2. Los discípulos, viéndole andar
sobre el agua, se asustaron y
comenzaron a gritar. Jesús les
dijo: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis
miedo!» Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir
hacia ti andando sobre el agua».
Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de
la barca y echó a andar sobre el
agua. Pero, al sentir la fuerza del
viento, le entró miedo, empezó
a hundirse y gritó: «Señor,
¡sálvame!» En seguida Jesús
extendió la mano, lo agarró y le
dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué
has dudado?»
Mt 14, 22-33
3. Después de horas intensas predicando a las gentes Jesús
necesita ir a la montaña a rezar. Es importante trabajar,
pero también es necesario saber apartarse. El evangelio
nos muestra a Jesús en muchas ocasiones como ésta:
subiendo al monte a rezar. Lejos del ajetreo constante,
los cristianos también hemos de buscar ese retiro para
descansar en manos de Dios.
4. En la Iglesia vemos que la
hiperactividad del mundo
también alcanza las tareas
apostólicas. Sacerdotes y
misioneros trabajan
incesantemente, se cansan
y se estresan. Jesús nos
enseña la importancia de
aprender a reposar en el
corazón de Dios. Todos
necesitamos descanso,
alimento y espacios de
silencio donde recobrarnos
espiritualmente.
5. El mar agitado encierra un simbolismo para los judíos.
El mar causa respeto y temor: es lo ignoto, el peligro,
también el mal. Los pescadores eran hombres
arriesgados cuyo oficio los llevaba a bregar contra el
oleaje. Navegar entre las aguas significaba
enfrentarse a diario con las fuerzas del mal.
6. Pedro reconoce a Jesús, pero quiere cerciorarse. Le
pide una prueba: mándame que me acerque a ti.
Y así lo hace Jesús. Pedro comienza también a
caminar sobre las aguas… hasta que el vendaval
lo hace vacilar y se hunde.
7. Como le sucede a Pedro,
¡cuántas veces las dudas
nos hacen naufragar!
Al dudar de Dios, nos
alejamos de él y nos
hundimos en el abismo.
Pero Jesús nunca nos
abandona. Siempre está
ahí, no se aparta de
nosotros y nos sigue para
tendernos la mano. Su
presencia nos devuelve la
calma.
8. Hoy proliferan las
ideologías y las
filosofías contrarias a la
fe. El hombre cree no
necesitar a Dios y
prescinde de él. Poco a
poco se hunde en su
orgullo y en su
petulancia. Pero Jesús
no quiere que nadie se
hunda en su miseria.
9. Y nos ayuda a creer en él, dándonos muchos signos
de su benevolencia para que nos acerquemos
con confianza. Hemos de estar atentos para leer
estos signos en nuestro devenir diario.
¿Cómo se nos manifiesta Jesús?
10. La misión de la Iglesia es
tender esa mano salvadora
al caído. La mano de Dios
siempre está pronta: es la
mano que cura, que hace
oír al sordo y hablar al
mudo, que resucita, que
renueva. Dios puede
penetrar hasta las entrañas
de nuestra existencia,
despertarnos, abrirnos los
ojos y el oído y
devolvernos a la vida, por
muy perdidos que
estemos.
11. ¡Dios lo puede todo!
Mientras dudemos, nos
alejaremos.
Si podemos confiar en
algunas personas «a ojos
cerrados», ¿cómo no fiarnos
de Dios? A lo largo de la
historia nos ha dado tantas
pruebas de su amor…
12. Las palabras de Jesús también se dirigen a nosotros:
¡Hombres de poca fe! ¿Por qué dudáis?
El deseo más profundo de Dios es la felicidad del hombre.
13. El profeta Elías encontró a Dios, no en la tempestad ni
en el fuego, sino en el silencio.
En el silencio reparador la presencia de Dios se
manifiesta y nos devuelve la fuerza perdida. Con voz
cálida y suave, nos habla al corazón. No viene a
destruirnos ni a avasallarnos. No habla con voz
atronadora. Se muestra como una brisa que alivia y
conforta.
14. Y es entonces, cuando el viento amaina, cuando
podemos reconocerlo, como los discípulos.
Ya en la barca, calmado el oleaje, los pescadores se
postran ante él.
Así nosotros, cuando nos situamos ante su presencia,
lo reconocemos y dejamos que nos conduzca, con
suavidad, hacia la plenitud de nuestra existencia.