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Una situación comprometida
                             Gail Whitiker
  11º Serie Multiautor Escándalos de sociedad




Una situación comprometida (07.11.2007)
Título Original: The guardian's dilemma (2007)
Serie Multiautor: 11º Escándalos de Sociedad
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Escándalos de sociedad Nº 32
Género: Histórico
Protagonistas: Oliver Brandon y Helen de Coverdale

Argumento:
En un intento por salvar a su hermanastra de las garras de un cazadotes, Oliver
Brandon la internó en una distinguida escuela para señoritas; pero su sorpresa fue
mayúscula al ver que una de las respetables profesoras era la misma mujer que
había visto en una fiesta… en una situación bastante comprometida.
A Helen de Coverdale no le extrañaba que Oliver Brandon tuviera serias dudas
para dejar su hermana a su cargo. Pero ¿se prestaría Oliver a escuchar su versión
de la historia?
Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad




                                   Capítulo Uno
      Agosto, 1812
     —¡Fugarse! —exclamó Oliver Brandon, girándose para mirar a la mujer que
estaba de pie junto a la ventana—. ¿De qué estás hablando, Sophie? Gillian nunca
haría algo así.
     —¿Seguro? —preguntó la señora Sophie Llewellyn, mirando a su hermano con
indulgencia—. Ya sabes lo testaruda que puede ser nuestra hermanastra. Y cómo se
rebela cuando la presionan… ¿Te acuerdas de aquel incidente hace años?
      Oliver soltó un resoplido.
      —Gillian sólo tenía diez años cuando se marchó a Dover con su poni. A sus
diecisiete años, esperaba que demostrase un poco más de sentido común.
     —Así debería ser, querido, pero no se puede decir que lo tenga. A pesar de su
aspecto, Gillian es muy joven. La han mimado y protegido en exceso y no es ni la
mitad de madura de lo que tú y yo éramos a su edad.
      Oliver alzó sus oscuras cejas en un gesto de sorpresa.
      —¿Estás diciendo que la he mimado demasiado?
     —No, pero no se puede negar que ha estado muy consentida. No sólo por ti, no
me mires así —se apresuró a añadir con una sonrisa—. Yo también soy culpable de
haber cedido a sus caprichos. Gillian es una chica tan dulce y encantadora que no se
le puede negar nada. Pero también es cierto que le gusta hacer las cosas a su manera,
Oliver, y cuando no se sale con la suya puede ser muy…
      —¿Molesta?
     —Iba a decir «difícil» —dijo Sophie con una sonrisa irónica—. «Molesta» tiene
una connotación bastante desagradable, ¿no te parece?
      —Mmm —murmuró Oliver. Juntó las manos a la espalda y se acercó a su
hermana. Era fácil apreciar el parecido entre los dos. Ambos tenían el pelo negro y
ondulado y los rasgos finamente esculpidos de la familia Brandon. También
compartían la misma altura y los genes físicos de su difunta madre. Pero ahí se
acababan las similitudes. En personalidad y carácter eran tan distintos como la noche
y el día. Oliver sólo era cuatro años mayor que su hermana, pero su aspecto serio y
reservado lo hacía parecer mucho más maduro.
     A sus treinta y cinco años tenía la condición física de un hombre diez años más
joven, pero no era ningún petimetre como la mayoría de sus coetáneos. No llevaba el
pelo corto al estilo de los dandis ni rellenos en las pantorrillas para mostrar unas
piernas bien contorneadas. No tenía ninguna necesidad, ya que practicaba
asiduamente el boxeo y la esgrima. Pero no era tan risueño como su hermana, ni tan
confiado con los demás.
     Por el contrario, su hermanastra, Gillian Gresham, se parecía tanto a ellos como
una rosa a un cardo. Era una joven rubia y de ojos azules, con el rostro redondo y la


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vibrante personalidad de su difunta madre, y con su metro y medio de estatura
apenas le llegaba a Oliver por el hombro. Su carácter era afable y jovial, y sabía cómo
engatusar a la gente para conseguir sus propósitos. No sólo eso, sino que lo hacía de
tal modo que nadie podía resentirse por ello. Y siempre se estaba enamorando y
desenamorando. Durante los dos últimos años Oliver había tenido más de un
enfrentamiento con ella por sus desvaríos emocionales.
      Gillian había ido a vivir a Shefferton Hall nueve años antes, cuando su madre,
Catherine, se casó con el padre de Oliver. Catherine murió de neumonía a los dos
años y el padre de Oliver se convirtió en el tutor de Gillian. Oliver lamentó mucho la
muerte de su madrastra. Más aún, quizá, que la muerte de su propia madre. Entre
ellos había habido un afecto muy fuerte, y Oliver sabía que el sentimiento de respeto
y admiración había sido mutuo. Era la razón por la que Catherine había dejado a
Gillian a su cuidado, y gracias a ello pudo morir tranquila.
     La tutela de Gillian no había empezado mal. Gillian era una chica muy
divertida, y durante los primeros años no había dado muchos problemas. Pero en los
últimos cuatro años se había convertido en una joven resuelta y decidida. Tanto, que
cuando creía estar en posesión de la razón nada podía convencerla de lo contrario. A
veces, incluso Sophie había perdido la paciencia con ella.
      En aquel momento, Gillian estaba en el jardín, llenando una gran cesta de rosas.
El hecho de que fuera un apuesto oficial el que sujetara la cesta, aparentemente
satisfecho por desempeñar una tarea tan nimia, aumentaba el deleite de Gillian… y la
insatisfacción de Oliver.
     —Sigo pensando que «molesta» es una palabra más apropiada para ella, Sophie
—murmuró—. Cuando tenía diez años no necesitaba preocuparme por la persona
con quien fuera a fugarse a Dover —frunció el ceño mientras observaba la
inquietante escena del jardín—. No me gusta Sidney Charles Wymington. No
cuestiono su ingenio y elegancia, pero sus modales me irritan en exceso. Siempre está
dando su opinión sobre asuntos que no le conciernen, y siempre tiene una respuesta
para todo. Personalmente, desconfío de un hombre que nunca se queda sin palabras.
      Un brillo apareció en los ojos verdes de Sophie.
      —A ti nunca te faltan las palabras, Oliver. Y nunca te lo he criticado.
     —Gracias, querida, pero a diferencia del señor Wymington yo no empleo mi
elocuencia para ganarme el favor de nadie —su boca se torció en una triste sonrisa—.
Ni lo hago la mitad de bien que él. Parece vivir muy bien para ser un oficial de bajo
rango, ¿no crees?
      Sophie se encogió de hombros.
      —Eso he oído, aunque no me he parado a pensar en las razones. Pero si te hace
sentir mejor, Gillian me dijo que tiene esperanzas de que lo asciendan en un futuro
próximo.
     —¿En serio? —preguntó él, entornando los ojos mientras volvía a mirar por la
ventana—. Si es así, espero que sea cuanto antes.




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      No era la primera vez que Oliver se mostraba en contra de un pretendiente de
Gillian. Ni la primera vez que se quejaba porque Gillian escogiera al caballero más
romántico de toda Inglaterra. Oliver nunca había sido un romántico. Tanto él como
Sophie habían sido educados en un hogar sin amor ni afecto. Sus padres se habían
soportado el uno al otro, pero nada más. Tal vez por ello su padre no lamentó la
muerte de su primera esposa, cuatro años después de que Sophie naciera. Su
segundo matrimonio, con Catherine Gresham, había empezado mejor que el
primero, pero tampoco acabó bien. Catherine había muerto inesperadamente por las
complicaciones derivadas de una enfermedad, y el padre de Oliver se había
encerrado tanto en sí mismo que cuando murió ahogado muchas personas se
preguntaron si no habría sido un suicidio.
     Gracias a Dios el matrimonio de su hermana había ido todo lo bien que se podía
esperar. Rhys Llewellyn se había enamorado de Sophie a primera vista, sin dejarse
intimidar por su imponente estatura. Al contrario, había declarado que estaba
encantado de conocer a una dama que pudiera mirarlo sin riesgo a lastimarse el
cuello. Aún más importante, había alabado la hermosura de Sophie cuando ésta no
estaba dispuesta a creerlo. Finalmente, la insistencia de Rhys le había hecho ganarse
su corazón y su mano.
     Oliver nunca había sentido esa clase de amor supremo ni había experimentado
esa pasión desaforada que hacía tambalearse los cimientos de la razón. Sabía lo que
era el deseo físico, pero había saciado todas sus necesidades con Nicolette, una
hermosa bailarina que se convirtió en su amante cuando Oliver cumplió veinticuatro
años. Aún seguía visitando su lecho cuando sentía la necesidad de perderse en los
brazos de una mujer, pero aparte de ella apenas había habido intrusión femenina en
su vida. Quizá por eso su visión del matrimonio estaba un poco adulterada. Oliver
no creía que la gente se casara únicamente por amor. Sabía que las mujeres buscaban
la seguridad y una buena posición social, mientras que los hombres… sobre todo
aquéllos con dificultades económicas, esperaban conseguir una buena dote que les
permitiera vivir holgadamente.
      Sidney Charles Wymington era uno de esos hombres. Oliver estaba seguro de
ello. Por eso no le había gustado nada que Gillian empezara a halagarlo
desmedidamente. ¿Por qué tenía que alegrarse de que su hermanastra frecuentara la
compañía de un tipo que no tenía más que ofrecer que su aspecto y encanto
personal?
     Al fin y al cabo, Gillian era una heredera. Su madre le había dejado una
herencia de veinticinco mil libras, con la condición de que el dinero le fuera
entregado el día que cumpliera los veintiún años… o el día que se casara. La segunda
condición se había impuesto para impedir que Oliver tuviera que emplear sus
propios fondos como dote. Catherine había estado convencida de que Oliver haría lo
que fuera como tutor de Gillian y que nunca permitiría un matrimonio inaceptable.
Por tanto, no había puesto más que esas restricciones a la herencia. Y en ello radicaba
el problema. Oliver no sabía si Gillian le había hablado al señor Wymington de las
condiciones, pero sí sabía que no se había molestado en ocultar sus sentimientos
hacia él… y que Wymington no dudaría en aprovecharse de esos sentimientos.




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     —¿Qué sugieres que haga, Sophie? —preguntó finalmente con una voz cargada
de frustración—. Gillian es muy testaruda, pero no creo que se deshonrara
conscientemente a sí misma… ni a nosotros, cometiendo alguna imprudencia.
      —Tú eres su tutor legal, Oliver. Podrías prohibirle que viera a ese chico.
     —¿Qué? ¿Y arriesgarme a que se aleje aún más? —sacudió enérgicamente la
cabeza—. Prefiero que sea el señor Wymington y no yo quien haga de villano. Por
desgracia, he comprobado su historial militar y no he encontrado nada para
condenarlo, aparte de una cierta debilidad por el juego.
      —Una cierta debilidad que le hace perder grandes cantidades de dinero en una
sola noche. Dudo que sea suficiente para cambiar la opinión de Gillian. Sobre todo si
cree estar enamorada de él…
      —¡Enamorada!
      —No puedes ignorar esa posibilidad, querido —dijo Sophie, dulcificando su
expresión—. Ya ves cómo se comporta cuando está con él. La mayoría de las jóvenes
damas tendrían el sentido común de ocultar su afecto, pero Gillian parece querer que
todo el mundo sepa lo que ella siente por ese hombre. Por eso creo que sería buena
idea si los separaras por un tiempo.
    —¿Y cómo sugieres que lo haga? Aunque le dijera a Wymington que se
mantenga alejado de Gillian, no creo que me escuchara.
      Sophie suspiró, mostrándose de acuerdo.
     —Sí, yo también lo dudo. Y si el señor Wymington sabe que Gillian es una
heredera y sus intenciones son las que has previsto, estará más que dispuesto a
esperar su momento. No le quedará otro remedio, si tú no apruebas el casamiento.
      —A menos que decida fugarse para casarse con ella en secreto, tal y como tú
misma insinuaste antes. Dadas las condiciones de Catherine, cualquier hombre
estaría tentado de hacerlo.
      Sophie tuvo el detalle de parecer avergonzada.
     —Bueno, quizá estuviera siendo un poco melodramática al sugerir esa
posibilidad. Gillie puede ser muy testaruda, pero no creo que hiciera algo tan
vergonzoso para su familia. A pesar de todo, opino que sería prudente mandarla
fuera una temporada. Con un poco de suerte, su ausencia hará que el señor
Wymington se busque a una novia rica en otra parte y Gillian tenga tiempo para
entrar en razón.
     —Eso está muy bien, querida, pero ¿adonde sugieres que la envíe? No tiene
ningún familiar que la recibiera con los brazos abiertos. Al menos, a nadie que no
quisiera aprovecharse de su fortuna.
     —Podrías enviarla a la escuela —dijo Sophie—. ¿Recuerdas que te hablé de la
Escuela Guarding para chicas?
      —No, ¿debería acordarme?




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     —Supongo que no. Una amiga mía, lady Brookwell, me habló de esa escuela
hace algunas semanas. Me dijo que su hija mayor, Elizabeth, estudió allí y que estaba
muy satisfecha con sus progresos. La directora se llama Eleanor Guarding, y por lo
que me contó lady Brookwell es una mujer extraordinaria. No es el tipo de persona
que normalmente se encuentra al frente de una institución como ésta.
      —¿Y dónde está esa escuela Guarding para niñas?
      —En una aldea de Northamptonshire llamada… Steep Abbot, creo.
    —¿Steep Abbot? —Oliver frunció el ceño—. ¿Por qué me resulta familiar ese
nombre?
      —Posiblemente porque fue allí donde asesinaron al marqués de Sywell hace
tres meses.
      —¡Santo Dios! ¿Y quieres enviar a Gillian a ese lugar?
      Sophie se echó a reír y corrió las cortinas de la ventana.
      —No creo que Gillian vaya a correr la misma suerte. Por lo que he oído, Sywell
se merecía con creces acabar de esa manera. Pero la principal razón para mandar allí
a Gillian es que las profesoras tienen una mentalidad muy abierta y se esfuerzan por
conseguir que las chicas piensen por sí mismas.
      Oliver la miró con dureza.
      —Gillian ya piensa bastante por sí misma, Sophie. Ése es precisamente uno de
los problemas.
     —No me has entendido —dijo Sophie, sentándose en el sofá de terciopelo verde
—. El personal de la escuela procura ampliar el horizonte intelectual de sus alumnas
impartiéndoles unas materias que normalmente no se enseñan a las jóvenes damas.
¿Cuántas escuelas conoces donde las niñas reciban clases de matemáticas,
arqueología, latín, griego y filosofía? Y tengo entendido que la señora Guarding es
una historiadora que lucha por los derechos de la mujer.
     —¿Una reivindicativa? —preguntó Oliver con desconfianza—. Lo último que
necesito es que alguien le llene a Gillian la cabeza de tonterías. Sospecho que el señor
Wymington ya se está encargando de eso.
     —De acuerdo. ¿Y qué dirías si te dijera que las profesoras de la escuela
Guarding podrían enseñarle a Gillian la importancia de saber lo que puede ganar y
perder al casarse con un hombre que no es de su misma condición social ni
económica? Ninguna profesora de Londres podría enseñarle algo así.
       Oliver lo pensó por un momento. Sophie era una mujer muy inteligente y él
respetaba su opinión, pero enviar a Gillian a una escuela de chicas no iba a ser tan
fácil. Su pupila ya había acabado el colegio hacía mucho tiempo.
      —¿Cómo podría convencerla?
     —Me temo que eso tendrás que averiguarlo por ti mismo, Oliver. Yo sólo estoy
planteando una posible solución al problema —Sophie le sonrió y se levantó para
besarlo en la mejilla—. Un año en un internado podría ser tiempo suficiente para que



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vea a su pretendiente desde otra perspectiva. Y si el señor Wymington es el tipo de
aventurero que tú crees, puede ser la solución ideal.
      Oliver estuvo pensando en las palabras de su hermana durante los próximos
días, y cuantas más vueltas le daba, más mérito tenía que concederle. Gillian siempre
se había lamentado de que las mujeres no pudieran recibir la misma educación que
los hombres. Un año en la escuela de la señora Guarding le brindaría la oportunidad
que demandaba.
      La decisión final, sin embargo, no fue si mandarla o no a la escuela, sino lo
rápido que pudiera hacerlo. Gillian no hacía más que nombrar a su pretendiente,
para exasperación de Oliver. Todos sus comentarios empezaban por «el señor
Wymington dice que…», o «el señor Wymington piensa que…». Al final de la
semana, Oliver estaba harto de oírlo nombrar. Pero cualquier opinión negativa que
se le ocurriera emitir sobre Wymington provocaba que Gillian se cerrara en banda.
Era una batalla perdida.
     Fue aquella obcecación lo que lo convenció de que Sophie tenía razón. Gillian
era muy impulsiva y estaba acostumbrada a salirse con la suya. También estaba en
una edad en la que, como casi todas las jóvenes, sus pensamientos se enfocaban
principalmente hacia el matrimonio. Oliver no podía estar seguro de que Gillian no
intentara fugarse si la presionaba demasiado.
     Por esa razón, poco más de una semana después de aquella conversación, se
puso en contacto con la directora de la Escuela Guarding para chicas, en Steep Abbot.
Unos días más tarde, le habló a Gillian de sus planes.
      Como era de esperar, no se mostró muy complacida.
     —¿Tienes intención de mandarme… adonde? —preguntó con horror e
incredulidad.
      —Se llama Escuela Guarding para chicas —repitió Oliver tranquilamente—.
Pensé que como no tuviste ocasión de terminar tus lecciones con monsieur Deauvall
y la señorita Berkmore, tal vez agradecieras tener ahora la oportunidad.
     —¡Pero no tengo el menor deseo de ir al colegio! —gritó Gillian, indignada—.
¡Tengo casi dieciocho años, Oliver! Tengo cosas mucho más importantes en la cabeza
que unas estúpidas lecciones. El señor Wymington dice…
     —Me importa un… —empezó Oliver, pero se contuvo a tiempo—. No creo que
la opinión del señor Wymington sobre este asunto sea importante, Gillian. Yo soy tu
tutor legal y seré el que decida cómo y dónde tienes que acabar tu educación. He
decidido que la Escuela Guarding es el lugar más apropiado para ello.
      Gillian dio un fuerte pisotón y sacudió la cabeza, agitando su rubia cabellera.
      —¡Pero yo no quiero a ninguna anticuada escuela para chicas!
     —Por lo que he oído, la escuela no tiene nada de anticuada. La directora es una
luchadora por la igualdad de la mujer, y las profesoras comparten un radicalismo
semejante en su modo de pensar. Una joven con tu inteligencia y personalidad
debería de adaptarse a las mil maravillas en un sitio así.




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        —Pero yo no quiero…
      —Gillian, la discusión ha terminado. Salimos para Steep Abbot dentro de una
semana. Le envié una carta a la señora Guarding solicitando tu ingreso, y ya he
recibido la respuesta. Te aconsejo que hagas los preparativos necesarios y me digas
cuándo estás lista para partir.
        El rostro de Gillian se ensombreció.
        —¿Y el señor Wymington?
        —¿Qué pasa con él?
     —Oh, ¿cómo puedes ser tan cruel, Oliver? Seguro que sabes lo que siento por él.
Y no se te puede haber pasado por alto que me tiene en muy alta consideración.
        —No, no se me ha pasado por alto, como tampoco que sólo tienes diecisiete
años.
     —Cumpliré dieciocho en enero, pero ¿qué tiene eso que ver? Jane Twickingham
se comprometió con lord Hough con sólo dieciséis años, y tú mismo me dijiste que
era una cría. ¿Qué importa mi edad para que el señor Wymington me corteje?
        La expresión de Oliver se tornó fría y severa.
     —¿Desde cuándo las visitas del señor Wymington son para cortejarte? No me
ha pedido permiso para dirigirse a ti.
     Las mejillas de Gillian se cubrieron de rubor al percatarse de que había hablado
más de la cuenta.
    —No, bueno… claro que no. Sólo somos conocidos. Pero es evidente que…
yo… que él…
     —Gillian, ¿qué sabes realmente del señor Wymington? —preguntó Oliver,
probando un enfoque distinto—. Que es encantador, de eso no hay duda. Que sabe
cómo agradar a una jovencita, eso lo he visto con mis propios ojos. Pero ¿qué sabes
de su vida? ¿Te ha hablado de su familia? ¿Sabes de dónde viene?
     —Pues claro —respondió Gillian con actitud desafiante—. Hemos hablado de
todas esas cosas. El señor Wymington no tiene nada que ocultarme.
        —¿Y qué te ha contado de sí mismo?
      —Que sus padres murieron y que tiene una hermana viviendo en Cornwall con
la que no guarda mucha relación. También me ha contado que aspira a un ascenso en
el ejército.
        —Entiendo. ¿Y qué es ahora? ¿Teniente?
        —Sí.
        —¿Tiene el dinero necesario para su ascenso?
     —Creo que no —admitió ella a regañadientes—. Pero me dijo que iba a
conseguir una considerable fortuna.
        Oliver se puso inmediatamente en guardia.



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      —¿Te dijo cómo?
      —No, no exactamente.
      —¿Te dijo cuándo esperaba conseguirla?
      Gillian volvió a sonrojarse.
      —No, ni yo se lo pregunté. ¿Por qué debería hacerlo, si algún día tendré dinero
suficiente para los dos?
      Aquélla era la respuesta que más temía Oliver.
      —¿Y le dijiste eso mismo a él?
      —Sí —respondió ella con el ceño fruncido—. ¿Por qué no debería hacerlo?
      Oliver reprimió un suspiro. No tenía sentido responder a la pregunta. Su joven
pupila no se daba cuenta de lo tentadora que podía ser la zanahoria que suspendía
frente a la nariz del señor Wymington.
     —Lo siento, Gillian, pero mi decisión está tomada. Nos vamos a Steep Abbot
dentro de una semana. Despídete de las amistades que quieras y empieza a hacer tu
equipaje.
      —Pero…
      —Y no vas a volver a ver al señor Wymington.
    —¡Pero esto no es justo, Oliver! ¿Por qué no puedo despedirme de él? Es un
amigo, y me has dicho que puedo despedirme de los amigos que quiera.
     —Sabes muy bien que no me refería a los hombres. Puedes escribirle una nota
de despedida al señor Wymington, pero nada más. Y quiero leerla antes de que se la
mandes.
     Podía ver claramente el enojo de Gillian en el brillo desafiante de sus ojos
azules y en el orgulloso gesto de su mentón.
     —Te estás comportando como un tirano, Oliver —le espetó—. Me envías a un
colegio espantoso sólo porque no te gusta el señor Wymington y porque no quieres
que lo vea.
      —Te envió a Steep Abbot para que puedas acabar tu educación —replicó él—.
No comparto la opinión generalizada de que una joven dama sólo necesita aprender
a arreglar flores y mantener una conversación cortés. Eres demasiado brillante para
eso, como tú misma me has dicho en más de una ocasión.
      —¡No tengo por qué escucharte!
     —Oh, claro que sí. Al menos hasta que cumplas veintiún años. Le prometí a tu
madre que cuidaría de ti hasta entonces, y voy a mantener mi palabra cueste lo que
cueste. Y ahora te pido que respetes mis deseos y acates mis órdenes. Nos vamos
dentro de seis días.
    —¡Seis días! —exclamó Gillian, abriendo los ojos como platos—. ¡Dijiste una
semana!




