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César Vallejo
Testigo de esperanza
Manuel Díaz Mateos
"Verde está el corazón de tanto esperar"1
A César Vallejo lo identificamos más espontáneamente con el dolor que con la esperanza. Su
misma figura (la del pensativo Vallejo con el mentón apoyado sobre su mano) parece invitarnos a la
tristeza, la melancolía o el pesimismo. ¿Puede realmente ser testigo de esperanza un hombre que
comienza su obra poética con la dolida confesión “hay golpes en la vida, tan fuertes... como del
odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma...”(59) o que
dice de sí mismo “yo nací un día que Dios estuvo enfermo” (114)? ¿No define su existencia como el
“champaña negro de mi vivir” (61) y nos confiesa que la existencia humana (“amarga esencia
humana”) es para él “haber nacido para vivir de nuestra muerte”? (246). Los mismos editores de
sus obras se dieron cuenta de esta característica y rechazaron el relato infantil Paco Yunque por
ser “demasiado triste”2
.
Son demasiadas las citas que podemos encontrar en su obra para reforzar la convicción de que
Vallejo y la esperanza no se identifican. Él mismo puede definirse como “el hombre que soy y que
he sufrido” (277, final de PH). Sin embargo, creemos acertada la caracterización que hizo de él
Pablo Neruda como “viejo combatiente de la esperanza”. Su vida toda y su poesía es una
peregrinación hacia la esperanza. Es lo que quisiéramos presentar en estas líneas.
1. “ESPERANZA PLAÑE ENTRE ALGODONES”
Con estas palabras comienza el poema XXXI de Trilce y resume bien la visión vallejiana de que la
esperanza y el dolor son inseparables para este poeta. El sufrimiento es una constante en la vida y
en la obra de César Vallejo. Pero a cualquier lector le es patente el contraste que existe entre los
poemas de Los heraldos negros y los de España, aparta de mí este cáliz. En los primeros es el
dolor, la angustia o las preguntas por el sinsentido de la vida lo que predomina, en los últimos
poemas percibimos un canto de esperanza y de victoria. Por eso afirmamos que hay una evolución
y una peregrinación hacia lo que él mismo llama “el desastre cordial de la esperanza”3
. O, para
decirlo con las palabras de Américo Ferrari, a lo largo de toda su vida el poeta se debate “entre la
angustia y la esperanza”4
, pero la dirección está decididamente marcada hacia la esperanza.
Vallejo fue un hombre “golpeado” por la vida, desde la infancia hasta la muerte, y su poesía nos
habla de ello sin reparos desde “los golpes sangrientos” de Los heraldos negros que le asaltan
“como potros de bárbaros atilas” (59), al comienzo de su carrera poética, hasta los golpes finales,
cuando premonitoriamente habla de su muerte en “París, con aguacero” diciendo “César Vallejo ha
muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada” (233). El tema del sufrimiento le obsesiona y
se manifiesta en la repetición de palabras como ataúd, entierro, luto, mortaja, enfermo, orfandad,
etc. Esta obsesión de Vallejo por esos temas afines es la que ha permitido hablar a los críticos de la
“visión fúnebre de la vida”5
de nuestro poeta. La muerte de los seres queridos, la pobreza, la cárcel
en Lima, la distancia y la enfermedad son componentes de su vida desde el principio hasta el final.
No nos extrañamos, por eso, de encontrar afirmaciones como “no tengo ganas de vivir, corazón”
(76) o “estoy llorando el ser que vivo”. En una etapa avanzada de su vida, en Poemas humanos,
hace la síntesis de una certeza muy vallejiana: “En suma la vida es/ implacablemente,/
imparcialmente horrible, estoy seguro” (239). Su pesimismo y negatividad parecen incluso
extenderse a toda la tierra que es como un “dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la
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aventura, que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura” (105). ¿Es esto
todo lo que tiene que decirnos Vallejo sobre la existencia humana?
Esto es Vallejo, pero no todo. Es verdad que su peregrinación hacia la esperanza comienza desde
el realismo del sufrimiento propio y ajeno, que el poeta toma muy en serio. Sin embargo, incluso
desde los poemas de la primera época, creemos descubrir la paradoja de la presencia simultánea
del dolor y de la esperanza. El dolor es el subsuelo en que brota la esperanza, tal vez como “una
brizna de hierba” (188) o como algo que nace “entre sangrientos algodones”. Pero se trata
siempre, nos dirá en España, aparta de mí este cáliz, del dolor “con rejas de esperanza”. El
sufrimiento no se anula ni se niega, pero está siempre controlado por la esperanza. La esperanza
que brota del sufrimiento posibilita en él un “perenne nacer del corazón” (99). Por eso estará
siempre dispuesto a brindar una lágrima “por la dicha de los hombres” (249).
Esta armoniosa integración entre dolor y esperanza está explicitada sobre todo en Poemas
humanos. En “Los nueve monstruos” nos confiesa que “el dolor crece en el mundo a cada rato/ y
la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces/ y el bien del ser, dolernos doblemente./ Jamás,
hombres humanos,/ hubo tanto dolor en el pecho.../jamás tanto cariño doloroso”. La presencia de
tanto dolor y tanta desdicha nos agarra a todos, al poeta y al lector, hasta hacernos dudar de
nuestras fuerzas y de nuestras posibilidades: “¡Cómo, hermanos humanos,/ no deciros que ya no
puedo...!”. Y, sin embargo, el final del poema no es una apuesta por la desesperación sino por el
compromiso y la esperanza: “¿Qué hacer?/ ¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,/ hay,
hermanos, muchísimo que hacer”. Es el maravilloso quehacer de la solidaridad que nos une en
fraternidad y humaniza nuestro mundo de dolor.
El otro texto, también de Poemas humanos, es más conocido y lleva por título “Voy a hablar de la
esperanza”. El tema está claramente explicitado en el título, pero lo curioso es que el poema habla
solamente del dolor para terminar con un lacónico “hoy sufro solamente”. Creemos que es el dolor
de un hombre que espera, a pesar de todo, y que se abre al dolor de todos encontrando en la
solidaridad y en el dolor de los otros razones para relativizar su propio dolor. Hay mucho por hacer y
nadie puede encerrarse en su dolor: “Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan
lejos de mi sufrimiento...”(188). Es precisamente en la capacidad de salir de sí para abrirse al dolor
de los demás, en sentir el hambre propia y la ajena donde germina con fuerza la esperanza de
Vallejo.
