeros habíamos creado una especie de Compañía Teatral Estudiantil. Unos cuantos nos encargábamos de escribir las obras teatrales alusivas a los actos cívicos y luego entre los diferentes estudiantes escogíamos a los posibles actores. Cada presentación era un tremendo éxito. No olvido sin embargo el final de dicho año, cuando se me ocurrió la idea de hacer una pieza teatral en la cual criticábamos a los profesores de: Ciencias Sociales, Física y el de Química. Al profesor de química no le cayó muy en gracia la crítica y en el penúltimo de los exámenes nos puso una prueba tan difícil que acabaría reprobando a casi todo el curso. Yo fui uno de los pocos que pude pasar ese examen. En el Colegio La Salle, mis dos últimos años de secundaria, nuevamente me volvieron a elegir entre los dirigentes de curso y también uno de los responsables para preparar las diferentes actividades del bachillerato. Es así que pasé a ser el organizador de las fiestas de confraternización, cada fin de mes, entre la promoción del Colegio La Salle y el Colegio Santa Ana (que en ese entonces era exclusivamente para mujeres). Nos reuníamos ambas promociones en la casa de alguno de nosotros, contratábamos un “Musicón” y bailábamos y nos divertíamos sanamente. Ese año tuve la oportunidad de conocer a una persona excepcional (en su memoria el Paraninfo Universitario de la Universidad Gabriel René Moreno de Santa Cruz de la Sierra lleva su nombre), cuando una noche lo visitamos en su casa para proponerle la idea de hacer una obra de teatro entre ambos colegios. Fue así que bajo su dirección pusimos en escena la obra de teatro “Los Intereses Creados” del Premio Nobel Jacinto Benavente. Treinta años después, todas estas experiencias teatrales estudiantiles me llevarían a gestar la mayor puesta en escena de una obra teatral que hasta la fecha se haya realizado en la chiquitania boliviana: “El Cielo en la Tierra”. En los Intereses Creados de Benavente actué en el rol de Arlequín, el poeta enamorado de la Colombina. Por demás está decir, que en la vida real acabé enamorado de la joven que hizo el papel de la Colombina. Veintidós años después la volvería a ver en un acto oficial durante una cena, ella ya estaba casada. Al volvernos a ver, ambos bajamos la mirada. Nos sobraban razones a ambos para bajar las miradas, ya que como jóvenes, ni mi actitud ni la suya habían sido las correctas: el día de la Fiesta de Bachillerato me había dejado plantado y tuve que asistir solo al baile. No tuve con quien bailar. El hecho es que ella sí asistió a la fiesta acompañada y obviamente pasé a ser el hazme reír de la noche. A los pocos días yo le retribuía el desplante con una carta no muy diplomática. Veinte años después, cuando yo ya había regresado de hacer mi especialización
  • 17. 17 en Alemania y justamente volvía a vivir otra desazón amorosa, aprendería una de las más grandes lecciones sobre el amor: “nunca se debe tomar decisiones cuando el corazón y la razón no hablan el mismo idioma”. De hecho, por más herido que haya estado mi corazón por la Colombina aún me tenía que haber quedado espacio para la razón. Esa noche, durante esa cena, en que la vi por última vez, no pude sin embargo expresarle mis disculpas por mis desatinadas palabras de esa carta. Los viernes de cada semana y dado que siempre salíamos del Colegio La Salle media hora antes que las estudiantes del Colegio Santa Ana, teníamos la costumbre de ir a esperar la salida de ellas en el portón del colegio. Le llamábamos el “pirañee del viernes”. De hecho parecíamos pirañas a la espera de que el timbre anuncie la salida de las jóvenes estudiantes. Recuerdo que un viernes, tal vez rememorando las aventuras de mi abuelo, fui uno de los propulsores “para que no asistamos a las dos últimas horas de clases (química y matemáticas) y que nos fuéramos todos en fila india desde La Salle hasta el Santa Ana”. Y así lo hicimos. Este hecho significó que nos quiten el diez por ciento de la nota en las dos materias, el que llamen a cada uno de nuestros padres a hablar con el Director y nos pongan la peor nota en conducta, y que se anulen todos los premios y honores a ser entregados a los mejores alumnos de la Promoción, entre ellos yo. Me quedé sin mis medallas y diplomas y lo más irónico fue que sería justo el compañero, a quien nunca le había ido bien en los estudios, quien “acabaría recibiendo” todas las medallas de honor y excelencia. Sucedió que el día de la graduación se le cayó la caja de medallas al Hermano Lasallista, quien apurado las llevaba para hacer las distinciones que siempre se hacían a algunos alumnos, profesores y padres de familia; y obviamente fue nuestro compañero, el de las malas notas, él que se predispuso a ayudar al Hermano a recogerlas. Grande fue nuestra sorpresa al verlo luego desfilar: parecía un General con el pecho lleno de medallas.