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      —Cierto, pero tu actitud rebelde me ha convencido para adelantarlo un día.
      —Pero no puedes…
      —Y por cada objeción que hagas, lo adelantaremos un día más. Tú eliges,
Gillian.
      Se dio la vuelta y se digirió hacia la puerta. Sentía la mirada de su pupila en su
espalda, pero no cedió lo más mínimo. Había aprendido que la única manera de
tratar a Gillian era mantenerse firme, a pesar de lo que pensara Sophie o cualquier
otra persona. Estaba haciendo lo mejor para la chica, y con un poco de suerte Gillian
acabaría por darse cuenta.
      Mientras tanto, agradecía que las miradas no pudieran matar.




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                                   Capítulo Dos
      Septiembre, 1812
     Helen de Coverdale se sentó en el pequeño jardín tras el edificio principal de la
escuela y exhaló un suspiro de placer.
      Hacía una mañana espléndida, cálida y soleada, y costaba creer que el mes de
septiembre hubiera llegado. Si cerraba los ojos y se concentraba, casi podía
convencerse de que era la fragancia de las flores primaverales la que perfumaba el
aire en vez del fuerte olor otoñal.
      Qué rápido pasaba el tiempo, pensó melancólicamente mientras contemplaba
los jardines. Cada año los días parecían sucederse a una velocidad cada vez mayor.
Cuando era niña los veranos se alargaban interminablemente. Recordaba las tardes
doradas en la campiña italiana, pintando paisajes de flores y olivos. Recordaba cómo
se sentaba con su abuela en la pequeña casa de piedra y ella le contaba los mismos
cuentos que le había contado a la madre de Helen. Qué días tan felices habían sido…
antes de que los largos años de guerra empezaran a cambiarlo todo.
      Gracias a Dios los recuerdos del pasado no cambiaban. Siempre estarían con
ella, recordándole un tiempo en el que su futuro se prometía radiante y lleno de
esperanza. Antes de que los desengaños amorosos y la cruda realidad de la vida
hiciera añicos sus sueños.
      Helen agarró la carta que había dejado a su lado y sonrió mientras le leía una
vez más. Era de su querida amiga Desirée Nash. Desirée vivía en Londres, pero
también ella había sido profesora en la Escuela Guarding. Había impartido clases de
latín, griego y filosofía durante más de seis años, hasta que un desafortunado
incidente la obligó a marcharse.
      La sonrisa desapareció de sus labios al recordarlo. En la primavera del año
pasado, Desirée había sido sorprendida en una situación muy comprometedora con
el padre de una de sus alumnas, y de nada había servido que fuera completamente
inocente. La escena había sido presenciada por la señora Guarding y dos niñas, y
acabó con el futuro de Desirée en la escuela. Para Helen habían sido unos momentos
muy difíciles. Desirée y ella se habían hecho muy amigas en el poco tiempo que
habían pasado juntas, y Helen había derramado muchas lágrimas por la cruel
injusticia que sufrió Desirée. Pero sabía que ni ella ni nadie podían hacer nada. Las
mujeres solteras tenían que soportar el abuso de la sociedad.
     Pero fue Desirée la última en reírse. Se había marchado a Londres y se convirtió
en la dama de compañía de una aristócrata. Se enamoró de su joven y apuesto
sobrino y ahora estaban comprometidos. En la carta informaba a Helen de la fecha de
la boda y le manifestaba su deseo de verla en la ceremonia.
      Helen suspiró y dobló cuidadosamente la carta. Sería maravilloso ir a Londres y
asistir a la boda de su amiga. Ver cómo ocupaba su lugar en la sociedad como lady
Buckworth… Después de todo lo que había tenido que soportar, Desirée tenía
finalmente lo que merecía.


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     Por desgracia, no podía ir a Londres. La escuela andaba escasa de personal y no
paraban de llegar nuevas alumnas. La señora Guarding había informado de que tres
nuevas chicas llegarían al final de aquella semana.
      No había tiempo para acudir a la boda de Desirée. Y no podía arriesgarse a
perder su empleo. El trabajo de profesora no era muy envidiado, pero era todo lo que
tenía. Y estaba contenta con ello. Valoraba la compañía y la amistad de las otras
profesoras; unas mujeres que, al igual que ella, se habían visto obligadas a valerse
por sí mismas en el mundo. Además, siempre sería mejor trabajar como profesora en
una escuela rural que ser institutriz en una opulenta mansión donde viviría con el
miedo constante a que el amo la sorprendiera a solas.
      —¡Helen! Helen, ven enseguida. La señora Guarding te está buscando.
     Helen levantó la mirada y vio a Jane Emerson corriendo por la hierba hacia ella.
Jane era una preciosa mujer de grandes ojos marrones y pelo oscuro. Daba clases de
danza y decoro en la escuela, y era muy querida por el personal y el alumnado.
      —¿Por qué querrá verme? —preguntó Helen, metiéndose rápidamente la carta
en el bolsillo—. No tengo clase hasta esta tarde.
      —Sí, pero la señorita Gresham y su padre están aquí.
      Helen parpadeó un par de veces.
      —¿La señorita Gresham?
      —Una de las nuevas alumnas —respondió Jane, deteniéndose un momento
para recuperar el aliento—. La señora Guarding está reuniendo a todo el mundo en
el vestíbulo para presentarlos.
      —Pero yo creía que las chicas nuevas no llegaría hasta el fin de semana.
      —Eso fue lo que nos dijo la señora Guarding, pero la señorita Gresham está
aquí y debemos ocupar nuestros puestos. Vamos, Helen, será mejor que nos demos
prisa. ¡Ya sabes cuánto odia la señora Guarding que la hagan esperar!
     —Le pido disculpas por llegar antes de lo previsto, señora Guarding —le dijo
Oliver a la directora en la sala de estar—. Pero pensé que lo mejor para Gillian sería
comenzar sus estudios lo antes posible.
      La señora Guarding inclinó la cabeza.
     —No es necesario que pida disculpas, señor Brandon. Le he pedido a todo mi
personal que se reúna abajo. Mientras tanto, ¿hay algo que quiera decirme sobre su
pupila?
      Oliver miró sorprendido a la directora.
      —¿Por qué lo pregunta?
     —Porque la edad de Gillian me induce a pensar que podría haber alguna otra
razón para traerla aquí con tanta prisa.
      —No estoy seguro de entenderla.
      La directora lo miró igual que a una alumna lerda.



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      —Señor Brandon, me siento muy orgullosa de la reputación que he conseguido
para mi escuela, pero soy muy consciente de que la educación no es la única razón
por la que los padres traen a sus hijas. Especialmente a una escuela como ésta.
      —¿Como ésta?
     —Una escuela donde él principal objetivo no es preparar a las jóvenes para el
matrimonio.
     Oliver era un hombre acostumbrado a hablar claro y apreció la franqueza de la
directora. También se alegró de haber dejado a Gillian en el pasillo.
      —Tiene razón, señora Guarding. Tenía otro motivo para traer aquí a mi
hermanastra, y, dadas las circunstancias, creo que debería usted saberlo —hizo una
pausa, respiró hondo y entrelazó las manos a la espalda—. Gillian le ha tomado
afecto a un caballero que no cuenta con mi aprobación. Tenía la esperanza de que si
los separaba una temporada acabaran por olvidarse.
      Un brillo de comprensión destelló en los ojos de la directora.
      —¿Y la herencia de su pupila tiene algo que ver con el interés de ese caballero?
      —Eso creo. La fortuna de Gillian la convertirá en el blanco de muchos
caballeros. Algunos la querrán por lo que es, pero otros intentarán cortejarla por lo
que tiene. Mi deseo es que cuando llegue el momento para tomar una decisión,
Gillian tenga la madurez y el sentido común necesarios para reconocer las
diferencias. Ahora mismo no los tiene. Se ha dejado agasajar por el supuesto
romanticismo de un apuesto oficial y cree estar enamorada de él. Por eso la he traído
aquí.
      —Entiendo.
      —Y por eso mismo debo pedirle algo.
      —¿De qué se trata?
     —El caballero se llama Sidney Charles Wymington. Es un joven gallardo y
elegante, pero quiero dejar muy claro que Gillian no puede tener el menor contacto
con él.
      La señora Guarding alzó las cejas.
      —¿Tiene alguna razón para creer que intentará ponerse en contacto con ella?
     —Por desgracia, no tengo ninguna razón para no creerlo —replicó Oliver sin
dudarlo—. El señor Wymington se ha vuelto muy persistente. Gillian no puede tener
contacto con él ni con ningún otro caballero. Tampoco podrá recibir correspondencia,
salvo la de su familia y amigas.
      La señora Guarding asintió.
      —Me aseguraré de que mi personal cumpla sus instrucciones, señor Brandon.
    Oliver vaciló. Le pareció detectar una nota de censura en la voz de la mujer,
aunque no sabía por qué debería molestarlo.




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      —No es mi intención parecer un padre autoritario, señora Guarding. Gillian es
una chica muy afable, pero a veces puede ser un poco… impulsiva —esbozó una
triste sonrisa—. Ha hecho lo que ha querido con su familia, y lamento decir que está
acostumbrada a salirse con la suya. Lo único que quiero es impedir que cometa un
terrible error.
      Su explicación arrancó una sonrisa a la señora Guarding.
     —Comprendo su dilema, señor Brandon. Es desgraciadamente cierto que a
menudo las jóvenes se dejan llevar por sus emociones más que por su sentido
común, y no me gustaría ver sufrir a su pupila. Sin embargo, debo recordarle que la
señorita Gresham no será una prisionera en esta escuela. No puedo restringir todos
sus movimientos ni obligarla a permanecer recluida en el edificio. Si no quiere que
abandone la escuela ni que vaya sola a la aldea, debe ser usted quien se lo prohíba.
En ese caso haré lo posible porque sus órdenes se cumplan.
     —Es justo —concedió Oliver—. Gillian sabe lo que pienso del señor
Wymington, pero, como ya he dicho, es una chica muy testaruda que está
acostumbrada a salirse con la suya. Espero que usted y su personal puedan pulir
algunos aspectos de su carácter. Me han asegurado que en esta escuela se incide en el
desarrollo moral e intelectual. Quiero que Gillian comprenda que una joven dama en
posesión de una fortuna no puede dejarse guiar siempre por el corazón, pues los
caballeros que la cortejan rara vez lo hacen.
     Helen acompañó a Jane al comedor y les sonrió a las otras profesoras que se
habían congregado allí. Formaban un grupo tranquilo y discreto, como resultado de
su educación y estilo de vida. Todas habían tenido que buscar trabajo, al no tener el
dinero necesario para procurarse un marido ni la posición social para no necesitar
uno.
      Helen había llegado a la Escuela Guarding con una ligera ventaja sobre las
otras, ya que previamente había estudiado allí. Incluso ahora, a comienzos de su
tercer año académico, seguía disfrutando de la oportunidad de trabajar con las
jóvenes damas a su cargo. Eso no quería decir que a todas las alumnas les gustara
aprender cómo aplicar los colores en una acuarela o a conjugar verbos en italiano.
Los viajes al continente estaban tan restringidos que muchas de ellas no veían
ninguna necesidad en aprender otra lengua que el francés, y algunas ni siquiera ésa.
     Pero a pesar de todos los problemas, Helen no era desgraciada. La sensación de
pertenencia a una comunidad era muy importante para ella, después de haber
pasado sola tantos años.
      El ruido de unas pisadas hizo que los murmullos cesaran, y todo el mundo miró
expectante hacia la puerta. Tres personas acababan de entrar. La señora Guarding,
seguida por una preciosa joven de unos dieciséis años y por un caballero que parecía
estar al final de la treintena.
     La muchacha iba vestida a la última moda, desde el sombrero de paja hasta las
puntas de sus botas marrones. Llevaba una capa corta de color lila con ribetes
blancos, y su melena rubia colgaba en rizos sueltos alrededor del rostro. Tenía los
pómulos marcados y redondeados, una nariz chata y unos labios suaves y rosados.



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Pero por su expresión de disgusto era evidente que no estaba muy satisfecha de
ingresar en la escuela Guarding.
     El caballero que la acompañaba iba igualmente bien vestido, con una chaqueta
azul oscuro, pantalones beige y botas Hessians. La ropa a media realzaba la poderosa
musculatura de sus hombros y piernas, pero no se percibía el menor atisbo de
vanidad. Su chaleco era elegantemente discreto, y el nudo de su corbata blanca no
era nada sofisticado.
    Pero no fue su atuendo lo que provocó la alarma de Helen. Cuando levantó la
mirada hacia su rostro, sintió que una garra de hielo le atenazaba el corazón, y por
un momento no pudo respirar.
      ¡No! No podía ser él. No después de todo ese tiempo. Era imposible…
      —Señoritas, gracias por haber venido tan rápidamente —empezó la señora
Guarding con su enérgica actitud de siempre—. Me complace presentaros a nuestra
nueva estudiante, la señorita Gillian Gresham. La señorita Gresham viene de
Hertfordshire y se quedará con nosotras hasta la primavera. Sé que todas la haréis
sentirse como en casa en nuestra escuela.
    La joven miró brevemente al grupo de mujeres, pero no sonrió ni respondió al
comentario en voz baja que le hizo el caballero. Mantuvo la mirada fija en la puerta.
      Helen se mordió el labio. Deseó con todas sus fuerzas ser capaz de sonreír, pero
se le habían congelado todos los músculos de la cara. Cielo Santo, ¿aquel caballero
era el padre de la joven? Nunca hubiera pensado que era tan mayor…
     —También me gustaría presentaros al señor Oliver Brandon, el tutor de la
señorita Gresham —siguió la señora Guarding—. El señor Brandon nos ha donado
una excelente colección de libros de su biblioteca particular, por lo que le estamos
muy agradecidas. Y ahora, señorita Gresham, si es tan amable de seguirme, le
presentaré a mi personal. Helen juntó nerviosamente las manos mientras los tres
empezaban con las presentaciones. Mantuvo la mirada baja, deseando huir de allí.
Pero sabía que la señora Guarding jamás le perdonaría una insolencia semejante.
Peor aún, sólo conseguiría atraer la atención de todos los presentes, y eso era lo
último que deseaba. Tendría que permanecer allí hasta el final.
     Quizá él no la reconociera, pensó con un brote de esperanza. Después de todo,
habían pasado casi doce años desde que la viera por última vez, y el aspecto de
Helen había cambiado mucho desde que era una joven de diecinueve años. Además,
cabía la posibilidad de que no la recordara, ya que la habitación donde se produjo su
primer encuentro estaba muy oscura. Y sólo la había visto durante un momento
fugaz…
       —Y ésta es la señorita Helen de Coverdale —oyó que decía la señora Guarding
—. La señorita de Coverdale lleva dos años con nosotras, e imparte clases de acuarela
e italiano.
     Helen fue consciente de que la señorita Gresham y su tutor se detenían delante
de ella, y supo que no le quedaba más remedio que responder a la presentación.
Levantó lentamente la cabeza y le sonrió tentativamente a la joven.



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      —Buenos días, señorita Gresham.
      —Buenos días —respondió ella secamente.
     Helen se atrevió entonces a girar la cabeza y mirar a Oliver Brandon, intentando
sofocar los nervios que se arremolinaban en su estómago.
      Él también había cambiado en los últimos doce años. Su rostro, una mezcla
singular de líneas y ángulos, ya no era el de un joven sino de un hombre maduro y
curtido por las experiencias de la vida. Tenía una nariz fina sobre un mentón recio,
una boca hermosamente esculpida y unos brillantes ojos de color miel. Su pelo era
oscuro, casi negro, igual que sus cejas y pestañas. Y era alto. Tanto, que Helen tuvo
que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. Por desgracia, al hacerlo vio el
cambio en su expresión y sintió cómo se le formaba un doloroso nudo en la garganta.
Le pareció ver un destello de sorpresa en sus ojos, seguido por una expresión de
confusión e incredulidad, mientras los recuerdos dormidos volvían a la vida como
las cenizas de un fuego extinguido.
     El corazón le dio un vuelco. Las esperanzas de pasar desapercibida se habían
desvanecido. El hombre que tenía enfrente sabía perfectamente quién era ella. Y a
juzgar por su expresión no parecía que su opinión sobre ella hubiera mejorado
mucho.
     Oliver miró a la joven que tenía delante y sintió como si retrocediera en el
tiempo.
      Santo Dios… ¿Era realmente ella? Después de todos esos años, ¿podía estar
frente a la misma mujer?
      Parpadeó con fuerza, preguntándose si su memoria le estaría jugando una mala
pasada. Habían pasado muchos años desde la última vez que la vio, y lo que había
visto entonces tampoco había sido mucho. Pero si no era la misma mujer, podría
haber sido perfectamente su hermana gemela. El parecido era extraordinario, con el
mismo pelo negro y la misma belleza exótica. Y si era la misma, ¿qué estaba haciendo
allí?
     ¿Cómo era posible que la fulana de un noble se hubiera convertido en profesora
de una escuela para niñas?
     —Señora Guarding, ¿podría hablar con usted en privado? —preguntó
finalmente.
      La directora miró a la señorita de Coverdale y asintió.
     —Por supuesto, señor Brandon. Señorita Emerson, ¿sería tan amable de
enseñarle a la señorita Gresham su habitación?
      —Sí, señora Guarding.
      —Gracias, señoritas. Pueden volver a sus clases.
     Las profesoras se marcharon como un grupo de silenciosas ratitas. Oliver captó
algunas miradas subrepticias, pero ninguna se atrevía a mirarlo a los ojos. Y Helen
de Coverdale ni siquiera lo miraba de reojo. Se había dado la vuelta y se alejaba lenta
y vaporosamente, como si flotara sobre el suelo. Al llegar a la puerta, se detuvo.



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     Oliver contuvo la respiración. ¿Se volvería para mirarlo? Si lo hacía, estaría
insinuando que le resultaba familiar. Esperó unos segundos que le parecieron horas.
     Finalmente, Helen de Coverdale salió del comedor sin volverse y cerró la
puerta tras ella. No lo había mirado ni una sola vez.
      Expulsó lentamente el aire que había estado reteniendo. Tenía que ser ella…
Había visto el brillo revelador en sus ojos. Sabía quién era él, igual que él sabía quién
era ella. Sus sospechas no eran infundadas.
     Helen de Coverdale era la joven a la que se había encontrado en una biblioteca
a oscuras, abrazada al lord casado que la había contratado.
     Helen se sentó en el banco de piedra del jardín y pensó en la única vez que
había visto a Oliver Brandon. Parecía haber transcurrido una eternidad, y en muchos
aspectos así era. En aquel tiempo trabajaba como institutriz en casa de lord y lady
Talbot. Era un empleo horrible que habría abandonado si hubiese podido, pero
desafortunadamente necesitaba el trabajo para salir adelante después de la muerte de
su padre. Al ver los ojos de lord Talbot por primera vez supo lo que pretendía en el
fondo. Los hombres la miraban de aquel modo desde que tenía trece años,
devorándola con miradas de lujuria y lascivia.
     No siempre había tenido que preocuparse por su aspecto. Antes de que su
padre muriera, su vida había sido muy distinta. Robert de Coverdale había sido
abogado y había albergado grandes esperanzas de conseguir un buen marido para su
única hija. Tal vez un caballero con título y fortuna…
      Lo que no había esperado era que su única hija se enamorara de un pobre
clérigo que había llegado a la aldea un verano, teniendo ella diecisiete años.
     Helen se estremeció al recordarlo. Su padre se había negado a aprobar una
unión entre su hija y Thomas Grant, el joven párroco que decía amarla. Le había
parecido una idea ridícula y le había prohibido a Helen que lo viera. Siendo una hija
responsable y obediente, Helen le obedeció sin rechistar. Pero le costó años
recuperarse de aquella pérdida. Thomas había sido su primer amor verdadero, y
perderlo casi la había destruido.
      Durante los dos años siguientes, la vida de Helen había sido azotada por la
desgracia. Su madre había muerto al caerse de un caballo, y su padre, devastado por
la pérdida de la mujer a la que había amado más que a sí mismo, había caído en una
sucesión de desastres personales y económicos. Incapaz de controlar una vida
arruinada, había acabado por suicidarse. Helen descubrió entonces lo que significaba
ser dependiente de otros. No tenía parientes en Inglaterra. La familia de su madre
vivía en Italia, y el único hermano de su padre había muerto en América. No tenía
nadie a quien acudir y no se le ofrecía ninguna salida respetable. Fue entonces
cuando empezó a ocultar su belleza natural. No quería parecerles atractiva a los
hombres con los que se cruzaba en la calle, ni que los maridos de otras mujeres la
encontraran deseable.
     Por desgracia, ni la ropa sencilla ni el severo peinado habían podido disimular
su hermosura. Sus ojos verdes, sus largas pestañas y sus labios carnosos seguían
siendo igual de tentadores. Tampoco había podido ocultar que no era tan esbelta y



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delicada como la mayoría de las damas inglesas. Había heredado la lozanía de su
madre, y aquellos rasgos exóticos resultaban muy atractivos para los hombres, lord
Talbot incluido.
      Aquel fatídico fin de semana lord Talbot había celebrado una partida de caza en
su finca de Somerset. La inmensa mansión estaba atestada de invitados, muchos de
los cuales habían llegado desde Escocia para tomar parte en la cacería o para
disfrutar de los entretenimientos que lady Talbot había preparado para las veladas.
      Siendo una modesta institutriz, Helen no había sido invitada a participar en la
diversión. Su única función en Grovesend Hall era cuidar de las niñas, de modo que
después de acostarlas, había bajado a la cocina a por un vaso de leche caliente y se
había dirigido a la biblioteca. Lady Talbot había descubierto la pasión de Helen por
la lectura y le había asegurado que, mientras el amo no se enterara, podría disponer
de los libros a su antojo.
      Helen se preguntaba a menudo si lady Talbot tenía conocimiento de las
infidelidades de su marido o si simplemente miraba hacia otra parte. Fuera como
fuera, Helen había cometido un terrible error aquella noche. Convencida de que lord
Talbot estaba con sus invitados, había entrado en la biblioteca… bastante apartada
del jolgorio, y había empezado a buscar algo para leer.
      Fue allí donde la encontró lord Talbot.
     Volvió a estremecerse por el recuerdo. Se había dado la vuelta al oír cómo se
abría la puerta y se había encontrado con su mirada… Una mirada que la hizo
olvidarse inmediatamente de los libros. Como la mayor parte de los caballeros, lord
Talbot había estado bebiendo desde el mediodía. Helen se arrebujó en su chal,
recogió rápidamente la vela y el vaso de leche e intentó pasar junto a él.
     Para estar bebido, lord Talbot se movió con sorprendente rapidez. La leche y la
vela se le soltaron de las manos cuando él tiró de ella para estrecharla entre sus
brazos y empezó a besarla.
      Asqueada, Helen se debatió frenéticamente contra los besos húmedos y babosos
que Talbot le presionaba en el cuello y la boca. Pero la lucha sólo sirvió para avivar la
excitación de su agresor, quien la empujó hacia el sofá mientras con la boca sofocaba
su grito de pánico y con la mano le asía dolorosamente el pecho.
     En aquel momento, la puerta se abrió y Oliver Brandon entró en la biblioteca.
Helen no sabía quién era. Un invitado más entre tantos otros. Pero durante los largos
y agónicos segundos en los que permaneció inmóvil en la puerta, Helen pudo ver
cómo su expresión de espanto dejaba paso a una mueca de asco al sacar sus propias
conclusiones sobre la escena. Murmuró una disculpa y se retiró bruscamente, sin
molestarse siquiera en averiguar lo que estaba pasando.
      Helen cerró los ojos para intentar protegerse del humillante recuerdo. Lo único
positivo que tuvo la inesperada llegada del señor Brandon fue que le brindó la
oportunidad de escapar. Distraído por la intrusión, lord Talbot había levantado
momentáneamente la mirada y había aflojado su agarre. Helen aprovechó entonces
para soltarse y correr hacia la puerta. Se abalanzó hacia las escaleras, llorando de




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furia y humillación. Una vez en su habitación, cerró con llave y atrancó la puerta con
un pequeño escritorio y la cama. Aquella noche no logró pegar ojo.
      A la mañana siguiente, abandonó Grovesend Hall para siempre. Regresó a
Londres y tuvo que ingeniárselas para salir adelante hasta que logró encontrar un
trabajo en el sur de Inglaterra. Nunca volvió a ver a lord ni lady Talbot. Ni tampoco a
Oliver Brandon… Hasta aquella mañana en que había llevado a su pupila de
dieciséis años a la escuela de la señora Guarding.
     Pero por la expresión de su rostro era evidente que él tampoco la había
olvidado. Y sin duda se estaría preguntando ahora cómo y por qué una mujer de tan
pobre moral había acabado como profesora en una escuela para chicas. La misma
escuela donde él tenía intención de internar a su hermanastra.