La esperanza nace entre “sangrientos algodones”, nos dice en Trilce XXXI. Y en este poema
encontramos unos de los textos más significativos y bellos sobre la esperanza y sobre Dios. Ya no
estamos ante el Dios agresivo y enemigo del hombre como en Los heraldos negros, cuando nos
hablaba de los golpes “como del odio de Dios”. Es, más bien, un Dios débil (“Mas ¿no puedes,
Señor, contra la muerte...? (97) que sufre con el hombre porque ama (“debe dolerte mucho el
corazón” (108). La imagen de Dios en este poema de Trilce es la del padre que cuida con
delicadeza de su hija pequeña: “Y Dios sobresaltado nos oprime/ el pulso, grave, mudo,/ y como
padre a su pequeña,/ apenas,/ pero apenas, entreabre los sangrientos algodones/ y entre sus
dedos toma la esperanza” (140). Vallejo ve todo el cariño y la ternura de Dios volcados sobre la
fragilidad de la esperanza humana. Pero esta hija pequeña de Dios, la esperanza, está llamada a
crecer.
2. LA CENA MISERABLE
A Vallejo se le puede aplicar lo que él mismo dice de Pedro Rojas: “Un cuerpo para el alma del
mundo”. Es un poeta que nos habla de su sufrimiento personal, pero en su corazón encuentra eco
todo el dolor de sus semejantes. Por eso encontramos en su poesía dos expresiones del dolor
personal que se convierten en símbolo para la humanidad y que nos abren al horizonte de la
esperanza vallejiana. Se trata de la orfandad y del hambre; el hombre es esencialmente un ser
huérfano y hambriento. Hambriento de pan, de cariño y de hogar.
En el poema XVIII de Trilce Vallejo junta dos dolorosas experiencias sufridas en corto tiempo, la
muerte de la madre en 1918 y los meses de cárcel experimentados en 1920. Ambas experiencias
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han dejado al poeta abandonado, huérfano y solo. Desde la soledad de las “cuatro paredes de la
celda” (el cuatro es “símbolo del mundo cerrado, símbolo de la soledad”6
) añora la presencia de la
madre “libertadora”. Es el grito del huérfano pidiendo la presencia que libera: “Amorosa llavera de
innumerables llaves, si estuvieras aquí...”. Pero la experiencia personal se convierte en signo de la
condición humana en el mundo. El mundo es una cárcel, no un hogar, pero el ser humano tiene
hambre de cariño y de hogar. Por eso la imagen de la madre se proyecta hacia el futuro de Vallejo y
de la humanidad. Vallejo y cada hombre es un peregrino hacia “la madre unánime” creadora de
hogar y de fraternidad: “Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha/ Hombre, en verdad te digo
que eres el hijo eterno/ pues para ser hermano tus brazos son escasamente iguales” (198). En la
madre, todos los hijos se unen en la fraternidad de un hogar que es de todos y para todos.
En el centro del hogar está el pan que sacia el hambre; pan repartido por la madre y compartido
por los hermanos. Añoranza de hogar o esperanza de unión y reencuentro en torno a la madre para
la gran familia humana, ése es el fundamento de la esperanza de Vallejo. Así lo explicitará en
España, aparta de mí este cáliz, al presentar a España como “hogar de hogares” y “madre y
maestra” para todos los niños del mundo.
Orfandad y hambre, como expresiones de Vallejo y de todo ser humano, se juntan admirablemente
en el poema XXVIII de Trilce: “He almorzado solo ahora, y no he tenido/ madre, ni súplica, ni sírvete,
ni agua... el yantar de estas mesas así, en que se prueba/ amor ajeno en vez del propio amor, torna
tierra el bocado que no brinda la MADRE,/ hace golpe la dura deglución; el dulce,/ hiel; aceite
funéreo, el café”. Sólo en torno a la madre y en el hogar se sacia toda el hambre del corazón
humano. Y esta inquietud o añoranza que se hace esperanza está ya presente en Vallejo desde el
comienzo de su obra. Nos fijamos en tres poemas de Los heraldos negros: “La cena miserable”,
“Ágape” y “El pan nuestro”.
“La cena miserable” es la cena de los miserables que viven su hambre “como negra cuchara de
amarga esencia humana” y se han sentado a la mesa “con la amargura de un niño/ que a media
noche, llora de hambre, desvelado...” y lanzan su grito de protesta “hasta cuándo la cena durará!”.
Pero su protesta es, al mismo tiempo, un grito de esperanza en el que Vallejo proyecta su propia
esperanza por un día en el que todos los seres humanos puedan sentarse a la misma mesa y toda
su hambre sea saciada: “Cuándo nos veremos con los demás, al borde/ de una mañana eterna,
desayunados todos” (101). Hermoso sueño de un nuevo día y una mesa eterna, sin excluidos y sin
hambrientos, ese es el horizonte de plenitud y de esperanza que Vallejo ofrece a la humanidad. Si
queremos lograr ese sueño, nos dirá, “hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Para hacer realidad ese ideal y esa esperanza, Vallejo nos sugiere algunas actitudes y
comportamientos: sentirse solidario, deudor de los otros y estar dispuesto a dar “pedacitos de pan”
desde lo hondo del corazón. Es lo que nos dice con los otros dos poemas antes mencionados. En
“Ágape” el poeta expresa su extrañeza porque “todos pasan/ sin preguntarme ni pedirme nada”.
Se siente solidario, deudor y casi ladrón de lo ajeno, por eso, nos dice, “he salido a la puerta,/ y me
dan ganas de gritar a todos: si echan de menos algo, aquí se queda” (94). En este mundo de
individualismo y de hambre, Vallejo nos dice que lo mío es nuestro y en la medida en que nos
abrimos a los demás contribuimos a que haya menos soledad y menos hambre.