  • 18. 18 La Universidad Un nuevo Golpe de Estado, de los muchos que ha tenido la azarosa vida política de Bolivia, había instaurado un régimen de terror en el País. El Ministro del Interior públicamente había expresado que “todos los bolivianos teníamos que andar con el testamento bajo el brazo”. De hecho teníamos que estar en nuestras casas a la media noche. Una noche le pedí prestada su vagoneta Volkswagen Brasilia a mi padre para pasear con mis amigos. Faltando cinco minutos para que diera la media noche mientras yo dirigía en dirección a casa, escuché el sonido de un balazo y al instante el vidrio del vehículo quedó astillado en la esquina superior izquierda. Paré el vehículo y temblando de miedo descendí alzando los brazos. Sin embargo para mi sorpresa, no había absolutamente nadie en la calle. Había pisado una fruta, la cual estalló haciendo el ruido que yo creí haber escuchado y la pulpa era la que se había estrellado contra el vidrio, dejándolo como si estuviera quebrado. Sin embargo el vidrio estaba totalmente intacto. Lo limpié y corrí aprisa a casa. Veintitrés años después volvería a sentir el mismo temor, cuando mi vehículo en una de las curvas, entre las ciudades de Concepción y San Xavier, se salió de la carretera por causa de la lluvia y a pesar de que frené y frené el vehículo nunca paró por estar en un pastizal mojado. Quedé entonces horrorizado al ver en mi frente una inmensa roca mientras el vehículo se resbalaba directamente hacia ella. En ese mismo instante me encomendé a Dios, levante los pies del freno y alcé las manos del volante... y de repente el vehículo se detuvo a escasos milímetros de estrellarse contra la roca. Definitivamente la mano de Dios lo jaló desde atrás ya que no tengo ninguna explicación física que me permita hasta la fecha entender por qué el vehículo se detuvo. Guardé el vehículo de mi padre en el garaje y me fui a dormir agradeciendo a Dios por no haberme sucedido nada. Esa noche hice a Dios una promesa que definiría mi carácter para siempre: “Yo te prometo hacer votos de pobreza. Ayúdame a salir profesional y ayudaré a muchos”. Ese sueño se cumpliría con creces. A las pocas semanas me embarcaba en un avión con rumbo a San Pablo, Brasil, para luego dirigirme hacia la ciudad de Londrina, lugar desde donde iniciaría mí aventura universitaria. Llevaba en mis manos una carta de recomendación de quien había sido electo Rector de la Universidad Gabriel René Moreno, depuesto por el régimen militar (tiempo después le devolverían el cargo al caer la dictadura). La carta personal estaba dirigida al Rector de la Universidad de Arapongas, una ciudad cercana a Londrina, solicitando la colaboración para que yo pudiera hacer el examen de ingreso a la Universidad. El examen duró tres días y luego emprendí viaje hacia la ciudad de Brasilia, donde aún vive un hermano de mi madre, quien por ese entonces se había casado con una joven de Ceará, ambos arquitectos formados en la Universidad de Brasilia (UnB). A los pocos días supe que no había aprobado el examen de ingreso a la Universidad de Arapongas. De hecho el examen de portugués lo había escrito íntegramente en español. Ni una sola palabra en portugués, porque no lo sabía. El relato que plasmé en ese examen de portugués, en español, tengo seguridad sin embargo que dejó con la boca abierta a quien lo revisó, pues le puse tanta pasión que posiblemente acabó siendo el primer relato de cuentos que escribí en mi vida, fueron muchas hojas. Y era eso lo que traté de transmitir en ese examen: "Por favor, tomen en cuenta que no sé portugués, pero fíjense que soy capaz hasta de hacer una pequeña novela en pocas horas, por ello simplemente permítanme la oportunidad, con seguridad que el portugués ya tendré tiempo para aprenderlo". Estando ya en Brasilia, en casa de mis tíos, estos me sugirieron ir a la Embajada de Bolivia, quien sabe a lo mejor podría allí encontrar la ayuda que necesitaba para poder estudiar. No hay duda que Dios nuevamente ponía las piezas en el lugar y en el momento exacto. A los pocos días se daba el cambio de Embajador y de Agregados en la Embajada, entre ellos fungiría como Embajador quien fuera el fundador de YPFB en Bolivia, con la tarea de negociar las condiciones para llevar adelante el proyecto del gasoducto Santa Cruz-San Pablo, que años después se construiría. También fungiría como Ministro Consejero un diplomático de carrera.
  • 19. 19 Entonces sucedió que el hermano de dicho diplomático, que era el médico cardiólogo de mi madre, intercedió ante él a solicitud de mis padres para que él al presentar sus credenciales diplomáticas ante las autoridades brasileñas me pusiera entre sus dependientes, como si yo fuera su hijo, dado que por coincidencia ambos tenemos el mismo apellido. Fue de esa forma el cómo “pasé a ser diplomático” y de esa manera el cómo la República Federativa del Brasil me otorgó “la vaga” de ingreso a una de las diez mejores universidades del Brasil: la Universidad de Brasilia. De hecho me las pasé indocumentado durante dos años pues el Ministro Consejero mientras no comprobó que yo había ido realmente a estudiar no me entregó “la carterinha diplomática”, documento que obviamente me otorgaba demasiados derechos. Diecisiete años después, un día mientras yo subía las escaleras del Ministerio de Desarrollo Sostenible en La Paz lo topé nuevamente al diplomático. Tuve que presentarme dado que de entrada no me reconoció pues yo ya no tenía la “barba de revolucionario” que siempre había tenido. Le dije: “Gracias a su ayuda soy profesional”. Me respondió: “Fue tu esfuerzo no el mío. Sigue adelante”. Un fuerte abrazo selló ese momento que obviamente fue un regalo de Dios. La Universidad de Brasilia tenía entonces como Rector a un Doctor en Física, un militar que manejaba la Universidad con mano dura. A pesar de ello, eran sin embargo tiempos de cambios políticos, no sólo en Brasil sino en toda Latinoamérica. Las dictaduras comenzaban a caerse una atrás de la otra. Regresaba la democracia. Un día me pidieron ser parte del Centro Académico de mi Facultad justamente en la cartera de cultura. Yo sabía a lo que me exponía siendo extranjero. Sin embargo había una razón muy poderosa que me impulsaba a aceptar: en el Centro Académico había una máquina de escribir. Es que además de un apego hacia las matemáticas también lo tenía hacia la literatura. Así comencé a escribir mis primeros libros y