2. EL PERDÓN PONE DE PIE.
El paralítico del relato evangélico es un hombre
hundido en la pasividad.
No puede moverse por si mismo.
No habla ni dice nada.
Se deja llevar por los demás.
Vive atado a su camilla, paralizado por una vida
alejada de Dios, el creador de la vida.
HRA
3. EL PERDÓN PONE DE PIE
Cuatro vecinos que lo quieren de verdad se movilizan con todas sus fuerzas para
acercarlo a Jesús.
Jesús capta en el fondo de sus esfuerzos << la fe que tienen en él>> sin que nadie
lo pida, pronuncia esas palabras: Hijo tus pecados te son perdonados. Dios te
perdona, te quiere y te perdona.
Escribas sentados, se sienten maestros y jueces. No piensan en la alegría del
paralítico ni aprecian los esfuerzos de quienes lo han traído hasta Jesús. Lo saben.
Las tres órdenes que da al paralítico, Levántate: ponte de pie; recupera tu
dignidad; libérate de lo que paraliza tu vida. Coge tu camilla: enfréntate al futuro
con fe nueva; estás perdonado de tu pasado. Vete a tu casa: aprende a vivir.
No es posible seguir a Jesús viviendo como paralíticos que no saben como
salir del inmovilismo, la inercia o la pasividad. Tal vez necesitamos como
nunca reavivar en nuestras comunidades la celebración del perdón que
Dios nos ofrece en Jesús. Ese perdón puede ponernos de pie para
enfrentarnos a futuro con confianza y alegría nueva.
HRA
4. DIOS NOS ESTÁ PERDONANDO
SIEMPRE
En ocasiones comparamos a Dios con nosotros, con nuestra manera de
reaccionar y pensamos que Dios es alguien que nos ama cuando le agradamos
y nos rechaza cuando le desagradamos. Sin darnos cuenta hacemos de Dios
un ser semejante a nosotros, pequeño y mezquino, que solo sabe amarnos su
respondemos a sus deseos.
Dice San Pablo que <<el amor no lleva las cuentas del mal>> (1 Corintios
13,5). ¡Cuántos cristianos de sorprenderían al escuchar que Dios no lleva
cuentas del mal!
El pecado nos hace daño, pues nos encierra en nosotros mismos y rompe
nuestra vinculación con ese Dios perdonador. No es Dios el que se cierra a
nosotros. Somos nosotros los que nos cerramos a su amor.
HRA
5. CREER EN EL PERDÓN
Con frecuencia se piensa que la culpa es algo introducido en el mundo por la
religión: si Dios no existiera no habría mandamientos, cada uno podría hacer
lo que quisiera, y entonces desaparecería el sentimiento de culpa.
Nada mas lejos de la realidad. La culpa es una experiencia de la que ninguna
persona sana se ve libre. Todos hacemos en un momento u otro lo que no
deberíamos hacer. Todos sabemos que nuestras decisiones no son siempre
honestas y actuamos más de una vez por motivos oscuros y razones
inconfesadas.
<<No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero>> (Romanos
7,19)
El Credo nos invita a creer en el perdón de los pecados. Pero luego proyectamos
constantemente sobre él nuestros miedos, fantasmas y resentimientos,
oscureciendo su amor infinito y convirtiendo a Dios en un Ser justiciero del
que lo primero que hay que hacer es defenderse.
HRA
6. NO QUEDAR PARALIZADOS POR
NUESTRO PECADO
Reconciliarse con uno mismo, tarea difícil.
Estas personas se les hace muy difícil portarse bien consigo mismas cuando se
sienten culpables. Lo más fácil es enfadarse, denigrarse a sí mismo, condenarse
interiormente: << Siempre seré el mismo, lo mío no tiene remedio>>. Es la
mejor manera de paralizar nuestra vida.
Estas personas no pueden sentir el perdón de Dios, porque no saben
perdonarse así mismas. No pueden acogerse a su amor, porque no saben
amarse. Solo mirándose con piedad y misericordia, como mira Dios, solo
acogiéndose como él me acoge, puede mi vida renovarse y cambiar.
De nada sirve condenarnos y torturarnos, tal vez con la esperanza secreta de
aplacar así a Dios. No necesitamos de ninguna autocondena para que él nos
acoja. No es bueno hundirnos o rebelarnos. No es esto lo que más nos acerca
a Dios, sino la compasión con nosotros mismos y con nuestra debilidad.
HRA