No sabemos si en “El pan muestro” hay alguna resonancia de la oración cristiana del Padre
Nuestro. Lo que sí es seguro es que Vallejo quiere resaltar el “nuestro” del pan que nos debe unir,
como nos une también el hambre. Comienza a traslucirse en el poema algo de la inquietud social
del poeta, reforzada más tarde por su filiación marxista. Pero lo que predomina es su sentido de
deuda con los demás y su voluntad de dar algo propio. A la hora de comer, su solidaridad con los
pobres le hace sentirse ladrón, poseedor de algo que no es suyo. Nos dice: “Y pienso que, si no
hubiera nacido,/ otro pobre tomara este café!/ Yo soy un mal ladrón...” ¿Qué hacer ante este
sentimiento de culpa? El poeta nos aclara: “Quisiera yo tocar todas las puertas,/ y suplicar a no sé
quién, perdón,/ y hacerle pedacitos de pan fresco/ aquí, en el horno de mi corazón...!” (97). El
cariño y la ternura del corazón humano es el mejor horno para saciar el hambre de los
hambrientos, porque no es sólo hambre de pan sino de afecto, de cariño, de hogar y de
reconocimiento, “insaciables ganas de nivel y de amor” nos dice en Trilce XXII.
PÁGINAS (178) 6
3. LA UTOPÍA DE LA VIDA
La apertura hacia el dolor ajeno y la exigencia de dar pedacitos de pan a todos amplían el horizonte
en los últimos años de la vida de Vallejo, tal vez influenciado por su filiación marxista, aunque no
sólo. Tiene su mejor expresión en los poemas de España, aparta de mí este cáliz, pero notamos
con A. Ferrari que “la poesía de inspiración social no constituye un nuevo tema en Vallejo, sino la
nueva expresión de viejas obsesiones. En España, aparta de mí este cáliz todos los antiguos temas
de Vallejo convergen, pero bajo una luz diferente y de una particular intensidad”7
. Es aquí sobre
todo donde se da el salto del sufrimiento a la esperanza y de lo concreto, como es España y su
guerra civil, a lo universal, es decir, el destino de toda la humanidad. Su esperanza se hace
realmente universal apostando por “la unidad/ sencilla, justa, colectiva, eterna” (287). El poeta se
hace más soñador y optimista, pero manteniendo siempre los pies en la tierra y enraizando la
esperanza en el sufrimiento. En la presentación de los héroes (los voluntarios que luchan en
España) usa la paradoja y el contraste para indicarnos que su sueño brota también del “sufrimiento
armado” (292). Por eso puede hablar del voluntario de una manera extraña: está “herido
mortalmente de vida” (295), es el “libertador ceñido de grilletes” (283), es “pompa laureada de
finísimos andrajos” (295), y todos ellos llenan “de poderosos débiles el mundo” (288).
Ante la perspectiva universalista de Vallejo, la guerra española pasa a segundo plano y lo que
aparece en primer plano es el canto al triunfo de la vida y la utopía de la vida. El poeta es muy
consciente de que en España “están llamando a matar” (285) y el derramamiento de sangre es
una realidad lacerante: “Sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua/ y sangre muerta de sangre
viva” (286). Pero entrevé que esa sangre derramada puede ser semilla de una humanidad nueva
en la que todos se sientan en casa y hermanos. España pasa ser el hogar de hogares y la madre
universal para todos los hombres, hechos niños, vueltos a nacer y buscando a la madre (España)
en caso de que ésta se pierda.
El sentido de la lucha no es desfogar violencia sino una gran cruzada de los “voluntarios de la Vida”
a matar la muerte (285) y permitir el nacimiento del hombre nuevo. Su lucha es “padecer,/ pelear
por todos y pelear/ para que el individuo sea un hombre,/ para que los señores sean hombres,/
para que todo el mundo sea un hombre, y para/ que hasta los animales sean hombres” (287). El
mundo de los hombres será humanizado y perderá los rasgos de brutalidad animal que tantas
veces lo caracteriza. Por eso marcharán por el mundo “disparando su masedumbre” en “la lid en la
que ya nadie es derrotado” (292). Están todos ellos comprometidos con la vida arrebatada
definitivamente a la muerte. Y entonces “sólo la muerte morirá”.
El resultado de esa gran cruzada por la vida es la vida misma, disfrutada en plenitud por todos:
“¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!/ ¡Verán, ya de regreso los ciegos/ y
palpitando escucharán los sordos!/ ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!/ ¡Serán dados los
besos que no pudisteis dar!/ ¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga/ traerá pedacitos de pan al
elefante encadenado/ a su brutal delicadeza!” (284). Las fuertes resonancias bíblicas de este texto
nos hace pensar a los creyentes en la utopía del Reino de Dios. Dos detalles nos llaman
especialmente la atención. “Serán dados los besos que no pudisteis dar”, sin distancias, sin
separaciones o divisiones y en libertad para expresar sentimientos y emociones que llevamos en el
corazón o que sacian el hambre de afecto de todo ser humano. El segundo detalle es la mención
de la hormiga y del elefante, dos animales que tienen poco en común, pero que están unidos por
“pedacitos de pan fresco”. Los lazos de la nueva humanidad serán de afecto, nacidos del corazón.
En esta aventura de la esperanza, la debilidad es asumida y vencida por la solidaridad.
4. LA VIDA, MILAGRO DE LA SOLIDARIDAD
Como hemos visto, la vida de Vallejo se debate entre el dolor y la esperanza, con el triunfo final de
ésta última. Pero lo mismo podemos afirmar de otros dos polos muy significativos en su obra: la
muerte y la vida. Aunque en algún momento pueda parecer que lo real es la muerte y lo que
aparece en el espejo es la vida y los hombres puedan parecer “cadáveres de una vida que nunca
fue” (Trilce LXXV, 174), también aquí debemos afirmar que el peregrinar de Vallejo es hacia la vida,
no hacia la muerte. Su vida trascurre entre el “no tengo ganas de vivir, corazón”, de Los heraldos
PÁGINAS (178) 6
negros, y el “me gusta la vida enormemente... me gustará vivir siempre... ¡tanta vida y jamás! ¡Y
tantos años, y siempre, mucho siempre, siempre siempre!, de Poemas humanos (216). Es que en
algún momento de su vida se ha producido el “hallazgo de la vida”8
y pide a sus amigos que le
dejen libre un momento “para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida,
que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas”. Este hallazgo es un
comienzo nuevo y una esperanza. El poema termina con la afirmación tajante: “La vida me ha dado
ahora en toda mi muerte”. Notemos que vida y muerte están juntas, pero la vida ha golpeado de
muerte a la muerte.