escritos. Aún guardo de aquellos tiempos cuatro libros en original. Mi paso por la cartera de cultura en el Centro Académico generaría un movimiento inusual en la Facultad. Promoví campeonatos de fulbito entre las promociones, almuerzos de confraternización entre profesores y alumnos de toda la facultad, y otra serie de actividades. Quien más se destacó en apoyarme con estas actividades fue un amigo con quien hasta el día de hoy mantengo correspondencia y que la vida quiso que ambos tengamos la misma suerte: ser papá y mamá. Mis compañeros de Facultad me apodaron con cariño “General Gutiérrez”. El General Gutiérrez era uno de los personajes de un comediante brasileño que satirizaba a un ex-militar argentino, supuesto refugiado de incognito en Brasil, a quien siempre se le escapaba el autoritarismo, el portuñol, y él mismo acababa delatándose. La ironía es que yo en contradicción al personaje del “General Gutiérrez” acabaría involucrándome en muchas actividades que se dieron por ese entonces en la Universidad en pro del retorno de la democracia en Brasil. Y así, a pesar de ser extranjero, pasé a ser uno más de los defensores del sueño democrático brasileño. Participé en la Universidad de muchas reuniones, manifestaciones y paros. Y me tocó vivir justamente la primera elección democrática de la Universidad de Brasilia que dio como resultado la elección como Rector del educador Cristovam Buarque, quien después se destacaría como Gobernador del Distrito Federal, Ministro de Educación y posterior candidato a la Presidencia de Brasil. También me tocó vivir la transición del final de la dictadura de João Batista Figueiredo y la ascensión de Tancredo Neves. Fui uno de aquellos que con el alma totalmente estremecida y acongojada, en el Planalto de los Ministerios de Brasilia, estuvo entre la multitud el día que prestó juramento en el Congreso Nacional el Vice-Presidente José Sarney, dado que la noche anterior lo habían tenido que internar gravemente enfermo al electo Presidente Tancredo Neves, quien nunca pudo llegar a asumir el cargo ya que murió a los pocos días. Yo acabaría transformándome en un ratón de biblioteca. Llegaba a la Universidad todos los días a las 07:45. Mis clases en la Facultad de Ingeniería Civil eran de 08:00 hasta las 12:00 horas. Luego
  • 20. 20 me dirigía al Comedor Universitario. Hasta las 13:00 ya había almorzado y luego me dedicaba todos los días durante una hora a la lectura de la literatura universal. Así me deleité durante todos esos años con la diversidad del pensamiento de: Sartre, Lenin, Gorki, Nietzsche, Engels, Schopenhauer, Rousseau, Rostan, Shakespeare, Poe, Camus, Schiller, Aristóteles, Platón, Goethe, Voltaire, Orwell, y muchos otros. De hecho cada vez que venía a Bolivia de vacaciones a visitar a mis padres mi maleta rebalsaba de libros. En una de esas ocasiones, unos militares me pidieron revisar la maleta y que tontería la mía sabiendo que eran tiempos difíciles. La abrieron y el primer libro que apareció a la vista fue El Libro Rojo de Mao Tse Tung. Tuve que aguantar un interrogatorio de casi una hora pues ni siquiera mi apariencia me ayudaba: estudiante de barba, abarcas y con una maleta llena de libros; eran señales que no cuadraban con la dictadura. Este hecho siempre me trae a la memoria la caricatura de un escritor brasileño en la cual mostraba a un ciudadano con un puñal atravesado en la cabeza, mientras éste se dirigía a un dictador: "En realidad me duele sólo cuando pienso". En el horario de las 14:00 a las 18:00 horas nuevamente volvía a clases. Luego cenaba en el Comedor Universitario y a las 19:00 ingresaba a la Biblioteca de la Universidad hasta la media noche. A esa hora aún podía coger el último Bus, el de las 00:30 y llegaba a casa de mis tíos a la 01:00 de la mañana. Los fines de semana no habían clases; sin embargo a las 08:00 ya estaba nuevamente en la Biblioteca hasta las 18:00 horas. Mi vida estaba dedicada sólo a los libros y cuando había algo especial en el Teatro Nacional, me ponía mi traje, el único par de zapatos que tenía y me iba a disfrutar de la música clásica o de alguna ópera. ¿Es que acaso nunca me enamoré de alguna hermosa brasileña?. ¡Claro que sí!. La amistad de tres jóvenes y hermosas mujeres marcaron mi existencia durante mi vida universitaria en Brasilia. Y si bien me enamoré, nunca se los hice saber. ¡Sin embargo toda mujer sabe cuándo un hombre está profundamente enamorado!. La primera joven fue una estudiante de sociología, quien pasaba por un momento difícil: ella acababa de concluir la relación con su novio luego de varios años de noviazgo, y para sorpresa de ella y de toda su familia a las pocas semanas de haberse dado la ruptura, su hermana y el ex-novio se casaban. Entiendo que nuestra amistad le sirvió como terapia. Compartimos muchos almuerzos juntos en el Comedor Universitario. Íbamos al Teatro Nacional a escuchar la Orquesta Sinfónica Nacional y variadas veces me invitó a almorzar a casa de sus padres. Allí pasé varios domingos. Ella se sentaba a tocar su piano, mientras yo la escuchaba extasiado tocar sólo para mí las Gymnopedies de Eric Satie. Luego compartíamos charlas interminables que hacían que las horas del día se fueran rápidamente. Dieciséis años después, yo acababa de dar una conferencia sobre competitividad en la Cámara de Industrias y Comercio de Santa Cruz y alguien se me acercó para saludarme. Era ella. Se encontraba en Bolivia cumpliendo funciones diplomáticas. Me hizo saber que ya estaba casada y que tenía dos niños. Volver a verla fue sin duda un gran regalo de Dios y con seguridad que fue la forma de ella decirme: “gracias por haberme escuchado cuando necesité de alguien que me escuche”. Años después, cuando se me había hecho realidad otro de mis sueños: El violín, en recuerdo de ella toco algunas veces el 1er. Gymnopedie de Eric Satie. Y lo hago con los ojos cerrados así tengo la sensación de estar a su lado interpretando la misma canción que ella tocaba para mí en el piano. La segunda joven fue una compañera de la Facultad de Ingeniería, que me llevaba con unos quince centímetros de estatura. Fuimos muy buenos amigos. Ella era una persona extraordinaria, multifacética. Estudiaba dos carreras al mismo tiempo: matemáticas e ingeniería civil; y se daba tiempo para estudiar piano y participar de un equipo de volibol, etc. Un día le entregué un libro que yo había escrito inspirado en ella y que se lo había dedicado, una obra de teatro: “La comedia
