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NADIE SABE EL SUFRIMIENTO DE UN ABORTO HASTA QUE TOCA.
Cuando me hice la prueba de embarazo y dio positivo, tuve muchas sensaciones
que se agolparon en mi ser. Fue maravilloso enterarme que iba a ser madre de un
hijo muy deseado y querido por todos en mi familia.
Estaba tan feliz que quería gritarlo a los cuatro vientos y así lo hice. Todo mi
entorno se enteró de la noticia y se hicieron cómplices de cada avance de la
gestación.
Mi vientre iba creciendo y fui cumpliendo los protocolos que me marcaba el
ginecólogo. Llegó la hora de hacerme la analítica de la semana 12. -Una más, puro
trámite – pensé. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me llamaron del hospital porque
los resultados no estaban claros. El riesgo de que el niño naciera con Síndrome de
Down era muy alto. Debía hacerme la amniocentesis para salir de dudas.
Por mi carácter optimista no me preocupé demasiado. ¿Por qué debía ser yo? No
podía ser. Si me encontraba perfectamente. En la Seguridad Social debía esperar
unos diez días hasta realizarme la prueba por lo que decidimos hacerla cuanto
antes en un centro ginecológico privado.
El profesional que me atendió quedó en que me llamaría con los resultados. El
teléfono sonó dos días después cuando estaba poniendo la mesa para almorzar. Lo
cogió mi marido y se le cambió la cara de inmediato. Los resultados eran los peores
y debíamos ir a la clínica de inmediato. El mundo se me vino encima, no podía
parar de llorar y de preguntarme qué había ido mal.
Llegamos al centro médico para ya confirmar lo que sabíamos pero para añadir,
además, que el feto sufría una cardiopatía grave que lo hacía incompatible con la
vida una vez nacido.
Y a partir de ese momento empieza el infierno y el tormento. Primero, debía
decidir si quería o no abortar. Los pensamientos más variados se agolpaban en mi
mente. Cuestiones morales, físicas y psicológicas bañadas con lágrimas que no
paraban de salir, me nublaban la mente y me aturdían. Era una pesadilla, un mal
sueño del que debía despertar. Pero por desgracia, no era un sueño. Era realidad y
me estaba ocurriendo a mí.
Cuando decidí abortar - ¡Qué maldita palabra! – tuve que pasar por varios trámites
horrorosos que me hicieron sentir como una auténtica mierda. Ginecólogo que te
certificaba el caso, trabajador social para cuestiones burocráticas y papeleo en
administración hospitalaria para derivación a la clínica donde se haría efectivo el
aborto.
Sólo habían dos centros en toda la comunidad donde pudiese acudir. Pido cita. Me
la dan. Voy acompañada de mi marido y padres –gracias por estar ahí-. Sala de
espera con caras tristes de otras mujeres. Me llaman. Vuelvo a subirme al potro por
no sé cuantas veces en los últimos días. Ya no tengo vergüenza ni pudor por
enseñar mis partes más íntimas. De nuevo, la ecografía. Veo que la doctora pone
cara rara y le pregunto que qué pasa. Me contesta que no me pueden intervenir
porque tengo un milímetro más de lo establecido para el tipo de aborto que tenían
previsto y que tengo que volver otro día. ¿Alguien se imagina el sufrimiento que
estaba padeciendo para tener que regresar en otro momento y pasar ese suplicio
de nuevo?
Pues volví y se hizo efectivo el aborto. Me pusieron la epidural que me dio un frío
de muerte. Y cuando empezó la intervención, oía cómo los facultativos hablaban de
ir al Caribe mientras yo estaba allí, abierta de piernas y dando por finalizadas mis
ilusiones más deseadas. Una vez se me pasó el efecto de la anestesia, un psiquiatra
(muy atento y amable) me atendió para evaluarme psicológicamente. Me ayudaron
mucho sus palabras y su apoyo para hacerme ver que había hecho lo correcto. Mi
niña, mi Claudia, no tenía posibilidades de sobrevivir y el sufrimiento hubiese sido
mucho mayor tanto para ella, como para la familia.
Todo había terminado. O no. El vacío que se te queda en el alma es inmenso. Nadie
puede ni imaginarse lo duro y difícil que es pasar por ese trance. Esto ocurrió en el
2008 y recuerdo a la perfección cada minuto, de cada día, de todo lo que sucedió.
Estoy convencida de que mi actuación fue la correcta. Pero sobre todo sé que
decidí por mí misma y que asumí las consecuencias del camino que elegí. Yo, dueña
de mi cuerpo y de mi voluntad. Sin rosario, o guía espiritual que me condujese. Y,
por supuesto, sin políticos de clase barriobajera y de doble moral que quisieran
manipular las riendas de mi vida.