El triunfo de la vida sobre la muerte es tema fundamental en España, aparta de mí este cáliz. Pero
es una convicción que nace de haber experimentado la fuerza de la muerte en su propia vida y en
la guerra de España, donde llaman a matar. Los voluntarios de la República están heridos
“mortalmente de vida”. Del realismo de la muerte y del dolor brota la esperanza y la vida. Los
poemas de España, aparta de mí este cáliz son un no a la resignación o a la indiferencia.
Esperanza y vida son dos fuerzas poderosas que convocan a hacer causa común y movilizan la
solidaridad de la familia humana. Pero, sin duda, donde mejor aparece el tema de la esperanza (sin
nombrarla) que vence la debilidad y la muerte por el amor y la solidaridad es en el conocidísimo
poema “Masa” que trascribimos íntegramente:
“Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: ‘no mueras, te amo tanto!’
Pero el cadáver, ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
‘¡no nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!’
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: ‘tanto amor y no poder nada contra la muerte’.
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: ‘¡quédate hermano!’
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...”.
El poema parte de un hecho muy real y muy simbólico, la agonía de un ser humano, que nos duele,
nos desespera y nos hace experimentar nuestra impotencia: “¡Tanto amor y no poder nada contra
la muerte!”. Pero el poema es, al mismo tiempo, una negación de esa impotencia porque el
hombre, la humanidad, puede experimentar una fuerza que resucita en la solidaridad humana. Es
el ruego común “quédate hermano” el que emociona al cadáver y lo incorpora a la vida.
Lógicamente, ni el amor ni la solidaridad pueden devolver la vida a un muerto real. La muerte y el
cadáver son para Vallejo símbolos de la situación del hombre en el mundo en el que puede ser un
“cadáver de una vida que nunca fue”. Lo que el poema propone es la esperanza del poeta de que
la solidaridad humana puede ser una energía poderosa para reanimar un mundo en el que a cada
rato experimentamos el dolor y la muerte. De este modo, Vallejo nos habla del valor supremo del
hombre y de su vida y de la esperanza que le anima. Si nos unimos todos en la causa de la vida, el
sufrimiento humano y la misma muerte retrocederán.
En el poema Vallejo no se confiesa abiertamente creyente. Pero la fe cristiana puede ensanchar el
horizonte de su perspectiva humana. Él mismo parece insinuarlo al dar al conjunto de todos los
poemas el sugerente título España, aparta de mí este cáliz, con clara alusión a la agonía de Cristo
en el huerto de los olivos. La agonía del ser humano tiene algo de la agonía de Cristo, pero Cristo
resucitado puede infundir vida y resurrección a este mundo que mata y le mató también a él. Él fue
PÁGINAS (178) 7
realmente el hombre solidario con el dolor de los hombres para contagiarlos a todos de su
esperanza de vida plena y definitiva. Vallejo siente también una pasión profunda por el ser
humano, hace suyo el dolor de todos y redescubre al hombre a la luz de la esperanza. La vida y la
obra de César Vallejo desembocan en lo que él llama paradójicamente “el desastre cordial de la
esperanza”9
, una esperanza que es vida, hogar, mesa y pan compartidos, como ya lo intuía y
anhelaba desde Los heraldos negros en “La cena miserable”: “Cuándo nos veremos con los
demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos”. Por eso, el pan y la mesa
compartidos con “los demás” puede ser el mejor símbolo de un mundo nuevo (“Perú del mundo”,
dice Vallejo) que se ha vuelto más hogareño y familiar. Esa puede ser la tarea de la esperanza.
1
C. Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992, “Trilce” LXIV, p. 166.
2
J.M. Valverde, "César Vallejo", en Páginas 114-115 (1992) 43.
3 Citado por A. Ferrari en la Introducción a César Vallejo, Obra poética completa, p. 44.
4 Es el título de su introducción a César Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992.
5 A. Ferrari, El Universo poético de César Vallejo, Universidad San Martín de Porres, Lima 1997, p. 93.
6
A. Ferrari, El universo poético de César Vallejo, p. 123. El autor subraya que el número cuatro se refiere frecuentemente en
Vallejo a representaciones de angustia.
7 A. Ferrari, El universo poético, p. 179.
8 Es el título de uno de los Poemas en prosa, p. 188-189.
9 A. Ferrari, El Universo poético, p. 180.
PÁGINAS (178) 7
realmente el hombre solidario con el dolor de los hombres para contagiarlos a todos de su
esperanza de vida plena y definitiva. Vallejo siente también una pasión profunda por el ser
humano, hace suyo el dolor de todos y redescubre al hombre a la luz de la esperanza. La vida y la
obra de César Vallejo desembocan en lo que él llama paradójicamente “el desastre cordial de la
esperanza”9
, una esperanza que es vida, hogar, mesa y pan compartidos, como ya lo intuía y
anhelaba desde Los heraldos negros en “La cena miserable”: “Cuándo nos veremos con los
demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos”. Por eso, el pan y la mesa
compartidos con “los demás” puede ser el mejor símbolo de un mundo nuevo (“Perú del mundo”,
dice Vallejo) que se ha vuelto más hogareño y familiar. Esa puede ser la tarea de la esperanza.
1
C. Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992, “Trilce” LXIV, p. 166.
2
J.M. Valverde, "César Vallejo", en Páginas 114-115 (1992) 43.
3 Citado por A. Ferrari en la Introducción a César Vallejo, Obra poética completa, p. 44.
4 Es el título de su introducción a César Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992.
5 A. Ferrari, El Universo poético de César Vallejo, Universidad San Martín de Porres, Lima 1997, p. 93.
6
A. Ferrari, El universo poético de César Vallejo, p. 123. El autor subraya que el número cuatro se refiere frecuentemente en
Vallejo a representaciones de angustia.