  • 21. 21 del amor”. Tres meses después, antes de yo concluir mis estudios universitarios, se me acercó y me dijo: “Que pena que usted no haya sido un poco más alto”. ¿Por qué? le pregunté intrigado. Y su respuesta me dejó sin habla: “Porque me hubiera encantado ser su enamorada”. Ella hablaba muy en serio, no era ningún acto de comedia. No supe que decir. Era la primera vez en mi vida que una mujer me declaraba su cariño así tan abiertamente. Con una sonrisa dibujada en los labios y notoriamente con la piel erizada me dio un beso en la mejilla y se despidió. ¡Fue su forma de decirme gracias!. El día en que yo regresaba a Bolivia estuvo junto a un grupo de amigos en la Terminal de Ómnibus de Brasilia para despedirse de mí. Sería la última vez que la volvería a ver. Al año siguiente recibí una llamada telefónica que me daba a conocer una triste noticia: había fallecido en un grave accidente automovilístico. Tenía escasamente veintitrés años. El día que recibí esa noticia fue uno de los días más tristes de mi vida. “LA COMEDIA DEL AMOR” Personajes Corlina Costra: Hija de Don Fenelón, damisela de sociedad Sonolin Perez: Capataz de Don Fenelón. Arnaldo Rodriguez: Forastero. Don Fenelón Costra: Terrateniente. Viudo. Padre de Corlina y enemigo político de Don Joaquin Caleto. Sabina Caleto: Amiga íntima de Corlina. Hija de Joaquin y Artigide Caleto. Don Joaquín Caleto: Terrateniente influyente. Padre de Sabina. Esposo de Artígide. Doña Artigides Caleto: Esposa de Don Joaquín. Madre de Sabina. Gustavo Reinoso: Enamorado de Sabina. Don Próspero: Dueño de la Pulpería. ACTO PRIMERO Una Pulpería de un poblado. Al fondo una alacena. Al lado dos mesas con sus respectivas sillas. Y dos puertas una a cada lado. Se levanta telón y Don Próspero acomoda la alacena. Ingresa Doña Artígide. Doña Artígide: Buenos días Don Próspero. ¿Consiguió las frambuesas que le encomendé? Don Próspero: Todavía no señora. El camión de carga aún no llega. Parece que ha tenido algún inconveniente. Doña Artígide (agarrándose la cabeza): Ay mi Dios!. Ojalá llegue a tiempo, ya que esas frambuesas serán el toque de gracia de la torta, el día de la fiesta. Don Próspero: No se preocupe, Sus frambuesas llegarán a tiempo. Y dígame Doña Artígide, ¿cómo anda la organización de su fiesta?, que ya es noticia en todo el pueblo. Doña Artígide: ¿Cómo pues puede andar?. Muy bien. ¿Dónde se ha visto que una fiesta organizada por los Caleto salga mal?... Años después presté una copia de ésta obra de teatro a la directora de una Unidad Educativa en San Ignacio de Velasco y un día ella me llamó para informarme que había solicitado al Alcalde la utilización de la Sala de Teatro del Municipio, justamente para poner en escena: la Comedia del Amor. Fue realmente una gran alegría, presenciar mi propia obra, puesta en escena por un grupo de jóvenes entusiastas. La tercera joven, una hermosa rubia alta, entonces secretaria del Seguro Universitario de la Universidad que después se diplomaría en contabilidad, fue con quien compartí más tiempo de amistad. Siempre le decía que: “ella era la esencia de la simplicidad complicada”. Mi sala de estudios quedaba en el mismo edificio del Seguro, por ello todos los días me esperaba para que almorzáramos juntos en el Comedor Universitario. El día de la fiesta de graduación de la universidad fue mi pareja de baile. Ella me inspiró aun siendo estudiante universitario un Cuento que titulé “La última noche”. Un día recibí una solicitud de amistad en una Red Social, ¡era ella, mi amiga la rubia alta de mis tiempos universitarios!. Mi respuesta fue la cantidad de días, minutos y segundos desde la última vez en que yo la había visto. Cosas de Ingeniero, me respondió. Tengo
  • 22. 22 seguridad que algún día, antes de partir, nos volveremos a ver. “LA ULTIMA NOCHE” ¿Quién nos dirá si por caso estuvimos allí jugado al amor? … pienso así Manuel… ¿Manuel. Me escuchas?. No te duermas por favor sin antes permitirme que ahogue mi pena contándote con mis palabras llorosas la historia de aquella noche. Sin embargo Manuel no lo escuchaba. Ya estaba cansado de escuchar siempre la misma historia todas las noches… y esa sería la última!. Romualdo Buendía, conocido como el madrugador, había ingresado en el Manicomio Municipal un lluvioso martes trece. Constaba en su ficha de internación una hoja de vida impresionante, fiel reflejo de los muchos cursos, libros y una serie de poemas sin publicar. Manuel Pérez de Oviedo, el compañero de cuarto de Romualdo, dicen, nadie me lo confirmó, ni siquiera el propio Director del Manicomio, era un viejo comerciante que trastornado por el dinero y el alcohol acabaría sus días de lucidez luego de que una extraña carta venida de muy lejos le diera a conocer la muerte de una vieja meretriz, que con el pasar de los años había pasado a ser su concejera. Y fue así, el cómo sin querer, me encontré de repente con una de las más sensibles historias que me hayan tocado vivir, justamente en aquel lugar al cual se lleva a los que han perdido el juicio, en aquella pequeña ciudad donde la necesidad de amor y felicidad vuelve locos incluso a los cuerdos. Según me pudo contar posteriormente Manuel, Romualdo Buendía siempre fue un hombre tranquilo que la mayoría del tiempo que estuvo en ese hospicio de menesterosos de la vida siempre se las pasaba mirando al cielo, imaginando quien sabe que fantasías o tal vez viajando en el pasado del cual nunca logró desprenderse. Me dijo Manuel: nunca percibí en él algún mal visible, a no ser su obsesión. Era un joven que sabía mucho, parece que había pasado un largo tiempo de su vida estudiando. Cuando él llegó aquí para compartir éste mísero cuarto conmigo, lo recuerdo bien como si fuera hoy, se quedó un largo tiempo mirándome y luego me dijo: “tal vez mañana logre olvidar”. Nunca le presté mucha atención, ni me interesó conversar con él, sin embargo a medida que los días fueron pasando la propia convivencia nos obligó a comunicarnos, y fue ahí donde realmente lo detesté con toda mi alma. Romualdo Buendía, hijo de familia de estirpe, había nacido en una cuna demasiado perfumada por la regalías que su padre había obtenido como gobernador de la provincia. Siendo joven nada le atraía a no ser los libros. Sus padres se habían preguntado incluso varias veces ¿si habían traído al mundo a un genio o a un farsante?... Mis gastos por