“Malformación del feto”. Ese fue el supuesto legal que me acogió para abortar y no
considerarme una criminal. Pero da igual si hay supuesto legal o no. No se puede
juzgar ni criminalizar a una mujer por tomar una decisión que afecta a su ámbito
privado. No importa su edad, religión, ideología, procedencia geográfica,.. Da igual.
Cada cuál asume la responsabilidad moral de sus actos. Y que tampoco se olvide,
que nadie pasa por ese trance por gusto. El proceso es duro y no podemos juzgar
las decisiones de otros sin conocer los motivos de fondo.
Señor Gallardón, señor Rajoy, ¿saben ustedes la humillación que supone para la
mujer depender de decisiones médicas, judiciales y psicológicas para poder
realizar un acto como persona adulta y dentro de su esfera privada? ¿quiénes se
creen ustedes que son para cortar la libertad femenina de decidir sobre su cuerpo?
¿quieren que las mujeres demos un paso atrás en la tenencia de derechos y
libertades que hasta el diario británico conservador The Times critica?.
¡Venga ya! Que de lecciones morales estamos ya bien aviados. Esos que firmaron
sentencias de muerte en el franquismo sin temblarles el pulso; esos que consideran
a unos, mártires y a otros, seres invisibles; esos que ahora dicen que deben cumplir
su programa electoral (¿la subida de impuestos, los recortes, el descenso en las
pensiones también estaban en su panfleto electoralista?); esos que tienen varas de
medir diferenciadas para la sanidad pública o privada, para catalogar a las
personas según su procedencia; esos que corren un tupido velo cuando se habla de
pederastia en la Iglesia. ¡Venga ya!
Y otra cosa importantísima. Los niños que nazcan con deficiencias variadas y en el
seno de familias de origen social y económico humildes, ¿tendrán garantizadas sus
prestaciones sociales y las pensiones que les asegure una vida digna y plena?
Permítanme que lo dude mucho. Pues eso, una vez más. Doble moral. Hipocresía
que pone en la picota el futuro de mujeres que ya sufren con tomar esta decisión
tan complicada. Y para más inri, que sean consideradas como delincuentes por la
sociedad que ustedes intentan moldear a su antojo.
*Nota: Escribir este texto ha sido muy duro por el recuerdo que supone pero he
creído que tenía que ser valiente por dos motivos principales. Con él, he querido
manifestar mi apoyo a las mujeres que como yo, les toca tomar esta decisión. Con
él también, expreso mi postura contraria a esta ley que conduce a abortos
clandestinos, firmados con Visa en el extranjero y basada en una moralidad
arropada por la hipocresía letal de algunos.

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  • 1. NADIE SABE EL SUFRIMIENTO DE UN ABORTO HASTA QUE TOCA. Cuando me hice la prueba de embarazo y dio positivo, tuve muchas sensaciones que se agolparon en mi ser. Fue maravilloso enterarme que iba a ser madre de un hijo muy deseado y querido por todos en mi familia. Estaba tan feliz que quería gritarlo a los cuatro vientos y así lo hice. Todo mi entorno se enteró de la noticia y se hicieron cómplices de cada avance de la gestación. Mi vientre iba creciendo y fui cumpliendo los protocolos que me marcaba el ginecólogo. Llegó la hora de hacerme la analítica de la semana 12. -Una más, puro trámite – pensé. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me llamaron del hospital porque los resultados no estaban claros. El riesgo de que el niño naciera con Síndrome de Down era muy alto. Debía hacerme la amniocentesis para salir de dudas. Por mi carácter optimista no me preocupé demasiado. ¿Por qué debía ser yo? No podía ser. Si me encontraba perfectamente. En la Seguridad Social debía esperar unos diez días hasta realizarme la prueba por lo que decidimos hacerla cuanto antes en un centro ginecológico privado. El profesional que me atendió quedó en que me llamaría con los resultados. El teléfono sonó dos días después cuando estaba poniendo la mesa para almorzar. Lo cogió mi marido y se le cambió la cara de inmediato. Los resultados eran los peores y debíamos ir a la clínica de inmediato. El mundo se me vino encima, no podía parar de llorar y de preguntarme qué había ido mal. Llegamos al centro médico para ya confirmar lo que sabíamos pero para añadir, además, que el feto sufría una cardiopatía grave que lo hacía incompatible con la vida una vez nacido. Y a partir de ese momento empieza el infierno y el tormento. Primero, debía decidir si quería o no abortar. Los pensamientos más variados se agolpaban en mi mente. Cuestiones morales, físicas y psicológicas bañadas con lágrimas que no paraban de salir, me nublaban la mente y me aturdían. Era una pesadilla, un mal sueño del que debía despertar. Pero por desgracia, no era un sueño. Era realidad y me estaba ocurriendo a mí. Cuando decidí abortar - ¡Qué maldita palabra! – tuve que pasar por varios