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                                   Capítulo Tres
     Oliver guardó silencio mientras acompañaba a la directora a su despacho. La
cabeza le daba vueltas al recordar con detalle aquella noche aciaga.
     Nunca había olvidado lo que vio en la biblioteca de Grovesend Hall. La mano
de lord Talbot aferrando el pecho de la joven, la expresión de lujuria en su rostro
cuando se volvió y vio a Oliver en la puerta… Incluso ahora, después de tantos años,
la imagen lo seguía asqueando.
      El problema era que, en aquel tiempo, Oliver no conocía bien a William Talbot.
Habían frecuentado los mismos clubes y habían hablado de vez en cuando, pero la
diferencia de edad había impedido que se forjara una amistad íntima. Sin embargo,
por alguna razón, Talbot le había tomado cariño y Oliver se había sentido halagado
por su respeto. De modo que cuando el acaudalado lord lo invitó a su casa de campo
para una partida de caza, Oliver aceptó encantado.
      Sacudió la cabeza, como tantas veces hacía al recordar su ingenuidad. No había
visto que Talbot era un hombre despreciable. Pero aunque lo hubiera sabido, jamás
se habría esperado que exhibiera a su amante en una velada abarrotada de invitados.
¿Qué habría dicho su mujer si hubiera sido ella quien los descubriese en la
biblioteca?
     Por suerte o por desgracia, no fue lady Talbot quien se encontró con la
lamentable escena. Oliver había entrado en la biblioteca buscando refugio del bullicio
que reinaba en la casa y se había topado con su anfitrión y la joven unidos en un
abrazo pasional. Obviamente el ruido de su llegada había llamado la atención de la
joven, quien levantó la mirada y lo miró aterrada.
      Por unos segundos, Oliver se había quedado perplejo ante la imagen de uno de
los rostros más hermosos que había visto en su vida. Una cascada de pelo negro y
espeso caía hasta la cintura, enmarcando un rostro de tan arrebatadora belleza que
era como estar contemplando a un ángel. Los ojos de la mujer habían traspasado su
alma, y el recuerdo de su mirada lo había acompañado durante todos esos años.
     Entonces se había dado cuenta de que estaba interrumpiendo los juegos
amorosos de la pareja y se había apresurado a retirarse. Cerró la puerta y volvió al
salón de baile, intentando perderse entre la multitud de juerguistas. Pero el recuerdo
de aquellos ojos seguía acosándolo allá donde fuera.
     A la mañana siguiente había abandonado Grovesend Hall y había regresado a
Londres. No le había contado a nadie ni una palabra de lo que había visto. Ni
siquiera a lord Talbot, quien había bebido demasiado como para recordar nada, y
que se había quedado muy sorprendido y decepcionado por la precipitada marcha
de su joven invitado. Tampoco había vuelto a saber nada de aquella hermosa mujer
de pelo negro.
     Hasta aquella mañana en la que había llegado a la escuela Guarding para
chicas. Su nombre era Helen de Coverdale. Y a menos que hiciera algo al respecto,




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estaba a punto de convertirse en una de las mujeres que ejercerían una influencia
directa en su impresionable pupila.
      —¿Quería hablar conmigo, señor Brandon?
     —¿Mmm? —murmuró distraídamente Oliver. Miró a la directora y se dio
cuenta de que lo estaba esperando—. Oh, sí. Quería hablarle de… de una de sus
profesoras.
      —La señorita de Coverdale.
      No era una pregunta, sino una afirmación. Oliver frunció el ceño.
      —¿Cómo lo sabe?
     —Porque ella fue la única que provocó una reacción en usted. Disculpe por ser
tan directa, señor Brandon, pero ¿la señorita de Coverdale y usted se conocen?
     —No. Al menos no formalmente —se apresuró a corregir—. Ni siquiera sabía
su nombre hasta hoy. Pero recuerdo haberla visto… hace muchos años y en unas
circunstancias muy distintas. Me preguntaba cómo llegó a estar a su servicio.
      La señora Guarding se sentó tras un elegante escritorio negro.
     —¿Le sorprendería saber que la señorita de Coverdale fue alumna de esta
escuela?
     —Sí —admitió él. Agarró un bonito jarrón de porcelana de la mesa y lo giró en
sus manos—. ¿Procede de una familia noble?
     —No, pero sí de una familia distinguida. Su padre era abogado. Su madre, creo,
era extranjera. Helen estudió aquí unos años y demostró sus aptitudes para el dibujo.
Y naturalmente hablaba italiano con fluidez. Después de su marcha no volví a saber
nada de ella, hasta hace tres años, cuando recibí una carta suya preguntándome si
podría contratarla como profesora.
      —Y usted lo hizo.
      —Sin dudarlo. Estaba encantada de tener a una profesora como ella.
      Oliver asintió y pensó cómo formular la pregunta siguiente.
      —¿Tiene… amigos? Hombres, me refiero.
      —No que yo sepa. La señorita de Coverdale rara vez abandona la escuela.
      —¿Ni siquiera para visitar a su familia?
    —No tiene familia en Inglaterra. Sus padres murieron, y nunca le he oído
mencionar a ningún otro pariente.
     —Entiendo —murmuró Oliver, cruzándose de brazos—. Dígame, señora
Guarding, ¿la señorita de Coverdale trajo referencias cuando vino a solicitar el
puesto?
      La pregunta provocó un destello de irritación en los ojos de la directora.
      —Pues claro. ¿Tiene alguna razón para pensar lo contrario?
      Oliver se encogió de hombros.


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    —Únicamente siento curiosidad por los anteriores trabajos de la señorita de
Coverdale.
      La señora Guarding se levantó bruscamente y se acercó a la campanilla.
      —La señorita de Coverdale trabajó como institutriz para los hijos de lord y lady
Peregrine. Fue la misma lady Peregrine quien le escribió una carta con unas
referencias impecables.
     Oliver esbozó una ligera sonrisa. La directora se había puesto a la defensiva y
su mensaje estaba bastante claro. No toleraba preguntas impertinentes sobre su
personal ni se sentía obligada a responderlas.
      —No le robaré más tiempo, señora Guarding. Pero sí me gustaría pedirle que
me mantuviera informado de la evolución de Gillian. Tengo buenas razones para
creer que le será difícil adaptarse a la escuela, pero estoy seguro de que todo irá bien
una vez que conozca a las otras chicas.
    —Estoy convencida de que encajará muy bien, señor Brandon. Pero lo
mantendré informado de sus progresos si así lo desea.
      La puerta se abrió y entró una doncella vestida negro.
      —Molly lo acompañará a la salida.
      —Gracias —respondió Oliver con una reverencia.
      Mientras seguía a la doncella por el pasillo, tuvo que admitir que se sentía
frustrado. La conversación con la señora Guarding no le había servido para despejar
sus dudas. La directora tenía muy buena opinión de la señorita de Coverdale, cuyo
pasado no le había impedido convertirse en profesora.
      Pero ¿cómo era posible que una mujer que había trabajado en una casa donde
tal vez hubiera sido la amante del señor recibiera unas referencias impecables de la
esposa? ¿Tan buena era ocultando sus relaciones secretas? ¿O simplemente había
tenido la suerte de acabar en una casa donde la esposa conociera las aventuras de su
marido y hubiese optado por ignorarlas?
      Helen colocó el caballete a la sombra del tilo y se aseguró de que no cojeara.
      —Y ahora, chicas —dijo, sonriéndoles a las ocho jóvenes que se habían
agrupado en torno a ella—, vamos a empezar a trabajar en un nuevo paisaje. Señorita
Tillendon, ¿no dijo que sería un interesante reto pintar las distintas tonalidades
azules del cielo?
      —Sí, señorita de Coverdale.
     —Entonces será eso lo que hagamos. Para empezar, debemos pasar un rato
observando el cielo. Levantar la mirada y ver cómo cambian los colores. Fijaos en el
azul más claro de allí, y cómo las nubes lo oscurecen al pasar por…
     —Señorita de Coverdale, ¿quién es ese caballero? —preguntó Rebecca Walters
de repente.




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      Helen se giró bruscamente y vio a Oliver Brandon caminando a grandes
zancadas hacia ellas y con el rostro muy serio. Cubrió rápidamente la distancia entre
la escuela y el pasto, pero entonces pareció dudar y se detuvo junto a la valla.
     Helen sintió cómo se le subía el color a las mejillas. ¿Qué estaba haciendo allí
Oliver Brandon? No pretendería hablar con ella en medio de una lección, ¿verdad?
Pero ¿qué otra razón podía tener para ir a ver a un grupo de niñas aprendiendo a
pintar? —Es el señor Brandon —dijo, pues no veía ninguna razón para no revelar su
nombre—. Es el tutor de una de las nuevas estudiantes, la señorita Gresham.
      —Pero, ¿por qué la está observando? —inquirió Lydia McPherson.
     —No me está observando a mí, señorita McPherson. Está mirando cómo
intentamos pintar el cielo.
   —Creo que la está mirando a usted, señorita —insistió la pequeña Eliza
Howard—. Es muy mayor para interesarte por las demás o por nuestras pinturas.
      Las niñas se echaron a reír y Helen sintió cómo el rubor se extendía por todo su
rostro.
     —Si me está mirando, es porque quiere ver cómo imparto mis clases, nada más.
Su pupila va a estudiar aquí. Es lógico que quiera ver la clase de profesora que soy.
     —A mí no me importaría que me mirara… —comentó Rebecca Walters con un
suspiro—. Es guapísimo…
      Elizabeth Brookwell soltó un bufido de exasperación.
      —A ti todos los hombres te parecen guapos.
      —¡No es verdad!
      —¡Sí lo es!
      —¡Señoritas, por favor! —intervino Helen con firmeza—. El señor Brandon
tiene todo el derecho a observarnos desde la valla, y estoy segura de que lo hace
únicamente por curiosidad. Y ahora devolved la atención al cielo. Estaba
comentando las distintas tonalidades de azul. ¿Alguna sabría decirme cuántas
tonalidades se ven?
      La pregunta sirvió para desviar la atención de las niñas, aunque Helen no pudo
ignorar tan fácilmente la presencia de Oliver Brandon a diez metros de distancia.
Una cosa era decir que estaba allí sólo para observar la lección, pero otra muy
distinta era creérselo.
      Apostado junto a la cerca, Oliver contemplaba cómo Helen de Coverdale
impartía la clase de arte al pequeño grupo de niñas. Todas habían llevado caballetes,
pinturas y hojas, e intentaban plasmar los cambiantes colores del cielo de la tarde.
Incluso desde lejos Oliver podía ver que ninguna demostraba un talento especial
para la pintura. Pero, ¿qué le había pasado a la mujer que se erguía en mitad del
círculo para dar un cambio tan radical a su vida? Helen de Coverdale estaba
perdiendo el tiempo. Con sus labios carnosos y su voluptuosa figura, podría haber
sido una de las cortesanas más solicitadas de Londres. Los ricos caballeros de la




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aristocracia se habrían peleado entre ellos por ofrecerle su protección, y los jóvenes
apuestos y gallardos habrían hecho fila en su puerta.
      ¿Y quién podría culparlos? Oliver nunca había visto una combinación
semejante de inocencia y sensualidad en ninguna otra mujer. Su piel era como la
paleta de un pintor, pero a diferencia de un lienzo, invitaba a deslizar los dedos sobre
ella. Oliver se sintió invadido por un deseo abrumador de deslizar los dedos por su
rostro y comprobar si su piel era tan cálida y suave como parecía.
      Sus movimientos también lo fascinaban. Helen de Coverdale caminaba entre las
niñas con la misma elegancia que había demostrado en el comedor; sus caderas se
balanceaban de un modo inconscientemente sensual. Su atuendo, un vestido sencillo
de muselina, no estaba diseñado para realzar su figura, pero las curvas de sus
caderas y pechos destacaban tentadoramente a través del tejido. Además, a
diferencia de lo que sería de esperar en una mujer de su posición social, ella no
ocultaba el pelo bajo una cofia ni con un peinado severo. Sus trenzas caían
libremente por la espalda, llegando casi a la cintura en relucientes riachuelos de
aguas oscuras.
      Oliver tenía que admitir que era una mujer deseable. Y por lo que había visto en
la biblioteca de Grovesend Hall, podía deducir que no era una novata en las artes
amatorias. Pero entonces, ¿qué estaba haciendo allí? Sophie le había asegurado que
las profesoras de la Escuela Guarding tenían todas una moral intachable. Pero la
conducta que él había presenciado en Helen de Coverdale sólo podía definirse como
escandalosa e impropia. ¿Cómo podía una mujer así darles clases de moralidad a las
niñas?
     De repente se puso derecho. Helen de Coverdale se había separado del grupo
de alumnas y caminaba directamente hacia él.
     Sin pensar, se apartó de la valla y se quitó el sombrero. Helen de Coverdale
podía ser una mujer de escasa moral, pero era una mujer al fin y al cabo, y los buenos
modales estaban demasiado arraigados en él. Además, no podía ser grosero delante
del grupo de niñas que lo miraban furtivamente.
     Aun así, intentó mantener un tono frío y cortés mientras ejecutaba una breve
reverencia.
      —Buenas tardes, señorita de Coverdale. Espero no haberla molestado.
     —No me ha molestado, señor Brandon, pero me temo que está distrayendo a
mis alumnas —repuso ella—. Se distraen con mucha facilidad por la presencia de
desconocidos, sobre todo de aquéllos que se muestran tan curiosos.
      Oliver había esperado que su voz fuera tan seductora como el resto de ella, pero
le sorprendió descubrir que sus ojos no eran tan marrones como le habían parecido
en un principio, sino de un extraño color verde oscuro con destellos ambarinos y
dorados.
     —Le pido disculpas por las molestias que pueda estar causando, señorita de
Coverdale, pero me preguntaba si es usted tan buena pintora como me hizo creer la
señora Guarding.



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      Los ojos verdes lo miraron con recelo.
      —¿Ha hablado de mí con la señora Guarding?
     —Por supuesto. Y de todas las profesoras a las que he conocido esta mañana.
Pensé que sería conveniente hacerlo, ya que voy a dejar aquí a mi pupila.
     Oliver sabía que no le debía ninguna explicación, pero tampoco quería hacerle
creer que tenía un interés especial en ella. Aunque ¿por qué le preocupaba lo que
pensara de él? No tenía ni idea.
      —¿Le gusta pintar a su pupila? —le preguntó ella, sorprendiéndolo.
     —¿Pintar? Sí, supongo que sí. Gillian tiene muchas habilidades, incluidas
algunas artísticas y creativas.
      —Estupendo. Estoy impaciente por trabajar con ella.
    —De eso me gustaría hablarle, señorita de Coverdale —dijo Oliver, muy serio
—. Creo que convendría aclarar algunas cosas…
     De repente se oyó un fuerte ruido tras ellos, seguido por unos gritos ahogados y
una explosión de risas.
     —¡Señorita de Coverdale, venga rápido!—gritó una de las niñas—. El caballete
de Rebecca se ha caído y se ha puesto perdida de pintura.
      Helen abrió los ojos como platos al ver el desastre.
      —¡Cielos! Señorita Walters, ¿no le dije que se asegurara de fijar su caballete? —
se dio la vuelta y Oliver se sorprendió al ver la expresión de regocijo que brillaba en
sus hermosos ojos—. Discúlpeme, señor Brandon, me temo que debo volver a mi
clase.
      —Pero es muy importante que hablemos…
      —Estoy segura de que lo que tenga que decirme puede esperar.
     Con la conversación zanjada, se dio la vuelta y regresó corriendo junto a las
niñas. Todas intentaban limpiar con sus pañuelos las manchas azules y amarillas del
blusón de Rebecca. Oliver escuchó con atención cómo Helen dejaba a una de las
alumnas mayores al cargo y vio cómo acompañaba a Rebecca a la escuela. Una vez
más, Helen se alejaba sin volver a mirarlo.
      Reprimió un suspiro de irritación. No estaba acostumbrado a que lo ignorasen
de esa manera, y mucho menos una mujer como Helen de Coverdale. Pero ella había
dejado muy clara su postura. Si Oliver quería hablar en privado con ella, tendría que
ser antes o después de sus clases.
     A Helen le sorprendió no volver a ver a Oliver aquel día, pero no le sorprendió
lo más mínimo que la señora Guarding la llamase a su despacho aquella misma
tarde.
    —Espero que no te importe que te haya hecho venir, Helen —empezó la señora
Guarding—, pero creo que ya sabes el motivo.




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      Helen suspiró. Eleanor Guarding no sólo era una mujer inteligente, sino
también muy intuitiva. Obviamente había viso la expresión de Oliver Brandon
aquella mañana, al igual que la suya, y la había llamado para llegar hasta el fondo
del asunto… Por el bien de la escuela, naturalmente.
     —Por supuesto —respondió Helen, sentándose frente al escritorio de la
directora—. Sé que no se le pasó por alto mi reacción al ver al señor Brandon.
      La directora sonrió.
     —Estoy acostumbrada a ver cómo las jóvenes se sonrojan delante de un apuesto
caballero, pero me pareció que tu reacción insinuaba algo más que una simple
timidez.
      Consternada, Helen sintió cómo le ardían las mejillas.
      —No es lo que usted cree.
      —¿Oh? ¿Y qué es lo que yo creo, según tú?
     —No conozco al señor Brandon —dijo Helen, poniendo mucho cuidado en sus
palabras—. Lo vi una vez en casa de mis amos, hace muchos años.
     —Entonces ¿por qué pareció que te incomodaba tanto verlo si no tenías nada
que ver con él?
     —Porque lo vi mientras estaba… —se calló un momento, intentando reunir el
valor para decirlo—. Mientras estaba siendo acosada por el hombre que me había
contratado para cuidar de sus hijas.
      —Entiendo —repuso la directora. Hubo un momento de silencio, interrumpido
tan sólo por el tictac del reloj de la repisa. Finalmente, la señora Guarding asintió—.
Sería muy ingenua si pretendiera ignorar lo que pasa en el mundo, Helen. No eres la
primera mujer que sufre el abuso de los hombres, y me compadezco de ti por lo que
has tenido que soportar. ¿El señor Brandon no supo lo que estaba sucediendo?
    —No. Supongo que creyó presenciar un encuentro pasional entre dos amantes.
No dijo nada, pero salió de la habitación muy rápido.
      —¿Y desde entonces no lo habías vuelto a ver?
      —No. Al día siguiente dejé mi empleo en casa de lord Talbot.
      La señora Guarding entrelazó los dedos sobre el escritorio.
     —Bueno, creo que no hay nada más que hablar sobre el asunto. Te pido
disculpas si mis preguntas te han parecido impertinentes, pero tenía que asegurarme
por el bien de la escuela.
      —Lo entiendo.
     —La otra razón por la que te he hecho venir es para informarte de las
inquietudes del señor Brandon respecto a su pupila.
      Helen frunció el ceño.
      —¿Inquietudes?




