1. 18º domingo Tiempo Ordinario Ciclo B
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El pan que perdura
XVIII domingo tiempo ordinario
Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta
saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida
eterna, el que os dará el Hijo del Hombre… Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el
que ha enviado…
Jn 6, 24-35
Una promesa de vida eterna
En su ejercicio de la palabra, Jesús interpela tan profundamente que no deja a nadie
indiferente. Tiene la capacidad de llegar al corazón y las gentes lo buscan incansablemente
porque necesitan luz en su vida.
No obstante, esa búsqueda no siempre es limpia. Algunas personas quieren utilizarlo para
conseguir sus fines. Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, son
muchos los que lo persiguen para satisfacer sus necesidades materiales. En su respuesta,
exigente, Jesús desafía a quienes lo siguen y alude a otro tipo de pan y a otras necesidades, de
orden espiritual. El hombre no puede vivir sólo de bienes materiales que perecen, sino del
alimento que perdura. Con este discurso, Jesús va definiendo el sentido último de su misión: el
centro de su tarea apostólica es dar la vida eterna.
La verdadera misión de la Iglesia
En nuestro mundo de hoy surgen muchas iniciativas sociales y solidarias, a cargo de
instituciones filantrópicas que se ponen al servicio de los más necesitados. Aunque es
necesario responder con responsabilidad a los diversos problemas sociales, la misión de la
Iglesia no se limita a la beneficencia, siendo ésta muy importante. La principal tarea de la
Iglesia es anunciar su mensaje e invitar a las personas a crecer humana y espiritualmente.
Erradicar el hambre y la pobreza son imperativos éticos de toda sociedad y de los gobernantes.
Es tarea de todos luchar contra la miseria y el dolor. La Iglesia también lo hace a través de sus
instituciones caritativas. Pero nunca hemos de olvidar el sentido último de su misión: anunciar
a Cristo e interpelar el corazón humano para que se aventure a vivir su vida centrada en el
amor al prójimo. En definitiva, se trata de ocuparnos de las cosas de Dios. Y el deseo de Dios,
según Jesús, es que creamos en la persona de Cristo como su enviado.
¿Qué significa esto? Dios quiere que trabajemos en todo aquello que nos ayude a conocerlo y
amarlo mejor. Y lo podemos hacer si todo cuanto decimos y hacemos gira en torno a su
persona. Se trata de situar a Dios en el centro de la familia, del trabajo, del ocio, de todo
cuanto llena nuestra vida. Para ello, es necesario dedicar tiempo a la oración, a la formación y
a la celebración. Además, materializamos nuestra fe ejerciendo la caridad hacia los demás.
Cristo, nuestro alimento
Desde la lógica humana es comprensible que uno pida signos para creer. Jesús hace referencia
al pasaje del Éxodo en el que Moisés da de comer a su pueblo en el desierto y responde muy
bien a aquellos que lo buscan. No es Moisés, sino su Padre, a través de él, quien alimenta a su
gente. El pan de Dios no procede de este mundo, sino del cielo. También está haciendo una
alusión a sí mismo: él es el pan bajado del cielo.
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La clave de la madurez cristiana es reconocer que Cristo es nuestro alimento. Una vez
integrado en nuestra dieta espiritual, el hambre y la sed interior quedarán totalmente
saciadas. Nuestra búsqueda del sentido último de la vida habrá culminado con su encuentro.
A partir de ahí todo cuanto hagamos quedará transformado por este inmenso amor gratuito
que hemos recibido y que, del mismo modo, podremos dar gratuitamente a los demás. Como
Moisés, como Jesús, somos instrumento para que el amor de Dios alimente a aquellos que más
lo necesitan.
Joaquín Iglesias
jiglesias@arsis.org