7 A. Ferrari, El universo poético, p. 179.
8 Es el título de uno de los Poemas en prosa, p. 188-189.
9 A. Ferrari, El Universo poético, p. 180.
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Ensayo sobre César Vallejo

  • 1. César Vallejo Testigo de esperanza Manuel Díaz Mateos "Verde está el corazón de tanto esperar"1 A César Vallejo lo identificamos más espontáneamente con el dolor que con la esperanza. Su misma figura (la del pensativo Vallejo con el mentón apoyado sobre su mano) parece invitarnos a la tristeza, la melancolía o el pesimismo. ¿Puede realmente ser testigo de esperanza un hombre que comienza su obra poética con la dolida confesión “hay golpes en la vida, tan fuertes... como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma...”(59) o que dice de sí mismo “yo nací un día que Dios estuvo enfermo” (114)? ¿No define su existencia como el “champaña negro de mi vivir” (61) y nos confiesa que la existencia humana (“amarga esencia humana”) es para él “haber nacido para vivir de nuestra muerte”? (246). Los mismos editores de sus obras se dieron cuenta de esta característica y rechazaron el relato infantil Paco Yunque por ser “demasiado triste”2 . Son demasiadas las citas que podemos encontrar en su obra para reforzar la convicción de que Vallejo y la esperanza no se identifican. Él mismo puede definirse como “el hombre que soy y que he sufrido” (277, final de PH). Sin embargo, creemos acertada la caracterización que hizo de él Pablo Neruda como “viejo combatiente de la esperanza”. Su vida toda y su poesía es una peregrinación hacia la esperanza. Es lo que quisiéramos presentar en estas líneas. 1. “ESPERANZA PLAÑE ENTRE ALGODONES” Con estas palabras comienza el poema XXXI de Trilce y resume bien la visión vallejiana de que la esperanza y el dolor son inseparables para este poeta. El sufrimiento es una constante en la vida y en la obra de César Vallejo. Pero a cualquier lector le es patente el contraste que existe entre los poemas de Los heraldos negros y los de España, aparta de mí este cáliz. En los primeros es el dolor, la angustia o las preguntas por el sinsentido de la vida lo que predomina, en los últimos poemas percibimos un canto de esperanza y de victoria. Por eso afirmamos que hay una evolución y una peregrinación hacia lo que él mismo llama “el desastre cordial de la esperanza”3 . O, para decirlo con las palabras de Américo Ferrari, a lo largo de toda su vida el poeta se debate “entre la angustia y la esperanza”4 , pero la dirección está decididamente marcada hacia la esperanza. Vallejo fue un hombre “golpeado” por la vida, desde la infancia hasta la muerte, y su poesía nos habla de ello sin reparos desde “los golpes sangrientos” de Los heraldos negros que le asaltan “como potros de bárbaros atilas” (59), al comienzo de su carrera poética, hasta los golpes finales, cuando premonitoriamente habla de su muerte en “París, con aguacero” diciendo “César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada” (233). El tema del sufrimiento le obsesiona y se manifiesta en la repetición de palabras como ataúd, entierro, luto, mortaja, enfermo, orfandad, etc. Esta obsesión de Vallejo por esos temas afines es la que ha permitido hablar a los críticos de la “visión fúnebre de la vida”5 de nuestro poeta. La muerte de los seres queridos, la pobreza, la cárcel en Lima, la distancia y la enfermedad son componentes de su vida desde el principio hasta el final. No nos extrañamos, por eso, de encontrar afirmaciones como “no tengo ganas de vivir, corazón” (76) o “estoy llorando el ser que vivo”. En una etapa avanzada de su vida, en Poemas humanos, hace la síntesis de una certeza muy vallejiana: “En suma la vida es/ implacablemente,/ imparcialmente horrible, estoy seguro” (239). Su pesimismo y negatividad parecen incluso extenderse a toda la tierra que es como un “dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la PÁGINAS (178) 6
  • 2. aventura, que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura” (105). ¿Es esto todo lo que tiene que decirnos Vallejo sobre la existencia humana? Esto es Vallejo, pero no todo. Es verdad que su peregrinación hacia la esperanza comienza desde el realismo del sufrimiento propio y ajeno, que el poeta toma muy en serio. Sin embargo, incluso desde los poemas de la primera época, creemos descubrir la paradoja de la presencia simultánea del dolor y de la esperanza. El dolor es el subsuelo en que brota la esperanza, tal vez como “una brizna de hierba” (188) o como algo que nace “entre sangrientos algodones”. Pero se trata siempre, nos dirá en España, aparta de mí este cáliz, del dolor “con rejas de esperanza”. El sufrimiento no se anula ni se niega, pero está siempre controlado por la esperanza. La esperanza que brota del sufrimiento posibilita en él un “perenne nacer del corazón” (99). Por eso estará siempre dispuesto a brindar una lágrima “por la dicha de los hombres” (249). Esta armoniosa integración entre dolor y esperanza está explicitada sobre todo en Poemas humanos. En “Los nueve monstruos” nos confiesa que “el dolor crece en el mundo a cada rato/ y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces/ y el bien del ser, dolernos doblemente./ Jamás, hombres humanos,/ hubo tanto dolor en el pecho.../jamás tanto cariño doloroso”. La presencia de tanto dolor y tanta desdicha nos agarra a todos, al poeta y al lector, hasta hacernos dudar de nuestras fuerzas y de nuestras posibilidades: “¡Cómo, hermanos humanos,/ no deciros que ya no puedo...!”. Y, sin embargo, el final del poema no es una apuesta por la desesperación sino por el compromiso y la esperanza: “¿Qué hacer?/ ¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Es el maravilloso quehacer de la solidaridad que nos une en fraternidad y humaniza nuestro mundo de dolor. El otro texto, también de Poemas humanos, es más conocido y lleva por título “Voy a hablar de la esperanza”. El tema está claramente explicitado en el título, pero lo curioso es que el poema habla solamente del dolor para terminar con un lacónico “hoy sufro solamente”. Creemos que es el dolor de un hombre que espera, a pesar de todo, y que se abre al dolor de todos encontrando en la solidaridad y en el dolor de los otros razones para relativizar su propio dolor. Hay mucho por hacer y nadie puede encerrarse en su dolor: “Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento...”