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      —Parece ser que la señorita Gresham ha estado viéndose con un caballero
llamado Sidney Wymington. El señor Brandon no aprueba esa compañía y ha traído
a su pupila aquí para alejarla del señor Wymington.
      Helen miró confundida a la directora.
      —Pero si la ha traído aquí, ¿por qué sigue preocupado?
      —Porque teme que el señor Wymington intente ponerse en contacto con la
señorita Gresham. Me ha pedido que avise a mi personal para que la señorita
Gresham no reciba cartas suyas ni lo reciba mientras esté aquí. Tampoco puede salir
sola de la escuela.
     Helen sintió una mezcla de enojo y resentimiento al oír las palabras de la
directora. ¿Por qué los hombres siempre creían tener el derecho de interferir en las
vidas ajenas? Especialmente en las vidas de sus esposas e hijas. Oliver Brandon se
estaba entrometiendo en la vida de su pupila del mismo modo que el padre de Helen
se había metido en la suya… prohibiéndole ver al hombre con quien deseaba casarse.
¿Por qué había que aceptar una actitud tan arrogante y despótica?
     —¿Y usted está de acuerdo con lo que le pide? —le preguntó rígidamente a la
directora.
      La señora Guarding asió su taza de té y se la llevó a los labios.
     —No se trata de que esté o no de acuerdo, Helen. La pupila del señor Guarding
se encuentra ahora bajo mi responsabilidad, y por tanto no tengo más remedio que
acatar las instrucciones de su tutor. Tengo que hacer lo posible para impedir que la
señorita Gresham y el señor Wymington lleguen a encontrarse.
     —Pero ¿qué problema hay con ese caballero? —se sintió obligada a preguntar
Helen—. ¿Y si el señor Wymington es un hombre bueno y sincero que ama a la
señorita Gresham con la mejor de las intenciones?
      —Es una posibilidad, pero no nos corresponde ni a ti ni a mí convencer al señor
Brandon. Ha pagado por adelantado y además ha hecho una generosa donación de
libros. No puedo enfrentarme a él por lo que considere más conveniente para su
pupila.
      —¡Pero está entrometiéndose en la vida de una joven!
     —Una joven que legalmente está bajo su responsabilidad —le recordó la
directora—. Y que, por tanto, debe respetar sus decisiones. Espero contar con tu
colaboración en esto, Helen. No puedo permitir que ningún miembro de mi personal
actúe por su propia voluntad en asuntos como éste.
     Helen se tragó las palabras que deseaba soltar. Sólo había una repuesta que
pudiera dar. Fueran cuales fueran sus sentimientos al respecto, tendría que acatar los
deseos de la señora Guarding. Pero su conciencia se rebelaba contra las órdenes
impuestas.
      —Sí, señora Guarding. Por supuesto que colaboraré.
      La directora pareció aliviarse bastante.




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      —Gracias. Sé que tienes una opinión muy distinta, querida, pero no tenemos
elección. Si no hacemos lo que el señor Brandon nos pide, se llevará a su pupila y
exigirá que le devolvamos el dinero.
     —Sí, lo sé —murmuró Helen a regañadientes—. Pero no me ayuda nada
saberlo.
     —Debemos hacerlo lo mejor que podamos —insistió la señora Guarding con
una sonrisa—. Te agradezco que me hayas contado la verdad sobre tu primer
encuentro con el señor Brandon.
      —¿Por qué no iba a hacerlo?
     —Porque no siempre es fácil contar las cosas que nos humillaron en el pasado.
Y hace falta aún más valor para contármelas a mí.
      Helen esbozó una tímida sonrisa.
     —No sabía lo que podría haberle contado el señor Brandon, pero por si acaso le
hubiera dicho lo que él recordaba haber visto, pensé que lo mejor sería contarle lo
que realmente ocurrió.
     —Y por eso no hay nada más que decir —concluyó la señora Guarding,
volviendo a llevarse la taza a los labios—. Por lo que a mí respecta, el asunto está
zanjado.




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                                Capítulo Cuatro
     Tal vez por lo que la señora Guarding le había contado de Gillian Gresham,
Helen se sorprendió a sí misma interesándose por la chica más de lo habitual.
     Era evidente que a la señorita Gresham no le hacía ninguna gracia haber
ingresado a la fuerza en la escuela Guarding. Asistía a todas las clases, pero no hacía
el menor esfuerzo por comunicarse con nadie y se mantenía callada y reservada.
Cuando tenía que responder a una pregunta, lo hacía a regañadientes y con las
mínimas palabras posibles. La mayoría de las profesoras no tardaron en manifestar
su frustración por su incapacidad para tratar con la joven, y al final de la primera
semana de Gillian en la escuela, Helen empezó a creer que Oliver Brandon le había
hecho un flaco servicio a su hermanastra al llevarla allí.
      Pero Helen sabía mejor que nadie cómo era soportar las decisiones que otros
tomaban por una misma. Sabía lo dolorosa que era la prohibición de acercarse al
hombre amado, sin importar si fuera el hombre adecuado o no. Y también sabía que
el resentimiento que sentía Gillian hacia su hermanastro se extendería a todo el
mundo. Por aquella única razón, tenía que intentar acercarse a ella. No era culpa de
Gillian estar allí. Como casi todas las mujeres, apenas tenía control sobre su propia
vida.
      —Señorita Gresham, veo que tiene un don natural para la pintura —la halagó
una tarde—. Su uso de verdes para captar las tonalidades del follaje es muy
inteligente.
      Gillian se encogió de hombros.
      —Me gusta pintar. Y pinto lo que veo.
     —Igual que las otras chicas, pero ellas no tienen un ojo tan bueno como el suyo
para los colores.
      Gillian levantó la mirada hacia ella, y por un momento su rostro se iluminó con
una sonrisa. Fue un gesto fugaz, apenas perceptible, pero bastó para que Helen se
maravillara del cambio en el aspecto de la chica. Era como ver salir el sol después de
la tormenta. Aquel pequeño resquicio fortaleció la decisión de Helen para traspasar
las barreras de la chica y llegar al fondo de su silencio. Afortunadamente, la
oportunidad le llegó días más tarde. Helen se había llevado un libro a una zona
apartada del jardín. Era uno de sus lugares favoritos a los que con frecuencia se
retiraba para leer o escribir cartas. Fue allí donde Gillian la encontró.
      —Buenas tardes, señorita de Coverdale —la saludó cortésmente la chica.
      —Buenas tardes, señorita Gresham.
    —Espero no molestarla, pero la señora Guarding me dijo que debía salir a
tomar el aire —se sentó en el banco junto a ella—. Me ha dicho que parezco muy
pachucha. ¿Lo cree usted también?
      Helen fingió examinar el rostro de la chica.



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      —Estás un poco pálida, pero nada más.
      —Eso pensaba yo. Nadie me había llamado nunca pachucha —suspiró y miró el
libro que Helen estaba leyendo—. ¿Seguro que no la molesto?
     —En absoluto. Estaba a punto de hacer una pausa —cerró el libro y lo apartó—.
Otelo es una historia muy interesante, pero no me gusta tanto como otras obras de
Shakespeare.
      Los ojos de Gillian se abrieron como platos.
    —¡Oh! ¿Cómo puede no gustarle? Es muy romántica. El señor Wymington
siempre la está citando.
     La mención del famoso señor Wymington no se le pasó por alto a Helen, pero
optó por ignorarla. No era conveniente mostrar mucho interés todavía.
     —Bueno, señorita Gresham. Ya llevas aquí una semana. ¿Qué te parece la
escuela?
      Gillian se encogió de hombros y sus ojos perdieron algo de brillo.
      —No es tan horrible como pensaba. Las profesoras son muy amables, y también
las chicas, aunque algunas son muy inteligentes. Annabelle James es muy brillante en
matemáticas, y Mary Putford sabe hablar francés, italiano y griego.
      Helen arqueó una ceja, sorprendida.
      —¿La señorita Putford sabe hablar griego? Vaya, quizá debería preguntarle si
estaría dispuesta a dar clases una vez a la semana.
      Gillian volvió a encogerse de hombros.
      —Supongo que sí. Me ha confesado que le encantaría ser profesora algún día.
     Helen volvió a sorprenderse. Mary Putford era una chica muy agradable y una
estudiante aplicada, pero rara vez se mezclaba con las otras jóvenes. Era interesante
descubrir que, en el poco tiempo que Gillian llevaba en la escuela, había conseguido
intimar lo suficiente con Mary para saber que hablaba griego y que le gustaría ser
profesora.
      Gillian Gresham era mucho más de lo que mostraba a simple vista.
    —¿Quieres decir que no lamentas tanto estar aquí con nosotras en vez de estar
en Hertfordshire? —le preguntó Helen con una sonrisa.
     —No del todo, aunque nunca se lo diría a Oliver —respondió Gillian, viendo
cómo una oruga se arrastraba por la hierba a sus pies—. Quiero que sufra
remordimientos de conciencia por haberme dejado aquí, y que si me encuentra
enferma y consumida crea que ha sido por su culpa.
      Helen tuvo que reprimir una sonrisa.
      —Dudo mucho que se lo crea, señorita Gresham.
     —Y yo, pero me complace pensar que sí. En cualquier caso, no voy a decirle que
no echo terriblemente de menos Shefferton Hall —suspiró otra vez—. El problema es
que echo de menos a mi querido señor Wymington.



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     —¿Y quién es el señor Wymington? —se atrevió a preguntarle Helen, pues
podría parecer extraño no hacer ningún comentario sobre un caballero que había
sido nombrado dos veces en la conversación.
    Una vez más, el cambio en la expresión de Gillian fue extraordinario. Juntó las
manos y esbozó una sonrisa radiante.
      —Es el caballero más atento y considerado que he conocido. Es teniente del
ejército, ¡y el hombre más apuesto de todo el regimiento!
      —¿En serio? ¿Y hay algún compromiso entre vosotros?
      El entusiasmo de la chica se extinguió como la llama de una vela.
      —Ojalá lo hubiera. A Oliver no le gusta el señor Wymington. Por eso me envió
aquí. No quiere que vuelva a verlo.
      Helen tuvo que prestar mucho cuidado a sus palabras. No podía animar a
Gillian a rebelarse contra tu tutor, pero quería oír su versión de la historia. Al fin y al
cabo, era muy posible que las razones de Oliver Brandon para separar a los jóvenes
enamorados fueran totalmente infundadas.
      —¿Por qué a tu tutor no le gusta el señor Wymington?
    —Porque piensa que sólo va detrás de mi dinero. Soy heredera, señorita de
Coverdale. Cuando cumpla veintiún años, heredaré una fortuna.
      —¿Y el señor Wymington también es dueño de una fortuna?
      —No. Al menos, a mí no me ha dicho nada.
     Lo cual significaba seguramente que no tenía dinero, pensó Helen en silencio.
Los oficiales de bajo rango no ganaban mucho. Y los oficiales de media paga aún
menos.
     —Es posible que tu tutor tenga razón —observó, deseando por un momento
concederle al señor Brandon el beneficio de la duda—. No es raro que los jóvenes
con… digamos, dificultades económicas se sientan atraídos por chicas acaudaladas.
Sobre todo si son tan bonitas como tú.
      El rostro de la joven volvió a iluminarse.
      —¿De verdad cree que soy bonita?
     —Pues claro, pero estoy segura de que el señor Wymington también te lo ha
dicho.
      Gillian se ruborizó.
      —¿Puedo hacerle una pregunta, señorita de Coverdale?
      —Adelante.
      —Es muy personal.
      —Si es demasiado personal no la responderé.
      —Bueno, me preguntaba cómo… ¿Por qué una mujer tan guapa como usted no
se ha casado?



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      Helen parpadeó en desconcierto.
      —¿Por qué lo preguntas?
     —Porque usted no es como las otras profesoras de la escuela. Todas son muy
simpáticas, pero ninguna es tan guapa como usted, ni mucho menos. Y sé que a los
caballeros les gustan las damas hermosas. Por eso me preguntaba por qué no está
casada.
     —Tal vez porque nadie me lo ha pedido —respondió Helen en el tono más
despreocupado que pudo.
      —Pero habrá estado enamorada alguna vez, ¿verdad?
     «Oh, sí, desde luego que lo he estado», pensó Helen tristemente. «Pero, al igual
que tu tutor, mi padre no aceptaba al hombre al que yo amaba y también me
prohibió verlo».
     —Creo que sería mejor hablar de tus planes para el futuro, señorita Gresham,
en vez de estar aquí sentadas discutiendo algo que no tiene la menor importancia.
    —Pero el amor es importante —replicó Gillian a la desesperada—. ¡Es lo más
importante del mundo!
     —Sí, lo es —admitió Helen—, pero hay otras cosas prioritarias. Como el valor
de una buena educación, por ejemplo, que es por lo que estás aquí.
      Gillian soltó un resoplido.
     —Estoy aquí porque Oliver no quiere que vea al señor Wymington y porque no
podía enviarme a ninguna otra parte.
      A Helen se le encogió el corazón al detectar el tono de melancolía en su voz.
    —Estoy segura de que tu tutor sólo quiere lo mejor para ti, señorita Gresham.
Es mayor que tú, y sabe lo que más te conviene.
     —Pero ¿cómo puede saber lo que es mejor para mí si nunca ha estado
enamorado? —exclamó Gillian, llena de frustración—. ¿Cómo puede saber lo bonito
que es estar cerca del ser amado si él nunca ha sentido amor?
     Helen se quedó perpleja. ¿Cómo era posible que un caballero tan apuesto como
Oliver Brandon nunca se hubiera enamorado?
      —¿Estás segura de que nunca ha experimentado esos sentimientos?
     —Oh, sí. He pasado casi toda mi vida en casa de Oliver y lo conozco mejor que
nadie. Salvo quizá su hermana, pero incluso Sophie sabe lo que es estar enamorada.
      —¿Es una mujer casada?
    —Sí, y muy feliz. Me gusta mucho y tenemos unas charlas muy interesantes,
aunque es muy sensata.
     Helen intentó no sonreír con los conceptos que tenía Gillian de «interesante» y
«sensato». Parecía que para ella eran términos opuestos.
      —¿Qué opina ella del señor Wymington?



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     —No dice gran cosa —respondió Gillian—. Pero es normal, siendo la hermana
de Oliver. Jamás se le ocurriría expresar una opinión contraria a la suya.
      —¿Conoció al señor Wymington? —preguntó Helen.
      —Una vez. Los presenté en un concierto.
      —¿Y le gustó?
      Gillian frunció el ceño.
      —No lo sé. No recuerdo que dijera mucho sobre él.
     —Pero ¿no pasó el tiempo suficiente en su compañía para formarse una
opinión?
     —Oh, sí. Sophie es muy buena analizando a las personas. Y casi nunca se
equivoca.
     —Entonces, si es tan buena analizando a la gente y rara vez se equivoca, ¿por
qué no le dijo al señor Brandon que se había equivocado con el señor Wymington?
     Era una jugada hábilmente formulada para conseguir que Gillian admitiera que
la mujer a la que consideraba especialmente sensata había tomado su propia decisión
respecto al señor Wymington y que no era una decisión favorable. Por desgracia, la
joven no estaba dispuesta a reconocerlo tan fácilmente.
     —Sophie puede sacar sus propias conclusiones, aunque no siempre las
comparte. Pero no creo que me dijera que el señor Wymington le gusta sabiendo que
su hermano se opone.
      Helen no hizo ningún comentario esa vez. Sospechaba que la hermana de
Oliver tampoco aprobaba al señor Wymington y que Gillian era muy consciente de
ello. Pero su renuencia a admitirlo impulsaba a indagar en el motivo.
      ¿Por qué Oliver y su hermana felizmente casada se oponían a que la señorita
Gillian viera al joven y apuesto caballero?
     Oliver leyó la carta de Gillian, la tercera desde que la había dejado en la escuela,
y frunció el ceño con preocupación.
     La señorita de Coverdale tiene una opinión muy moderna sobre todo, Oliver. Me siento
como si hablara con alguien más cercano a mi edad, en vez de más cercano a la tuya…
      Oliver suspiró. Su hermanastra pensaba que era un viejo decrépito.
     La señorita de Coverdale… Helen, como me gusta referirme a ella, me ha hablado de los
escándalo que tuvieron lugar en Steep Abbot. Parece que el marqués fue asesinado aquí
mismo, en la abadía, y que hay muchas opiniones diferentes sobre la autoría del crimen.
     Muchos creen que fue su esposa, mientras que otros piensan que lo hizo su fiel
mayordomo. De verdad, Oliver, es fascinante. Las chicas no paran de hablar de ello…
      Oliver tiró la carta y empezó a andar de un sitio para otro. Genial. Su pupila no
sólo trababa amistad con una mujer de dudosa moralidad, sino que participaba de
los chismes y habladurías que circulaban por la aldea. ¿Dónde estaba esa moral de la




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Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad



que había hablado Sophie para referirse a las profesoras de la ilustre escuela
Guarding?
     Aunque los cotilleos sobre un asesinato deberían ser la menor de sus
preocupaciones. Mucho más inquietante era que Gillian y la señorita de Coverdale
pasaran tanto tiempo juntas, y que Helen tuviera una opinión «moderna» sobre todo.
¿Cómo debía tomarse aquello? ¿Estaría llenándole de pájaros su ingenua cabecita?
      Hizo sonar la campanilla para llamar a su criado. No le gustaban nada las
noticias que estaba recibiendo. No había enviado a Gillian a la Escuela Guarding
para que la corrompieran y transformaran en una mujer como Helen de Coverdale.
Sabía que tendría que haber sido muy claro con la directora el primer día. Debería
haber expresado sus inquietudes sobre el pasado de la señorita de Coverdale y
haberse asegurado de que Gillian no estaría expuesta a su influencia. De hecho,
debería haberse quedado y haber hablado con la joven profesora él mismo, en vez de
permitir que la señora Guarding lo tranquilizara.
     Y eso era lo que iba a hacer ahora. La única manera de averiguar lo que estaba
pasando en Steep Abbot era volver allí y ver con sus propios ojos el efecto que Helen
de Coverdale estaba ejerciendo en su pupila, ¡antes de que hubiera más daños!
      Helen no sabía se sentirse halagada o desconcertada por la carta que acababa de
recibir. Era de Oliver Brandon, y solicitaba el placer de su compañía para dar un
paseo con él aquella misma tarde.
     Helen se golpeó pensativamente el pergamino contra el labio inferior. Aquel día
tenía la tarde libre, pero no había pensado pasarla con el señor Brandon. Había
esperado que él le pidiera una cita para hablar del incidente acaecido doce años atrás,
pero Gillian llevaba ya casi dos semanas y media en la escuela. ¿Por qué se molestaba
en reclamar su presencia después de tanto tiempo?
      Frunció el ceño mientras dejaba la carta sobre su mesa. ¿Sería posible que la
visita tuviera algo que ver con Gillian? ¿Estaría Oliver preocupado por ella? Helen
sabía que Gillian le escribía con frecuencia a su tutor. ¿Podría estar confesándole lo
desgraciada o insatisfecha que se sentía en la escuela y por eso Oliver había ido a
comprobarlo por él mismo?
      No, imposible. Si el señor Brandon quisiera saber cómo progresaba su pupila, le
habría escrito directamente a la señora Guarding. La directora llevaba al día los
progresos de todas las estudiantes, por si acaso surgían las dudas en algún padre o
tutor.
      Pero entonces, ¿qué otra razón podía haber?
      ¿Sería posible que Gillian la despreciara y le hubiera escrito a su hermanastro
para contárselo? No, no podía ser. De hecho, estaba muy complacida con la amistad
que había surgido entre ellas, la cual estaba segura que había contribuido a que
Gillian se adaptara a su nuevo ambiente. Incluso las otras profesoras comentaban la
repentina disposición de Gillian a participar en las clases y a ayudar a las chicas más
jóvenes con sus problemas.




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     Entonces, si no quería interrogarla sobre su pasado y no venía a atender una
queja de Gillian, ¿por qué quería verla?
     A las tres y veintisiete minutos, Helen cerró la puerta de su habitación y caminó
rápidamente hacia las escaleras. Las suelas de sus botas de piel emitían suaves
chasquidos en el suelo de madera, pero los frenéticos latidos de su corazón ahogaban
cualquier otro sonido. Había intentado convencerse de que no tenía nada de qué
preocuparse, pero tras pensarlo mucho había llegado a la conclusión de que el señor
Brandon quería verla para hablar de su pasado. Era la única explicación lógica.
      Pero si así fuera, Oliver Brandon también tenía derecho a saber lo que había
pasado. Y Helen sabía que si le contaba la verdad, por embarazosa que fuera, todo
iría bien a partir de entonces. Después de todo, era un caballero y podría entenderlo.
      El la estaba esperando en el vestíbulo cuando Helen bajó las escaleras. Tenía un
aspecto magnífico, con un gabán, chaqueta oscura y pantalones claros. Parecía más
alto que nunca, y su pelo ligeramente alborotado por el viento le confería un aura de
picardía que a Helen le resultó tremendamente atractiva.
     Se puso los guantes e intentó disimular los nervios que le provocaba su
presencia.
      —Buenas tardes, Brandon. Espero no haberle hecho esperar.
      Oliver se dio la vuelta al oírla y la saludó con una reverencia.
      —Al contrario, señorita de Coverdale. Es usted escrupulosamente puntual.
     Su tono formal le dio un breve respiro, pero se obligó a sí misma a ignorarlo.
Era lógico que su discurso fuera breve y conciso. La impresión que tenía de ella lo
obligaba a mostrarse frío y distante.
      En el patio los esperaba un coche tirado por dos caballos negros.
     —Oh, qué caballos tan espléndidos —comentó ella—. ¿Son tan buenos como
parecen?
      —Lo son. ¿Sabe llevar las riendas, señorita de Coverdale?
     —Sabía hacerlo —admitió ella mientras se acomodaba en el asiento—. Pero de
eso hace mucho tiempo.
      —Es algo que nunca se olvida —observó él, sentándose junto a ella.
      —No, pero tampoco es una habilidad que se mejore con la falta de práctica. De
todas formas, en un día como éste me contento con sentarme y disfrutar con las
habilidades de otro.
     Hacía un día magnífico de mediados de septiembre. La brisa animaba a llevar
guantes y un abrigo ligero, pero no era tan fría como para resultar incómoda. Helen
se lamentó por no tener un vestido más bonito, pero una mujer de su posición social
no podía permitirse muchos caprichos en su vestuario. La chaqueta corta verde
oscuro le sentaba bien sobre el sencillo vestido de batista, así como el sombrero atado
con una cinta a juego. Lo más nuevo y exquisito eran sus guantes, un regalo de
Navidad de su amiga Desirée.