lo tanto se limitaban simplemente a la alimentación, a los libros y a los conciertos de música clásica. Mis padres me habían entregado una cantidad de dinero que deposité en la cuenta de un Banco, de donde realizaba retiros mensuales. El dinero me alcanzó exactamente hasta el último mes de mi estadía en Brasil. Lo que yo no sabía es que ese dinero había sido un crédito educativo que mis padres habían tomado a mi nombre en una institución de Santa Cruz de la Sierra que se dedica a apoyar a los estudiantes de pocos recursos. Una vez siendo ya profesional me enteré de la deuda, la cual acabé saldándola en su totalidad. De hecho no sólo la mía sino también la de mi hermana. Mi hermana se casó con un brasileño descendiente de polacos y ambos llegaron a ser profesores universitarios en la ciudad de Florianópolis. La deuda educativa me llevaría a vivir dos experiencias muy emotivas. La primera ocurrió quince años después de graduarme de la Universidad cuando un día lo encontré en la calle al presidente vitalicio de la Institución del Crédito Educativo (quien por coincidencia resulto ser el padre de quien fuera un compañero de colegio y también de cuarto durante el primer año de mi estadía en Brasil, y posteriormente años después, sin saberlo, incluso hasta la esposa de mi compañero llegaría a ser mi colaboradora en proyectos de desarrollo empresarial, antes de que ella decidiera dedicarse a la política, llegando a ser diputada). Lo vi al presidente de la Institución y me acerqué a él para agradecerle por su iniciativa, ya que gracias a ese préstamo habíamos logrado ser profesionales yo y mi hermana. La emoción de orgullo y satisfacción que sentí en él, valieron por todas las palabras que haya podido expresarme. La segunda experiencia, la viví cuando mi hermana en uno de sus cortos viajes a Bolivia me pidió hablar y me dijo: “Yo tengo una deuda contigo, quiero por favor que me digas en que forma puedo ir pagándola”. Entonces le respondí: “La única deuda que tienes conmigo es que me debes un fuerte abrazo”. Ella no aguantó, rompió en llantos y me dio uno de los más grandes abrazos que yo haya recibido. Por ese entonces yo ya le había pedido perdón a ella por nuestras diferencias religiosas que nos habían distanciado un buen tiempo. Posteriormente me
  • 23. 23 tocaría también apoyar en sus estudios, con lo que pude, a todos mis hermanos. Simplemente cumplía la promesa que le había hecho a Dios. Al respecto, un día, unos de mis colegas universitarios, que siempre se sentaba atrás de mí, quien por ese entonces era un radical simpatizante del Partido de los Trabajadores del Brasil, me dijo: “quisiera regalarte una camisa, ya que veo que las que llevas ya están muy remendadas”. Le agradecí el gesto y le expresé que con gusto recibiría su regalo. Ese hecho me sorprendió y me hizo darme cuenta que mi promesa de votos de pobreza la venía cumpliendo de una forma tan natural sin que lo haya notado. De hecho, durante los seis años que estuve en el Brasil estudiando nunca compré una sola mudada de ropa. Me limité a remendar las que tenía. Siempre calcé abarcas y tuve un solo par de zapatos, que eran los que utilizaba para ir al Teatro Nacional. El grupo de bolivianos que estudiamos en Brasilia, en diferentes universidades y que llegamos a ser una treintena, llegamos a ser casi como hijos adoptivos de quien fungía en ese entonces como Secretaria de la Embajada de Bolivia. Gracias a las gestiones y ayuda de ella muchos bolivianos conseguimos ingresar a diferentes universidades. Siempre nos reunía en su casa para confraternizar en ocasión de las fiestas patrias o cuando la selección boliviana jugaba algún partido de futbol. Fue sin duda un eslabón de unión entre todos nosotros: “estudiantes exilados de la dictadura”. Antes de que yo por motivos económicos tuviera que ir a vivir a la casa de mis tíos, los cuales de entrada me cobijaron; me tocó compartir vivienda con dos amigos que tienen el mismo nombre: Jorge. Ambos, que son hoy en día brillantes profesionales, me dieron muchas luces en mi andadura como estudiante universitario. Con uno de ellos me tocó vivir una experiencia única: por diferentes razones nos quedamos un día ambos sin dinero. Juntamos entonces nuestros pocos centavos, lo cual nos dio sólo para comprar un poco de pan y una pasta de hígado, nuestro almuerzo fue eso: pan y agua. Esta experiencia me enseñaría: que la única forma de entender la pobreza no es haciendo filosofía o grandes proyectos de lucha contra la pobreza, sino simplemente sintiéndola en el estómago. El estómago duele insoportablemente. Por ello, propongo al final de éste libro el cómo creo que la erradicación de la pobreza puede ser lograda, proviniendo del esfuerzo de todos y cada uno de los seres humanos que vivimos en la tierra. El último año de la Universidad fue muy atareado. Mi gusto por la ciencia del agua me inclinaría a realizar mi tesis de grado en dicha rama, tal vez como previendo el futuro: en el área de la simulación matemática, en la que años después me especializaría en la Universidad Militar de Múnich y en la que posteriormente llegaría a ser catedrático durante diez años en la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra. Al igual como me había ocurrido en la secundaria mis colegas universitarios de la UnB también me eligieron presidente del grupo de ingenieros civiles que se graduaban ese año en la Facultad. Y eso me llevaría a realizar una serie de gestiones, desde preparar el Acto de Graduación hasta la organización de la fiesta. Por ese entonces las graduaciones se daban por Facultad, ya que no eran un Acto de toda la Universidad como después al año siguiente pasarían a serlo. Me tocó por lo tanto estar en la testera de las autoridades y dar el discurso de ocasión. Las sillas de la testera eran tan altas que mis pies quedaron volando al aire y cuando me tocó dar las palabras a nombre de todos mis colegas salté de la silla y casi me caigo. El discurso que di en esa oportunidad fue un homenaje a la mujer, pues en medio del discurso, así yo lo había preparado, aparecieron tres ramos gigantes de rosas para nuestras tres colegas mujeres. Las lágrimas de emoción de todos quedaron para siempre en mi corazón. A los pocos días iniciaba mi retorno a Bolivia con el agradecimiento eterno hacia mi tío, su esposa e hijos, quienes me cobijaron y apoyaron durante todo el tiempo que duró mi formación universitaria.
