ACRÓNIMO DE PARÍS PARA SU OLIMPIADA 2024. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
Domingo de Pascua - A
1. VIO Y CREYÓ
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN – CICLO A
Las lecturas de la vigilia pascual y el día de Pascua nos relatan cómo
vivieron los primeros momentos de la resurrección sus discípulos. Mateo
nos cuenta la experiencia de las mujeres; Juan nos explica lo que
sucedió cuando él y Pedro corrieron al sepulcro vacío.
En todos los relatos vemos que la resurrección resulta sorprendente para
quienes amaban a Jesús. Al principio nadie lo entiende, porque va
mucho más allá de lo que podían esperar. Se asustan, dudan, no caben
en sí de gozo… ¿Qué está ocurriendo? Jesús está con ellos, vivo, pero de
otra manera. No es un fantasma, no es una visión colectiva, no es fruto
de su imaginación ni de su fe (en aquellos momentos, tenían muy poca).
La resurrección no es el mito de un dios que se sacrifica y renace con la
primavera, como en otras religiones antiguas. Jesús es Dios, pero
también fue un hombre de carne y hueso, murió de verdad y su
resurrección es un hecho real, aunque inexplicable desde la estrechez
de la razón humana.
Sólo un encuentro con Cristo vivo puede explicar la fuerza con que nació
y creció la comunidad cristiana en los inicios. Sólo el amor y la presencia
de Jesús puede sostener la Iglesia dos mil años después. Nada que se
sostenga en una ilusión o un engaño dura mucho tiempo. Ni siquiera los
imperios y las instituciones humanas más consolidados.
Dios tiene detalles hermosos. Quiso empezar la historia de su
encarnación contando con una mujer: María, su madre. La segunda
parte de la historia, la resurrección, también comienza con las mujeres
fieles que lo acompañaron hasta su muerte. Ellas son las primeras que
lo ven, ellas son las primeras que reciben el anuncio gozoso. La buena
noticia de Dios con los hombres está enmarcada por dos experiencias
inefables donde las mujeres son coprotagonistas. Hoy vemos que, en las
celebraciones de Semana Santa, y en todas las misas y actividades
parroquiales, en general, las mujeres son clara mayoría. La Iglesia tiene
un rostro muy femenino, ¡sin duda!
¿Qué les dice Jesús a las mujeres? Alegraos. Soy yo. ¡No temáis!
Después les da una misión: Id a comunicar a mis hermanos que vayan
a Galilea. Allí me verán.
2. Las mujeres son misioneras. Muchas veces son las que tienen que
alentar y sostener la fe de los hombres, más incrédulos y reticentes. Las
mujeres madrugan, compran perfumes, preparan lienzos, cuidan de los
vivos y de los difuntos, se preocupan por los detalles. Por eso salen al
sepulcro, al rayar el alba. Por eso Dios las encuentra, porque están
despiertas, en vela. Su actitud les permite estar alerta a lo que está
sucediendo: un hecho que cambiará toda la historia humana.
¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Sabremos celebrar la Pascua
con la plena convicción y sentimiento de que Jesús está vivo entre
nosotros? En la misa nos sale al encuentro. Hecho pan llama a nuestras
puertas para habitar nuestro cuerpo. Su Espíritu pide alojarse en nuestra
alma. ¿Le abriremos las puertas? ¿Sabremos alegrarnos y salir corriendo
a anunciarlo, como Magdalena, Salomé y María de Cleofás?
Juan y Pedro viven otra experiencia. Aún antes de ver a Jesús,
comprueban que el sepulcro está vacío. ¿Dónde está el maestro? Con
sobriedad, Juan relata su propia reacción: vio y creyó. No nos habla de
sus sentimientos, ni de lo que debió imaginar, creer o esperar.
Simplemente: vio y creyó. ¡Qué sencillas palabras, y qué grandes!
Nuestra fe no es una creencia ciega en ideas bonitas. Juan no creyó
porque tuviera una experiencia mística o un gran deseo de que su
maestro resucitara. Juan creyó porque vio. Y más tarde, en sus cartas,
escribirá lo que todos sus compañeros vieron, oyeron, tocaron, con sus
ojos y con sus manos. La experiencia de encuentro con Jesús no es
mental, ni psicológica ni esotérica. Es física, palpable y real. No se da en
un limbo espiritual ni en un plano metafísico, sino en este mundo
material y terrenal. Impresiona pensar que la resurrección ocurrió en una
oscura gruta de roca, que hoy millones de turistas visitan, quizás sin
captar del todo la relevancia del misterio insondable que encierra.
Dios no nos pone las cosas tan difíciles. No reserva sus dones a una élite
de místicos iniciados. No. Dios está cerca de su pueblo, de todo pueblo,
de todos nosotros, gente normal y corriente, y nos sale al encuentro en
nuestro día a día. Esto significa «ir a Galilea». Galilea es el escenario de
la cotidianidad, del trabajo, de la familia, de los afanes y sudores, de la
amistad. Es nuestra ciudad, nuestra casa, nuestro barrio. Ahí
encontraremos a Jesús. Pero, tras su resurrección, podemos vivir
nuestra vida de siempre de otra manera, totalmente nueva. Ahora
sabemos, porque él nos lo ha dicho, que es una vida que nunca termina,
que avanza hacia su plenitud y que tendrá un glorioso final.