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      El señor Brandon agarró las riendas y los caballos se pusieron en marcha al
trote. Sus manos eran firmes, pero no severas, y Helen disfrutó viendo cómo
empleaba sus habilidades en guiar a los caballos.
      También le gustó que apenas usara el látigo. Había visto a demasiados jóvenes
intentando presumir con el látigo, sólo para que los caballos sufrieran por culpa de
su ineptitud. Pero cuando el señor Brandon empleaba el látigo, lo hacía con tanta
ligereza que era el restallido más que el roce lo que hacía responder a los caballos.
Además, con un par de buenos animales como aquéllos el látigo apenas era
necesario.
      Recorrieron unas cuantas millas en silencio, deleitándose con el delicioso día
otoñal. A Helen le hubiera gustado disfrutar también de la compañía de Oliver, pero
a medida que pasaban los minutos iba creciendo su aprensión. La certeza de que iba
a tener que hablar de aquel incidente que tanto dolor y humillación le había causado
no la ayudaba precisamente a calmarse.
     Finalmente, cuando ya no pudo seguir soportando el silencio, se volvió hacia él
con la pregunta en sus labios. Para su sorpresa, Oliver se le adelantó con la suya.
      —¿Dónde aprendió a hablar italiano, señorita de Coverdale?
      —¿Cómo… cómo dice? —balbuceó ella, ligeramente aturdida.
    —El italiano —repitió él con una penetrante mirada—. No es una lengua muy
común para que la enseñe una mujer inglesa, ¿no le parece?
      —Bueno, mi… mi madre era italiana —consiguió decir.
      —Pero su padre no.
     —No. Era inglés. Mi madre lo conoció mientras estaba visitando a unos amigos
en Canterbury. Se casaron poco después.
      —¿Regresaron a Italia?
      Helen negó con la cabeza,
      —Mi padre ya estaba instalado en Inglaterra, de modo que la opción de vivir en
el extranjero quedó descartada.
      —¿Y a su madre la alegró abandonar Italia?
      La expresión de Helen se suavizó.
      —Creo que nunca fue realmente feliz en Inglaterra. Odiaba el tiempo y los
cielos grises. Y sé que echaba terriblemente de menos a su familia. Eran ocho
hermanos.
      —Santo Dios… ¿Ocho?
     Helen sonrió. —Los italianos son famosos por tener familias muy numerosas.
Por desgracia, mi padre nunca tuvo el menor deseo de visitar Italia, de modo que mi
madre decidió pasar los veranos allí. Y me llevó con ella.
      —¿Y a su padre no le importó?
      Helen se encogió de hombros.



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Whitiker Gail Escandalos De Sociedad 11 Una Situacion Comprometida

