1. VIAJE AL HORROR. Su vocación castrense –y
la necesidad de un médico con entrenamiento en Infantería– le empujaron a Irak
a finales de 2006. Viajaba a diario en convoyes por el polvorín de Basora, una de las
zonas donde los insurgentes sembraban
el mal a diario. Sin tiempo de asimilar el
caos, el baby doctor vio y atendió demasiado horror; amputaciones, feísimas heridas, muertes adolescentes… El 21 de enero de 2007 el vehículo armado donde
viajaba sufrió un atentado. La bomba, rellena de rodamientos y clavos, entró por
los bajos al paso de su carro de combate.
Su compañero murió en el acto; él sufrió
la entera amputación de la pierna derecha. “En el instante previo a la deflagración, yo estaba rezando: ‘Dios mío,
mantennos a salvo y dame la fuerza para
saber qué hacer si algo malo sucede’.
Boom”, recuerda.
Frustración, rabia, tristeza, vacío, aceptación y esperanza. Fueron siete operaciones en el Selly Oak Hospital de Birmingham (Reino Unido) miles de pastillas y
una rehabilitación espantosa en Headly
Court Centre, además de un proceso emocional bacheado. “Hubo un compañero,
de 18 años, que perdió ambas piernas,
los genitales y la visión. ¿Cómo me podía quejar? Aprendí que era un afortunado, un veterano de guerra sí, pero una
persona nueva que podía continuar”, explica. En un año aprendió a caminar con
su nueva pierna de titanio; en tres, a domesticar complejos al pisar la calle. Y a mirarse al espejo tras la ducha.
Los psicólogos remaron con él. Rory asimiló que no volvería a sentir completamente el cálido contacto con la arena
de la playa, no podría jamás rodar en bici,
escalar o jugar rugby, pero ¿quién dijo
límites? Probó suerte con el esquí adaptado y cuando consumaba estilo se rompió la pierna buena. Maldición. Vuelta a
Cubrir la distancia entre el puerto
ODISEA
A REMO de San Sebastián de La Gomera
(Canarias) y el muelle Nelson
Dockyard English Harbour (Antigua) en
menos de 90 días. Ese es el objetivo de los
remeros que el 2 de diciembre se echaron a
la mar en una nueva edición de la Talisker
Whisky Atlantic Challenge. Una competición
de extrema exigencia en la que la premisa, y
el premio final, es arribar sanos y salvos y sin
haber tenido apoyo de la organización
durante la odisea (agua, alimentos, ayuda
logística). Este año participan 21 equipos de
Estados Unidos, Canadá, Reino Unido,
Suecia, Dinamarca, Australia y, como
debutante, España. Dos bomberos
murcianos con varios retos extremos a sus
espaldas, José González y Emilio Hernández,
se han embarcado para disfrutar en primera
persona de “una experiencia vital única”.
empezar. Recuperado, para saciar su sed
de adrenalina se puso a volar anclado sobre un biplano de hélice. “Me encantaban
los deportes de riesgo, pero necesitaba
algo más duradero, una experiencia prolongada que me llenara más”, detalla.
Reincorporado a su trabajo pero en cortas sesiones de intendencia militar, una
mañana se topó con un anuncio desafiante en Headly Court: “¿Tienes lo que hace
falta para remar el Atlántico?”. La epifanía surtió efecto. Rory no tardó en apuntarse al reto, espoleado por una estadística exclusiva. En la Historia ha habido más
astronautas (500) o alpinistas que hicieron cumbre en el Everest (4.000) que aventureros que hayan remado el Atlántico
(473). Se enroló, mas con cierta intriga.
Cuando llamó era el séptimo candidato, y
en esta odisea solo había plaza para seis.
