1. El trigo y la cizaña
16º domingo Tiempo Ordinario - A
2. El reino de los cielos se
parece a un hombre que
sembró buena semilla en su
campo; pero, mientras la
gente dormía, un enemigo
fue y sembró cizaña. […]
Entonces los criados fueron
a decirle al amo: ¿Quieres
que vayamos a arrancarla?
Él les respondió: No, que
podríais arrancar también el
trigo…
Mt. 13, 24-43.
3. Cada parábola tiene un mensaje pedagógico que nos acerca
al misterio de Dios. La parábola del trigo y la cizaña
reflexiona sobre dos realidades que coexisten siempre: el
bien y el mal.
El sembrador es Cristo y el campo es el mundo.
El campo también es la Iglesia y nuestro mundo interior.
4. Jesús siembra en nosotros la palabra de Dios. Es el
deseo de Dios hacia su criatura: fecundar su corazón
para darle vida plena. La Iglesia ha sido creada por
Cristo para preparar la tierra y que esta pueda dar
fruto abundante.
5. Junto a la bondad encontramos mucha maldad. Hay
otros sembradores que plantan cizaña en el mundo y
en el corazón humano. La Iglesia está llamada a hacer
crecer nuestra alma y orientarla hacia Dios. Hemos
de fortalecernos para que los sembradores de mal no
impidan el crecimiento del bien.
6. ¿Cómo se manifiesta la cizaña? Generando dudas,
desconcierto, temor, críticas y resentimiento. La cizaña
provoca incertidumbre, tristeza y odio. Muchos medios
de comunicación, hoy, están sembrando mala hierba.
Quieren apoderarse del campo del Señor y devorarlo.
7. Los jornaleros avisan al dueño del campo:
¡apareció la cizaña! También en nuestro interior
brotan a veces las malas hierbas del orgullo, el
egoísmo y el pecado. Incluso en familias buenas
y cristianas se viven situaciones de ruptura y
soledad. La cizaña se extiende por todas partes.
8. ¿Qué hace Dios, ante la realidad del dolor y el mal? Los
jornaleros se ofrecen para segar la cizaña. Pero él
responde: No. Dejad que crezcan juntos hasta la siega.
La siega es la imagen del fin del mundo, y también de
nuestra muerte, el final de nuestra vida terrenal.
9. Vemos que Dios no es un exterminador implacable. Hasta
el final de nuestros días, siempre espera a que nuestro
corazón se convierta. Es bueno, paciente, sabe aguardar
hasta el último momento. Pero respeta nuestra libertad
y deja que seamos nosotros quienes cultivemos las
buenas o malas semillas.
10. Más allá de la justicia humana, hemos de aprender el
modo de hacer de Dios. A veces nos convertimos en
jueces implacables. Nos gustaría segar las malas
hierbas sin piedad, y queremos que Dios sea así. No
comprendemos su tolerancia hacia el mal.
11. Los cristianos estamos llamados a ser misericordiosos y
compasivos, a tener esperanza en la mejora de los
demás. La dureza no nos lleva a nada. La justicia, sin
amor, puede causar enormes daños e injusticias, hasta
muertes de inocentes.
12. La justicia de Dios está muy por encima del castigo. Dios
hace llover sobre justos y pecadores, hace brillar el sol
sobre buenos y malos. Es tanta su bondad que hasta a los
pecadores ama y protege, como hizo con Adán y Eva tras
su salida del paraíso, y con Caín tras matar a su hermano.
13. Si queremos imitar a Dios, hemos de aprender su pedagogía
divina. Siendo humanos, nos arrogamos un poder divino y nos
lanzamos a juzgar y a condenar a las gentes. Querríamos
segar y arrancar de raíz todo mal. En realidad, estamos
obcecados y tachamos de “malos” a aquellos que
simplemente no piensan ni actúan como nosotros.
14. Aprendamos a tener un corazón tierno y
misericordioso, especialmente con los pecadores
que se alejan de Dios. La Iglesia ha de ser
comprensiva y escuchar, incluso a quienes la
critican, con paciencia y humanidad. Solo así
estaremos sembrando semillas buenas del Reino
de Dios en medio del mundo.