  • 1. Una situación comprometida Gail Whitiker 11º Serie Multiautor Escándalos de sociedad Una situación comprometida (07.11.2007) Título Original: The guardian's dilemma (2007) Serie Multiautor: 11º Escándalos de Sociedad Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Escándalos de sociedad Nº 32 Género: Histórico Protagonistas: Oliver Brandon y Helen de Coverdale Argumento: En un intento por salvar a su hermanastra de las garras de un cazadotes, Oliver Brandon la internó en una distinguida escuela para señoritas; pero su sorpresa fue mayúscula al ver que una de las respetables profesoras era la misma mujer que había visto en una fiesta… en una situación bastante comprometida. A Helen de Coverdale no le extrañaba que Oliver Brandon tuviera serias dudas para dejar su hermana a su cargo. Pero ¿se prestaría Oliver a escuchar su versión de la historia?
  • 2. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Capítulo Uno Agosto, 1812 —¡Fugarse! —exclamó Oliver Brandon, girándose para mirar a la mujer que estaba de pie junto a la ventana—. ¿De qué estás hablando, Sophie? Gillian nunca haría algo así. —¿Seguro? —preguntó la señora Sophie Llewellyn, mirando a su hermano con indulgencia—. Ya sabes lo testaruda que puede ser nuestra hermanastra. Y cómo se rebela cuando la presionan… ¿Te acuerdas de aquel incidente hace años? Oliver soltó un resoplido. —Gillian sólo tenía diez años cuando se marchó a Dover con su poni. A sus diecisiete años, esperaba que demostrase un poco más de sentido común. —Así debería ser, querido, pero no se puede decir que lo tenga. A pesar de su aspecto, Gillian es muy joven. La han mimado y protegido en exceso y no es ni la mitad de madura de lo que tú y yo éramos a su edad. Oliver alzó sus oscuras cejas en un gesto de sorpresa. —¿Estás diciendo que la he mimado demasiado? —No, pero no se puede negar que ha estado muy consentida. No sólo por ti, no me mires así —se apresuró a añadir con una sonrisa—. Yo también soy culpable de haber cedido a sus caprichos. Gillian es una chica tan dulce y encantadora que no se le puede negar nada. Pero también es cierto que le gusta hacer las cosas a su manera, Oliver, y cuando no se sale con la suya puede ser muy… —¿Molesta? —Iba a decir «difícil» —dijo Sophie con una sonrisa irónica—. «Molesta» tiene una connotación bastante desagradable, ¿no te parece? —Mmm —murmuró Oliver. Juntó las manos a la espalda y se acercó a su hermana. Era fácil apreciar el parecido entre los dos. Ambos tenían el pelo negro y ondulado y los rasgos finamente esculpidos de la familia Brandon. También compartían la misma altura y los genes físicos de su difunta madre. Pero ahí se acababan las similitudes. En personalidad y carácter eran tan distintos como la noche y el día. Oliver sólo era cuatro años mayor que su hermana, pero su aspecto serio y reservado lo hacía parecer mucho más maduro. A sus treinta y cinco años tenía la condición física de un hombre diez años más joven, pero no era ningún petimetre como la mayoría de sus coetáneos. No llevaba el pelo corto al estilo de los dandis ni rellenos en las pantorrillas para mostrar unas piernas bien contorneadas. No tenía ninguna necesidad, ya que practicaba asiduamente el boxeo y la esgrima. Pero no era tan risueño como su hermana, ni tan confiado con los demás. Por el contrario, su hermanastra, Gillian Gresham, se parecía tanto a ellos como una rosa a un cardo. Era una joven rubia y de ojos azules, con el rostro redondo y la Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 2-133
  • 3. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad vibrante personalidad de su difunta madre, y con su metro y medio de estatura apenas le llegaba a Oliver por el hombro. Su carácter era afable y jovial, y sabía cómo engatusar a la gente para conseguir sus propósitos. No sólo eso, sino que lo hacía de tal modo que nadie podía resentirse por ello. Y siempre se estaba enamorando y desenamorando. Durante los dos últimos años Oliver había tenido más de un enfrentamiento con ella por sus desvaríos emocionales. Gillian había ido a vivir a Shefferton Hall nueve años antes, cuando su madre, Catherine, se casó con el padre de Oliver. Catherine murió de neumonía a los dos años y el padre de Oliver se convirtió en el tutor de Gillian. Oliver lamentó mucho la muerte de su madrastra. Más aún, quizá, que la muerte de su propia madre. Entre ellos había habido un afecto muy fuerte, y Oliver sabía que el sentimiento de respeto y admiración había sido mutuo. Era la razón por la que Catherine había dejado a Gillian a su cuidado, y gracias a ello pudo morir tranquila. La tutela de Gillian no había empezado mal. Gillian era una chica muy divertida, y durante los primeros años no había dado muchos problemas. Pero en los últimos cuatro años se había convertido en una joven resuelta y decidida. Tanto, que cuando creía estar en posesión de la razón nada podía convencerla de lo contrario. A veces, incluso Sophie había perdido la paciencia con ella. En aquel momento, Gillian estaba en el jardín, llenando una gran cesta de rosas. El hecho de que fuera un apuesto oficial el que sujetara la cesta, aparentemente satisfecho por desempeñar una tarea tan nimia, aumentaba el deleite de Gillian… y la insatisfacción de Oliver. —Sigo pensando que «molesta» es una palabra más apropiada para ella, Sophie —murmuró—. Cuando tenía diez años no necesitaba preocuparme por la persona con quien fuera a fugarse a Dover —frunció el ceño mientras observaba la inquietante escena del jardín—. No me gusta Sidney Charles Wymington. No cuestiono su ingenio y elegancia, pero sus modales me irritan en exceso. Siempre está dando su opinión sobre asuntos que no le conciernen, y siempre tiene una respuesta para todo. Personalmente, desconfío de un hombre que nunca se queda sin palabras. Un brillo apareció en los ojos verdes de Sophie. —A ti nunca te faltan las palabras, Oliver. Y nunca te lo he criticado. —Gracias, querida, pero a diferencia del señor Wymington yo no empleo mi elocuencia para ganarme el favor de nadie —su boca se torció en una triste sonrisa—. Ni lo hago la mitad de bien que él. Parece vivir muy bien para ser un oficial de bajo rango, ¿no crees? Sophie se encogió de hombros. —Eso he oído, aunque no me he parado a pensar en las razones. Pero si te hace sentir mejor, Gillian me dijo que tiene esperanzas de que lo asciendan en un futuro próximo. —¿En serio? —preguntó él, entornando los ojos mientras volvía a mirar por la ventana—. Si es así, espero que sea cuanto antes. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 3-133
  • 4. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad No era la primera vez que Oliver se mostraba en contra de un pretendiente de Gillian. Ni la primera vez que se quejaba porque Gillian escogiera al caballero más romántico de toda Inglaterra. Oliver nunca había sido un romántico. Tanto él como Sophie habían sido educados en un hogar sin amor ni afecto. Sus padres se habían soportado el uno al otro, pero nada más. Tal vez por ello su padre no lamentó la muerte de su primera esposa, cuatro años después de que Sophie naciera. Su segundo matrimonio, con Catherine Gresham, había empezado mejor que el primero, pero tampoco acabó bien. Catherine había muerto inesperadamente por las complicaciones derivadas de una enfermedad, y el padre de Oliver se había encerrado tanto en sí mismo que cuando murió ahogado muchas personas se preguntaron si no habría sido un suicidio. Gracias a Dios el matrimonio de su hermana había ido todo lo bien que se podía esperar. Rhys Llewellyn se había enamorado de Sophie a primera vista, sin dejarse intimidar por su imponente estatura. Al contrario, había declarado que estaba encantado de conocer a una dama que pudiera mirarlo sin riesgo a lastimarse el cuello. Aún más importante, había alabado la hermosura de Sophie cuando ésta no estaba dispuesta a creerlo. Finalmente, la insistencia de Rhys le había hecho ganarse su corazón y su mano. Oliver nunca había sentido esa clase de amor supremo ni había experimentado esa pasión desaforada que hacía tambalearse los cimientos de la razón. Sabía lo que era el deseo físico, pero había saciado todas sus necesidades con Nicolette, una hermosa bailarina que se convirtió en su amante cuando Oliver cumplió veinticuatro años. Aún seguía visitando su lecho cuando sentía la necesidad de perderse en los brazos de una mujer, pero aparte de ella apenas había habido intrusión femenina en su vida. Quizá por eso su visión del matrimonio estaba un poco adulterada. Oliver no creía que la gente se casara únicamente por amor. Sabía que las mujeres buscaban la seguridad y una buena posición social, mientras que los hombres… sobre todo aquéllos con dificultades económicas, esperaban conseguir una buena dote que les permitiera vivir holgadamente. Sidney Charles Wymington era uno de esos hombres. Oliver estaba seguro de ello. Por eso no le había gustado nada que Gillian empezara a halagarlo desmedidamente. ¿Por qué tenía que alegrarse de que su hermanastra frecuentara la compañía de un tipo que no tenía más que ofrecer que su aspecto y encanto personal? Al fin y al cabo, Gillian era una heredera. Su madre le había dejado una herencia de veinticinco mil libras, con la condición de que el dinero le fuera entregado el día que cumpliera los veintiún años… o el día que se casara. La segunda condición se había impuesto para impedir que Oliver tuviera que emplear sus propios fondos como dote. Catherine había estado convencida de que Oliver haría lo que fuera como tutor de Gillian y que nunca permitiría un matrimonio inaceptable. Por tanto, no había puesto más que esas restricciones a la herencia. Y en ello radicaba el problema. Oliver no sabía si Gillian le había hablado al señor Wymington de las condiciones, pero sí sabía que no se había molestado en ocultar sus sentimientos hacia él… y que Wymington no dudaría en aprovecharse de esos sentimientos. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 4-133
  • 5. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —¿Qué sugieres que haga, Sophie? —preguntó finalmente con una voz cargada de frustración—. Gillian es muy testaruda, pero no creo que se deshonrara conscientemente a sí misma… ni a nosotros, cometiendo alguna imprudencia. —Tú eres su tutor legal, Oliver. Podrías prohibirle que viera a ese chico. —¿Qué? ¿Y arriesgarme a que se aleje aún más? —sacudió enérgicamente la cabeza—. Prefiero que sea el señor Wymington y no yo quien haga de villano. Por desgracia, he comprobado su historial militar y no he encontrado nada para condenarlo, aparte de una cierta debilidad por el juego. —Una cierta debilidad que le hace perder grandes cantidades de dinero en una sola noche. Dudo que sea suficiente para cambiar la opinión de Gillian. Sobre todo si cree estar enamorada de él… —¡Enamorada! —No puedes ignorar esa posibilidad, querido —dijo Sophie, dulcificando su expresión—. Ya ves cómo se comporta cuando está con él. La mayoría de las jóvenes damas tendrían el sentido común de ocultar su afecto, pero Gillian parece querer que todo el mundo sepa lo que ella siente por ese hombre. Por eso creo que sería buena idea si los separaras por un tiempo. —¿Y cómo sugieres que lo haga? Aunque le dijera a Wymington que se mantenga alejado de Gillian, no creo que me escuchara. Sophie suspiró, mostrándose de acuerdo. —Sí, yo también lo dudo. Y si el señor Wymington sabe que Gillian es una heredera y sus intenciones son las que has previsto, estará más que dispuesto a esperar su momento. No le quedará otro remedio, si tú no apruebas el casamiento. —A menos que decida fugarse para casarse con ella en secreto, tal y como tú misma insinuaste antes. Dadas las condiciones de Catherine, cualquier hombre estaría tentado de hacerlo. Sophie tuvo el detalle de parecer avergonzada. —Bueno, quizá estuviera siendo un poco melodramática al sugerir esa posibilidad. Gillie puede ser muy testaruda, pero no creo que hiciera algo tan vergonzoso para su familia. A pesar de todo, opino que sería prudente mandarla fuera una temporada. Con un poco de suerte, su ausencia hará que el señor Wymington se busque a una novia rica en otra parte y Gillian tenga tiempo para entrar en razón. —Eso está muy bien, querida, pero ¿adonde sugieres que la envíe? No tiene ningún familiar que la recibiera con los brazos abiertos. Al menos, a nadie que no quisiera aprovecharse de su fortuna. —Podrías enviarla a la escuela —dijo Sophie—. ¿Recuerdas que te hablé de la Escuela Guarding para chicas? —No, ¿debería acordarme? Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 5-133
  • 6. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Supongo que no. Una amiga mía, lady Brookwell, me habló de esa escuela hace algunas semanas. Me dijo que su hija mayor, Elizabeth, estudió allí y que estaba muy satisfecha con sus progresos. La directora se llama Eleanor Guarding, y por lo que me contó lady Brookwell es una mujer extraordinaria. No es el tipo de persona que normalmente se encuentra al frente de una institución como ésta. —¿Y dónde está esa escuela Guarding para niñas? —En una aldea de Northamptonshire llamada… Steep Abbot, creo. —¿Steep Abbot? —Oliver frunció el ceño—. ¿Por qué me resulta familiar ese nombre? —Posiblemente porque fue allí donde asesinaron al marqués de Sywell hace tres meses. —¡Santo Dios! ¿Y quieres enviar a Gillian a ese lugar? Sophie se echó a reír y corrió las cortinas de la ventana. —No creo que Gillian vaya a correr la misma suerte. Por lo que he oído, Sywell se merecía con creces acabar de esa manera. Pero la principal razón para mandar allí a Gillian es que las profesoras tienen una mentalidad muy abierta y se esfuerzan por conseguir que las chicas piensen por sí mismas. Oliver la miró con dureza. —Gillian ya piensa bastante por sí misma, Sophie. Ése es precisamente uno de los problemas. —No me has entendido —dijo Sophie, sentándose en el sofá de terciopelo verde —. El personal de la escuela procura ampliar el horizonte intelectual de sus alumnas impartiéndoles unas materias que normalmente no se enseñan a las jóvenes damas. ¿Cuántas escuelas conoces donde las niñas reciban clases de matemáticas, arqueología, latín, griego y filosofía? Y tengo entendido que la señora Guarding es una historiadora que lucha por los derechos de la mujer. —¿Una reivindicativa? —preguntó Oliver con desconfianza—. Lo último que necesito es que alguien le llene a Gillian la cabeza de tonterías. Sospecho que el señor Wymington ya se está encargando de eso. —De acuerdo. ¿Y qué dirías si te dijera que las profesoras de la escuela Guarding podrían enseñarle a Gillian la importancia de saber lo que puede ganar y perder al casarse con un hombre que no es de su misma condición social ni económica? Ninguna profesora de Londres podría enseñarle algo así. Oliver lo pensó por un momento. Sophie era una mujer muy inteligente y él respetaba su opinión, pero enviar a Gillian a una escuela de chicas no iba a ser tan fácil. Su pupila ya había acabado el colegio hacía mucho tiempo. —¿Cómo podría convencerla? —Me temo que eso tendrás que averiguarlo por ti mismo, Oliver. Yo sólo estoy planteando una posible solución al problema —Sophie le sonrió y se levantó para besarlo en la mejilla—. Un año en un internado podría ser tiempo suficiente para que Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 6-133
  • 7. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad vea a su pretendiente desde otra perspectiva. Y si el señor Wymington es el tipo de aventurero que tú crees, puede ser la solución ideal. Oliver estuvo pensando en las palabras de su hermana durante los próximos días, y cuantas más vueltas le daba, más mérito tenía que concederle. Gillian siempre se había lamentado de que las mujeres no pudieran recibir la misma educación que los hombres. Un año en la escuela de la señora Guarding le brindaría la oportunidad que demandaba. La decisión final, sin embargo, no fue si mandarla o no a la escuela, sino lo rápido que pudiera hacerlo. Gillian no hacía más que nombrar a su pretendiente, para exasperación de Oliver. Todos sus comentarios empezaban por «el señor Wymington dice que…», o «el señor Wymington piensa que…». Al final de la semana, Oliver estaba harto de oírlo nombrar. Pero cualquier opinión negativa que se le ocurriera emitir sobre Wymington provocaba que Gillian se cerrara en banda. Era una batalla perdida. Fue aquella obcecación lo que lo convenció de que Sophie tenía razón. Gillian era muy impulsiva y estaba acostumbrada a salirse con la suya. También estaba en una edad en la que, como casi todas las jóvenes, sus pensamientos se enfocaban principalmente hacia el matrimonio. Oliver no podía estar seguro de que Gillian no intentara fugarse si la presionaba demasiado. Por esa razón, poco más de una semana después de aquella conversación, se puso en contacto con la directora de la Escuela Guarding para chicas, en Steep Abbot. Unos días más tarde, le habló a Gillian de sus planes. Como era de esperar, no se mostró muy complacida. —¿Tienes intención de mandarme… adonde? —preguntó con horror e incredulidad. —Se llama Escuela Guarding para chicas —repitió Oliver tranquilamente—. Pensé que como no tuviste ocasión de terminar tus lecciones con monsieur Deauvall y la señorita Berkmore, tal vez agradecieras tener ahora la oportunidad. —¡Pero no tengo el menor deseo de ir al colegio! —gritó Gillian, indignada—. ¡Tengo casi dieciocho años, Oliver! Tengo cosas mucho más importantes en la cabeza que unas estúpidas lecciones. El señor Wymington dice… —Me importa un… —empezó Oliver, pero se contuvo a tiempo—. No creo que la opinión del señor Wymington sobre este asunto sea importante, Gillian. Yo soy tu tutor legal y seré el que decida cómo y dónde tienes que acabar tu educación. He decidido que la Escuela Guarding es el lugar más apropiado para ello. Gillian dio un fuerte pisotón y sacudió la cabeza, agitando su rubia cabellera. —¡Pero yo no quiero a ninguna anticuada escuela para chicas! —Por lo que he oído, la escuela no tiene nada de anticuada. La directora es una luchadora por la igualdad de la mujer, y las profesoras comparten un radicalismo semejante en su modo de pensar. Una joven con tu inteligencia y personalidad debería de adaptarse a las mil maravillas en un sitio así. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 7-133
  • 8. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Pero yo no quiero… —Gillian, la discusión ha terminado. Salimos para Steep Abbot dentro de una semana. Le envié una carta a la señora Guarding solicitando tu ingreso, y ya he recibido la respuesta. Te aconsejo que hagas los preparativos necesarios y me digas cuándo estás lista para partir. El rostro de Gillian se ensombreció. —¿Y el señor Wymington? —¿Qué pasa con él? —Oh, ¿cómo puedes ser tan cruel, Oliver? Seguro que sabes lo que siento por él. Y no se te puede haber pasado por alto que me tiene en muy alta consideración. —No, no se me ha pasado por alto, como tampoco que sólo tienes diecisiete años. —Cumpliré dieciocho en enero, pero ¿qué tiene eso que ver? Jane Twickingham se comprometió con lord Hough con sólo dieciséis años, y tú mismo me dijiste que era una cría. ¿Qué importa mi edad para que el señor Wymington me corteje? La expresión de Oliver se tornó fría y severa. —¿Desde cuándo las visitas del señor Wymington son para cortejarte? No me ha pedido permiso para dirigirse a ti. Las mejillas de Gillian se cubrieron de rubor al percatarse de que había hablado más de la cuenta. —No, bueno… claro que no. Sólo somos conocidos. Pero es evidente que… yo… que él… —Gillian, ¿qué sabes realmente del señor Wymington? —preguntó Oliver, probando un enfoque distinto—. Que es encantador, de eso no hay duda. Que sabe cómo agradar a una jovencita, eso lo he visto con mis propios ojos. Pero ¿qué sabes de su vida? ¿Te ha hablado de su familia? ¿Sabes de dónde viene? —Pues claro —respondió Gillian con actitud desafiante—. Hemos hablado de todas esas cosas. El señor Wymington no tiene nada que ocultarme. —¿Y qué te ha contado de sí mismo? —Que sus padres murieron y que tiene una hermana viviendo en Cornwall con la que no guarda mucha relación. También me ha contado que aspira a un ascenso en el ejército. —Entiendo. ¿Y qué es ahora? ¿Teniente? —Sí. —¿Tiene el dinero necesario para su ascenso? —Creo que no —admitió ella a regañadientes—. Pero me dijo que iba a conseguir una considerable fortuna. Oliver se puso inmediatamente en guardia. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 8-133
  • 9. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —¿Te dijo cómo? —No, no exactamente. —¿Te dijo cuándo esperaba conseguirla? Gillian volvió a sonrojarse. —No, ni yo se lo pregunté. ¿Por qué debería hacerlo, si algún día tendré dinero suficiente para los dos? Aquélla era la respuesta que más temía Oliver. —¿Y le dijiste eso mismo a él? —Sí —respondió ella con el ceño fruncido—. ¿Por qué no debería hacerlo? Oliver reprimió un suspiro. No tenía sentido responder a la pregunta. Su joven pupila no se daba cuenta de lo tentadora que podía ser la zanahoria que suspendía frente a la nariz del señor Wymington. —Lo siento, Gillian, pero mi decisión está tomada. Nos vamos a Steep Abbot dentro de una semana. Despídete de las amistades que quieras y empieza a hacer tu equipaje. —Pero… —Y no vas a volver a ver al señor Wymington. —¡Pero esto no es justo, Oliver! ¿Por qué no puedo despedirme de él? Es un amigo, y me has dicho que puedo despedirme de los amigos que quiera. —Sabes muy bien que no me refería a los hombres. Puedes escribirle una nota de despedida al señor Wymington, pero nada más. Y quiero leerla antes de que se la mandes. Podía ver claramente el enojo de Gillian en el brillo desafiante de sus ojos azules y en el orgulloso gesto de su mentón. —Te estás comportando como un tirano, Oliver —le espetó—. Me envías a un colegio espantoso sólo porque no te gusta el señor Wymington y porque no quieres que lo vea. —Te envió a Steep Abbot para que puedas acabar tu educación —replicó él—. No comparto la opinión generalizada de que una joven dama sólo necesita aprender a arreglar flores y mantener una conversación cortés. Eres demasiado brillante para eso, como tú misma me has dicho en más de una ocasión. —¡No tengo por qué escucharte! —Oh, claro que sí. Al menos hasta que cumplas veintiún años. Le prometí a tu madre que cuidaría de ti hasta entonces, y voy a mantener mi palabra cueste lo que cueste. Y ahora te pido que respetes mis deseos y acates mis órdenes. Nos vamos dentro de seis días. —¡Seis días! —exclamó Gillian, abriendo los ojos como platos—. ¡Dijiste una semana! Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 9-133
  • 10. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Cierto, pero tu actitud rebelde me ha convencido para adelantarlo un día. —Pero no puedes… —Y por cada objeción que hagas, lo adelantaremos un día más. Tú eliges, Gillian. Se dio la vuelta y se digirió hacia la puerta. Sentía la mirada de su pupila en su espalda, pero no cedió lo más mínimo. Había aprendido que la única manera de tratar a Gillian era mantenerse firme, a pesar de lo que pensara Sophie o cualquier otra persona. Estaba haciendo lo mejor para la chica, y con un poco de suerte Gillian acabaría por darse cuenta. Mientras tanto, agradecía que las miradas no pudieran matar. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 10-133
  • 11. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Capítulo Dos Septiembre, 1812 Helen de Coverdale se sentó en el pequeño jardín tras el edificio principal de la escuela y exhaló un suspiro de placer. Hacía una mañana espléndida, cálida y soleada, y costaba creer que el mes de septiembre hubiera llegado. Si cerraba los ojos y se concentraba, casi podía convencerse de que era la fragancia de las flores primaverales la que perfumaba el aire en vez del fuerte olor otoñal. Qué rápido pasaba el tiempo, pensó melancólicamente mientras contemplaba los jardines. Cada año los días parecían sucederse a una velocidad cada vez mayor. Cuando era niña los veranos se alargaban interminablemente. Recordaba las tardes doradas en la campiña italiana, pintando paisajes de flores y olivos. Recordaba cómo se sentaba con su abuela en la pequeña casa de piedra y ella le contaba los mismos cuentos que le había contado a la madre de Helen. Qué días tan felices habían sido… antes de que los largos años de guerra empezaran a cambiarlo todo. Gracias a Dios los recuerdos del pasado no cambiaban. Siempre estarían con ella, recordándole un tiempo en el que su futuro se prometía radiante y lleno de esperanza. Antes de que los desengaños amorosos y la cruda realidad de la vida hiciera añicos sus sueños. Helen agarró la carta que había dejado a su lado y sonrió mientras le leía una vez más. Era de su querida amiga Desirée Nash. Desirée vivía en Londres, pero también ella había sido profesora en la Escuela Guarding. Había impartido clases de latín, griego y filosofía durante más de seis años, hasta que un desafortunado incidente la obligó a marcharse. La sonrisa desapareció de sus labios al recordarlo. En la primavera del año pasado, Desirée había sido sorprendida en una situación muy comprometedora con el padre de una de sus alumnas, y de nada había servido que fuera completamente inocente. La escena había sido presenciada por la señora Guarding y dos niñas, y acabó con el futuro de Desirée en la escuela. Para Helen habían sido unos momentos muy difíciles. Desirée y ella se habían hecho muy amigas en el poco tiempo que habían pasado juntas, y Helen había derramado muchas lágrimas por la cruel injusticia que sufrió Desirée. Pero sabía que ni ella ni nadie podían hacer nada. Las mujeres solteras tenían que soportar el abuso de la sociedad. Pero fue Desirée la última en reírse. Se había marchado a Londres y se convirtió en la dama de compañía de una aristócrata. Se enamoró de su joven y apuesto sobrino y ahora estaban comprometidos. En la carta informaba a Helen de la fecha de la boda y le manifestaba su deseo de verla en la ceremonia. Helen suspiró y dobló cuidadosamente la carta. Sería maravilloso ir a Londres y asistir a la boda de su amiga. Ver cómo ocupaba su lugar en la sociedad como lady Buckworth… Después de todo lo que había tenido que soportar, Desirée tenía finalmente lo que merecía. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 11-133
  • 12. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Por desgracia, no podía ir a Londres. La escuela andaba escasa de personal y no paraban de llegar nuevas alumnas. La señora Guarding había informado de que tres nuevas chicas llegarían al final de aquella semana. No había tiempo para acudir a la boda de Desirée. Y no podía arriesgarse a perder su empleo. El trabajo de profesora no era muy envidiado, pero era todo lo que tenía. Y estaba contenta con ello. Valoraba la compañía y la amistad de las otras profesoras; unas mujeres que, al igual que ella, se habían visto obligadas a valerse por sí mismas en el mundo. Además, siempre sería mejor trabajar como profesora en una escuela rural que ser institutriz en una opulenta mansión donde viviría con el miedo constante a que el amo la sorprendiera a solas. —¡Helen! Helen, ven enseguida. La señora Guarding te está buscando. Helen levantó la mirada y vio a Jane Emerson corriendo por la hierba hacia ella. Jane era una preciosa mujer de grandes ojos marrones y pelo oscuro. Daba clases de danza y decoro en la escuela, y era muy querida por el personal y el alumnado. —¿Por qué querrá verme? —preguntó Helen, metiéndose rápidamente la carta en el bolsillo—. No tengo clase hasta esta tarde. —Sí, pero la señorita Gresham y su padre están aquí. Helen parpadeó un par de veces. —¿La señorita Gresham? —Una de las nuevas alumnas —respondió Jane, deteniéndose un momento para recuperar el aliento—. La señora Guarding está reuniendo a todo el mundo en el vestíbulo para presentarlos. —Pero yo creía que las chicas nuevas no llegaría hasta el fin de semana. —Eso fue lo que nos dijo la señora Guarding, pero la señorita Gresham está aquí y debemos ocupar nuestros puestos. Vamos, Helen, será mejor que nos demos prisa. ¡Ya sabes cuánto odia la señora Guarding que la hagan esperar! —Le pido disculpas por llegar antes de lo previsto, señora Guarding —le dijo Oliver a la directora en la sala de estar—. Pero pensé que lo mejor para Gillian sería comenzar sus estudios lo antes posible. La señora Guarding inclinó la cabeza. —No es necesario que pida disculpas, señor Brandon. Le he pedido a todo mi personal que se reúna abajo. Mientras tanto, ¿hay algo que quiera decirme sobre su pupila? Oliver miró sorprendido a la directora. —¿Por qué lo pregunta? —Porque la edad de Gillian me induce a pensar que podría haber alguna otra razón para traerla aquí con tanta prisa. —No estoy seguro de entenderla. La directora lo miró igual que a una alumna lerda. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 12-133
  • 13. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Señor Brandon, me siento muy orgullosa de la reputación que he conseguido para mi escuela, pero soy muy consciente de que la educación no es la única razón por la que los padres traen a sus hijas. Especialmente a una escuela como ésta. —¿Como ésta? —Una escuela donde él principal objetivo no es preparar a las jóvenes para el matrimonio. Oliver era un hombre acostumbrado a hablar claro y apreció la franqueza de la directora. También se alegró de haber dejado a Gillian en el pasillo. —Tiene razón, señora Guarding. Tenía otro motivo para traer aquí a mi hermanastra, y, dadas las circunstancias, creo que debería usted saberlo —hizo una pausa, respiró hondo y entrelazó las manos a la espalda—. Gillian le ha tomado afecto a un caballero que no cuenta con mi aprobación. Tenía la esperanza de que si los separaba una temporada acabaran por olvidarse. Un brillo de comprensión destelló en los ojos de la directora. —¿Y la herencia de su pupila tiene algo que ver con el interés de ese caballero? —Eso creo. La fortuna de Gillian la convertirá en el blanco de muchos caballeros. Algunos la querrán por lo que es, pero otros intentarán cortejarla por lo que tiene. Mi deseo es que cuando llegue el momento para tomar una decisión, Gillian tenga la madurez y el sentido común necesarios para reconocer las diferencias. Ahora mismo no los tiene. Se ha dejado agasajar por el supuesto romanticismo de un apuesto oficial y cree estar enamorada de él. Por eso la he traído aquí. —Entiendo. —Y por eso mismo debo pedirle algo. —¿De qué se trata? —El caballero se llama Sidney Charles Wymington. Es un joven gallardo y elegante, pero quiero dejar muy claro que Gillian no puede tener el menor contacto con él. La señora Guarding alzó las cejas. —¿Tiene alguna razón para creer que intentará ponerse en contacto con ella? —Por desgracia, no tengo ninguna razón para no creerlo —replicó Oliver sin dudarlo—. El señor Wymington se ha vuelto muy persistente. Gillian no puede tener contacto con él ni con ningún otro caballero. Tampoco podrá recibir correspondencia, salvo la de su familia y amigas. La señora Guarding asintió. —Me aseguraré de que mi personal cumpla sus instrucciones, señor Brandon. Oliver vaciló. Le pareció detectar una nota de censura en la voz de la mujer, aunque no sabía por qué debería molestarlo. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 13-133