Afortunadamente para él, un miembro se cayó de la convocatoria siete semanas antes de la fecha de salida en La Gomera. Estaba felizmente dentro. Rory se
echó a la mar sin haber remado nunca en
su vida, y todo su entrenamiento previo
fue engordar 20 kilos a base de tapas y
cerveza en Canarias, por aquello de la
reserva calórica. Junto a él, tres remeros
con diferentes grados de discapacidad
(heridos en Irak y Afganistán) y dos totalmente hábiles, uno de ellos el timonel.
Desde el comienzo, la rutina fue clarísima e ininterrumpida; tres tripulantes remaban dos horas, mientras los otros tres
descansaban, fuera de día de noche o el
cielo se desplomara. Entre las provisiones, 300 litros de agua, barritas de ce-
MAGAZINE PÁG. 35
reales, comida deshidratada para 75 días
y una botella del whisky escocés que patrocinó la gesta. “Un chupito por la noche
nos hacía entrar en calor”, desliza quien
consumía 4.500 calorías por jornada.
La embarcación iba dotada de radar, paneles solares, teléfono satelital, desalinazador, un iPod con audiobooks de Sherlock Holmes… En una buena singladura
recorrían unas 70 millas. Eso si Poseidón
no se cabreaba. “Sobrevivimos a olas altas.
Pero lo peor de todo fueron las tormentas eléctricas. Era precioso verlas en el mar,
en la lejanía, pero cuando las tienes encima estás aterrorizado y piensas que vas
a morir por los rayos”, comenta Rory.
COMO UNA MISIÓN MILITAR. Todo lo que pudo
ir mal, fue mal, acunados por olas de fuerza 8. Se quebró el radar, se estropeó el desalinizador, la moral del grupo decayó…
Rory celebró el día de Navidad extrayéndose seis trozos de metralla de su
trasero. “Me introduje una cuchara en el
glúteo y cuando tocaba metal rebañaba y
sacaba los trozos. Estuve varios días tomando un fortísimo analgésico para el
dolor. Pero nunca nos rendimos. Nos tomamos la aventura como una misión militar que había que cumplir”.
Después de 51 días de “aburrimiento, belleza, dureza, silencio y canciones de Arcade Fire”, estalló el júbilo. ¡Tierra! Atracaron en Port Charles (Barbados) barbudos
y flacos como Robinsones y con la piel calcinada de sol y salitre. Les bañaron en
champán y abrazos familiares. A Rory le
esperaba Lara Martínez, su prometida española. A ella tampoco le va lo fácil. Ejerce de trabajadora social con niños en riesgo de exclusión. Se conocieron en un tren
¡!
en Inglaterra, como en las películas. Luego Facebook les terminó de enamorar.
TEXTO
A día de hoy el sudafricano ya enfila TRADUCIDO
nuevos cometidos. Recauda dinero para AL INGLÉS
EN
veteranos de guerra discapacitados y se
ENGLISH
ha convertido en una pequeña celebridad CORNER
regional (tuvo otro momento de gloria en
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la clausura de los Juegos Paralímpicos de
Londres 2012 subido a una plataforma en
un entregado Wembley). Se precia de ser
analista para el equipo de rugby de la Armada británica y acaba de prescribir
cómo afrontar la odisea atlántica a Emilio Hernández y José González, los dos
españoles que el 2 de diciembre se echaran a la mar en una nueva edición de la
Talisker Whisky Atlantic Challenge.
Rory también da charlas como motivational speaker, o sea, coaching para los
consejos de administración que han perdido la cohesión grupal, el norte, los objetivos. Aunque él prefiere la naturaleza
a la moqueta. Pretende cruzar Kenia en paraglading, atravesar ambos Polos en un
trineo tirado por cometas, pulverizar algún récord Guinness… Y poner una huerta en Murcia junto a su futura esposa. “Melones, tomates y lechugas. Mula es un
bonito pueblo donde empezar”, afirma.¯
G
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arrastrado español. Seguidamente se
presentó en la Army Careers Office con
un “buenos días, quiero ser militar”.