(188). Es precisamente en la capacidad de salir de sí para abrirse al dolor de los demás, en sentir el hambre propia y la ajena donde germina con fuerza la esperanza de Vallejo. La esperanza nace entre “sangrientos algodones”, nos dice en Trilce XXXI. Y en este poema encontramos unos de los textos más significativos y bellos sobre la esperanza y sobre Dios. Ya no estamos ante el Dios agresivo y enemigo del hombre como en Los heraldos negros, cuando nos hablaba de los golpes “como del odio de Dios”. Es, más bien, un Dios débil (“Mas ¿no puedes, Señor, contra la muerte...? (97) que sufre con el hombre porque ama (“debe dolerte mucho el corazón” (108). La imagen de Dios en este poema de Trilce es la del padre que cuida con delicadeza de su hija pequeña: “Y Dios sobresaltado nos oprime/ el pulso, grave, mudo,/ y como padre a su pequeña,/ apenas,/ pero apenas, entreabre los sangrientos algodones/ y entre sus dedos toma la esperanza” (140). Vallejo ve todo el cariño y la ternura de Dios volcados sobre la fragilidad de la esperanza humana. Pero esta hija pequeña de Dios, la esperanza, está llamada a crecer. 2. LA CENA MISERABLE A Vallejo se le puede aplicar lo que él mismo dice de Pedro Rojas: “Un cuerpo para el alma del mundo”. Es un poeta que nos habla de su sufrimiento personal, pero en su corazón encuentra eco todo el dolor de sus semejantes. Por eso encontramos en su poesía dos expresiones del dolor personal que se convierten en símbolo para la humanidad y que nos abren al horizonte de la esperanza vallejiana. Se trata de la orfandad y del hambre; el hombre es esencialmente un ser huérfano y hambriento. Hambriento de pan, de cariño y de hogar. En el poema XVIII de Trilce Vallejo junta dos dolorosas experiencias sufridas en corto tiempo, la muerte de la madre en 1918 y los meses de cárcel experimentados en 1920. Ambas experiencias PÁGINAS (178) 6
  • 3. han dejado al poeta abandonado, huérfano y solo. Desde la soledad de las “cuatro paredes de la celda” (el cuatro es “símbolo del mundo cerrado, símbolo de la soledad”6 ) añora la presencia de la madre “libertadora”. Es el grito del huérfano pidiendo la presencia que libera: “Amorosa llavera de innumerables llaves, si estuvieras aquí...”. Pero la experiencia personal se convierte en signo de la condición humana en el mundo. El mundo es una cárcel, no un hogar, pero el ser humano tiene hambre de cariño y de hogar. Por eso la imagen de la madre se proyecta hacia el futuro de Vallejo y de la humanidad. Vallejo y cada hombre es un peregrino hacia “la madre unánime” creadora de hogar y de fraternidad: “Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha/ Hombre, en verdad te digo que eres el hijo eterno/ pues para ser hermano tus brazos son escasamente iguales” (198). En la madre, todos los hijos se unen en la fraternidad de un hogar que es de todos y para todos. En el centro del hogar está el pan que sacia el hambre; pan repartido por la madre y compartido por los hermanos. Añoranza de hogar o esperanza de unión y reencuentro en torno a la madre para la gran familia humana, ése es el fundamento de la esperanza de Vallejo. Así lo explicitará en España, aparta de mí este cáliz, al presentar a España como “hogar de hogares” y “madre y maestra” para todos los niños del mundo. Orfandad y hambre, como expresiones de Vallejo y de todo ser humano, se juntan admirablemente en el poema XXVIII de Trilce: “He almorzado solo ahora, y no he tenido/ madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua... el yantar de estas mesas así, en que se prueba/ amor ajeno en vez del propio amor, torna tierra el bocado que no brinda la MADRE,/ hace golpe la dura deglución; el dulce,/ hiel; aceite funéreo, el café”. Sólo en torno a la madre y en el hogar se sacia toda el hambre del corazón humano. Y esta inquietud o añoranza que se hace esperanza está ya presente en Vallejo desde el comienzo de su obra. Nos fijamos en tres poemas de Los heraldos negros: “La cena miserable”, “Ágape” y “El pan nuestro”. “La cena miserable” es la cena de los miserables que viven su hambre “como negra cuchara de amarga esencia humana” y se han sentado a la mesa “con la amargura de un niño/ que a media noche, llora de hambre, desvelado...” y lanzan su grito de protesta “hasta cuándo la cena durará!”. Pero su protesta es, al mismo tiempo, un grito de esperanza en el que Vallejo proyecta su propia esperanza por un día en el que todos los seres humanos puedan sentarse a la misma mesa y toda su hambre sea saciada: “Cuándo nos veremos con los demás, al borde/ de una mañana eterna, desayunados todos” (101). Hermoso sueño de un nuevo día y una mesa eterna, sin excluidos y sin hambrientos, ese es el horizonte de plenitud y de esperanza que Vallejo ofrece a la humanidad. Si queremos lograr ese sueño, nos dirá, “hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Para hacer realidad ese ideal y esa esperanza, Vallejo nos sugiere algunas actitudes y comportamientos: sentirse solidario, deudor de los otros y estar dispuesto a dar “pedacitos de pan” desde lo hondo del corazón. Es lo que nos dice con los otros dos poemas antes mencionados. En “Ágape” el poeta expresa su extrañeza porque “todos pasan/ sin preguntarme ni pedirme nada”. Se siente solidario, deudor y casi ladrón de lo ajeno, por eso, nos dice, “he salido a la puerta,/ y me dan ganas de gritar a todos: si echan de menos algo, aquí se queda” (94). En este mundo de individualismo y de hambre, Vallejo nos dice que lo mío es nuestro y en la medida en que nos abrimos a los demás contribuimos a que haya menos soledad y menos hambre. No sabemos si en “El pan muestro” hay alguna resonancia de la oración cristiana del Padre Nuestro. Lo que sí es seguro es que Vallejo quiere resaltar el “nuestro” del pan que nos debe unir, como nos une también el hambre. Comienza a traslucirse en el poema algo de la inquietud social del poeta, reforzada más tarde por su filiación marxista. Pero lo que predomina es su sentido de deuda con los demás y su voluntad de dar algo propio. A la hora de comer, su solidaridad con los pobres le hace sentirse ladrón, poseedor de algo que no es suyo. Nos dice: “Y pienso que, si no hubiera nacido,/ otro pobre tomara este café!/ Yo soy un mal ladrón...” ¿Qué hacer ante este sentimiento de culpa? El poeta nos aclara: “Quisiera yo tocar todas las puertas,/ y suplicar a no sé quién, perdón,/ y hacerle pedacitos de pan fresco/ aquí, en el horno de mi corazón...!” (97). El cariño y la ternura del corazón humano es el mejor horno para saciar el hambre de los hambrientos, porque no es sólo hambre de pan sino de afecto, de cariño, de hogar y de reconocimiento, “insaciables ganas de nivel y de amor” nos dice en Trilce XXII. PÁGINAS (178) 6
