1. EL TEOREMA DE LA IMPOSIBILIDAD.
Manfred Nolte
En ocasiones una idea expresada con sencillez ayuda a comprender una realidad
compleja. Es el caso del ‘Teorema de la imposibilidad de la economía global’ de
Dani Rodrik. El teorema en cuestión postula que democracia, soberanía
nacional e integración económica global son conceptos juntamente
incompatibles. Podemos combinar indistintamente dos de las tres, pero nunca
los tres simultáneamente de una forma satisfactoria.
Dani Rodrik es un respetado Profesor de Ciencias Sociales en el Instituto de
Estudios avanzados de la Universidad de Princeton. Su obsesión consiste en la
paradoja de la globalización. Ya se sabe, la globalización, ese tsunami imparable
que derriba proteccionismos y arrasa los lindes de las fronteras haciendo del
planeta tierra una aldea global.
La globalización es la hidra de las siete cabezas para aquellos movimientos
sociales que habiéndola situado en el epicentro de sus anatemas, se
autoproclaman ‘antiglobalización’, porque hace décadas que la izquierda
radical, y otras líneas de pensamiento que no lo son tanto, cayeron en la cuenta
de que el auténtico enemigo de la economía social en todas su arco de coloridos
no es el liberalismo sino la globalización. O, mejor aun, que liberalismo y
globalización son dos episodios sucesivos de un mismo concepto económico.
Pero veamos como se debate lo que también se conoce como el ‘trilema político
de la economía mundial’. Rodrik parte del supuesto de que una integración
profunda de áreas económicas requiere, como requisito primario, la
eliminación de los costes transaccionales y financieros que se producen en los
intercambios transfronterizos. Es el primer paso que se aborda en las Áreas de
libre comercio, en las Uniones aduaneras o en las Uniones económicas y
monetarias que aspiran a la integración total. Y obsérvese la expresión ‘que
aspiran’ ya que hoy por hoy, en este nuestro imperfecto planeta no existe un
2. área de esas características. Justamente los actuales Estados-Nación son una
fuente individualizada de costes transaccionales. Cada Estado-Nación
representa un riesgo soberano de una determinada calidad y en su
independencia previene una regulación y una supervisión globales, y en mayor
medida aun, un fondo de garantía común. La disfuncionalidad del sistema
financiero mundial, por ejemplo, aunque se diga liberalizado y globalizado,
reside justamente en los costes transaccionales referidos, que siguen vigentes en
numerosos de sus flancos.
¿Cómo queremos proceder? Según Dani Rodrik una primera opción viene
representada por el federalismo global, una mutualización política y económica
planetaria en la que la globalidad de los mercados venga precedida e inmersa en
una globalidad democrática. Naturalmente, esta posibilidad solamente puede
calificarse de quimérica, al encontrar insalvables intereses contrapuestos entre
países pobres y ricos, entre naciones fuertes e influyentes y aquellas otras sin
especial relevancia política ni destacado peso económico. Como ha demostrado
la Unión Monetaria Europea en el transcurso de la gran crisis iniciada en 2008,
ni una incipiente mutualización, ni mucho menos un anhelo federalista ha
conseguido cuajar en esta Europa de los halcones centrales y de las palomas
periféricas.
Una segunda opción reside en el mantenimiento de los Estados nacionales, pero
rebajando el calado democrático y representativo de las Instituciones nacionales
–sus Parlamentos y leyes, sus decisiones gubernamentales- en aras de su
sometimiento a un valor superior concretado en los objetivos y necesidades de
la economía internacional y de las fuerzas que de un modo u otro les cedan la
palabra y les otorguen esa representación práctica. Así el mantenimiento del
sistema patrón oro y en menor medida el de patrón cambios oro o el
experimento de la convertibilidad paritaria peso-dólar en Argentina que
condujo al colapso de la economía de esta última. La libertad económica
nacional se inmola en aras de una pretendido ‘principio’ económico superior.
Los niveles de reservas de divisas y aun de empleo y producción se sacrifican a
una aparente ley insoslayable, hasta el estallido de la idea.
Una tercera y última opción es la que responde en parte a la reacción presente
de un buen número de países, rebajando la ambición por un mundo globalizado.
Limitamos la globalización acudiendo selectivamente a los controles de capital,
los acuerdos tarifarios y a las restricciones a los movimientos de personas.
Incurrimos, en la medida en la que ellos sea posible, en devaluaciones
competitivas y tratamos de rescatar tonelaje democrático y soberanía nacional a
costa de una globalización sospechosa que no nos acaba de seducir.
Concluye Dani Rodrik que cualquier reforma del sistema monetario
internacional debe tener en cuenta este trilema. Si el mundo aspira a una mayor
globalización, en la confianza de que ello acarrea mayores niveles de bienestar a
la ciudadanía habrá que ceder algo de democracia o algo de soberanía nacional.
Pretender simultanear los tres valores a un mismo tiempo es un imposible. El
olvido de este trilema inmutable nos hace perder perspectiva cuando
analizamos, por ejemplo, la presente cruzada helénica, que negocia el acceso a
las arcas de ‘El Dorado’ comunitario, reivindicando simultáneamente su
3. autonomía democrática y la innegociable supremacía de su soberanía nacional,
derivada del último resultado de sus urnas. No es posible.