Mientras esperaba la correspondiente llamada a filas, puso copas y pasó la bayeta
en un bar de la City. También corría y hacía flexiones a diario a orillas del Támesis para preparar su anatomía. Al final
del día le esperaba una reconfortante habitación de mala muerte. “Además, por
aquel tiempo desarrollé una lesión en la tibia de tanto correr durante 12 semanas
de entrenamiento previo. Fue una fractura por estrés. Al hueso le fue saliendo una
pequeña grieta. Así llegué al Regimiento
de Paracaidistas, donde tienen un entrenamiento durísimo. La lesión fue a peor y estuvieron a punto de mandarme a casa, tras
cinco meses de rehabilitación. Yo les dije:
‘No, no y no. Búsquenme otro empleo dentro del Ejército’. Me destinaron al Royal Medical Army Corp, junto a ingenieros y especialistas en comunicaciones. Allí me
convertí en médico”, relata.
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Tal era su determinación y su tozudez
que –de haberlo requerido– se hubiera desencajado la prótesis del muñón, la habría
hundido en el gélido océano y hubiera remado ayudándose de su delgada extremidad de titanio. “¡Vamos, vamos!, ¡adelante Rory!”. Doblegarse ante el mar no era
una opción. “¡Rema Rory, rema!”. En su
mente, coraje y un único horizonte: cruzar
el Atlántico a remo, desde Canarias hasta el Caribe a 10 grados norte del Ecuador.
Ya bramara la tormenta. Ya se enfadaran
las olas. Ya le mordieran insoportables dolores. Como los seis trozos de metralla alojados en sus posaderas, recuerdo del atentado que sufrió en Basora (Irak) en 2007,
cuando trabajaba destacado como médico de apoyo en combate en el Ejército británico. Allí perdía la pierna derecha, allí
también arrancaba una nueva vida para
Rory Mackenzie.
A sus 30 años –y en apenas un lustro–, el joven había pasado del uniforme
de camuflaje a enrolarse en extremas
proezas deportivas de superación, abanderar causas solidarias y revivir sus
valientes peripecias en el atril del coaching frente a directivos desmotivados.
Incluso se atrevió a cruzar el charco con
la única fuerza motriz de su mente, sus
bíceps y cinco compañeros de boga;
3.000 millas náuticas, o sea, como remar
de Madrid a Siberia. Lo consiguieron en
51 días, hollando tierra el 23 de enero
de 2012 en el marco de la Talisker
Whisky Atlantic Challenge y bajo el
lema Row2Recovery. Pasaron las de Caín
en un monocasco/cáscara de nuez de 10
metros de eslora y que bien pudo ser
su ataúd. Todos arribaron a salvo, como
héroes, pero cada palada que dio Rory
dibujó una historia única de esfuerzo supremo y de esos imprevisibles meandros del destino.
“He muerto, al menos, un par de veces. He estado de pie, fuera de mi cuerpo,
mirándome a mí mismo tumbado. Sé lo
que significa aprovechar el tiempo en
la vida”, relata a MAGAZINE mientras apura una caña en pleno centro de Madrid.
Sudafricano de nacimiento (Krugersdorp, 1981) con orígenes escoceses y un
padre médico especializado en tuberculosis y sida, el sueño de crío de Rory
solo enfocaba tanques y cuarteles. Si bien
su anhelo se cumpliría a miles de leguas
del Cabo de las Tormentas. Ante la falta de oportunidades laborales para “los
jóvenes blancos en favor de los negros
tras el apartheid”, decidió emigrar a Reino Unido en 2004. “Volví a la tierra de mi
familia con el objetivo de cumplir mi sueño de crío: ser soldado”, evoca. Aterrizó
en Heathrow, Londres, sin sitio donde
dormir. “La primera noche la pasé deambulando por la ciudad. Al día siguiente
dormí en un sillón, de una sola plaza y
con los reposabrazos de madera, en casa
de un amigo”, prosigue. Así se pasó dos
semanas. “It was mierda”, desliza en