  • 4. 3. LA UTOPÍA DE LA VIDA La apertura hacia el dolor ajeno y la exigencia de dar pedacitos de pan a todos amplían el horizonte en los últimos años de la vida de Vallejo, tal vez influenciado por su filiación marxista, aunque no sólo. Tiene su mejor expresión en los poemas de España, aparta de mí este cáliz, pero notamos con A. Ferrari que “la poesía de inspiración social no constituye un nuevo tema en Vallejo, sino la nueva expresión de viejas obsesiones. En España, aparta de mí este cáliz todos los antiguos temas de Vallejo convergen, pero bajo una luz diferente y de una particular intensidad”7 . Es aquí sobre todo donde se da el salto del sufrimiento a la esperanza y de lo concreto, como es España y su guerra civil, a lo universal, es decir, el destino de toda la humanidad. Su esperanza se hace realmente universal apostando por “la unidad/ sencilla, justa, colectiva, eterna” (287). El poeta se hace más soñador y optimista, pero manteniendo siempre los pies en la tierra y enraizando la esperanza en el sufrimiento. En la presentación de los héroes (los voluntarios que luchan en España) usa la paradoja y el contraste para indicarnos que su sueño brota también del “sufrimiento armado” (292). Por eso puede hablar del voluntario de una manera extraña: está “herido mortalmente de vida” (295), es el “libertador ceñido de grilletes” (283), es “pompa laureada de finísimos andrajos” (295), y todos ellos llenan “de poderosos débiles el mundo” (288). Ante la perspectiva universalista de Vallejo, la guerra española pasa a segundo plano y lo que aparece en primer plano es el canto al triunfo de la vida y la utopía de la vida. El poeta es muy consciente de que en España “están llamando a matar” (285) y el derramamiento de sangre es una realidad lacerante: “Sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua/ y sangre muerta de sangre viva” (286). Pero entrevé que esa sangre derramada puede ser semilla de una humanidad nueva en la que todos se sientan en casa y hermanos. España pasa ser el hogar de hogares y la madre universal para todos los hombres, hechos niños, vueltos a nacer y buscando a la madre (España) en caso de que ésta se pierda. El sentido de la lucha no es desfogar violencia sino una gran cruzada de los “voluntarios de la Vida” a matar la muerte (285) y permitir el nacimiento del hombre nuevo. Su lucha es “padecer,/ pelear por todos y pelear/ para que el individuo sea un hombre,/ para que los señores sean hombres,/ para que todo el mundo sea un hombre, y para/ que hasta los animales sean hombres” (287). El mundo de los hombres será humanizado y perderá los rasgos de brutalidad animal que tantas veces lo caracteriza. Por eso marcharán por el mundo “disparando su masedumbre” en “la lid en la que ya nadie es derrotado” (292). Están todos ellos comprometidos con la vida arrebatada definitivamente a la muerte. Y entonces “sólo la muerte morirá”. El resultado de esa gran cruzada por la vida es la vida misma, disfrutada en plenitud por todos: “¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!/ ¡Verán, ya de regreso los ciegos/ y palpitando escucharán los sordos!/ ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!/ ¡Serán dados los besos que no pudisteis dar!/ ¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga/ traerá pedacitos de pan al elefante encadenado/ a su brutal delicadeza!” (284). Las fuertes resonancias bíblicas de este texto nos hace pensar a los creyentes en la utopía del Reino de Dios. Dos detalles nos llaman especialmente la atención. “Serán dados los besos que no pudisteis dar”, sin distancias, sin separaciones o divisiones y en libertad para expresar sentimientos y emociones que llevamos en el corazón o que sacian el hambre de afecto de todo ser humano. El segundo detalle es la mención de la hormiga y del elefante, dos animales que tienen poco en común, pero que están unidos por “pedacitos de pan fresco”. Los lazos de la nueva humanidad serán de afecto, nacidos del corazón. En esta aventura de la esperanza, la debilidad es asumida y vencida por la solidaridad. 4. LA VIDA, MILAGRO DE LA SOLIDARIDAD Como hemos visto, la vida de Vallejo se debate entre el dolor y la esperanza, con el triunfo final de ésta última. Pero lo mismo podemos afirmar de otros dos polos muy significativos en su obra: la muerte y la vida. Aunque en algún momento pueda parecer que lo real es la muerte y lo que aparece en el espejo es la vida y los hombres puedan parecer “cadáveres de una vida que nunca fue” (Trilce LXXV, 174), también aquí debemos afirmar que el peregrinar de Vallejo es hacia la vida, no hacia la muerte. Su vida trascurre entre el “no tengo ganas de vivir, corazón”, de Los heraldos PÁGINAS (178) 6