  • 24. 24 El primer trabajo Al mes siguiente de haber regresado de Brasilia a Santa Cruz de la Sierra conseguí ocupar un cargo vacante en una institución pública, que se dedica al Encauzamiento de Aguas y Manejo de la Cuenca Hidrográfica del Río Piraí, justamente en el área de estudios a la cual yo había volcado mi formación en la UnB: los recursos hídricos. Requerían de un ingeniero civil con especialidad en aguas. Fui entonces a la entrevista de rigor y a la semana siguiente me convocaron para ocupar el cargo. Dado sin embargo que mi título universitario aún no había sido convalidado por una universidad boliviana fui contratado provisionalmente con el sueldo de peón. Y de entrada pasé a ser responsable de todo el sistema de recopilación y manejo de la información hidroclimática de un área que abarcaba unos mil setecientos kilómetros cuadrados, teniendo bajo mi responsabilidad y dependencia a veintitrés personas y otro tanto de eventuales. Cuando recibí mi primer sueldo (cien dólares), lo coloqué debajo de la almohada de mi madre. Ella vino y me agradeció con la misma mirada tal como en esa navidad en la cual yo le había entregado mi alcancía. Mis estudios universitarios fueran reconocidos oficialmente cuatro meses después y obtuve el título de ingeniero civil, convalidado por la Universidad Gabriel René Moreno de Santa Cruz de la Sierra. Muy pronto me gané el respeto de los trabajadores del área de hidrometría y también de mis colegas de trabajo, a tal punto que dos años después me elegirían presidente de la Asociación de Profesionales de la Institución. Éramos un equipo de jóvenes profesionales muy comprometidos con todo lo que allí se hacía. Profesionales brillantes que después destacaron en varias áreas, dirigidos por una persona excepcional, el Ing. Edgar Claros Mercado, un hombre a quien la mitad de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra debería erigir en su memoria un monumento, ya que le deben la tranquilidad de vivir sin la zozobra diaria de que las aguas del río Piraí puedan inundar las casas a cualquier hora del día o de la noche. Fueron sus gestiones, realizadas ante la Comunidad Europea y el Gobierno de Alemania, y su excepcional trabajo en equipo el que minimizó a casi cero el riesgo de que las aguas del Piraí acarreen casas y pertenencias de más de la mitad de la ciudad. Tal como en una de las inundaciones le había ocurrido a un tío mío, quien acababa de recibir su indemnización de casi quince años de trabajo, dinero que en vez de haberlo guardado en un Banco lo había escondido entre unos libros de su biblioteca. Cuando entró a su casa, luego de la inundación, ésta era un caos total. Sus muebles estaban regados por todos lados y muchas de sus pertenecías se habían ido con el agua; sin embargo, admirablemente, para suerte de él y del futuro de sus hijos encontró el libro que contenía sus ahorros bogando en un charco de agua en su biblioteca, aún con todo su dinero adentro. El primer trabajo técnico que se me encargó fue el de realizar una simulación matemática hidrológica de la Cuenca del Piraí. En mi tesis en la Universidad yo había trabajado con modelos determinísticos, sin embargo ésta era la primera vez que trabajaba con modelos que concatenaban diferentes procesos físicos. El Asesor del Director me dijo: “Aquí tiene el Manual (en inglés) y el Paquete Computacional, me pregunta cualquier duda que tenga”. A las tres semanas conseguía hacer la primera corrida del modelo matemático, que posteriormente sería utilizado para comparar otros modelos computacionales a través de los cuales se diseñaron los diferentes defensivos que existen hoy en el río Piraí, obras que protegen de las inundaciones a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Mi trabajo de control de emergencias me lo tomé tan en serio que solicité que instalarán una radio portátil de frecuencia en la camioneta de la Sección de Hidrología para poder controlar las diferentes estaciones hidrométricas distribuidas a lo largo del río, las mismas que estaban equipadas con radios. Algunas veces llevé la camioneta a mi casa con el fin de hacer los controles respectivos y en esas ocasiones me levantaba a las 03:00 de la
  • 25. 25 madrugada, horario de uno de los contactos programados, para verificar si el trabajo realmente se hacía. Así pude pronto darme cuenta que el trabajo no sólo que no se lo hacía sino que a medida que fui haciendo los ajustes necesarios, en una de esas noches pude escuchar incluso el cómo los trabajadores de campo me sacaban literalmente el cuero: “el nuevo ingeniero nos está exigiendo demasiado”. Al día siguiente los convoqué a todos y les dije: “el trabajo de medición y control que ustedes realizan es de extrema responsabilidad porque salva vidas humanas. Ya que gracias a ello podemos avisar con seis horas de anticipación cualquier evento de peligro para la ciudad, razón por la cual la Institución les paga a todos ustedes las horas extras nocturnas para realizar las mediciones y controles respectivos; sin embargo si alguno de ustedes no lo deseara realizar por favor solicito que me presente su renuncia en éste momento para que la Institución busque a las personas que deseen hacer el trabajo”. Nadie dijo una sola palabra. A los pocos días comenzaron a solicitar linternas...y hasta relojes despertadores para hacer el trabajo por el cual se los había contratado. Esto no limitó sin embargo el hecho de que un día ocurra un evento que puso en pánico a toda la ciudad ante una inminente inundación extrema. Ocurrió que uno de los trabajadores me solicitó un permiso por un tema de salud de un familiar, permiso que autoricé con el debido recaudo de que el trabajador deje a un suplente en su lugar, como siempre sucedía en esos casos. Resulta que el suplente si apareció, pero apareció con unos tragos encima… y esa noche hubo una tremenda lluvia torrencial. A las 06:00 de la mañana recibí una llamada que me daba a conocer un dato de nivel de agua realmente alarmante. Inmediatamente me puse mi ropa de trabajo y me dirigí a toda prisa por la carretera antigua a Cochabamba, ochenta kilómetros hacia La Angostura (inicio de las estribaciones de la Cordillera de Los Andes) y allí pude constatar por las marcas dejadas por el agua lo que realmente había sucedido. El nivel al que había llegado el agua era a 6.34 metros y el dato que el “suplente borracho” había pasado a la Central era de 9.34 metros. Y ahí radicaba la preocupación, dado que en una de las más graves inundaciones que habían ocurrido el agua había llegado en ese lugar a 10.12 metros; y más aún porque la noticia: de que se avecinaba nuevamente una gran inundación ya se había esparcido por toda la ciudad, poniendo en apronte a todos los bomberos, brigadas de emergencia, hospitales, etc. Finalmente nada sucedió y el Director de la Institución se encargó de aclarar que se trababa de una crecida mediana. Al día siguiente presenté mi renuncia, la cual no fue aceptada. En dicha Institución conocería a dos personas que impactarían mi futuro: el jefe y el experto