trámites horrorosos que me hicieron sentir como una auténtica mierda. Ginecólogo que te certificaba el caso, trabajador social para cuestiones burocráticas y papeleo en administración hospitalaria para derivación a la clínica donde se haría efectivo el aborto. Sólo habían dos centros en toda la comunidad donde pudiese acudir. Pido cita. Me la dan. Voy acompañada de mi marido y padres –gracias por estar ahí-. Sala de espera con caras tristes de otras mujeres. Me llaman. Vuelvo a subirme al potro por no sé cuantas veces en los últimos días. Ya no tengo vergüenza ni pudor por enseñar mis partes más íntimas. De nuevo, la ecografía. Veo que la doctora pone cara rara y le pregunto que qué pasa. Me contesta que no me pueden intervenir porque tengo un milímetro más de lo establecido para el tipo de aborto que tenían previsto y que tengo que volver otro día. ¿Alguien se imagina el sufrimiento que estaba padeciendo para tener que regresar en otro momento y pasar ese suplicio de nuevo? Pues volví y se hizo efectivo el aborto. Me pusieron la epidural que me dio un frío de muerte. Y cuando empezó la intervención, oía cómo los facultativos hablaban de ir al Caribe mientras yo estaba allí, abierta de piernas y dando por finalizadas mis ilusiones más deseadas. Una vez se me pasó el efecto de la anestesia, un psiquiatra
  • 2. (muy atento y amable) me atendió para evaluarme psicológicamente. Me ayudaron mucho sus palabras y su apoyo para hacerme ver que había hecho lo correcto. Mi niña, mi Claudia, no tenía posibilidades de sobrevivir y el sufrimiento hubiese sido mucho mayor tanto para ella, como para la familia. Todo había terminado. O no. El vacío que se te queda en el alma es inmenso. Nadie puede ni imaginarse lo duro y difícil que es pasar por ese trance. Esto ocurrió en el 2008 y recuerdo a la perfección cada minuto, de cada día, de todo lo que sucedió. Estoy convencida de que mi actuación fue la correcta. Pero sobre todo sé que decidí por mí misma y que asumí las consecuencias del camino que elegí. Yo, dueña de mi cuerpo y de mi voluntad. Sin rosario, o guía espiritual que me condujese. Y, por supuesto, sin políticos de clase barriobajera y de doble moral que quisieran manipular las riendas de mi vida. “Malformación del feto”. Ese fue el supuesto legal que me acogió para abortar y no considerarme una criminal. Pero da igual si hay supuesto legal o no. No se puede juzgar ni criminalizar a una mujer por tomar una decisión que afecta a su ámbito privado. No importa su edad, religión, ideología, procedencia geográfica,.. Da igual. Cada cuál asume la responsabilidad moral de sus actos. Y que tampoco se olvide, que nadie pasa por ese trance por gusto. El proceso es duro y no podemos juzgar las decisiones de otros sin conocer los motivos de fondo. Señor Gallardón, señor Rajoy, ¿saben ustedes la humillación que supone para la mujer depender de decisiones médicas, judiciales y psicológicas para poder realizar un acto como persona adulta y dentro de su esfera privada? ¿quiénes se creen ustedes que son para cortar la libertad femenina de decidir sobre su cuerpo? ¿quieren que las mujeres demos un paso atrás en la tenencia de derechos y libertades que hasta el diario británico conservador The Times critica?. ¡Venga ya! Que de lecciones morales estamos ya bien aviados. Esos que firmaron sentencias de muerte en el franquismo sin temblarles el pulso; esos que consideran a unos, mártires y a otros, seres invisibles; esos que ahora dicen que deben cumplir su programa electoral (¿la subida de impuestos, los recortes, el descenso en las pensiones también estaban en su panfleto electoralista?); esos que tienen varas de medir diferenciadas para la sanidad pública o privada, para catalogar a las personas según su procedencia; esos que corren un tupido velo cuando se habla de pederastia en la Iglesia. ¡Venga ya! Y otra cosa importantísima. Los niños que nazcan con deficiencias variadas y en el seno de familias de origen social y económico humildes, ¿tendrán garantizadas sus prestaciones sociales y las pensiones que les asegure una vida digna y plena? Permítanme que lo dude mucho. Pues eso, una vez más. Doble moral. Hipocresía que pone en la picota el futuro de mujeres que ya sufren con tomar esta decisión tan complicada. Y para más inri, que sean consideradas como delincuentes por la sociedad que ustedes intentan moldear a su antojo. *Nota: Escribir este texto ha sido muy duro por el recuerdo que supone pero he creído que tenía que ser valiente por dos motivos principales. Con él, he querido manifestar mi apoyo a las mujeres que como yo, les toca tomar esta decisión. Con él también, expreso mi postura contraria a esta ley que conduce a abortos clandestinos, firmados con Visa en el extranjero y basada en una moralidad arropada por la hipocresía letal de algunos.