Al analizar la crisis sanitaria en España se han observado las limitaciones del sistema sanitario como tal, pero más importante parece la acción preventiva, la gestion del Gobierno para adelantarse a los acontecimientos.
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COVID 19:UNA CRISIS DE LIDERAZO.
Manfred Nolte
‘Ser como Dinamarca’ (‘getting toDenmark’) es la conocida expresión que resume
la idea aspiracional de un Estado desarrollado dotado de instituciones sólidas,
operativas, eficientes y legítimas.
Es evidente que no somos como Dinamarca, aunque en descargo de la
observación pueden aducirse todo tipo de argumentos -las ‘circunstancias’ de
Ortega- que mitigan la distancia que hay entre nosotros y ellos. Lo determinante
no es tanto que no lo seamos, como la voluntad o al menos el interés de querer
acercarnos al modelo nórdico y la percepción que tengamos de las bondades que
aporta dicho acercamiento. Viene todo esto a cuenta a la hora de formular el
grado de eficiencia y de liderazgo del gobierno español en su respuestaal Covid19.
España milita, como el resto de los países, en una interminable liga de
competiciones de toda índole de la que vamos a extraer brevemente aquellas que
tienen alguna o mucha relación directa con la gestión de los gobiernos de turno,
y en especial desde el prisma del desempeño de la ‘res’ (cosa) pública que
llamamos política.
Empezaríamos por el PIB per cápita, donde España se sitúa en el primer cuarto
de la tabla con 40.000 dólares/año, lejos de Luxemburgo que encabeza la lista
con 114.000 dólares, pero no muy distanciado de la media de la OCDE (46.000
dólares) o Dinamarca (62.000) y decididamente mejor que los países en
desarrollo (3.000 dólares).
Seguiríamos con el Índice de desarrollo humano (IDH) un indicador promovido
por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que mide el nivel
de desarrollo socioeconómico de cada país añadiendo al PIB variables como la
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esperanza de vida, la educación y otras. España ocupa el lugar 25 entre 190 de
una relación encabezada por Noruega, Suiza e Irlanda (Dinamarca, 11).
El Índice de Percepción de la Corrupción califica a 180 países en función de sus
niveles percibidos de corrupción en el sector público. Utiliza una escala de 0
(corrupción elevada) a 100 (sin corrupción). España figura en el lugar 30 de la
lista encabezada por Dinamarca, Nueva Zelanda y Finlandia.
El índice de precariedad construido por Arthur Okun evalúa la resultante de las
tasas de desempleo, inflación y préstamos bancarios, menos el cambio porcentual
en el PIB real per cápita. España ocupa el puesto 40, lastrado por su alta tasa de
desempleo.
Determinados resultados educativos son recogidos en el Informe PISA,
encabezado por Finlandia, y con Dinamarca en posición destacada. España, como
es sabido, sale mal parada en esta valoración.
Se cuentan por cientos las tablas clasificatorias. La Unión europea produce
periódicamente el estudio titulado ‘European Quality of Life Survey’. La OCDE
presenta anualmente desde 2.007 su ‘Índice de calidad de vida’ (‘Better Life
Índex’). El Instituto ‘Legatum’ publica un ‘Índice de prosperidad global’ (Global
Prosperity Index’),una sofisticada interpretación de indicadores económicos y no
económicos. Y el informe de felicidad global “World Happiness Report,” de
Naciones unidas que nuevamente declara a los países escandinavos (Dinamarca)
como los países mas felices del planeta, mientras que sitúa en África a los más
desventurados. En todos ellos España registra posiciones entre finales del
primero o principios del segundo cuartil.
Viene todo estoa concluir que la indexación -quetambién implica simplificación-
de la gestión pública en España, en la que obviamente influyen otros factores, ha
sido en general de aprobado alto, en ocasiones con incursiones en el notable y
también, en ocasiones, con deslizamientos puntuales hacia el suspenso. No
somos Dinamarca. No quiereestosignificar en modo alguno la renuncia a nuestro
sentimiento de pertenencia nacional, ni constituye la expresión de complejos de
inferioridad, sino la serena constatación de que jugamos en una liga de países
entre buenos y excelentes, pero sin ser aun candidatos a la máxima competición.
Bastaría que nuestro diagnóstico nos permitiera trazar acciones futuras realistas
conociendo los puntos débiles de nuestras capacidades para así poderlos revisar
y mejorar.
Vayamos ahora a la crítica de la gestión pública de la Crisis del COVID-19. Todos
hemos aprendido que más allá del heroísmo mostrado por nuestros médicos,
sanitarios y grupos puntuales de apoyo, nuestro sistema sanitario no es el mejor
del mundo, aunque sea ejemplar en su gratuidad e inclusividad, una fabulación
que ha terminado con el despertar más amargo destapando enormes carencias de
nuestro modelo. Que disponemos de un tercio de las camas hospitalarias per
cápita de Austria o Alemania figurando a la cola en las camas de cuidados
intensivos de toda la OCDE. Nuestrogasto sanitario es inferior al de gran número
de países europeos y la mitad del estadounidense, aunque este modelo no nos
guste.
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También sabemos que no estábamos preparados para la pandemia, que se
ignoraron las experiencias de países golpeados por el virus y que se reaccionó
tardecon el consiguiente precio en vidas humanas, a diferencia de aquellos países
que sí vieron venir la epidemia, Corea del Sur, Singapur, Dinamarca o Taiwán
entre otros. Lo que no oculta que otros cercanos cometieron nuestros mismos
errores. Que la transparencia informativa ha sido deficiente, tanto en datos
públicos como en una más precisa información a la población de los rigores de la
crisis que se venía encima. Como consecuencia de ello lideramos algunos penosos
rankings de siniestralidad. Extrapolando la tasa de mortandad por Covid
española los resultados mundiales serían de 3.491.180 muertes frente a los 2,6
millones efectivamente registrados.
Basta con seguir páginas como Bloomberg, Worldometer o la de la Universidad
John Hopkins para establecer una comparativa poco halagüeña de parámetros
sanitarios entre nuestro país y los del resto del mundo.
Es difícil, en consecuencia, sustraerse a la idea de la ausencia del esperable
liderazgo en nuestros dirigentes para enfrentarse la pandemia. Los errores en la
compra de material, la deficiente comunicación, la errática estrategia para la
identificación de grupos y en general el manejo de una cuarentena ‘medieval’
indiscriminada es discutible y criticable. Más que las carencias del sistema
sanitario, la crisis ha tenido que ver con la gestión gubernamental para adoptar
medidas precoces evitando grandes concentraciones, generalizando el uso de las
mascarillas e implantando test masivos con las consiguientes acciones sobre los
portadores y sus contactos. A pesar de las previsiones del plan de ‘Estrategia
Nacional de Seguridad de 2017’ donde las pandemias se identifican como un
ataque a la seguridad nacional, sus líneas de acción han resultado inoperantes.
Pedro Sánchez ha reconocido en fecha reciente que “es evidente que con lo que
sabemos hoy, todos habríamos actuado de manera diferente”.
De esose tratay a ello se dirigen las críticas que pretenden ser constructivas para,
en todo caso, emular a quienes actúan con más éxito que nosotros y adoptar las
medidas necesarias para prevenir nuevas posibles pandemias.