de la Misión Técnica Alemana, un alemán y un noruego respectivamente. Conocedores ellos de mi trabajo, un día me mandaron llamar a su oficina y sabiendo que en alguna reunión yo había manifestado mi interés en continuar estudios de post-grado me ofrecieron la posibilidad de hacerlo en Alemania. Dos años y medio después partía rumbo a Alemania a especializarme en el área de Aguas y Medio Ambiente. Previo a ello el experto noruego concluyó su trabajo en Bolivia y retornó a Alemania. Lo volvería a encontrar después en la Universidad Militar de Múnich, donde fue mi tutor. El día en que el noruego concluyó su estadía, el jefe de la Misión Técnica Alemana decidió asignarme el vehículo que el noruego usaba: un Jeep Mercedes Benz. Me indicaron que me entregaban ese vehículo debido al hecho de mi trabajo ser permanente en el campo. No había duda de que dicho vehículo era más cómodo que la camioneta que tenía la Sección de Hidrología. Se me entregó formalmente las llaves del Mercedes Benz y no supe que decir. En el fondo yo tenía una razón para quedarme callado, de hecho a los pocos días la vida me tenía preparada la lección. Y es que en una de las muchas discusiones filosóficas e ideológicas que yo algunas veces generaba con mis colegas bolivianos, después del almuerzo en el comedor universitario de la Universidad de Brasilia, acabé un día enfrascado en una discusión con uno de ellos, cuando éste afirmó: "que su sueño una vez que él llegase a ser profesional sería comprar un auto Mercedes Benz". Mi respuesta inmediata fue: "¿Cómo es posible que pienses algo así siendo nuestro País un país tan
  • 26. 26 pobre. Yo a lo sumo sólo aspiraré a tener una Peta Volkswagen". Quién diría, a los tres años de dicha discusión nos encontraríamos uno frente al otro en una de la esquinas de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, él manejando una Peta Volkswagen y yo el Jeep Mercedes Benz. Esa misma tarde entré a la oficina del Jefe de la Misión Alemana y le devolví las llaves del vehículo que me había asignado. Él me miró fijamente, escuchó mi explicación, recibió las llaves e inmediatamente se ofreció para acercarme a mi casa al momento de salir del trabajo, en su vehículo, el otro Jeep Mercedes Benz, lo cual agradecí gentilmente. En el trayecto me manifestó que antes de dejarme en mi casa él necesitaba pasar previamente por la suya. Entonces llegó a su casa, se bajó del Mercedes que dirigía y me dijo: “¡No es el hábito el que hace al monje sino sus convicciones. Éste es un vehículo de trabajo!”, y me dejó las llaves de su vehículo tiradas en el asiento del chofer y se entró a su casa sin despedirse. ¡Yo no podía salir de mi asombro. De hecho no supe que hacer!. Luego de meditar unos minutos llegué a la conclusión de que él tenía toda la razón. Me costó sin embargo una infinidad agarrar esas llaves, mudarme al lado del chofer y darle arranque a ese vehículo. Al día siguiente fui a recogerlo a su casa y cuando llegamos al trabajo entré a su oficina y le entregué sus llaves, mientras le manifestaba que efectivamente él tenía la razón. Entonces me dio nuevamente las llaves del Mercedes Benz que me había asignado anteriormente... y lo volví a usar para el fin que me lo habían entregado. En toda mi vida sólo he tenido dos vehículos propios: un jeep Suzuki, de tercera mano, que entregue como parte de pago para poder adquirir una pequeña vagoneta Toyota Rav4, de segunda mano, que aún conservo, la cual está por cumplir veinte años y que no tengo la más mínima intención en cambiarla, a pesar de que algunos ya han intentado comprármela. Previo a realizar mi viaje de estudios a Alemania, tuve la oportunidad de trabajar con un colombiano, Doctor en Hidrología, que realizó unas simulaciones matemáticas en hidrosedimentología para el río Piraí. Una noche lo invité a un Restaurante a comer pizzas y durante la cena luego de una larga charla sobre la “teoría del caos” me dijo algo que impactaría definitivamente en mis estudios de postgrado en Alemania: “descubrirás con el avance de la computación que todo aquello que quieras imaginar podrás simularlo matemáticamente”. De hecho, esa noche nació en mí un nuevo sueño, el cual cuatro años después lo vería transformado en realidad: “La creación de un sistema matemático computacional de hidrosedimentología que permita visualizar gráficamente y en forma dinámica toda la hidráulica, sedimentología e hidromorfología de cualquier río”. Al sistema le puse de nombre SEDIMOD, incluye 32 modelos de transporte de sedimentos. Entiendo que fue el primer sistema de su tipo en aparecer, ya que posteriormente la Armada de USA lanzaría el Programa Computacional HEC-RAS en el cual se unía la hidráulica con la hidrosedimentología bajo la plataforma gráfica de Windows, tal como yo lo había hecho gráficamente con el SEDIMOD bajo la plataforma del DOS ya que por ese entonces el desarrollo del Windows era aún muy incipiente. Para lograr hacer realidad ese sueño tuve que auto-capacitarme en cuatro lenguajes computacionales: Fortran 77, DBasic, Clipper, y C++. Dicho sistema computacional fue mi trabajo final de especialización que defendí en la Universidad de Hannover, aplicado a un canal piloto de desvío del rio Piraí, el cual había sido abierto como una acción de emergencia con el fin de resguardar de las inundaciones a la ciudad de Montero. Mi estudio mostró que dicho canal había sido correctamente diseñado y que cumpliría su propósito, tal como ocurrió.
  • 27. 27 El Muro de Berlín Inicié entonces una nueva etapa de mi vida que la he denominado el “Muro de Berlín” en homenaje a la reunificación de las Alemania. Mi viaje se inició desde Santa Cruz de la Sierra hacia La Paz, allí pernocté y al día siguiente a las 10:00 de la mañana partía en Lufthansa rumbo a Lima, luego a Quito, Bogotá, Caracas y finalmente Frankfurt. Nunca había comido tanta comida de avión en un solo viaje. En Frankfurt tomé un tren hasta Mannheim, donde pasaría cuatro meses aprendiendo el idioma alemán en el Instituto Goethe de dicha ciudad. En Mannheim comenzaría a vivir una etapa que posteriormente me llevaría años después a otra fase de mi vida que la denomino “Reencuentro con Dios”. En ese tiempo dos experiencias me marcaron religiosamente: la primera ocurrió durante esos primeros cuatro meses, aprendiendo el alemán, en que me tocó compartir la vivienda con dos hindús. La experiencia vivida al lado de ellos, por las diferencias en cultura, hábitos, religión, comidas, etc., me hicieron comenzar a comprender que a pesar de todas las diferencias lo único que verdaderamente divide a los seres humanos son las ideas, el resto es superable cuando ponemos paciencia y voluntad. Era el tiempo del Ramadán y dado que por religión ellos no podían cenar mientras el sol no se haya puesto. Al encontrarnos en pleno verano europeo donde el sol se ponía a las 22:30 de la noche, recién a esa hora comenzaban ellos a preparar su cena. Y mi cuarto daba justo con la cocina. Entonces con mucha paciencia yo tenía que esperar a que concluyeran su cena, casi a la