1. NEOPROTECCIONISMO.
Manfred Nolte
Morgan Rhodes es una exitosa novelista canadiense autora de la serie ‘Falling
Kingdoms’ (Reinos caídos). De uno de sus pasajes recortamos una frase
estremecedora: “Hasta el paraíso puede convertirse en una prisión si
tuviéramos tiempo suficiente para darnos cuenta de sus murallas”.
Y es que el entorno más idílico, el espacio más perfumado y el enclave más
amable se convierte en una amenaza, si advertimos la existencia de un limite, de
un ‘no más allá’ o ‘non plus ultra’, la terminación del terreno de debate o de
juego, el final y la conclusión de lo posible. La muralla frena fríamente cualquier
conato de alternativa, otra disyuntiva u opción. La muralla es la frontera del
juego y la guillotina de la libertad.
La activación del articulo 50 del tratado de Lisboa protagonizada hace unos días
por el Reino Unido, para iniciar el proceso de desanexión de la Europa de los 29
ha consumado políticamente el deseo mayoritario (minoritariamente
mayoritario, lamentablemente) de la ciudadanía británica de erigir nuevas
murallas en sustitución de las anteriores vías de convivencia. No son las
primeras ni siquiera serán con toda probabilidad las últimas. Donald Trump ha
sorprendido al mundo no solo aniquilando dialécticamente todos los protocolos
del librecambio vigentes sino amenazando de forma concreta con la erección de
un blindaje físico a lo largo de la frontera mexicana. Diversos populismos de
derechas acompañan al magnate neoyorkino en su comitiva mental: en Francia,
en Austria, en Dinamarca, en Alemania, en Finlandia, en Holanda, en Polonia,
en Hungría y claro, en el Reino Unido el UKIP. En todos esos idearios luce
mayestática la enseña de una gran muralla coronada de torreones de oscuros
significados. Murallas junto al surco paralelo de caminos hollados por millares
de aspirantes a un mundo de esperanza, a un mundo de mejores oportunidades
de trabajo y de bienestar. En el momento de la caída del de Berlín hace ahora un
cuarto de siglo, existían alrededor de 16 murallas fronterizas significativas a lo
2. largo y ancho del planeta. En la actualidad se cuentan 65 grandes muros
completados o en construcción según la experta de la Universidad de Quebec
Elisabeth Vallet, incluida la valla que recorre la frontera de Marruecos y el
enclave norte africano de Melilla, de soberanía española.
El muro xenófobo es el más humillante y retrogrado de los proteccionismos,
pero ocupa solo una parte de su espectro mental. Las murallas físicas se
fundamentan en otras murallas mentales más preocupantes. Fuerzas que las
propagan por el Viejo Continente y el resto de latitudes del planeta.
Desconocemos su techo, pero su suelo es lamentablemente cada vez más firme.
Discursos que no responden a una fiebre pasajera. Partidos de extrema derecha
que llevan años militando y que no han surgido con la crisis y la llegada de
inmigrantes, pero que están progresando notablemente con ellas. La evolución
se traduce en que lo que antes era emergente ahora pasa a ser dominante.
El proteccionismo no es una ideología sino un reflejo mental. Un instinto
primario, regresivo e irracional que se traduce por el miedo al juego paritario,
por el pánico ante la competencia, por la consolidación a toda costa de
conquistas pasadas o la perpetuación de privilegios. En cierto modo invade el
ámbito de la sicología y se asocia a complejos de inferioridad. El proteccionista
siempre quiere jugar en casa y se niega a comparecer en campo ajeno aunque
manifieste cínicamente estar inscrito en la liga o competición global. En el fondo
de cada uno de nosotros convive con mayor o menor rebeldía un proteccionista
vocacional, innato.
Ha tenido que ser la apabullante demostración estadística de los dividendos
aportados por el librecambio y la globalización a todos los pueblos del planeta –
a unos menos y a otros más, pero a todos sin excepción- la encargada de romper
la inercia involucionista del proteccionismo y alentar a los pueblos a derribar las
barreras y los aranceles, a admitir al trabajador foráneo, a reconocer los
servicios de otros nacionales, a instaurar un mercado instantáneo para el tráfico
de capitales. Desde David Ricardo, Adam Smith, Jean-Baptiste Say y el resto de
economistas clásicos, la libre circulación de bienes y factores ha constituido una
receta recurrente de progreso de los pueblos.
Pero ha bastado que la globalización haya sido menos magnánima con las clases
medias occidentales para que estas últimas hayan repudiado un modelo
provechoso y hayan regresado a las trincheras proteccionistas. Sin embargo, los
que repudian el librecambio y construyen murallas olvidan que son los más
favorecidos del planeta, que se insertan en el percentil del 80% de rentas más
altas y que tarde o temprano las murallas están ahí para ser derribadas,
acosadas por la evidencia y tal vez por la solidaridad.