  • 5. negros, y el “me gusta la vida enormemente... me gustará vivir siempre... ¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años, y siempre, mucho siempre, siempre siempre!, de Poemas humanos (216). Es que en algún momento de su vida se ha producido el “hallazgo de la vida”8 y pide a sus amigos que le dejen libre un momento “para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas”. Este hallazgo es un comienzo nuevo y una esperanza. El poema termina con la afirmación tajante: “La vida me ha dado ahora en toda mi muerte”. Notemos que vida y muerte están juntas, pero la vida ha golpeado de muerte a la muerte. El triunfo de la vida sobre la muerte es tema fundamental en España, aparta de mí este cáliz. Pero es una convicción que nace de haber experimentado la fuerza de la muerte en su propia vida y en la guerra de España, donde llaman a matar. Los voluntarios de la República están heridos “mortalmente de vida”. Del realismo de la muerte y del dolor brota la esperanza y la vida. Los poemas de España, aparta de mí este cáliz son un no a la resignación o a la indiferencia. Esperanza y vida son dos fuerzas poderosas que convocan a hacer causa común y movilizan la solidaridad de la familia humana. Pero, sin duda, donde mejor aparece el tema de la esperanza (sin nombrarla) que vence la debilidad y la muerte por el amor y la solidaridad es en el conocidísimo poema “Masa” que trascribimos íntegramente: “Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: ‘no mueras, te amo tanto!’ Pero el cadáver, ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: ‘¡no nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!’ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: ‘tanto amor y no poder nada contra la muerte’. Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: ‘¡quédate hermano!’ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...”. El poema parte de un hecho muy real y muy simbólico, la agonía de un ser humano, que nos duele, nos desespera y nos hace experimentar nuestra impotencia: “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”. Pero el poema es, al mismo tiempo, una negación de esa impotencia porque el hombre, la humanidad, puede experimentar una fuerza que resucita en la solidaridad humana. Es el ruego común “quédate hermano” el que emociona al cadáver y lo incorpora a la vida. Lógicamente, ni el amor ni la solidaridad pueden devolver la vida a un muerto real. La muerte y el cadáver son para Vallejo símbolos de la situación del hombre en el mundo en el que puede ser un “cadáver de una vida que nunca fue”. Lo que el poema propone es la esperanza del poeta de que la solidaridad humana puede ser una energía poderosa para reanimar un mundo en el que a cada rato experimentamos el dolor y la muerte. De este modo, Vallejo nos habla del valor supremo del hombre y de su vida y de la esperanza que le anima. Si nos unimos todos en la causa de la vida, el sufrimiento humano y la misma muerte retrocederán. En el poema Vallejo no se confiesa abiertamente creyente. Pero la fe cristiana puede ensanchar el horizonte de su perspectiva humana. Él mismo parece insinuarlo al dar al conjunto de todos los poemas el sugerente título España, aparta de mí este cáliz, con clara alusión a la agonía de Cristo en el huerto de los olivos. La agonía del ser humano tiene algo de la agonía de Cristo, pero Cristo resucitado puede infundir vida y resurrección a este mundo que mata y le mató también a él. Él fue PÁGINAS (178) 7
  • 6. realmente el hombre solidario con el dolor de los hombres para contagiarlos a todos de su esperanza de vida plena y definitiva. Vallejo siente también una pasión profunda por el ser humano, hace suyo el dolor de todos y redescubre al hombre a la luz de la esperanza. La vida y la obra de César Vallejo desembocan en lo que él llama paradójicamente “el desastre cordial de la esperanza”9 , una esperanza que es vida, hogar, mesa y pan compartidos, como ya lo intuía y anhelaba desde Los heraldos negros en “La cena miserable”: “Cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos”. Por eso, el pan y la mesa compartidos con “los demás” puede ser el mejor símbolo de un mundo nuevo (“Perú del mundo”, dice Vallejo) que se ha vuelto más hogareño y familiar. Esa puede ser la tarea de la esperanza. 1 C. Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992, “Trilce” LXIV, p. 166. 2 J.M. Valverde, "César Vallejo", en Páginas 114-115 (1992) 43. 3 Citado por A. Ferrari en la Introducción a César Vallejo, Obra poética completa, p. 44. 4 Es el título de su introducción a César Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992. 5 A. Ferrari, El Universo poético de César Vallejo, Universidad San Martín de Porres, Lima 1997, p. 93. 6 A. Ferrari, El universo poético de César Vallejo, p. 123. El autor subraya que el número cuatro se refiere frecuentemente en Vallejo a representaciones de angustia. 7 A. Ferrari, El universo poético, p. 179. 8 Es el título de uno de los Poemas en prosa, p. 188-189. 9 A. Ferrari, El Universo poético, p. 180. PÁGINAS (178) 7
  • 7. realmente el hombre solidario con el dolor de los hombres para contagiarlos a todos de su esperanza de vida plena y definitiva. Vallejo siente también una pasión profunda por el ser humano, hace suyo el dolor de todos y redescubre al hombre a la luz de la esperanza. La vida y la obra de César Vallejo desembocan en lo que él llama paradójicamente “el desastre cordial de la esperanza”9 , una esperanza que es vida, hogar, mesa y pan compartidos, como ya lo intuía y anhelaba desde Los heraldos negros en “La cena miserable”: “Cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos”. Por eso, el pan y la mesa compartidos con “los demás” puede ser el mejor símbolo de un mundo nuevo (“Perú del mundo”, dice Vallejo) que se ha vuelto más hogareño y familiar. Esa puede ser la tarea de la esperanza. 1 C. Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992, “Trilce” LXIV, p. 166. 2 J.M. Valverde, "César Vallejo", en Páginas 114-115 (1992) 43. 3 Citado por A. Ferrari en la Introducción a César Vallejo, Obra poética completa, p. 44. 4 Es el título de su introducción a César Vallejo, Obra poética completa, Alianza Editorial 1992. 5 A. Ferrari, El Universo poético de César Vallejo, Universidad San Martín de Porres, Lima 1997, p. 93. 6 A. Ferrari, El universo poético de César Vallejo, p. 123. El autor subraya que el número cuatro se refiere frecuentemente en Vallejo a representaciones de angustia. 7 A. Ferrari, El universo poético, p. 179. 8 Es el título de uno de los Poemas en prosa, p. 188-189. 9 A. Ferrari, El Universo poético, p. 180. PÁGINAS (178) 7