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UN PUZLE CAPITAL.
Manfred Nolte
Con los matices, variantes, y también obstinaciones, inherentes a toda
construcción ideológica, la historia de pensamiento económico se ha movido
hasta nuestros días en torno a dos escuelas fundamentales: la clásica y la
keynesiana. Desde la publicación por Adam Smith en 1776 de la obra ‘La
riqueza de las naciones’, biblia del liberalismo, catalogada por el nobel Amartya
Sen como«el libro más grande jamás escrito sobre la vida económica», el
pensamiento liberal se desarrolló como credo dominante –sorteando las
contradicciones de la revolución industrial, el estallido social de las clases
obreras y la irrupción del marxismo,- hasta la antesala misma de la gran crisis
de 1929.
A partir de ahí, la incapacidad de las políticas del ‘laissez faire’ para sacar a
Estados Unidos y a Occidente de un paro desgarrador, junto a la deserción de la
mítica ‘mano invisible’ dieron paso al discurso de John Maynard Keynes y sus
revolucionarias políticas de intervención estatal basadas en la estimulación del
gasto publico. El keynesianismo en sus oportunas variantes, olvidado a partir de
los años 70 con el resurgimiento de los idearios liberales y la entronización del
‘Consenso de Washington’, cobró renovada vigencia al decidir el G20 en sus
sesiones de Noviembre de 2008 y marzo de 2009 una acción concertada de
gasto público masivo para afrontar la crisis surgida en 2007, tal vez distinta
pero no menor ni menos cruenta que la de 1929.
Es sabido que en sucesivas reuniones del G20, Pittsburg(2009)y en particular
Toronto(2010)el discurso beligerante de intervenciones estatales y gasto publico
generoso ha cedido su puesto a otro que de forma gradual y de la mano de
Alemania y sus correligionarios más estrechos entona nuevamente el himno de
la ortodoxia clásica y con ella de la llamada ‘austeridad’ que, aunque nunca ha
sido tal en sentido estricto, expresa una regreso a las posiciones presupuestarias
equilibradas de los clásicos liberales.
2. Las acción de los gobiernos aplicando el rescate a las economías europeas en
quiebra –Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre-es una muestra de intervención
corporativa, pero con el sello indisimulado de la disciplina presupuestaria, el
recorte de déficits y un conjunto de condicionalidades que, como efecto
impacto, han supuesto más paro y más depresión.
Al hacer inventario del naufragio económico viene a resultar que el exponente
del liberalismo mundial, Estados Unidos, ha superado todas las secuelas de la
enfermedad a base de terapias keynesianas e intervencionistas, mientras que
Europa, cuna de las democracias sociales lucha por sobrevivir agobiada por los
programas clásicos de recortes, equilibrios presupuestarios y políticas de
austeridad. Los programas monetaristas de liquidez masiva y de relajación
cuantitativa –que tienen escuela propia- han sido bien recibidas por los
seguidores de Keynes sobre la base de todo aquello que estimule la demanda
agregada resulta bienvenida en una época de movimientos raquíticos o
inexistentes de la demanda. Pues bien; esta línea heterodoxa ha sido utilizada
hasta la extenuación en Estados Unidos mientras que el Banco Central Europa
se halla aun en una fase de implementación tibia y dubitativa. Nuevamente los
liberales han sido usuarios más fervientes de la medicina keynesiana que los
países de mayor tradición social intervencionista y menos alineados con el
ideario liberal.
Viene con ello a la memoria, aplicable a escala mundial, lo que Unamuno
opinaba de los españoles de su tiempo con incontenido asombro. En su obra
‘Como se hace una novela’ puede leerse lo siguiente: “Nadie cree en lo que dice
ser lo suyo: los socialistas no creen en los social ni en la lucha de clases ni en la
férrea ley del salario y otros simbolismos marxistas; los comunistas no creen en
la comunidad y menos en la comunión, los conservadores en la conservación ni
los anarquistas en la anarquía.”
De modo que los liberales americanos se hartan de lo que llamamos
keynesianismo, intervencionismo a discreción, salvamento bancario, tipos de
interés nulos, liquidez sin límite y relajación cuantitativa, mientras que la
Europa de las conquistas sociales se alía con el equilibrio presupuestario, la
contención, la rebaja y el recorte de deuda y del déficit fiscal y su Banco Central
cavila entre melindres y escrúpulos sobre cuanto vueltas debe darle a la
manivela.
Justamente, la resultante de este esperpento de contradicciones no es sino el
dilema del propio discurso económico que sigue siendo excluyente y dual en
lugar de integrador y solidario. Permítanme un sencillo y sangrante ejemplo
final. España discurre en la actualidad por un estrecho pasillo que deja atrás la
recesión pero no las secuelas de la crisis. Acumula una deuda astronómica de un
billón de euros y aunque ha reducido su déficit fiscal en seis puntos
porcentuales desde 2010 debe seguir recortando gastos o aumentando
impuestos por otros cuatro puntos adicionales hasta llegar en 2017 a un
presupuesto prácticamente equilibrado. Que tenemos que hacerlo parece
inevitable. Ahora bien, ¿nos quedamos con la desoladora convicción de que lo
nuestro será acometer recortes(las subidas de impuestos también lo son para la
renta disponible)por valor de 45.000 millones de euros en los tres próximos
años, o ponemos el énfasis en que, todavía, durante tres años agravaremos el
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3. monto de la deuda pública, trasladando su carga a la generación de nuestros
hijos y caminando en el filo de la navaja de la credibilidad internacional?
Evidentemente dependerá de las gafas que nos pongamos: la de cristales
keynesianos repudiará el pacto fiscal europeo, mientras que los lentes liberales
nos advertirán que seguimos practicando un ejercicio de altísimo riesgo que
puede devolvernos al infierno del verano de 2012. Como cualquiera de los dos
planteamientos es excluyente, y ambos están cargados de razón, lamento
carecer de solución a este puzle capital.
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