  • 14. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —No es mi intención parecer un padre autoritario, señora Guarding. Gillian es una chica muy afable, pero a veces puede ser un poco… impulsiva —esbozó una triste sonrisa—. Ha hecho lo que ha querido con su familia, y lamento decir que está acostumbrada a salirse con la suya. Lo único que quiero es impedir que cometa un terrible error. Su explicación arrancó una sonrisa a la señora Guarding. —Comprendo su dilema, señor Brandon. Es desgraciadamente cierto que a menudo las jóvenes se dejan llevar por sus emociones más que por su sentido común, y no me gustaría ver sufrir a su pupila. Sin embargo, debo recordarle que la señorita Gresham no será una prisionera en esta escuela. No puedo restringir todos sus movimientos ni obligarla a permanecer recluida en el edificio. Si no quiere que abandone la escuela ni que vaya sola a la aldea, debe ser usted quien se lo prohíba. En ese caso haré lo posible porque sus órdenes se cumplan. —Es justo —concedió Oliver—. Gillian sabe lo que pienso del señor Wymington, pero, como ya he dicho, es una chica muy testaruda que está acostumbrada a salirse con la suya. Espero que usted y su personal puedan pulir algunos aspectos de su carácter. Me han asegurado que en esta escuela se incide en el desarrollo moral e intelectual. Quiero que Gillian comprenda que una joven dama en posesión de una fortuna no puede dejarse guiar siempre por el corazón, pues los caballeros que la cortejan rara vez lo hacen. Helen acompañó a Jane al comedor y les sonrió a las otras profesoras que se habían congregado allí. Formaban un grupo tranquilo y discreto, como resultado de su educación y estilo de vida. Todas habían tenido que buscar trabajo, al no tener el dinero necesario para procurarse un marido ni la posición social para no necesitar uno. Helen había llegado a la Escuela Guarding con una ligera ventaja sobre las otras, ya que previamente había estudiado allí. Incluso ahora, a comienzos de su tercer año académico, seguía disfrutando de la oportunidad de trabajar con las jóvenes damas a su cargo. Eso no quería decir que a todas las alumnas les gustara aprender cómo aplicar los colores en una acuarela o a conjugar verbos en italiano. Los viajes al continente estaban tan restringidos que muchas de ellas no veían ninguna necesidad en aprender otra lengua que el francés, y algunas ni siquiera ésa. Pero a pesar de todos los problemas, Helen no era desgraciada. La sensación de pertenencia a una comunidad era muy importante para ella, después de haber pasado sola tantos años. El ruido de unas pisadas hizo que los murmullos cesaran, y todo el mundo miró expectante hacia la puerta. Tres personas acababan de entrar. La señora Guarding, seguida por una preciosa joven de unos dieciséis años y por un caballero que parecía estar al final de la treintena. La muchacha iba vestida a la última moda, desde el sombrero de paja hasta las puntas de sus botas marrones. Llevaba una capa corta de color lila con ribetes blancos, y su melena rubia colgaba en rizos sueltos alrededor del rostro. Tenía los pómulos marcados y redondeados, una nariz chata y unos labios suaves y rosados. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 14-133
  • 15. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Pero por su expresión de disgusto era evidente que no estaba muy satisfecha de ingresar en la escuela Guarding. El caballero que la acompañaba iba igualmente bien vestido, con una chaqueta azul oscuro, pantalones beige y botas Hessians. La ropa a media realzaba la poderosa musculatura de sus hombros y piernas, pero no se percibía el menor atisbo de vanidad. Su chaleco era elegantemente discreto, y el nudo de su corbata blanca no era nada sofisticado. Pero no fue su atuendo lo que provocó la alarma de Helen. Cuando levantó la mirada hacia su rostro, sintió que una garra de hielo le atenazaba el corazón, y por un momento no pudo respirar. ¡No! No podía ser él. No después de todo ese tiempo. Era imposible… —Señoritas, gracias por haber venido tan rápidamente —empezó la señora Guarding con su enérgica actitud de siempre—. Me complace presentaros a nuestra nueva estudiante, la señorita Gillian Gresham. La señorita Gresham viene de Hertfordshire y se quedará con nosotras hasta la primavera. Sé que todas la haréis sentirse como en casa en nuestra escuela. La joven miró brevemente al grupo de mujeres, pero no sonrió ni respondió al comentario en voz baja que le hizo el caballero. Mantuvo la mirada fija en la puerta. Helen se mordió el labio. Deseó con todas sus fuerzas ser capaz de sonreír, pero se le habían congelado todos los músculos de la cara. Cielo Santo, ¿aquel caballero era el padre de la joven? Nunca hubiera pensado que era tan mayor… —También me gustaría presentaros al señor Oliver Brandon, el tutor de la señorita Gresham —siguió la señora Guarding—. El señor Brandon nos ha donado una excelente colección de libros de su biblioteca particular, por lo que le estamos muy agradecidas. Y ahora, señorita Gresham, si es tan amable de seguirme, le presentaré a mi personal. Helen juntó nerviosamente las manos mientras los tres empezaban con las presentaciones. Mantuvo la mirada baja, deseando huir de allí. Pero sabía que la señora Guarding jamás le perdonaría una insolencia semejante. Peor aún, sólo conseguiría atraer la atención de todos los presentes, y eso era lo último que deseaba. Tendría que permanecer allí hasta el final. Quizá él no la reconociera, pensó con un brote de esperanza. Después de todo, habían pasado casi doce años desde que la viera por última vez, y el aspecto de Helen había cambiado mucho desde que era una joven de diecinueve años. Además, cabía la posibilidad de que no la recordara, ya que la habitación donde se produjo su primer encuentro estaba muy oscura. Y sólo la había visto durante un momento fugaz… —Y ésta es la señorita Helen de Coverdale —oyó que decía la señora Guarding —. La señorita de Coverdale lleva dos años con nosotras, e imparte clases de acuarela e italiano. Helen fue consciente de que la señorita Gresham y su tutor se detenían delante de ella, y supo que no le quedaba más remedio que responder a la presentación. Levantó lentamente la cabeza y le sonrió tentativamente a la joven. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 15-133
  • 16. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Buenos días, señorita Gresham. —Buenos días —respondió ella secamente. Helen se atrevió entonces a girar la cabeza y mirar a Oliver Brandon, intentando sofocar los nervios que se arremolinaban en su estómago. Él también había cambiado en los últimos doce años. Su rostro, una mezcla singular de líneas y ángulos, ya no era el de un joven sino de un hombre maduro y curtido por las experiencias de la vida. Tenía una nariz fina sobre un mentón recio, una boca hermosamente esculpida y unos brillantes ojos de color miel. Su pelo era oscuro, casi negro, igual que sus cejas y pestañas. Y era alto. Tanto, que Helen tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. Por desgracia, al hacerlo vio el cambio en su expresión y sintió cómo se le formaba un doloroso nudo en la garganta. Le pareció ver un destello de sorpresa en sus ojos, seguido por una expresión de confusión e incredulidad, mientras los recuerdos dormidos volvían a la vida como las cenizas de un fuego extinguido. El corazón le dio un vuelco. Las esperanzas de pasar desapercibida se habían desvanecido. El hombre que tenía enfrente sabía perfectamente quién era ella. Y a juzgar por su expresión no parecía que su opinión sobre ella hubiera mejorado mucho. Oliver miró a la joven que tenía delante y sintió como si retrocediera en el tiempo. Santo Dios… ¿Era realmente ella? Después de todos esos años, ¿podía estar frente a la misma mujer? Parpadeó con fuerza, preguntándose si su memoria le estaría jugando una mala pasada. Habían pasado muchos años desde la última vez que la vio, y lo que había visto entonces tampoco había sido mucho. Pero si no era la misma mujer, podría haber sido perfectamente su hermana gemela. El parecido era extraordinario, con el mismo pelo negro y la misma belleza exótica. Y si era la misma, ¿qué estaba haciendo allí? ¿Cómo era posible que la fulana de un noble se hubiera convertido en profesora de una escuela para niñas? —Señora Guarding, ¿podría hablar con usted en privado? —preguntó finalmente. La directora miró a la señorita de Coverdale y asintió. —Por supuesto, señor Brandon. Señorita Emerson, ¿sería tan amable de enseñarle a la señorita Gresham su habitación? —Sí, señora Guarding. —Gracias, señoritas. Pueden volver a sus clases. Las profesoras se marcharon como un grupo de silenciosas ratitas. Oliver captó algunas miradas subrepticias, pero ninguna se atrevía a mirarlo a los ojos. Y Helen de Coverdale ni siquiera lo miraba de reojo. Se había dado la vuelta y se alejaba lenta y vaporosamente, como si flotara sobre el suelo. Al llegar a la puerta, se detuvo. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 16-133
  • 17. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Oliver contuvo la respiración. ¿Se volvería para mirarlo? Si lo hacía, estaría insinuando que le resultaba familiar. Esperó unos segundos que le parecieron horas. Finalmente, Helen de Coverdale salió del comedor sin volverse y cerró la puerta tras ella. No lo había mirado ni una sola vez. Expulsó lentamente el aire que había estado reteniendo. Tenía que ser ella… Había visto el brillo revelador en sus ojos. Sabía quién era él, igual que él sabía quién era ella. Sus sospechas no eran infundadas. Helen de Coverdale era la joven a la que se había encontrado en una biblioteca a oscuras, abrazada al lord casado que la había contratado. Helen se sentó en el banco de piedra del jardín y pensó en la única vez que había visto a Oliver Brandon. Parecía haber transcurrido una eternidad, y en muchos aspectos así era. En aquel tiempo trabajaba como institutriz en casa de lord y lady Talbot. Era un empleo horrible que habría abandonado si hubiese podido, pero desafortunadamente necesitaba el trabajo para salir adelante después de la muerte de su padre. Al ver los ojos de lord Talbot por primera vez supo lo que pretendía en el fondo. Los hombres la miraban de aquel modo desde que tenía trece años, devorándola con miradas de lujuria y lascivia. No siempre había tenido que preocuparse por su aspecto. Antes de que su padre muriera, su vida había sido muy distinta. Robert de Coverdale había sido abogado y había albergado grandes esperanzas de conseguir un buen marido para su única hija. Tal vez un caballero con título y fortuna… Lo que no había esperado era que su única hija se enamorara de un pobre clérigo que había llegado a la aldea un verano, teniendo ella diecisiete años. Helen se estremeció al recordarlo. Su padre se había negado a aprobar una unión entre su hija y Thomas Grant, el joven párroco que decía amarla. Le había parecido una idea ridícula y le había prohibido a Helen que lo viera. Siendo una hija responsable y obediente, Helen le obedeció sin rechistar. Pero le costó años recuperarse de aquella pérdida. Thomas había sido su primer amor verdadero, y perderlo casi la había destruido. Durante los dos años siguientes, la vida de Helen había sido azotada por la desgracia. Su madre había muerto al caerse de un caballo, y su padre, devastado por la pérdida de la mujer a la que había amado más que a sí mismo, había caído en una sucesión de desastres personales y económicos. Incapaz de controlar una vida arruinada, había acabado por suicidarse. Helen descubrió entonces lo que significaba ser dependiente de otros. No tenía parientes en Inglaterra. La familia de su madre vivía en Italia, y el único hermano de su padre había muerto en América. No tenía nadie a quien acudir y no se le ofrecía ninguna salida respetable. Fue entonces cuando empezó a ocultar su belleza natural. No quería parecerles atractiva a los hombres con los que se cruzaba en la calle, ni que los maridos de otras mujeres la encontraran deseable. Por desgracia, ni la ropa sencilla ni el severo peinado habían podido disimular su hermosura. Sus ojos verdes, sus largas pestañas y sus labios carnosos seguían siendo igual de tentadores. Tampoco había podido ocultar que no era tan esbelta y Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 17-133
  • 18. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad delicada como la mayoría de las damas inglesas. Había heredado la lozanía de su madre, y aquellos rasgos exóticos resultaban muy atractivos para los hombres, lord Talbot incluido. Aquel fatídico fin de semana lord Talbot había celebrado una partida de caza en su finca de Somerset. La inmensa mansión estaba atestada de invitados, muchos de los cuales habían llegado desde Escocia para tomar parte en la cacería o para disfrutar de los entretenimientos que lady Talbot había preparado para las veladas. Siendo una modesta institutriz, Helen no había sido invitada a participar en la diversión. Su única función en Grovesend Hall era cuidar de las niñas, de modo que después de acostarlas, había bajado a la cocina a por un vaso de leche caliente y se había dirigido a la biblioteca. Lady Talbot había descubierto la pasión de Helen por la lectura y le había asegurado que, mientras el amo no se enterara, podría disponer de los libros a su antojo. Helen se preguntaba a menudo si lady Talbot tenía conocimiento de las infidelidades de su marido o si simplemente miraba hacia otra parte. Fuera como fuera, Helen había cometido un terrible error aquella noche. Convencida de que lord Talbot estaba con sus invitados, había entrado en la biblioteca… bastante apartada del jolgorio, y había empezado a buscar algo para leer. Fue allí donde la encontró lord Talbot. Volvió a estremecerse por el recuerdo. Se había dado la vuelta al oír cómo se abría la puerta y se había encontrado con su mirada… Una mirada que la hizo olvidarse inmediatamente de los libros. Como la mayor parte de los caballeros, lord Talbot había estado bebiendo desde el mediodía. Helen se arrebujó en su chal, recogió rápidamente la vela y el vaso de leche e intentó pasar junto a él. Para estar bebido, lord Talbot se movió con sorprendente rapidez. La leche y la vela se le soltaron de las manos cuando él tiró de ella para estrecharla entre sus brazos y empezó a besarla. Asqueada, Helen se debatió frenéticamente contra los besos húmedos y babosos que Talbot le presionaba en el cuello y la boca. Pero la lucha sólo sirvió para avivar la excitación de su agresor, quien la empujó hacia el sofá mientras con la boca sofocaba su grito de pánico y con la mano le asía dolorosamente el pecho. En aquel momento, la puerta se abrió y Oliver Brandon entró en la biblioteca. Helen no sabía quién era. Un invitado más entre tantos otros. Pero durante los largos y agónicos segundos en los que permaneció inmóvil en la puerta, Helen pudo ver cómo su expresión de espanto dejaba paso a una mueca de asco al sacar sus propias conclusiones sobre la escena. Murmuró una disculpa y se retiró bruscamente, sin molestarse siquiera en averiguar lo que estaba pasando. Helen cerró los ojos para intentar protegerse del humillante recuerdo. Lo único positivo que tuvo la inesperada llegada del señor Brandon fue que le brindó la oportunidad de escapar. Distraído por la intrusión, lord Talbot había levantado momentáneamente la mirada y había aflojado su agarre. Helen aprovechó entonces para soltarse y correr hacia la puerta. Se abalanzó hacia las escaleras, llorando de Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 18-133
  • 19. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad furia y humillación. Una vez en su habitación, cerró con llave y atrancó la puerta con un pequeño escritorio y la cama. Aquella noche no logró pegar ojo. A la mañana siguiente, abandonó Grovesend Hall para siempre. Regresó a Londres y tuvo que ingeniárselas para salir adelante hasta que logró encontrar un trabajo en el sur de Inglaterra. Nunca volvió a ver a lord ni lady Talbot. Ni tampoco a Oliver Brandon… Hasta aquella mañana en que había llevado a su pupila de dieciséis años a la escuela de la señora Guarding. Pero por la expresión de su rostro era evidente que él tampoco la había olvidado. Y sin duda se estaría preguntando ahora cómo y por qué una mujer de tan pobre moral había acabado como profesora en una escuela para chicas. La misma escuela donde él tenía intención de internar a su hermanastra. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 19-133
  • 20. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Capítulo Tres Oliver guardó silencio mientras acompañaba a la directora a su despacho. La cabeza le daba vueltas al recordar con detalle aquella noche aciaga. Nunca había olvidado lo que vio en la biblioteca de Grovesend Hall. La mano de lord Talbot aferrando el pecho de la joven, la expresión de lujuria en su rostro cuando se volvió y vio a Oliver en la puerta… Incluso ahora, después de tantos años, la imagen lo seguía asqueando. El problema era que, en aquel tiempo, Oliver no conocía bien a William Talbot. Habían frecuentado los mismos clubes y habían hablado de vez en cuando, pero la diferencia de edad había impedido que se forjara una amistad íntima. Sin embargo, por alguna razón, Talbot le había tomado cariño y Oliver se había sentido halagado por su respeto. De modo que cuando el acaudalado lord lo invitó a su casa de campo para una partida de caza, Oliver aceptó encantado. Sacudió la cabeza, como tantas veces hacía al recordar su ingenuidad. No había visto que Talbot era un hombre despreciable. Pero aunque lo hubiera sabido, jamás se habría esperado que exhibiera a su amante en una velada abarrotada de invitados. ¿Qué habría dicho su mujer si hubiera sido ella quien los descubriese en la biblioteca? Por suerte o por desgracia, no fue lady Talbot quien se encontró con la lamentable escena. Oliver había entrado en la biblioteca buscando refugio del bullicio que reinaba en la casa y se había topado con su anfitrión y la joven unidos en un abrazo pasional. Obviamente el ruido de su llegada había llamado la atención de la joven, quien levantó la mirada y lo miró aterrada. Por unos segundos, Oliver se había quedado perplejo ante la imagen de uno de los rostros más hermosos que había visto en su vida. Una cascada de pelo negro y espeso caía hasta la cintura, enmarcando un rostro de tan arrebatadora belleza que era como estar contemplando a un ángel. Los ojos de la mujer habían traspasado su alma, y el recuerdo de su mirada lo había acompañado durante todos esos años. Entonces se había dado cuenta de que estaba interrumpiendo los juegos amorosos de la pareja y se había apresurado a retirarse. Cerró la puerta y volvió al salón de baile, intentando perderse entre la multitud de juerguistas. Pero el recuerdo de aquellos ojos seguía acosándolo allá donde fuera. A la mañana siguiente había abandonado Grovesend Hall y había regresado a Londres. No le había contado a nadie ni una palabra de lo que había visto. Ni siquiera a lord Talbot, quien había bebido demasiado como para recordar nada, y que se había quedado muy sorprendido y decepcionado por la precipitada marcha de su joven invitado. Tampoco había vuelto a saber nada de aquella hermosa mujer de pelo negro. Hasta aquella mañana en la que había llegado a la escuela Guarding para chicas. Su nombre era Helen de Coverdale. Y a menos que hiciera algo al respecto, Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 20-133
  • 21. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad estaba a punto de convertirse en una de las mujeres que ejercerían una influencia directa en su impresionable pupila. —¿Quería hablar conmigo, señor Brandon? —¿Mmm? —murmuró distraídamente Oliver. Miró a la directora y se dio cuenta de que lo estaba esperando—. Oh, sí. Quería hablarle de… de una de sus profesoras. —La señorita de Coverdale. No era una pregunta, sino una afirmación. Oliver frunció el ceño. —¿Cómo lo sabe? —Porque ella fue la única que provocó una reacción en usted. Disculpe por ser tan directa, señor Brandon, pero ¿la señorita de Coverdale y usted se conocen? —No. Al menos no formalmente —se apresuró a corregir—. Ni siquiera sabía su nombre hasta hoy. Pero recuerdo haberla visto… hace muchos años y en unas circunstancias muy distintas. Me preguntaba cómo llegó a estar a su servicio. La señora Guarding se sentó tras un elegante escritorio negro. —¿Le sorprendería saber que la señorita de Coverdale fue alumna de esta escuela? —Sí —admitió él. Agarró un bonito jarrón de porcelana de la mesa y lo giró en sus manos—. ¿Procede de una familia noble? —No, pero sí de una familia distinguida. Su padre era abogado. Su madre, creo, era extranjera. Helen estudió aquí unos años y demostró sus aptitudes para el dibujo. Y naturalmente hablaba italiano con fluidez. Después de su marcha no volví a saber nada de ella, hasta hace tres años, cuando recibí una carta suya preguntándome si podría contratarla como profesora. —Y usted lo hizo. —Sin dudarlo. Estaba encantada de tener a una profesora como ella. Oliver asintió y pensó cómo formular la pregunta siguiente. —¿Tiene… amigos? Hombres, me refiero. —No que yo sepa. La señorita de Coverdale rara vez abandona la escuela. —¿Ni siquiera para visitar a su familia? —No tiene familia en Inglaterra. Sus padres murieron, y nunca le he oído mencionar a ningún otro pariente. —Entiendo —murmuró Oliver, cruzándose de brazos—. Dígame, señora Guarding, ¿la señorita de Coverdale trajo referencias cuando vino a solicitar el puesto? La pregunta provocó un destello de irritación en los ojos de la directora. —Pues claro. ¿Tiene alguna razón para pensar lo contrario? Oliver se encogió de hombros. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 21-133
  • 22. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Únicamente siento curiosidad por los anteriores trabajos de la señorita de Coverdale. La señora Guarding se levantó bruscamente y se acercó a la campanilla. —La señorita de Coverdale trabajó como institutriz para los hijos de lord y lady Peregrine. Fue la misma lady Peregrine quien le escribió una carta con unas referencias impecables. Oliver esbozó una ligera sonrisa. La directora se había puesto a la defensiva y su mensaje estaba bastante claro. No toleraba preguntas impertinentes sobre su personal ni se sentía obligada a responderlas. —No le robaré más tiempo, señora Guarding. Pero sí me gustaría pedirle que me mantuviera informado de la evolución de Gillian. Tengo buenas razones para creer que le será difícil adaptarse a la escuela, pero estoy seguro de que todo irá bien una vez que conozca a las otras chicas. —Estoy convencida de que encajará muy bien, señor Brandon. Pero lo mantendré informado de sus progresos si así lo desea. La puerta se abrió y entró una doncella vestida negro. —Molly lo acompañará a la salida. —Gracias —respondió Oliver con una reverencia. Mientras seguía a la doncella por el pasillo, tuvo que admitir que se sentía frustrado. La conversación con la señora Guarding no le había servido para despejar sus dudas. La directora tenía muy buena opinión de la señorita de Coverdale, cuyo pasado no le había impedido convertirse en profesora. Pero ¿cómo era posible que una mujer que había trabajado en una casa donde tal vez hubiera sido la amante del señor recibiera unas referencias impecables de la esposa? ¿Tan buena era ocultando sus relaciones secretas? ¿O simplemente había tenido la suerte de acabar en una casa donde la esposa conociera las aventuras de su marido y hubiese optado por ignorarlas? Helen colocó el caballete a la sombra del tilo y se aseguró de que no cojeara. —Y ahora, chicas —dijo, sonriéndoles a las ocho jóvenes que se habían agrupado en torno a ella—, vamos a empezar a trabajar en un nuevo paisaje. Señorita Tillendon, ¿no dijo que sería un interesante reto pintar las distintas tonalidades azules del cielo? —Sí, señorita de Coverdale. —Entonces será eso lo que hagamos. Para empezar, debemos pasar un rato observando el cielo. Levantar la mirada y ver cómo cambian los colores. Fijaos en el azul más claro de allí, y cómo las nubes lo oscurecen al pasar por… —Señorita de Coverdale, ¿quién es ese caballero? —preguntó Rebecca Walters de repente. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 22-133
  • 23. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Helen se giró bruscamente y vio a Oliver Brandon caminando a grandes zancadas hacia ellas y con el rostro muy serio. Cubrió rápidamente la distancia entre la escuela y el pasto, pero entonces pareció dudar y se detuvo junto a la valla. Helen sintió cómo se le subía el color a las mejillas. ¿Qué estaba haciendo allí Oliver Brandon? No pretendería hablar con ella en medio de una lección, ¿verdad? Pero ¿qué otra razón podía tener para ir a ver a un grupo de niñas aprendiendo a pintar? —Es el señor Brandon —dijo, pues no veía ninguna razón para no revelar su nombre—. Es el tutor de una de las nuevas estudiantes, la señorita Gresham. —Pero, ¿por qué la está observando? —inquirió Lydia McPherson. —No me está observando a mí, señorita McPherson. Está mirando cómo intentamos pintar el cielo. —Creo que la está mirando a usted, señorita —insistió la pequeña Eliza Howard—. Es muy mayor para interesarte por las demás o por nuestras pinturas. Las niñas se echaron a reír y Helen sintió cómo el rubor se extendía por todo su rostro. —Si me está mirando, es porque quiere ver cómo imparto mis clases, nada más. Su pupila va a estudiar aquí. Es lógico que quiera ver la clase de profesora que soy. —A mí no me importaría que me mirara… —comentó Rebecca Walters con un suspiro—. Es guapísimo… Elizabeth Brookwell soltó un bufido de exasperación. —A ti todos los hombres te parecen guapos. —¡No es verdad! —¡Sí lo es! —¡Señoritas, por favor! —intervino Helen con firmeza—. El señor Brandon tiene todo el derecho a observarnos desde la valla, y estoy segura de que lo hace únicamente por curiosidad. Y ahora devolved la atención al cielo. Estaba comentando las distintas tonalidades de azul. ¿Alguna sabría decirme cuántas tonalidades se ven? La pregunta sirvió para desviar la atención de las niñas, aunque Helen no pudo ignorar tan fácilmente la presencia de Oliver Brandon a diez metros de distancia. Una cosa era decir que estaba allí sólo para observar la lección, pero otra muy distinta era creérselo. Apostado junto a la cerca, Oliver contemplaba cómo Helen de Coverdale impartía la clase de arte al pequeño grupo de niñas. Todas habían llevado caballetes, pinturas y hojas, e intentaban plasmar los cambiantes colores del cielo de la tarde. Incluso desde lejos Oliver podía ver que ninguna demostraba un talento especial para la pintura. Pero, ¿qué le había pasado a la mujer que se erguía en mitad del círculo para dar un cambio tan radical a su vida? Helen de Coverdale estaba perdiendo el tiempo. Con sus labios carnosos y su voluptuosa figura, podría haber sido una de las cortesanas más solicitadas de Londres. Los ricos caballeros de la Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 23-133
  • 24. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad aristocracia se habrían peleado entre ellos por ofrecerle su protección, y los jóvenes apuestos y gallardos habrían hecho fila en su puerta. ¿Y quién podría culparlos? Oliver nunca había visto una combinación semejante de inocencia y sensualidad en ninguna otra mujer. Su piel era como la paleta de un pintor, pero a diferencia de un lienzo, invitaba a deslizar los dedos sobre ella. Oliver se sintió invadido por un deseo abrumador de deslizar los dedos por su rostro y comprobar si su piel era tan cálida y suave como parecía. Sus movimientos también lo fascinaban. Helen de Coverdale caminaba entre las niñas con la misma elegancia que había demostrado en el comedor; sus caderas se balanceaban de un modo inconscientemente sensual. Su atuendo, un vestido sencillo de muselina, no estaba diseñado para realzar su figura, pero las curvas de sus caderas y pechos destacaban tentadoramente a través del tejido. Además, a diferencia de lo que sería de esperar en una mujer de su posición social, ella no ocultaba el pelo bajo una cofia ni con un peinado severo. Sus trenzas caían libremente por la espalda, llegando casi a la cintura en relucientes riachuelos de aguas oscuras. Oliver tenía que admitir que era una mujer deseable. Y por lo que había visto en la biblioteca de Grovesend Hall, podía deducir que no era una novata en las artes amatorias. Pero entonces, ¿qué estaba haciendo allí? Sophie le había asegurado que las profesoras de la Escuela Guarding tenían todas una moral intachable. Pero la conducta que él había presenciado en Helen de Coverdale sólo podía definirse como escandalosa e impropia. ¿Cómo podía una mujer así darles clases de moralidad a las niñas? De repente se puso derecho. Helen de Coverdale se había separado del grupo de alumnas y caminaba directamente hacia él. Sin pensar, se apartó de la valla y se quitó el sombrero. Helen de Coverdale podía ser una mujer de escasa moral, pero era una mujer al fin y al cabo, y los buenos modales estaban demasiado arraigados en él. Además, no podía ser grosero delante del grupo de niñas que lo miraban furtivamente. Aun así, intentó mantener un tono frío y cortés mientras ejecutaba una breve reverencia. —Buenas tardes, señorita de Coverdale. Espero no haberla molestado. —No me ha molestado, señor Brandon, pero me temo que está distrayendo a mis alumnas —repuso ella—. Se distraen con mucha facilidad por la presencia de desconocidos, sobre todo de aquéllos que se muestran tan curiosos. Oliver había esperado que su voz fuera tan seductora como el resto de ella, pero le sorprendió descubrir que sus ojos no eran tan marrones como le habían parecido en un principio, sino de un extraño color verde oscuro con destellos ambarinos y dorados. —Le pido disculpas por las molestias que pueda estar causando, señorita de Coverdale, pero me preguntaba si es usted tan buena pintora como me hizo creer la señora Guarding. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 24-133