media noche, para recién poder irme a dormir. Cada día a las 06:20 ya tenía que estar tomando el Bus que me permitía después embarcarme en el Metro para poder llegar hasta al Instituto Goethe. Un día recibí una tremenda reprimenda de ambos hindús por no haber lavado bien la sartén. Sin querer había dejado restos de una pequeña fibra de carne en la sartén. La segunda experiencia la viví tres años después cuando yo sería un testigo mudo de una desgarradora historia de una joven musulmana, quien espiritualmente había perdido a toda su familia y en ese momento sólo necesitaba de alguien que simplemente la escuche. Todas esas vivencias me enseñarían a entender que dado que hay varias formas de pensar en nuestro mundo, es importante cultivar la paciencia y ante todo aprender “el difícil arte de saber escuchar”. En ningún lugar del mundo, ya sean escuelas, colegios o universidades, nadie enseña “a saber escuchar”. “Si los seres humanos aprendiéramos a escucharnos los unos a los otros, muchos de nuestros problemas diarios los resolviéramos muy fácilmente”. Entonces un día viajé a Múnich para hablar con mi profesor alemán y con el noruego que había conocido en Bolivia, quien pasaría a ser mi tutor en los diferentes trabajos de Asistente Científico que me tocó desarrollar en la Universidad Militar de Múnich. Allí conocí también a un boliviano, que en unas pocas semanas más concluiría su doctorado y regresaba a Bolivia. De hecho fue su habitación en la facultad la que llegué a ocupar durante los tres años y nueve meses que duró mi estadía en Alemania. Un día el boliviano me llamó a Mannheim y me dijo: “he encontrado en el periódico un anuncio de una familia alemana que está ofreciendo un cuarto en alquiler para una persona soltera que hable español”. Le agradecí la información e inmediatamente tomé contacto con el dueño de la vivienda con quien acordé el precio de la habitación y quedamos de que en el plazo de un mes y medio más yo estaría llegando a Múnich. Me llamó mucho la atención de que no tuve la necesidad de hacer ningún papeleo para concretar el trato y que ante todo mi palabra y la de él eran suficientes. El día en que abandonaba Mannheim me sucedió algo muy curioso. Me había comprado un televisor, que me ayudaba también en aprender el idioma alemán, era un televisor antiguo, una caja de unos 80 cm x unos 60 cm. Entonces fui al servicio de tren quienes ofrecían el transporte de carga de encomiendas de puerta a puerta a diferentes ciudades, para hacer el traslado de mis cosas hacia Múnich. Llegada la fecha las empaqué con días de anticipación y por la costumbre de ver esas cajas en medio de mi cuarto, me acostumbré a que estén allí, y
  • 28. 28 sucedió que el día en que tenían que llevarse mis cosas, y dado que yo entendí que lo harían en horas de la tarde, llegué a mi habitación y me puse a esperar la llegada del transporte. El cansancio acabó venciéndome y me dormí. Una hora más tarde desperté y dado que no llegaban bajé a preguntar a los dueños de la casa si por acaso habría venido alguien de parte del transporte del tren para recoger algunas cosas. La señora me miró sorprendida y me dijo: "vinieron ésta mañana". Subí a toda prisa a mi cuarto y efectivamente mis cosas ya no estaban. Literalmente no me había dado cuenta de que las cosas ya las habían recogido. ¡En mi inconsciente las seguía viendo!. Llegué a Múnich y mis cosas se encontraban en mi nuevo cuarto. En mi nueva vivienda, el cuarto que había alquilado quedaba en el sótano de la casa, con una entrada independiente, al frente el baño, al lado la cocina y todo lo necesario para iniciar mis nuevos estudios, mejor no podría ser… y con el pasar de los días descubriría incluso que tenía algo más: una nueva familia. Con el tiempo pasé a ser el hijo mayor de la familia alemana. La condición era que en casa deberíamos hablar sólo español para que los hijos recuerden el idioma español, dado que habían vivido un tiempo en Venezuela. Y así sucedió, todos los fines de semana yo habría la puerta de mi cuarto y allí estaban al pie de la puerta los dos niños esperando pacientemente por mí, no sólo para hablar conmigo sino también para generar una linda amistad. Con ellos construí mi primer iglú de nieve y jugué al futbol con calcetines por primera vez en mi vida en un patio totalmente nevado. Una tarde de verano la familia me invitó un “barbecue a la alemana” (carne de cerdo, alas de pollo y pan). En agradecimiento les dije: “si ustedes me lo permiten el próximo domingo quisiera ser yo el que les invite un churrasco”. Fui al Supermercado y compré todo lo necesario para preparar una deliciosa parrillada al estilo como lo había visto a mi padre prepararla varias veces. Desde ese día pasé a ser el parrillero de mi familia alemana. Y las parrilladas pasaron a ser frecuentes, con abundante carne, buenos vinos y obviamente no podía faltar en la capital mundial de la cerveza, las cervezas de trigo. Al principio de mi estadía lograr tomarme medio litro me era difícil, al final tomarme cuatro litros no me era ningún problema. Así fui aprendiendo el alemán. Mientras con los niños yo hablaba español en el sótano, allá arriba hablaba en alemán con la familia y con sus vecinos, con los cuales compartimos varias parrilladas. La señora estudiaba medicina por ese entonces. Cuando los conocí aún le faltaba a ella dos años para concluir su carrera. Cuando llegó el día en que tenía que dar sus exámenes finales, su marido decidió apoyarla y acompañarla a la ciudad donde estaba la Universidad, y yo por mi parte me ofrecí a ayudarles con el cuidado de sus hijos. Fueron cinco días en los cuales no aparecí por la Universidad. Les expliqué a mi Profesor y a mi Tutor la razón por la cual no iría y ellos entendieron. Esos cinco días que pasé al cuidado de ambos niños (que tenían seis y nueve años) fueron un regalo de Dios: comencé a entender la gran responsabilidad de lo que significa la paternidad. Cinco años después, cuando Laura estaba con diez meses de vida, un día me llevé una gran sorpresa y fue saber que “mi familia alemana”, todos ellos, vendrían a Santa Cruz de la Sierra a visitarnos. Estuvieron tres días y obviamente fuimos a comer un buen churrasco. Posteriormente los volvería a ver nuevamente, dos años después, en Caracas, lugar donde por razones de trabajo habían nuevamente regresado a Venezuela. Yo había sido invitado por la Fundación para la Protección de los Arboles de Venezuela a dar una conferencia sobre las experiencias de Manejo de Cuenca en el río Yapacaní de Bolivia. Después de dar mi conferencia, fui a visitar a mis “padres alemanes” y pasé la noche en casa de ellos. Al día siguiente cuando la señora me acercaba a la Estación del Metro, de repente entró a su celular una llamada de una de sus clientes alemanas de Caracas, era por la gripe de una niña. Ella indicó los remedios que deberían suministrarse y dijo la hora en que pasaría a ver a su paciente directamente en su domicilio. Me sentí orgulloso de lo poco que había hecho en ayudarla a concluir su carrera de medicina.