  • 25. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Los ojos verdes lo miraron con recelo. —¿Ha hablado de mí con la señora Guarding? —Por supuesto. Y de todas las profesoras a las que he conocido esta mañana. Pensé que sería conveniente hacerlo, ya que voy a dejar aquí a mi pupila. Oliver sabía que no le debía ninguna explicación, pero tampoco quería hacerle creer que tenía un interés especial en ella. Aunque ¿por qué le preocupaba lo que pensara de él? No tenía ni idea. —¿Le gusta pintar a su pupila? —le preguntó ella, sorprendiéndolo. —¿Pintar? Sí, supongo que sí. Gillian tiene muchas habilidades, incluidas algunas artísticas y creativas. —Estupendo. Estoy impaciente por trabajar con ella. —De eso me gustaría hablarle, señorita de Coverdale —dijo Oliver, muy serio —. Creo que convendría aclarar algunas cosas… De repente se oyó un fuerte ruido tras ellos, seguido por unos gritos ahogados y una explosión de risas. —¡Señorita de Coverdale, venga rápido!—gritó una de las niñas—. El caballete de Rebecca se ha caído y se ha puesto perdida de pintura. Helen abrió los ojos como platos al ver el desastre. —¡Cielos! Señorita Walters, ¿no le dije que se asegurara de fijar su caballete? — se dio la vuelta y Oliver se sorprendió al ver la expresión de regocijo que brillaba en sus hermosos ojos—. Discúlpeme, señor Brandon, me temo que debo volver a mi clase. —Pero es muy importante que hablemos… —Estoy segura de que lo que tenga que decirme puede esperar. Con la conversación zanjada, se dio la vuelta y regresó corriendo junto a las niñas. Todas intentaban limpiar con sus pañuelos las manchas azules y amarillas del blusón de Rebecca. Oliver escuchó con atención cómo Helen dejaba a una de las alumnas mayores al cargo y vio cómo acompañaba a Rebecca a la escuela. Una vez más, Helen se alejaba sin volver a mirarlo. Reprimió un suspiro de irritación. No estaba acostumbrado a que lo ignorasen de esa manera, y mucho menos una mujer como Helen de Coverdale. Pero ella había dejado muy clara su postura. Si Oliver quería hablar en privado con ella, tendría que ser antes o después de sus clases. A Helen le sorprendió no volver a ver a Oliver aquel día, pero no le sorprendió lo más mínimo que la señora Guarding la llamase a su despacho aquella misma tarde. —Espero que no te importe que te haya hecho venir, Helen —empezó la señora Guarding—, pero creo que ya sabes el motivo. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 25-133
  • 26. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Helen suspiró. Eleanor Guarding no sólo era una mujer inteligente, sino también muy intuitiva. Obviamente había viso la expresión de Oliver Brandon aquella mañana, al igual que la suya, y la había llamado para llegar hasta el fondo del asunto… Por el bien de la escuela, naturalmente. —Por supuesto —respondió Helen, sentándose frente al escritorio de la directora—. Sé que no se le pasó por alto mi reacción al ver al señor Brandon. La directora sonrió. —Estoy acostumbrada a ver cómo las jóvenes se sonrojan delante de un apuesto caballero, pero me pareció que tu reacción insinuaba algo más que una simple timidez. Consternada, Helen sintió cómo le ardían las mejillas. —No es lo que usted cree. —¿Oh? ¿Y qué es lo que yo creo, según tú? —No conozco al señor Brandon —dijo Helen, poniendo mucho cuidado en sus palabras—. Lo vi una vez en casa de mis amos, hace muchos años. —Entonces ¿por qué pareció que te incomodaba tanto verlo si no tenías nada que ver con él? —Porque lo vi mientras estaba… —se calló un momento, intentando reunir el valor para decirlo—. Mientras estaba siendo acosada por el hombre que me había contratado para cuidar de sus hijas. —Entiendo —repuso la directora. Hubo un momento de silencio, interrumpido tan sólo por el tictac del reloj de la repisa. Finalmente, la señora Guarding asintió—. Sería muy ingenua si pretendiera ignorar lo que pasa en el mundo, Helen. No eres la primera mujer que sufre el abuso de los hombres, y me compadezco de ti por lo que has tenido que soportar. ¿El señor Brandon no supo lo que estaba sucediendo? —No. Supongo que creyó presenciar un encuentro pasional entre dos amantes. No dijo nada, pero salió de la habitación muy rápido. —¿Y desde entonces no lo habías vuelto a ver? —No. Al día siguiente dejé mi empleo en casa de lord Talbot. La señora Guarding entrelazó los dedos sobre el escritorio. —Bueno, creo que no hay nada más que hablar sobre el asunto. Te pido disculpas si mis preguntas te han parecido impertinentes, pero tenía que asegurarme por el bien de la escuela. —Lo entiendo. —La otra razón por la que te he hecho venir es para informarte de las inquietudes del señor Brandon respecto a su pupila. Helen frunció el ceño. —¿Inquietudes? Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 26-133
  • 27. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Parece ser que la señorita Gresham ha estado viéndose con un caballero llamado Sidney Wymington. El señor Brandon no aprueba esa compañía y ha traído a su pupila aquí para alejarla del señor Wymington. Helen miró confundida a la directora. —Pero si la ha traído aquí, ¿por qué sigue preocupado? —Porque teme que el señor Wymington intente ponerse en contacto con la señorita Gresham. Me ha pedido que avise a mi personal para que la señorita Gresham no reciba cartas suyas ni lo reciba mientras esté aquí. Tampoco puede salir sola de la escuela. Helen sintió una mezcla de enojo y resentimiento al oír las palabras de la directora. ¿Por qué los hombres siempre creían tener el derecho de interferir en las vidas ajenas? Especialmente en las vidas de sus esposas e hijas. Oliver Brandon se estaba entrometiendo en la vida de su pupila del mismo modo que el padre de Helen se había metido en la suya… prohibiéndole ver al hombre con quien deseaba casarse. ¿Por qué había que aceptar una actitud tan arrogante y despótica? —¿Y usted está de acuerdo con lo que le pide? —le preguntó rígidamente a la directora. La señora Guarding asió su taza de té y se la llevó a los labios. —No se trata de que esté o no de acuerdo, Helen. La pupila del señor Guarding se encuentra ahora bajo mi responsabilidad, y por tanto no tengo más remedio que acatar las instrucciones de su tutor. Tengo que hacer lo posible para impedir que la señorita Gresham y el señor Wymington lleguen a encontrarse. —Pero ¿qué problema hay con ese caballero? —se sintió obligada a preguntar Helen—. ¿Y si el señor Wymington es un hombre bueno y sincero que ama a la señorita Gresham con la mejor de las intenciones? —Es una posibilidad, pero no nos corresponde ni a ti ni a mí convencer al señor Brandon. Ha pagado por adelantado y además ha hecho una generosa donación de libros. No puedo enfrentarme a él por lo que considere más conveniente para su pupila. —¡Pero está entrometiéndose en la vida de una joven! —Una joven que legalmente está bajo su responsabilidad —le recordó la directora—. Y que, por tanto, debe respetar sus decisiones. Espero contar con tu colaboración en esto, Helen. No puedo permitir que ningún miembro de mi personal actúe por su propia voluntad en asuntos como éste. Helen se tragó las palabras que deseaba soltar. Sólo había una repuesta que pudiera dar. Fueran cuales fueran sus sentimientos al respecto, tendría que acatar los deseos de la señora Guarding. Pero su conciencia se rebelaba contra las órdenes impuestas. —Sí, señora Guarding. Por supuesto que colaboraré. La directora pareció aliviarse bastante. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 27-133
  • 28. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Gracias. Sé que tienes una opinión muy distinta, querida, pero no tenemos elección. Si no hacemos lo que el señor Brandon nos pide, se llevará a su pupila y exigirá que le devolvamos el dinero. —Sí, lo sé —murmuró Helen a regañadientes—. Pero no me ayuda nada saberlo. —Debemos hacerlo lo mejor que podamos —insistió la señora Guarding con una sonrisa—. Te agradezco que me hayas contado la verdad sobre tu primer encuentro con el señor Brandon. —¿Por qué no iba a hacerlo? —Porque no siempre es fácil contar las cosas que nos humillaron en el pasado. Y hace falta aún más valor para contármelas a mí. Helen esbozó una tímida sonrisa. —No sabía lo que podría haberle contado el señor Brandon, pero por si acaso le hubiera dicho lo que él recordaba haber visto, pensé que lo mejor sería contarle lo que realmente ocurrió. —Y por eso no hay nada más que decir —concluyó la señora Guarding, volviendo a llevarse la taza a los labios—. Por lo que a mí respecta, el asunto está zanjado. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 28-133
  • 29. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Capítulo Cuatro Tal vez por lo que la señora Guarding le había contado de Gillian Gresham, Helen se sorprendió a sí misma interesándose por la chica más de lo habitual. Era evidente que a la señorita Gresham no le hacía ninguna gracia haber ingresado a la fuerza en la escuela Guarding. Asistía a todas las clases, pero no hacía el menor esfuerzo por comunicarse con nadie y se mantenía callada y reservada. Cuando tenía que responder a una pregunta, lo hacía a regañadientes y con las mínimas palabras posibles. La mayoría de las profesoras no tardaron en manifestar su frustración por su incapacidad para tratar con la joven, y al final de la primera semana de Gillian en la escuela, Helen empezó a creer que Oliver Brandon le había hecho un flaco servicio a su hermanastra al llevarla allí. Pero Helen sabía mejor que nadie cómo era soportar las decisiones que otros tomaban por una misma. Sabía lo dolorosa que era la prohibición de acercarse al hombre amado, sin importar si fuera el hombre adecuado o no. Y también sabía que el resentimiento que sentía Gillian hacia su hermanastro se extendería a todo el mundo. Por aquella única razón, tenía que intentar acercarse a ella. No era culpa de Gillian estar allí. Como casi todas las mujeres, apenas tenía control sobre su propia vida. —Señorita Gresham, veo que tiene un don natural para la pintura —la halagó una tarde—. Su uso de verdes para captar las tonalidades del follaje es muy inteligente. Gillian se encogió de hombros. —Me gusta pintar. Y pinto lo que veo. —Igual que las otras chicas, pero ellas no tienen un ojo tan bueno como el suyo para los colores. Gillian levantó la mirada hacia ella, y por un momento su rostro se iluminó con una sonrisa. Fue un gesto fugaz, apenas perceptible, pero bastó para que Helen se maravillara del cambio en el aspecto de la chica. Era como ver salir el sol después de la tormenta. Aquel pequeño resquicio fortaleció la decisión de Helen para traspasar las barreras de la chica y llegar al fondo de su silencio. Afortunadamente, la oportunidad le llegó días más tarde. Helen se había llevado un libro a una zona apartada del jardín. Era uno de sus lugares favoritos a los que con frecuencia se retiraba para leer o escribir cartas. Fue allí donde Gillian la encontró. —Buenas tardes, señorita de Coverdale —la saludó cortésmente la chica. —Buenas tardes, señorita Gresham. —Espero no molestarla, pero la señora Guarding me dijo que debía salir a tomar el aire —se sentó en el banco junto a ella—. Me ha dicho que parezco muy pachucha. ¿Lo cree usted también? Helen fingió examinar el rostro de la chica. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 29-133
  • 30. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —Estás un poco pálida, pero nada más. —Eso pensaba yo. Nadie me había llamado nunca pachucha —suspiró y miró el libro que Helen estaba leyendo—. ¿Seguro que no la molesto? —En absoluto. Estaba a punto de hacer una pausa —cerró el libro y lo apartó—. Otelo es una historia muy interesante, pero no me gusta tanto como otras obras de Shakespeare. Los ojos de Gillian se abrieron como platos. —¡Oh! ¿Cómo puede no gustarle? Es muy romántica. El señor Wymington siempre la está citando. La mención del famoso señor Wymington no se le pasó por alto a Helen, pero optó por ignorarla. No era conveniente mostrar mucho interés todavía. —Bueno, señorita Gresham. Ya llevas aquí una semana. ¿Qué te parece la escuela? Gillian se encogió de hombros y sus ojos perdieron algo de brillo. —No es tan horrible como pensaba. Las profesoras son muy amables, y también las chicas, aunque algunas son muy inteligentes. Annabelle James es muy brillante en matemáticas, y Mary Putford sabe hablar francés, italiano y griego. Helen arqueó una ceja, sorprendida. —¿La señorita Putford sabe hablar griego? Vaya, quizá debería preguntarle si estaría dispuesta a dar clases una vez a la semana. Gillian volvió a encogerse de hombros. —Supongo que sí. Me ha confesado que le encantaría ser profesora algún día. Helen volvió a sorprenderse. Mary Putford era una chica muy agradable y una estudiante aplicada, pero rara vez se mezclaba con las otras jóvenes. Era interesante descubrir que, en el poco tiempo que Gillian llevaba en la escuela, había conseguido intimar lo suficiente con Mary para saber que hablaba griego y que le gustaría ser profesora. Gillian Gresham era mucho más de lo que mostraba a simple vista. —¿Quieres decir que no lamentas tanto estar aquí con nosotras en vez de estar en Hertfordshire? —le preguntó Helen con una sonrisa. —No del todo, aunque nunca se lo diría a Oliver —respondió Gillian, viendo cómo una oruga se arrastraba por la hierba a sus pies—. Quiero que sufra remordimientos de conciencia por haberme dejado aquí, y que si me encuentra enferma y consumida crea que ha sido por su culpa. Helen tuvo que reprimir una sonrisa. —Dudo mucho que se lo crea, señorita Gresham. —Y yo, pero me complace pensar que sí. En cualquier caso, no voy a decirle que no echo terriblemente de menos Shefferton Hall —suspiró otra vez—. El problema es que echo de menos a mi querido señor Wymington. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 30-133
  • 31. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —¿Y quién es el señor Wymington? —se atrevió a preguntarle Helen, pues podría parecer extraño no hacer ningún comentario sobre un caballero que había sido nombrado dos veces en la conversación. Una vez más, el cambio en la expresión de Gillian fue extraordinario. Juntó las manos y esbozó una sonrisa radiante. —Es el caballero más atento y considerado que he conocido. Es teniente del ejército, ¡y el hombre más apuesto de todo el regimiento! —¿En serio? ¿Y hay algún compromiso entre vosotros? El entusiasmo de la chica se extinguió como la llama de una vela. —Ojalá lo hubiera. A Oliver no le gusta el señor Wymington. Por eso me envió aquí. No quiere que vuelva a verlo. Helen tuvo que prestar mucho cuidado a sus palabras. No podía animar a Gillian a rebelarse contra tu tutor, pero quería oír su versión de la historia. Al fin y al cabo, era muy posible que las razones de Oliver Brandon para separar a los jóvenes enamorados fueran totalmente infundadas. —¿Por qué a tu tutor no le gusta el señor Wymington? —Porque piensa que sólo va detrás de mi dinero. Soy heredera, señorita de Coverdale. Cuando cumpla veintiún años, heredaré una fortuna. —¿Y el señor Wymington también es dueño de una fortuna? —No. Al menos, a mí no me ha dicho nada. Lo cual significaba seguramente que no tenía dinero, pensó Helen en silencio. Los oficiales de bajo rango no ganaban mucho. Y los oficiales de media paga aún menos. —Es posible que tu tutor tenga razón —observó, deseando por un momento concederle al señor Brandon el beneficio de la duda—. No es raro que los jóvenes con… digamos, dificultades económicas se sientan atraídos por chicas acaudaladas. Sobre todo si son tan bonitas como tú. El rostro de la joven volvió a iluminarse. —¿De verdad cree que soy bonita? —Pues claro, pero estoy segura de que el señor Wymington también te lo ha dicho. Gillian se ruborizó. —¿Puedo hacerle una pregunta, señorita de Coverdale? —Adelante. —Es muy personal. —Si es demasiado personal no la responderé. —Bueno, me preguntaba cómo… ¿Por qué una mujer tan guapa como usted no se ha casado? Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 31-133
  • 32. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Helen parpadeó en desconcierto. —¿Por qué lo preguntas? —Porque usted no es como las otras profesoras de la escuela. Todas son muy simpáticas, pero ninguna es tan guapa como usted, ni mucho menos. Y sé que a los caballeros les gustan las damas hermosas. Por eso me preguntaba por qué no está casada. —Tal vez porque nadie me lo ha pedido —respondió Helen en el tono más despreocupado que pudo. —Pero habrá estado enamorada alguna vez, ¿verdad? «Oh, sí, desde luego que lo he estado», pensó Helen tristemente. «Pero, al igual que tu tutor, mi padre no aceptaba al hombre al que yo amaba y también me prohibió verlo». —Creo que sería mejor hablar de tus planes para el futuro, señorita Gresham, en vez de estar aquí sentadas discutiendo algo que no tiene la menor importancia. —Pero el amor es importante —replicó Gillian a la desesperada—. ¡Es lo más importante del mundo! —Sí, lo es —admitió Helen—, pero hay otras cosas prioritarias. Como el valor de una buena educación, por ejemplo, que es por lo que estás aquí. Gillian soltó un resoplido. —Estoy aquí porque Oliver no quiere que vea al señor Wymington y porque no podía enviarme a ninguna otra parte. A Helen se le encogió el corazón al detectar el tono de melancolía en su voz. —Estoy segura de que tu tutor sólo quiere lo mejor para ti, señorita Gresham. Es mayor que tú, y sabe lo que más te conviene. —Pero ¿cómo puede saber lo que es mejor para mí si nunca ha estado enamorado? —exclamó Gillian, llena de frustración—. ¿Cómo puede saber lo bonito que es estar cerca del ser amado si él nunca ha sentido amor? Helen se quedó perpleja. ¿Cómo era posible que un caballero tan apuesto como Oliver Brandon nunca se hubiera enamorado? —¿Estás segura de que nunca ha experimentado esos sentimientos? —Oh, sí. He pasado casi toda mi vida en casa de Oliver y lo conozco mejor que nadie. Salvo quizá su hermana, pero incluso Sophie sabe lo que es estar enamorada. —¿Es una mujer casada? —Sí, y muy feliz. Me gusta mucho y tenemos unas charlas muy interesantes, aunque es muy sensata. Helen intentó no sonreír con los conceptos que tenía Gillian de «interesante» y «sensato». Parecía que para ella eran términos opuestos. —¿Qué opina ella del señor Wymington? Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 32-133
  • 33. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad —No dice gran cosa —respondió Gillian—. Pero es normal, siendo la hermana de Oliver. Jamás se le ocurriría expresar una opinión contraria a la suya. —¿Conoció al señor Wymington? —preguntó Helen. —Una vez. Los presenté en un concierto. —¿Y le gustó? Gillian frunció el ceño. —No lo sé. No recuerdo que dijera mucho sobre él. —Pero ¿no pasó el tiempo suficiente en su compañía para formarse una opinión? —Oh, sí. Sophie es muy buena analizando a las personas. Y casi nunca se equivoca. —Entonces, si es tan buena analizando a la gente y rara vez se equivoca, ¿por qué no le dijo al señor Brandon que se había equivocado con el señor Wymington? Era una jugada hábilmente formulada para conseguir que Gillian admitiera que la mujer a la que consideraba especialmente sensata había tomado su propia decisión respecto al señor Wymington y que no era una decisión favorable. Por desgracia, la joven no estaba dispuesta a reconocerlo tan fácilmente. —Sophie puede sacar sus propias conclusiones, aunque no siempre las comparte. Pero no creo que me dijera que el señor Wymington le gusta sabiendo que su hermano se opone. Helen no hizo ningún comentario esa vez. Sospechaba que la hermana de Oliver tampoco aprobaba al señor Wymington y que Gillian era muy consciente de ello. Pero su renuencia a admitirlo impulsaba a indagar en el motivo. ¿Por qué Oliver y su hermana felizmente casada se oponían a que la señorita Gillian viera al joven y apuesto caballero? Oliver leyó la carta de Gillian, la tercera desde que la había dejado en la escuela, y frunció el ceño con preocupación. La señorita de Coverdale tiene una opinión muy moderna sobre todo, Oliver. Me siento como si hablara con alguien más cercano a mi edad, en vez de más cercano a la tuya… Oliver suspiró. Su hermanastra pensaba que era un viejo decrépito. La señorita de Coverdale… Helen, como me gusta referirme a ella, me ha hablado de los escándalo que tuvieron lugar en Steep Abbot. Parece que el marqués fue asesinado aquí mismo, en la abadía, y que hay muchas opiniones diferentes sobre la autoría del crimen. Muchos creen que fue su esposa, mientras que otros piensan que lo hizo su fiel mayordomo. De verdad, Oliver, es fascinante. Las chicas no paran de hablar de ello… Oliver tiró la carta y empezó a andar de un sitio para otro. Genial. Su pupila no sólo trababa amistad con una mujer de dudosa moralidad, sino que participaba de los chismes y habladurías que circulaban por la aldea. ¿Dónde estaba esa moral de la Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 33-133
  • 34. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad que había hablado Sophie para referirse a las profesoras de la ilustre escuela Guarding? Aunque los cotilleos sobre un asesinato deberían ser la menor de sus preocupaciones. Mucho más inquietante era que Gillian y la señorita de Coverdale pasaran tanto tiempo juntas, y que Helen tuviera una opinión «moderna» sobre todo. ¿Cómo debía tomarse aquello? ¿Estaría llenándole de pájaros su ingenua cabecita? Hizo sonar la campanilla para llamar a su criado. No le gustaban nada las noticias que estaba recibiendo. No había enviado a Gillian a la Escuela Guarding para que la corrompieran y transformaran en una mujer como Helen de Coverdale. Sabía que tendría que haber sido muy claro con la directora el primer día. Debería haber expresado sus inquietudes sobre el pasado de la señorita de Coverdale y haberse asegurado de que Gillian no estaría expuesta a su influencia. De hecho, debería haberse quedado y haber hablado con la joven profesora él mismo, en vez de permitir que la señora Guarding lo tranquilizara. Y eso era lo que iba a hacer ahora. La única manera de averiguar lo que estaba pasando en Steep Abbot era volver allí y ver con sus propios ojos el efecto que Helen de Coverdale estaba ejerciendo en su pupila, ¡antes de que hubiera más daños! Helen no sabía se sentirse halagada o desconcertada por la carta que acababa de recibir. Era de Oliver Brandon, y solicitaba el placer de su compañía para dar un paseo con él aquella misma tarde. Helen se golpeó pensativamente el pergamino contra el labio inferior. Aquel día tenía la tarde libre, pero no había pensado pasarla con el señor Brandon. Había esperado que él le pidiera una cita para hablar del incidente acaecido doce años atrás, pero Gillian llevaba ya casi dos semanas y media en la escuela. ¿Por qué se molestaba en reclamar su presencia después de tanto tiempo? Frunció el ceño mientras dejaba la carta sobre su mesa. ¿Sería posible que la visita tuviera algo que ver con Gillian? ¿Estaría Oliver preocupado por ella? Helen sabía que Gillian le escribía con frecuencia a su tutor. ¿Podría estar confesándole lo desgraciada o insatisfecha que se sentía en la escuela y por eso Oliver había ido a comprobarlo por él mismo? No, imposible. Si el señor Brandon quisiera saber cómo progresaba su pupila, le habría escrito directamente a la señora Guarding. La directora llevaba al día los progresos de todas las estudiantes, por si acaso surgían las dudas en algún padre o tutor. Pero entonces, ¿qué otra razón podía haber? ¿Sería posible que Gillian la despreciara y le hubiera escrito a su hermanastro para contárselo? No, no podía ser. De hecho, estaba muy complacida con la amistad que había surgido entre ellas, la cual estaba segura que había contribuido a que Gillian se adaptara a su nuevo ambiente. Incluso las otras profesoras comentaban la repentina disposición de Gillian a participar en las clases y a ayudar a las chicas más jóvenes con sus problemas. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 34-133
  • 35. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad Entonces, si no quería interrogarla sobre su pasado y no venía a atender una queja de Gillian, ¿por qué quería verla? A las tres y veintisiete minutos, Helen cerró la puerta de su habitación y caminó rápidamente hacia las escaleras. Las suelas de sus botas de piel emitían suaves chasquidos en el suelo de madera, pero los frenéticos latidos de su corazón ahogaban cualquier otro sonido. Había intentado convencerse de que no tenía nada de qué preocuparse, pero tras pensarlo mucho había llegado a la conclusión de que el señor Brandon quería verla para hablar de su pasado. Era la única explicación lógica. Pero si así fuera, Oliver Brandon también tenía derecho a saber lo que había pasado. Y Helen sabía que si le contaba la verdad, por embarazosa que fuera, todo iría bien a partir de entonces. Después de todo, era un caballero y podría entenderlo. El la estaba esperando en el vestíbulo cuando Helen bajó las escaleras. Tenía un aspecto magnífico, con un gabán, chaqueta oscura y pantalones claros. Parecía más alto que nunca, y su pelo ligeramente alborotado por el viento le confería un aura de picardía que a Helen le resultó tremendamente atractiva. Se puso los guantes e intentó disimular los nervios que le provocaba su presencia. —Buenas tardes, Brandon. Espero no haberle hecho esperar. Oliver se dio la vuelta al oírla y la saludó con una reverencia. —Al contrario, señorita de Coverdale. Es usted escrupulosamente puntual. Su tono formal le dio un breve respiro, pero se obligó a sí misma a ignorarlo. Era lógico que su discurso fuera breve y conciso. La impresión que tenía de ella lo obligaba a mostrarse frío y distante. En el patio los esperaba un coche tirado por dos caballos negros. —Oh, qué caballos tan espléndidos —comentó ella—. ¿Son tan buenos como parecen? —Lo son. ¿Sabe llevar las riendas, señorita de Coverdale? —Sabía hacerlo —admitió ella mientras se acomodaba en el asiento—. Pero de eso hace mucho tiempo. —Es algo que nunca se olvida —observó él, sentándose junto a ella. —No, pero tampoco es una habilidad que se mejore con la falta de práctica. De todas formas, en un día como éste me contento con sentarme y disfrutar con las habilidades de otro. Hacía un día magnífico de mediados de septiembre. La brisa animaba a llevar guantes y un abrigo ligero, pero no era tan fría como para resultar incómoda. Helen se lamentó por no tener un vestido más bonito, pero una mujer de su posición social no podía permitirse muchos caprichos en su vestuario. La chaqueta corta verde oscuro le sentaba bien sobre el sencillo vestido de batista, así como el sombrero atado con una cinta a juego. Lo más nuevo y exquisito eran sus guantes, un regalo de Navidad de su amiga Desirée. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 35-133
  • 36. Gail Whitiker – Una situación comprometida - 11º Multiautor Escándalos de sociedad El señor Brandon agarró las riendas y los caballos se pusieron en marcha al trote. Sus manos eran firmes, pero no severas, y Helen disfrutó viendo cómo empleaba sus habilidades en guiar a los caballos. También le gustó que apenas usara el látigo. Había visto a demasiados jóvenes intentando presumir con el látigo, sólo para que los caballos sufrieran por culpa de su ineptitud. Pero cuando el señor Brandon empleaba el látigo, lo hacía con tanta ligereza que era el restallido más que el roce lo que hacía responder a los caballos. Además, con un par de buenos animales como aquéllos el látigo apenas era necesario. Recorrieron unas cuantas millas en silencio, deleitándose con el delicioso día otoñal. A Helen le hubiera gustado disfrutar también de la compañía de Oliver, pero a medida que pasaban los minutos iba creciendo su aprensión. La certeza de que iba a tener que hablar de aquel incidente que tanto dolor y humillación le había causado no la ayudaba precisamente a calmarse. Finalmente, cuando ya no pudo seguir soportando el silencio, se volvió hacia él con la pregunta en sus labios. Para su sorpresa, Oliver se le adelantó con la suya. —¿Dónde aprendió a hablar italiano, señorita de Coverdale? —¿Cómo… cómo dice? —balbuceó ella, ligeramente aturdida. —El italiano —repitió él con una penetrante mirada—. No es una lengua muy común para que la enseñe una mujer inglesa, ¿no le parece? —Bueno, mi… mi madre era italiana —consiguió decir. —Pero su padre no. —No. Era inglés. Mi madre lo conoció mientras estaba visitando a unos amigos en Canterbury. Se casaron poco después. —¿Regresaron a Italia? Helen negó con la cabeza, —Mi padre ya estaba instalado en Inglaterra, de modo que la opción de vivir en el extranjero quedó descartada. —¿Y a su madre la alegró abandonar Italia? La expresión de Helen se suavizó. —Creo que nunca fue realmente feliz en Inglaterra. Odiaba el tiempo y los cielos grises. Y sé que echaba terriblemente de menos a su familia. Eran ocho hermanos. —Santo Dios… ¿Ocho? Helen sonrió. —Los italianos son famosos por tener familias muy numerosas. Por desgracia, mi padre nunca tuvo el menor deseo de visitar Italia, de modo que mi madre decidió pasar los veranos allí. Y me llevó con ella. —¿Y a su padre no le importó? Helen se encogió de hombros. Escaneado por Mariquiña-Xaloc y corregido por Laila Nº Paginas 36-133